Corría 1964 cuando, en plena guerra de independencia de Guinea-Bissau y Cabo Verde, Amílcar Cabral tomó una decisión que encapsulaba su visión revolucionaria en toda su profundidad: empezó a firmar con el nombre de Abel Djassi. Más que un seudónimo, esta elección conllevaba un importante simbolismo. Líder indiscutible del Partido Africano para la Independencia de Guinea y Cabo Verde (PAIGC), Cabral optó por dejar de lado su identidad individual en favor de la colectividad de la lucha, despojándose del protagonismo personal para reforzar la naturaleza colectiva de la revolución.
Hoy, en 2024, 60 años después de aquel acontecimiento, celebramos el centenario del nacimiento de este gran marxista y una de las figuras más importantes de la lucha anticolonial y del pensamiento revolucionario del siglo XX. Nacido el 12 de septiembre de 1924, Cabral no solo fue un estratega militar y político, sino también un teórico innovador que supo adaptar el marxismo a la realidad de las colonias africanas, especialmente Guinea-Bissau y Cabo Verde. Su legado sigue siendo una referencia central para las luchas contemporáneas contra el imperialismo, el racismo y el neocolonialismo.
La adopción por Cabral del nombre Abel Djassi también reflejaba su profunda comprensión de la naturaleza dialéctica de la lucha anticolonial. Para él, la identidad revolucionaria no podía limitarse a la figura de un único líder o a la centralidad de una personalidad carismática. Era necesario crear una unidad de propósito entre todos los implicados, desde los guerrilleros de las selvas de Guinea hasta los trabajadores de Cabo Verde, todos igualmente responsables del futuro de sus naciones.
El nombre elegido evocaba la idea de que, en el campo de batalla y en la arena política, cada combatiente era un hilo indispensable en el tejido revolucionario, y que la victoria solo se lograría mediante el esfuerzo colectivo y la movilización de las masas. Esta era la esencia de la visión de Cabral: construir un movimiento de liberación orgánico, inclusivo y arraigado en las necesidades y los sueños del pueblo. La lucha no era la de un solo hombre, sino la de todo un pueblo.
El seudónimo Abel Djassi simbolizaba el deseo de Amílcar Cabral de integrarse profundamente con los combatientes, no como un líder distante o un teórico aislado, sino como un igual: alguien que, como los campesinos y guerrilleros a su lado, empuñaba no solo las armas, sino el sueño colectivo de la liberación. Cabral siempre comprendió que la revolución no se construía con acciones individuales, sino con la fuerza organizada de las masas. Su liderazgo se fundió con el destino colectivo de la nación en formación, demostrando que la verdadera liberación no se basaba en el protagonismo individual, sino en el esfuerzo conjunto de todos.
El arte de la palabra
Cabral destacó no solo por su agudeza teórica y su liderazgo militar, sino también por su extraordinaria capacidad para ajustar su discurso a la medida de su auditorio. Además de ser un gran poeta, era capaz de comunicar sus ideas con eficacia tanto a campesinos con escasa o nula instrucción como a líderes revolucionarios internacionales y figuras de alta autoridad política y religiosa.
Esta adaptabilidad reveló su notable capacidad política y pragmática, que le permitió llegar a diferentes públicos sin comprometer sus principios. Momentos cruciales, como sus discursos en la ONU, su participación en las celebraciones del centenario de Lenin en Moscú y su encuentro con el Papa Pablo VI en el Vaticano, revelan esta versatilidad discursiva, en la que se movía con facilidad entre diferentes interlocutores, manteniendo siempre en el centro la lucha por la liberación nacional y la justicia social.
En los escenarios internacionales, supo adaptar su discurso a las expectativas diplomáticas y políticas, reafirmando al mismo tiempo los valores fundamentales de la lucha de liberación. Para Cabral no se trataba solo de obtener apoyo o reconocimiento exterior, sino de dejar claro que la batalla por la independencia de Guinea-Bissau y Cabo Verde formaba parte de una lucha global contra el imperialismo y por la autodeterminación. Esta capacidad para moverse entre distintos escenarios manteniendo la coherencia de su mensaje fue una de sus grandes bazas, que le permitió tender puentes tanto con el movimiento socialista internacional como con instituciones y dirigentes que, en un principio, podían parecer distantes de su causa.
En diciembre de 1972, por ejemplo, Amílcar Cabral pronunció un discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU), en el que presentó a la comunidad internacional la causa de la independencia de Guinea-Bissau y Cabo Verde. En esta ocasión histórica, Cabral utilizó un tono diplomático pero firme para denunciar el colonialismo portugués y exponer al mundo las atrocidades cometidas por el régimen de Salazar. Sostuvo que la lucha de liberación liderada por el PAIGC era legítima e inevitable, y una respuesta necesaria a la explotación y la represión coloniales.
Cabral concilió de forma ejemplar una apelación al derecho internacional, invocando el principio de autodeterminación de los pueblos, con un análisis marxista del imperialismo. Con este discurso, supo adaptarse a la escena diplomática, manteniendo una crítica contundente al colonialismo en un formato que dialogaba con el movimiento socialista internacional.
Dos años antes, en abril de 1970, Cabral había participado en las celebraciones del centenario del nacimiento de Lenin en Moscú, donde pronunció un discurso ante dirigentes revolucionarios y autoridades de la Unión Soviética. Utilizando un lenguaje profundamente enraizado en el marxismo, Cabral dialogó directamente con la tradición revolucionaria del socialismo científico, refiriéndose a las ideas de Lenin sobre el imperialismo. El discurso fue un hito importante en la reafirmación de los vínculos entre las luchas de liberación africanas y el legado del marxismo-leninismo contra el colonialismo portugués en Guinea-Bissau y Cabo Verde:
Mientras nos esforzamos por liberar a nuestro país de un yugo extranjero, estamos aquí para representar no solo a nuestro Partido. Somos los representantes legales del pueblo africano de Guinea y de las islas de Cabo Verde, las colonias portuguesas más antiguas de África, un pueblo que se ha visto obligado a tomar las armas para su liberación frente a la violencia criminal de los colonialistas fascistas portugueses, que pisotean el derecho internacional y los derechos humanos elementales.
Para Cabral era esencial adaptar el marxismo-leninismo al contexto específico de las luchas de liberación en África. Aunque las ideas de Lenin eran fundamentales, estaba convencido de que cada movimiento revolucionario debía adaptarse a las condiciones materiales y culturales de su propio país. Cabral sostenía que el marxismo, como cualquier teoría revolucionaria, no debía aplicarse dogmáticamente, sino amoldarse a las realidades locales.
Al año siguiente, en 1971, Amílcar Cabral tuvo un encuentro muy importante con el Papa Pablo VI en el Vaticano. Este momento representó una importante derrota simbólica para el régimen de Salazar. El gobierno portugués, que se proclamaba defensor de la Cristiandad frente al «peligro comunista» en las colonias, se vio confrontado al hecho de que el líder de un movimiento marxista fuera recibido por el jefe de la Iglesia Católica.
Durante el encuentro, Cabral consiguió evitar una retórica revolucionaria que pudiera crear fricciones con el Vaticano. En su lugar, presentó la lucha de liberación como una cuestión de derechos humanos y justicia moral, apelando directamente a los valores de la doctrina social de la Iglesia católica, subrayando que el pueblo guineano luchaba por la dignidad, la paz y la libertad, conectando la lucha anticolonial con «valores más universales». Con este planteo, Cabral demostró su capacidad para dialogar con esferas de poder ajenas al campo socialista, ganándose la simpatía de nuevos aliados.
En los campos de batalla, Cabral se comunicaba de forma sencilla y directa, utilizando un lenguaje accesible, al tiempo que movilizaba sus palabras para la acción política y militar. A menudo utilizaba metáforas agrícolas y ejemplos cotidianos para explicar la complejidad de la lucha contra el colonialismo, conectando la teoría revolucionaria con las experiencias cotidianas de las masas. Esto no solo facilitaba la comprensión del movimiento, sino que reforzaba la relevancia de la lucha para la gente corriente al mostrar cómo el colonialismo afectaba directamente a sus vidas.
Un ejemplo clásico lo encontramos en sus discursos sobre los tipos de resistencia. Cabral hablaba de diferentes formas de resistencia —armada, política, cultural y económica— para que la gente entendiera la lucha como algo que trascendía el campo de batalla. Al explicar la resistencia económica, estableció un paralelismo con el trabajo agrícola: «Del mismo modo que la tierra debe ser cultivada de forma independiente para que dé frutos, la economía de un país libre debe ser construida por los propios campesinos, sin la dominación de los extranjeros». De este modo vinculaba el concepto abstracto de independencia económica a la práctica concreta del cultivo de la tierra.
En sus discursos sobre la resistencia política, Cabral fue igualmente pedagógico, utilizando ejemplos de la vida comunitaria para explicar la importancia de la organización política. Comparó la resistencia organizada con la siembra en cooperativas, donde «cada trabajador contribuye a la cosecha final», ilustrando que la liberación nacional solo sería posible con la participación de todos. De este modo movilizaba a las masas para la acción política, mostrando que la lucha, como el trabajo en el campo, era un esfuerzo colectivo.
Descolonización de las mentes y resistencia cultural
Antes de disparar el primer tiro, Cabral comprendió que era necesario preparar la base ideológica de la revolución. La lucha contra el colonialismo empezaba en las mentes y los espíritus de los colonizados. Diagnosticó el colonialismo no solo como un sistema de opresión material, sino como un mecanismo que alienaba a los pueblos de sus propias identidades, culturas e historias. Contra esto propuso una resistencia ideológica radical, la descolonización de las mentes: «Debemos trabajar duro para eliminar la cultura de los colonialistas de nuestras cabezas, camaradas. Porque nos guste o no, en la ciudad o en el monte, el colonialismo nos ha metido muchas cosas en la cabeza».
La educación política de las masas era fundamental, porque sin la concienciación de los oprimidos, la lucha armada podía ser cooptada por intereses elitistas o degenerar en un simple intercambio de opresores. Cabral aportó una adaptación crítica del marxismo a las realidades africanas, rechazando una imposición dogmática y europea. Vio la necesidad de un marxismo enraizado en las condiciones históricas y culturales específicas de África, que no solo pudiera guiar la lucha, sino también forjar una nueva conciencia colectiva.
Así, la cultura se consideraba una trinchera contra la dominación. Era un campo de batalla tan importante como el físico. El colonialismo no solo saqueó la riqueza y la tierra. También trató de asfixiar y borrar las culturas nativas, imponiendo valores y prácticas europeas: un pueblo alienado de su propia historia es más fácil de subyugar. Así pues, la resistencia cultural no fue un acto simbólico, sino profundamente político. Fue a través de la valorización de lenguas, costumbres y tradiciones como los colonizados lucharon contra el robo de su humanidad y su derecho a la autodeterminación.
Cabral denunció la destrucción cultural como una forma de «genocidio espiritual», por lo que la conservación y revitalización de las tradiciones locales fueron armas poderosas contra la deshumanización promovida por el colonialismo. Sin embargo, es importante destacar que, además de ver la cultura como una trinchera contra la dominación, Amílcar Cabral también defendía una asimilación crítica de las influencias externas, como señalan Inês Galvão, José Neves y Rui Lopes en la edición revisada y comentada del libro Amílcar Cabral: análise de alguns tipos de resistência.
Aunque el líder del PAIGC valoraba profundamente la preservación de las tradiciones locales como forma de resistencia al colonialismo, no adoptó una postura purista o esencialista sobre la cultura. Reconocía que las culturas, incluidas las africanas, estaban en constante cambio, y que asimilar ciertos aspectos del mundo exterior —incluido el mundo colonial— podía ser estratégico para el desarrollo y la liberación de los pueblos colonizados. Esta visión pragmática acercaba a Cabral al pensamiento de Frantz Fanon, quien también sostenía que los colonizados necesitaban trascender la mera defensa de las tradiciones para forjar nuevas tácticas en el proceso de lucha por la liberación.
Cabral creía que la resistencia cultural no significaba rechazar automáticamente todas las influencias coloniales, sino saber diferenciarlas y adoptarlas críticamente cuando pudieran servir al proceso revolucionario. Para él, lo importante era que la asimilación se llevara a cabo conscientemente, siempre a favor de la emancipación. Esta postura flexible permitía a los pueblos colonizados incorporar tecnologías, ideas políticas e incluso ciertos aspectos ajenos a la cultura africana, siempre que ello contribuyera a su autonomía y no reforzara la dominación.
En otras palabras, Cabral no adoptó una postura de rechazo total de lo que los portugueses habían llevado a las colonias. Su perspectiva era pragmática, crítica y antropofágica, porque entendía que, aunque el colonialismo había sido y era una fuerza devastadora y deshumanizadora, no se podía negar que ciertos elementos traídos por el colonizador —como los conocimientos técnicos— podían ser apropiados y utilizados en beneficio de los pueblos colonizados: «Nuestro trabajo debe consistir en deshacernos de lo malo y dejar lo bueno. Debemos ser capaces de luchar contra la cultura colonialista, pero dejando en nuestras cabezas los aspectos de cultura humana, científica, que los portugueses dejaron en nuestra tierra», afirmó en su discurso «Resistencia cultural».
En síntesis, la independencia no debía significar el rechazo total del saber europeo, sino su reapropiación crítica, amoldada a los intereses de las naciones africanas. La revolución no era solo militar, sino también un proceso de aprendizaje e incorporación selectiva. En este contexto es interesante pensar en lo significativa que fue la relación entre Amílcar Cabral y el Partido Comunista Portugués (PCP). El PCP, uno de los principales opositores al régimen fascista de Salazar, desempeñó un papel importante en la concientización de sectores de la izquierda portuguesa sobre la necesidad de apoyar las luchas de liberación en las colonias.
En las décadas de 1960 y 1970, el colonialismo portugués se enfrentó a la resistencia armada en varios frentes, como Guinea-Bissau, Angola y Mozambique. Cabral, como líder del PAIGC, articuló una estrategia de resistencia armada y movilización popular contra el dominio colonial. Al mismo tiempo, el PCP, que ya había pasado décadas en la clandestinidad, lideraba la oposición interna al Estado Novo, el régimen autoritario de Salazar (y más tarde de Marcello Caetano). Cabral reconoció la importancia de establecer alianzas con los anticolonialistas portugueses, entendiendo que la liberación de Guinea-Bissau y Cabo Verde no solo sería una victoria contra el colonialismo, sino también una derrota del fascismo portugués.
En este sentido, Cabral mantuvo vínculos con militantes del PCP, compartiendo ideas y estrategias para la lucha común contra el imperialismo y el colonialismo, consciente de que la resistencia en las colonias estaba directamente vinculada a la lucha contra la opresión fascista en Portugal. Este intercambio con sectores progresistas portugueses, especialmente con el PCP, reforzó su visión de que colonialismo y fascismo eran dos caras de un mismo sistema de dominación. Estas conexiones permitieron el apoyo mutuo, tanto ideológico como práctico, fortaleciendo la resistencia en las colonias africanas y en el propio territorio portugués.
Para el PCP, la lucha contra el régimen fascista portugués era tanto una lucha de clases como una resistencia al imperialismo. La dominación de las colonias africanas era una parte esencial de la política imperialista de Salazar. Las guerras coloniales consumieron vastos recursos financieros y humanos, exacerbando la crisis política y social dentro de Portugal. El PCP, en tanto partido marxista-leninista comprometido con el internacionalismo, reconocía la importancia de la lucha anticolonial y también veía la derrota del colonialismo como parte integrante de la lucha contra el fascismo y el capitalismo en Portugal.
Protagonismo femenino
Amílcar Cabral defendía lo que llamaba el «arma de la teoría», es decir, la importancia de un análisis en profundidad de la realidad concreta antes de iniciar cualquier lucha revolucionaria. Cabral combinó la lucha armada con la educación política de las masas. En las zonas liberadas de Guinea-Bissau, el PAIGC organizó escuelas, servicios sanitarios y cooperativas agrícolas, demostrando que la revolución no era solo un momento de ruptura, sino un proceso continuo de transformación social. Este compromiso con la construcción de estructuras para la autosuficiencia y la educación popular sigue siendo uno de los legados más importantes de Cabral.
Crispina Gomes, socióloga caboverdiana y miembro de la Fundación Amílcar Cabral, destaca el papel central de la mujer en la lucha de liberación que lideró, subrayando cómo Cabral reconoció y promovió la participación femenina tanto en el ámbito militar como en el político y social. Para la socióloga, Cabral tenía una visión clara de la importancia de la mujer en la lucha de liberación y la incorporó a las prácticas y políticas del PAIGC. Había comprendido que la liberación nacional no podría alcanzarse plenamente sin liberar también a las mujeres de las estructuras patriarcales tradicionales y de la opresión impuesta por el colonialismo.
Pero Cabral no solo abogaba por la participación de las mujeres en la lucha armada, sino también en las estructuras de poder locales. Este aspecto es especialmente relevante en las tabancas (aldeas) de las zonas liberadas de Guinea-Bissau, donde las mujeres fueron incorporadas a los consejos administrativos y a otras formas de liderazgo comunitario, promoviendo cuotas: por cada cinco personas en puestos de liderazgo, al menos dos debían ser mujeres. Para Cabral, garantizar la presencia de mujeres en la dirección de las tabancas era una forma de asegurar que tuvieran voz y participación activa en la organización de la vida comunitaria.
Otro punto importante planteado por Crispina Gomes es la importancia que Cabral concedía a la educación y la concienciación política de las mujeres. Argumentó que, además de participar directamente en los frentes de batalla, las mujeres necesitaban ser educadas políticamente para comprender su papel en la transformación social. La formación de las mujeres como líderes políticas era esencial para el éxito de la revolución y la construcción de la deseada sociedad poscolonial.
Cabral era plenamente consciente de las estructuras patriarcales que existían en las sociedades africanas antes de la colonización y que se vieron reforzadas por el colonialismo. Creía que la revolución no solo debía liberar al pueblo del dominio colonial, sino también transformar las relaciones sociales internas, incluidas las de género.
Un legado más allá de la vida y la muerte
En el centenario de Amílcar Cabral, su legado sigue vivo y de gran relevancia para las naciones africanas y los movimientos progresistas de todo el mundo. Cabral previó que la verdadera liberación de África no solo llegaría con la independencia política, sino también con la económica y cultural. Insistió en la necesidad de romper con la dependencia de las economías coloniales y construir un modelo de desarrollo autosuficiente y centrado en las necesidades de la población.
Esta visión es especialmente relevante hoy en día, cuando muchas naciones africanas siguen sufriendo la explotación de sus riquezas naturales por parte de empresas multinacionales, perpetuando una nueva forma de colonialismo económico. Cabral también hizo hincapié en la importancia de integrar al pueblo en el proceso de desarrollo, advirtiendo contra la creación de élites poscoloniales que se desvincularan de las masas, algo que vemos repetido en muchos países africanos.
Por tanto, su pensamiento va más allá de la lucha anticolonial, ofreciendo un proyecto de transformación interna que se alinea con las demandas anticapitalistas contemporáneas. Cabral sostenía que el éxito de cualquier revolución dependía de la capacidad de implicar directamente al pueblo en la construcción de la nueva sociedad, una lección que sigue resonando en los movimientos progresistas de todo el mundo.
En un mundo en el que el capitalismo global sigue expandiéndose, explotando a los trabajadores y devastando el medio ambiente, las ideas de Cabral sobre la autosuficiencia y la necesidad de una descolonización cultural crítica son más importantes que nunca. Nos recuerda que el verdadero desarrollo solo es posible cuando las naciones se liberan de las ataduras de la explotación externa y la alienación cultural, construyendo su futuro a partir de sus propias necesidades y realidades.