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El expresidente de Paraguay Horacio Cartes en 2014. (Luis Astudillo C. / Cancillería del Ecuador vía Wikimedia Commons)

Horacio Cartes agita el fantasma de Stroessner

Más de tres décadas después de la destitución del dictador Alfredo Stroessner, su Partido Colorado sigue gobernando Paraguay. Su líder, Horacio Cartes, que fusiona mafia y poder político, está intensificando su control autoritario.

En Ciudad del Este, la soleada ciudad fronteriza de Paraguay a lo largo de la «Triple Frontera» con Argentina y Brasil, los hombres se ganan la vida estacionando coches en un callejón. Aunque el solar de grava es minúsculo, los hombres se las arreglan para meter un coche tras otro, prometiendo devolver el vehículo al propietario a la hora acordada. Los hombres se enorgullecen de sus habilidades para crear espacio para los coches de la nada. «Magia de estacionamiento», dice el hombre que sujeta la cadena con muchas llaves, mientras sorbe tereré (una infusión fría de yerba mate y hierbas medicinales) de una mate hecho con una pezuña de vaca.

Ganar dinero de la nada y de cualquier cosa es la bendición y la maldición de toda ciudad fronteriza. Ciudad del Este es la segunda ciudad más grande de Paraguay (trescientos mil habitantes), después de la capital, Asunción; se la conoce sobre todo como puerta de entrada para los turistas que peregrinan a las cataratas del Iguazú y compran a los vendedores ambulantes imitaciones baratas de Gucci y artículos electrónicos libres de impuestos. También es un famoso puerto de tráfico de armas, drogas, productos baratos y personas que cruzan la frontera con Argentina y Brasil, alimentando el crimen organizado en ciudades como Rosario y Río de Janeiro.

Ciudad del Este surgió de una aldea de pescadores a mediados de la década de 1950 para convertirse en el «puerto hacia el Océano Atlántico» de la nación sin salida al mar. Pero al principio tenía otro nombre: Puerto Presidente Stroessner, en homenaje al dictador que la hizo nacer. En 2024 se cumplen setenta años de la llegada al poder del patriarca, tras un golpe militar que derrocó al anterior presidente, Federico Chaves.

Desde la guerra civil de 1947, los intereses estadounidenses se habían fijado en la oligarquía de extrema derecha paraguaya como en una posible aliada. A pesar de ser pro nazi y abiertamente fascista, el dictador Higinio Morínigo recibió el visto bueno de la Casa Blanca. Washington también apoyó incondicionalmente la presidencia de Alfredo Stroessner, basándose en las elecciones de agosto de 1954, en las que Stroessner fue el único contendiente y obtuvo el 100% de los votos.

La toma del poder por Stroessner marcó el prefacio de un régimen de terror que duró hasta 1989. El derechista Partido Colorado era la única fuerza política permitida en un país en el que una oligarquía adinerada impuso su control sobre las tierras públicas y los recursos naturales, además de numerosos crímenes de lesa humanidad. Algunas de las cicatrices nunca se curaron del todo y algunas de las atrocidades nunca podrán perdonarse. Constantino Coronel, de 93 años, lo sabe muy bien cuando levanta su copa para brindar por la vida. «Stroessner convirtió el país en una prisión gigante», me dice. Más de tres décadas después de la caída de la dictadura, puede que esto no sea sólo un mal recuerdo.

«Tierras malhabidas»

Coronel está mirando el terreno familiar a las afueras de Santa Rosa, en el sur de Paraguay, no lejos del río Paraná que marca la frontera con Argentina. Durante la dictadura de Stroessner, periodistas, activistas sindicales, políticos de la oposición y líderes indígenas fueron silenciados, suprimidos o arrojados a la red nacional de cámaras de tortura que hizo parte de la «Operación Cóndor», un «programa anticomunista» estatal financiado y dirigido por Estados Unidos junto con las dictaduras sudamericanas.

Coronel tenía poco más de treinta años cuando Stroessner llegó al poder. Era proveedor familiar y pequeño agricultor cuando cofundó el movimiento social no violento Ligas Agrarias Cristianas. La tierra fue la diferencia entre la vida y la muerte desde la «Guerra de la Triple Alianza» de 1864-70, en la que Paraguay fue derrotado por las fuerzas conjuntas de Brasil, Argentina y Uruguay. Después de esa guerra, se privatizaron el acceso a la tierra, las vías fluviales y los recursos naturales en un intento desesperado por reducir los devastadores costos de la derrota. La tierra siguió siendo moneda de cambio durante el gobierno de Stroessner, que inició un «colonialismo agrario» a gran escala de las «tierras malhabidas» en el este de Paraguay.

Coronel y otros campesinos sin tierra se vieron atrapados en un sistema de apropiación de tierras y monocultivos patrocinado por el Estado y protegido por una dictadura brutal que cosechaba los frutos de ese mismo sistema. «La ocupación de “tierras malhabidas” para la agricultura de subsistencia se convirtió tanto en un método de resistencia política como de supervivencia», afirma Coronel.

Exigir una reforma agraria en el Paraguay de Stroessner tuvo un costo. Coronel pasó cinco años en una celda de aislamiento, sobrevivió a numerosas sesiones de tortura y se vio obligado a pasar varias temporadas en el exilio. Setenta años después de la llegada de Stroessner al poder, Coronel no recuerda nada que haya mejorado la vida de los pequeños agricultores paraguayos. «Luchamos por la dignidad humana, y esa lucha continúa», concluye.

Stroessner murió en el exilio en Brasil, en 2006. Su legado se convirtió en una herencia transfronteriza de corrupción sistemática, crimen organizado y genocidio de la tribu aché-guaraní por desplazamiento y destrucción de selvas vírgenes.

Vuelta a la normalidad

Paraguay encontró al heredero de Stroessner en Horacio Cartes, quien fue presidente entre 2013 y 2018, habiendo surgido como candidato populista «apolítico» cuando el primer gobierno democrático progresista de la historia de Paraguay, encabezado por el presidente Fernando Lugo, fue derrocado el 22 de junio de 2012.

Una semana antes del golpe parlamentario contra Lugo, treinta familias campesinas habían sido rodeadas por la policía y fuerzas militares especiales en el lote de tierra Marina Kue, a las afueras de Curuguaty, en el este de Paraguay. Diecisiete personas fueron asesinadas, entre ellas once campesinos sin tierra cuyos únicos delitos eran el hambre y la legítima reivindicación de convertir un lote de «tierras malhabidas» en una comunidad campesina.

Lugo, antiguo obispo, ganó la presidencia con la promesa de iniciar una reforma agraria en todo el país. Pero cuando el capital paraguayo fue desafiado por los campesinos sin tierra, la oligarquía contraatacó rápida y brutalmente. Lugo fue derrocado y la mayoría de los dirigentes ocupantes fueron condenados a prisión en causas penales que fueron rotundamente condenadas por expertos jurídicos de la ONU.

Paraguay volvió a la «normalidad» tras un breve «momento progresista de la historia», me dice Julio Benegas, periodista de investigación y escritor. «El golpe aceleró la colonización monocultivista de las “tierras mal habidas” del país». Su libro, que es el relato mejor documentado sobre el trauma de Marina Kue, concluye que las víctimas (los campesinos sin tierra) se convirtieron en delincuentes, encarcelados por sus victimarios (la policía y la unidad de fuerzas especiales). El presidente Lugo fue destituido y derrocado en un golpe parlamentario — siguiendo el mismo patrón que los golpes en Honduras 2009 y Brasil en 2016— y la masacre de Curuguaty sigue siendo un tabú en los principales medios de comunicación.

«Los gobiernos posteriores al golpe de 2012 triplicaron la deuda externa, sin ampliar la base de tribulación hacia los ganaderos, la soja y los bancos», dice Benegas. «El país fue completamente abierto al tráfico de drogas y cigarrillos. Todo el país estaba drogado».

Las elecciones de 2013, que llevaron a Cartes al poder y a Paraguay de vuelta a la «normalidad», significaron un brusco alejamiento de las promesas de democracia y respeto a los derechos humanos garantizados por la Constitución de 1992 que siguieron al derrocamiento de Stroessner. En su lugar, el legado autoritario de Stroessner resurgió de forma rápida y brutal, liderado por la corrupción, el nepotismo y el crimen organizado vinculado directamente a Cartes y sus aliados.

El «cartismo», como se denomina el gobierno en constante expansión de Cartes, «es una continuación del régimen de terror de Estado de Stroessner, llamado “stronismo”», dice Benegas. «Por eso es difícil discutir el papel de Cartes en el Paraguay actual sin contextualizar el legado de Stroessner».

El Trump paraguayo

Al igual que Donald Trump, Cartes es un empresario reconvertido en político. Entró en política en 2009, durante el gobierno progresista de Lugo. Al igual que Trump, que detesta incluso los llamamientos al «cambio» al estilo de Obama, Cartes vio un peligro real en la posible unión de Lugo con los gobiernos de izquierda contemporáneos en América Latina. Junto con una corriente más amplia de derechos LGBT, planes de reducción de la pobreza e iniciativas sinceras para implantar un sistema agrícola sostenible basado en la legalidad, Lugo buscaba un nuevo clima político para su país. Desde el principio, se le consideró una amenaza contra la oligarquía paraguaya.

Cartes surgió del clima económico y político establecido durante Stroessner y basó su capital político en su propio imperio empresarial: Grupo Cartes. Dentro del conglomerado, Cartes posee vastas porciones de tierras, fue dueño de un equipo de fútbol (Libertad) entre 2001 y 2012, y controla varios medios de comunicación, además de exportar carne, tabaco y refrescos a través de franquicias de supermercados. Cuando Cartes comenzó a escalar posiciones en el Partido Colorado, ya había pasado dos meses en prisión por fraude cambiario y las autoridades le incautaron una avioneta en su estancia privada, en la que transportaba marihuana y cocaína.

«Cartes es funcional a los intereses del gran capital, como lo demuestra el poco impacto de las acusaciones del Departamento de Estado norteamericano; es también el heredero político y económico del “stronismo”», me dice Mercedes Canese Antúnez, ex vicesecretaria de Minas y Energía durante el gobierno de Lugo. «Al entrar en el mundo de los negocios ilegales, las prácticas de Cartes se volvieron más autoritarias e implicaron una mayor concentración de capital y poder».

En el Paraguay post-Stroessner, todo presidente está limitado a un único mandato de cinco años. Cartes intentó forzar un segundo mandato, pero fracasó. Sin embargo, consiguió acelerar el giro neoliberal de Paraguay tras los «años blandos» de Lugo. Todavía hoy lidera el gobernante Partido Colorado y —me dicen varias fuentes— «posee tres cuartas partes del Congreso gracias a sobornos, amenazas y favores intercambiados.»

«La posición de Cartes en la política paraguaya no tiene parangón», subraya Canese Antúnez, también porque «se produce en nombre de la democracia». «La concentración de poder que tiene Cartes, la mayoría absoluta en el Congreso, el control de la Justicia y la Fiscalía, además del Poder Ejecutivo y la mayoría de los gobiernos locales y nacionales, no tiene precedentes desde la desaparición de Stroessner».

Incluso los intelectuales de derecha, fieles a la narrativa oficial de «estructura» y «estabilidad» proporcionada a Paraguay por la oligarquía del Partido Colorado, admiten que Cartes puso al barco fuera de control. Emanuele Ottolenghi, politólogo del think tank neoconservador Fundación para la Defensa de las Democracias, afirma que el actual presidente de Paraguay, Santiago Peña, debe su victoria electoral en 2023 —y su futuro político— a su «aliado colorado» Cartes.

Cartes «no es sólo su mentor político», concluye Ottolenghi en un análisis. «Ante todo, es, como se dice en español, “El Patrón”».

El Capone paraguayo

El predecesor de Peña, Mario Abdo Benítez —cuyo padre actuó como secretario privado de Stroessner, mientras que el propio «Marito» fue portador del féretro en el funeral del dictador— se distanció del cada vez mayor «cartismo» y su control sobre la política paraguaya. En 2022, Benítez equiparó a Cartes con el más notorio jefe del crimen organizado: «Lo comparo con Al Capone».

Aunque Capone reinó como jefe del crimen durante la Ley Seca —y estuvo vinculado a todo tipo de asesinatos, redes de prostitución y chantaje sindical—, sólo fue condenado por evasión de impuestos. Sin embargo, a diferencia de Cartes, «Al Capone no llegó a presidente», dice Canese Antúnez. A diferencia de Capone, Cartes alcanzó las cumbres del poder político, evitando posibles problemas legales gracias a su control personal de las instituciones judiciales. Mejor aún, Cartes siguió siendo un defensor de los intereses estadounidenses en su «patio trasero» histórico.

«Estas mafias no se construyen sin la complicidad de quienes gobiernan en Paraguay», dice Canese Antúnez. «Paraguay tiene la embajada estadounidense más grande de Sudamérica. Cartes es muy útil a los intereses estadounidenses y no habría llegado a ser lo que es hoy sin su apoyo. Al final, sin embargo, lo desecharán cuando ya no les sirva».

En teoría, los dirigentes estadounidenses se distanciaron de Cartes. En 2022, el Departamento de Estado sancionó a varias de las empresas de Cartes y lo incluyó en una «lista negra» como político «significativamente corrupto». Desde entonces, el «cartismo» se convirtió en un asunto familiar, en el que hijos y parientes dirigen los negocios de «El Patrón», algo parecido a lo que ocurre con la familia Trump.

Al igual que Trump, Cartes está vinculado a varios delitos: lavado de dinero, narcotráfico y asociación con el mayor grupo criminal de Brasil, el Primeiro Comando da Capital. El Departamento de Estado de EE.UU. también acusa a Cartes de vínculos con «organizaciones terroristas extranjeras», se supone que sobre todo con Hezbolá, a través de socios comerciales libaneses en Ciudad del Este que lo utilizan como un puesto de recaudación de fondos.

En octubre de 2023, el fiscal general de Paraguay, Emiliano Rolón, anunció una investigación sobre la «posible implicación» de Cartes en el asesinato del fiscal anticorrupción Marcelo Pecci el año anterior. Pecci fue asesinado junto a su esposa embarazada durante su luna de miel en Colombia. Pecci era una seria amenaza para los grupos del crimen organizado de Paraguay a través de su iniciativa de cruce de fronteras «Ultranza Py», una operación que había cobrado impulso gracias a numerosas incautaciones de cargamentos de contrabando vinculados a grupos delictivos de Brasil, Colombia y Paraguay.

El asesinato de Pecci fue, según la policía nacional de Colombia, el resultado de un «sistema delictivo transnacional altamente planificado», en el que cooperaron actores de varios países para silenciar al fiscal y enviar un mensaje a herederos con ambiciones similares. Tras la muerte de Pecci, Ultranza Py fue saboteada y «pruebas importantes» que vinculan al Banco Basa, controlado por Cartes, con una incautación masiva de cocaína «desaparecieron» bajo la vigilancia del Congreso, controlado por Cartes.

«En Paraguay se acepta a regañadientes que nunca pasará nada con ninguna investigación», dice Benegas. «No hay condiciones ni herramientas para hacer algo contra el cártel político de Cartes».

¿Es Paraguay, bajo la tutela de Cartes, un «Estado fallido» en ciernes? Una economía en declive y una pobreza extrema en aumento se juntan con la riqueza de una oligarquía que dirige la economía y controla los medios de comunicación. «El control del Estado está totalmente en manos de Cartes», concluye Benegas.

Matar a los críticos

En el estrecho aparcamiento de Ciudad del Este, un vehículo es sacado en zigzag de su posición en una esquina lejana. El coche es devuelto a su conductor, Sandino Flecha, un periodista de investigación. Al poco tiempo, el coche se dirige hacia la frontera de Brasil.

Paraguay nunca fue un paraíso para el periodismo libre e independiente. Desde la muerte de Stroessner, veintiún periodistas fueron asesinados por sus reportajes; en la región fronteriza se registraron diez asesinatos en la última década. La violencia generalizada, la corrupción y las actividades ilegales en las ciudades fronterizas del este de Paraguay llevaron a la autocensura y al miedo editorial a evocar respuestas violentas por parte de actores del crimen organizado con vínculos políticos.

«El control de los medios de comunicación por parte de Horacio Cartes a través de su Grupo Nación de Comunicaciones convirtió un gigantesco holding de medios de prensa, radio y televisión en una herramienta de propaganda y persecución de las voces de la oposición», me dice Flecha.

Cartes acosó a periodistas y obligó a instituciones gubernamentales a buscar las identidades de las fuentes citadas en artículos de investigación sobre sus engaños financieros. No sólo los medios propiedad de Cartes, sino también otros influyentes imperios mediáticos propiedad de poderosos oligarcas, se aseguran de que reprimir los reportajes de investigación en aras de la estabilidad gubernamental. En este clima oligárquico, concluye Flecha, la idea de un «periodismo independiente es casi una utopía debido al nivel de concentración empresarial y a la precariedad laboral de todo el sector».

«Hay que tener en cuenta que aunque existen medios alternativos y son los que hoy ponen el foco crítico en el modelo del “cartismo”, se sostienen gracias a una financiación externa a través de la cooperación internacional», añade.

Pasado, presente… ¿y mañana qué?

En Sudamérica, los principales intereses de Washington siguen anclados a la «Doctrina Monroe», cimentando la idea de todo el continente como «patio trasero» y proveedor de recursos para Estados Unidos. Durante el brutal gobierno de Stroessner, un lucrativo statu quo se mantuvo intacto gracias a una lista de dictaduras militares en Paraguay y los vecinos Argentina, Brasil, Chile y Uruguay. El golpe de 2012 derrocó a la única iniciativa progresista de la era post Stroessner en Paraguay, allanando el camino para que Cartes no sólo se convirtiera en presidente, sino que afirmara su dominio sobre las bases del Estado: el Congreso, el Poder Judicial, la prensa y el poder empresarial.

Cuando un funcionario del Partido Colorado me dio una vuelta por el Congreso, en el corazón de Asunción, me quedó claro lo poderoso que es el pasado. El Congreso es un edificio moderno, levantado sobre los mismos adoquines de la fortaleza neoclásica que protegió la capital de los asaltos de la Triple Alianza durante la década de 1860, procedentes del otro lado del cercano río Paraná. Cuando Paraguay luchó contra Bolivia en la Guerra del Chaco en la década de 1930 —una batalla, financiada por las petroleras occidentales Royal Dutch Shell y Standard Oil, por las imaginarias reservas de petróleo que se decía que estaban ocultas bajo el árido desierto—, los fatigados soldados dormían en el patio tras regresar del frente.

Al contemplar esta fusión del pasado y el presente de Paraguay, los ecos de los cánticos que exigen un mañana mejor atraviesan los muros de piedra y los pasillos climatizados. En la cercana Plaza de Armas, los movimientos de defensa de la tierra y los grupos indígenas instalaron carpas y enarbolaron pancartas para recordarle a la élite política de Paraguay su existencia y la falta de justicia por los crímenes cometidos durante la dictadura.

Los crímenes de Stroessner no sólo están protegidos sino que Cartes los repite, me dice un líder indígena. «Sin Stroessner nunca habría existido alguien como Cartes», afirma. Luego añade: «Sin el silencio absoluto de la mayoría dentro del Congreso, no habría “cartismo”».

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