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El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, se dirige a la Asamblea General de las Naciones Unidas el 22 de septiembre de 2016, en Nueva York. (Drew Angerer / Getty Images)

¿Un punto de inflexión para la posición de Israel en el mundo?

El exministro de Relaciones Exteriores de Ecuador durante el gobierno de Rafael Correa analiza en exclusiva para Jacobin las grietas que parecen estar surgiendo en la posición internacional de Israel, incluso en Estados Unidos.

Un resultado obvio del castigo colectivo de Israel a los palestinos en represalia por el brutal ataque de Hamás del 7 de octubre es que ha vuelto a situar la lucha palestina en el primer plano de la política mundial. La cuestión ahora es si el ataque de Israel contra Gaza provocará una reacción internacional lo suficientemente fuerte como para afectar significativamente al statu quo anterior. ¿Podrá la renovada atención internacional a la difícil situación de los palestinos generar una presión más enérgica en favor de una solución política? ¿O volverá Israel a atravesar esta crisis sin inmutarse?

Se mire por donde se mire, en los últimos años ha disminuido la solidaridad de muchos Estados con la causa palestina, a pesar de la invasión incontrolada de tierras palestinas en Cisjordania por parte de los gobiernos israelíes de extrema derecha. En Gaza, los costes sociales, económicos y humanitarios de un feroz bloqueo también han ido en aumento. Sin embargo, una especie de fatiga política internacional, en el contexto de un conflicto de baja intensidad y una crisis humanitaria de combustión lenta, a menudo desplazada por la urgencia de otros desastres mundiales, había drenado la causa palestina de gran parte de su anterior atención internacional.

En los últimos años, además, Israel ha invertido muchos esfuerzos en mejorar sus relaciones bilaterales con varios Estados anteriormente hostiles, sobre todo en Oriente Medio y el Norte de África. En 2020, los Acuerdos de Abraham normalizaron las relaciones de Israel con los Emiratos Árabes Unidos, Marruecos y Bahréin. Más recientemente, Israel y Arabia Saudí, alentados por Estados Unidos, han estado afinando el tan cacareado «acuerdo del siglo», ahora completamente descartado o supeditado a algún tipo de solución para la creación de un Estado palestino. De los signatarios de los Acuerdos de Abraham, solo Bahréin, siguiendo el ejemplo de Jordania, ha retirado a su embajador de Israel como consecuencia de la crisis de Gaza.

Incluso el Gobierno turco, con sus lazos históricos con los Hermanos Musulmanes y Hamás, había rebajado significativamente las tensiones con Israel en comparación con el enfoque combativo adoptado por el presidente Recep Tayyip Erdoğan en 2010, antes de que la guerra en Siria (entre otras preocupaciones) rebajara la prioridad de la causa palestina en Ankara. En septiembre, la primera reunión de la historia entre Erdoğan y Benjamin Netanyahu al margen de la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU) fue saludada por ambas partes como la señal de un deshielo en las relaciones bilaterales. Un día antes del atentado de Hamás del 7 de octubre, Turquía nombró un nuevo embajador en Israel. Desde entonces, el embajador ha sido destituido y las relaciones con Israel han caído en picada: Erdoğan ha calificado a Israel de Estado «terrorista» y ha exigido que se envíen inspectores del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) a Israel para comprobar si hay armas nucleares.

También en África —una región históricamente simpatizante de la lucha palestina— Israel había estado haciendo incursiones muy significativas. Tras la caída del presidente Omar al-Bashir en 2019 y en el contexto de los Acuerdos de Abraham, Israel normalizó sus relaciones con Sudán. También restableció relaciones diplomáticas con Chad, ahora de nuevo en el congelador después de que el gobierno chadiano retirara a su embajador por la ofensiva de Gaza.

En términos más generales, en los últimos años Israel se ha volcado en la búsqueda de acuerdos de cooperación más profundos, especialmente en el ámbito de la seguridad, con varios Estados del África subsahariana, como Nigeria, Ruanda y Costa de Marfil. Las relaciones de Israel con Etiopía, Ghana, Kenia y Uganda, por su parte, han alcanzado un nivel sin precedentes. Los lazos de Israel con los Estados africanos mejoraron hasta tal punto que fue invitado a convertirse en Estado observador de la Unión Africana, decisión que fue revocada cuando Argelia y Sudáfrica se opusieron, provocando un revuelo diplomático en la cumbre de la Unión Africana de Addis Abeba de febrero de 2023.

América Latina y más allá

En cuanto a América Latina, los sentimientos propalestinos se habían disparado durante las guerras de Gaza de 2008-2009 y 2014, y la mayor parte de la región se inclinó después de 2010 por reconocer la condición de Estado de Palestina dentro de las fronteras de 1967. Pero las posiciones propalestinas se invirtieron drásticamente con la llegada al poder de gobiernos de derechas en varios países latinoamericanos entre 2015 y 2019. Alentados por la administración de Donald Trump en Estados Unidos, Jair Bolsonaro en Brasil, Jeanine Añez en Bolivia y otros adoptaron posturas proisraelíes muy derechistas.

Con el último giro a la izquierda, América Latina volvió en su mayoría a su tradición multilateralista de mayor compromiso con la autodeterminación palestina. Por ello, el ataque de Israel a Gaza ha suscitado algunas firmes condenas latinoamericanas, más allá de detractores habituales como Cuba y Venezuela: Colombia, Chile y Honduras retiraron a sus embajadores, Bolivia rompió relaciones. Pero hay excepciones significativas, sobre todo en Centroamérica, y ahora también en Argentina, donde la inminente toma de posesión del acérrimo político proisraelí Javier Milei promete fragmentar aún más la respuesta de la región.

En Brasil, el presidente Luiz Inácio Lula da Silva, que pretendía desempeñar el papel de estadista experimentado y mediador mientras su país presidía el Consejo de Seguridad de la ONU, emitió inicialmente condenas más cautas hacia Israel que algunos de sus vecinos. Pero las recientes polémicas sobre la agencia de inteligencia israelí, que hizo creer que Brasil había seguido órdenes israelíes de detener a supuestos miembros de Hezbolá en Brasil, y la reunión del embajador israelí con Bolsonaro han agriado aún más las relaciones en las últimas semanas.

A diferencia de Estados Unidos, Europa Occidental y el grueso de la OTAN, tanto China como Rusia reconocen la condición de Estado de Palestina, dentro de las fronteras de 1967 y con capital en Jerusalén Este. Pero ninguno de los dos Estados ha hecho de la defensa de los derechos palestinos un aspecto destacado de su política exterior en los últimos años. A pesar de algunas tensiones por los vínculos de Rusia con Irán y Siria, Israel ha procurado mantener en general buenas relaciones con Rusia, aunque la guerra de Ucrania generó rencor entre el primer ministro Benjamin Netanyahu y el presidente Vladimir Putin.

China, por su parte, ha sido el segundo socio comercial de Israel, y con relaciones lo suficientemente buenas como para que el South China Morning Post proclamara que «los estrechos lazos económicos de Israel con China funcionaban bien (…) hasta el conflicto de Gaza».

India —fiel a su legado nehruviano de no alineación y a la solidaridad de Indira Gandhi con la Organización para la Liberación de Palestina (India fue el primer Estado no árabe en reconocer a la OLP)— también reconoce la condición de Estado de Palestina. Pero el país se ha acercado significativamente a Israel desde la propuesta del primer ministro Rao en 1992. El apoyo de Israel a India en su guerra de Kargil contra Pakistán en 1999 desempeñó un papel importante en este cambio radical.

En la última década, el primer ministro Narendra Modi, aunque ha mantenido formalmente la tradicional posición multilateralista de India, ha ido aún más lejos, convirtiendo los estrechos lazos con Israel en una parte simbólica de su hostilidad nacionalista hindú tanto hacia los musulmanes del país como hacia el histórico enemigo pakistaní. Apartándose de su posición multilateral de siempre, India incluso se abstuvo en la votación de la Asamblea General de la ONU del 27 de octubre que pedía una tregua en Gaza para allanar el camino al cese de las hostilidades. Y lo que es más importante, India es ahora el mayor comprador de armas israelíes del mundo.

De los países BRICS, Sudáfrica es el que se ha mantenido más firmemente partidario de denunciar el apartheid israelí. El gobierno ha retirado a su embajador y el parlamento ha pedido la ruptura total de las relaciones diplomáticas hasta que Israel acepte un alto el fuego.

¿Un apoyo en decadencia?

La magnitud de las represalias israelíes en Gaza lo cambia todo, por supuesto. Alentados por la creciente marea de la opinión pública, muchos gobiernos han denunciado la matanza masiva de civiles inocentes por parte de Israel y sus violaciones del derecho internacional y de los derechos humanos básicos.

Esto es especialmente cierto en Oriente Medio, donde la cuestión ha vuelto a galvanizar a la opinión pública. En la cumbre conjunta de la Liga Árabe y la Organización de Cooperación Islámica celebrada el 11 de noviembre en Riad, los jefes de Estado rechazaron la idea de que Israel actuara en defensa propia, instaron al Tribunal Penal Internacional a investigar los «crímenes de guerra» israelíes, pidieron que se prohibiera la venta de armas a Israel y exigieron que la ONU adoptara una resolución vinculante para detener la agresión israelí. Fue una muestra desmesurada de unidad en una región por lo demás dividida, con la visita de un presidente iraní a Arabia Saudí por primera vez desde 2012.

Aunque cargada de retórica, la cumbre de Riad se quedó corta a la hora de dar pasos concretos. Propuestas como romper los lazos económicos, cortar el suministro de petróleo o impedir el tránsito de armas estadounidenses hacia Israel no obtuvieron la aprobación unánime. Pero los Estados árabes, cada vez más frustrados por lo que consideran un pase libre de Occidente a Israel por sus atrocidades, están empezando a recurrir a mayores juegos de poder geopolítico. La reciente visita a China de los ministros de Asuntos Exteriores de los Estados árabes y de mayoría musulmana fue un paso audaz para la región, aunque se anunciara como la primera parada de una gira diplomática más amplia. También fue muy bien recibida en Pekín, donde el ministro de Asuntos Exteriores, Wang Yi, denunció el «castigo colectivo» de Israel a los palestinos.

Pero Israel aún conserva mucho apoyo en países de todo el mundo. En Estados Unidos, América Latina y el África subsahariana, la influencia de los cristianos sionistas y las iglesias evangélicas ha proporcionado a Israel poderosos amigos. El apoyo inquebrantable de Ghana a Israel en esta crisis actual se basa tanto en el credo personal del presidente evangélico Nana Akufo-Addo como en su cortejo político a los cristianos evangélicos. En Ghana, como en el resto de África, hace tiempo que desapareció el espíritu tercermundista que impulsó a veintinueve países africanos a romper relaciones con Israel a raíz de la guerra de 1973.

En Occidente Israel ha sabido movilizar eficazmente a los grupos políticamente poderosos que le apoyan. La idea de que Israel forma un baluarte occidental en Oriente Medio, en medio del creciente temor a la menguante influencia global de Occidente, prospera mucho en los círculos conservadores. Y la noción de que «Israel es el antídoto contra la decadencia de Occidente» domina ahora también el discurso de la extrema derecha. Incluso en Europa, donde las raíces antisemitas de la derecha radical son profundas, en los últimos años se ha visto cómo la islamofobia y la resistencia a la inmigración adquirían un lugar más destacado en los sistemas de creencias de la extrema derecha.

Una pregunta crucial, por tanto, es cómo responderá el centro político. Dicho de otro modo, ¿qué narrativa prevalecerá? ¿Dónde acabará Europa —en la que sectores significativos de la población son propalestinos y la clase política está más dividida que en Estados Unidos—? ¿Seguirá la corriente política dominante el camino propugnado por la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, una acérrima proisraelí? ¿O se unirán las voces europeas convencionales al llamamiento del exministro francés de Asuntos Exteriores Dominique de Villepin para que Occidente «abra los ojos»?

El renovado vasallaje de Europa hacia Estados Unidos desde que comenzó la guerra de Ucrania no augura una posición verdaderamente independiente en el conflicto palestino-israelí. Por otro lado, los riesgos de una reacción violenta de su propio electorado también están empezando a orientar a los políticos europeos hacia una diplomacia más cauta, lo que necesariamente implica mayores críticas a Israel. Ya estamos viendo cómo los políticos modifican tímidamente sus posiciones iniciales a medida que aumentan las masacres israelíes, estallan rebeliones parlamentarias en los escaños traseros y las encuestas de opinión pública y las protestas reflejan un importante descontento popular.

Que la comunidad internacional presione más a Israel en busca de una solución política a largo plazo dependerá, en última instancia, del alcance de la indignación pública mundial, que a su vez dependerá de cuánto más esté dispuesto a avanzar Israel en su actual violencia contra la población civil.

En conflictos anteriores, el número de muertos palestinos ha sido varias veces superior al de israelíes. En la guerra de Gaza de 2014, murieron 67 soldados y 6 civiles israelíes, frente a 2251 palestinos (el 60% de ellos civiles, según el Consejo de Derechos Humanos de la ONU). En el actual asalto a Gaza, al momento de escribir estas líneas, vemos un número de muertos palestinos de alrededor de 16000, de los cuales el 40% son niños, frente a los aproximadamente 1200 israelíes muertos en el horrible ataque de Hamás.

En términos relativos, por tanto, las matanzas de Israel han sido proporcionalmente coherentes con los castigos anteriores que ha infligido a los palestinos. Pero en términos absolutos, estas cifras cuentan una historia diferente. Con más de 1,7 millones de desplazados internos y más de la mitad de los edificios del norte de Gaza dañados o destruidos, el nivel de destrucción de vidas y medios de subsistencia palestinos no tiene precedentes.

Grietas en el consenso

Históricamente, Israel ha podido mantenerse firme a pesar de la condena internacional generalizada porque ha contado con el apoyo incondicional de Estados Unidos. Es poco probable que ese apoyo cambie drásticamente, pero existen grietas significativas en torno a ese consenso. Desde hace varios años, la opinión pública de Estados Unidos ha ido cambiando constantemente en relación con la cuestión palestino-israelí. Por primera vez, decenas de congresistas del partido del presidente han roto con él en esta cuestión, pidiendo un alto el fuego. Al parecer, en el Departamento de Estado hierve el descontento por el cheque en blanco de la administración Biden a Israel.

Si las masacres continúan, incluso Estados Unidos podría verse en la necesidad de elevar su descarado unilateralismo proisraelí a nuevas cotas. Sin embargo, esto también podría perjudicar la posición de la administración ante la opinión pública estadounidense, sobre todo ante los votantes más jóvenes de la base demócrata, así como ante la comunidad internacional, con China y Rusia cosechando los beneficios de tal aislamiento.

Para Israel, por tanto, existe la posibilidad real de una victoria militar pírrica con un resultado político perjudicial, si realmente tiene éxito militar. Algunas de sus principales incursiones diplomáticas de los últimos años ya están en la cuerda floja. Puede que a Israel no le importe. Después de todo, en el pasado ha arado a través de una gran hostilidad internacional, cultivando poderosos aliados y su propia disuasión nuclear para contrarrestar esa oposición. Una forma de ver los recientes logros diplomáticos de Israel es considerarlos como amortiguadores diseñados para suavizar los golpes cuando se avecina una crisis internacional. ¿Qué son unas cuantas disputas diplomáticas y embajadores retirados en el gran esquema de las cosas? Si la creciente hostilidad internacional hacia Israel no se convierte en una verdadera amenaza para el poder militar o la posición económica de Israel, es poco probable que se imponga a las preocupaciones políticas internas de Netanyahu o a la percepción de sus prerrogativas en materia de seguridad.

Tras un prolongado paréntesis, la cuestión palestina vuelve a estar sobre la mesa. Pero el interrogante sigue siendo si la escala de la limpieza étnica y la violencia letal de Israel desencadenarán un cambio de paradigma que erosione fundamentalmente la legitimidad de Israel, y si este momento decisivo significa que la difícil situación palestina se niega a desaparecer de la vista como tantas veces lo ha hecho en el pasado.

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Publicado en Artículos, Guerra, homeIzq, Imperialismo, Israel, Palestina and Relaciones internacionales

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