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Maurice Bishop, primer ministro de Granada (segundo por la izquierda), camina con (de izquierda a derecha) Michael Manley, primer ministro de Jamaica; Kurt Waldheim, secretario general de las Naciones Unidas; y el presidente cubano Fidel Castro, durante las ceremonias de llegada a Cuba el 2 de septiembre de 1979, para la Cumbre de los Países No Alineados. (Bettman vía Getty)

La revolución granadina sacudió al mundo

El 13 de marzo de 1979 fue proclamado el Gobierno Popular Revolucionario en Granada. Una revolución socialista en la pequeña isla caribeña amenazó con patear el tablero del orden económico mundial.

Cuando el líder revolucionario granadino Maurice Bishop apareció en el Hunter College de Brooklyn en agosto de 1983, la administración de Ronald Reagan estaba preocupada. Cuatro años antes, en 1979, una revolución socialista había llevado al Movimiento de la Nueva Joya (NJM) de Bishop al poder en el minúsculo estado caribeño, de menos de cien mil habitantes.

Un informe del Departamento de Estado resumía las preocupaciones de los estadounidenses: la revolución de Granada, decía, era en algunos aspectos incluso peor que la Revolución Cubana, que había sacudido la región un cuarto de siglo antes. La gran mayoría de los granadinos eran negros y, por tanto, su lucha podía resonar entre los treinta millones de negros estadounidenses. Además, los líderes revolucionarios granadinos hablaban inglés, por lo que podían comunicar su mensaje con facilidad al público estadounidense.

Resultó que tenían razón en estar preocupados. El discurso de Bishop en el Hunter College fue una de las grandes oraciones revolucionarias del siglo. Este defendió la revolución granadina con amplias referencias históricas: el contexto de la revolución americana de 1776, la emancipación de Lincoln, la continua sumisión económica del mundo en desarrollo, el derrocamiento del gobierno de Salvador Allende en Chile y las brutales intervenciones de los Contras contra los sandinistas, el contexto de la hipocresía de las naciones occidentales al apoyar el apartheid en Sudáfrica, la desposesión en Palestina y la dictadura en Corea del Sur.

Pero la intervención de Bishop quizá tuvo su punto más álgido cuando habló de sus raíces caribeñas. En las décadas anteriores a 1979, el socialismo caribeño se había convertido en una fuerza importante. Sus formas eran variadas, como fue comprobado en las victorias simultaneas en los años 50 de los revolucionarios de Fidel Castro, en Cuba, y del Partido Popular Progresista de Cheddi Jagan en las elecciones de Guyana (que provocó la intervención militar británica). En los años anteriores al ascenso del NJM en Granada, Trinidad había sido testigo de un levantamiento del Poder Negro en 1970 y Jamaica había elegido en dos ocasiones –1972 y 1976– al primer ministro socialista Michael Manley y su Partido Nacional del Pueblo (acontecimientos que, una vez más, provocaron los gobiernos occidentales a respaldar medidas violentas y reaccionarias).

Bishop, al igual que Manley, se había educado en Gran Bretaña y se había formado en sus movimientos anticolonialistas, antibelicistas y socialistas: tenía claro que Granada formaba parte de un contexto caribeño. «Somos un solo pueblo de un solo Caribe», dijo en el Hunter College, «con una sola lucha y un solo destino». En referencia a la Doctrina Monroe de EE. UU. y su reivindicación del derecho a intervenir en la región, fue inequívoco: «Les gusta hablar mucho de patio trasero y de frontera y de lago; pues bien, Granada no es el patio trasero de nadie, ni forma parte del lago de nadie». La respuesta exaltada de un público estadounidense, mayoritariamente negro, deja pocas dudas sobre cómo fue recibido este mensaje.

Y sin embargo, solo dos meses después de ese discurso, Maurice Bishop estaba muerto, ejecutado por miembros de su propio partido tras una catastrófica escisión de la revolución. Los Estados Unidos de Reagan, que en todo momento habían mantenido una postura hostil hacia el Gobierno Revolucionario del Pueblo (PRG), aprovecharon la oportunidad para invadir. La revolución granadina había terminado. El académico Brian Meeks, que participó en los experimentos socialistas de Jamaica y Granada, escribiría más tarde que estos acontecimientos marcaron el fin de la política radical en el Caribe «durante una generación o más».

El ascenso del NJM

Uno de los textos más impresionantes a la hora de examinar la revolución, su contexto, sus logros y su legado, es el libro de 2015 The Grenada Revolution: Reflections and Lessons, editado por Wendy C. Grenade. En conversación con Tribune, la Dra. Grenade describió los antecedentes del ascenso al poder del NJM:

Al igual que otras sociedades poscoloniales, el desarrollo político de Granada evolucionó a través de oleadas emancipatorias. En 1951, Eric Gairy lideró una revolución social contra la plantocracia [esclavocracia]. Conocido generalmente como «Sky Red», el levantamiento de 1951 pretendía abrir espacios para que el pueblo trabajador rompiera las cadenas que arrastraba desde la Emancipación. Gairy se resistió al autoritario y racista Estado colonial [británico] y proporcionó esperanza a las masas granadinas mayoritariamente pobres, negras y marginadas.

Sin embargo, una vez que obtuvo el poder del Estado, con el tiempo, Gairy se volvió represivo. Esta represión se acentuó en el periodo 1973-74, cuando el recién formado NJM comenzó a resistir al gobierno de Gairy. El ciclo de autoritarismo, resistencia y violencia sancionada por el Estado fue similar al período de 1951 y a momentos anteriores tales como la Rebelión de Fédon de 1795-96.

En medio de este torbellino de caos político, el 7 de febrero de 1974 Granada se independizó de Gran Bretaña. El país estaba dividido en la disputa Gairy vs. anti-Gairy. Mientras que la mayoría de los granadinos de la clase trabajadora seguían siendo leales a Gairy, especialmente los ancianos, la élite intelectual emergente y los hijos de los que se beneficiaron de la revolución social de Gairy en 1951 desafiaban una «independencia» sin sentido que no pretendía conseguir una sociedad justa. Los hijos de los trabajadores de las plantaciones, influenciados por el Poder Negro, el movimiento de los Derechos Civiles de Estados Unidos y otras luchas de liberación, marcharon por toda Granada haciéndose eco de un cántico que recordaba el anterior desafío de Gairy contra el establecimiento colonial. Esta vez era «Vamos, vamos, Gairy debe irse».

 

Siguieron cinco años de lucha, en los que el NJM –que anteriormente era una alianza del Joint Endeavour for Welfare, Education, and Liberation (JEWEL), la Organisation for Revolutionary Education and Liberation (OREL) y el Movement for Assemblies of the People (MAP)– se consolidó como partido. Sus principales figuras eran Maurice Bishop y Bernard Coard. Este último se había formado como marxista bajo la tutela de Trevor Munroe, del Workers’ Party of Jamaica (WPJ). Aunque nominalmente era marxista-leninista, el NJM era en realidad más ideológicamente fluido. Según Grenade, «existía en la intersección del marxismo-leninismo, la lucha anticolonial internacional, el movimiento del Poder Negro y la tradición de la izquierda caribeña… formada por una confluencia de fuerzas nacionales, regionales e internacionales superpuestas».

Frente a un régimen de Gairy cada vez más autoritario, el NJM se propuso llevar a cabo una insurrección revolucionaria y creó el Ejército de Liberación Nacional (NLA). Entrenado en Guyana y Trinidad, tomó el poder en marzo de 1979, tras lo cual Maurice Bishop fue declarado primer ministro. El experimento más radical del socialismo caribeño estaba en marcha.

La revolución en marcha

En el momento de la revolución, Granada tenía una tasa oficial de desempleo del 20% (el PRG diría más tarde que la cifra real era del 49%), una de las tasas de PIB per cápita más bajas de la región y una pobreza generalizada. La economía de la isla, aunque mejoró un poco bajo el mandato de Gairy, seguía dependiendo casi por completo de las exportaciones agrícolas, primero en forma de azúcar y luego, a medida que avanzaba la década de 1970, de cacao, nuez moscada, plátano y macis. La diversificación prometida no se había materializado, y el pequeño e ineficaz aeropuerto de Granada (en 1979 carecía incluso de luces para los aterrizajes nocturnos) significaba que la mayoría de los turistas tenían que llegar a través de las islas vecinas.

Tras la revolución, la estructura política establecida por el PRG era en muchos aspectos clásicamente marxista-leninista. Aunque hubo una considerable participación de grupos de base, como la Organización Nacional de Mujeres, se prohibieron los partidos políticos rivales, se suspendió la constitución, el Buró Político del partido gobernó por decreto y, en contra de las reiteradas promesas, nunca se celebraron elecciones.

A pesar de ello, el programa económico de la Granada socialista difería sustancialmente del de la vecina Cuba, su aliado más cercano en la región. En su discurso de 1982, titulado «Línea de Marcha», Bishop dejó claro que Granada había rechazado el modelo de monopolio estatal de la propiedad, persiguiendo en su lugar una «economía mixta» con el sector estatal «dominante» y a cargo de la planificación. Se trataba, según él, de un intento de desarrollar las «fuerzas productivas» de Granada de forma que se dieran las condiciones para el socialismo: la industrialización, una clase obrera importante y la educación popular.

Según señalaba el ministro de Finanzas, Bernard Coard, «durante años no ha habido una planificación seria en nuestro país, y nuestro pueblo ha sufrido líderes corruptos e ineficaces que tomaban decisiones al azar, lo que ha dejado a nuestro país y a su gente subdesarrollados y pobres». En respuesta, el PRG puso en marcha ambiciosos planes para combatir la pobreza, educar a la población y desarrollar sus capacidades, mejorar las infraestructuras de la nación, diversificar la economía, construir una base manufacturera y, sobre todo, impulsar el turismo.

El economista Kari Grenade recoge sus logros en The Grenada Revolution:

El impuesto sobre la renta se suprimió para el 30% de los trabajadores peor pagados. Los ciudadanos granadinos también se beneficiaron de un «salario social» […] prestaciones por las que no tenían que pagar, por ejemplo, servicios médicos (dentales, ópticos y generales) y educativos. Se ofrecían becas universitarias en áreas acordes al impulso del desarrollo económico del país, los uniformes y libros escolares eran gratuitos y se introdujo un programa de alfabetización y un programa de formación de profesores.

El Programa de Reparación y Construcción de Viviendas permitió mejorar la calidad y el acceso a la vivienda. Además, no se pagaron intereses por los préstamos para la reparación de viviendas […] Los precios de varios artículos fueron controlados por el Estado. El sistema social, al igual que el económico, estaba ordenado y orientado al beneficio de todos los granadinos. Según Payne, Sutton y Thorndike (1984), el PIB per cápita (el indicador más común del bienestar económico) casi se duplicó, pasando de 450 dólares en 1978 a 870 en 1983.

Wendy C. Grenade profundiza en este aspecto, destacando el Servicio Nacional de Transportes, la Junta de Comercialización e Importación Nacional, un plan nacional de seguros y una planta de procesamiento de productos pesqueros. El gasto público aumentó de forma espectacular: pasó del 38,7% del PIB al 52,7% en solo cuatro años.

Más allá de estas reformas, y como reflejo de la influencia de la política de liberación posterior a los años 60 en el NJM, las mujeres granadinas obtuvieron logros considerables. Se prohibió la explotación sexual de las mujeres a cambio de trabajo, se introdujo la igualdad salarial por igual trabajo –siguiendo el modelo de la Ley de Igualdad Salarial británica de 1970– y se garantizó a las madres tres meses de licencia materna, dos de ellos remunerados, así como la garantía de poder volver al mismo trabajo que habían dejado. No es de extrañar que, a medida que avanzaba la revolución, las mujeres constituyeran una parte considerable de la base del NJM.

Sin embargo, a pesar de estos importantes logros, los revolucionarios de Granada eran conscientes de que necesitaban conseguir la autosuficiencia que en cierta medida aislara el proyecto socialista de las turbulencias de la economía mundial y de la depredación de los mercados internacionales. En este sentido, se quedaron cortos. El sector manufacturero, uno de los principales objetivos de Maurice Bishop y Bernard Coard, no logró despegar.

La agricultura no se diversificó lo suficiente, lo que provocó una mayor exposición tanto a las catástrofes naturales como a las fluctuaciones del mercado. El sector del turismo, que hasta entonces dependía de los estadounidenses, decayó cuando el gobierno de Estados Unidos difundió entre las agencias de viajes que las playas de Granada estaban cubiertas de alambre de espino. Las industrias estatales siguieron dependiendo en gran medida de las subvenciones, y las exportaciones disminuyeron.

Kari Grenade, al resumir la experiencia, argumenta que las ambiciones del PRG eran correctas desde la perspectiva del desarrollo, pero defectuosas en su ejecución. «Las políticas estaban bien definidas, pero las capacidades institucionales y humanas eran inadecuadas para aplicarlas eficazmente». Uno de los aspectos en los que no fue así fue la construcción del primer aeropuerto internacional de Granada. En 1983 ya estaba en marcha, con la ayuda (como en la mayoría de los proyectos de infraestructura) de trabajadores cubanos de la construcción. Se trató de un proyecto que Maurice Bishop describió como un «sueño» para los granadinos. Hoy lleva su nombre, y es la base de la industria turística del país. Desgraciadamente, Bishop nunca llegó a verlo terminado.

La caída

La decisión de construir un aeropuerto internacional en Granada fue recibida con enorme hostilidad por la nueva administración Reagan en Washington, que había asumido el poder en 1981 y rechazado inmediatamente los intentos de Bishop y su gobierno de normalizar relaciones. Como escribiría años después el subsecretario adjunto de Defensa, Dov Zakheim, «poco importaba que el aeropuerto se utilizara principalmente como instalación turística […] era el potencial que el aeropuerto ofrecía a los soviéticos lo que preocupaba a los analistas estadounidenses».

En contra de los altisonantes argumentos de la administración Reagan, la revolución granadina fue un fenómeno autóctono y no una implantación soviética. De hecho, a pesar del robo de una gran cantidad de documentos por parte de las fuerzas invasoras norteamericanas en 1983, nunca han aparecido pruebas de que la Unión Soviética hubiera desarrollado planes para utilizar el aeropuerto de Granada como base para lanzar un ataque militar contra Estados Unidos.

Pero Maurice Bishop y el PRG sí procuraron estrechar las relaciones con el mundo comunista, con lo bueno y lo malo que ello traía aparejado. Resulta poco probable que la revolución hubiera podido lograr tanto en términos de transformación económica sin la ayuda de Cuba. Y, probablemente, Estados Unidos habría invadido antes si no fuera por la ayuda militar de Castro. El comercio con la Unión Soviética también apuntaló los sectores más débiles de la economía de Granada. Pero el apoyo a la invasión de Afganistán por parte de Granada en la ONU dañó relaciones con los estados no alineados y abrió la puerta a acusaciones en Washington de que se estaba convirtiendo en un «Estado títere».

Los factores internos también pesaron sobre la revolución en sus últimos años. La recesión internacional de principios de la década de 1980 afectó a Granada, al igual que las tambaleantes economías de sus aliados en el mundo comunista. En 1983, el partido aceptó internamente que su revolución ya no era tan popular como lo había sido cuatro años antes. Pero esto no se debía por completo a la economía.

Brian Meeks, que llegó a Granada tras la derrota del gobierno de Manley en Jamaica y trabajó para el PRG, ha escrito mucho sobre el fin de la revolución. Según su análisis, la «estructura clandestina de vanguardia», que fue esencial para el éxito militar del NJM en 1979, obstaculizó posteriormente su capacidad de gobernar. El resultado fue «una organización un tanto esquizofrénica», con un pequeño grupo de cuadros «que leían a Marx y trataban de construir un ‘verdadero’ partido marxista-leninista», mientras que «las bases populares permanecían en gran medida ignorantes de todo esto, apoyando al partido principalmente por su historia de defensa de las causas populares».

En esta dinámica, el NJM se divorció cada vez más de la población y respondió a cada dificultad redoblando su determinación de construir una organización minoritaria. La excepción fue Maurice Bishop, el popularísimo primer ministro. Según Meeks, «era Bishop, y no el NJM, a quien la gente veía como la encarnación de la revolución. Era la persona en contacto con la gente de a pie; quien poseía la capacidad de convertir las políticas del PRG en palabras que todo el mundo pudiera entender».

Gran conocedor de pensadores socialistas caribeños, como C. L. R. James, y de líderes de la liberación africana, como Kwame Nkrumah, Bishop era un extraordinario orador. Pero estas habilidades contribuyeron a su distanciamiento del partido: mientras Bishop electrizaba a las multitudes en su país y en el extranjero desde el podio, en el NJM se le consideraba un organizador inferior a Bernard Coard, que construyó su posición en el partido a costa de Bishop.

Esta división se hizo patente con la dimisión de Coard del Comité Central en 1982. En 1983, la división había minado por completo al NJM. Coard y sus partidarios consideraban, con cierta justificación, que el partido era la espina dorsal del gobierno pero que se estaba descuidando su desarrollo. Impulsaron, entonces, una estrategia de liderazgo conjunto, con el objetivo de poner en primer plano la capacidad de organización de Coard junto con el talento comunicacional de Bishop.

Bishop inicialmente aceptó el acuerdo. El proceso por el que llegó a cuestionar el pacto está rodeado de misterio. Cuando partió para un viaje diplomático a Hungría, el partido creía que estaba dispuesto a compartir el poder con Coard. Pero en ese viaje lo acompañaron las principales figuras del NJM opositores al acuerdo y luego, camino a Granada, hizo una parada no programada en Cuba. Aquí abundan las teorías conspirativas. Coard y sus partidarios alegan que Fidel Castro advirtió a Bishop contra el liderazgo conjunto e incluso sugirió apoyo cubano para una acción militar (Cuba tenía 800 trabajadores de la construcción entrenados en formación militar en la isla). Castro y su gobierno alegaron que Coard estaba involucrado en una conspiración «ultraizquierdista», juntando los votos del partido y organizándose para deponer o incluso matar a Bishop.

El análisis de Brian Meeks desafía estas teorías conspirativas argumentando en cambio que la suerte estaba echada desde el momento en que Bishop –respaldado por el pueblo– y el partido –respaldado por los militares– se distanciaron. Sean cuales sean las circunstancias, el resultado fue desastroso. Bishop, tras rechazar el liderazgo conjunto, fue puesto bajo arresto domiciliario. Días después, el 19 de octubre, la multitud lo liberó. De camino a un acto masivo en Market Square, Bishop y la multitud marcharon a enfrentarse a los soldados en Fort Rupert.

Escribe Meeks en The Grenada Revolution: «Con un partido y un ejército unido enfrentándose a una población mayoritariamente desarmada y ahora hostil, se abrió la puerta a soluciones peligrosas y mortíferas». Las multitudes intimidaron a los soldados, amenazando sus vidas. Los soldados, a su vez, pidieron y recibieron refuerzos. Dispersaron a la multitud y, en represalia, ejecutaron a Bishop y a sus aliados. A los pocos días, el ejército estadounidense invadió el país. El experimento revolucionario de Granada había terminado. La conclusión de Meeks es que «la historia de lo que ocurrió… aún no se ha contado del todo».

El legado granadino

Meeks extrae varias lecciones de la experiencia. En primer lugar, cita el fracaso de los revolucionarios para superar el aparato estatal autoritario heredado del colonialismo británico y del gobierno de Gairy. La decisión de no celebrar unas elecciones anticipadas, que el NJM habría ganado «sin duda», también se presenta como una causa de la derrota, sobre todo porque «habría reducido la eficacia de la oposición conservadora estadounidense y regional». Sin embargo, como señaló el propio Maurice Bishop, ni las elecciones de Chile ni las de Nicaragua proporcionaron mucha protección a sus gobiernos; de hecho, de todos los experimentos socialistas del Caribe, solo Cuba, que sigue siendo un estado unipartidista, ha logrado resistir a la hostilidad estadounidense.

Sin embargo, resulta difícil refutar el argumento de Meeks de que la combinación de la estrecha base del NJM –que intentó gobernar casi como una conspiración revolucionaria– y el hecho de no celebrar elecciones condujo a la erosión del gobierno popular. Entre algunos marxistas es un error común no entender el papel del individuo en la historia; en este caso, fue la incapacidad de comprender las capacidades de Bishop para actuar como conductor de las energías de la revolución lo que resultó en el desenlace mortífero.

Pero el legado de la revolución granadina perdura. Sus cuatro años y medio constituyen un logro heroico en la región, no solo en términos de progreso social sino también de lucha por la autodeterminación. Permanecerán las imágenes de la ostentosa publicidad corporativa arrancada de vallas publicitarias y sustituida por eslóganes revolucionarios, un testimonio del espíritu de resistencia de la pequeña isla: «¡Adelante siempre! Nunca para atrás».

En 2009 fueron liberados Bernard Coard y sus aliados, encarcelados tras la invasión estadounidense por su presunta implicación en el asesinato de Bishop. Cuarenta y dos años después de la revolución, Granada recién está empezando a asimilar lo sucedido. Según el Banco Mundial, un tercio de su población sigue en la pobreza, pero Wendy C. Grenade sostiene que estas cifras no cuentan toda la historia:

¿Cómo se define la cuestión del «desarrollo»? Los índices del Banco Mundial a menudo no miden el espíritu de un pueblo y la resistencia colectiva que lo sostiene… Para muchos de nosotros, el desarrollo va más allá de los edificios de gran altura y de los subterráneos. Lo que muchos de nosotros valoramos es el tiempo con la familia, el tiempo en la playa [y] simplemente unirse con la naturaleza. Lo que muchos de nosotros valoramos es nuestro patrimonio, esa conexión con nuestra tierra y nuestra herencia cultural. Para muchos de nosotros, el desarrollo trasciende lo material para llegar a una conexión espiritual. El desarrollo para nosotros está ligado a nuestra imaginación y creatividad…

Esto no niega el hecho de que, en tanto pequeños Estados insulares, nos enfrentamos a graves desafíos. De hecho, el comercio desigual, los intercambios desiguales y las fuerzas sistémicas de la economía capitalista mundial siguen atormentando a los pequeños Estados. Las catástrofes naturales y aquellas provocadas por el hombre siguen socavando el crecimiento y el bienestar humano. Cualquier debate sobre el desarrollo y el «subdesarrollo» debe comenzar con una discusión sobre lo que significa ser humano. Debe comenzar con una conversación sobre nuestra humanidad en común. Debe centrarse en cuestiones de justicia. El NJM, en su manifiesto de 1973, proclamó la necesidad no solo de una sociedad, sino de una sociedad justa. Tal vez hoy la necesidad pase por una sociedad global justa.

Gran parte del discurso de Maurice Bishop en el Hunter College en 1983 podría repetirse hoy. La economía mundial capitalista sigue desfavoreciendo a los Estados poscoloniales, colocándolos en un lugar de dependencia. Esto no es un accidente, sino el resultado de los mismos ciclos de la deuda y de los acuerdos comerciales internacionales contra los que Bishop arremetió. Cuando han surgido líderes que desafían estas condiciones, tienden a terminar en la misma lista que el propio Bishop: derrocados, como Nkrumah, o muertos, como Lumumba, Sankara y Cabral.

Las divisiones internas de la revolución de Granada dejan en claro que no todos los fracasos en la lucha por superar la injusticia internacional pueden achacarse al imperialismo. Pero los logros alcanzados por esa pequeña isla en solo cuatro años deberían mostrar a los socialistas del mundo entero nuestra inmensa responsabilidad: garantizar que nuestros gobiernos (y, con demasiada frecuencia, los partidos a los que pertenecemos) no sean los que pongan la bota en el cuello de la revolución.

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Publicado en Anuncios, Granada, Historia, homeCentro5 and Política

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