Procuraremos responder a la crítica de Juan Dal Maso de un artículo nuestro publicado en la revista Marabunta no. 2 dedicado a los conceptos de crisis orgánica y situación revolucionaria. Partimos desde la perspectiva de un problema y no de una «teoría» sistemática y probada. El hecho de que el movimiento socialista internacional cuente con una experiencia revolucionaria de más de un siglo y medio no implica que haya logrado construir una teoría de tal práctica.
¿Cómo definimos las situaciones revolucionarias?
Por situaciones revolucionarias entendemos aquellas en las que aparece una dualidad de poderes en un territorio estatal nacional entre fuerzas sociales que tienen su eje en clases sociales. Esta situación se resuelve mediante la guerra civil, sea en favor de quienes mantienen el poder estatal o de las nuevas fuerzas. Aquí se puede hablar de un «resultado revolucionario» o revolución.
La diferencia entre situación revolucionaria y revolución, por tanto, en este primer momento, es la de la posibilidad y el desarrollo de esta posibilidad en una revolución efectiva. La categoría de situación revolucionaria sirve para indicar un momento histórico concreto en el que aparece la posibilidad real de la lucha por el poder. En las revoluciones sociales propiamente dichas, este resultado es parte de un proceso de transformación de los modos de producción y las clases en el poder.
Tomamos estas ideas del capítulo sobre dualidad de poderes de Historia de la Revolución Rusa (en adelante, HRR) de León Trotski. Pero, además, indicamos en nuestro artículo que el mismo ha sido usado en Argentina por las organizaciones PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores, circa 1968-1980) y OCPO (Organización Comunista Poder Obrero, circa 1975-1980), pero no tanto por las propiamente trotskistas, como PST (1972-1982) o PTS en la actualidad (así como el Partido Obrero). Estas últimas mantuvieron y/o mantienen el canónico concepto de Lenin sobre situación revolucionaria (no solo estas sino, en rigor, también una parte sustancial de los intelectuales académicos marxistas).
Por nuestra parte, creemos que mantener el criterio de Lenin deja de lado aspectos centrales como la dualidad de poder y la guerra civil. Recordemos que su definición habla de la crisis de los de arriba, de la miseria creciente y la «acción histórica independiente» de las masas populares. Pero no indica la relación de fuerzas específicas, que se expresa con más precisión en el poder dual y su desarrollo mediante la violencia de las fuerzas de estos poderes.
Esta tesitura ha sido criticada por Dal Maso en varios sentidos, algunos sustantivos, otros apelando a las referencias de autoridad y fragmentos de textos (Trotski, Santucho, etc.). Nos detendremos en el primer tipo de comentarios. Para el segundo tipo necesitaríamos un espacio mayor, pero también tememos que nos desvíe de la discusión esencial y nos haga caer en un problema de interpretación de textos. Pero señalemos que, para Dal Maso, nosotros seguimos a Mao y no a Trotsky.
Con nuestra intervención buscamos avanzar en precisar este tipo de situaciones revolucionarias tratando de resolver una ambigüedad que ha dado pie a lecturas no realistas (como referiremos luego). Nos parece que la intervención de Dal Maso no ayuda a resolver este problema. Su crítica mantiene la definición de Lenin, y además dice que Trotsky se atuvo a ella.
Debido a su laxitud o amplitud, esta definición confunde coyunturas de crisis y movilización popular (digamos, por ejemplo, 1989-1991 en Argentina, o 2001, pero hay muchas de este tipo) con situaciones revolucionarias. La diferencia esencial de las situaciones revolucionarias es que en ellas se forma la posibilidad de la lucha por el poder para las fuerzas sociales populares (de campesinos, trabajadores, pobres, etc.). En 2001 o 1989 hubo unas crisis importantes acompañadas de grandes luchas sociales, pero no se avizoró esta posibilidad política.
Dal Maso sostiene que Trotsky se apoya explícitamente en Lenin y, en lo esencial, se mantiene su concepto. Según este, una situación revolucionaria puede comenzar con la movilización extraordinaria de masas en un contexto de crisis. De aquí introduce a los «procesos revolucionarios». Un proceso revolucionario comenzaría en lo que señalaba Lenin cuando hablaba de situación revolucionaria. Sin embargo, señalamos, esto no especifica elementos para juzgar el tipo de relaciones de fuerzas. Esto puede ocurrir, siguiendo con el caso argentino, en 1969-1975, 1989-1991 o 2001-2003 (como momentos cuya periodización en cuanto proceso puede prolongarse), pero la cuestión del poder no estuvo planteada de igual modo en cada momento.
Dal Maso da por sentado un concepto de proceso revolucionario que nos parece confuso o, por lo menos, no sistematizado por la tradición marxista. Las discusiones en el movimiento marxista revolucionario se han concentrado frecuentemente en el «tipo de situación» en relación con las revolucionaria, prerrevolucionaria, no revolucionaria o contrarrevolucionaria. Precisamente, sigue faltando un desarrollo sistemático de estas categorías que se adecúe al análisis histórico realista.
Un laboratorio privilegiado para este problema han sido los años setenta. Dal Maso centra su análisis en la categoría de «proceso revolucionario». En el mismo sentido escriben Werner y Aguirre, militantes de la misma organización que Dal Maso, su estudio sobre los setenta argentinos (Insurgencia obrera en la Argentina 1966-1976).
Allí escriben: «Una serie de grandes embates de masas (cuya expresión más contundente, el Cordobazo, tuvo el carácter extraordinario de una semiinsurrección obrera y popular) abrió en 1969 un proceso revolucionario que quebró definitivamente al régimen… [p. 25] (…) El período que va del Cordobazo al golpe genocida, constituye una etapa revolucionaria que planteó la necesidad de la lucha por el poder por parte de la clase obrera y el pueblo oprimido. Para hacer una definición clara nos vemos obligados a remontarnos a Lenin» [p. 37].
Nuevamente, el canónico Lenin. A riesgo de repetirnos, por ambigüedad nos referimos a que se deja lo esencial de lado en la teoría. Con esencial nos referimos a lo que sí se especifica en HRR y que se expresa en el desarrollo del poder dual.
Situaciones prerrevolucionarias
Dal Maso nos pide desarrollar sobre las situaciones prerrevolucionarias. Efectivamente, esto faltó en nuestra nota, aunque se lo menciona respecto de las diferencias entre PRT y OCPO. Aquí podemos remitirnos al Trotsky de ¿A dónde va Francia? (1934-1936), donde se plantea la cuestión del poder y, en particular, del armamento obrero. La consigna de Trotsky era por el armamento a través de los partidos y organizaciones de la clase obrera. Si bien aceptaba que no se trataba todavía de una situación revolucionaria (punto además esgrimido por los estalinistas para no actuar decididamente contra el fascismo), el problema debía enfocarse activamente, interviniendo en el proceso en curso en el sentido de crear las condiciones para esta situación.
Para Trotsky, entonces, se estaba en una situación «prerrevolucionaria», entendida esta como una relación de fuerzas específica. Pero lo que faltaba, que debía ser creado, era el desarrollo del poder proletario. Esto nos parece congruente con la teoría de HRR, aunque aquí se puntualiza en el papel activo de los partidos políticos en el desarrollo de las situaciones revolucionarias. Si la situación revolucionaria se define por la aparición del poder dual y la lucha armada entre las clases, el papel político debía ayudar a crear activamente el poder obrero y popular en un contexto donde esta posibilidad es realista, en las situaciones prerrevolucionarias.
Un debate parecido se dio en los setenta en Argentina. Mientras que el PRT sí lo afirmaba, OCPO sostenía que la situación prerrevolucionaria no había podido evolucionar hacia una de tipo revolucionario, a pesar de los esfuerzos que en tal sentido hubieran realizado sus organizaciones en el plano de la lucha armada. Se trataba de mantener el elemento realista en la noción de posibilidad mediada por la propia acción.
La vanguardia no podía crear el conjunto de condiciones. Son las masas las que deben actuar en relación con las propuestas prácticas de las vanguardias. No dejemos de mencionar, en el conjunto de condiciones las derivadas del desarrollo estructural de las contradicciones, lo que incluye las disputas entre clases dominantes (como las guerras), cuestiones distintas de la acción directa de vanguardias y masas populares pero que inciden decisivamente en las coyunturas históricas.
Marxismo, crítica e investigación contemporánea
Nos basamos en Trotsky y en el marxismo de modo crítico y abierto. Para ello, nos apoyamos en la investigación contemporánea. Esta lectura del concepto en Trotsky fue propuesta por Tilly en los setenta (From mobilization to revolution, 1978) y seguida por varios estudios (Wickham-Crowley, Alapuro, Becker). La propuesta de Tilly es fundamental para desarrollar el problema.
No nos interesa mantener o construir una tradición cerrada en estos textos. Esto corre el peligro de subordinar la teoría a los textos consagrados. Tampoco hace eso Dal Maso. Hemos mencionado que su colectivo político introduce conceptos nuevos, como el de proceso revolucionario. El problema, para despejar, gira en torno a diferenciar y especificar un conjunto de conceptos que hacen a una teoría revolucionaria, siendo éstos los de proceso y situaciones (en relación a lo revolucionario) y, por supuesto, revolución.
En la escritura de esta respuesta hemos tratado de ver los usos de estas categorías en el trotskismo. La Fundación Pluma, en Buenos Aires, conserva y almacena digitalmente los documentos del PST-MAS (la corriente de donde proviene el PTS de Dal Maso). Miles de documentos públicos e internos han sido clasificados en 3680 temas (consultado el 13 de diciembre de 2020). Allí, «situación prerrevolucionaria» y «situación revolucionaria» existen como temas, con muchas entradas, pero no así «proceso revolucionario» (no se encuentra este tema).
La mayoría de los documentos etiquetados como «situación revolucionaria» (158 entradas) del PST-MAS son de los años 80 e incluso 90, y no de los 70. Para esta organización, fueron los años 80 y los primeros 90 de la Argentina cuando existió una situación revolucionaria (sic), y no los 70. Estos archivos nos muestran el uso público e interno que esta organización hacía de las categorías de análisis, y las conclusiones a las que arribaba con ellos. Allí no aparece de modo claro la categoría de proceso revolucionario, con lo que queda para un trabajo ulterior que, entendemos, es clave en la propuesta del programa de Dal Maso.
Política hoy
Más allá de querellas históricas, un intercambio así debe servir para mejorar las categorías de análisis político. Entre las dos propuestas analíticas que nosotros oponemos, hay un elemento esencial que es la cuestión del poder. Entre la definición de Lenin (de 1914) y la de Trotsky de HRR aparece esta diferencia. En HRR, el proletariado surge como fuerza social con sus formas de poder social y político. Esta dimensión no está en Lenin de 1914. La revolución como proceso describe la lucha por el poder entre las clases e indica que se ha impuesto la clase subalterna y transforma las relaciones sociales. Para que surja y se desarrolle, por tanto, debe formarse y desplegarse el poder de las clases dominadas.
Un momento efectivo del proceso es la «conquista del poder» como antesala o instancia de la transformación de las relaciones de clase (sin lo cual no se completa el carácter social esencial revolucionario). La teoría basada en HRR busca objetivar este poder (en una conceptualización que tiene la intención de abstraer y generalizar a partir del caso ruso). El problema del poder, por supuesto, no es solo un tema de la situación revolucionaria. El estudio sobre la situación revolucionaria se detiene en el momento de las crisis de la relación de poder, una cuestión que opera tanto en estas situaciones como en las no revolucionarias, donde predomina la rutina del dominio. En este sentido, volver a este debate sobre la dinámica revolucionaria es fundamental para el análisis político.
Por ejemplo, en la actualidad hay crisis y movilización, dependiendo de las localidades (Chile, EE. UU., Argentina, Ecuador, etc.) pero la burguesía mantiene el monopolio de la fuerza y, por parte de las clases trabajadoras, no hay formas de desarrollo del poder que creen condiciones de una alternativa. Este tipo de situaciones son extraordinarias, siendo lo ordinario la reproducción del poder de las clases dominantes.
La relación de clases como relación de poder, por tanto, es el objeto principal del análisis político. Algunas limitaciones de los llamados «populismos de izquierda» en América Latina o Europa (Grecia o España) residen en no tener en cuenta que los cambios radicales requieren la formación de poder de las clases subalternas. La dinámica y secuencia de la relación entre desarrollo de la situación revolucionaria (poder dual) y los resultados revolucionarios pueden combinarse de distintas maneras.
Por ejemplo, el poder dual podría desencadenarse con una parte del Estado en manos de un gobierno de izquierda. La teoría de HRR contempla esta posibilidad, en el sentido de que el poder dual es la expresión de que las clases subalternas controlan una parte del Estado. En Rusia, se refería a que los consejos de soldados controlaban de hecho la fuerza armada estatal, quebrando el monopolio de la fuerza física.
La experiencia de los gobiernos populistas de izquierda recientes es un laboratorio cercano. Es decir, una lección posible del mismo es que el acceso al gobierno no garantiza el control del poder en una sociedad, al mismo tiempo que también podemos decir que el acceso al gobierno de fuerzas de izquierdas lo perturba, lo pone en debate, si se mantiene la intención radical. En todo caso, un programa de transformaciones estructurales requiere de la formación de poder popular, sin el cual la influencia sobre partes del aparato de estado no tiene posibilidad real de torcer las relaciones de fuerza entre las clases e imponer el cambio revolucionario.