El pasado domingo 19 de junio quedará marcado como un hito en la historia de Colombia. El triunfo de la fórmula progresista encabezada por Gustavo Petro y Francia Márquez en las elecciones presidenciales rompe con un continuo de dos siglos de gobiernos elitistas, la mayoría de ellos de derechas y, en algunos casos, criminales. Estos han gobernado principalmente en favor intereses privados nacionales y transnacionales, de espaldas al pueblo colombiano y latinoamericano.
Esta hegemonía, que por fin comienza a agrietarse para dar paso a otras expresiones políticas más progresistas y populares, ha dejado un triste legado al hacer de Colombia uno de los países más desiguales y mafiosos, sin contar con sus altos niveles de violencia política. Petro y Márquez han sabido encarnar la esperanza y el deseo de millones de colombianas y colombianos de superar la guerra, el autoritarismo, la exclusión social y el hambre.
El Pacto Histórico venció con 11.281.002 votos (50,44%), con lo que se convirtió en la fórmula presidencial más votada de la historia de Colombia. Si se observa el mapa que muestra los resultados por departamento, salta a la vista que las regiones que mostraron su preferencia por Petro y Márquez se corresponden con los territorios que, históricamente, han sido más golpeados por la violencia, la exclusión social y el abandono estatal, como lo son la región Pacífica, los territorios del suroccidente del país, la costa Caribe y la Amazonía, en cuyos departamentos ganaron con porcentajes elevados que en algunos lugares alcanzaron hasta el 80%.
Otro dato relevante es el resultado en Bogotá, donde se logró conquistar el 58% de los votos. Recordemos que la capital de Colombia, que concentra casi 10 millones de habitantes, fue gobernada por Gustavo Petro en el período 2011-2015, implementando políticas sociales que hasta hoy siguen siendo criticadas por los sectores de derecha que nunca aprobaron la gestión distrital de la Bogotá Humana. En todo caso, los resultados parecen expresar que la mayoría de los capitalinos no piensan lo mismo, pues renovaron su voto de confianza, esta vez para gobernar la nación.
Lo cierto es que Colombia ha elegido a su nuevo gobierno y que el país será liderado por vez primera por un progresista como Gustavo Petro, un hombre proveniente de los sectores populares mestizos y con una probada trayectoria de lucha política de más de cuarenta años de servicio. Petro es alguien que conoce en profundidad el país, con todas sus complejidades, problemáticas y riquezas, y que a partir de ello ha conseguido articular una propuesta clara y realizable: una hoja de ruta hacia una era de paz.
Así expresa un tipo de liderazgo organizado por una política del amor, en correspondencia con los sectores populares, enarbola las banderas de la justicia social y prioriza el cuidado del medio ambiente, buscando frenar el cambio climático, al tiempo que encarna, en su propia historia de vida, la lucha contra la corrupción. Un demócrata radical, que habla de la política del amor, del perdón social y que mira a Colombia como el país que podría llegar a ser: una «potencia mundial de la vida».
También, por primera vez, el país tendrá una vicepresidenta como Francia Márquez: afrodescendiente, feminista y ambientalista. Lideresa social proveniente de una de las regiones más afectadas por el conflicto armado, la exclusión y la pobreza. En medio de la guerra, Francia ha ejercido desde sus 16 años un liderazgo en defensa del territorio, de la vida, de las mujeres y las comunidades afro.
Hasta hace pocos años se ganaba la vida como trabajadora doméstica en casas de familias de la élite caleña. Hoy es abogada, ganadora de un Premio Goldman, Vicepresidenta de la República y, tal como se ha anunciado en las últimas horas, próxima ministra de la Igualdad.
En un país profundamente clasista, racista y patriarcal, gobernado los últimos veinte años por la extrema derecha, la llegada al poder de esta dupla pone a tambalear desde sus cimientos las podridas estructuras del poder hegemónico e inaugura, indiscutiblemente, una nueva era en la historia política colombiana.
De la resistencia al poder
Hasta hace muy poco tiempo, el triunfo de un proyecto independiente de estas características parecía una hazaña imposible en un país gobernado por un régimen corrupto que utilizó sistemáticamente la violencia, la compra de votos, el fraude electoral y la demagogia del terror mediático para perpetuarse en el poder elección tras elección.
Aunque esta vez el uribismo desplegó todo su aparato e incluso se descubrió un plan para asesinar a Petro durante una de sus giras de campaña, no pudieron evitar la victoria popular. Pese a que conservan un poderío económico y político, los uribistas han perdido en gran medida su legitimidad. Hay una generación mejor informada que no está dispuesta a soportar más opresión, como quedó demostrado en el paro de 2019 y el estallido social de 2021. Pero llegar a este momento no fue nada fácil.
Gran parte de la legitimidad del uribismo se construyó a partir del miedo a los fantasmas del comunismo, del castrochavismo y del terrorismo. El discurso de odio se articuló planteando la falsa tesis de que todos los problemas de Colombia se debían a la existencia de la guerrilla y que, por lo tanto, era necesario eliminarla militarmente a cualquier precio.
El caso colombiano es reconocido entre los estudiosos de los conflictos por su complejidad, multicausalidad, diversidad de actores, dinámicas territoriales y su larga duración. Esta complejidad ha facilitado la manipulación mediática del relato nacional sobre la guerra y los conflictos sociales, políticos y económicos que han fracturado al país. Nunca está demás recordar que, durante su presidencia, Álvaro Uribe pudo hasta negar la propia existencia del conflicto armado y definir a las guerrillas, a la oposición política, a la protesta social y a las personas y movimientos de izquierda como «amenazas terroristas».
Ese discurso se ha mantenido hasta estos tiempos y una parte de la población colombiana continúa convencida de que los males del país se deben a dirigentes de izquierda como Petro. Sin embargo, en los últimos años muchos hechos relevantes han salido a la luz pública, rompiendo con absurdos dogmas y versiones engañosas de la realidad implantadas con pericia desde arriba.
Durante las negociaciones de paz entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC, la sociedad pudo dar pasos importantes en el reconocimiento de su propia historia. Gracias al trabajo del Centro Nacional de Memoria Histórica, por ejemplo, se empezaron a conocer los relatos de las víctimas hasta entonces silenciadas. Posteriormente, las versiones de paramilitares y militares que se han acogido a la Jurisdicción Especial Para la Paz (JEP) han destapado la realidad que el régimen ha querido ocultar por todos los medios.
Además de esto, los continuos escándalos de corrupción, los vínculos con el narcotráfico y las violaciones a los derechos humanos fueron minando poco a poco la confianza de la gente en el proyecto uribista. Una parte cada vez más numerosa de la población, por tanto, ha venido comprendiendo la magnitud y la dimensión de la tragedia colombiana y la urgencia de salir de ese régimen de terror que tristemente ya se había vuelto costumbre tras décadas de vivir una cotidianidad empapada en sangre.
A pesar de la manipulación, la represión y la adversidad, en Colombia siempre ha existido la resistencia: movimientos sociales y políticos, procesos de organización popular y comunitaria que han trabajado por transformar la realidad. Quienes han decidido luchar pagaron un alto costo por enfrentarse al poder criminal, y la violencia y la represión han dejado profundas heridas que sin duda tardarán en sanar.
Esta será quizás una de las tareas más importantes y retadoras para el nuevo gobierno: lograr una verdadera reconciliación nacional que garantice la justicia para las víctimas y cree las condiciones para evitar nuevos ciclos de violencia. Y aunque son muchos los dolores, hoy por fin nos corresponde documentar la esperanza. Esa esperanza que sentimos el pasado domingo al escuchar a Francia Márquez decirle al país que «llegó el gobierno de los de las manos callosas, el gobierno de la gente de a pie, el gobierno de los nadies y las nadies de Colombia. Vamos, hermanos y hermanas, a reconciliar esta nación. Vamos por la paz, de manera decidida. Sin miedo, con amor y con alegría. Vamos por la dignidad, vamos por la justicia social, vamos las mujeres a erradicar el patriarcado de nuestro país. Vamos por los derechos de la comunidad diversa LGBTIQ+. Vamos por los derechos de nuestra Madre Tierra, de la «casa grande», a cuidar nuestra casa grande, a cuidar la biodiversidad. Vamos juntos a erradicar el racismo estructural».
El del Pacto Histórico será un gobierno de transición, enfocado en impulsar algunas reformas estructurales que fueron aplazadas históricamente y que hoy buscan dar un giro al rumbo de nuestro navegar como pueblo, pero para lograrlo deberá enfrentar grandes retos.
No se subsanarán en cuatro años todas las brechas de desigualdad ni se superarán todos los daños causados por una guerra de seis décadas y doscientos años de mal gobierno. Gustavo Petro y su equipo recibirán un país que sufre una profunda crisis política, económica y social, y enfrentarán una oposición férrea y posiblemente violenta de parte de aquellos sectores mafiosos y extremistas que se niegan a perder el poder.
Incluso se teme que un sector de las Fuerzas Militares podría llegar a prestarse para organizar un golpe de Estado, por ejemplo. Allí, y en todos los casos, la ciudadanía activa jugará un rol fundamental en la defensa del gobierno popular. Para eso el vínculo entre las instituciones y las calles debe mantenerse fuerte. Los movimientos sociales y las ciudadanías estamos llamados a acompañar este proceso de cerca, lo mismo que la comunidad internacional.
Por otro lado, aunque el Pacto Histórico consiguió la mayor votación en las elecciones de Congreso del 13 de marzo, la bancada no es mayoritaria, por lo que deberá trabajar necesariamente en lograr acuerdos con otros sectores, en lo que se ha llamado la construcción de un Frente Amplio que permita las mayorías necesarias para una óptima gobernabilidad. También será importante acercarse a esos 10 millones de votantes de Rodolfo Hernández que aún desconfían y sienten miedo del cambio.
Cinco transformaciones y un eje transversal
Teniendo claro ese panorama, lo que ha propuesto Gustavo Petro es avanzar con determinación hacia el horizonte trazado, que no es otro que el de la democracia real y profunda, para instalar los cimientos y las bases sólidas de la nueva Colombia. Para lograrlo, su programa de gobierno se enfoca en echar a andar cinco grandes transformaciones y promover un eje transversal: la equidad de género.
Comenzando por esto último, cuando una sociedad empieza a comprender que la paz y el bienestar no son alcanzables sin nosotras se abre un horizonte enorme. Colombia es un país en el cual el machismo es una marca cultural muy presente y profunda, que causa un alto nivel de violencias contra las mujeres. Violencia física, que llega a casi dos feminicidios al día; violencia sexual, que se empieza a sufrir casi desde el momento en que se nace niña, y violencia simbólica, económica, psicológica, que a diario padecemos todas las mujeres en todos los ámbitos de nuestra vida: en nuestros hogares, en la calle, en el trabajo, en la escuela, en la política. Violencia sufrida a mayor escala, finalmente, por las mujeres racializadas, empobrecidas o diversas en cuestiones de sexualidad y de género.
La propuesta programática de Petro y Márquez incluye un enfoque diferencial y de género además de políticas específicas para aliviar la brecha de desigualdad y luchar contra las violencias basadas en género. Ejemplos en ese sentido son la propuesta del Sistema Nacional de Cuidados, la creación de una política integral para la prevención y atención de la violencia contra mujeres y niñas, el feminicidio y la violencia sexual, la creación del Ministerio de la Igualdad, encabezado por una mujer feminista como Francia Márquez, y la bancada paritaria del Pacto Histórico. Todo esto es muy notable, aunque sea solo un inicio. Sin duda marcará una diferencia en la vida de millones de mujeres en Colombia.
Respecto a las cinco transformaciones propuestas, es de destacar que la primera gira en torno a la transición energética, la lucha contra el cambio climático, el cuidado del agua y la biodiversidad. La búsqueda de una sociedad que se desarrolle en armonía con la naturaleza es vista como condición sine qua non para la continuidad de la vida en el planeta. Por esta última razón, ese objetivo no se limita a la política interna. En su primer discurso como presidente electo, el pasado domingo Petro envió un contundente mensaje al mundo: «Queremos que Colombia —y será la prioridad de la política diplomática— se coloque al frente de la lucha contra el cambio climático en el mundo. La ciencia nos ha dicho que como especie humana podemos perecer en el corto plazo, que la vida en esta tierra hermosa puede perecer en el corto plazo. Que las dinámicas de acumulación de un mercado desaforado, que un deseo de codicia y ganancia desaforadas, que un proceso de consumo desaforado está a punto de acabar con las bases mismas de la existencia. No nos lo dicen las izquierdas, no nos lo dicen las derechas, nos lo dice la ciencia. Si la ciencia nos los dice, toca actuar ya».
La segunda transformación está relacionada con la transición de una economía extractivista hacia una economía productiva e incluyente, generando las condiciones necesarias para que el país prospere. Condiciones que incluyen democratizar el acceso al crédito, al conocimiento y a la información; la democratización de la tierra para, a través de una reforma agraria, entregar tierras fértiles al campesinado, al igual que infraestructura y tecnología necesaria, permitiendo a Colombia convertirse en potencia agrícola. Se buscará producir riquezas en el campo, en la industria y en el turismo para poder redistribuir. Producir sobre las bases del conocimiento y de manera regulada sin que se afecte la dignidad humana y respetando la naturaleza.
La tercera transformación implica pasar de ser uno de los países más desiguales del mundo a una sociedad garante de derechos. En este eje hay un fuerte enfoque en la niñez y la juventud, sectores sobre los cuales ya Gustavo Petro, durante su tiempo en la Alcaldía de Bogotá, logró resultados históricos en términos de revertir altísimas tasas de desnutrición, mortalidad infantil e índices de criminalidad, todas problemáticas asociadas directamente a la desigualdad.
El programa contempla cambios estructurales que buscan cerrar las brechas de desigualdad socioeconómica, étnica y de género, garantizando derechos fundamentales a la educación, a la salud, al trabajo, la pensión y la vivienda digna a los sectores históricamente excluidos. La lucha frontal contra el hambre y la justicia tributaria también hacen parte de las metas priorizadas. La creación del Ministerio de la Igualdad tendrá la tarea de dinamizar y articular todos los esfuerzos institucionales en la búsqueda de una sociedad más igualitaria.
La cuarta transformación busca pasar del autoritarismo a la democratización del Estado y la garantía de las libertades fundamentales. Este eje, que también prioriza el saneamiento de las instituciones y la erradicación de la corrupción, contempla cambios radicales en la política de seguridad y la política internacional. La aproximación del nuevo gobierno se desmarca de doctrinas como La Seguridad Democrática de Uribe, altamente militarista y autoritaria, así como de la guerra contra el terrorismo y la guerra contra las drogas adoptadas en el pasado bajo la influencia de EEUU. Estos tres enfoques han sido probados en Colombia durante varios gobiernos y han fracasado en sus objetivos. El narcotráfico sigue en aumento y la violencia persiste en muchos territorios del país. Ya es tiempo de probar otras estrategias de seguridad, así como otras formas de afrontar el problema de las drogas ilícitas.
Otro giro importante es la vocación internacionalista y latinoamericanista del Pacto Histórico. Es sabido que Colombia siempre ha sido un instrumento estratégico de la política exterior de los EEUU para Latinoamérica. Esta fuerte influencia ha generado que Colombia se haya mantenido por mucho tiempo ajena a las dinámicas regionales. La llegada de Petro al poder indica un cambio en la naturaleza de las relaciones con EEUU que, según cuenta Gustavo Petro en su twitter, fueron descritas por el propio presidente Biden como «más igualitarias» y provechosas para ambos pueblos.
Al tiempo que plantea una postura hacia los EEUU amistosa y de estrecha cooperación, Petro también ha mostrado un claro interés en afianzar las relaciones con América Latina. Afirmando que llegó la hora del gran encuentro de las Américas, invitó a todos los gobiernos del continente a avanzar hacia una verdadera integración y a trabajar por una economía descarbonizada. En las últimas horas publicó que ha recibido llamadas de todos los presidentes de Latinoamérica y anunció que, tras hablar con el Presidente de Venezuela, acordaron volver a abrir la frontera entre ambos países, cerrada durante el gobierno de Duque.
«Si Colombia cambia, el mundo cambia»
Frente al tema de la superación de la guerra y la construcción de la paz, que es la quinta y última transición, se contempla la implementación y cabal cumplimiento del Acuerdo de Paz con las FARC y el inicio de negociaciones con la guerrilla del ELN; el desarrollo de una política para propiciar el sometimiento colectivo a la Justicia de las estructuras ilegales dedicadas al crimen organizado. También se contempla impulsar un cambio cultural para la paz, que nos permita transformar la mentalidad moldeada por décadas de violencia; así como un cambio en el paradigma de la lucha contra las economías ilegales, y la reparación efectiva e integral de las víctimas del conflicto armado.
El nuevo presidente de Colombia ha sido insistente en que la política del amor y el cambio verdadero consiste en dejar el odio atrás. Habla de un «perdón social», en términos de reconciliación, para alcanzar lo que él llama «gran acuerdo nacional», un acuerdo en el que se construyan los consensos que nos permitan alcanzar la paz, reconociéndonos en nuestra diversidad cultural, étnica e ideológica.
En rigor, la victoria de Petro se explica, en parte, por una estrategia de apertura ideológica más allá de la izquierda, que ningún otro líder había intentado llevar a la práctica en el pasado. Articulando una propuesta nacional popular suficientemente amplia, logró convocar a sectores políticos y sociales de buena parte del liberalismo y la centro derecha. Durante su campaña, el candidato tendió puentes y estuvo dialogando con actores de todas las vertientes, incluyendo conservadores, invitándoles a adherir a su propuesta de buscar un acuerdo nacional que incluya a toda la sociedad colombiana para pactar el fin definitivo de la guerra y avanzar hacia una era de paz.
Tender estos puentes le ha costado fuertes críticas y cuestionamientos de algunos sectores políticos e intelectuales. Pero lo cierto es que no solo acertó electoralmente, tanto en las elecciones al Congreso como en las presidenciales, sino que parece estar logrando disipar miedos infundados de sectores especialmente hostiles a sus propuestas como el gremio industrial (ANDI) y el banquero (ASOBANCARIA), cuyos voceros ya han sacado comunicados públicos reconociendo los resultados del domingo, con mensajes positivos que abren las puertas al diálogo con el nuevo gobierno.
Petro ha comprendido que la paz no se hace entre iguales sino entre adversarios, es decir, entre quienes no han estado de acuerdo. Con esta convicción se ha atrevido a intentar lo que parecerían dos hazañas épicas en una: unir a la izquierda colombiana y entrar en diálogo con la derecha y el centro, para pactar un futuro común. Y eso en un país en el que la izquierda y la derecha tradicionalmente se han ido a las armas para tramitar sus diferencias.
Así, a pesar del escepticismo y las críticas de algunos sectores, en Colombia hoy se respira un aire nuevo. Solo los pueblos que han vivido la guerra y que tienen memoria de ella pueden comprender lo que significa la esperanza, especialmente cuando tantas veces nos la han arrebatado.
Hace cuatro años, durante la campaña presidencial de 2018 en la que Petro perdió en segunda vuelta frente al candidato uribista Iván Duque, el filósofo esloveno Slavoj Žižek dijo que una victoria de Petro enviaría una poderosa señal de esperanza para el mundo, un mundo que enfrenta una crisis civilizatoria sin precedentes y que necesita con urgencia nuevos modelos que ayuden a transitarla de la forma más pragmática y solidaria posible, lejos del autoritarismo y con suficiente determinación para implantar los cambios necesarios, pero al tiempo con sensatez, capacidad de diálogo y adaptación. Ojalá que en unos años podamos decir que para el mundo entero somos ejemplo de que como humanidad tenemos la capacidad de construir otros mundos posibles y de que llegó el tiempo de hacerlo con determinación.