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El expresidente de Brasil y candidato del PT, Luiz Inácio Lula da Silva, durante una rueda de prensa al final de la primera vuelta electoral, el 2 de octubre de 2022. (Foto: Alexandre Schneider / Getty Images)

Triunfo de Lula y sorpresa de Bolsonaro

Traducción: Valentín Huarte

Lula ganó la primera vuelta de las elecciones presidenciales de Brasil y todo indica que también ganará la segunda. Pero Bolsonaro y sus aliados superaron toda expectativa y la amenaza de la extrema derecha sigue pesando sobre Brasil.

El domingo 2 de octubre los brasileños acudieron a las urnas a votar su próximo presidente, 27 gobernadores, un tercio del Senado, 513 diputados y miles de autoridades locales y estatales.

Durante la campaña, el expresidente de izquierda, Luiz Inácio Lula da Silva, encabezó todas las encuestas contra el presidente de turno de la extrema derecha, Jair Bolsonaro. Aunque la victoria de Lula en la primera vuelta nunca estuvo garantizada, los analistas confiaban en que el expresidente se impondría sobre su oponente con un amplio margen y en el marco de otras reconquistas de la izquierda, entre las que destacaban la posibilidad de volver al gobierno en el estado de São Paulo y en el de Minas Gerais.

Sin embargo, Bolsonaro superó las expectativas de todas las encuestas y entró en la segunda vuelta con muchos más votos de los esperados en estados clave con São Paulo, Minas Gerais y Rio. Cuando terminó el día, Lula tenía el 48,8% de los votos y Bolsonaro el 43,2%.

Habiendo asegurado de esta manera la posición de una gran cantidad de diputados, senadores y alcaldes, la extrema derecha conservadora de Brasil no muestra signos de estar perdiendo fuerza. ¿Cómo llegamos a esto?

Una disputa polarizada

Las históricas elecciones del domingo mostraron niveles de polarización sin precedente entre los partidarios de Lula y los de Bolsonaro. Otros candidatos que probablemente habrían sido competidores importantes en otro año electoral, como Ciro Gomes y Simone Tebet, ni siquiera llegaron al 5%. La retórica de las coaliciones de Lula y de Bolsonaro dejaron poco espacio para cualquier tipo de tercera posición. Ambos candidatos implementaron estrategias de campaña claras y distintas: Lula defendió los valores democráticos y el pragmatismo político, mientras que Bolsonaro tendió cada vez más a un discurso idólatra y autoritario.

La posición de Lula fue consistente durante el ciclo electoral y mantuvo siempre en el centro la oposición a Bolsonaro y la defensa de la democracia. El recorrido del exsindicalista desde su primera campaña presidencial de 1988 es largo. Aunque en un primer momento ocupó una posición de izquierda bien definida, el triunfo de 2002 lo acercó a la centroizquierda y gobernó con una política de inversión mutua y de colaboración entre los sectores público y financiero.

Ampliamente reconocido y con un índice de aprobación del 87%, Lula abandonó el gobierno como el presidente más popular de la historia brasileña. Pero poco tiempo después, en 2016, su sucesora Dilma Rousseff fue víctima de un proceso de impeachment que muchos definieron como un golpe parlamentario. El Partido de los Trabajadores (PT) fue demonizado por una derecha revitalizada y Lula terminó detenido por cargos de corrupción. Esto evitó que participara de las elecciones presidenciales de 2018.

En 2019, después de que la Corte Suprema decidió anular su condena y dejarlo en libertad, Lula no tardó en posicionarse como favorito en las elecciones de 2022. Tuvo la posibilidad de hacer una campaña fundada en vengar su arresto y condenar a la derecha brasileña y a sus exoponentes, que habían apoyado con avidez tanto el impeachment de Dilma Roussef como la «Operación Lava Jato», investigación tendenciosa que culminó en la detención de Lula.

En cambio, Lula optó por una política de conciliación contra lo que percibía como una amenaza mayor, el gobierno de extrema derecha de Jair Bolsonaro. Siempre pragmatista, Lula hizo una coalición que hace poco tiempo muchos habrían considerado imposible. Eligió como compañero de fórmula a Geraldo Alckmin, su histórico adversario y candidato rival en las elecciones presidenciales de 2006.

Alckmin, figura central del partido neoliberal irónicamente llamado Partido Socialdemócrata de Brasil (PSDB), había sido uno de los más ardientes críticos de Lula. Lo acusó de corrupción y apoyó su detención. Ahora retiró lo dicho y es uno de los pilares de la campaña de Lula, en la que los antiguos contendientes ocupan lugares prácticamente equivalentes. A lo largo de todo el ciclo electoral, Lula conquistó el apoyo de personajes de izquierda y de derecha colocando la defensa de la democracia por encima de las diferencias ideológicas.

Esta increíble coalición no fue gratis. Lula hizo una sola promesa: sacar a Bolsonaro y deshacer todo el daño infligido por este demagogo de extrema derecha. Este interés inmediato eclipsó el típico debate sobre políticas concretas y sobre las formas de profundizar el progreso social.

La retórica de su campaña estuvo centrada en el éxito de su antiguo gobierno en vez de en las promesas del futuro. Montado sobre los hombros de una coalición tan amplia, el Lula de hoy no es el sindicalista de los años 1980 ni el presidente de centroizquierda de los años 2000. Su posición tiende cada vez más hacia el centro.

Aferrarse

La campaña de Bolsonaro tocó una nota completamente distinta a la de Lula. Sin el respaldo político, empresarial y militar que lo ayudó a ganar las elecciones en 2018, Bolsonaro cerró filas, profundizó sus ataques contra la izquierda y contra el proceso democrático en general, e intentó pintar el caótico presente del país como una situación idílica.

Desde el comienzo de la campaña, el presidente sembró dudas sobre el proceso electoral, criticó las urnas electrónicas y afirmó que la única manera en la que podía ser derrotado era mediante fraude. Con una táctica similar a la de Donald Trump, Bolsonaro intentó capitalizar su desventaja en las urnas apuntando sus armas contra el proceso electoral. Pero a diferencia de su colega estadounidense, Bolsonaro tiene una relación estrecha con las fuerzas armadas y la problemática historia de intervenciones militares del país generó mucha ansiedad.

Los ataques contra el proceso democrático hicieron que muchos pensaran que Bolsonaro intentaría concretar un golpe militar para garantizar su triunfo. Es evidente que su culto permanente de la dictadura militar, su dependencia de personalidades militares a la hora de completar su gabinete y la previsible falta de alternativas ante la que lo dejaban las encuestas que predijeron la victoria de Lula indican que Bolsonaro estaba abierto a adoptar un curso de acción de este tipo.

Sin embargo, su capacidad para llevarlo a la práctica es otra cosa. El sector empresarial que apoyó a Bolsonaro en 2018 lo abandonó —salvo notables excepciones— en favor de la coalición de Lula. Aunque conserva cierta popularidad entre los rangos menores del ejército, las altas esferas lo criticaron en numerosas oportunidades. Sumado al rechazo de la Corte Suprema de consentir a las denuncias de fraude electoral, esto hizo que las probabilidades de un golpe de Estado exitoso fueran más bien escasas.

Mientras que Lula edificó su campaña sobre la perspectiva de una vuelta a la normalidad, Bolsonaro intentó presentar la situación nacional como signada por el progreso y el crecimiento. Según el presidente, el país atraviesa un período de crecimiento económico y de descenso del malestar social. Estas declaraciones —en medio de una crisis de inflación, récords inéditos de deforestación del Amazonas y violencia creciente contra las minorías y las mujeres— son cuando menos dudosas.

Una de las claves de la estrategia electoral de Bolsonaro fue su recurso creciente a la derecha cristiana evangélica. Con el fin de sumar más votos, buscó el respaldo de los pastores evangélicos, que son una fuerza poderosa entre las clases bajas de Brasil, con el discurso típico de apoyar los valores de la familia, endurecer la mano contra el crimen y oponerse al «comunismo y a la ideología de género».

En definitiva, Bolsonaro intentó garantizar su entrada en la segunda vuelta apostando a que el conservadurismo mantenía su fuerza en la sociedad brasileña, y a ganarse el apoyo de los sectores que rechazan a Lula y la política de izquierda en general. El hecho de que la justicia esté investigando a Bolsonaro por una serie de escándalos de corrupción no fue más que otro elemento que lo incentivó a intentar ganar las elecciones, dado que una derrota podría implicar su detención.

Tercera vía a ninguna parte

Aunque sin duda fueron los candidatos más visibles y populares, Lula y Bolsonaro no fueron los únicos que compitieron por la presidencia. Entre los otros candidatos, Ciro Gomes y Simone Tebet intentaron perfilar una alternativa a la creciente polarización de Brasil. Sin embargo, terminaron naufragando entre dos aguas.

Gomes tiene una larga trayectoria en la política brasileña y fue ministro de Lula. En 2018, cuando la popularidad del PT tocó uno de los límites más bajos de su historia, Gomes decidió disputar la presidencia mostrándose como un pragmatista de centroizquierda y como el único candidato capaz de derrotar a Bolsonaro.

Sin embargo, el recurso al «voto útil» contra la extrema derecha no encontró mucha resonancia en la población y Gomes terminó obteniendo el 12% en la primera vuelta, detrás de Bolsonaro y del candidato del PT, Fernando Haddad, sucesor de Lula. Muchos acusaron a Gomes de dividir el voto de la izquierda y la negativa a apoyar a Haddad en la segunda vuelta no hizo más que fortalecer esta interpretación.

En 2022, Gomes disputó la presidencia de nuevo. Ahora que Lula ocupó la posición de «voto útil» contra Bolsonaro, Gomes recuperó su vieja línea y argumentó que el electorado debería apostar por el idealismo de una tercera vía en contra del voto pragmático. Cuando llegó el día de las elecciones su campaña pareció desmoronarse a su alrededor.

Tebet, una mujer relativamente desconocida hasta hace unos pocos años, ganó cierta visibilidad después de participar en la investigación que inició el Congreso sobre la respuesta de Bolsonaro a la pandemia de COVID-19. Igual que Gomes, esta política de centroderecha fundó su campaña en la alternativa a la polarización. Las notables habilidades retóricas y la imagen de defensora de la democracia y de los derechos de las mujeres ayudaron a poner a la senadora en el foco de la política nacional y la convirtieron en una aspirante inesperada al tercer lugar en la primera vuelta.

Con todo, ninguno de estos candidatos logró persuadir a la población y la idea de la «moderación» fracasó entre el frente democrático de Lula y el discurso de extrema derecha de Bolsonaro. Tebet obtuvo el 4,2% de los votos y Gomes apenas el 3%.

Un final tenso

La tensión entre los partidarios de Lula y de Bolsonaro fue creciendo a medida que se acercaba el día de las elecciones, y los otros candidatos fueron cada vez más marginados como posibles obstáculos a la victoria de uno de los dos contendientes principales. El 7 de septiembre, Bolsonaro convirtió el bicentenario de la independencia brasileña en un espectáculo y politizó el feriado nacional convirtiendo lo que en teoría debería ser un día para unir a todos los brasileños en un importante acto electoral.

Cuando el presidente viajó a Rio de Janeiro, su ciudad natal, y pronunció un discurso ante miles de seguidores en la playa de Copacabana, muchos votantes anti-Bolsonaro comprendieron que el mandatario todavía contaba con una base apasionada y significativa. Contra lo que cabía esperar, no lo acompañó Walter Braga Netto, su compañero de fórmula, sino el televangelista Silas Malafaia y el empresario multimillonario y bolsonarista incondicional, Luciano Hang.

El mismo día en Mato Grosso un hombre que había anunciado su voto a Lula fue asesinado a machetazos por un seguidor de Bolsonaro. Su muerte no fue la última en un mes que acumulaba cada vez más tensión a medida que Bolsonaro crecía en las encuestas y acortaba la distancia que lo separaba del favorito.

Lula tampoco perdió el tiempo. La estrategia del expresidente puso el acento en fortalecer su coalición mediante el recurso a los viejos aliados y hasta a los rivales que no estaban alineados con Bolsonaro.

Gomes sintió que le arrancaban la alfombra debajo de los pies cuando varios incondicionales de su Partido Democrático Laborista y hasta sus propios hermanos manifestaron su apoyo por Lula. El 19 de septiembre Lula se reunió con ocho excandidatos presidenciales, entre los que había representantes de todo el espectro ideológico, desde la izquierda del PSOL hasta el conservador Movimiento Democrático Brasileño, y todos manifestaron su apoyo al expresidente.

La coalición de Lula apostó sobre todas las cosas a obtener el triunfo en la primera vuelta. Este resultado habría obstaculizado significativamente los intentos de Bolsonaro de debilitar el proceso electoral, dado que muchos de los candidatos a nivel estatal y local que apoyaban al presidente no habrían estado dispuestos a poner en duda el resultado a costa de atentar contra la legitimidad de sus propias victorias.

En el último debate presidencial que TV Globo organizó el 29 de septiembre y que históricamente es uno de los escalones más importantes de la campaña electoral, Lula repitió su discurso de volver a la normalidad contra el supuesto crecimiento continuo de Bolsonaro. El debate subió de tono cuando Bolsonaro acusó a Lula de convicto y este contestó que el presidente era un mentiroso.

Pero sin duda la ganadora del debate fue Tebet, que volvió a argumentar contra la polarización, mientras que Ciro Gomes tropezó en varias oportunidades y terminó aislándose de sus bases por aparecer demasiado cerca de Bolsonaro. Durante los últimos días del ciclo electoral, también creció el miedo a que Tebet y Gomes impidieran el triunfo de Lula en la primera vuelta.

Triunfos de derecha

El 2 de octubre votaron casi 123 millones de personas y hubo casi 5 millones de votos en blanco o impugnados. Las advertencias de Bolsonaro sobre la irregularidad del proceso y un eventual caos electoral probaron no tener ningún fundamento. Más allá de incidentes ocasionales y aislados, como el de un hombre que llenó de pegamento las teclas de una urna electrónica para evitar que los registrara los votos, y de que los observadores notaron filas más largas de lo normal en los centros metropolitanos, el proceso transcurrió con tranquilidad.

De hecho, Bolsonaro debe haber encontraron pocos motivos para preocuparse por las irregularidades, imaginarias o no, cuando su desempeño superó ampliamente las expectativas de las encuestas. El deseado triunfo en primera vuelta de Lula no se materializó, y el actual presidente sorprendió en casi todos los estados. Aunque Lula superó a su rival con una saludable distancia del 4% y un total de 57,2 millones de votos contra los 51 millones de Bolsonaro, el resultado del mandatario fue una sorpresa.

En las otras categorías el día terminó con el triunfo de la extrema derecha. Contando los veintiséis estados de Brasil y el Distrito Federal, los candidatos bolsonaristas de los partidos de derecha —liberales, progresistas y republicanos— conquistaron cuatro gobiernos en la primera vuelta y entraron en la segunda vuelta a disputar otros cuatro —incluido el de la populosa São Paulo— con una amplia ventaja.

En términos generales, en todos los lugares donde los partidos pro-Bolsonaro no ganaron, terminaron en el segundo lugar detrás de partidos atrapalotodo conservadores, como el MDB de Tebet, Unión Brasil o el PSDB. Estos partidos conquistaron cinco gobiernos en la primera vuelta, incluido el del Distrito Federal, y son favoritos de la segunda vuelta en otros tres estados. En Minas Gerais, el gobernador Romeu Zema —el único gobernador electo del libertario Partido Nuevo— aseguró su reelección con un triunfo aplastante.

De los diez estados restantes, el PT de Lula ganó solo en los del nordeste, uno de sus baluartes tradicionales. En esta región, los candidatos del PT ganaron tres gobernaciones y son favoritos en otros dos estados (uno de ellos es Bahía). Quedan cinco estados: el centrista partido Solidaridad ganó en uno y es favorito en otro, mientras que el Partido Socialista, de tendencia más bien izquierdista, está a la cabeza de la segunda vuelta en los otros tres.

Esto deja al PT con apenas tres gobernadores, que en el mejor de los casos podrían convertirse en seis, y con muy pocos aliados. En el Senado, los partidos bolsonaristas conquistaron catorce de veintisiete bancas, y los partidos atrapalotodo conservadores conquistaron otras siete. En cuanto a los diputados a nivel federal, estatal y local, los resultados todavía no son definitivos pero no parecen favorecer a la izquierda.

El último intento de Bolsonaro

La victoria de Lula en la primera vuelta fue motivo de esperanza, pero nunca estuvo garantizada. Su margen sobre Bolsonaro sigue siendo considerable, y con Gomes y Tebet fuera de la segunda vuelta, la matemática electoral está de su lado.

Sin embargo, pueden suceder muchas cosas entre hoy y el 30 de octubre, cuando Brasil decidirá de una vez por todas quién será su próximo presidente. Con la derecha tan fortalecida, Bolsonaro comprueba que sus ataques contra la campaña de Lula son fructíferos. La desinformación y las amenazas siempre fueron instrumentos típicos del bolsonarismo, y ahora que la brecha no es insuperable, cabe esperar que el presidente utilice todos sus trucos.

Aun si gana Lula, estará planteada la cuestión de la legitimidad. Si pierde por un margen pequeño —escenario del todo plausible dado el sorpresivo resultado del domingo—, Bolsonaro estará en la posición perfecta para denunciar el resultado de las elecciones de la segunda vuelta. Es probable que el presidente no cuente con el apoyo de los elementos clave para efectuar un verdadero golpe de Estado, pero su ferviente base, convencida de la victoria de su líder, no deja de ser una fuerza peligrosa. Con el fantasma del asalto al Capitolio de 2021 acechando todavía a muchas democracias occidentales, la posibilidad de que Bolsonaro intente algo similar parece responder menos a una condición absoluta que a una temporal: la pregunta es cuándo.

En fin, asumiendo que Lula logre garantizar su victoria en la segunda vuelta y ocupe el cargo sin impedimentos, es evidente que enfrentará el Congreso más hostil de su carrera política. Lula, el político de izquierda que ya no es capaz de ganar las elecciones únicamente con el apoyo de la izquierda, acaso enfrente la imposibilidad de gobernar incluso desde el centro, en el marco de una democracia cada vez más conservadora y menos democrática. Aun si Lula gana cómodo el 30 de octubre, la necesidad de una movilización social capaz de volver a abrir el espacio democrático en Brasil es urgente.

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