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Karl Marx Hof, uno de los edificios de viviendas públicas construidos en Viena por el gobierno austromarxista, tal y como se veía en 2012. Georg Mittenecker / Wikimedia Commons

Entre reforma y revolución

Traducción: Pedro Perucca

En medio de los radicales trastornos de principios del siglo XX, los austromarxistas intentaron combinar los objetivos revolucionarios con prácticas reformistas.

El 1 de mayo de 1893, decenas de miles de personas marcharon por las calles de Viena para conmemorar el Día Internacional de los Trabajadores.  Decididas en 1889 por la recién formada Internacional Socialista, las manifestaciones anuales del Primero de Mayo le recordaban al mundo la creciente fuerza del movimiento obrero y planteaban reivindicaciones sociales, económicas y políticas que iban desde la jornada de ocho horas hasta el sufragio universal. En Viena, el Partido Socialdemócrata Obrero Austriaco (SDAP) respondió al llamamiento y se concentró en la capital.

Tres estudiantes vieneses —Karl Renner (de 23 años), Rudolf Hilferding (de 16) y Max Adler (de 20), todos ellos miembros de un grupo estudiantil socialista local— se unieron con entusiasmo a sus filas. Emocionados por formar parte de un movimiento de masas que pretendía transformar el mundo, no se dejaron intimidar cuando la policía, tras escuchar los llamados a construir una «república roja», disolvió la manifestación, detuvo a los participantes y los puso bajo vigilancia. Los tres jóvenes continuaron reuniéndose para debatir las ideas de Immanuel Kant, Karl Marx y otros.

En 1895 el trío fundó la Asociación Libre de Estudiantes y Académicos Socialistas (Freie Vereinigung Sozialistischer Studenten und Akademiker). Aunque esta organización no tenía vínculos oficiales con el Partido Socialdemócrata de los Trabajadores de Austria (SDAP), su creación fue promovida por líderes del partido, como su fundador Victor Adler. Durante las siguientes tres décadas, esta asociación funcionó como una vía de acceso a la dirigencia del partido. En 1899, Hilferding sucedió a Adler como presidente de la asociación, y al año siguiente, Otto Bauer se unió al grupo . 

Los cuatro hombres pronto se convirtieron en los principales defensores del austromarxismo, una escuela de política socialista que intentaba combinar los objetivos revolucionarios con la práctica reformista. Gracias a su papel en uno de los partidos socialistas más grandes de Europa —y al liderazgo de Hilferding en el destacado partido socialista, el SPD alemán—, los austro-marxistas llevarían su mensaje distintivo mucho más allá de las fronteras del Imperio austrohúngaro.

La política del austromarxismo

El socialismo estaba en auge en la Austria de principios de siglo. Al igual que la Internacional Socialista, el SDAP había surgido recientemente como una organización unificada tras décadas de represión gubernamental y divisiones internas entre grupos «radicales» y «moderados». Bajo el liderazgo de Victor Adler, las facciones se unieron en el Congreso de Hainfeld de 1889, donde aprobaron un programa cuyos principios básicos, con algunos ajustes, guiaron la perspectiva y la práctica política del partido durante las tres décadas siguientes.

El Programa de Hainfeld constaba de dos partes principales. La primera establecía una serie de principios teóricos básicos. Afirmaba que la causa fundamental de la desigualdad no eran las instituciones políticas defectuosas sino la propiedad privada de los medios de producción. El papel de los trabajadores organizados era derrocar esta relación, que «atrasaba el crecimiento intelectual» y producía «pobreza masiva y miseria creciente para estratos cada vez más amplios de la población». Y el papel del partido —que estaba dispuesto a utilizar todos los «medios prácticos y legalmente aceptables»— era ayudarlos en su misión histórica.

La segunda parte del Programa, tras afirmar el internacionalismo del SDAP y condenar los privilegios de las naciones, el nacimiento y el género, enumeraba una serie de reivindicaciones concretas: legislación laboral, educación pública gratuita, jornada de ocho horas, impuestos progresivos sobre la renta, derechos sindicales, separación de la Iglesia y el Estado, sustitución del ejército permanente por una milicia popular e introducción del sufragio universal, directo, igual y secreto.

Para los socialdemócratas, el derecho al voto era decisivo. Consideraban que la lucha de clases era la palanca de la transformación económica, pero argumentaban que podía librarse con menos violencia y menos víctimas si las clases dominantes estaban dispuestas a conceder a los trabajadores derechos democráticos básicos, como la participación en las elecciones y en el gobierno.

La revolución, sostenían, no podía simplemente decretarse. Sólo podía surgir como resultado de un malestar masivo en el contexto de una grave crisis económica o política. La tarea de la socialdemocracia no era «organizar la revolución, sino organizarse para la revolución; no hacer la revolución, sino utilizarla». Eso significaba educar a los trabajadores y construir el movimiento a través de la lucha electoral, los sindicatos y las reformas que demostraban el poder de la solidaridad obrera.

Lo que proponían los austromarxistas era un rumbo claramente «centrista». Rechazaban el «socialismo evolutivo» de Eduard Bernstein y sus llamamientos a los socialistas para que se aliaran con los liberales en el parlamento. Al mismo tiempo, se resistían a las demandas de Rosa Luxemburg de una acción política masiva, preocupados por que tales tácticas pudieran desencadenar prematuramente una lucha a vida o muerte con el Estado. En su lugar, abogaban por utilizar las herramientas institucionales y legales existentes (el parlamento, los sindicatos, la prensa) para construir pacientemente el movimiento hasta que superara el poder de la clase dominante. Solo si las élites gobernantes intentaban revertir las reformas sociales o políticas, el movimiento debía apoyar acciones revolucionarias, como una huelga política masiva.

La fidelidad de los austromarxistas a los medios legales no impresionó a sus oponentes de la clase dominante. El Imperio austrohúngaro era un régimen semiautocrático que, hasta 1897, negaba el derecho al voto a los trabajadores, otorgaba poderes mínimos a los órganos representativos a los que solo tenían acceso los propietarios y concentraba el poder decisorio en el poder ejecutivo. El catolicismo reaccionario dominaba el Estado y la sociedad, las libertades civiles no estaban garantizadas y el movimiento obrero se enfrentaba a una represión constante.

El SDAP había defendido una sociedad diferente y más democrática. Llegar a ella sería mucho más difícil.

La política en la práctica

Hilferding, Adler, Renner y Bauer se lanzaron con enorme energía a los esfuerzos del partido. Considerando a los intelectuales como pedagogos revolucionarios, crearon en 1903 la «Zukunft» (Futuro), una escuela para los trabajadores vieneses. Un año más tarde, fundaron una revista, Marx-Studien (Estudios marxistas), editada por Hilferding y Max Adler, y dedicada a involucrar a críticos marxistas de una amplia gama de disciplinas. Como alumnos de Carl Grünberg, uno de los pocos «profesores marxistas» de Europa, concibieron el marxismo «como una ciencia social que debía desarrollarse de forma rigurosa y sistemática a través de estudios históricos y sociológicos». En pocos años, todos ellos se habían labrado una reputación intelectual, publicando obras muy respetadas sobre economía política (Hilferding), la cuestión nacional (Bauer), el derecho (Renner) y la filosofía (Adler).

Mientras Max Adler ejercía la abogacía y se dedicaba principalmente a la escritura, sus tres compañeros ocuparon rápidamente puestos de liderazgo en el movimiento. En 1907, año en que los trabajadores varones finalmente lograron el sufragio universal, Bauer se convirtió en secretario de la delegación parlamentaria del SDAP, que se había ampliado considerablemente, un puesto clave que le permitió entrar en contacto con la dirección del partido. También escribió y editó el diario insignia del partido, Die Arbeiterzeitung (El periódico de los trabajadores), y coeditó, junto con Renner y Adolf Braun, la revista teórica Der Kampf (La lucha). Mientras Renner se convertía en uno de los parlamentarios más destacados del SDAP, Hilferding se trasladó a Alemania, donde enseñó en la Escuela del Partido en Berlín, se convirtió en uno de los principales editores del periódico más importante del SPD, Vorwärts (Adelante), y colaboró regularmente en la revista teórica más leída de la socialdemocracia europea, Die Neue Zeit (La nueva era). Estas posiciones en el partido y en la prensa le dieron a los austromarxistas una influencia significativa en los debates sobre todos los aspectos de la teoría y la práctica del partido. Llegaron no solo a los líderes intelectuales y políticos del movimiento, sino también al público en general.

El intento de los austromarxistas de llevar a la socialdemocracia por una vía política centrista tuvo resultados dispares. Aunque el partido y los sindicatos siguieron creciendo, las esperanzas socialdemócratas de reformas sustanciales tuvieron poco éxito, ya que las divisiones nacionalistas dejaron al parlamento impotente y, a partir de 1910, fracturaron el partido y los sindicatos según líneas regionales. Peor aún, el estallido de la guerra en 1914 sumió a los propios austromarxistas en el caos.

Hilferding se opuso inmediatamente a la decisión de la dirección del partido alemán de apoyar la guerra, considerándola una traición al internacionalismo socialista. Abandonó el SPD en 1917 y se convirtió en líder del recién fundado Partido Socialdemócrata Independiente Alemán (USPD), contrario a la guerra. Bauer y Renner, por su parte, apoyaron la guerra como una lucha defensiva contra el zarismo reaccionario. Bauer fue capturado en el frente gallego y pasó tres años como prisionero en Siberia. Demasiado mayor para servir, Renner se convirtió en uno de los principales defensores del esfuerzo bélico austriaco, y él y Hilferding cruzaron espadas a menudo en la prensa socialista.

Sin embargo, los acontecimientos externos pronto devolverían a los austromarxistas a la misma senda política.

Caminos distintos

En 1910, en su gran obra de economía política, El capital financiero, Hilferding había escrito que el imperialismo capitalista probablemente desencadenaría una guerra que desataría «tormentas revolucionarias». Y eso es exactamente lo que ocurrió.

Las revoluciones rusas de febrero y octubre de 1917 barrieron el zarismo y crearon el primer gobierno obrero de la historia moderna. Un año más tarde, las monarquías alemana y austrohúngara se derrumbaron ante la revolución popular. En 1919, Alemania emergió como una república progresista, aunque todavía capitalista, encabezada por un gobierno socialdemócrata. Austria-Hungría se había fragmentado según líneas étnicas, pero surgió una República Austriaca independiente bajo el liderazgo socialista, con Karl Renner como canciller y Otto Bauer como ministro de Asuntos Exteriores.

Durante los tumultuosos años de la revolución y la contrarrevolución de la posguerra, los austromarxistas se mantuvieron firmes en la creencia de que el socialismo podía realizarse mejor en el marco de una república parlamentaria. Apoyaron la socialización de las industrias clave, la introducción de la planificación económica, la expansión del estado de bienestar y la creación de nuevas instituciones de representación de los trabajadores, como los consejos de fábrica.

Al mismo tiempo, rechazaron el modelo bolchevique de «dictadura proletaria» basada en los consejos obreros, argumentando que privar a los no proletarios de los derechos políticos era una receta para la guerra civil. Horrorizados por el uso del terror por parte de los bolcheviques durante la Guerra Civil Rusa y la construcción de un Estado policial, argumentaron que el socialismo no podía construirse en un país en el que los trabajadores eran una minoría y no existía la democracia. Finalmente, rechazaron los esfuerzos bolcheviques por dividir al movimiento obrero mundial entre «socialistas reformistas» y «comunistas revolucionarios». Consideraban que la recién fundada Internacional Comunista era un instrumento de control bolchevique más que una institución para reunificar el movimiento obrero internacional.

Los austromarxistas esperaban mostrarle al resto del movimiento socialista que había un camino mejor, a través de la educación masiva, la organización y los métodos parlamentarios. En Alemania, donde el movimiento estaba dividido entre los hostiles partidos socialdemócrata y comunista, Hilferding regresó al SPD y ayudó a convertirlo en el partido más grande del parlamento. Apoyó la entrada del SPD a gobiernos de coalición con partidos moderados y no socialistas como medio para promover reformas favorables a los trabajadores. Bauer tomó un rumbo diferente en Austria, donde se convirtió en el líder de facto del partido y adoptó hábilmente una postura radical que evitó la división. A diferencia de Hilferding y Renner, se opuso a participar en un gobierno nacional hasta que los socialistas tuvieran la mayoría absoluta.

En 1928, en un país de seis millones de habitantes, los socialistas contaban con 600 mil miembros y el 40% de los votos nacionales. Es cierto que seguían en la oposición y que habían tenido que cederle el poder al partido conservador socialcristiano. Pero el movimiento obrero, según todas las estimaciones, parecía vibrante y en crecimiento. Y la «Viena Roja», su joya de la corona, seguía en pie.

La Viena Roja

La Viena Roja era la manifestación del híbrido reformista-revolucionario de los austromarxistas. Con una mayoría electoral absoluta en la capital, el SDAP utilizó su control sobre el gobierno local para mejorar la vida de la gente común y conseguir un apoyo masivo.

Los años inmediatamente posteriores a la revolución de 1918 fueron duros para la mayoría de los austriacos. La aceleración de la inflación, el desempleo masivo, la escasez de alimentos y la falta de viviendas urbanas asolaban el país, por lo que la vida de los trabajadores seguía siendo difícil incluso después de que la situación se calmara a mediados de los años veinte. El gobierno de Viena respondió a la crisis con un enorme programa de inversiones —financiadas con impuestos progresivos sobre los bienes y servicios de lujo, así como sobre la propiedad privada— para mejorar las infraestructuras urbanas, crear empleo y construir viviendas públicas. Entre 1923 y 1934, la ciudad construyó más de 60 mil nuevos departamentos, incluido el Karl Marx Hof, un proyecto de 1400 viviendas que le ofrecía a los residentes acceso a una amplia gama de servicios, escuelas y espacios verdes.

La ciudad proporcionaba asistencia sanitaria universal, un transporte público eficiente y una amplia gama de servicios sociales, al tiempo que construía una serie de espacios comunitarios, como parques, piscinas y bibliotecas. Las inversiones en educación pública, las reformas pedagógicas y las subvenciones a una amplia red de asociaciones culturales de trabajadores tenían como objetivo enriquecer la vida de los trabajadores, prepararlos para el futuro socialista y ampliar el apoyo político local del SDAP frente a un Gobierno nacional cada vez más hostil.

Estos objetivos también se plasmaban en la fuerza de defensa paramilitar del SDAP, el Schutzbund Republicano y la Liga Obrera para el Deporte y la Cultura Física. Mientras que la primera organización tenía como objetivo proteger a la república de las milicias monárquicas y fascistas que suponían una amenaza creciente, la segunda buscaba fomentar la forma física e inculcar los valores socialistas mediante el apoyo a una variedad de deportes que incluían desde la gimnasia hasta el judo. La Liga trataba de combatir el individualismo, la competitividad y el comercialismo, y promovía las actividades colectivas y la competencia entre compañeros.

En consonancia con el esfuerzo de larga data del movimiento socialista por construir una cultura alternativa, se organizaron unos Juegos Olímpicos Obreros a gran escala que rechazaban el nacionalismo de los «Juegos Olímpicos burgueses» y, en cambio, instaban a los trabajadores a «unirse como hermanos y hermanas bajo la bandera del socialismo».

Con el tiempo, las actividades de la Liga se vincularon cada vez más con las del Schutzbund, y el entrenamiento deportivo y los espectáculos públicos se militarizaron progresivamente. Con 300 mil miembros en su apogeo, la Liga se convirtió en la mayor organización deportiva obrera del mundo y, junto con el Schutzbund, simbolizó el poder del movimiento obrero.

Frente al fascismo

Los austromarxistas se regocijaban del aparente poder organizativo de su movimiento y de las reformas políticas y sociales que habían conseguido. Los socialistas de otros lugares miraban con admiración la ciudad obrera que habían construido e intentaban llevar a cabo reformas similares allí donde podían. A mediados de la década de 1920, los austromarxistas consideraban a estos logros como una base segura para el avance futuro.

También creían que la historia estaba de su lado. Con la aparición del capitalismo monopolista, pensaban que el sistema económico sería menos propenso a las crisis y, por lo tanto, más fácil de controlar democráticamente por los socialistas en el futuro. Por eso, el colapso económico de 1929 y la aparición del fascismo como movimiento de masas fueron un shock. No estaban preparados ni teórica, ni práctica, ni psicológicamente para enfrentarlos.

Como la mayoría de los teóricos marxistas de su época, los austromarxistas no tenían respuestas efectivas ante la depresión económica más allá del planteo de «revolución». Propusieron políticas bastante ortodoxas, como el equilibrio presupuestario y la austeridad, para enderezar el barco capitalista. Cuando eso fracasó, se aferraron a la esperanza de que la depresión pronto tocaría fondo y que la recuperación económica le quitaría impulso político a los fascistas.

En términos políticos prácticos, la insistencia de los austromarxistas en adherirse a las normas constitucionales y parlamentarias los dejó indefensos ante enemigos como los nazis en Alemania y los fascistas clericales en Austria, que «se adherían» a los métodos parlamentarios mientras simultáneamente perpetraban el terror en las calles. Cuando les convino, estuvieron dispuestos a tirar por la borda abiertamente las reglas de la república liberal, mientras que los socialistas, ante el derramamiento de sangre masivo y el estallido de una guerra civil que temían no poder ganar, dudaron hasta el punto de quedar paralizados.

Cuando los fascistas actuaron, primero en Alemania en 1933 y luego en Austria un año más tarde, fueron capaces de aniquilar a la izquierda organizada, socialista y comunista, con una facilidad impactante. Incluso allí donde los socialistas recurrieron a las armas, como en Austria, el Estado solo tardó unos días en aplastar su resistencia.

Reforma y revolución

Los austromarxistas más destacados pagaron un alto precio por su fracaso. Mientras que Renner sobrevivió al Tercer Reich para convertirse en el primer presidente de la Segunda República Austriaca, Hilferding y Bauer huyeron al exilio, donde intentaron en vano continuar la lucha. Bauer murió en París en 1938. Las autoridades francesas de Vichy arrestaron a Hilferding en Arlés a principios de febrero de 1941 y entregado a los nazis. Poco después se suicidó en un calabozo de la Gestapo en París.

La trágica desaparición de los austromarxistas pone de relieve las dificultades para vincular la transformación socialista a la práctica cotidiana, para unir la reforma con la revolución. Como todos los socialdemócratas de la época, los austromarxistas no lograron conectar sus conclusiones radicales con sus demandas inmediatas. No se discutió qué estrategias y tácticas llevarían al partido al poder, ni qué métodos podrían utilizarse para defender los avances democráticos frente a las fuerzas antidemocráticas. Solo se dio por sentado que las clases dominantes pagarían un alto precio por no respetar los derechos de los trabajadores y que el partido tomaría el poder y transformaría la sociedad sin recurrir a la acción de masas.

Los socialistas reformistas de hoy no pueden cometer el mismo error.

 

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