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Vladimir Putin observa durante la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno de Pekín 2022 en el Estadio Nacional de Pekín el 4 de febrero de 2022. (Matthew Stockman / Getty Images)

Castigar a los oligarcas, no a los pobres

Implementar sanciones que apunten a hundir a los ciudadanos rusos en la pobreza es una política errónea e ineficaz. La verdadera base de poder de Putin son los 500 oligarcas más ricos de Rusia, pero castigarlos a ellos no está en los planes de Occidente.

Las sanciones económicas suelen considerarse el refugio de los débiles. Cuando Occidente no tiene la cohesión necesaria ni el apoyo interno para librar una guerra abierta, libra en su lugar una guerra económica. Por supuesto, el dominio económico del Norte Global se aseguró a su vez mediante décadas de guerra y explotación. La riqueza del mundo rico —y la pobreza del resto del globo— es una función de la estructura jerárquica de la economía mundial, en la que los países más poderosos pueden extraer recursos naturales y fuerza de trabajo de todos los demás.

Las sanciones económicas representan una importante desviación del imperialismo normal, no porque perjudiquen a los pobres de los países pobres (eso lo hacen siempre), sino porque tienen el potencial de crear algún contragolpe y perjudicar también a las economías del mundo rico.

Rusia no es un país del tercer mundo ni mucho menos. Es la undécima economía del mundo, aunque solo ocupa el puesto 57 cuando se clasifican los países en términos per cápita. Aunque depende en gran medida de los ingresos procedentes de los recursos naturales (véase Adam Tooze sobre los argumentos para referirse a Rusia como un «petroestado»), también es una nación mayoritariamente industrializada. Es una economía semiperiférica que ocupa una posición similar en la economía mundial a, por ejemplo, Brasil o Sudáfrica. El Norte Global necesita estas economías, no solo para las materias primas y algunos productos manufacturados, sino también para actuar como puente entre el Norte Global y el Sur Global y proteger y mantener las relaciones sociales capitalistas en sus «patios traseros».

El potencial contraproducente de la imposición de sanciones, combinado con la agitación política de la época, fue la razón por la que Rusia pudo salirse con la suya al invadir Georgia en 2008. El mundo aplicó algunas sanciones a Rusia en 2014 tras su invasión de Crimea y estas tuvieron un impacto significativo en la economía rusa en ese momento. Pero la crisis de la deuda soberana europea debilitó la voluntad política de apretar la soga. Y Alemania, especialmente, se ha mostrado enormemente reacia a hacer algo que ponga en peligro su capacidad de asegurar el acceso a la energía rusa, como demuestra la decisión de seguir adelante con Nordstream 2 en 2015.

Todo esto significa que las sanciones económicas son cualquier cosa menos un arma de los débiles para Occidente cuando se aplican a un país como Rusia. Requieren una importante voluntad política para ser aplicadas, razón por la cual Rusia pudo salirse con la suya en Georgia, Crimea y los envenenamientos de Navalny y Skripal. También es la razón por la que la ronda inicial de sanciones por su agresión en Ucrania fue mucho más débil de lo que muchos pedían, centrándose inicialmente en unos pocos grandes bancos rusos.

Estas primeras acciones parecen haberse alineado con las expectativas de Putin. Desde 2014 ha estado acumulando importantes reservas internacionales para reforzar la capacidad de Rusia de soportar otra ronda de sanciones (un buen indicio de que Putin nunca vio los acuerdos de Minsk II como un acuerdo a largo plazo). Este año, Rusia había acumulado «entre 469 000 y 630 000 millones de dólares en reservas de divisas, dependiendo de lo que se cuente». Si Occidente hubiera mantenido el conjunto inicial de sanciones, esto habría sido un colchón más que suficiente para permitir que la economía rusa siguiera funcionando mientras Putin hacía la guerra en Ucrania.

Pero Putin no contaba con que Occidente podría ir más allá. Las reservas como las que Rusia ha acumulado no están todas almacenadas en dólares en el banco central, sino que están aparcadas en diferentes activos por todo el mundo, incluso en Europa y Estados Unidos. Sorprendentemente para Putin —y para muchos otros espectadores—, Occidente optó por la opción nuclear cuando decidió «utilizar como arma» el banco central. Un comunicado emitido por la UE y el Reino Unido, Canadá y EE.UU. durante el fin de semana afirmaba que impondrían medidas para impedir que Rusia pudiera acceder a sus reservas internacionales.

Restricción del acceso a las reservas

Todo esto significa que Rusia tendrá dificultades para acceder a los dólares, la moneda de reserva internacional que se necesita para liquidar la mayoría de las transacciones internacionales y servir la deuda externa.

Como argumenta James Meadway en este magnífico artículo para Jacobin, la combinación de la exclusión de Rusia del sistema de pagos internacionales SWIFT con estas medidas dirigidas al banco central ha supuesto un duro golpe para la economía rusa. Al no poder acceder a los dólares, el Estado ruso no podrá seguir apuntalando el valor del rublo, y las empresas e instituciones financieras rusas tendrán dificultades para acceder a los dólares para cumplir con sus obligaciones internacionales. Sigue Meadway:

Eso, a su vez, amenaza con una corrida bancaria, ya que los depositantes buscan retirar sus rublos cada vez más inútiles de las cuentas bancarias y convertirlos en monedas más valiosas y estables, como el dólar o el euro. En el momento de escribir estas líneas, es posible que ya se esté produciendo una corrida bancaria, con colas en los bancos durante el fin de semana.

Si bien Meadway tiene razón al afirmar que una corrida bancaria en Rusia no amenaza directamente a Occidente, la inestabilidad económica actual en Rusia sí lo hace, especialmente en medio de una recuperación tan frágil. La economía mundial está demasiado integrada como para que el colapso económico de su undécimo miembro más grande no extienda ondas significativas por el resto del mundo.

Y luego está el impacto actual en los precios de la energía, que es el factor más importante que hace subir los precios en el Norte Global. Goldman Sachs espera que la inflación alcance un máximo del 7% en Estados Unidos en un futuro próximo, y puede que ya esté en esos niveles en el Reino Unido. El objetivo de imponer sanciones tan duras es debilitar la legitimidad de Putin. Como argumenta Adam Tooze, esto se basa en un acuerdo con la población que se parece a algo así: «Si nos mantienen y dejan en paz nuestras ayudas sociales al estilo soviético, les votaremos y no nos interesaremos por sus robos y sobornos».

Naturalmente, un colapso económico total amenaza los cimientos de la economía rusa, por no hablar de la capacidad de Putin para cumplir este trato. Además de la ya nada despreciable oposición al conflicto dentro de Rusia, esto podría significar el principio del fin del reinado de Putin. Pero no antes de que debilite la recuperación global, y el resto de la población rusa experimente importantes dificultades y dolor. Incluso si las sanciones logran debilitar la legitimidad de Putin, el ruso de a pie no va a perdonar a Occidente por librar una guerra económica que podría dañar permanentemente sus vidas y las de sus hijos. Las posibilidades de que Putin sea sustituido por un nacionalista igualmente celoso y militarista son altas.

Esta no es, por supuesto, una buena razón para no responder a la difícil situación del pueblo ucraniano. Si Occidente quiere golpear a Putin donde le duele, tiene que abordar los verdaderos fundamentos de su poder. Aunque es popular entre algunos sectores de la población, esto no es lo que le permite mantener su dominio sobre la política rusa; lo que le permite hacerlo es su frágil acuerdo con un grupo de unos 500 oligarcas extraordinariamente ricos.

Oligarcas en Londres

La mayoría de estos oligarcas guardan su dinero fuera de Rusia. Y la mayor parte de ese dinero se guarda en Londres (o como se le conoce cariñosamente en el departamento de Estado de Estados Unidos: «Londongrad»). El Estado británico —y su consecuencia, el Partido Conservador— son conscientes desde hace tiempo del tesoro de dinero sucio ruso almacenado en la capital. Un informe parlamentario de 2018 descubrió que el Reino Unido ha «hecho la vista gorda» ante el blanqueo de dinero ruso en Londres.

Parte de este dinero llega al Reino Unido directamente y se utiliza para comprar casas y artículos de lujo y pagar las cuotas de las escuelas privadas. Pero otra parte llega al país de forma indirecta. En la última década, alrededor de 68 000 millones de libras esterlinas de dinero ruso han entrado en la red de jurisdicciones secretas del Reino Unido, siete veces más que la cantidad que ha entrado en el Reino Unido de manera directa. Este dinero, por supuesto, no se queda en Jersey o en las Islas Vírgenes Británicas. Se crean empresas ficticias que ocultan la propiedad efectiva y se utilizan para comprar activos en Londres, generalmente propiedades. Una de cada diez casas en el centro de Londres es propiedad de este tipo de compañías offshore.

Naturalmente, muchos británicos muy ricos y poderosos se benefician de estas transacciones. Los precios de las viviendas también se mantienen artificialmente altos en algunas zonas, lo que beneficia a los demás ricos que viven allí. Los oligarcas rusos son notoriamente generosos con sus donaciones políticas, habiendo aportado al menos 2 millones de libras al Partido Conservador desde que Boris Johnson se convirtió en Primer Ministro. Y no olvidemos a todos los rusos poderosos con vínculos con Putin que son dueños de nuestros periódicos y clubes de fútbol.

Todo esto quizás explique por qué el Reino Unido ha sido tan reacio a tomar medidas drásticas contra la riqueza de la élite rusa en Londres. Boris anunció recientemente una serie de medidas destinadas a atajar la «cleptocracia» pero, como ha argumentado con contundencia Oliver Bullough, no van lo suficientemente lejos. La mayor parte de la legislación necesaria para atajar el problema ya estaba en vigor. Lo que se necesitaba era la financiación para que la NCA y la SFO pudieran perseguir a los sospechosos de cometer infracciones. La falta de financiación de estos organismos, según Bullough, equivale a una forma de legalización.

Sería fácil para el gobierno británico trabajar con otros en todo el mundo para expropiar y, quizás más importante, humillar a estos oligarcas. Una cosa sería congelar cualquier activo sospechoso; otra cosa sería despojar a estas personas de sus conexiones con la «sociedad» londinense, cuya pertenencia les proporciona un sentido de su importancia dentro de la élite mundial. Si hay algo que los súper ricos odian más que nada es que les hagan sentir que son iguales a los demás. La ira y la indignación dirigidas a Putin probablemente alcanzarían un punto álgido.

Esta estrategia también tendría importantes implicaciones para la política rusa al centrar el poder y la influencia de un pequeño número de personas extraordinariamente ricas y corruptas —muchas de las cuales ni siquiera viven en Rusia— en la política del país. La ira del ruso medio se dirigiría entonces con mayor probabilidad hacia Putin y sus compinches, amenazando aún más su legitimidad. Sería fácil descartar la posibilidad de librar una guerra total contra la élite cleptocrática rusa como si se tratara de reorganizar los muebles mientras la casa arde. Pero esta perspectiva no tiene en cuenta el enorme poder que ejercen los ricos oligarcas dentro de la política rusa, ni el probable éxito de una estrategia que exprima tanto sus finanzas como su reputación.

Tal vez la razón por la que nuestros políticos no quieren enfrentarse al hecho de que atacar a la clase multimillonaria rusa sería la mejor manera de amenazar al gobierno ruso es que hacerlo podría sacar a la luz los estrechos vínculos entre nuestra propia élite y la clase multimillonaria mundial. Los gobiernos occidentales probablemente quieran castigar a Putin por esta guerra; pero bajo ningún concepto quieren hacerlo a costa de amenazar la legitimidad del capitalismo global.

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Publicado en Artículos, Guerra, homeIzq, Políticas, Rusia and Ucrania

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