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Soldados israelíes y vehículos blindados se reúnen cerca de la ciudad de Beita, en Cisjordania, el 12 de julio de 2024. (Wahaj Bani Moufleh / Middle East Images / AFP vía Getty Images)

La segunda guerra de Israel

Traducción: Florencia Oroz

Mientras que la guerra de Israel contra Gaza ha infligido un sufrimiento inconmensurable a los palestinos, su conflicto con Hezbolá supone una amenaza existencial para la región. A pesar de ello, Israel sigue fomentando la escalada de hostilidades.

Las próximas semanas serán cruciales para determinar si la actual guerra regional en Oriente Próximo aumentará de intensidad. Israel ha acordado reanudar las negociaciones de alto el fuego el 15 de agosto, poco más de dos semanas después de asesinar en Teherán a Ismail Haniyeh, líder político y principal negociador de Hamás, y en Beirut a Fuad Shukr, uno de los miembros fundadores del brazo armado de Hezbolá. Tanto Irán como Hezbolá han prometido responder a los ataques de Israel.

Ante el temor a una escalada, Estados Unidos, Qatar y Egipto emitieron una declaración en la que abogaban por una nueva ronda de negociaciones, después de que diplomáticos occidentales presionaran supuestamente en favor de un posible acuerdo global para poner fin a la guerra en Gaza. El acuerdo incluiría un alto el fuego, la retirada israelí de Gaza y un intercambio de prisioneros entre Israel y las facciones de la resistencia palestina. También daría prioridad a las necesidades humanitarias aumentando la ayuda a Gaza y elaborando un plan sólido para reconstruir las infraestructuras devastadas por años de conflicto.

El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, respondió a la declaración de Estados Unidos, Qatar y Egipto confirmando que continuará las negociaciones el 15 de agosto. Yahya Sinwar, que sustituyó a Haniyeh como presidente del buró político de Hamás, pidió a los mediadores que propusieran un plan para obligar a Israel a aplicar el acuerdo al que la organización, basándose en las propuestas del presidente Biden, accedió a finales de mayo. Rondas adicionales de negociaciones, dijeron los representantes de Hamás, «darían tiempo a la ocupación para seguir perpetuando la guerra de genocidio contra nuestro pueblo». No está claro si el partido enviará a sus representantes a las negociaciones del 15 de agosto. Sin embargo, está claro que Hamás ya no cree en absoluto que Israel se tome en serio poner fin a la guerra.

Al igual que Biden, Kamala Harris ha hecho declaraciones críticas con las acciones de Israel e incluso ha llegado a pedir un alto el fuego inmediato. Pero ha evitado presionar seriamente al gobierno de Netanyahu, al que Estados Unidos acordó enviar 3500 millones de dólares adicionales en ayuda militar que se gastarán en equipos de fabricación estadounidense.

En los meses inmediatamente posteriores al 7 de octubre, Netanyahu experimentó una importante caída de apoyo. Sin embargo, encuestas más recientes muestran que es más popular que Benny Gantz, que dimitió del gobierno a mediados de junio en oposición a la negativa de Netanyahu a aceptar el acuerdo propuesto por Biden a finales de mayo, que habría garantizado un alto el fuego y la liberación de los rehenes israelíes. La porfía de Netanyahu parece haberle granjeado —más que hecho perder— el apoyo de la opinión pública israelí. En estas condiciones, hay pocas razones para esperar que esta ronda de negociaciones sea diferente de las anteriores, sistemáticamente obstruidas por Israel.

Desde junio, Israel ha señalado que la guerra contra Gaza entraría pronto en una «fase menos intensa», caracterizada por ataques selectivos destinados a impedir que Hamás se reagrupe. Sin embargo, a pesar de las continuas masacres de Israel (incluido un reciente ataque contra una escuela que albergaba a desplazados en la ciudad de Gaza que se cobró más de cien vidas palestinas), las operaciones de Hamás contra soldados israelíes dentro de la franja han persistido. El nombramiento de Sinwar —que, a diferencia de Haniyeh, tiene su base en Gaza y no en Qatar— como jefe del buró político de Hamás y artífice de los atentados del 7 de octubre envía un claro mensaje de que el movimiento está dispuesto a continuar la lucha si Israel se niega a aceptar un alto el fuego.

Irán, que insiste en su derecho a defender su soberanía, tras el asesinato de Haniyeh en Teherán, también ha indicado su posible disposición a reducir su respuesta si ello contribuye a poner fin a la embestida de Israel contra el pueblo palestino. El recién investido presidente de Irán, Masoud Pezeshkian, dijo a su homólogo francés que Estados Unidos y Europa deben instar a Israel a aceptar una tregua en Gaza para reducir las tensiones. Pero continúa sin saberse si se producirá una respuesta militar iraní y, en caso afirmativo, cuál sería su alcance. Irán ha pasado los días posteriores al asesinato de Haniyeh en extensas conversaciones con aliados, socios y mediadores diplomáticos, posiblemente negociando los contornos aceptables de una respuesta que restablezca la disuasión con Israel sin arriesgarse a una escalada regional.

Hezbolá tampoco ha revelado detalles sobre el calendario, el alcance y la intensidad de su respuesta prevista al asesinato de Shukr. En los medios de comunicación abundan las especulaciones, alimentadas en parte por el secretario general de Hezbolá, Hassan Nasrallah, que en su último discurso confirmó que la respuesta era inminente. Un periódico libanés cercano a Hezbolá informó que el partido podría atacar Tel Aviv como parte de su respuesta. Pero Nasralá ha mantenido deliberadamente la vaguedad en sus comentarios, dejando poco claro si la respuesta sería un esfuerzo coordinado en el que participarían otras facciones del eje de resistencia o una operación en solitario de Hezbolá. La incertidumbre en torno a las acciones de Hezbolá, subrayó Nasrallah, es en sí misma un componente de la respuesta del partido.

No obstante, como Irán y Hezbolá eligen cuidadosamente cuál creen que es el momento y el objetivo correctos para sus ataques de represalia, ninguno de los dos decidirá en última instancia si la guerra se amplía. En contraste con Irán y Hezbolá, Israel no solo tiene el potencial, sino también el interés de ampliar la guerra en curso. Por eso, según se informa, Estados Unidos está instando preventivamente a Israel a «limitar su respuesta» antes de que Teherán y Hezbolá hayan hecho siquiera un movimiento.

Al menos en sus declaraciones públicas, Estados Unidos no parece preocupado por el estallido de una guerra entre Irán e Israel. La vicesecretaria de prensa del Pentágono, Sabrina Singh, ha dicho recientemente en una rueda de prensa fuera de cámara que aunque Estados Unidos ha desplazado activos militares a la región «para proyectar un mensaje de disuasión», el Pentágono no creía que una expansión de la guerra fuera «inminente».

Pero esto no significa necesariamente que estas proyecciones se apliquen a la situación entre Líbano e Israel. Mientras que un gran ataque iraní contra Israel podría ayudar a restablecer la disuasión mutua entre ambos, no se deduce necesariamente que un ataque de Hezbolá, que está en guerra con Israel desde el 8 de octubre, tendría el mismo efecto.

Los objetivos de Israel respecto a Irán no han cambiado desde antes del 7 de octubre. Israel busca socavar cualquier progreso que Teherán pueda hacer en la normalización de las relaciones con Occidente e impedir un acuerdo nuclear similar al negociado por Barack Obama y rescindido por Donald Trump, que levantaría las sanciones estadounidenses a cambio de abandonar el desarrollo de un programa de armas nucleares. Se trata de objetivos concretos que pueden realizarse sin una escalada hacia una conflagración directa.

Para Hezbolá lo que está en juego es diferente. En los pocos días que siguieron al ataque de Hamás del 7 de octubre, el gabinete israelí consideró seriamente la posibilidad de llevar a cabo un ataque preventivo contra Líbano. Poco después de que Hamás y otros miembros de la resistencia palestina atacaran Israel, las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF) enviaron tres divisiones —una división contiene entre diez mil y veinticinco mil soldados— a la frontera norte, aterrorizadas ante la perspectiva de una invasión en un segundo frente. Un comandante de división declaró de que si Hezbolá hubiera decidido invadir, «solo habríamos conseguido detenerles en Haifa», veintiséis millas al sur de la frontera libanesa. Según algunas fuentes, únicamente una intervención de última hora de la administración Biden detuvo el ataque preventivo de Israel.

El temor a que se repita el 7 de octubre desde el norte, junto con la vulnerabilidad de los asentamientos del norte de Israel ante Hezbolá, que ha obligado a evacuar a más de setenta mil israelíes, sigue influyendo en los cálculos de Israel. Si Israel consiguiera sus objetivos declarados —derrotar a Hamás y normalizar las relaciones con los Estados árabes— tendría que enfrentarse, junto a la forma que adopte la resistencia palestina, a la presencia de una organización militar masiva, altamente entrenada y fuertemente armada en sus fronteras. Por eso Israel considera inevitable, si no inminente, la guerra con Hezbolá.

Además, no está claro si Irán se involucraría necesariamente si Israel intensificara su guerra con Líbano. Los dirigentes de Hezbolá han mencionado anteriormente que no necesitarían la participación iraní si se produjera una guerra de este tipo. Esto podría significar que Netanyahu aún planea aprovechar la oportunidad de canalizar los recursos de su ejército lejos de Gaza y hacia Líbano, como planeaba en junio, sin arriesgarse necesariamente a una guerra total con Irán.

Aunque Israel ha atacado sistemáticamente a la cúpula militar de Hezbolá mediante asesinatos selectivos durante los últimos diez meses, lo que probablemente ha debilitado las capacidades estratégicas del partido, esto no ha afectado al enorme arsenal de Hezbolá ni a las decenas de miles de combatientes altamente entrenados que puede desplegar. Del mismo modo, estos asesinatos apenas han influido en la crisis interna de refugiados en el norte de Israel y, en cambio, han puesto de manifiesto las limitaciones del sistema de defensa de la Cúpula de Hierro. Mientras que la guerra ha provocado el desplazamiento interno de unos noventa y ocho mil residentes de los pueblos y ciudades fronterizos del sur de Líbano, Israel ha tenido que evacuar a noventa mil de sus ciudadanos de los asentamientos del norte.

Itzhak Brik, general de división israelí retirado, ha descrito una posible guerra contra Líbano como un «suicidio colectivo». Señala que la Cúpula de Hierro lleva meses sin interceptar vehículos aéreos no tripulados (UAV), cohetes y misiles, e insta a la clase dirigente israelí a reconocer que las FDI no se han preparado para decenas de misiles diarios, por no hablar de los miles que se estima que lloverían a diario sobre Israel si estallara una guerra total. Israel supone que Hezbolá tiene entre ciento cincuenta mil y doscientos mil misiles y cohetes, mientras que fuentes iraníes calculan esa cifra en casi un millón. La cantidad real seguramente se encuentra en algún punto entre ambas.

No cabe duda de que Líbano sufriría una destrucción devastadora, especialmente en el sur, el Valle de la Bekaa y los suburbios del sur de Beirut, si entrara en una guerra a gran escala con Israel. Sin embargo, en esta ocasión habría algo diferente: Israel sufriría un grado de destrucción similar.

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