Un nuevo juego de mesa sitúa a los jugadores en el papel de plutócratas maníacos que intentan dominar el mundo. Su creador explica cómo intenta dar respuesta al fenómeno más amplio del «capitalismo en modo gamer».
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El mundo de las finanzas está en constante transformación, y los últimos años no han sido una excepción. Comprender estos cambios es esencial para desafiar el reinado del capital financiero.
Los defensores del capitalismo a menudo lo justifican destacando las virtudes del mercado. Pero el capitalismo no se define por la existencia de mercados sino por la dominación de los trabajadores por parte de los capitalistas.
Pensar que tenemos que aceptar la desigualdad social en aras de preservar la libertad es sencillamente absurdo.
De Donald Trump a Javier Milei, los principales referentes de la extrema derecha contemporánea son asociados de manera deliberada a los villanos más disfuncionales del cine. Si fuera ficción, quizás sería divertido. Pero no lo es.
Desde Corea del Sur hasta Estados Unidos, hay cada vez más señales de una crisis democrática mundial. La raíz del problema es la tensión permanente entre el capitalismo y las libertades democráticas, que solo existen gracias a grandes luchas populares.
Las industrias culturales están dominadas por unas pocas grandes empresas que prefieren seguir promocionando viejas historias en lugar de arriesgarse con algo nuevo. Los trabajadores creativos aún pueden producir ideas nuevas, pero no llegan a salir a la luz.
La esclavitud en Estados Unidos, Brasil y Cuba dependía de los mercados capitalistas, que suministraban crédito y demanda para los productos fabricados por los esclavos.
A los defensores del capitalismo les encanta resaltar las estadísticas que sugieren progreso en la erradicación de la pobreza global. Sin embargo, estos indicadores sitúan la vara a un nivel ridículamente bajo y no tienen en cuenta la obscena explosión de la desigualdad.
Los analistas de la financiarización a menudo la presentan como un signo de decadencia capitalista, pero la realidad es otra: el auge de las finanzas ha reforzado la dominación capitalista. La única forma de desafiar su poder es convirtiendo las finanzas en un servicio público.