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No tengas miedo de este hombre. Este hombre es tu amigo. jmaxgerlach / Flickr

No, estudiar a Marx no es elitista

Traducción: Pedro Perucca

La lectura de la teoría marxista no es solo para académicos de alto nivel: basta con preguntar a los millones de trabajadores cuyas ideas sobre el papel que podían desempeñar para cambiar el mundo se vieron transformadas tanto por el estudio como por la práctica.

Cuando me involucré por primera vez en el recién renacido movimiento socialista estadounidense, me inspiré en la lectura. Teoría marxista, historia del movimiento obrero y social, panorámicas de los partidos de la clase obrera de todo el mundo… Sabía que había una increíble cantidad de conocimientos en las estanterías que mis compañeros y yo podíamos utilizar para ser mejores organizadores. Sin embargo, pronto me encontré con un problema: años de redes sociales, televisión, memes, chats de grupo y videojuegos han fundido mi cerebro, haciendo que la lectura sostenida sea un reto hercúleo.

Así que puedo simpatizar con la afirmación que he oído ocasionalmente entre los activistas de izquierdas: que aunque la organización y la acción son esenciales para los socialistas, y la comunicación política efectiva como hacer memes también es importante, esperar que esos activistas estudien teoría marxista es de alguna manera elitista. Este punto de vista, sin embargo, sería desconcertante para los millones de pobres y trabajadores de todo el mundo que desde finales del siglo XIX encontraron inspiración y orientación en el marxismo a medida que construían movimientos masivos para la transformación social.

De hecho, en el apogeo de los movimientos socialistas de masas en Europa a finales del siglo XIX y principios del XX, los teóricos marxistas trabajaron estrechamente con innumerables trabajadores de fábricas para distribuir literatura radical. Aquellos teóricos consideraban que ésta era una de las principales tareas de su movimiento. Su fe en el poder de la lectura y la educación distinguía a los marxistas, no por su elitismo sino por su fe en las capacidades intelectuales, organizativas y políticas de las masas trabajadoras. La lectura tenía que ver con el autoempoderamiento de los trabajadores, no con su sometimiento.

El revolucionario arco iris de la lectura

En Old Gods, New Enigmas: Marx`s lost theory, Mike Davis explica que «la lectura “encendió insurrecciones en las mentes de los trabajadores”. (…) El rápido crecimiento de la prensa obrera y socialista en el último cuarto de siglo alimentó una visión política del mundo cada vez más sofisticada». Estas masas supuestamente incultas no sólo sabían leer, sino que los trabajadores pobres llevaron la teoría a la práctica para ampliar la libertad: en muchos países europeos fueron los trabajadores socialistas del siglo XIX, y no los liberales burgueses, quienes lucharon y murieron por derechos democráticos «burgueses» como las elecciones libres y la libertad de asociación.

Los radicales lucharon especialmente por una prensa libre, ya que el intercambio de ideas era esencial para construir movimientos obreros por la igualdad política y social. Como escribe Davis, «la aparición de partidos socialistas de masas hacia finales del siglo XIX habría sido inimaginable sin el espectacular crecimiento de la prensa obrera (¡noventa diarios socialistas sólo en Alemania!) y la contranarrativa de la historia contemporánea que presentaba».

Por supuesto, no todo el mundo leyó El Capital de Marx. Gran parte de la literatura a la que se refiere Davis eran periódicos y panfletos de formato más breve. Pero eso no significaba que todos los trabajadores no pudieran estar expuestos a las ideas marxistas y luchar con ellas.

Tomemos como ejemplo a la marxista rusa Vera Zasulich, a quien Lars Lih cita en Lenin Redescubierto para explicar por qué era importante crear literatura teóricamente sofisticada para los activistas obreros: «No todo el mundo en el medio obrero lee libros, folletos, periódicos, pero los conceptos [contenidos en ellos], asimilados por los camaradas que sí los leen, penetran gradualmente también en las cabezas de los no lectores».

Esta es la razón por la que los activistas marxistas de la Rusia de principios de siglo insistían en que no había necesidad de simplificar u ocultar las ideas socialistas a los trabajadores. Por el contrario, los marxistas consideraban que su responsabilidad era implicar a los trabajadores en debates estratégicos de amplio alcance y desarrollar un análisis político exhaustivo, que no se limitara a la fábrica o a las cuestiones económicas más cercanas.

Refiriéndose a las frustraciones de los trabajadores respecto de una literatura demasiado simplificada y apolítica, Lenin escribió en 1902 que los trabajadores «quieren saber todo lo que saben los demás, [quieren] conocer los detalles de todos los aspectos de la vida política y participar activamente en todos y cada uno de los acontecimientos políticos».

En respuesta a la propuesta de otro socialista de una «literatura para obreros» separada y vulgarizada, Lenin llegó a argumentar, parafraseado por Lih, que «estos intentos de crear periódicos “obreros” perpetúan la absurda división entre un movimiento obrero y un movimiento intelectual (división creada en primer lugar por la miopía de ciertos intelectuales socialistas)».

Esta división significaría que, en la medida en que los trabajadores estuvieran implicados en la revolución socialista, debían ser manipulados y empujados a la acción por intelectuales cultos, utilizados como ariete para derribar el viejo orden y dejar paso a una utopía nacida de las cabezas de los intelectuales. Esta visión instrumental de la acción de la clase obrera va directamente en contra de un principio clave de la política marxista: «la emancipación de las clases trabajadoras debe ser obra de las propias clases trabajadoras».

Esto no quiere decir que los libros por sí solos fueran suficientes para que las masas obreras desarrollaran las capacidades de autoemancipación, ni mucho menos. Pero la literatura y la agitación marxistas se consideraban un ingrediente necesario para que los trabajadores extrajeran las lecciones adecuadas de las embriagadoras experiencias de la política práctica.

El matrimonio a palos de la teoría y la práctica

La conversión de Zasulich a la estrategia marxista es reveladora. Una generación antes, suscribió una estrategia diferente: el terrorismo individual. En 1878, Zasulich decidió predicar con el ejemplo y le disparó al general Trepov, un infame agente de la autocracia zarista rusa. Por increíble que parezca, Zasulich fue absuelta por un jurado comprensivo después de utilizar el juicio para llamar la atención sobre los abusos de Trepov y del gobierno.

Pero los asesinatos de tan alto perfil llevados a cabo por pequeños grupos de intelectuales radicales no consiguieron resultados revolucionarios. En el exilio en Suiza, Zasulich entró en contacto con marxistas que, inspirados por los primeros éxitos del movimiento socialista alemán, denunciaban el terrorismo y abogaban por una estrategia de política obrera de masas.

Basado en la actividad encubierta de unos pocos instruidos, el terrorismo era elitista e ineficaz. En cambio, Zasulich se convenció de que la propia actividad de masas de los trabajadores, informada por la teoría marxista, debía ser la fuente de su propia liberación. Así convertida, Zasulich cofundó la primera organización marxista rusa y se puso a trabajar en la traducción de las obras de Marx al ruso.

El joven Lenin se unió a Zasulich en la década de 1890. Pero dada la represión zarista, los marxistas rusos se enfrentaron a increíbles dificultades para hacer llegar la buena palabra a la clase obrera. Davis escribe que por eso «la prensa clandestina desempeñó una función aún más importante [en Rusia], con periódicos que pasaban de mano en mano o se leían en voz alta cuando no había ningún capataz o espía cerca».

La construcción de un sistema eficaz y en red a nivel nacional para la prensa clandestina, como predecesor de un partido marxista ruso unido, es el tema central del famoso libro de Lenin de 1902, ¿Qué hacer? Para hacer realidad este sueño, los activistas se arriesgaron a ser arrestados, al exilio siberiano o incluso a la muerte llevando libros y periódicos impresos en el extranjero a través de las fronteras rusas para que llegaran a las manos y cerebros de los trabajadores rusos.

Lejos de ser elitista, era pragmático. Sin acceso a la cobertura de las huelgas y protestas, así como a los debates marxistas internacionales sobre estrategia y táctica, los activistas obreros estaban condenados a una política parroquial, a estrategias ineficaces y probablemente a sucumbir a la presión de ideas enormemente más prevalentes de las instituciones políticas y culturales del gobierno o de los reformistas burgueses liberales.

Las ideas marxistas se extendieron por todas partes. E informaron la práctica socialista. En su famoso libro Hammer and Hoe: Communists in Alabama During the Great Depression, Robin D.G. Kelley describe una conversación con Lemon Johnson, uno de los líderes negros de un sindicato de aparceros de Alabama dirigido por el Partido Comunista Estadounidense. Cuando Kelley le preguntó cómo habían conseguido algunas de sus reivindicaciones en una huelga de recolectores de algodón en 1935, Johnson «sacó un ejemplar empastado del ¿Qué hacer? y una caja de cartuchos de escopeta» y dijo: «Así es como lo hicimos. Teoría y práctica».

A todos aquellos preocupados por el «elitismo» de leer teoría marxista, creo que Lemon Johnson y Vera Zasulich, si todavía estuvieran por aquí, podrían responder: ¿son tan arrogantes como para pensar que han descubierto las complejidades del mundo capitalista y las estrategias adecuadas para transformarlo ustedes solos? Después, como organizadores que se toman en serio la comunicación eficaz de las ideas socialistas, probablemente intentarían convertir esta idea en un meme.

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