Press "Enter" to skip to content
Destrozos en el Senado por la ocupación de manifestantes bolsonaristas, en Brasilia, el pasado 8 de enero. (Marcelo Camargo, vía Wikimedia Commons)

El asalto a Brasilia

Algunas reflexiones sobre el levantamiento que llevó adelante este domingo la extrema derecha brasileña, compuesta por el sector más radical del bolsonarismo.

El domingo por la tarde, algunos miles de manifestantes vestidos con camisetas de fútbol de la selección brasilera invadieron los edificios donde funcionan los tres poderes del Estado: el palacio presidencial de Planalto, el Congreso y el Tribunal Supremo de Justicia. El objetivo de quienes participaron puede haber sido una puesta para generar una insurrección que quebrara el orden público, obligando a las fuerzas armadas a intervenir, que en ese acto se desplazada al gobierno en ejercicio de Lula Da Silva, y que terminara por devolver el poder a Jair Bolsonaro.

De haber sido así, ya que a esta altura es todavía difícil saberlo, la jugada, sumamente pretensiosa, no salió de acuerdo a los planes. A pesar de que los manifestantes lograron ingresar a los edificios, ante la nula resistencia de las fuerzas de seguridad presentes, no lograron su cometido: cinco horas después las fuerzas de seguridad retomaron el control de los edificios, arrestaron a más de1200 manifestantes y Lula Da Silva decretó la intervención federal de Brasilia, gobernada por el bolsonarista Ibaneis Rocha, a la par que se dictó la orden de captura de Anderson Torres, Secretario de Seguridad de Brasilia, quien se encuentra en los Estados Unidos y se sospecha que visitó Orlando, lugar donde se cuenta Jair Bolsonaro desde su huida de Brasil. Rocha despidió a Torres, pero no pudo evitar quedar en la posición más incómoda imaginable.

En la mañana del lunes, mientras Lula ya había tomado el control de Brasilia, otro grupo de militantes bolsonaristas intentaron bloquear los accesos en San Pablo, rodeando además varios edificios militares. Otra vez fracasaron, y fueron desalojados.

Frente a lo que ocurrió, algunas reflexiones rápidas:

1. La derrota electoral de Bolsonaro disolvió el bloque derechista que conducía, y la autonomización de la extrema derecha es una de sus consecuencias.

El bolsonarismo emergió en una situación excepcional dentro de la política de Brasil: la caída de los partidos tradicionales desde la transición democrática y el encarcelamiento y proscripción de Lula da Silva. Su llegada fugaz a la presidencia permitió a la ultraderecha de Brasil, marginal antes de la llegada de Bolsonaro al poder, convertirse en la identidad política hegemónica de la derecha. Su derrota electoral, y principalmente la falta de apoyos para desconocer el resultado de las elecciones generó una ruptura en su alianza política: la extrema derecha (quienes no reconocen la soberanía popular, ni encuentran ningún valor en el ejercicio de la democracia e impulsan un cambio de régimen autoritario) se autonomizó de la derecha radical (los sectores que entienden a la derrota de Bolsonaro como una posibilidad válida y que intentarán reconstruir su propuesta política para convertirla en mayoritaria en el menor tiempo posible, según las reglas básicas de competencia democrática).

Con el asalto de la extrema derecha ya derrotado, el escenario más probable es el del ensanchamiento de la brecha entre ambas formas contemporáneas de ultraderechismo, algo que ya podemos ver en las piruetas políticas de los gobernadores que fueron electos como bolsonaristas, en especial en Brasilia.

Por otro lado, la dificultad de Bolsonaro para pronunciarse tanto sobre el ataque, como del resultado de las elecciones cuando fue expulsado de la presidencia, señala la indecisión del expresidente de Brasil para decantarse por una de las dos “almas” de la ultraderecha.

2. La extrema derecha, es decir el sector más radical del bolsonarismo (y no su masa total de apoyos y votantes), solo puede actuar de manera performativa.

Una de las dudas centrales de lo que ocurrió el domingo es saber si el ataque fue espontáneo u orquestado. La sincronía del ataque y la presunta colaboración política de las autoridades a cargo de la gestión de la seguridad de los edificios indica que existió algún grado de coordinación entre los manifestantes y alguna autoridad política ligada al bolsonarismo. Por otro lado, la presencia del Secretario de Seguridad de Brasilia en los Estados Unidos, la presencia de Bolsonaro en Orlando, y los dichos de Steve Bannon en la pasada reunión de la CPAC en México, donde instó a Bolsonaro a desconocer el resultado de las elecciones y a los seguidores de Bolsonaro a resistir en las calles, señala que existe un vínculo claro entre el exilio estadounidense del clan Bolsonaro, los circuitos de ultraderecha de los Estados Unidos y lo que ocurrió el domingo en Brasil.

Pero, por otro lado, la apuesta resulta extraña. Cabe recordar que, cuando estallaron las manifestaciones bolsonaristas luego de la derrota electoral, fue el propio ex vicepresidente de Brasil, el general retirado Hamilton Mourão, quien publicó vía Twitter que era imposible para el ejército dar un golpe de Estado debido a la frágil situación internacional en la que eso dejaría Brasil. Por supuesto, Mourão también era consciente en que sin el apoyo de los Estados Unidos —que fue uno de los primeros países en reconocer el resultado de las elecciones a favor de Lula— era imposible siquiera intentar un golpe de Estado. Hoy, con el gobierno de Lula ya en funciones, las posibilidades del ejército de interrumpir un mandato presidencial reconocido internacionalmente (y de la enorme popularidad de la que goza Lula), es prácticamente imposible.

Con esto queremos decir que, si el ataque fue pergeñiado por el clan Bolsonaro y los políticos en funciones que le son fieles, es sorprendente la falta de cálculo, de previsión y perspectiva. Hoy Bolsonaro se encuentra en una situación mucho más frágil que ayer, ya que se le suma a sus espaldas un nuevo fracaso, haya sido o no el autor intelectual del asalto a Brasilia. De cualquier manera, lo que ocurrió el domingo muestra principalmente los límites políticos, ideológicos e intelectuales de la extrema derecha, tanto de sus dirigentes políticos que alcanzaron (excepcionalmente) posiciones de gobierno gracias a la explosión electoral del bolsonarismo.

Por último, los manifestantes que invadieron el Planalto izaron una bandera del Imperio de Brasil, una extraña similitud con la célula de extrema derecha alemana que intentó hacer lo propio en el Reichstag con la bandera imperial prusiana. No es una sorpresa, ya que sabemos que la extrema derecha intenta rechazar todos los principios modernos de soberanía popular y del autogobierno del pueblo, pero sí es una coincidencia llamativa, también por su carácter inútil (ni en Brasil ni en Alemania hay posibilidad alguna de un retorno a cualquier fantasía imperial).

3. El peso del bolsonarismo en las fuerzas armadas y de seguridad es el verdadero problema con el que Lula deberá lidiar.

La base más sólida de apoyos de la ultraderecha contemporánea suele estar en las fuerzas armadas y de seguridad. Ocurre con Trump en los Estados Unidos, con Vox en el Estado español, y ocurre con el caso de Bolsonaro. Aun así, las dinámicas de esa relación entre las fuerzas armadas y los ultraderechistas no son lineales.

En el principio de su gobierno, Bolsonaro hizo todos los esfuerzos posibles para partidizar a las Fuerzas Armadas y para convertirse en el líder político (y civil) del ejército. Para tal fin, plagó la administración pública de militares. En antes de Bolsonaro solo un funcionario era militar de profesión, cuando Bolsonaro se fue había 84. En Salud, ministerio que aprobó la utilización de medicamentos no testeados contra el COVID-19, la presencia de militares aumento casi un 500%.

Pero esto no funcionó del todo bien. Cuatro meses después de asumir la presidencia, Bolsonaro (y en particular sus hijos) entraron en una pelea contra el general Carlos Alberto Dos Santos Cruz, el militar más prestigioso de Brasil e internacionalmente reconocido luego de que ejerciera como jefe de la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití en 2007 y como comandante de las tropas de Naciones Unidas que intervinieron en República Democrática del Congo en 2013.

El general Dos Santos Cruz había sido convocado como secretario de Gobierno, pero perdió la confianza del clan Bolsonaro cuando el astrólogo Olavo de Carvalho, y la figura intelectual de ultraderecha más importante de Brasil hasta su muerte, lo consideró demasiado centrista (o muy poco derechista). Bolsonaro lo echó junto con otros militares de cierto prestigio ideológicamente cercanos a él.

De forma algo esquemática, podríamos decir que a medida que el gobierno de Bolsonaro fue avanzando, su relación con los altos mandos de las Fuerzas Armadas fue degradándose. Esto llegó al punto absurdo donde Steve Bannon (seguramente en coalición con los hijos de Bolsonaro) declaró en 2019 que el vicepresidente Mourão debería renunciar y convertirse en opositor. Por otro lado, Bolsonaro también se ha ocupado de dejar al gasto militar fuera de las políticas de ajuste neoliberal, por lo que la relación no es sencilla.

Por otro lado, si bien es posible rastrear la relación de Bolsonaro con los altos mandos militares, es mucho más difícil hacer lo mismo con el resto de las fuerzas de seguridad, particularmente con las policías. Si hacemos otros casos, recordemos que fue la policía, y no el ejército, la que le dio el apoyo necesario a Recep Tayyip Erdoğan en Turquía para resistir un intento de golpe de Estado que le permitió virar hacia la ultraderecha, permitiendo entrar al gobierno al Partido del Movimiento Nacionalista y a la organización de extrema derecha Los Lobos Grises.

Por último, la confraternidad que mostraron agentes de la Policía Militar durante el asalto a Brasilia, donde se sacaron fotos y conversaron con los manifestantes bolsonaristas, alerta sobre la capilaridad de los apoyos a Bolsonaro dentro de los efectivos. El nombramiento de Flavio Dino como ministro de Justicia y Seguridad, miembro del Partido Comunista de Brasil, puede tensar todavía más la cuerda, aunque también una agenda progresista en materia de seguridad y en la formación de los efectivos parece ser el único camino posible. No será fácil.

4. El fracaso de la extrema derecha en Brasil nos permite pensar en el peso real del Bolsonarismo en la sociedad de Brasil y poner en perspectiva la muy buena última elección de Bolsonaro.

Las elecciones mostraron que el bolsonarismo es la identidad política hegemónica del derechismo en Brasil. Ahora bien, esto debe ser compensado con el hecho de que la incorporación de la centro-derecha a la coalición de Lula dejó al anti-petismo con una sola opción electoral. Sin otra opción disponible, si entendemos que el resto de las candidaturas eran solo testimoniales (y en su mayoría su principal objetivo era negociar con Lula a último momento, en una mejor posición), Bolsonaro concentró a una base de votantes más bien amplia que coincidían en su oposición a una vuelta de Lula al poder.

Esto no significa que Bolsonaro no cuente con un núcleo importante de apoyos que se ubican en la ultraderecha y que se encuentran insertos en la sociedad de formas más bien variadas, pero no significa que ese núcleo conduzca políticamente a los 58 millones de personas que votaron por Bolsonaro en la segunda vuelta electoral.

5. La insurrección de la ultraderecha en Brasil es un hecho incómodo para la ultraderecha global, que termina por mostrar las complejidades y las contradicciones de ese universo.

La recepción de la ultraderecha global de lo que ocurrió es más que interesante. Giorgia Meloni, quién ya había mostrado ciertas divergencias con algunos de sus socios de la ultraderecha —como por ejemplo con Steve Bannon y Santiago Abascal— condenó el ataque, algo que también hizo la ex candidata de Vox en Andalucía Maracarena Olona, quién se encuentra en la actualidad buscando su lugar en el mundo.
Por su parte, otros recibieron la noticia con entusiasmo: Hermann Tertsch, eurodiputado de Vox, y Javier Milei, el candidato de ultraderecha para las próximas elecciones en Argentina, compartieron en Twitter las publicaciones de diferentes medios digitales e influencers de ultraderecha que celebraban el comienzo de un levantamiento popular (luego de unas horas Milei borró esos retwitts. La cuenta original que los había publicado, La Derecha Diario, también eliminó los twitts originales, aunque existen las capturas). Luego del fracaso, ambos compartieron publicaciones que decían que la toma de los edificios fue una operación de bandera falsa orquestada por el PT. Incluso, Milei interactúo con un posteo que lo comparaba (de forma bastante confusa) con la quema de Reichstag.

Para salvar a sus miembros de la vergüenza pública, el espacio ultraderechista Foro Madrid publicó un comunicado que fue compartido por buena parte de los ultraderechistas de la región y que los excluye de tener que usar sus propias palabras.

Una mención especial es para José António Kast, el líder del Partido Republicano en Chile, quién afirma que Lula hizo fraude electoral y desconoce el resultado de las elecciones, sin dudas el más frontal de los líderes de ultraderecha en América Latina. Aun así, publicó un twitt donde dice que rechaza la violencia. Por otro lado, ni el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, ni el alcalde de Lima, el ultraderechista Rafael López Aliaga, hicieron púbico ningún tipo de comentario.

Por último, es probable que el fracaso del asalto a Brasilia termine por aislar a Bolsonaro en términos internacionales, que sólo recibirá apoyos de Trump, quién tampoco pasa por sus mejores días, de Steve Bannon, y de alguna que otra figura más del universo del ultraderechismo. Algunos pueden querer confraternizar con un golpista, pero pocos querrán estar cerca de un golpista que encima fracasó en su empresa.

6. Tenemos que evitar el alarmismo.

El objetivo central de la extrema derecha es generar un estado de excepción. Ayer, los grupos más radicales de la ultraderecha en Brasil protagonizaron una insurección atípica, todavía confusa y hasta inclasificable. Si su intento fue demostrar su poder de acción y movilización, el asalto sobre Brasilia fue un fracaso rotundo.

Lo mismo vale si es que el objetivo era mostrar a las fuerzas armadas y de seguridad que había un capital civil para apoyar una interrupción del orden democrático. Si en cambio, esto es el inicio de una pelea por el liderazgo de la derecha brasileña que toma las calles como escenario de disputa, entonces todavía es temprano para hacer un balance.

Si analizamos lo ocurrido ayer en Brasil con lo que pasó en los Estados Unidos, la Toma del Capitolio inauguró un proceso que terminó en un revés para el trumpismo en las elecciones de medio término, donde se creía que las candidaturas de derecha radical dentro del Partido Republicano lograrían una cómoda victoria, algo que no ocurrió.

Los límites de la extrema derecha y su más que probable entrada en repliegue en el caso de Brasil no significa que la ultraderecha se encuentre en descomposición. La derecha radical, presente de formas múltiples en la sociedad brasileña va a pujar por su rearticulación, aun si debe encontrar liderazgos alternativos a los del clan Bolsonaro. Mucho del futuro próximo de Brasil, y de las posibilidades reales de la ultraderecha de retornar al poder, dependerá de qué Lula es el que volvió al poder.

Cierre

Archivado como

Publicado en Artículos, Brasil, homeIzq, Ideología, Partidos, Política and Sociedad

Ingresa tu mail para recibir nuestro newsletter

Jacobin Logo Cierre