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Fotografía de una fábrica tomada durante el bienio rosso, el 20 de septiembre de 1920.

Comunistas italianos contra el ascenso del fascismo

Traducción: Florencia Oroz

Fundado hace hoy 104 años, el Partido Comunista Italiano se enfrentó de inmediato a una violenta ola de represión en la que murieron cientos de militantes. Mientras la policía, las élites empresariales e incluso los políticos liberales apoyaban a Benito Mussolini, ningún partido resistió más la amenaza fascista que los comunistas.

Más de cien años después de la fundación del Partido Comunista Italiano (PCI), su nacimiento sigue siendo polémico. Al momento de su centenario en 2021, un torrente de libros y artículos condenaron aquel «pecado original», acusando a los comunistas de dividir a la izquierda frente al fascismo y de frenar el avance de la izquierda reformista.

Es fácil entender por qué el PCI continúa proyectando su sombra sobre la política italiana tanto tiempo después. Líder de la resistencia durante la Segunda Guerra Mundial, se convirtió en el mayor partido comunista de Occidente, con unos dos millones de afiliados en la década de 1950. Siguió siendo el principal partido de la oposición hasta su desaparición en 1991, y sus antiguos miembros siguen desempeñando un papel destacado en la «centroizquierda», incluso cuando la mayoría de ellos se decantaron por la socialdemocracia liberalizada.

Dados estos cambios, los supuestos revolucionarios en los que se basaba originalmente el PCI son ampliamente despreciados. Massimo D’Alema, el primer excomunista en ocupar el cargo de primer ministro en Italia, afirmó hace unos años que el PCI fue «siempre un partido reformista», expresando una postura común en la centroizquierda que desestima la escisión del partido de los socialistas en 1921 como un error al tiempo que venera a líderes posteriores como Antonio Gramsci como «demócratas» reformistas.

Tales afirmaciones hunden sus raíces en la propia historia del PCI. En el periodo previo a la Segunda Guerra Mundial, uno de sus principales dirigentes, Palmiro Togliatti, lo reformuló como una fuerza patriótica que defendía un amplio interés popular, unido por el antifascismo. La prensa del exilio atacó a su líder fundador, Amadeo Bordiga, por no haber resistido el ascenso inicial de la dictadura de Benito Mussolini, y lo contrapuso a Gramsci, mártir de los antifascistas tras su muerte en 1937.

Hoy en día, esta narrativa se recrea en los medios liberales en tópicos sobre la necesidad de moderación política y los peligros de un izquierdismo «dogmático» incapaz de ver quién es el verdadero enemigo. Sin embargo, estas descripciones rara vez nos hablan de la lucha que libraron los comunistas contra el fascismo entre 1921 y 1922 o, menos aún, de lo que hacían los socialdemócratas reformistas o la clase dirigente política y empresarial del país en aquel momento. Sin embargo, esta historia también es esencial para comprender los orígenes del más grande partido comunista de Occidente.

No reconocer el peligro

La Italia que emergió de la Primera Guerra Mundial estaba sacudida por conflictos sociales. Había acabado en el bando vencedor de la guerra, junto a Gran Bretaña y Francia, pero su propia suerte militar había sido dispar y se habían perdido más de quinientas mil vidas. La vuelta a la paz, combinada con una reorientación drástica de la economía hacia la producción civil, aplastó a las pequeñas empresas y dejó a millones de desempleados, muchos de ellos jóvenes maltratados por los últimos cuatro años de guerra.

Entre 1919 y 1920 se produjo un auge de la militancia obrera —con huelgas, ocupaciones de fábricas y levantamientos rurales— conocido como el biennio rosso. En varias ciudades, los obreros tomaron el control de la producción y crearon un cuerpo armado de «guardias rojos» para defender las fábricas tomadas. En las plantas de ingeniería de Turín, los trabajadores en huelga revivieron los comités de fábrica de antes de la guerra, organismos que el periódico comunista L’Ordine Nuovo identificaba con los consejos obreros de la Revolución Rusa.

Dirigido por Gramsci, Togliatti, Angelo Tasca y Umberto Terracini, L’Ordine Nuovo pretendía captar la energía del proletariado turinés, pero también encontrar una salida a la crisis del PSI socialista. Aliado al sindicato Confederación General del Trabajo (CGL), este partido tenía profundas raíces en el movimiento obrero y en las cooperativas campesinas y de consumo, pero seguía siendo en gran medida un mosaico de grupos locales dirigidos por una fracción parlamentaria, y carecía de una estrategia global.

En las elecciones generales de noviembre de 1919, el PSI obtuvo el 32% de los votos, convirtiéndose por primera vez en el partido más votado. Pero mientras reformistas como Filippo Turati trataban de influir en los gobiernos liberales (el medio por el que se había concedido el sufragio universal masculino en 1912), el programa electoral del PSI era un abstracto «voto por el socialismo» más que un conjunto concreto de medidas. Un ejemplo típico era la petición de que el parlamento decretara la creación de soviets locales.

Esta situación —una amenaza revolucionaria creciente sin resultados concretos— sentó las bases para el ascenso del fascismo. Su base social inicial se encontraba entre las clases medias sometidas a poca presión, pero los líderes solían ser de una estirpe más profesional, desde oficiales militares a estudiantes. Aunque eran una fuerza electoralmente insignificante, los Camisas Negras construyeron su poder sobre todo como músculo contratado por terratenientes e industriales que buscaban aplastar al movimiento obrero.

Los fascistas no tuvieron un partido centralizado hasta el otoño de 1921. Pero eran eficaces militarmente en la coordinación de sus fuerzas, ya que las milicias armadas iban de ciudad en ciudad para aplastar a los oponentes aislados. Incluso cuando el PSI alcanzó su mayor popularidad electoral (haciéndose con 2162 de los 8059 municipios en noviembre de 1920, incluyendo Milán, Bolonia, Verona y Vicenza), su respuesta al fascismo siguió siendo desorganizada.

Llamativo fue el caso de Ennio Gnudi, el ferroviario de veintisiete años elegido alcalde de Bolonia. Cuando salió al balcón para saludar a la multitud el 21 de noviembre de 1920, estallaron los disparos, mientras los escuadrones fascistas asaltaban a sus partidarios y simpatizantes. La policía y la Guardia Real abrieron fuego y mataron a diez socialistas y a un concejal nacionalista. Gnudi fue depuesto tras solo una hora en el cargo, y el Estado central impuso en su lugar a un comisario no elegido. Más tarde, Gnudi fue elegido diputado comunista.

Los paramilitares fascistas ya habían establecido estrechos vínculos con las «fuerzas del orden» del Estado. El 21 de julio de 1920, sus escuadrones habían destruido las oficinas de Avanti! en Roma, y cuando atacaron su sede de Turín dos meses después, Avanti! informó que los atacantes eran en su mayoría guardias reales dirigidos por un sargento junto con otros vestidos de civil. La policía y los oficiales del ejército no solo hicieron la vista gorda ante los ataques fascistas, sino que se coordinaron activamente con ellos.

Sin embargo, con un clima de «terror rojo» en la prensa liberal y conservadora, los socialistas fueron acusados constantemente de tramar un golpe armado. Los «registros de armas» eran un pretexto común para que los fascistas armados saquearan las oficinas de las cooperativas de consumo y los sindicatos, mientras trabajaban para aplastar la infraestructura del movimiento obrero en los centros socialistas como Emilia-Romaña. La prensa del PSI respondió débilmente, llamando a sus miembros a «no dejarse provocar».

De hecho, cuando se consumó la escisión PCI-PSI en enero de 1921, la continuidad del PSI insistió en que esta era una línea divisoria entre los partidos. El 22 de mayo de 1921, Avanti! publicó un artículo titulado «¡No resistan!», celebrando la historia de Cristo y exhortando a los socialistas a «poner la otra mejilla». Insistiendo en que el éxito de los socialistas debía basarse en la educación, el trabajo pacífico construyendo asociaciones y no en «forzar las cosas» tomando las armas, Turati declaró que si rechazar la violencia era de cobardes «deberíamos ser lo suficientemente valientes para ser cobardes».

«Las fuerzas detrás del fascismo», una caricatura de 1922 de l’Almanacco Comunista.

Escisión comunista

La destitución del alcalde de Bolonia no fue más que un ejemplo de la brutal embestida fascista contra las administraciones socialistas y las estructuras del movimiento obrero en toda Italia. Un congreso nacional del PSI celebrado en esa ciudad en octubre de 1919 declaró su apoyo a la Comintern. Pero el PSI no era como el partido bolchevique centralizado, y el principal interlocutor de la Comintern en Italia, Giacinto Serrati, siguió comprometido con su alianza de reformistas y revolucionarios.

Hasta el II Congreso de la Comintern, celebrado en Moscú en julio-agosto de 1920, los dirigentes rusos estaban escasamente informados de los acontecimientos en Italia y confiaban en la perspicacia de Serrati. Pero la crisis del PSI, incapaz de hacer frente al dramático conflicto social, animó a los grupos locales de comunistas a buscar aliados en el extranjero. Los más notables fueron L’Ordine Nuovo de Turín e Il Soviet de Nápoles, en torno a Bordiga, que viajó a Moscú para el II Congreso por iniciativa propia.

Aunque el internacionalismo proclamado por el PSI era a menudo romántico, algunos militantes comprendían mejor la guerra civil que amenazaba con llegar también a Italia. Francesco Misiano, colaborador de Il Soviet, pasó diez meses en una cárcel de Berlín en 1919 tras participar en el levantamiento espartaquista. Diputado desde noviembre de 1919, en una reunión del consejo nacional del PSI en abril de 1920 insistió en la necesidad de centrarse en la preparación militar y la defensa activa contra el fascismo.

Ese verano, las divisiones en el partido se agudizaron. Especialmente decisiva fue la cuestión de la expulsión de los reformistas. Esta era una condición establecida por el II Congreso de la Comintern, pero rechazada por los «unitari» de Serrati, que se negaban a romper con el grueso del grupo parlamentario del PSI. La propia Fracción Abstencionista-Comunista de Bordiga se oponía a la participación electoral en general, aunque en sus reuniones también participaban quienes (como Misiano y Gramsci) querían expulsar a los reformistas pero utilizar las elecciones con fines propagandísticos.

Cuando la escisión finalmente se produjo, en enero de 1921, ya era demasiado tarde: los grandes movimientos de clase de 1919-20 habían menguado, las revoluciones en Alemania y Hungría ya habían sido rechazadas, y los fascistas, cada vez más poderosos, ya estaban formando listas electorales conjuntas con liberales y conservadores (los Bloques Nacionales de las elecciones locales de noviembre de 1920). Pero el recién nacido Partido Comunista también insistía en que nacía de la necesidad de construir una organización centralizada «y de lanzarse al mismo terreno en el que ahora lucha la burguesía».

Rumbo a la clandestinidad

El nuevo partido —construido en torno a la Fracción de Bordiga, el grupo L’Ordine Nuovo de Turín y corrientes que defendían ideas «maximalistas» más antiguas— partía de una posición de debilidad. No se hizo con el aparato del viejo partido ni con sus principales órganos de prensa, como había hecho su partido hermano francés en diciembre de 1920, aunque sí logró el control de periódicos locales como Il Lavoratore de Trieste, un importante centro de organización comunista gracias a su gran población de habla serbocroata. También conservó un puñado de ayuntamientos y diputados.

Los cincuenta y nueve mil votos a favor de la resolución comunista en Livorno no se tradujeron en tantos miembros; los ataques de los camisas negras no hacían más que intensificarse, y en los centros más pequeños a menudo había que construir nuevas secciones desde cero. El PCI ganó en bloque a las juventudes socialistas y, a pesar de su falta de liderazgo sindical, estaba formado casi exclusivamente por obreros. Una encuesta sobre los «intelectuales, maestros, profesores y abogados» en sus filas un año después de su creación reveló que estas profesiones representaban solo doscientos de sus cuarenta y cinco mil miembros.

Reconocido como dirigente del partido, Bordiga se encontraba a menudo en minoría dentro de su dirección colegiada. A pesar de sus firmes objeciones a todo trabajo electoral, criticado por el izquierdismo de Lenin, en mayo de 1921 el partido participó en las elecciones generales. Consiguió unos decepcionantes quince diputados, con solo una quinta parte de los votos socialistas; varias ramas proclamaron públicamente que solo se presentaban por obediencia a las instrucciones de la Comintern, o bien encontraron pretextos para no presentarse.

Sin embargo, un problema central para el recién nacido partido era la necesidad de movilizarse contra la violencia fascista. En Firenze, el 26 de febrero, los squadristi fascistas (camisas negras) destruyeron las oficinas del periódico socialista La Difesa y al día siguiente asesinaron a Spartaco Lavagnini, editor del órgano de los comunistas en esa ciudad, L’Azione Comunista. Estos ataques asesinos desencadenaron una huelga ferroviaria y varios días de rebelión popular, en los que los fascistas, flanqueados por la policía, destruyeron también las principales oficinas sindicales de la ciudad.

La combinación de paramilitares y «fuerzas del orden» alimentó la sensación del PCI de una ofensiva burguesa unida, sobre todo porque los Bloques Nacionales unían a fascistas con liberales y conservadores incluso en época de elecciones. Para Bordiga, la sociedad se estaba dividiendo en dos bandos que oponían a los comunistas y la contrarrevolución, dentro de la cual estaban incluidos los socialdemócratas. Sin embargo, esto tendía a pasar por alto la posibilidad de que los fascistas también aplastaran las formas democrático-burguesas en lugar de servir simplemente como instrumento de la reacción capitalista.

Pero ante la apremiante ofensiva anticomunista el PCI no se mostró pasivo. De hecho, fue el único partido que luchó contra las fuerzas callejeras de Mussolini de forma consistente, a pesar de su falta de medios. Creado en la primavera de 1921, su Ufficio I (oficina para el trabajo clandestino), dirigida por Bruno Fortichiari, construyó una organización clandestina en toda Italia. Instruía a sus miembros en técnica militar y les hacía llegar miles de bombas y fusiles, a menudo capturados tras las revoluciones de Hungría y Alemania.

Para Bordiga, pero también para otros dirigentes como Togliatti y Terracini, lo decisivo de este trabajo era defender la propia organización del partido: dada su perspectiva catastrofista de la revolución (y los desastres tan reales que se estaban produciendo), no hacían hincapié en la defensa de los derechos y las instituciones democráticas en abstracto. En su lugar, imaginaban que las estructuras políticas existentes perdurarían precisamente gracias a la violencia anticomunista, puesto que los liberales burgueses integraban a Mussolini en las instituciones parlamentarias.

Arditi del Popolo

Tal ilusión era común entre casi todas las fuerzas políticas. En julio de 1921, el primer ministro liberal Ivanoe Bonomi excluyó a los comunistas de las fuerzas armadas pero no a los fascistas, lo que llevó a Gramsci a calificarlo como «el principal organizador del fascismo italiano». Cuatro semanas después, Bonomi negoció un «Pacto de Pacificación» entre socialistas y fascistas, prometiendo el fin de la guerra civil latente. Pero los líderes fascistas locales del centro-norte de Italia rechazaron inmediatamente el pacto, que solo sirvió para desarmar al bando socialista.

El Pacto fue importante para distanciar a los socialistas de los Arditi del Popolo (AdP), una organización de defensa antifascista sin partido que había surgido de anteriores «formaciones de defensa proletaria» en la primera mitad de 1921. Bordiga, en particular, renegó de AdP. Atacando a sus dirigentes anarquistas y republicanos, insistió en que los militantes solo podían obedecer a un mando: el del propio PCI. Sin embargo, en las grandes ciudades, los militantes del PCI a menudo se unían a la AdP como una fuerza distinta o incluso desobedecían las instrucciones del partido y asumían un papel de liderazgo (como en Roma).

La AdP fue la expresión más importante del antifascismo militante en este periodo: su defensa de una semana de Parma contra diez mil squadristi en agosto de 1922, en un momento en que el dominio de los Camisas Negras era casi total en Italia, fue la mayor batalla campal del periodo. Esto se debió especialmente al liderazgo de Guido Picelli, un socialista disidente elegido diputado con el apoyo tácito de los comunistas locales en mayo de 1921. Él mismo se uniría al PCI después de que los fascistas alcanzaran el poder estatal.

Los impulsos sectarios no eran una mera imposición «rusa». Los oficiales de la Comintern criticaron que el PCI no tomara la iniciativa en la formación de la AdP y le pidieron que buscara frentes unidos con los socialistas. Pero para Bordiga esto corría el riesgo de desdibujar las líneas políticas de la escisión de Livorno, recientemente conseguida. El PSI era, al menos, un aliado poco fiable: una «huelga legalista» convocada por ambos partidos a partir del 31 de julio de 1922 fue desconocida unilateralmente por los reformistas al primer signo de contraataque fascista, dejando aisladas las instancias locales de resistencia armada.

Cuando los Camisas Negras marcharon sobre Roma a finales de octubre de 1922, el aparente «golpe» fue mera teatralidad: Mussolini llegó de forma más pausada, en un coche cama, y el rey lo nombró primer ministro sin que el Estado opusiera resistencia. El líder del Ufficio I, Fortichiari, dio instrucciones a sus organizadores comunistas locales para que se prepararan para una intervención armada en caso de que estallaran enfrentamientos entre los paramilitares fascistas y las propias «fuerzas del orden» del Estado, pero esa autodefensa por parte de las instituciones liberales nunca llegó.

Después de 1922

El PCI proclamó su misión revolucionaria en una época de retroceso de los partidos comunistas en toda Europa y de ascenso del fascismo en el país. Sin embargo, no se puede acusar al partido que más luchó contra los camisas negras de limitarse a emitir una retórica militante. Como describe el historiador Luigi Cortesi, el espíritu de clase contra clase de la escisión de Livorno tendía a agrupar a todos los reaccionarios capitalistas y fascistas en un único oponente; pero frente a la violenta ofensiva de la clase dominante, había muchas pruebas que confirmaban esa opinión.

Las discusiones contemporáneas sobre el fascismo a menudo sugieren que es un peligro que se arrastra lentamente. Sin embargo, no deberíamos disculpar tan a la ligera a quienes ayudaron a los primeros fascistas a llegar al poder. En otoño de 1922, cuatro exprimeros ministros liberales votaron a favor del primer gobierno de Mussolini, a pesar de que habían visto cómo los fascistas asesinaban a cientos de militantes obreros e incendiaban ayuntamientos socialistas en toda Italia. Al fascismo le esperaban muchos crímenes más, pero ya estaba perfectamente claro de lo que era capaz.

Nombrado primer ministro a la cabeza de un Bloque Nacional que unía a liberales y conservadores, Mussolini lanzó una renovada ofensiva contra los comunistas, y los más de mil arrestos de febrero de 1923 acabaron con gran parte de la organización del Ufficio I. Sin embargo, recién en junio de 1924, con el asesinato del diputado socialista reformista Giacomo Matteotti, los demás partidos democráticos adoptaron una postura firme contra el endurecimiento del régimen boicoteando el parlamento y conformando un bloque antifascista conocido como la Secesión del Aventino.

Su antifascismo solo llegó después de que el movimiento obrero haya sido neutralizado y miles de personas fueran obligadas a exiliarse. Sin embargo, los comunistas podían enorgullecerse de un verdadero historial de movilización contra los fascistas. De la mano de una fe revolucionaria en el futuro, las batallas que habían librado en los años veinte los ayudarían a mantener viva la llama de la resistencia en las décadas siguientes. En muchos casos, su aislamiento dentro de la sociedad fascista endureció su intransigencia clasista, una política que Togliatti luchó por romper durante el frentepopulismo de la Segunda Guerra Mundial.

El partido que resurgió en 1943 era muy distinto al de 1921. Rechazando el «separatismo de clase», se convertiría en una verdadera fuerza de masas, con una base social mucho más diversa y unos objetivos menos claramente revolucionarios. Con la clase dirigente italiana deshaciéndose de Mussolini ante la invasión estadounidense, el PCI se hizo un hueco dentro de los límites de la democracia parlamentaria. Ya no era el partido de Livorno, pero tampoco habría podido existir si no hubiera sido por las batallas que había librado ante el primer ascenso del fascismo.

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Publicado en Artículos, Historia, homeCentro2, Italia, Partidos and Política

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