Dentro de la historia del movimiento obrero internacional, el austromarxismo representó una corriente que jugó un papel relevante durante el primer tercio del siglo XX. Sin embargo, todavía no se puede afirmar que haya sido objeto de suficiente interés dentro de la nueva ola de publicaciones sobre Marx y el marxismo [i]. Parece, por tanto, necesario empezar recordando a qué nos referimos y el por qué la propia singularidad de esta corriente merece mayor atención.
Partiendo de la vía más directa, la de seguir en esto a su figura más representativa, Otto Bauer, él mismo reconoció en 1926 que esa denominación apareció pocos años antes de la Gran Guerra de 1914, empleada por un socialista norteamericano, si bien hasta1915 no llega a difundirse por escrito. En aquellos años en los que el capitalismo había entrado ya en su fase imperialista no se referían con ese término a la socialdemocracia austríaca en general (entonces encabezada por Victor Adler), sino a un grupo de jóvenes, entre ellos Max Adler, Karl Renner, Rudolf Hilferding [ii], Gustav Eckstein, Friedrich Adler y el mismo Bauer. Éste recordaba que lo que les unía entonces era menos una línea política determinada que la originalidad de su trabajo científico, siempre en diálogo con distintas corrientes y en particular bajo la influencia de pensadores como Kant y Mach y el excepcional ambiente cultural de aquella época en Viena. Esto explica que el austromarxismo fuera percibido muy pronto como «el ejemplo más claro de los contactos entre el marxismo y la gran cultura europea que se extienden y se intensifican a caballo de los dos siglos, y de modo todavía más acentuado después de la revolución rusa de 1905» (Marramao, 1983: 358).
Ese grupo se fue diferenciando pronto de la dirección de su propio partido y también en algunas cuestiones de Karl Kautsky, quien, aunque de origen austriaco, se había convertido en el principal exponente del pensamiento teórico y estratégico de la socialdemocracia alemana. Buena prueba de todo esto fue, no solo su oposición al revisionismo de Bernstein, sino el diálogo que Otto Bauer protagonizó ya en 1909 con Karl Kautsky a propósito de su obra El camino del poder respecto a la relación que en ella establece entre la lucha por las reformas parciales y la revolución (Marramao, 1983: 362-363). Posteriormente, se distinguirán por su rechazo a la actitud de la II Internacional y de la dirección de su propio partido ante la Gran Guerra, mostrando su oposición a la misma y llegando a adherirse, salvo en el caso de Karl Renner, a la minoría internacional que se constituye a partir de la Conferencia de Zimmerwald.
Tras el desenlace del conflicto bélico, con la consiguiente caída del Imperio austrohúngaro, el triunfo de la Revolución rusa y los procesos revolucionarios que se dan en países vecinos, se abrirían nuevos debates en el seno de ese grupo, configurándose distintas sensibilidades: mientras que Max y Friedrich Adler [iii] representan el ala izquierda, Karl Renner lo será de la derecha y Bauer, que llegará a contar con el apoyo de la mayoría de su partido, se autodenominará de centro.
Fueron muchas las cuestiones que abordaron en sus trabajos en el plano filosófico, económico o histórico más general, pero en este artículo, apoyándome en mi lectura todavía incompleta del conjunto de sus obras, he optado por centrarme principalmente en aquellos aspectos que me han parecido de más interés en el proyecto político que se esforzaron por poner en práctica.
Entre el bolchevismo y la socialdemocracia
Desde entonces, van configurando un espacio diferenciado en el ámbito no solo de Austria sino a escala internacional. Esto se refleja en su posición ante la Revolución rusa de 1917 frente a la de la mayoría de la II Internacional. Una oposición que se ve confrontada con la de Kautsky y que se siente más cercana a los mencheviques internacionalistas, como Martov, con quien Bauer había trabado amistad tras su liberación de la cárcel en Rusia en julio de 1917.
El saludo inicial a la revolución de octubre como «una revolución por la paz», «una victoria del proletariado ruso» y una repetición por primera vez de la gesta de la Comuna de París de 1871 (Löw, 1977: 199) no mostró ambigüedad alguna. Luego, irá marcando sus distancias ante la disolución de la Asamblea Constituyente y definirá el nuevo régimen, con palabras de Bauer, como un «socialismo despótico», pero a su vez considerándolo como una fase inevitable: «El socialismo despótico es de hecho el producto necesario de un desarrollo que ha provocado una revolución social en un estadio en que el campesinado ruso no está maduro para la democracia política, ni el obrero ruso para la democracia industrial» (cit. por Getzler, 1983: 81) [iv].
La insistencia en la especificidad de la revolución y del nuevo Estado ruso será a partir de entonces un rasgo que caracterizará a este grupo y que le servirá para criticar la falta de solidaridad de la mayoría de la II Internacional, pero al mismo tiempo para rechazar, frente a la III Internacional, la conversión de Octubre de 1917 como «modelo» a seguir. Por eso optarán por promover la Unión Obrera Internacional de los Partidos Socialistas (conocida, según la fórmula empleada por Radek, como la «Internacional dos y media»); una iniciativa que sin embargo, acabaría fracasando para reintegrarse finalmente a la «nueva» II Internacional en 1923.
Paralelamente, el contexto de posguerra sometió pronto a la prueba de la práctica el pensamiento estratégico del austromarxismo ante el nuevo escenario que se abrió en Rusia y Alemania pero también en Hungría y Baviera (con la proclamación de Repúblicas soviéticas en marzo y abril de 1919 respectivamente) [v], y en concreto a los retos que esos procesos planteaban en la «residual» Austria alemana. Es entonces cuando se empezó a comprobar las contradicciones de una orientación que sufriría las críticas del nuevo y muy minoritario Partido Comunista austriaco: su negativa a impulsar un salto adelante del movimiento de consejos de obreros y soldados que se daba en ese país en 1919 —y que ya tuvo su primer ensayo en enero de 1918 (Rosdolsky, 1976)—, solo apoyado por el ala izquierda del partido, se basaba ya en el argumento, no exento de razones a tener en cuenta, de que «el verdadero problema no era conquistar el poder sino conservarlo» (Merhav, 1983:317). Así se lo explicó en una carta a Bela Kun, dirigente de la breve República soviética húngara (Czerwinska-Schupp, 2017: 185-189). Frente a la posibilidad de extender el proceso revolucionario, Bauer había optado en noviembre de 1918, tras la proclamación de la Primera República y ya como dirigente del partido, por participar en un gobierno de coalición con la derecha social-cristiana, empezando así a poner en práctica una estrategia basada en una teoría del «equilibrio de fuerzas de clase» que extendería hasta 1922 y que le llevaba a considerar que en ese periodo el Estado adquiría un carácter neutral.
Pese a dejar pasar esas oportunidades, su «reformismo militante» (Merhav, 1983: 312) se reflejó en algunas conquistas parciales logradas desde el gobierno —como el seguro público de desempleo y la jornada de 8 horas— y en buenos réditos electorales [vi]; pero también tropezó muy pronto con el rechazo al plan de socialización del entonces ministro de Asuntos Exteriores Bauer [vii].
Se trataba de una propuesta que había empezado a desarrollar en 1919 con el fin de emprender la socialización de la gran industria, de la tierra, del suelo y de la banca, precisando las tareas de los comités de fábrica y las condiciones para adoptar ese plan, entre ellas la no menos importante para Bauer de la Anschluss con la nueva República alemana, por considerar que Austria sola no podría sobrevivir (Bauer, 1968 a)). Un proyecto que en el plano socioeconómico formaría parte del debate más general sobre la «socialización» vivido durante los primeros años veinte (Weissel, 1983) y en el que, como recuerdan Moreno Pestaña y Prieto Serrano (2020), destacó el papel del también marxista austriaco Otto Neurath [viii], quien se convirtió en «el centro de una disputa con Ludwig von Mises, Max Weber y Friedrich Hayek, sobre si era factible un cálculo socialista que prescindiese del dinero —lo cual lo enfrentó también con Karl Kautsky y Otto Bauer, partidarios de un socialismo de mercado».
Bauer seguirá apostando por una «vía austriaca al socialismo», que desarrollará como una teoría de la revolución lenta, política y social, en la que, a diferencia de la socialdemocracia alemana, no excluía el recurso a la «violencia defensiva» frente a la contrarrevolución burguesa. Así se manifestaba, por ejemplo, en una argumentación expuesta en 1924:
No podemos servirnos de las armas de nuestros soldados para tomar el poder. Tenemos que conquistar el poder mediante la papeleta de voto. Pero las armas de nuestros soldados tienen que protegernos de una contrarrevolución que nos arrancara la papeleta de voto de las manos en el momento preciso pueda llegar a darnos el poder (…). Pero los obreros mismos tienen que estar preparados a defenderse cuando los fascistas y los monárquicos se levanten contra la libertad republicana. Preparar a los obreros a la lucha defensiva y mantenerlos dispuestos a ella es la tarea de nuestra Republikanischer Schutzbund (Liga de protección republicana). (Bauer, 1968b): 157-158) [ix]
Sin embargo, esa estrategia —que, buscando legítimamente una alianza con el campesinado y las clases medias, seguía primando la centralidad de la democracia parlamentaria y a su vez mantenía la cláusula de una «violencia defensiva», aprobada después en el Congreso de Linz en 1926— se vería pronto confrontada a acontecimientos como los de 1927 [x] y, sobre todo, las jornadas de febrero de 1934. Estas habían sido precedidas por el apoyo socialdemócrata a una enmienda constitucional promovida por el primer ministro Dollfus en 1933 (que le otorgaba plenos poderes para disolver el parlamento), mostrando así una subestimación de la fascistización en marcha y confundiendo a la clase trabajadora austriaca. Esta, pese a la resistencia armada que opuso la Schutzbund al golpe reaccionario de Dollfus (que disolvió el parlamento y la asumió plenos poderes para poner en pie un Estado corporativo), no secundó el tardío llamamiento a la huelga general, sufriendo luego la ilegalización y la represión consiguientes de sus organizaciones [xi]. Se abría así el camino definitivo al ascenso del fascismo y, luego, a la ocupación del país por Hitler en marzo de 1938.
Concluía tras todo este recorrido una trayectoria que no era ajena a la concepción de la política que había desarrollado Bauer, sobre la cual llamaría posteriormente la atención Ernest Mandel a propósito de un artículo dedicado a Ernst Bloch:
Las perspectivas significan una relación con el futuro, es decir, la anticipación, la esperanza y el miedo son aspectos decisivos de cualquier actividad política, ya sea proletaria, pequeñoburguesa o burguesa. Después de haber perdido su carácter revolucionario, la burguesía definió la política como el arte de lo posible. El austromarxista Otto Bauer cambió este lema al definir la política como el arte de la previsión. Esto va sin duda más allá del ciudadano de mente estrecha, que por el conservadurismo social teme todo cambio importante y desea limitar la política a pasos pequeños y sin importancia.
Pero el lema de Bauer también revela la dimensión pasiva y fatalista del austromarxismo: en el arte de la previsión, el elemento activo y transformador de la política está totalmente ausente. Para el marxismo, la política es el arte de ensanchar al máximo los límites de lo posible en beneficio de los intereses de la clase obrera (y del progreso de toda la humanidad), sobre la base de una perspectiva científica de lo que es objetiva y subjetivamente posible, si se amplían al máximo la movilización y la iniciativa de las masas y la práctica del partido revolucionario permanece plenamente integrada en esa perspectiva como elemento constitutivo de la realidad cambiante. (Mandel, 2020)
Tras la derrota sufrida, Bauer cambió de orientación y propuso un rumbo muy distinto, considerando que la democracia burguesa ya no era viable y que la lucha contra el fascismo debía tener objetivo la construcción del socialismo (Czerwinska-Schupp, 2017: 336 y ss.). Asimismo, acabaría reconociendo las limitaciones de la práctica política anterior, como se puede comprobar en su primera obra escrita en el exilio en 1936: ¿Entre dos guerras mundiales? En ella encontramos, junto a reflexiones y aportaciones de interés sobre la crisis del capitalismo [xii], la democracia y el fascismo, una reconsideración de su práctica política pasada cuando afirma por ejemplo: «Confesamos haber compartido si no todos, al menos muchos de los errores de la socialdemocracia (…). Esta confesión solo puede molestar a quienes se honran en no sacar ninguna lección de las experiencias históricas más importantes» (cit. Bourdet, 1968: 57). Una autocrítica que en realidad debía haberle conducir a una revisión de las ilusiones en el papel autónomo del Estado que habían podido influir en sus propias filas, sobre todo durante el periodo 1919-1922, con caracterizaciones ambiguas, como la de una época de «equilibrio de fuerzas de clase», que, como alertaría Max Adler, se prestaba a ser utilizadas para justificar una política de reconciliación de clases, como en realidad defendió Karl Renner.
En esa última obra Bauer se reafirmaba, sin embargo, en lo que había sido una idea fuerte de su corriente: la necesidad de mantener un partido unido en Austria y la aspiración a reunificar a socialdemócratas y comunistas, ahora con mayores razones para la defensa contra el fascismo y en la apuesta por un «socialismo integral» en el que ambas corrientes se reconocieran (Bauer, 1968c): 267-283; Merhav, 1983: 336-337). Una propuesta que irá asociada a una actitud más comprensiva ante la evolución política interna en Rusia y sus avances en la industrialización y la colectivización a partir de 1929, llegando a considerar, pese a su desacuerdo con los juicios a la vieja guardia bolchevique, que el estalinismo había demostrado ser un sistema «necesario», e incluso a creer posible la construcción del «socialismo en un solo país» (Bauer, 1968d): 174); una deriva que no fue apoyada por la mayoría de sus camaradas, salvo Max Adler, y que provocaría una dura crítica de Trotsky [xiii].
Otto Bauer y la cuestión nacional
La singularidad de este grupo aparece también reflejada en el creciente interés que mostró por estudiar la realidad plurinacional y compleja del Imperio austrohúngaro. Si bien Karl Renner fue relevante en este campo, siempre dentro de su aspiración a mantener unidos a los distintos pueblos que formaban parte del Imperio austohúngaro, prestaremos principal atención a la contribución de Otto Bauer, quien ya en 1907 había publicado La cuestión de las nacionalidades y la socialdemocracia[xiv].
Esta obra constituye una aportación original dentro del marxismo, ya que se diferencia de las visiones economicistas y nacional-estatalistas dominantes, pero también de la más jurídica de su colega Karl Renner. En ese sentido se puede sostener que introduce una «ruptura epistemológica» (Munk, 2010: 48) dentro del marxismo, bajo el impacto del conflicto entre socialdemócratas alemanes y checos que se había producido entonces. Porque, en efecto, se trata de un enfoque no solo novedoso en su tiempo sino que está siendo revalorizado hoy a la luz del cuestionamiento del paradigma del Estado nacional y de los debates sobre la plurinacionalidad y la multiculturalidad que se siguen dando entre diferentes corrientes procedentes tanto del liberalismo como del marxismo [xv].
Como el mismo autor explica en el prefacio a la segunda edición de esa obra en 1924, su aspiración era «comprender a las naciones modernas (…) como comunidades de carácter nacidas de comunidades de destino»; una definición que es ampliamente desarrollada en esa obra, evitando una visión esencialista del «carácter nacional» (ya que lo considera como un constructo histórico) y precisando que «comunidad de destino no significa sometimiento a un mismo destino sino vivencia común del mismo destino, en permanente comunicación y continua interacción recíprocas» (Bauer, 1979: 7-11). Aplicando esas categorías al «Estado de las nacionalidades» de Austria, Bauer se apoya en la crítica de Rudolph Springer (pseudónimo de Karl Renner) en 1902 (Renner, 1978) a la concepción —y a la práctica— centralista atomística del Estado liberal, para oponer a la misma la alternativa de la «autonomía nacional», entendiendo ésta como la autodeterminación de las naciones, como «el programa constitucional de la clase trabajadora de todas las naciones dentro del estado de las nacionalidades».
Bauer es consciente también de la complejidad de la realidad multinacional de ese Estado y por eso propone combinar el principio territorial y el principio de la personalidad para el reconocimiento de derechos de grupos diferentes dentro de un mismo territorio. Por esa vía, sostiene, se podría tener en cuenta también la existencia de minorías nacionales dentro de las regiones nacionales que pudieran constituirse en el futuro y así evitar conflictos en cuestiones como la educación y la lengua.
Pero no por ello separa el socialdemócrata austriaco la cuestión nacional de la relacionada con la lucha de clases y la política obrera. Por eso considera que el Programa del Congreso de Brünn de la socialdemocracia austrohúngara, aprobado en 1899 [xvi], debe situarse en un contexto más amplio, buscando «formular la política socialista de la clase obrera como su verdadera política nacional, que sirve como simple medio a su política administrativa y constitucional en Austria». Propone incluso una reformulación de aquel programa, destacando que «la clase obrera de todas ellas (las naciones) reclame una organización que ponga fin a las luchas de las naciones por el poder asignándole a cada nación una esfera de poder jurídicamente asegurada, una organización, que conceda a cada una la posibilidad de seguir desarrollando libremente su cultura y posibilite a los obreros de todas ellas participar en su cultura nacional» (Bauer, 1979: 513-516).
Bauer expresa también un punto de vista distinto del defendido por Marx y Engels y por la mayoría de sus seguidores, convencidos de una futura fusión de las naciones en una sociedad socialista. En cambio, él considera que el socialismo crearía las mejores condiciones para el desarrollo de la diversidad nacional, debido precisamente a que se habrán eliminado todas las trabas existentes bajo la sociedad capitalista. Una tesis que refuerza en el prefacio ya mencionado de 1924 cuando afirma:
El capitalismo moderno ha nivelado los contenidos culturales materiales de las diferentes culturas nacionales. Pero, sin embargo, las singularidades nacionales todavía siguen teniendo efecto en el modo de apropiarse, representar, vincular, aprovechar y continuar desarrollando esos mismos contenidos culturales materiales.
Por eso insiste en que «La tarea de la Internacional puede, y debe ser, no la nivelación de las singularidades nacionales sino el engendramiento de la unidad internacional en la multiplicidad nacional» (Bauer, 1979: 10-21).
Karl Kaustky (que pretende limitar las naciones a meras «comunidades lingüísticas») es también objeto de sus críticas, sosteniendo frente a aquél en marzo de 1908: «no niego que la nación sea una comunidad de lengua sino que busco detrás de la lengua lo que la genera, produce sus mutaciones y determina los límites de su vigencia» (Bauer, 1978: 176). Asimismo, mantiene intensos debates con el «internacionalismo intransigente» de Josef Strasser y con Anton Pannekoek, ya que tanto uno como otro rechazan su definición de la nación como comunidad de destino y consideran las naciones como meros «episodios» en la historia. Es quizás con el consejista holandés con quien muestra sus mayores desacuerdo, considerando que expresa un «fatalismo optimista» mayor cuando defiende en un artículo publicado en 1912 la tendencia histórica a la desaparición de las naciones a medida que la lucha de clases se vaya exacerbando y, con ella, llegue el socialismo y la humanidad futura se convierta en «una única comunidad de destino» (Pannekoek, 1978: 286).
Con todo, las tesis de Bauer sobre la cuestión nacional sufrieron también los efectos de la experiencia de la Revolución Rusa y de la descomposición del Imperio austrohúngaro, en particular respecto al derecho a la autodeterminación, pasando de la defensa de la «autonomía nacional-territorial» al apoyo al derecho a la separación… o a la unión con otro Estado. Así, en enero de 1918 es autor del «programa nacional de la izquierda» (del Partido Socialdemócrata austriaco), en el que sostiene: «La socialdemocracia debe (…) reconocer el derecho de los pueblos a la autodeterminación. Debe reconocer a cada nación, y a cada parte importante de cada nación, el derecho de decidir por sí su organización estatal» (cit. Aricó, 1978:171). Un cambio que sin duda tiene que ver con la irrupción de nuevos Estados tras el hundimiento del Imperio y con la consideración de que el nuevo Estado «residual» austriaco no era viable y había que apostar, según Bauer, por la construcción plural de una gran república democrática con Alemania; una opción que, por cierto, no fue bien vista por la dirección de la socialdemocracia alemana.
Max Adler y la democracia socialista
También tienen mucho interés los debates que atraviesan a este grupo en torno a la democracia, el socialismo a construir o el concepto de dictadura del proletariado. En estas y otras cuestiones afines es obligado destacar la notable contribución de Max Adler en varias de sus conferencias, artículos y obras. En ellas, desde una posición diferente de la de los bolcheviques o los socialdemócratas alemanes, entra también en polémica con las tesis de Hans Kelsen y con las de su compañero de partido Karl Renner.
Ya en 1919, Adler es autor de Democracia y consejos obreros, una obra en la que se muestra partidario de la búsqueda de un modelo híbrido entre el parlamento y los consejos obreros, la nueva forma de poder que se ha ido extendiendo, no solo en Rusia sino en otros países, como Hungría y Baviera y la misma Austria, pese a su corta vida.
Una propuesta que considera incompatible con el Estado capitalista, caracterizado como un Estado de clase. Una concepción que desarrolla en 1922 en La concepción del Estado en el marxismo, insistiendo en la necesidad de su destrucción frente a toda idea gradualista, como la que considera que defiende Karl Renner (Adler, 1982: 330). En esa obra se opone al «formalismo jurídico» de Kelsen y propone distinguir entre «democracia política» —criticable al darse en el marco de una sociedad de clases— y «democracia social», horizonte al que aspirar en el camino hacia un Estado sin clases.
Partiendo de esa distinción, Adler considera que los bolcheviques cometen un error al oponer «dictadura» y «democracia», ya que de este modo se sitúan en el marco discursivo que caracteriza a los enemigos de la Revolución rusa, quienes presentan como única democracia posible la existente en una sociedad de clases. Frente a esa posición, argumenta a favor de la «dictadura del proletariado», si bien rechaza una concepción minoritaria de la misma —que achaca a los bolcheviques—, ya que aquella solo se puede ver justificada si se configura como un nuevo poder constituyente que tiene como misión sentar las bases de una democracia social (Adler, 1982: 187-188 y 250-256) [xvii].
Esas tesis aparecen de forma más sistemática en Democracia política y democracia social, publicada en 1926. En esta obra, tras hacer un largo recorrido histórico y seguir valorando positivamente El Estado y la revolución de Lenin, argumenta a favor de entender la democracia como «soberanía del pueblo» y como «socialización solidaria», se reafirma en el carácter transitorio que ha de tener la dictadura del proletariado y en la necesidad de una educación socialista que permita avanzar hacia una democracia social. No faltan tampoco observaciones polémicas con posiciones dentro de su partido respecto al Estado, frente a las cuales se reafirma en que «el interés democrático primordial no reside en participar en el poder del estado, sino en apoderarse de este poder contra el Estado, es decir, contra la sociedad de clases» (Adler, 1975).
Cuestiones todas ellas que aparecen en el debate sobre la elaboración del programa que se llegó a aprobar en el ya citado Congreso de Linz en 1926. En éste, si bien las posiciones más conciliadoras de Renner no fueron aceptadas, tampoco lo fueron la de Adler, pese a que finalmente se recogió la fórmula «dictadura de los trabajadores», entendida como «un periodo de transición eventualmente inevitable en el caso de una guerra civil “impuesta a la clase proletaria”» (Merhav, 1983: 329) [xviii].
Max Adler también destacó por prestar más atención a la dimensión ética del socialismo, como demostró en su trabajo de 1924 El hombre nuevo, en diálogo con el neokantismo, insistiendo en la «educación en el socialismo» como tarea cultural central de su partido, en lo que coincidía con Bauer. Propuesta que le llevó a elaborar una guía educativa que sirviera de instrumento de lucha por la hegemonía cultural a la que debía aspirar la clase trabajadora (Czerwinska-Schupp, 2017: 178-179).
La «Viena roja» como legado
Finalmente, es obligado destacar la centralidad que en toda la trayectoria del austromarxismo tuvo la larga experiencia de gobierno autónomo socialdemócrata que se vivió en Viena en el marco de un Estado federal. Porque, en efecto, la «Viena roja» quedará siempre como el laboratorio de referencia de la «tercera vía» ensayada por el austromarxismo.
Recordemos con Michael R. Krätke (2021) que desde mayo de 1919, cuando ganó las elecciones con más del 54% de los votos, hasta 1934, la socialdemocracia gobernó la ciudad, en la que vivía un tercio de la población austriaca, logrando en 1922 constituirse como estado federado con autonomía financiera y fiscal. Esto le permitió emprender un proyecto que, a partir de la aprobación de una ley de protección de los alquileres que provocó la indignación de la burguesía, fue complementándose con un conjunto de políticas urbanísticas, educativas, de previsión social, sanitarias, culturales, deportivas…, que trató de extender a toda la ciudad.
Un proceso que se apoyó en el protagonismo de una diversidad de instituciones de representación popular, con las que se articulaba a su vez la estructura organizativa reticular del propio partido socialdemócrata, como relataba Otto Neurath con detalle en un reportaje que publicó en julio de1926 (1993). Viena aparecía en esos años como destinada a convertirse en la prefiguración del socialismo que había que construir a escala de todo el país, si bien Neurath no ocultaba los obstáculos que se iban a encontrar en ese camino [xix].
Karl Polanyi mostró también en 1944, en La gran transformación, su admiración por «la Viena roja», reconociendo que «1918 fue el punto de partida para una recuperación moral e intelectual, también sin precedentes, de las condiciones de una clase obrera muy desarrollada que, bajo la protección del sistema vienés, resistió los efectos degradantes de una grave dislocación económica y consiguió alcanzar un nivel que no ha sido superado por las masas populares de ninguna otra sociedad industrial» (1989: 436-437).
Ese legado fue retomado por el mismo partido a partir de 1945 volviendo a gobernar la ciudad, pero ya en un contexto político internacional muy distinto y con un notable distanciamiento de sus propios orígenes, sobre todo desde que empezó a gobernar en coalición en 1996. Con todo, pese a la amenaza de distintos procesos en marcha —entre ellos la gentrificación, como denuncia Krätke—, la ciudad no deja de distinguirse por conquistas como el hecho de que en la actualidad un tercio de la población siga habitando viviendas municipales.
Algunos apuntes para concluir
Del retorno a los orígenes, evolución y aportaciones del austromarxismo, sucinta e incompletamente expuestas en este artículo, se puede entender el por qué de su singularidad.
En primer lugar, porque se caracterizaron, desde su propia diversidad interna, por elaborar un pensamiento marxista propio, basado en un programa de investigación abierto, como sostiene Krätke (2016: 122), en diálogo con las principales corrientes científicas y filosóficas de su tiempo, presentes muchas de ellas en la capital vienesa. Esta tarea se reflejó en una larga relación de obras y trabajos en el plano teórico e intelectual que demostraron esa hibridez intelectual y tuvieron su reflejo en el ámbito político cuando trataban temas como el estado, el imperialismo, la cuestión nacional, la democracia, la lucha contra el fascismo, o el socialismo a construir.
En segundo lugar, porque se esforzaron por desarrollar un proyecto político y estratégico innovador, diferenciado tanto del bolchevismo como de la mayoría de la socialdemocracia europea, tratando de establecer una relación distinta entre la lucha por las conquistas parciales y la revolución, entre la democracia y la lucha por socialismo. Es cierto que esa vía austriaca al socialismo no logró pasar la prueba de la práctica cuando llegaron los acontecimientos decisivos a los que tuvieron que enfrentarse y en los que pudo comprobarse las limitaciones de la tendencia a esperar al mejor momento, a subordinar el voluntarismo al determinismo, que caracterizó a la política como «arte de la previsión» en Bauer.
Con todo, no por ello deja de tener interés (re)conocer, aprender y contrastar sus posiciones con las defendidas por otras corrientes, así como con las reconsideraciones autocríticas que los mismos protagonistas, especialmente Otto Bauer, hicieron después. En tercer lugar, porque fueron una corriente que, además de no ser homogénea, asumió siempre una concepción pluralista del partido y de la búsqueda del consenso interno, con las ventajas y los inconvenientes que pudo suponer esto último para la toma de decisiones colectivas en los momentos críticos que vivieron. Una «tendencia a la mediación» (Czerwinska-Schupp, 2017: XIV) que trataron de extender a escala europea, buscando en sucesivas ocasiones la reunificación de bolcheviques y socialdemócratas dentro de una misma organización internacional.
Por último, quizás lo más controvertido de este retorno al austromarxismo esté en haber observado cómo, al final de su recorrido político, la centralidad que a la lucha por un socialismo democrático daba esta corriente acaba, paradójicamente, siendo compatible con la aceptación de la Rusia estalinista por su principal responsable como una etapa «necesaria» en el camino hacia su propia democratización… Una muestra de fatalismo optimista que, como sabemos, no se cumplió, ya que la historia transcurrió después por un camino muy distinto.
Notas
[i] Mencionemos, más allá del ámbito germanófono, la edición por Mark E. Blum y William Smaldone de una selección de trabajos de miembros de esta corriente en dos volúmenes en Austromarxism. The ideology of unity (Brill, 2016), así como la obra de Ewa Czerwinska-Schupp (2017). Recientemente, en mayo de este año, Transform! Europe ha organizado una conferencia internacional sobre el socialismo en Europa central y oriental y el austromarxismo. Accesible en https://www.transform-network.net/calendar/event/socialism-in-central-and-eastern-europe-and-austro-marxism/
[ii] Hilferding fue, como se sabe, autor de El capital financiero, obra publicada en 1910, de amplia repercusión en los debates que transcurrieron en el ámbito del marxismo y de la economía política (Krätke, 2017). No abordaremos su trayectoria política en este artículo porque ya en 1906 se trasladó a Alemania y se incorporó al partido socialdemócrata, llegando a ser en 1923 y 1928 ministro de Finanzas bajo la República de Weimar. También Eckstein se desplazó pronto a Alemania para trabajar en la prensa del partido socialdemócrata. Krätke (2016) menciona a Tatjiana Grigorivi, Helene Bauer y Natalie Morzkovska como miembros activos del grupo, a las que Baier (2019) añade Käthe Lechter y Marie Jahoda.
[iii] Este último, hijo de Victor Adler, fue autor de un atentado mortal en 1916 contra el presidente del Consejo del Imperio de los Habsburgo, que había sido responsable de la política represiva emprendida desde julio de 1914. Luego, tras su defensa política en el juicio abierto contra él, se convirtió en símbolo de la oposición austriaca a la Gran Guerra, hasta ser finalmente puesto en libertad en noviembre de 1918.
[iv] Para un análisis más detallado de la posición mantenida por Bauer y la prensa socialdemócrata austriaca ante la Revolución rusa: Löw (1977).
[v] Ambas tuvieron corta vida: la primera fue derrocada en agosto y la segunda en mayo de 1919.
[vi] En las elecciones de febrero de 1919 obtiene la mayoría de votos; en las de octubre de 1920 pasa al segundo puesto pero en 1923 consigue el 23% de votos y llegará al 42 % en las elecciones de abril de 1927. Con todo, seguirá habiendo una distancia enorme entre el apoyo mayoritario urbano, principalmente en Viena, y el muy minoritario apoyo rural, bajo la influencia del partido social-cristiano y de la Iglesia católica. Sobre estas cuestiones: Domènech (2003: 371-396).
[vii] Marramao (1983: 376-379) recuerda el debate que suscitó en el seno del gobierno (frente a, entre otros, Joseph Schumpeter como ministro de finanzas) y el rechazo final a la nacionalización de la principal empresa minera, de la industria del carbón y de la construcción, quedando así sin aplicar la ley de expropiación de empresas.
[viii] Responsable de la Oficina de Planificación Económica de la efímera República de Baviera, uno de los promotores de “la Viena roja” y miembro fundador del Círculo de Viena. La figura y la obra de Otto Neurath siguen siendo poco (re)conocidas a escala internacional, si bien en el caso español Manuel Sacristán y Francisco Fernández Buey jugaron un papel pionero en la reivindicación de sus aportaciones, al igual que Joan Martínez Alier, quien en el monográfico dedicado a Neurath que coordinan Moreno y Prieto (2020) -y que recomendamos encarecidamente- nos recuerda que fue “un predecesor de la economía ecológica”.
[ix] Esta era una particularidad de la socialdemocracia austriaca: mantenía una organización paramilitar que, como recuerda Bourdet, “podía movilizar de 120 a 150.000 hombres armados. El reclutamiento se hacía por medio de los ‘gimnastas obreros’ y de la organización juvenil, ‘Los halcones rojos” (ibid.).
[x] El 15 de julio de ese año se produjo una revuelta popular frente a la absolución de los fascistas responsables del asesinato de varios trabajadores que exigió la movilización de la Liga Republicana de Defensa y el armamento de la clase trabajadora, a lo que Bauer se opuso (Merhav, 1983: 318-320; Bourdet, 1968: 46-51).
[xi] Bauer se autocriticaría luego por haber apoyado la ley de emergencia. Para un balance de aquellas jornadas: Bourdet (1968: 50-57), Frank (1979: 699-703), Wilno (2014) y Czerwinska-Schupp (2017: 327-332)
[xii] Bauer, bajo la influencia sobre todo de Hilferding, fue también un activo participante en el debate sobre el “capitalismo organizado” durante los años 20 del siglo pasado. Para esta cuestión: Altvater (1983); sobre su análisis del imperialismo y de la crisis de 1929: Krätke (2017); sobre su oposición al colonialismo y su elaboración de una teoría subconsumista de la crisis capitalistas: Czerwinska-Schupp (2017: 96-117).
[xiii] “Si Otto Bauer censura suavemente la justicia de Vichinsky, es para sostener, con tanta mayor ‘imparcialidad’, la política de Stalin. El destino del socialismo –según reciente declaración de Bauer- parece estar ligado a la suerte de la Unión Soviética. ‘Y el destino de la Unión Soviética –continúa diciendo- es el del stalinismo, mientras el desenvolvimiento de la Unión Soviética misma no haya superado la fase stalinista’. ¡Todo Bauer, todo el austromarxismo , toda la mentira y toda la podredumbre de la socialdemocracia están en esa frase magnífica!” (Su moral y la nuestra, https://www.marxists.org/espanol/trotsky/1938/febrero/moral.htm )
[xiv] En este apartado me apoyo en lo que ya expuse en Pastor (2014: 51-54).
[xv] Este es uno de los temas que aborda en su interesante obra Nimni (1991).
[xvi] Se puede consultar el debate y la resolución adoptada en “La Socialdemocracia internacional y la disputa entre las nacionalidades en Austria, Brünn, septiembre de 1899)”, en Leopoldo Mármora, ed. (1978: 183-217).
[xvii] Sobre la particular posición de Max Adler dentro del austromarxismo y su ubicación a la izquierda de lo que luego representaría el eurocomunismo: Bensaïd (1977).
[xviii] Para un balance crítico del desarrollo del Congreso de Linz: Marramao (1983: 406-419).
[xix] En el citado artículo precisaba: «Esta breve panorámica muestra lo que puede conseguir el proletariado en el orden actual, dentro del ámbito de una gran ciudad. Sin embargo, vemos también que todas estas medidas encuentran su límite en los poderes dominantes. Mientras no se rompa su dominio no se eliminará la miseria proletaria» (1993: 106). Con todo, el «espléndido aislamiento» que se dará con la nueva «Viena roja» estimulará, según Marramao (1983: 407-408) «esa especie de “ilusión óptica” que induce a Bauer y a la dirección del partido a creer en la posibilidad de un progresivo e inexorable asalto al sistema social a partir del único punto de apoyo de las “rocas vienesas”».
Referencias
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