Vaga e incoherente, unida en lo que parece ser un diseño deliberadamente anticlimático, Joker: Folie à Deux es un bajón de película, floja y excesivamente larga, que además ofrece muy pocas compensaciones en términos de lo que se espera de una película de género para el público notablemente escaso que la está yendo a ver al cine.
La primera película del Joker de Todd Phillips, un violento melodrama con un sorprendente golpe emocional, fue el gran éxito de 2019. Seguía el arco narrativo del abyecto, maltratado, asustado, empobrecido y sin gracia aspirante a cómico y víctima nata Arthur Fleck (Joaquin Phoenix, en una interpretación ganadora de un Oscar), que encuentra una forma de expresar su rabia vengativa con violento brío contra una sociedad horrible y cruel. En la secuela, el guionista y director Phillips pone su empeño en la sombría tarea de devolver al personaje a un estado aún más bajo del que partió. Al final no es más que un Arthur miserable y abyecto. Pero con números musicales.
Se interpretan una veintena de canciones, o quizá sólo lo parezca, a lo largo de dos horas y dieciocho minutos. Las cantan Phoenix, que no sabe cantar, y Lady Gaga, que sí que sabe, pero que finge que no sabe durante la mitad de la película. En la sombría realidad de Gotham, su personaje de Harleen «Lee» Quinzel, una sociópata obsesionada con el Joker que conoce a Arthur como compañero de celda en el Asilo Arkham, canta con una voz delgada y carrasposa. Mientras que en el mundo de fantasía compartido por la pareja Joker y Lee, cada vez más devota, ella canta con la potente voz de mezzo soprano de Lady Gaga, entrenada para el mundo del espectáculo. Oímos «Get Happy», «That’s Entertainment», «For Once in My Life», «That’s Life» y muchos otros éxitos del cancionero popular estadounidense.
De vez en cuando algún número funciona bastante bien. «For Once in My Life» es el mejor ejemplo, interpretado por Joker y Lee como si estuvieran protagonizando un programa de variedades de los años 70 como The Sonny & Cher Comedy Hour. Se interrumpen a mitad de la canción para bromear entre ellos de forma cursi y medio hostil que deja al descubierto las tensiones reales que se desarrollan entre ellos antes de reanudar la canción que pasa por alto sus diferencias. Sonny y Cher hicieron lo mismo docenas de veces, y Sonny tampoco sabía cantar muy bien.
Lady Gaga sigue siendo una actriz carismática en pantalla, compulsivamente observable. Luce estupenda e icónica en su último atuendo de Harley Quinn en los juzgados, y se entrega al máximo en cada escena. Ni que decir tiene que Phoenix también lo da todo, habiendo perdido una vez más cincuenta y tantos kilos para hacer de Arthur una figura lo más lamentablemente demacrada posible, con su clavícula sobresaliente y un hombro extrañamente deforme y cada vértebra de su columna vertebral prácticamente sobresaliendo a través de su piel. Si la dedicación manifiesta de los actores a sus personajes pudiera marcar la diferencia entre una película poderosa y el desastre embrutecedor que vemos en realidad, tendrían entre manos una secuela del Joker de éxito en lugar del cuestionado fracaso que se proyecta actualmente en los cines.
Sus fumadas son tan frecuentes e intensas, las caladas profundas y las exhalaciones largas y exuberantes del éxtasis de antaño, que será un milagro que no contraigan cáncer de pulmón. En un ejemplo típico de exageración, Phillips relaciona enérgicamente fumar cigarrillos, un privilegio carcelario ganado a pulso, con la autonomía personal y las alegrías de la industria del entretenimiento de antaño, así que puedes imaginarte cuánto se fuma mientras el Joker y Lee dejan de tomar sus medicinas y formulan sus planes para escapar y cometer crímenes y cantar a dúo y encontrar juntos la dicha renegada. Si dejaste de fumar recientemente, ¡cuidado!
Phillips y Phoenix, estrechos colaboradores, están concediendo muchas entrevistas sobre sus ambiciosas intenciones para una aventura cinematográfica de alto riesgo porque, como dijo Phoenix, ambos son adictos a «la emoción de fracasar [mientras] haces lo que amas». Su deseo declarado era crear una experiencia deliberadamente fracturada: «El objetivo de esta película es que parezca hecha por locos (…). Con los presos dirigiendo el manicomio».
El resultado se traduce en escenas en las que el Joker se representa a sí mismo durante el juicio, adoptando un acento sureño. Ese era un buen gag recurrente en Futurama, que contaba con un abogado sureño que era una verdadera gallina que trabajaba para alimentar a sus pollos, pero aquí resulta molesto porque no tiene gracia y no va a ninguna parte.
En la película hay muchas cosas que no van a ninguna parte, o al menos no van a donde las escenas parecen apuntar. Por ejemplo, el gran Brendan Gleeson interpreta a un sádico guardia del manicomio Arkham que se muestra amable con Arthur durante un rato de esa forma amenazadora que te hace ponerte tenso, esperando que llegue una brutalidad aún mayor. Ese desarrollo va acompañado de múltiples escenas de creciente rebelión de los presos, lo que indica que vamos a asistir a un motín carcelario terriblemente violento en algún momento culminante de la película que tendrá como objetivo al guardia que personifica Gleeson. Pero eso nunca sucede. Probablemente haya otra canción en ese lugar.
Es una pena que los aspectos arriesgados de Joker: Folie à Deux tiendan a tener un efecto tan frustrante y apagado, porque las desviaciones audaces en las películas de género pueden ser maravillosas, obviamente. Pero desde la primera escena, hay una nota de advertencia en la forma en que los grandes giros de Phillips no salen bien. Joker: Folie à Deux (un título estúpido) comienza con una secuencia animada que se supone que representa la versión de dibujos animados de Warner Bros sobre la experiencia de doble personalidad de Arthur/Joker. Muestra al Joker y a su sombra compitiendo por el control de su éxito en el mundo del espectáculo, y es terriblemente poco graciosa, literal y aburrida. Ni siquiera se hace un buen trabajo evocando el estilo de los Looney Tunes.
El cineasta francés Sylvain Chomet, creador de Las trillizas de Belleville, afirma haberle sugerido a Phillips que hicieran un «dibujo animado al estilo de Tex Avery», lo que convierte esta secuencia en un fracaso aún más escandalosamente incompetente. Si alguna vez vieron un dibujo animado de Avery de sus mejores años en Warner Bros —si no, pónganse a hacerlo inmediatamente—, donde fue pionero de un estilo llamativo y exageradamente lleno de acción que transfirió a MGM, sabrán que su trabajo es el más salvaje, alocado, irreverente e hilarante de cualquier animador de primera línea de los años 30 a 50, y por lo tanto el más fácilmente imitado.
Esta floja decisión en lo que hace a dibujos animados aplasta el inicio de una película que luego nunca logra recuperarse. Pero constituye un buen aviso del desastre que se avecina.