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La Apple Store en la Quinta Avenida de la ciudad de Nueva York. (Eric Thayer/Getty Images)

Los titanes tecnológicos son nuestros barones ladrones

Traducción: Pedro Perucca

La batalla de Apple contra Epic nos recuerda que las empresas tecnológicas actuales se comportan como monopolios del siglo XIX. La única forma de frenar su poder es instaurar un control democrático sobre estas modernas réplicas de los barones ladrones de la Edad Dorada.

Los hermanos de la tecnología vuelven a pelearse. Recientemente Apple bloqueó el acceso de Epic Games a su plataforma de desarrolladores en Europa. La medida habría impedido al fabricante de Fortnite crear una tienda de aplicaciones que compitiera con la de Apple, justo unos días antes de que entraran en vigor las nuevas medidas de competencia de la Unión Europea (UE), con la Ley de Mercados Digitales, diseñadas para evitar precisamente eso. Entonces, en un giro de 180 grados cuando la UE inició una investigación, Apple dio marcha atrás, un movimiento que Epic dice que es una respuesta a la «reacción pública de represalia».

En el New York Times, Tripp Mickle informa de que el intento de Apple de bloquear a Epic se justificaba alegando que Epic es un infractor de las normas, que se niega a permanecer dentro de las líneas trazadas para mantener la seguridad de la App Store. Como razonamiento, carece de substancia. Mickle señala además que «Apple también se opuso a las críticas de Epic a los planes de Apple para cumplir con la ley de competencia tecnológica europea», es decir, que el gigante de Cupertino estaba intentando convencer a la gente de que cumpliría con los intentos de limitar el comportamiento anticompetitivo. ¿Alguien lo creyó?

Esa razón, que sin duda está en el fondo de la prohibición, muestra otro nivel de mezquino y desconcertante abuso monopólico por parte de Apple. La disputa entre Apple y Epic es un crudo recordatorio de la mala conducta de la Edad Dorada. Los monopolios privados son indeseables por regla general y los monopolistas y oligopolistas tecnológicos contemporáneos —por su enorme peso y alcance— representan algo incluso peor que sus antepasados del siglo XX. La batalla tecnológica es un llamamiento a redoblar los esfuerzos para instaurar un control democrático sobre estas empresas que configuran los mercados y gran parte de nuestras vidas.

Pelea en el Monte Olimpo

El 26 de febrero, Tim Sweeney, fundador y consejero delegado de Epic Games, criticó en X/Twitter el dominio de Apple en el mercado. En concreto, cuestionó «el monopolio de la tienda de aplicaciones, el monopolio de los pagos de productos digitales, los impuestos, la supresión de información veraz sobre opciones de compra competitivas, el bloqueo de motores de navegación web competitivos y la destrucción total de aplicaciones web».

Sweeney se define a sí mismo como cualquier cosa menos un «odiador» de Apple. En este breve hilo en X/Twitter, elogió a los trabajadores de la empresa, señalando que «no hay otro grupo de diseñadores e ingenieros en la tierra que pueda construir productos tan geniales como Apple cuando se dirigen a ese fin». Pero advirtió de que «los males empiezan cuando se les indica que no lo hagan».

Así presenta a Apple como un ángel caído en desgracia, descarriado desde arriba por monopolistas hambrientos de poder. Sostiene que la empresa está «a unas pocas decisiones audaces y visionarias de ser la empresa que una vez fue y que aún se anuncia como tal: marca querida por los consumidores, socio de los desarrolladores y señor de nadie».

A pesar de esta súplica de patio de colegio —«si no fueras malo, serías muy, muy bueno»—, lo que tenemos aquí es un pequeño altercado en el mundo de la tecnología que descubre las luchas internas de una clase de capitalistas por lo demás unida. Los tecnólogos del estilo de Apple y Epic quieren hacer crecer sus empresas y dominar el mercado. Quieren maximizar su número de usuarios y sus beneficios. Quieren que el valor de sus empresas suba todo lo que pueda. Esta disputa tecnológica pública es, por tanto, un asunto familiar, pero sus implicaciones son importantes para todos nosotros.

El nuevo jefe es peor que el anterior

Los economistas de izquierdas llevan mucho tiempo advirtiendo que el capitalismo tiende al oligopolio y al monopolio, especialmente cuando los Estados no controlan el mercado. A los capitalistas no suele importarles este fenómeno cuando ellos son los monopolistas. Sin embargo, les gusta mucho menos cuando se ven presionados por los pocos gigantes que dominan el mercado.

Los gigantes tecnológicos actuales recuerdan a los barones ladrones de la Edad Dorada. Años de lucha a favor de leyes antimonopolio tenían como objetivo lograr alguna, cualquier, regulación que pudiera reequilibrar el poder. Al final, estas luchas consiguieron contenerlos e incluso disolver algunos de ellos, pero los monopolios y oligopolios nunca se extinguieron.

Los gigantes de las telecomunicaciones, el entretenimiento, la agricultura, los medios de comunicación, la banca y el software surgieron a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. Hoy en día, nos enfrentamos a empresas tecnológicas que son aún más ricas, están más arraigadas y con más expansión mundial que algunos de los peores delincuentes del siglo pasado. El impacto de sus plataformas —que constituyen de hecho el ágora pública y moldean profundamente el discurso público— en la democracia es una cuestión abierta. Y, cada vez más, se trata de una cuestión cargada de temor.

Gobiernos de todo el mundo intentan una vez más regular a los gigantes tecnológicos, con el objetivo de frenar su poder corporativo multinacional y las tecnologías que despliegan, a menudo con gran perjuicio social y político. En Canadá, la Ley de Noticias Online intentó obligar a Meta y Google a devolver una modesta cantidad de lo que han extraído de los consumidores mediante pagos a los medios de comunicación por los contenidos compartidos en las plataformas. El resultado fue que Meta prohibió las noticias en sus plataformas. La empresa está librando una batalla similar en Australia, que fue pionera en la legislación que más tarde adoptó Canadá.

Mientras tanto, los intentos de regulación en Estados Unidos siguen muriendo en los grupos de presión. O se quedan estancados en un limbo geopolítico y de estrategia nacional, como el acta Restrict. Dejando a un lado las cuestiones de libertad de expresión, la inminente prohibición de Tik Tok en Estados Unidos demuestra que una regulación contundente no es imposible. Este caso, sin embargo, es un raro ejemplo en el que las preocupaciones geopolíticas hegemónicas se imponen a las preferencias de los gigantes tecnológicos, lo que no es precisamente un resultado digno de celebración.

Sólo el control democrático de las grandes empresas tecnológicas puede proteger a los trabajadores, a los consumidores e incluso a los Estados de los excesos y las acciones tóxicas de los gigantes corporativos multinacionales, cuyos intereses estratégicos y tendencias a maximizar los beneficios producen externalidades negativas para el resto de nosotros. Ese trabajo debe hacerse día a día y poco a poco, y debe basarse en la negativa a creer en el utopismo tecnológico que nos venden Silicon Valley y sus devotos.

Amos del universo

El programador y ensayista Paul Graham también recurrió a X/Twitter para compartir su frustración por la decisión de Apple de cancelar la cuenta de desarrollador de Epic, citando como una de las razones de la empresa el tuit de Sweeney en el que criticaba a Apple. Allí también refleja el utopismo tecnológico de sus compatriotas.

«No queremos pensar que Apple sea malvada», añade. «Sería muy inconveniente. No queremos cambiar a Android. Pero cada vez veo más signos de que el poder los ha corrompido».

La queja de Graham es un reflejo de la de Sweeney: un lamento por un gigante antaño grande, pero ahora corrompido. Apple lleva mucho tiempo controlando el mercado, intimidando a los desarrolladores y evadiendo impuestos. Que utilice su poder para silenciar y debilitar a un crítico y competidor no debería sorprendernos. Esto es monopolio 101, y se remonta a más tiempo del que han existido los ordenadores, por no hablar de Apple.

La villanía caricaturesca de Apple es sólo una variación menor de un tema familiar. La incapacidad de los monopolistas tecnológicos para compartir entre sí sus tecnologías de pesadilla, creadoras de hábitos, repletas de vigilancia y explotadoras es un comportamiento de mercado estándar. Aunque esto no justifica que sea correcto o bueno —de hecho, todo lo contrario—, sí se ajusta a las reglas egoístas de los capitalistas. No hay ningún gigante tecnológico que dudaría en actuar como Apple si estuviera en su lugar. Este comportamiento no hace sino poner de manifiesto el poder del mercado sin control al que aspiran las empresas.

Antes del intento de prohibición, Epic tenía planes de lanzar la Epic Games Store y su juego estrella, Fortnite, a dispositivos con iOS en Europa. Epic afirma que la medida de Apple es «una grave violación» de la Ley de Mercados Digitales de Europa. Obviamente, la UE estaba de acuerdo en que al menos había alguna posibilidad de que Epic tuviera razón.

Las disputas de los dioses en el Olimpo condicionan la vida de los que vivimos montaña abajo. En este caso, si se permite que Apple siga controlando el acceso a su App Store, para Epic o para cualquier otro, los consumidores atrapados en el ecosistema de Apple seguirán enfrentándose a precios más altos y menos opciones. Esa es la realidad inmediata y el dilema al que se enfrentan los usuarios, independientemente de lo que pensemos de las cuestiones económicas y sociales más amplias.

Si nos quedamos con el mercado liberal «libre», al menos deberíamos insistir en que los Estados desmantelen los monopolios y oligopolios. Deberíamos insistir en que los usuarios tengan libertades y protecciones que les impidan ser estafados y encadenados a los dispositivos de una empresa.

La lucha entre Epic y Apple ha puesto a prueba la legislación de la UE en materia de competencia y su voluntad de respaldar con hechos su afirmación de que se preocupan por los usuarios, sentando el precedente de que está dispuesta a hacerle frente a los monopolios tecnológicos. Hasta aquí, todo bien. Pero aún queda mucho por hacer.  No bastará con arbitrar en las disputas entre empresas tecnológicas. Hay que meter en cintura a las propias empresas. Esa lucha es real; y, de hecho, es épica.

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Publicado en Artículos, Desigualdad, Economía, Élites, Estados Unidos, homeIzq, Sociedad and tecnología

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