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La Costa Azul francesa. (Paul Rysz / Flickr)

El socialismo inventó las vacaciones de verano

Traducción: Pedro Perucca

El verano en el trabajo es insoportable cuando no podemos esperar un tiempo libre. En la Francia de los años 30, el movimiento obrero hizo de la lucha por las vacaciones una prioridad, y obligó a los jefes a pagar por nuestro descanso.

En el verano de 1936 el sol no brillaba para la Francia burguesa. Las damas de la alta sociedad se quejaban de que las hordas invasoras de proletarios ocupaban demasiado espacio en sus playas favoritas, los restauradores de la Costa Azul se preocupaban incluso de si los obreros de las fábricas que llegaban a sus centros turísticos sabrían utilizar el cuchillo y el tenedor. En junio, el gobierno socialista había garantizado a todos los trabajadores dos semanas de vacaciones pagas, haciendo realidad las vacaciones de verano para millones de personas. Ahora, los trabajadores podían dejar de fabricar bicicletas y baguettes durante quince días y ponerse a construir castillos de arena. Y sus jefes tenían que pagarle por ello.

La ley que concedía vacaciones a los trabajadores fue aprobada por el Primer Ministro socialista judío Léon Blum, elegido en mayo de 1936. Pero el cambio se debió sobre todo al poderoso movimiento huelguístico que siguió a su elección. En todo el mundo, los sindicatos llevaban mucho tiempo resistiéndose a que el trabajo dominara toda la vida: la huelga general que comenzó en Chicago el Primero de Mayo de 1886 exigía «ocho horas para el trabajo, ocho horas para el descanso, ocho horas para lo que queramos». Tras la consecución de límites legales a la jornada laboral, y luego la invención de los fines de semana, en el siglo XX la cruzada obrera por el tiempo libre retomó la lucha por las vacaciones pagas.

Después de echar raíces primero en Francia, las vacaciones pagas se consiguieron pronto en otros lugares, en muchos casos complementadas con derechos como el subsidio por enfermedad y la licencia por maternidad. Pero la lucha por las vacaciones no se limitaba a darle a los trabajadores una quincena de libertad al año, para luego tener que volver penosamente al trabajo. Impulsada por una nueva cultura de masas, la lucha por ampliar el ámbito del ocio también pretendía democratizar las sociedades en las que vivimos. Los trabajadores franceses no solo conquistaron el derecho a las vacaciones, sino que construyeron albergues, campings y clubes sociales gracias a los cuales podían pasar mejor su tiempo, y pasarlo juntos.

Un paraguas amplio

El tiempo libre siempre fue un campo de batalla político. El movimiento obrero primitivo era un hervidero de sociedades de socorros mutuos y cooperativas a través de las cuales los trabajadores ponían en común sus recursos para aprovechar mejor su tiempo libre. Desde 1919, los alcaldes socialistas y comunistas de Ivry-sur-Seine, un suburbio de París, gestionaban un fondo de solidaridad para proporcionar a los hijos de los trabajadores viajes al mar. Al igual que organismos como la YMCA, que promovían formas de ocio compatibles con los valores cristianos, los partidos obreros crearon sus propias actividades de ocio, deportivas y sociales, dentro del tiempo libre que podían encontrar.

En el verano de 1936, fue necesaria la acción del gobierno para universalizar la paga de vacaciones que hasta entonces había conseguido una pequeña minoría de trabajadores. Pero el éxito no se debió solo a Léon Blum, ni tampoco al Frente Popular que unía a sus socialistas con los radicales liberales y los comunistas. De hecho, el programa que el Frente Popular anunció antes de las elecciones de mayo de 1936 era cauteloso: prometía nacionalizar las industrias de guerra y dar mayor libertad a los sindicatos, pero su llamamiento a «una reducción de la semana laboral sin reducción de los salarios semanales» no decía qué reducción podía hacerse, ni cuándo.

El triunfo del Frente Popular en las elecciones del 3 de mayo de 1936 —con el 57% de los votos— inspiró un clima de cambio más extendido. El 11 de mayo, los trabajadores ocuparon una fábrica de aviones para exigir la readmisión de dos compañeros despedidos por hacer huelga el Primero de Mayo; esto provocó la acción solidaria de los estibadores, encendiendo la mecha de un movimiento más amplio. La huelga se extendió a miles de centros de trabajo en toda Francia, abarcando a unos 2 millones de trabajadores. El ambiente festivo que se respira en las fábricas ocupadas demuestra no solo que los trabajadores se sienten envalentonados sino que tienen grandes expectativas para lo que vendrá después.

Envalentonado por la oleada de huelgas, pero también receloso de un conflicto social prolongado, Blum buscó un acuerdo con la patronal que también satisficiera a los activistas de los principales partidos obreros. Los días 7 y 8 de junio, el Primer Ministro socialista, los sindicatos y la patronal sellaron los Acuerdos de Matignon, que promulgaban una versión más detallada —y, de hecho, más radical— de las promesas del manifiesto del Frente Popular. Los empresarios tuvieron que aceptar un límite de cuarenta horas semanales de trabajo (sin pérdida de salario), mayores libertades sindicales y al menos dos semanas de vacaciones pagas para cada trabajador.

República de la Juventud

Los trabajadores habían conseguido el derecho a vacaciones pagas mediante la acción solidaria, y este mismo espíritu informaba cómo iban a utilizar ahora ese tiempo. Esto también se vio influido por debates anteriores sobre lo que significaban realmente las vacaciones. En la época de Karl Marx, un viaje a la playa se veía a menudo en términos de recuperación de la salud, lejos de la suciedad y el humo de la ciudad (la historiadora Yvonne Kapp señala cómo Marx se obsesionaba con los beneficios de los viajes a la orilla del mar, «en opinión médica y laica, una panacea solo superada por el alcohol»). Pero lo que realmente hacían los trabajadores en su tiempo libre siguió siendo una cuestión muy discutida a principios del siglo XX.

Como señala el historiador Gary Cross, muchos socialistas denunciaban el efecto perjudicial que la rutina de la fábrica tenía en las mentes de los trabajadores, privándoles de la energía y la agudeza intelectual necesarias para hacer algo más que consumir pasivamente entretenimiento. Las críticas a los deportes de espectáculo y al juego estaban muy extendidas en el movimiento obrero; los defensores de la «templanza» no solo expresaban moralismo cristiano sino también el reconocimiento de que los trabajadores no debían malgastar los ingresos familiares en alcohol. Los partidos de izquierda se centraban en la educación política, pero también en actividades como las bandas de música y el senderismo, con el fin de atraer a los trabajadores hacia actividades más ilustradas.

Sin embargo, la izquierda quería hacer algo más que integrar a los trabajadores más politizados, especialmente cuando la extrema derecha promovía su propia visión del ocio de masas. Desde 1925, las organizaciones «After-Work» y «Balilla» del fascismo italiano ofrecían actividades de ocio subvencionadas por el Estado, y desde 1935, el programa «La fuerza a través de la alegría» de la Alemania nazi utilizaba recursos estatales para organizar actividades deportivas y fiestas colectivas que promovían valores militaristas y «nacionales», por encima de las diferencias de clase. El Frente Popular trató así de promover su propia visión democrática de lo que podía ser el ocio.

Esto fue especialmente evidente en la labor del subsecretario de Estado para el Deporte y el Ocio de Blum, cargo que ocupó Léo Lagrange. Como reflejo de los diferentes objetivos de la política de ocio, esta función creada por el gobierno del Frente Popular estuvo inicialmente adscrita al Ministerio de Sanidad, pero luego se trasladó al Ministerio de Educación. Pero la elección de Lagrange refleja también la diferencia entre los imperativos socialistas y los fascistas. Según sus propias palabras, la preocupación del Frente Popular no era solo la relajación sino promover la dignidad de los trabajadores. Por ejemplo, en contraste con el deporte de élite que se exhibió en los Juegos Olímpicos de Berlín, Lagrange pretendía «menos crear campeones y llevar a 22 jugadores al estadio, ante 40.000 o 100.000 espectadores, que invitar a los jóvenes de nuestro país a ir regularmente al terreno de juego, al campo, a la piscina».

Lagrange no solo patrocinó la «Olimpiada Popular» de Barcelona, alternativa a los Juegos Olímpicos de Hitler, sino que ofreció visitas guiadas a París a trabajadores agrícolas de otras regiones. El apoyo gubernamental a las asociaciones dirigidas por sus miembros tenía como objetivo fomentar una gestión colectiva del tiempo libre, libre del patrocinio asociado a las iniciativas eclesiásticas o caritativas: para Lagrange, esto permitiría al «minero, al artesano, al campesino, al albañil, al oficinista y al maestro [comprender] gradualmente la unidad del trabajo humano».

Las iniciativas desde abajo se hicieron eco de esta idea. De 1935 a 1938, la «Unión Deportiva y Gimnástica del Trabajo» del sindicato CGT pasó de 42.000 a 100.000, al adoptar el llamamiento a un «club para cada fábrica». Por supuesto, al igual que los trabajadores no podían permitirse ir de vacaciones sin permiso remunerado, también necesitaban poder emplear su tiempo de forma económica. Los viajes en tren subvencionados (con un descuento del 40%) eran una de las ramas de esta política, pero también eran clave los comités locales del Frente Popular, organizaciones como «Vacaciones para todos» (que prometía «algo más que una versión barata del turismo burgués») y la asociación de albergues juveniles CLAJ.

Como su nombre indicaba, el CLAJ —el «Centro Laico de Albergues Juveniles»— era una alternativa a las asociaciones religiosas de ocio, pero estaba en gran medida bajo el dominio comunista. Su presencia aumentó enormemente durante la época del Frente Popular, pasando de cuarenta y cinco albergues en 1933 a noventa en 1935 y a 450 en 1938. Proporcionar alojamiento barato a decenas de miles de personas alimentó también una liberalización de las costumbres sociales. Si bien se desaconsejaba la política formal, la revista del CLAJ Le Cri des Auberges proclamaba que «cada albergue es una república de la juventud», rompiendo con el modelo de «vacaciones en familia» promovido en parte de la propaganda del Frente Popular.

Como señala la historiadora Siân Reynolds, el papel del CLAJ fue especialmente importante por las costumbres sociales más libres que promovía y, en particular, por el hecho de que no segregaba por sexos (aunque sí lo hacía en los dormitorios). La socialización colectiva entre hombres y mujeres, la difusión del tu coloquial sobre el vous formal y la ausencia de códigos de vestimenta para las mujeres se inspiraban en las prácticas existentes de las Juventudes Comunistas, pero también socavaban las jerarquías de género: para Lucette Heller-Goldenberg, «ponían fin a las falsas relaciones entre una joven que se esforzaba por conseguir marido y un joven que buscaba una víctima».

Un rayo de luz

El Frente Popular no era todo sonrisas y sol; después de todo, se creó como una muralla defensiva contra el fascismo en ascenso y algunos de los colegas de Lagrange veían con mejores ojos los beneficios «patrióticos» de la mezcla cultural que su capacidad para socavar las costumbres familiares. No obstante, la política de Blum tuvo efectos importantes, como el auge de una práctica similar en Gran Bretaña. Aunque los esfuerzos legislativos de Westminster fracasaron en 1929 y 1936, la creciente demanda de vacaciones pagadas por parte de los sindicatos, inspirada en el ejemplo francés, hizo que el número de trabajadores a los que se concedieron aumentara de 1,5 millones en 1935 a 7,75 millones en marzo de 1938.

La presión financiera y la Guerra Civil en España pusieron fin al Frente Popular ese otoño. Los radicales liberales se volvieron hacia los conservadores, socavando las medidas clave de Blum, que fueron destruidas por completo bajo la ocupación alemana. El propio Lagrange murió en el frente en junio de 1940. Blum, por su parte, fue juzgado por traición en 1942. Defendiendo desafiantemente su historial, utilizó la sala del tribunal para defender su política de ocio, subvirtiendo la propia retórica de valores familiares del régimen de Vichy. Para el socialista judío, las vacaciones pagadas habían ofrecido un «rayo de luz en vidas oscuras y difíciles», no solo dándole a los trabajadores «facilidades para la vida familiar, sino una promesa para el futuro, una esperanza».

Este rayo de luz sería recordado durante mucho tiempo. Los acordes de la canción de Charles Trenet de 1936 «Y’a d’la joie» resonaron a lo largo de los años, mientras que los fotógrafos Henri Cartier-Bresson y Pierre Jamet, miembro del CLAJ, inmortalizaron la alegría de vivir del autostop y la acampe rudimentario. Sin embargo, la luz del verano de 1936 se vio sin duda aliviada por la oscuridad de lo que siguió bajo el régimen de Vichy. Algunos historiadores lo retrataron como un mito reconfortante: para Julian Jackson, las imágenes de «multitudes saludando desde los trenes que parten se convirtieron en un símbolo de 1936 tanto como las barricadas lo fueron de 1968».

En el verano de 1940, las familias parisinas hicieron las maletas para un viaje diferente: la evacuación de la capital ante la invasión alemana. Sin embargo, incluso en los oscuros días de la ocupación, el verano de cuatro años antes dejó recuerdos más que felices. Ni el Partido Comunista ni el socialista seguían en pie, prohibidos respectivamente por los conservadores y por Vichy. Pero las estructuras creadas por los trabajadores para aprovechar el tiempo libre que tanto les había costado ganar también crearon redes de solidaridad que perduraron durante el periodo de ocupación. Tras la invasión alemana, el CLAJ se convirtió en uno de los pilares de la resistencia armada.

Hoy, nuestro tiempo libre se enfrenta a enemigos distintos de las tropas de asalto nazis. Los jefes utilizan tanto nuestras precarias condiciones como nuestros teléfonos móviles para mantenernos constantemente de guardia, encadenados a nuestros puestos de trabajo y desesperados por los turnos. Pero el pago de las vacaciones consiste precisamente en liberarnos de la elección entre el tiempo libre y el empleo que necesitamos: es una obligación para todos los empresarios de pagarnos parte de nuestro tiempo libre, independientemente de sus circunstancias particulares. En la Francia de los años 30, la lucha por las vacaciones creó una nivelación general de las condiciones de todos los trabajadores, a costa de sus jefes. Eso es justo lo que necesitamos hoy.

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