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Los alborotadores de la derecha el 2 de agosto de 2024 en Sunderland, Inglaterra. (Drik / Getty Images)

Los disturbios en Gran Bretaña están diseñados para sembrar el terror entre los musulmanes

Traducción: Florencia Oroz

Durante años, la extrema derecha se benefició de la creciente descomposición de la política británica, a medida que los políticos y los medios de comunicación promovían la islamofobia. Ahora el establishment se niega a afrontar estos disturbios como lo que son: terrorismo doméstico a manos de supremacistas blancos.

El año pasado, poco después de conseguir mi puesto académico en el King’s College de Londres, me enfrenté a un esfuerzo concertado de ciertos asesores del Ministerio del Interior para que me destituyeran. Querían removerme de mi cargo por mi abierta oposición al «Plan Ruanda», que deportaría a ese país a los solicitantes de asilo británicos rechazados, independientemente de su lugar de origen. Durante una conferencia ante estudiantes de posgrado, califiqué la política de «cruel, malvada e ilegal», advirtiendo que las medidas del gobierno probablemente alimentarían el racismo y la islamofobia en Gran Bretaña.

Durante años, el Ministerio del Interior ha servido de plataforma a figuras ultraconservadoras para impulsar políticas contra los grupos vulnerables y los solicitantes de asilo marcadas por la islamofobia y un fuerte compromiso para castigar la disidencia. Activistas e investigadores llevan mucho tiempo advirtiendo las posibles consecuencias de esa retórica y haciendo hincapié en la importancia del lenguaje del odio.

La arquitecta del Plan Ruanda, la ministra del Interior tory Suella Braverman, fue despedida en noviembre por criticar a la policía por ser «demasiado indulgente» con los manifestantes propalestinos. Braverman calificó repetidamente las protestas como marchas del odio, en una cruzada de más largo aliento contra Palestina. Sin embargo, el eventual despido de Braverman —en respuesta a una serie de artículos que había publicado en el Telegraph— resultó ser tan solo una maniobra de comunicación.

Los conservadores continuaron intensificando la postura sobre las deportaciones que ella había promovido. Pero las líneas entre los dos partidos también se difuminaron. El Partido Laborista de Keir Starmer siguió el ejemplo de los tories, adoptando una retórica alarmista sobre la inmigración, convirtiendo a los bangladesíes en chivos expiatorios e incluso insinuando la posibilidad de colaboración con líderes de la extrema derecha europea.

Su persistente murmullo ha cegado a estos partidos ante el daño cada vez mayor que se ha hecho. Ahora, Gran Bretaña está inmersa en un asalto coordinado a su democracia. La crisis a la que nos enfrentamos es el resultado directo de las acciones del establishment desde hace mucho tiempo, agravadas por un peligroso panorama digital que da cobijo a los arquitectos de extrema derecha de los disturbios actuales.

Disturbios democráticos

La normalización en curso de las ideologías de extrema derecha culminó en los sucesos de hace unas semanas. Se incendiaron bibliotecas y una oficina de atención al ciudadano, se destruyeron propiedades y se agredió a personas de color. Mientras tanto, el Primer Ministro Starmer emitió advertencias ambiguas, negándose a reconocer la intención de los disturbios de aterrorizar a los musulmanes y a otras comunidades vulnerables.

Sin embargo, Starmer tiene sobrados motivos para estar preocupado, sobre todo por los comentarios incendiarios de miembros de su propio partido. Ante las protestas por el uso del Holiday Inn de Tamworth para alojar a inmigrantes, la diputada laborista local Sarah Edwards dijo en el Parlamento que los residentes «solo quieren que les devuelvan su hotel». Días después, alborotadores de extrema derecha incendiaron el edificio. Del mismo modo, la diputada por Aldershot Alex Baker y la nueva ministra del Interior, Yvette Cooper, han recurrido a un lenguaje tibio y neutro, evitando una postura definitiva sobre los disturbios y ofreciendo pocas garantías a los electores negros y musulmanes.

Sin embargo, esto palidece en comparación con las acciones de Nigel Farage. Farage ha animado abiertamente a quienes han tomado las calles: ha explicado que la forma de detener la violencia es «acabar con la inmigración masiva», ha culpado a Black Lives Matter y ha difundido teorías conspirativas como la de una «vigilancia policial de dos caras» que favorece a las minorías étnicas. Del mismo modo, los conservadores, tras años de murmullos, atacan ahora hipócritamente a Starmer por su ineficacia policial. Mientras tanto, los diputados que calificaron las protestas palestinas de «marchas de odio» han guardado un llamativo silencio, sin mostrar ninguna intención de condenar la violencia que ayudaron a instigar en las últimas semanas.

Asistimos a un Estado sumido en el caos, incapaz de curar sus heridas, proteger a los grupos vulnerables sin poder de decisión política o resistir a la manipulación de los elementos más malignos infiltrados en la política británica. Esto se extiende a los círculos periodísticos, los grupos de reflexión y las bandas callejeras que llevan mucho tiempo alimentando la islamofobia. Durante años, Tommy Robinson y sus seguidores —junto con grupos como National Action— han desempeñado un papel crucial en la incitación a la violencia. Se trata de un ataque descarado a las normas democráticas. Sin embargo, parece que un debate sobre la resistencia de la democracia británica sigue siendo tabú.

Identificar y etiquetar eficazmente a algunos de estos grupos ha sido durante mucho tiempo un reto. El partido Reform UK, por ejemplo, se ha opuesto a las normas periodísticas básicas amenazando con demandar a cualquiera que los etiquete como extrema derecha. Esta estrategia deliberada pretende ocultar su verdadera ideología, eludir el escrutinio de los medios de comunicación y esperar el momento perfecto para incitar a un conflicto violento. Los recientes asesinatos en Southport (falsamente atribuidos a «musulmanes») presentaron esa oportunidad.

Paralelismos con Grecia

El fracaso del sistema político británico a la hora de abordar eficazmente el terrorismo interno no es único en Europa. Al contrario, tiene sorprendentes paralelismos con el ascenso durante una década de Amanecer Dorado en Grecia, una organización criminal neonazi, durante la crisis económica de ese país. La violencia de extrema derecha contra los inmigrantes aumentó poco después de que el partido obtuviera sus primeros escaños parlamentarios en junio de 2012. Rápidamente recurrió al alarmismo sobre la inmigración; la clase política respondió normalizando esta retórica para evitar posibles pérdidas electorales frente a facciones de extrema derecha.

El resto de la década de 2010 fue testigo de una amplia cobertura mediática internacional de Amanecer Dorado. Se produjeron asesinatos de activistas de izquierda e inmigrantes, pogromos en mercadillos y agresiones físicas a diputados del Partido Comunista Griego. Tuvieron que pasar casi siete años hasta que los tribunales dictaminaron finalmente que Amanecer Dorado suponía una clara amenaza para la democracia y debía ser detenido, lo que se tradujo en largas condenas para muchos de sus diputados y dirigentes.

El caos que se está desatando en Gran Bretaña tiene el potencial de alcanzar niveles similares de terrorismo interno. El simbolismo que se esconde tras los libros quemados y los saludos nazis captados por todo el país indica un alarmante aumento del terrorismo que ha pasado desapercibido para la mayoría de los partidos políticos. La débil respuesta de Starmer y su incapacidad para abordar eficazmente esta cuestión dan margen a estos grupos para seguir organizándose sin graves limitaciones.

Los paralelismos entre Grecia y el Reino Unido indican que la ineficacia de las medidas antiterroristas probablemente intensificará la violencia, ahora a punto de descontrolarse. Mientras escribo estas palabras, terroristas de extrema derecha están asaltando empresas dirigidas por minorías, arremetiendo contra las oficinas de inmigración y atacando a personas que trabajan para ONG y servicios relacionados con la inmigración.

El gobierno debe aplicar urgentemente leyes antiterroristas para hacer frente a esta amenaza constante. Estas leyes también deben abordar la organización digital y la propagación del odio a través de plataformas de medios sociales, incluyendo Twitter/X, donde muchos grupos de extrema derecha han encontrado un terreno fértil para organizar y preparar sus marchas.

Incluso Elon Musk, cuyos vínculos con elementos fascistas son ahora innegables, ha publicado tuits desquiciados que legitiman e incitan directamente al terrorismo de extrema derecha. Esto está socavando descaradamente las medidas actuales que se están planeando para sofocar los disturbios en el Reino Unido. La situación actual en la plataforma revela que algunos individuos fantasean con condiciones similares a las de una guerra civil y están decididos a dar poder a los matones para que deambulen por las calles y aterroricen a las minorías.

Conversaciones con amigos y sus familias en el Reino Unido revelan amenazas creíbles contra solicitantes de asilo en hoteles y centros de detención, pero también contra musulmanes y personas percibidas como musulmanas en general. Corren un riesgo inminente de sufrir ataques si no se toman medidas proactivas.

El papel del periodismo

Hablando de los disturbios de este lunes en LBC News, tuve una interacción muy inquietante con la presentadora Vanessa Feltz, una vieja conocida de la televisión. Feltz, que ocupaba el espacio después de que la anterior presentadora, Sangita Myska, fuera retirada de antena, terminó abruptamente nuestra entrevista después de pasar casi diez minutos legitimando las acciones de lo que ella llamó «manifestantes furiosos». Dijo que se habían manifestado contra el hotel por la frustración que les producía que el gobierno utilizara el dinero de los contribuyentes para financiar costosos alojamientos para solicitantes de asilo.

Aunque no me sorprendió del todo, la tendencia observada en diversas plataformas mediáticas es sin duda alarmante. Ese mismo día, en un programa de ITV, el presentador Ed Balls, marido de la ministra del Interior Cooper, atacó a la diputada laborista de izquierdas Zarah Sultana después de que esta argumentara que los disturbios estaban motivados por la islamofobia y el racismo. Balls interrumpió repetidamente a Sultana para negar la pertinencia del término «islamofobia», intentando sermonear a una mujer musulmana sin hacer ningún esfuerzo por escuchar o comprender los miedos y luchas cotidianos a los que se enfrentan las comunidades marginadas, que se han visto agravados por estos disturbios de extrema derecha.

Esta situación pone de relieve una cuestión más amplia: la complicidad del periodismo británico en el crecimiento de la violencia. Incluso en momentos críticos en los que es esencial prevenir nuevas tensiones, muchos periodistas incitan al terrorismo de extrema derecha, directa o indirectamente, sin asumir ninguna responsabilidad por el lenguaje y el tono que han adoptado en los últimos años.

En los últimos tres años, el auge de la islamofobia, alimentado por la cadena de derecha GB News, ha puesto de manifiesto la insuficiencia de la normativa vigente para frenar la influencia de algunos periodistas que incitan a la violencia. GB News se ha convertido en un centro neurálgico para los trolls ultraderechistas, legitimando su retórica y sirviendo de nexo para el discurso del odio, las teorías de la conspiración y la promoción de ideas de extrema derecha. El presentador de GB News y teórico de la conspiración Neil Oliver ha llegado a afirmar que los disturbios están siendo «orquestados» como parte de una conspiración de la élite mundial para imponer la credencial de identificación digital. El organismo regulador de la radiodifusión, Ofcom, ha guardado un llamativo silencio, lo que subraya los peligros del actual entorno mediático.

Lo que nos espera

El auge del terrorismo de extrema derecha en el Reino Unido es una grave amenaza que lleva años gestándose, exacerbada por la complicidad política y periodística. Los paralelismos con la lucha de Grecia contra el neonazi Amanecer Dorado ilustran la trayectoria potencial de la violencia de extrema derecha sin control. El Reino Unido se encuentra al borde de un descenso catastrófico hacia el terrorismo que podría deshacer el tejido de la sociedad.

Nunca se insistirá lo suficiente en la necesidad de leyes antiterroristas integrales contra la extrema derecha. Estas deben abordar con decisión las amenazas tanto físicas como digitales. El papel de los medios de comunicación a la hora de alimentar las ideologías de extrema derecha también exige una regulación estricta para evitar que se siga incitando. No actuar ahora envalentonará a esos grupos, ahondará las divisiones sociales y provocará daños irreversibles.

El Reino Unido debe hacer frente a este terrorismo interno con una determinación inquebrantable, o corre el riesgo de sumirse en un caos y una violencia sin precedentes en su historia reciente. El momento de actuar es ahora, y debe ser implacable en su defensa de la democracia y la protección de las comunidades vulnerables.

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