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Protesta de mujeres en Irán contra el uso obligatorio del hiyab, tras el asesinato de Mahsa Amini (Foto Getty images)

Revolución iraní, islam político y capitalismo global

Irán está en un momento sin retorno. La ira de la gente está superando el poder coercitivo del régimen. Y al considerar la valentía de la nueva generación, completamente separada de la ideología islámica, podemos esperar que la República Islámica no sobreviva por mucho tiempo.

Estamos viviendo una revolución social en Irán. Pero nombrar esta revolución y movimiento como feminista causa miedo en los corazones y tartamudeo en la lengua. A pesar de todos los temores y dudas, una cosa es obvia: este es el levantamiento de las mujeres de todo Irán.

Las protestas que se extendieron rápidamente por el país tras el asesinato de Mahsa Amini son una muestra de las luchas de las mujeres en contra del hiyab obligatorio en los últimos años y siguen la trayectoria de las Girls of Enghelab Street, así como de otras formas similares de desobediencia civil como fueron los levantamientos nacionales de 2017 y 2019. Aunque las múltiples crisis económicas, sociales y políticas han acelerado este movimiento, el levantamiento está fuertemente vinculado con la voz de las mujeres.

¿Quién puede ignorar la ola tormentosa de Mahsa (sin olvidar a Hadis Najafi) y resistir el impulso de susurrar la consigna principal de este movimiento: «¡Mujer! ¡Vida! ¡Libertad!»? Este eslogan fue originalmente creado por las feministas kurdas en Turquía en 1987. Más tarde, las Saturday Mothers, que se reunían todos los sábados en Estambul para pedir aclaraciones sobre la desaparición forzada de sus seres queridos, corearon esa misma consigna, que ahora se puede escuchar no solo en las calles de Irán, sino en todo el mundo.

La muerte de Mahsa no ha sido una muerte ordinaria sino un asesinato de Estado que, fuera de la cobertura de los medios, sucede todos los días en Irán. Su muerte fue la muerte de todas nosotras. Cuando las mujeres jóvenes y de mediana edad se reunieron frente al hospital donde murió, gritaron: «Mahsa podría ser mi hija, podría ser cualquiera de nosotras» y «¡Todas somos Mahsa!». Mahsa no es simplemente una mujer: es el símbolo de la resistencia a la opresión que ejerce la República Islámica, el símbolo de todos los reprimidos: estudiantes, trabajadoras, maestras, pobres marginados, minorías étnicas, etc. Cada uno de estos grupos está violentamente subyugado bajo el régimen de la República Islámica y es por eso que esto no es simplemente una lucha contra el hiyab obligatorio, sino una lucha contra todas las opresiones que las mujeres iraníes viven todos los días en el hogar, el trabajo, las escuelas, las calles, en nuestros espacios personales y privados. El islamismo político está en todas partes.

El Islam Político apareció en Irán tras la derrota de la revolución popular de 1979 como un movimiento político burgués y reaccionario que superó sin duda desde hace mucho las fronteras de Irán para extenderse por todo el globo —especialmente por Oriente Medio y el Norte de África— como maniobra de las derechas para someter a las clases populares empobrecidas y a los pueblos minorizados combatientes (principalmente los kurdos) y derribar los movimientos de izquierda anticapitalistas de toda la región.

La cosmovisión que sustentan los regímenes islamistas es una manifestación más de la hegemonía cultural del capitalismo heteropatriarcal que se extiende incesantemente durante todo el siglo XX en contra de las organizaciones de mujeres que, en distintos países de Oriente Medio, incluido Afganistán, luchaban desde principios de siglo contra el patriarcado antes de ser arrasadas y masacradas por los talibanes.

Capitalismo y patriarcado

Es importante historizar porque el capitalismo y, muy especialmente, el patriarcado tienden a naturalizar lo que es y lo que no puede ser. De ahí el recurrente olvido de las marchas de las mujeres del 8 de marzo de 1979 que protestaban contra las medidas misóginas del régimen, así como de las mujeres persas, kurdas, afganas, árabes, turcas, amazigas y de otras muchas sociedades de Oriente Medio y del Norte de África que luchan incesantemente por la emancipación en contra de la naturalización de lo que es ser «mujer», especialmente «mujer de país musulmán». Es como si nos refiriéramos a las mujeres francesas, vascas, catalanas o inglesas como «mujeres de países cristianos» o directamente «cristianas».

El Islam Político es un régimen e ideología que engloba distintos movimientos de derecha contrarios a los derechos humanos y que niegan a las mujeres su condición de persona. Por eso es importante que los feminismos europeos, socialistas, antirracistas, decoloniales y poscoloniales comprendan la especificidad de este contexto para no reproducir esencialismos de ningún tipo: ese debería ser el germen de la praxis feminista radical, el principio de que «no se nace mujer, se llega a serlo».

Para nosotras no existe «la mujer», igual que no existe «el negro» ni «la mujer musulmana». Creerlo sería un ejercicio de fetichización. Existen mujeres, en plural, no como dato biológico sino como clase, igual que no existen las musulmanas ni las negras como dato biológico, sino como clase o grupo social. Y en tanto que las mujeres y los hombres no nacen, sino que se hacen, se hacen dentro de sistemas materiales de dominación patriarcal, capitalista y colonial. No asumir esto implica biologizarnos para naturalizarnos con el objetivo de seguir percibiéndonos como eterna y esencialmente musulmanas, como mujeres musulmanas que están conformes con vivir en países donde el Estado es islámico porque —se supone— representa nuestras ideas religiosas (cuando hay una enorme diversidad de creencias).

Luchar contra la fetichización de la religión, de la cultura y de cualquier fenómeno social o atributo identitario que desdibuja, invisibiliza y naturaliza las estructuras políticas de la violencia contra las mujeres de cualquier país es un deber ético-político. No hay escapatoria de esa responsabilidad si nos definimos como feministas socialistas. Las identidades políticas pertenecen siempre a estructuras políticas; lo que hace falta no son políticas identitarias multiculturales, sino nuevas estructuras políticas, económicas y sociales, imaginadas, organizadas y construidas por todas.

Para pensar, hablar y luchar por la emancipación y la libertad no hace falta tener una identidad determinada, sino un conocimiento situado. He ahí nuestra insistencia en que el movimiento feminista global preste más atención a las mujeres kurdas que luchan por la libertad de su pueblo, que lean y escuchen a las mujeres persas, afganas, turcas, amazigas, egipcias y tunecinas —que no somos pocas— para entender y visibilizar el carácter global del movimiento del Islam Político y de sus formas de crear hegemonía en diversos sectores de las sociedades de todo mundo mediante divisas, armas y fe, como hacen el resto de regímenes imperialistas.

Nuestra praxis feminista radical está ligada a la lucha anticapitalista y el análisis marxista que insiste una y otra vez en señalar que el Islam Político es un dispositivo de gobierno y control por parte de las élites y los sectores de derecha de estas regiones que se desplegó ferozmente tras la Guerra Fría para integrarse en las estructuras del capitalismo global.

En la tumba de Mahsa en Saqqez las mujeres de luto se quitaron el hiyab y ondearon sus pañuelos en el cielo, como si los pañuelos hubieran encontrado su verdadera función como parte de la danza kurda, para dejar de ser un grillete de su cuerpo que coloniza toda su identidad y personalidad. Este extraordinario mensaje llegó a todo Irán, con hombres y mujeres marchando por las calles con los puños en alto y el viento en el pelo: «no viviremos bajo la opresión». Las universidades y las escuelas, en silencio hace un tiempo, están ahora llenas de mujeres que se han quitado el hiyab y llaman a la huelga en sus departamentos. En las ciudades más pequeñas y empobrecidas de Irán la gente también grita, pero por primera vez dice «hermana» en lugar de «hermano».

Mahsa somos todas

Entre la gente hay tanta esperanza como miedo. Pero el levantamiento es glorioso, y expresa la unidad y la solidaridad nacional entre kurdos, turcos, farsis, gilakis, lors, baluchis… La gente se ha enviado un mensaje entre sí: «No teman! ¡No temas! ¡Estamos todas juntas!». La respuesta de la República Islámica ha sido convertir estas gloriosas manifestaciones en zonas de guerra. Muchas personas fueron asesinadas y arrestadas, incluidas activistas feministas, periodistas y estudiantes. Además, desde los primeros días del levantamiento, la República Islámica restringió el acceso a Internet, por lo que es difícil obtener noticias de Irán.

Todos sabemos que bloquear las comunicaciones y los medios de información es una de las tácticas favoritas de las democracias capitalistas, sean evangélicas, anglicanas o católicas. La táctica no es monopolio de las repúblicas islámicas, y la guerra necroliberal de Ucrania lo demuestra. Así, es posible que no sepan que Kurdistán tiene muchas de sus ciudades en huelga total o que las fuerzas del régimen crearon un baño de sangre en Zahedan (sureste de Irán) al matar a decenas de baluchis que protestaban en las calles, mientras el Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica bombardea el Kurdistán iraquí.

Mientras muchos países están siendo testigos de manifestaciones en apoyo y solidaridad con el levantamiento de Irán, los movimientos profascistas y neomisóginos de extrema derecha se extienden por todo el globo, con monárquicos que gritan «Hombre, Patria, Prosperidad» contra el movimiento iraní de «Mujeres, Vida, Libertad», en la misma línea que el movimiento #BlackLivesMatter es contraatacado por los discursos #AllLivesMatter o el movimiento y la lucha feminista por los discursos de #NotAllMen.

Entretanto, se prohíben de nuevo el aborto y los matrimonios gay, se multiplican los ataques contra las personas trans en la red y las calles se llenan de supremacistas blancos golpeando a los más pobres. Es parte de la ola reaccionaria que las sociedades patriarcales y supremacistas tienden a reforzar cuando la pobreza, el despojo y la exclusión se vuelven cotidianos. De una manera no del todo metafórica, podríamos decir que estos movimientos y partidos políticos están tratando de restablecer el dominio de un nacionalismo centrado en la dominación masculina à la Pahlavi en todo el mundo. Si la República Islámica obligó a las mujeres a usar el hiyab, el régimen de Pahlavi las obligó a quitarse el hiyab para mostrar un rostro moderno y aceptable en los países occidentales. Es evidente que ambos perciben a las mujeres como objetos sexuales sin derecho a elegir y sin derecho a controlar su cuerpo.

Irán está en un momento sin retorno. La ira de la gente está superando el poder coercitivo del régimen. Y al considerar la valentía de la nueva generación, completamente separada de la ideología islámica, podemos esperar que la República Islámica no sobreviva por mucho tiempo.

Mahsa (Zhina) Amini no es solo una persona: su nombre se ha entrelazado con los nombres de todas las otras mujeres que han sido arrestadas, torturadas y asesinadas por la República Islámica. Como está escrito en su tumba, su nombre será inmortal. Su nombre es nuestro símbolo. Su nombre es nuestra señal para derrocar los cimientos de los regímenes heteropatriarcales y capitalistas en todo el mundo.

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