En su momento, el presentador conservador Charlie Kirk añadió el nombre de Baruch Spinoza a una lista de enemigos que incluye a los llamados «marxistas culturales» Jacques Derrida y Michel Foucault. Derrida y Foucault son nombres bastante familiares, especialmente para cualquiera que recuerde los debates sobre la corrección política de los años ochenta, en los que el posmodernismo fue declarado enemigo de la razón e incluso de América. Pero Spinoza, un racionalista holandés del siglo XVII, parece claramente fuera de lugar y nada amenazador. Al menos en principio.
Una de las cosas que distingue el pánico actual por todo lo «woke» de los anteriores debates sobre la corrección política es que, mientras que en estos últimos se trataba de defender el canon occidental frente a la política de identidad posmoderna, los guerreros culturales de hoy en día remontan cada vez más las raíces de ideas como la teoría crítica de la raza a elementos de la filosofía occidental como Immanuel Kant, una opinión que se repitió en la audiencia de confirmación de la juez Ketanji Brown Jackson ante el Tribunal Supremo. Ahora, al parecer, Spinoza se ha unido a una conspiración de siglos para destruir nuestros valores occidentales con algo llamado «justicia social».
Sin embargo, si se da un paso atrás en el giro cada vez más paranoico de las guerras culturales de la derecha, se podría argumentar que Spinoza es en realidad un digno enemigo para ellos. Después de todo, los filósofos y teóricos marxistas han recurrido repetidamente a Spinoza en el pasado. De hecho, existe toda una tradición de «spinozismo marxista», desde Louis Althusser hasta Antonio Negri.
Sin embargo, parece poco probable que Charlie Kirk haya estado leyendo Figures du Communisme de Frédéric Lordon . En lugar de centrarse en la adopción de Spinoza por la izquierda marxista, una pregunta más adecuada podría ser: ¿Qué escribió específicamente Spinoza que plantee un desafío legítimo para los chiflados de derecha?
Muy supersticioso
La principal intervención política de Spinoza en vida, el Tratado teológico-político, lleva el prolijo subtítulo: «Por medio del cual se demuestra no sólo que la libertad de filosofar puede ser permitida en la Preservación de la Piedad y la Paz de la República: sino también que no es posible que tal Libertad sea sostenida sino cuando va acompañada de la Paz de la República y la Piedad Mismas». En otras palabras, Spinoza abogaba por la libertad de pensar y filosofar.
Dado que gran parte de la derecha, desde Donald Trump a Elon Musk, se unificó en torno a la demanda de «libertad de expresión», Spinoza parecería un aliado natural. Pero, es precisamente la forma en que Spinoza configura esta demanda de expresión, y cómo entiende la conexión entre la filosofía y la política, lo que demuestra que es un anatema para todo lo que defiende la derecha.
En principio, para Spinoza el verdadero enemigo de la libertad de pensar, hablar y filosofar no es en absoluto la censura estatal, sino algo totalmente distinto: la superstición. Y la superstición es algo con lo que trafican mucho los actuales demagogos de derecha.
Spinoza, que escribió a mediados del siglo XVII, era muy consciente de cómo la Biblia se había convertido no sólo en una autoridad del conocimiento sino también de la política. Incluso fue expulsado de la pequeña comunidad judía de Ámsterdam por sus creencias heréticas y fue testigo directo de la lucha entre la filosofía moderna y la autoridad política de las escrituras religiosas.
El conflicto entre la autoridad de las escrituras y la ciencia definió la época de Spinoza, afectando a pensadores desde Galileo hasta Descartes. Spinoza consideraba que la disputa entre superstición y razón no era una disputa entre gobernantes y pueblo, como sostenían los filósofos liberales, sino intrínseca a toda la vida política y, lo que es más intrigante, una lucha interna de cada individuo.
En otras palabras, la superstición no es sólo un poder externo, como la censura estatal, sino la fuerza de la obediencia que, en cierto sentido, surge de nuestro interior.
Como escribe Spinoza:
El misterio supremo del despotismo, su sostén y apoyo, es mantener a los hombres en un estado de engaño, y con el engañoso título de religión encubrir el miedo con el que deben ser controlados, para que luchen por su servidumbre como por la salvación, y no consideren una vergüenza, sino el más alto honor, gastar su sangre y sus vidas por la glorificación de un hombre.
Mucho antes que Karl Marx, la formulación de Spinoza ofrece algo parecido a una teoría de la ideología: no es que las ideas dominantes sean sólo las ideas de la clase dominante, mientras que el resto sufrimos pasivamente bajo su dominio. La gente lucha activamente contra sus propios intereses y su propia liberación. En lugar de esforzarse por ser más libres y racionales, luchan por mantener su servidumbre y con ella la autoridad de quienes dicen saber por ellos.
Para comprender esta paradoja —que la gente pueda luchar por su servidumbre como si fuera la salvación— es necesario entender la conexión que Spinoza establece entre el conocimiento y la política, que encierra la clave para entender el poder de la superstición. La relación entre el conocimiento y la política, cómo pensamos y cómo vivimos, está en el centro de la filosofía de Spinoza. De hecho, mientras los contemporáneos de Spinoza separaban su método para conocer el mundo de su forma de vivir en él, Spinoza, en una de sus formulaciones más provocativas, veía el pensar y el vivir, la mente y el cuerpo, como dos caras de una misma realidad.
Lectura de la Ética
La obra central de Spinoza, la Ética, es tanto un libro sobre la naturaleza del conocimiento, la realidad, la mente y el cuerpo como una guía sobre cómo vivir. En ella, Spinoza muestra que estamos sujetos a la superstición porque nacemos conscientes de nuestros deseos pero ignorantes de las causas de las cosas. Además, llenamos necesariamente las lagunas de nuestra comprensión del mundo con nuestros deseos: llamamos caóticas a las cosas porque no se ajustan a nuestros planes o malvadas porque parecen amenazar nuestro modo de vida deseado.
Lo que Spinoza llama imaginación, o conocimiento inadecuado, es lo que ocurre cuando confundimos la forma en que algo nos afecta con lo que es. Por ejemplo, nuestro miedo a las serpientes pasa a ser reconocido erróneamente como una cualidad de la propia serpiente, a la que entonces percibimos como poseedora de propiedades malignas. Puesto que, según Spinoza, siempre actuamos a la luz de algún fin, tratando de realizar nuestros deseos y planes en el mundo, también tendemos a interpretar el mundo de manera similar, como si todas las cosas que hay en él estuvieran guiadas por un fin determinado. De ese modo, las cosas que nos ayudan en la naturaleza se entienden como el producto de un plan divino para ayudarnos, mientras que las cosas que nos perjudican se entienden como un juicio o castigo por nuestras acciones.
Es en ese momento cuando lo que Spinoza denomina prejuicio, la ignorancia básica de las causas y la falta de conciencia de nuestros propios deseos, se convierte en superstición, una doctrina o dogma que pretende conocer los verdaderos motivos y causas del mundo. El defecto en nuestro conocimiento se convierte en una forma doctrinal de dar sentido al mundo.
En otras palabras, el prejuicio se convierte en superstición cuando nuestra ignorancia y nuestro deseo se asocian: cuando la creencia en las causas finales se convierte en algo que la gente puede explotar convenciendo a los demás de su interpretación. El prejuicio es un intento de dar sentido al mundo con lo poco que sabemos, basándonos en nuestros propios deseos; la superstición es un intento de organizar ese esfuerzo básico de los individuos por lidiar con el mundo con el objetivo último de obtener poder.
Por supuesto, el dilema sobre el que escribió Spinoza, en el que el prejuicio natural es explotado por la superstición, era específico de la dinámica social de una época en la que la ignorancia podía ser manipulada a través de la Biblia. Sin embargo, las ideas de Spinoza van más allá de la crítica de la religión. El punto fundamental de Spinoza es que todos partimos de un punto de ignorancia fundamental, inconscientes de las causas de las cosas. La distinción política relevante, en la época de Spinoza y en la nuestra, es entre los que explotan esa ignorancia y los que tratan de superarla. Para Spinoza, la liberación es precisamente eso: un esfuerzo por superar la ignorancia mediante la transformación de la forma en que pensamos sobre el mundo.
«Una buena teoría de la conspiración es incomprobable»
Esto nos lleva de nuevo al mundo de las tertulias, podcasts y medios televisivos de derecha, un mundo lleno de prejuicios y supersticiones.
En cierto sentido, toda la esfera mediática de derecha parte de simples deseos, a menudo para aferrarse al propio estatus o sensación de seguridad en el mundo. Lo que importa en el mundo de Alex Jones, Ben Shapiro y otros no es la naturaleza de las amenazas o su relación causal real con la inseguridad que sentimos. Lo que importa es la forma en que nos afectan e influyen en nuestros deseos.
Por poner ejemplos contemporáneos, cosas como la formación obligatoria en diversidad en las empresas o el aprendizaje de la historia de la esclavitud en la escuela pueden hacer que uno se sienta mal. Uno deduce que el efecto (conocer la historia de la esclavitud) debe ser la causa de lo que uno siente, de modo que la forma específicamente mala en que nos sentimos sobre la formación en diversidad o la esclavitud puede explicar de algún modo su condición causal. Los efectos se convierten en causas. Si aprender sobre la esclavitud hace que uno se sienta mal, entonces debe ser porque fue diseñado para ello.
La teoría crítica de la raza existe para hacer que la gente se sienta mal —y promover la causa de la «culpa liberal»— del mismo modo que las serpientes son malvadas. Un efecto de la cosa se ha convertido en su atributo definitorio.
Esta inversión, el tomar los efectos como causas, se convierte en una fórmula para darle sentido al mundo. Cuanto menos se entienden las causas reales de los factores económicos y políticos que convertieron al mundo en algo desconcertante y amenazador, más dispuesto se está a darle sentido en términos de nuestro deseo y de las intenciones invisibles que lo informan.
Puesto que, según Spinoza, los deseos y las intenciones son la forma en que actuamos en el mundo y dan sentido a nuestras acciones, también se convierten en la forma en que interpretamos el funcionamiento del mundo. Podríamos decir que las teorías de la conspiración son la versión secular de la mentalidad de la causa final, antaño asociada a las escrituras y la religión: a través de la teoría de la conspiración, vemos detrás del mundo a las fuerzas más oscuras que orquestan planes tortuosos.
En este pensamiento conspirativo, el efecto de una cosa se convierte en causa, y todo se interpreta según intenciones y planes: no sólo se toma la «causa final» como principio interpretativo, sino que, al hacerlo, los efectos reales de las cosas materiales se invierten para convertirse en causas y, finalmente, en planes siniestros. Siguiendo esa misma lógica, el mundo se convierte en una serie de signos que hay que descifrar —generalmente por un autoproclamado «librepensador»— para ver las verdaderas intenciones subyacentes.
El verdadero conocimiento
En realidad, esto tiene mucho que ver con la libertad de expresión y la filosofía. Es cierto que Spinoza era partidario de la libertad de expresión y de expresar opiniones, incluso (posiblemente) conspirativas. De hecho, Spinoza, que siempre basó su comprensión de la política en una comprensión tanto de la naturaleza humana como de los procesos naturales más amplios, previó que era inevitable y natural que personas con experiencias e historias diferentes vieran las cosas de forma diferente. Cualquier intento de suprimir nuestras divergencias naturales sólo conseguiría que la gente hiciera las mismas cosas, dijera las mismas cosas y pensara lo mismo. Lo cual sería tiránico y estaría condenado al fracaso.
Sin embargo, esto no significa que la proliferación de opiniones y prejuicios sea en sí misma buena o valga la pena. Puede que el ideal político de Spinoza fuera, como dijo el filósofo Étienne Balibar, «tanta gente, pensando tanto como sea posible», pero no se trataba de celebrar una multitud de prejuicios en conflicto libres para desahogarse y enfurecerse unos contra otros. Para Spinoza, la libertad de pensamiento y de expresión tiene un fin determinado: llegar al conocimiento «adecuado» o verdadero.
¿Cómo se llega al conocimiento verdadero? A través de lo que Spinoza denomina nociones comunes. Las nociones son «comunes» cuando implican la comprensión de las relaciones causales —físicas, naturales, pero también sociales, económicas y políticas— que afectan a todo (es decir, que se tienen en común). Comprender las cosas a través de sus complejas y entrecruzadas relaciones causales es lo contrario a comprenderlas a través de sus efectos: estos últimos, característicos de las teorías de la conspiración, sólo pueden encontrar intenciones. El conocimiento en común de Spinoza reconoce que el mundo en toda su compleja causalidad no sólo excede nuestras intenciones sino las intenciones de cualquier individuo, clase o grupo. Éste es uno de los importantes puntos de contacto entre Spinoza y Marx, que son muchos.