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Grabado en madera sobre esmalte representando trabajos agrícolas, ca. 1160. (Foto: DEA / G. Dagli Orti / De Agostini via Getty Images)

Los marxistas y la Edad Media

Traducción: Valentín Huarte

Las sociedades de clase no comenzaron con el capitalismo: los mundos antiguo y medieval tenían sus propios sistemas de explotación. Los historiadores marxistas explican el funcionamiento de esos sistemas y piensan que su desaparición podría enseñarnos algo sobre el futuro.

Como estudiosos de la historia, Marx y quienes lo siguieron se concentraron sobre todo en el desarrollo del capitalismo, en su expansión mundial y en las formas posibles de su decadencia. Pero también intentaron explicar el desarrollo de las sociedades precapitalistas a la luz del materialismo histórico y de sus conceptos básicos. De esa manera, buscaron identificar las condiciones que definieron las sociedades de clase antes de que sus contradicciones internas precipitaran su colapso.

Aunque el marco que estos intelectuales desarrollaron fue muy influyente y estimuló muchas investigaciones históricas, contenía algunos defectos fundamentales. Durante las décadas recientes, distintos historiadores que trabajan en la tradición marxista identificaron esos defectos y propusieron modos alternativos de explicar los mundos antiguo y medieval.

Sus revisiones creativas de la teoría marxista permiten estudiar estos fascinantes períodos históricos en sus propios términos en vez de presentarlos como una mera antecámara del capitalismo. Hasta entonces, este último enfoque había tenido el efecto paradójico tratándose de marxistas de hacer pasar el capitalismo como una fase natural del desarrollo social.

En este artículo discutiré la perspectiva marxista tradicional del mundo precapitalista y los defectos que la marcaron. Después intentaré una breve síntesis de las explicaciones de tres de los historiadores marxistas actuales más importantes: Chris Wickham, John Haldon y Jairus Banaji.

Marx y la Edad Media

El interés principal de Marx en las sociedades pasadas nació de su necesidad de establecer un mecanismo general para todos los procesos de transformación social que ayudaría a explicar tanto el surgimiento del capitalismo como su previsible tendencia a las crisis. Marx presentó la historia como una progresión de etapas que había empezado en la Antigüedad, había pasado por el feudalismo hasta llegar al capitalismo, y terminaría con el socialismo.

Pensaba que la transición de una etapa a otra obedecía a cambios en los modos de producción que respondían a las transformaciones de la tecnología y de distintos factores, y también a la lucha entre las clases sociales creadas por cada modo (amos y esclavos, señores feudales y siervos, burgueses y proletarios).

En síntesis, Marx caracterizaba épocas particulares de la historia (comunismo primitivo, Antigüedad, feudalismo) o conjuntos particulares de relaciones económicas (que describía ocasionalmente sirviéndose de términos diferentes, como «germánicas», «eslavas» o «asiáticas») que definía como modos de producción. Sin embargo, sus escritos sobre estos temas son poco claros, y una buena parte de la literatura marxista que vino después refleja su falta de certeza y su ambigüedad.

En 1974, Perry Anderson, historiador británico, publicó una obra fundamental titulada Transiciones de la antigüedad al feudalismo. Es el intento más sistemático de examinar las fases históricas que precedieron al capitalismo integrándolas en el corpus general de la teoría marxista. Anderson siguió de cerca la secuencia que Marx propuso para analizar la historia europea. Sin embargo, argumentó que el «mecanismo real» que explicaba el ascenso y la decadencia de las sociedades de la Antigüedad clásica no era la lucha de clases en sí misma, sino el desarrollo de la contradicción entre las «fuerzas y las relaciones de producción».

Durante la Antigüedad clásica (período que abarca desde 500 a. C. hasta 500 D. c.) coexistieron dos formas de organización. Anderson definió estas formas como modo de producción esclavista y «modos de producción primitivos dilatados y deformados». Anderson concebía estos modos como la manifestación de dos fuerzas políticas contradictorias, los imperios antiguos (sobre todo el Imperio romano de 200 a. C. a 200 d. C.) y las sociedades que vivían en los márgenes de estas entidades políticas (las tribus nómades o los pueblos «germánicos»):

Una brecha separaba el fin de la Antigüedad clásica y la servidumbre completamente desarrollada característica del modo de producción feudal de la Baja Edad Media. Con el fin de explicar esos casi seis siglos que separan la descomposición del esclavismo antiguo y la emergencia de la servidumbre medieval, Anderson introdujo el concepto de una forma híbrida de organización laboral, el colonato romano tardío.

Cuando finalmente dirigió su atención a la patria natal del feudalismo y de la servidumbre, Anderson distinguió entre las trayectorias de Europa Occidental y de Europa Oriental. A comienzos del siglo XV, la parte occidental del continente había sufrido un proceso profundo de desintegración socioeconómica y de mutación de las estructuras feudales. En la parte oriental, en cambio, el feudalismo había alcanzado el punto de partida de las sociedades feudales occidentales, pero se había congelado en ese punto sin repetir la experiencia de su desarrollo posterior.

Los límites del marxismo tradicional

Transiciones… de Anderson es el intento más audaz de crear un gran relato marxista de la historia mundial. Destaca por su innegable claridad expresiva y por su amplia cobertura. Sin embargo, el mérito más importante de Anderson está precisamente en haber expuesto los límites de la secuencia universal de desarrollo histórico postulada por Marx. Este esquema era confuso en dos sentidos.

En primer lugar, presentaba a Europa como la precursora en una vía de desarrollo de la que participaba toda la historia mundial. Esto implicaba asignar un significado «evolutivo» a la transición de la Antigüedad al feudalismo y posteriormente al capitalismo. Según el esquema de Marx, si el resto (o «el Resto») del mundo no había producido sociedades feudales, debíamos concluir que se trataba de una excepción a una regla que supuestamente ejemplificaba Europa.

De hecho, los historiadores posteriores demostraron convincentemente que el feudalismo estuvo presente en un rango de sociedades no europeas mucho más amplio del que se pensó en un primer momento. También mostraron que los regímenes de toda Eurasia, incluidos los denominados despotismos asiáticos de India, de China y de otras regiones, compartían raíces comunes en la Edad del Bronce y su revolución urbana. Tanto en el Oriente como en Occidente, esos regímenes se presentan como variaciones de un sistema que es posible denominar tributario.

Ahora bien, si la riqueza mercantil y el intercambio monetario disolvieron el feudalismo occidental, lo mismo debe haber sucedido con los regímenes del resto de Eurasia. Las comunidades mercantiles eran cosmopolitas. En cada lugar donde buscaron conquistar influencia cultural y prestigio tuvieron formas de organización similares y enfrentaron dificultades parecidas.

El esquema marxista también es confuso en un segundo sentido. Presenta las transiciones históricas como si estuvieran definidas por modos de apropiación del plusproducto sucesivos y delimitados con claridad, que progresan del esclavismo en el mundo antiguo a la servidumbre de la Edad Media y el trabajo asalariado de las sociedades capitalistas.

En realidad, los modos en que las clases poseedoras extraían el excedente de los productores directos eran mucho más volátiles y contingentes de lo que sugiere este modelo. Cuando salimos de los modelos abstractos y avanzamos en una interrogación directa de las fuentes antiguas y medievales, no encontramos evidencia que respalde la imagen tradicional.

Por ejemplo, la concepción de la esclavitud como base económica de las sociedades antiguas es falsa. El trabajo esclavo, especialmente en la agricultura, jugaba un rol secundario en el mundo antiguo fuera de áreas geográficas limitadas y breves períodos de tiempo (como la República romana tardía y los inicios del imperio, es decir, de 200 a. C. hasta 100 d. C.).

Por otro lado, la esclavitud rural siguió siendo un fenómeno económico en la Europa medieval y en Medio Oriente. Sus formas variaron de la tenencia de esclavos generalizada en el mundo mediterráneo a la escasa, aunque extrema, esclavitud de las plantaciones de Irak en el siglo X o de Irán en el siglo XIII.

Igualmente erróneo es suponer que existe una asociación necesaria entre servidumbre y sistema feudal. Los sistemas feudales existieron tanto fuera como dentro de Europa occidental, y la servidumbre no era la estructura social definitiva de todas esas sociedades (India y China, por ejemplo, son excepciones notables).

Por último, el trabajo asalariado no es exclusivo de las sociedades capitalistas y también existió en el mundo antiguo y medieval. Por otro lado, podemos encontrar muchos ejemplos de esclavitud y de trabajo forzado bajo el capitalismo, desde las enormes plantaciones de la Haití prerrevolucionaria o del sur de los Estados Unidos hasta la explotación salvaje de los trabajadores migrantes en las monarquías del Golfo Persa contemporáneo.

Chris Wickham y la otra transición

Después de reconocer los límites del esquema marxista tradicional, los historiadores intentaron forjar nuevos marcos interpretativos capaces de ayudarnos a explicar las relaciones sociales de las sociedades precapitalistas. Tres investigadores marxistas contemporáneos hicieron colaboraciones importantes a nuestra comprensión de la historia mundial previa al surgimiento del capitalismo.

El primero que tendré en cuenta es Chris Wickham, historiador especializado en el medioevo europeo y mediterráneo. Wickham comenzó a criticar el enfoque marxista dogmático de la historia en un importante artículo de 1984, titulado «La otra transición: del mundo antiguo al feudalismo». Hace poco escribió uno de los libros más influyentes sobre el tema, Una historia nueva de la Alta Edad Media. Europa y el mundo mediterráneo (2016).

En esta obra, Wickham rechaza la idea simplista de una dicotomía entre esclavitud y servidumbre que marcaría la transición del mundo antiguo al mundo medieval. En cambio, ofrece una polarización diferente entre dos modelos de producción que denomina respectivamente «antiguo» o «tributario» y «feudal». En el primero, el poder está concentrado sobre todo en las manos de una élite dominante situada en la cima del sistema de poder; en el segundo, el poder está repartido ampliamente entre los jefes territoriales y el poder de arriba es más bien frágil.

Entre las formaciones históricas de tipo «antiguo» o «tributario» están los imperios romano, bizantino, abasida y carolingio. El poder de las élites dominantes de estos sistemas dependía del control de por lo menos dos dispositivos institucionales fundamentales.

En primer lugar, supervisaban un elemento estratégico en el proceso de producción: la recolección y la gestión de información estandarizada. Ese rol de supervisión garantizaba una síntesis estadística de la propiedad, los ingresos, la demografía y la productividad de los territorios que gobernaban. Esos modos de información permitían que la misión tributaria se cumpliera con éxito.

En segundo lugar, las élites dominantes controlaban el elemento estratégico de la coerción, a saber, un ejército regular bien equipado y con capacidades militares superiores. Gracias a esta autoridad coercitiva, los gobernantes podían enviar a los cobradores de tributos sin necesidad de contar con la asistencia de los que ejercían el poder a nivel local. De esa manera aflojaban el lazo que unía a los jefes territoriales con los recursos y con los productores del excedente económico, sometiéndolos de hecho a una relación de dependencia de los ingresos que venían de arriba.

Economía tributaria y modos de producción campesinos

Estas estructuras políticas dependían en última instancia de la capacidad de extraer suficientes ingresos de la población agrícola para financiar la maquinaría de poder centralizada (una corte, una burocracia y un ejército asalariado). La recolección y distribución del tributo también tenía importantes efectos colaterales en la economía.

En primer lugar, forzaba a los campesinos a producir un excedente agrario más amplio (y a veces también productos manufacturados) para pagar los impuestos estatales. En segundo lugar, llevaba a que los comerciantes sacaran provecho de las rutas de larga distancia construidas para garantizar la transferencia de ingresos estatales. Por eso el colapso de los imperios tributarios precipitó el fin de la integración económica. Como consecuencia, las economías se localizaron, o, en los términos de Wickham, se volvieron «feudales».

En contraste, las características definitorias de las sociedades feudales eran la primacía de «la política de la tierra» y la descentralización de los medios de coerción entre las élites que poseían la tierra. Los factores cruciales en el ejercicio del poder en el marco de estas formaciones políticas eran la propiedad directa y el control de la tierra. El rey o el potentado local era la figura más poderosa de un territorio determinado, no a causa de su rol estatal formal o de las instituciones de gobierno, sino a causa de que poseía más tierras que nadie y ejercía un control estricto sobre las personas que vivían en ellas.

Esas sociedades se desarrollaron en Europa después de la caída de Roma, en Asia después de la caída del califato abasí y en África con la decadencia del Reino de Aksum. La ausencia de impuestos sistemáticos evitaba que los gobernantes ejercieran el poder directo sobre la tierra. Por lo tanto, el control de la tierra y de la renta se convirtió en la principal fuente de riqueza y poder de todos los reyes, aristócratas y señores.

En esos amplios parámetros que definían a la sociedad feudal, era posible (pero no inevitable) que se desarrollara un orden político y social como el que terminó imponiéndose en la Europa poscarolingia, fundado en la servidumbre en el sentido estricto del término. La institución del feudo, como forma de propiedad de la tierra, garantizada por un señor y sus vasallos, dependía de la jurisdicción sobre un campesinado dependiente.

Entre ambos modos existe la posibilidad de múltiples configuraciones intermedias. Wickham añade una tercera opción por defecto, que denomina «modo de producción campesino». La categoría remite a las distintas formas de economía campesina que surgen cuando los terratenientes o el Estado no se apropian del excedente de un modo sistemático. Hay muchos ejemplos de comunidades de ese tipo desde las que vivieron en los Apeninos italianos del siglo XVII, pasando por las de la Islandia medieval hasta las del sudeste asiático moderno.

John Haldon y el modo de producción tributario

John Haldon es un investigador especializado en el Imperio bizantino y en el análisis comparativo de los imperios otomano y mogol. Como Chris Whickman, Haldon estudió con Rodney Hilton, uno de los padres fundadores de la tradición historiográfica británica surgida a comienzos de los años 1950. Mientras que personajes como Eric Hobsbawm, Christopher Hill, George Rudé y E. P. Thompson se concentraron en la modernidad o en los comienzos de la modernidad de Europa, Hilton dedicó toda su vida a la investigación de la Europa medieval, especialmente las revueltas campesinas que analizó en su libro de 1973, Siervos liberados.

Cuando discute la transición del mundo antiguo a la Edad Media, Haldon brinda una perspectiva de los modos de producción distinta de la de Wickham. Argumenta que más allá de la apariencia de una ruptura, existe una continuidad esencial entre estos dos períodos históricos. Para Haldon, ambos están definidos por un modo de producción único y dominante: el modo de producción tributario.

En su obra teórica maestra, The State and Tributary Mode of Production (1993), Haldon emplea el concepto de un modo fundado en el pago de tributos. Samir Amin, investigador marxista egipcio, concibió este modo como un reemplazo adecuado del concepto abandonado, confuso y poco popular de modo de producción «asiático» discutido por Marx. Sin embargo, el uso del modo de producción tributario de Haldon debe más a la formulación global que hizo Eric Wolf en su obra de 1982, Europa y la gente sin historia.

Haldon argumenta que en ambos modos, tributario y feudal, el proceso esencial de apropiación del excedente es el mismo. Lo mismo vale para la relación económica entre los productores y los medios de producción, independientemente de sus definiciones jurídicas. Los campesinos eran la base económica del mundo tributario, mientras que una élite nómada dominante, un grupo de señores feudales o un Estado eran la piedra de toque de la estructura de poder.

Lo que varía entre los modos tributario y feudal es el grado de control que la clase dominante ejerce sobre la comunidad. Esto tiene un impacto en la tasa de explotación, pero no afecta la naturaleza esencial de la apropiación del excedente.

Tributos distintos

Sin embargo, sería erróneo concebir el modo de producción tributario de Haldon como un período histórico único o una época que abarca más de un milenio. Si comprendemos la categoría en ese sentido, no nos ayuda en absoluto a pensar la formación del Estado ni el poder político que se expresaban concretamente en las estructuras fiscales y en los conflictos entres las élites, o entre las élites y los poderes centrales. Es un marco demasiado amplio para estudiar los cambios graduales y las transformaciones de las subestructuras del Estado y de la sociedad. Tampoco serviría mucho para pensar las relaciones económicas.

Y, en cualquier caso, no es ese el uso que Haldon pretendió darle a su marco interpretativo. Acuñó el término «modo tributario» o «relaciones de producción tributarias» para reemplazar los términos de modo de producción feudal, nómade o campesino. El objetivo era restringir el uso de términos como «feudal», «nómade» o «campesino» a formaciones sociales específicas.

Mientras que todas esas formaciones están fundadas en relaciones de producción tributarias, también deben considerarse las circunstancias históricas y las relaciones jurídicas particulares que las distinguen unas de otras. Esto no significa que cada configuración histórica sea un modo de producción por derecho propio.

Las sociedades históricas fundadas en el modo de producción tributario pueden tender hacia la centralización o hacia la fragmentación. También pueden oscilar entre ambos polos, o variar los modos en que cobran, circulan y reparten los tributos.

Jairus Banaji y el capitalismo comercial

Aunque Chris Wickham y John Haldon no están de acuerdo en la definición del concepto de modo de producción, comparten un objetivo principal: comprender los modos en que los distintos tipos de élites dominantes sometieron a los campesinos a los que gobernaban y los modos en que gestionaban el excedente que extraían de la población productiva.

Como conceptos, el modo de producción tributario y el modo de producción feudal apuntan a esclarecer las relaciones sociales fundamentales a través de las cuales las autoridades políticas de un territorio determinado extraían y distribuían el excedente. Sin embargo, también debemos reconocer que una porción de estos excedentes no era consumida directamente por los productores ni repartida. De hecho, en casi todos los casos, una parte del excedente terminaba en la circulación y en el intercambio.

El campo de la circulación es el objetivo de Banaji. Nacido en la India, Banaji es historiador y especialista en el mundo mediterráneo y en el Medio Oriente medievales, aunque también estudia la historia larga del capitalismo. Sus puntos de referencia fundamentales en la galaxia marxista difieren de los de Wickham y de los de Haldon: Banaji se apoya en la obra de dos investigadores rusos de comienzos del siglo XX, Mijaíl Pokrovski y el economista Yevgueni Preobrazhenski.

Jairus Banaji establece una distinción teórica entre lo que Marx denominaba el «modo de producción capitalista» y el «capitalismo» en un sentido más general. En A Brief History of Commercial Capitalism, obra de 2020, Banaji hace una distinción teórica entre el «modo de producción capitalista», nuevo orden social revolucionario que existe hace apenas dos siglos, y el «capitalismo» en un sentido más general. El último término también describe el capitalismo comercial que existió en ciertas regiones entre los siglos XII y XVIII.

En función de esa distinción, Benaji argumenta contra la perspectiva marxista ortodoxa. Según esa perspectiva, la riqueza mercantil no es «capital» en el sentido marxista del término porque la riqueza se mantiene fuera del proceso de producción. Está separada de lo que Marx denominaba la subsunción real del trabajo al capital y simplemente explota los productos de los productores primarios obteniendo una ganancia mediante su venta.

Comerciantes y producción

Benaji encuentra esa perspectiva en la obra de Marx, que en el Libro Tercero de El capital escribió que un productor puede convertirse en comerciante o en capitalista, o «alternativamente […] el comerciante puede tomar el control de la producción». Marx pensaba que esta segunda alternativa era una forma de transición al capitalismo menos progresiva, porque no alteraba el «modo de producción», es decir, el proceso de trabajo.

El capital comercial conectó el mundo de la producción y la esfera de la circulación de distintos modos y en épocas distintas. Su larga historia abarca los mercados internacionales de dinero, las redes de exportación, la integración vertical de la producción agrícola y las plantaciones. Banaji identifica las raíces del capitalismo comercial tan lejos como en la Antigüedad tardía y en los primeros años del Islam, aunque destaca que, como sucede con cualquier cambio de época, es imposible determinar con precisión los orígenes.

Los comerciantes del mundo islámico del siglo X se organizaban en asociaciones comerciales, financiaban viajes, transportaban bienes y poseían o controlaban las exportaciones de todo el Mediterráneo, de Medio Oriente y del Océano Índico. Durante la dinastía Song en China se observa un crecimiento sostenido de las actividades capitalistas en la producción minera y de hierro, y también un enorme incremento del comercio exterior y una expansión del mercado de dinero.

Los grupos capitalistas que dominaban las economías de las ciudades comerciales italianas cumplían roles distintos. En Florencia, organizaban a los productores locales en función de las redes de exportación; en Boloña, invertían en la producción de nuevos diseños manufactureros; en Génova y en Venecia, financiaban y gestionaban el comercio a través de letras de cambio y bancos comerciales.

La base productiva de la mayoría de los productos comerciados era el trabajo de las familias campesinas. La subsunción formal en el capital comercial a través de los canales de la circulación descripta más arriba implicaba la apropiación de grandes cantidades de trabajo familiar no pago en beneficio de los capitalistas comerciales. El modelo de capitalismo comercial de Benaji es un modelo de desarrollo combinado más que uno de sucesión lineal entre distintos modos de producción.

Desnaturalizar el capitalismo

Los modelos desarrollados por Wickham y por Haldon muestran que el eje no pasa por identificar uno, dos o tres modos de producción, ni por denominar a un modo tributario o feudal. Deberíamos medir la utilidad de un concepto por su capacidad para esclarecer las configuraciones históricas del cambio social.

Las sociedades se desarrollan a partir de la interacción entre las personas. El concepto de «modo de producción» debe revelar las relaciones políticas y económicas que condicionan y limitan esas interacciones.

En las sociedades fundadas en el modo de producción tributario/feudal, las élites se apropian de los excedentes, pero estos también se transfieren y se intercambian mediante transacciones con intermediarios comerciales. La obra de Benaji examina las circunstancias en las que los comerciantes impulsaron con fuerza la expansión mercantil y las épocas en las que el poder de otros grupos sociales la restringió o la respaldó.

Las diferencias entre estas escuelas de pensamiento son significativas porque reflejan la diversidad de la historia. Dependiendo de las épocas y de las circunstancias, como escribió Marx, el productor puede convertirse en comerciante y el comerciante en productor. Cuando se materializa una de estas alternativas, la expansión del capital empieza a tomar forma.

Sin embargo, esa expansión se despliega siguiendo caminos distintos que abarcan desde transformaciones en las relaciones agrarias hasta cambios en el mundo comercial. El rol jugado por el Estado puede llegar a ser decisivo en estos procesos. Puede funcionar como un motor de la economía que dirige la expansión del capital, como sucedió con el sistema impositivo dominante en el Imperio romano tardío. También puede ser un catalizador de la transformación del capitalismo comercial en un modo de producción capitalista: durante las últimas décadas del siglo XIX, la rápida emergencia de las economías nacionales estuvo dominada más por la industria a gran escala y por las grandes empresas que por el comercio en sí mismo.

En el largo período histórico que separa estos dos ejemplos, hubo muchas trayectorias de expansión capitalista distintas. Existieron muchas variedades de capitalismo organizado en términos comerciales antes del siglo XIX, con formas de producción y de vinculación entre el capital y la autoridad política muy distintas y versátiles, desde los Estados musulmanes y los reinos chinos hasta los imperios ibéricos transatlánticos.

La fuerza de las corrientes marxistas que describí está precisamente en el reconocimiento de esta multiplicidad. También en su capacidad de pensar las transiciones históricas como un conjunto de trayectorias mucho más rico y complejo de lo que sugiere la idea convencional de la transición de un modo de producción a otro.

Desarrollando un análisis social de las estructuras materiales y de los procesos históricos, forjaron una serie de conceptos básicos que rechazan toda visión unilateral de la historia como despliegue progresivo de etapas y el inocultable eurocentrismo asociado a esa perspectiva. Y, sobre todo, rechazan la idea de que el capitalismo representa la realización inevitable del curso predestinado de la historia.

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