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Trabajadores durante una huelga de mineros en Alemania en 1905.

Cuando la socialdemocracia era vibrante

Traducción: Natalia López

Los socialdemócratas alemanes construyeron un mundo de instituciones culturales que mejoraron la vida inmediata de los trabajadores, mientras se organizaban para un futuro socialista.

El Primero de Mayo de 1891, más de 1 200 miembros del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) se reunieron en el Teatro Ostend de Berlín para representar una obra alegórica titulada «A través de la lucha hacia la libertad». Después, la multitud aumentó a ocho mil personas cuando los trabajadores y sus familias participaron en una waldfest ( fiesta en el bosque), con música y espectáculos de marionetas satíricas. La noche concluyó con fuegos artificiales y canciones.

Las festividades del Primero de Mayo de ese año no fueron una aberración. Lejos de ser un asunto aburrido y monótono, la vida en el SPD era una expresión viva y vibrante de los valores del partido. Los socialdemócratas crearon asociaciones de gimnasia y clubes ciclistas, sociedades corales y clubes de ajedrez. Organizaban actividades juveniles, abrían tiendas de comestibles y ofrecían servicios funerarios. Crearon bibliotecas y periódicos, y organizaron conferencias. Este amplio mundo vital representaba un intento de construir solidaridad y comunidad en el aquí y ahora, enriqueciendo las vidas de los trabajadores mientras construían colectivamente un movimiento por un mundo mejor.

El bienestar y la cultura, insistían los socialdemócratas, no eran indulgencias burguesas. Tampoco eran distracciones de la lucha de clases. Eran esenciales para reforzar la fuerza y las capacidades de los trabajadores deshumanizados y desposeídos por el capitalismo.

Las innovaciones del partido también nacieron de la emergencia. Durante doce largos años, a finales del siglo XIX, el SPD estuvo oficialmente prohibido. Los socialistas, luchando por mantener vivo el sueño, se enfrentaron a cuestiones que aún resuenan hoy: ¿cómo mejorar la vida de la gente cuando se está fuera del poder? ¿Cómo se puede forjar una comunidad cuando cualquier revisión drástica del orden existente parece lejana en el tiempo?

Aunque hoy son solo una sombra de lo que fueron —más deseosos de ofrecer reformas neoliberales que de una vida interna inspiradora—, la respuesta de los socialdemócratas alemanes fue construir una «sociedad alternativa». Por el camino, construyeron el mayor partido socialista del mundo.

El SPD alemán

Fundado en 1875 a partir de la fusión de dos partidos obreros, el Partido Socialdemócrata Alemán fue una de las primeras organizaciones políticas de inspiración marxista del mundo. Cuando se formó la Segunda Internacional en 1889 —dirigida al principio por el propio Engels—, el SPD era el líder natural del conjunto de partidos socialistas, aportando inspiración y perspicacia teórica a partes iguales.

Pero si el SPD fue el primer partido obrero de masas genuino del mundo, también se convirtió rápidamente en uno de los más perseguidos. La prohibición llegó en 1878, cortesía del ferozmente antisocialista primer ministro Otto Von Bismarck. Incluso después de que se levantara la prohibición en 1890, la represión y la censura fueron incesantes, y los socialistas fueron ampliamente despreciados como antipatriotas y peligrosos. «Económica, política, cultural y socialmente», escribe el historiador Gary Steenson «el SPD y los sindicatos libres eran parias en su propio Estado».

Construir una esfera pública alternativa era un medio de autopreservación y una forma de proporcionar beneficios inmediatos a unos miembros que gozaban de escaso poder político. A pesar de ser el partido más grande de Alemania, el SPD estaba esencialmente excluido de la elaboración de leyes y no tenía voz ni voto en ningún gabinete o ministerio del gobierno, que se formaban a voluntad del káiser. Sus representantes electos utilizaban el Parlamento sobre todo como plataforma para difundir opiniones socialistas —por ejemplo, a favor de la ampliación del derecho de voto— y para dotar al partido de cierta legitimidad. El Parlamento también se consideraba un barómetro del apoyo de las masas. Los miembros del partido veían con regocijo cómo aumentaba su número de votos, viendo una marcha inexorable hacia el socialismo.
Pero mientras tanto, los trabajadores sufrían. Así que, al tiempo que el partido se organizaba para el futuro socialista, también creaba organizaciones asociativas que se convertían en una esfera pública socialista alternativa «que iba de la cuna a la tumba».

Un cartel anunciando una federación ciclista obrera.

El deseo era la emancipación universal en todos los sentidos del término. Sin educación, salud y comunión con los demás, no puede haber liberación. Y sin organizaciones socialistas, la sociedad dominante podría seguir monopolizando todas las esferas de la vida con sus valores de competencia y chovinismo.

Un importante ideal animador de los socialdemócratas era la noción de Bildung. Un concepto para el que no existe una traducción sencilla al español, Bildung engloba la educación junto con la autorrealización: uno puede formular una nueva imagen de sí mismo y, con el tiempo, alcanzarla mediante un esfuerzo consciente. Para los socialdemócratas, ganar el socialismo significaba ganar la Bildung para todos, no solo para las clases privilegiadas. Llevar a la clase trabajadora, excluida y abatida, a los ámbitos más elevados de la sociedad y exponerla a los logros humanos más elevados demostraría a los trabajadores su valía y los prepararía aún más como agentes democráticos.

Con el tiempo, estas instituciones y esfuerzos de construcción de la comunidad señalaron una protesta moral contra una sociedad fallida, en la que las élites pesaban incluso sobre los sueños más modestos de los trabajadores.

Tres clubes

En el caleidoscopio de iniciativas que lanzaron los socialdemócratas, destacan tres como las más grandes y exitosas: la gimnasia, el canto coral y el teatro.

En Alemania, las Turnverein (asociaciones de gimnasia) llevaban mucho tiempo impregnadas de nacionalismo. A medida que avanzaba el siglo XIX y el Estado empezaba a perseguir objetivos imperialistas cada vez más agresivos, esta postura se hizo especialmente rabiosa. Sin embargo, los socialistas reconocieron que el Turnverein —originador de las barras paralelas, así como del caballo de salto— no tenía por qué ser territorio de los reaccionarios.

Ya en la década de 1860 surgieron clubes de gimnasia para trabajadores y, en 1893, los socialdemócratas fundaron un sindicato de gimnasia obrera. Tres o cuatro veces al año, los miembros se reunían para hacer gimnasia y demostraciones, y cada dos semanas había excursiones locales de gimnasia. Normalmente, los miembros se reunían en una estación de tren a las afueras de la ciudad y luego partían juntos hacia un lago para hacer ejercicios y un picnic.

Los clubes de senderismo proletarios también eran bastante comunes; uno especialmente famoso se hacía llamar «Amigos de la Naturaleza». Su lema «Montañas libres, mundo libre, pueblos libres» reflejaba el deseo de despertar la alegría de la naturaleza, pero también de ofrecer una alternativa a las opresivas condiciones de la vida urbana bajo el capitalismo. Las largas jornadas y las horrendas condiciones de vida y de trabajo a las que se enfrentaban las clases bajas pedían a gritos una condición física reparadora. Ser socialdemócrata significaba tener acceso a un mundo alejado del trabajo que aplastaba el alma.

Los coros de trabajadores tuvieron una génesis similar. Los coros habían sido durante mucho tiempo el dominio de la iglesia, incluso de los militares. Sus filas, cada vez más nacionalistas, excluían estrictamente a las mujeres. Pero los socialdemócratas no permitieron que la derecha dominara esta forma de crear comunidad y bienestar. Crearon coros mixtos y sociedades de canto.

El canto coral demostró ser un vehículo ideal para proporcionar Bildung a aquellos a los que se les había negado durante mucho tiempo la oportunidad de explorar la historia de la música. Los diversos coros se inspiraron tanto en las obras de compositores de élite como en los clásicos de la música popular. Su objetivo no era rechazar crudamente todo lo que habían producido las clases privilegiadas, sino asegurarse de que todo el mundo tuviera acceso a las riquezas culturales de la humanidad.

Uno de los coros de inspiración socialista más interesantes fue el Coro de Médicos del Dr. Kurt Singer, corresponsal musical oficial del periódico socialdemócrata Vorwärts (Adelante). Formado por médicos berlineses, en su mayoría mujeres, el grupo visitaba cárceles y hospitales y recaudaba dinero para los mutilados y huérfanos, llevando los ideales socialdemócratas a ambientes íntimos. Las críticas hablaban de «rostros radiantes» y «aplausos espontáneos» durante sus actuaciones.
Pero quizá la joya de la corona de la esfera pública socialdemócrata fue la Volksbühne, o «teatro del pueblo».

La célula de nacimiento de este movimiento teatral fue un club de debate basado en suscripciones, formado principalmente por escultores y encuadernadores, que se reunía en la trastienda de un club berlinés y se hacía llamar la « Tía Vieja», para despistar a la policía. A partir de ahí se desarrolló gradualmente un nuevo concepto revolucionario de difusión de la cultura.

La Volksbühne de Berlín

 

El « Teatro del Pueblo» abolió la estratificación de clases dentro del teatro: todas las localidades tenían el mismo precio, se asignaban al azar por sorteo, y las representaciones se ajustaban a los horarios de la clase trabajadora. Los trabajadores con discapacidades auditivas o visuales tenían mejores localidades. A menudo se recogían fondos al comienzo de las representaciones, escribe el historiador Andrew Bonnell, en apoyo de los «camaradas comprometidos en la lucha por el honor de todos los trabajadores».

En muchas ciudades, empezando por Berlín, los socialdemócratas construyeron teatros gestionados según los principios del escenario popular. La idea era proporcionar una alternativa obrera al teatro burgués —donde el lujo y la diversión teatral estaban limitados a la élite— y complementar la oferta cultural con amplios recursos educativos. El abono al teatro incluía siempre conferencias y material de lectura gratuito. Y la programación se amplió rápidamente más allá del teatro para incluir música, cine, danza e incluso radio.

Aunque los debates del periodo de entreguerras estratificarían y polarizarían más tarde el significado, el objetivo y el propósito del arte revolucionario —dividiendo a los socialistas tanto política como culturalmente—, los socialdemócratas mantuvieron un admirable equilibrio. Una noche el escenario popular acogía protestas contra la policía y los tribunales parciales; la siguiente presentaba el nuevo naturalismo vanguardista de Ibsen y Hauptman.

La falta de antipatía hacia este nuevo modernismo también era reveladora. A pesar de sus orígenes burgueses, el naturalismo, argumentaban los observadores, se atrevía a exponer «las intolerables contradicciones a las que nos somete el actual orden social», retratando las realidades de la pobreza. En una representación de Los pilares de la sociedad de Ibsen, el director modernista berlinés Otto Brahm dejó constancia de que el público de la Volksbühne mostraba una actitud más cercana a la «reverencia de la iglesia» que al «humor de estreno berlinés».

Del mismo modo, los socialdemócratas no se oponían a la inclusión de clásicos como Goethe o Beethoven. Aunque pretendían distanciar al partido de los bienes culturales « autorizados», los socialdemócratas también sabían que rechazar el pasado sería ceder por completo los clásicos a la aristocracia y la burguesía.

Los recitales de piano a mediodía contaban con algunos de los mayores virtuosos del momento, como Artur Schnabel y Leo Kestenberg. Fue en la Volksbühne donde Schnabel interpretó las treinta y dos sonatas para piano de Beethoven, una primicia histórica y un momento culminante de su carrera. Con tales actuaciones, la Volksbühne esperaba producir la próxima generación de grandes artistas de las filas de la clase trabajadora.

Incluso el uso de la palabra«Volk» en «Volksbühne» era significativo. «Volk», o pueblo, tenía connotaciones de pertenencia nacional e incluso racial excluyente. Los socialdemócratas intentaron apropiarse de la palabra, despojándola de su significado reaccionario y presentándose como los verdaderos defensores del pueblo.

En muchos sentidos, los socialdemócratas fueron los últimos en aferrarse a la promesa humanista de la Ilustración. Aunque los trabajadores a veces llevaban consigo su sufrimiento y opresión al teatro, a menudo salían como llamas ardiendo con las más altas aspiraciones de toda la humanidad, listos para seguir avanzando hacia el futuro.

El ejemplo del SPD

En 1912, el SPD era la mayor facción del partido en el Reichstag alemán y el mayor partido socialista de Europa. Su extensa esfera pública era la envidia de los socialistas de todo el mundo. Su apoyo electoral, a pesar de ocasionales reveses, aumentaba día a día.

La Primera Guerra Mundial acabó con todo eso. Sucumbiendo al militarismo que recorría el continente, los parlamentarios del SPD votaron a favor de los créditos de guerra para financiar el brutal conflicto. Aunque al principio trataron de justificar la guerra como un acto de intervención humanitaria en favor de los pueblos oprimidos por el régimen zarista —y una facción antibélica pronto se declaró independiente del partido—, la decisión supuso la sentencia de muerte de la Segunda Internacional. La vanguardia del socialismo había dado la espalda al principio básico del internacionalismo proletario.

Pero la trágica desaparición del SPD de la Segunda Internacional no debe ocultar lo que el partido fue capaz de lograr. En medio de una sociedad intensamente hostil, formaron, como dijo memorablemente el teórico del partido Karl Kautsky, una isla a la que podían huir juntos: un «espíritu de comunidad espiritualmente socialista», en la expresión de otros.

Los coros, clubes de gimnasia y teatros de los socialdemócratas no eran distracciones del movimiento socialista. Proporcionaban las herramientas para la autodeterminación, llenando los muchos vacíos en los que la sociedad burguesa había fallado a los trabajadores y a los pobres. Kautsky y otros miembros del partido sabían que un mayor sufrimiento no reforzaría el apoyo al socialismo. Veían la necesidad, tanto práctica como ética, de realizar intervenciones inmediatas para mejorar los males de una sociedad injusta.

Hoy en día, en los países occidentales, las ligas deportivas de las comunidades obreras, cuando existen, están desfinanciadas. La financiación del arte y la cultura tiende a dirigirse a proyectos que atraen a una élite enclaustrada y educada en la competencia universitaria. La educación radical suele instalarse en el mundo académico. Las carencias de comida impiden a los pobres acceder a alimentos sanos. Millones de personas tienen trabajos penosos y largas jornadas laborales. Las comunidades están atomizadas. Y la transformación socialista no se vislumbra en el horizonte.

El SPD alemán, aunque operaba en un entorno muy diferente al actual, demostró que combinar la organización política y económica con el ímpetu cultural puede dar frutos socialistas y, de paso, mejorar la vida inmediata de los trabajadores.

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