El texto que sigue es un fragmento adaptado de Surviving the 21st Century, de Noam Chomsky y José Mujica, editado por Saúl Alvídrez, que se publicará en Verso en septiembre de 2025.
Mi generación cometió un error ingenuo. Creímos que el cambio social era solo una cuestión de desafiar los modos de producción y distribución en la sociedad. No comprendíamos el inmenso papel de la cultura. El capitalismo es una cultura, y debemos responder y resistir al capitalismo con una cultura diferente. Dicho de otra manera: estamos en una lucha entre una cultura de la solidaridad y una cultura del egoísmo.
No me refiero a la cultura que se vende, como la música o la danza profesionales. Todo eso es importante, por supuesto, pero cuando hablo de cultura me refiero a las relaciones humanas, al conjunto de ideas que rigen nuestras relaciones sin que nos demos cuenta. Es un conjunto de valores tácitos que determinan la forma en que millones de personas anónimas en todo el mundo se relacionan entre sí.
El consumismo forma parte de esa cultura. Es una ética necesaria para el capitalismo en su lucha por la acumulación infinita. El peor problema para el capitalismo sería que dejáramos de comprar o compráramos muy poco. Y esto ha generado la cultura consumista que nos envuelve. Pero un sistema social capitalista no es solo relaciones de propiedad, es también un conjunto de valores tácitos comunes a la sociedad. Estos valores son más fuertes que cualquier ejército y son la principal fuerza que mantiene el capitalismo hoy en día.
Mi generación creía que iba a cambiar el mundo intentando nacionalizar los medios de comunicación y la distribución, pero no comprendimos que en el centro de esta batalla debía estar la construcción de una cultura diferente. No se puede construir un edificio socialista con albañiles capitalistas. ¿Por qué? Porque van a robar las barras de acero, van a robar el cemento, porque solo buscarán resolver sus propios problemas, porque así es como estamos formados. Mi generación, racionalista y con una visión programática de la historia, no entendió que los seres humanos a menudo deciden con las tripas y luego la conciencia construye argumentos para justificar sus decisiones. Elegimos con el corazón, y aquí la cultura se convierte en una cuestión vital porque modera nuestra irracionalidad.
Por ejemplo, ¿qué ha pasado con nuestros líderes de izquierda? Los líderes de izquierda están enfermos y sumergidos en esa misma cultura, y por eso su forma de vida no es un mensaje coherente con su lucha. ¡Miren, decían que yo era pobre cuando era presidente, pero no entendían nada! Yo no soy pobre. Pobre es el que necesita mucho. Mi objetivo es ser estoico. Y lo cierto es que si el mundo no aprende a vivir con cierta sobriedad, a no derrochar, a no malgastar, si no aprende esto pronto, nuestro mundo no sobrevivirá.
La codicia por el dinero nos incita a seguir comprando cosas nuevas, pero sostener la vida del planeta significa que debemos aprender a vivir con lo necesario y no malgastar nuestros recursos. Ahora, como pueden ver, esta lucha es una epopeya cultural. Nosotros, la izquierda, debemos construir una línea de pensamiento diferente a la que tenemos.
Esto significa romper con nuestra conexión con el capitalismo. Nos quedamos sin creatividad en cuanto a ideas. Queríamos hacer lo mismo que el capitalismo, pero con más igualdad. Y, al final, todo esto tiene que ver con lo que consideramos una buena vida, los valores que podemos apreciar en la vida, las cosas a las que podemos aspirar. Significa tener sentido de los límites. Nada en exceso, como decían los griegos.
La izquierda debe ser fiel a otro conjunto de valores, y por eso insisto en el problema de la cultura, en el problema del compromiso y en el problema de valorar ciertos ámbitos de la vida que el capitalismo no valora. Hay mucha tristeza en nuestras sociedades, a pesar de que están llenas de riqueza. Somos un pueblo sobrealimentado, con sociedades ahogadas por la cantidad de basura que generamos. Lo infestamos todo, compramos cosas que no necesitamos y luego vivimos desesperados pagando facturas. ¡Debemos proponer otra forma de vida! Para mí, la izquierda tiene que ser más revolucionaria que nunca.
Significa vivir como se piensa. De lo contrario, acabamos pensando como vivimos. La lucha es por una sociedad autogestionada, por aprender a ser nuestros propios jefes y a dirigir nuestros proyectos comunes. Estas cosas tendrán que ser discutidas por una nueva izquierda. Creo en la existencia permanente de la izquierda, pero no será la izquierda tal y como era. ¡Lo que era ya no existe, ha pasado! La izquierda tendrá que ser diferente porque los tiempos cambian. Lo único permanente es el cambio.
No voy a sugerir obstáculos para la creación de nuevos programas revolucionarios. ¡Al contrario! Pero no tengo una fórmula mágica. Me parece que hay que fomentar la creatividad, porque estamos en un mundo con una vieja izquierda que vive demasiado de la nostalgia, una izquierda que le cuesta entender por qué fracasó y que tiene grandes dificultades para imaginar nuevos caminos. Creo que este es un momento de mucho ensayo, de mucha experimentación y creatividad. Y para eso hay algunos parámetros que podemos seguir, porque, como he dicho, mi generación no dio suficiente importancia a la cultura. Me refiero a la cultura inherente a las relaciones comunes y ordinarias que tienen las personas que, bajo el capitalismo, utiliza los acontecimientos de la vida cotidiana solo para garantizar una mayor acumulación.
La cultura en la que estamos inmersos, que nos rodea, solo es funcional para la multiplicación del beneficio individual. Y esa cultura es mucho más fuerte que los ejércitos, el poder militar y todo lo demás, porque esa cultura determina las relaciones permanentes de millones de personas corrientes en todo el mundo.
¡Eso es mucho más fuerte que la bomba atómica! Cambiar un sistema sin afrontar el problema del cambio cultural es inútil. Debemos construir un nuevo sistema y, paralelamente, una nueva cultura, una nueva ética. Porque, si no, volverá a ocurrir lo que vimos con la Unión Soviética, donde un movimiento revolucionario dio un giro de 360º para acabar en el mismo sitio, ¡pero mucho peor! Tenemos que aprender de esa derrota, ¿no?