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Los diggers buscaron cultivar una forma de protocomunismo agrario cristiano en la que el trabajo asalariado, la jerarquía de clases, la desigualdad económica, el cercamiento de las tierras comunes, la propiedad privada y el poder de los terratenientes fueran cosas del pasado.

Los orígenes ecosocialistas de los diggers

Traducción: Natalia López

El 1º de abril de 1649 un grupo de radicales se propuso hacer del mundo un «tesoro común». Pero los diggers no solo fueron socialistas pioneros: también fueron precursores del movimiento ecologista.

A principios de abril de 1649, un grupo político que se autodenominaba True Levellers [«verdaderos niveladores»] inició una colonia en St. George’s Hill, cerca de Cobham, Surrey. Se pusieron a labrar y sembrar los campos, buscando poner en práctica la idea central de Gerrard Winstanley, un radical del siglo XVII que consideraba la tierra «un tesoro común, para todos, sin distinción entre las personas». Recibieron por ello el apodo de diggers [«cavadores»].

Los diggers empezaron a cultivar esta tierra común siete años después del inicio de la Guerra Civil inglesa y dos meses después de la decapitación del rey Carlos I. Era una época convulsa y revolucionaria. Solo dos años antes, plebeyos y burgueses habían debatido ideas radicales en los Debates de Putney (sufragio y representación universales). El país estaba brutalmente dividido no solo políticamente, sino también religiosamente, pues cada bando se veía a sí mismo como ejecutor del plan de Dios para Inglaterra, y muchos buscaban crear una justicia divina que asegurara la segunda venida.

Para los diggers, el tumulto de la época significó la oportunidad de cultivar una forma de protocomunismo agrario cristiano en el que el trabajo asalariado, la jerarquía de clases, la desigualdad económica, el cercamiento de las tierras comunes, la propiedad privada y el poder de los terratenientes fueran cosas del pasado. Esto, creían, se conseguiría mediante el cultivo colectivo de la tierra, lo que aseguraba deshacerse tanto de la explotación de la tierra como la de la humanidad. En «The True Levellers Standard Advanced», de abril de 1649, el líder digger Gerrard Winstanley explica estas y otras ideas:

Rompe en pedazos la cinta de la propriedad particular [propiedad], repudia este opresivo asesinato, opresión y robo de compra y venta de tierras, la propiedad de los terratenientes y el pago de rentas y da tu libre consentimiento para hacer de la tierra un tesoro común sin refunfuñar (…) para que todos puedan disfrutar del beneficio de su creación.

Sin embargo, a pesar de todo este radicalismo premonitorio, el trabajo de los diggers en la tierra común de St George’s Hill no duró más de cuatro meses. Pronto fueron expulsados de la tierra por los militares, los funcionarios locales y los terratenientes. Luego se trasladaron a Little Heath, pero, enfrentados a numerosas acciones legales en su contra —incluidas acusaciones de motín, allanamiento de morada, reunión ilegal y construcción ilegal de casas de campo— los diggers de Little Heath abandonaron su asentamiento en el verano de 1650.

A pesar de este fugaz periodo de actividad, su tenaz intento de colectivismo sigue recordándose hoy en día. Todos los años se celebra en Wigan, Gran Manchester, un «Festival Digger», y el movimiento a menudo forma parte del panteón de la izquierda. El nombre de Gerrard Winstanley fue grabado en el Obelisco del Jardín de Alejandro de Lenin como parte de los «grandes pensadores revolucionarios», junto a Marx, Engels, Wilhelm Liebknecht, Tomás Moro y otros. Hoy en día, su pensamiento revive una vez más a través del ecologismo, y es, si cabe, más popular que nunca entre estos grupos. ¿Por qué?

Su tiempo y el nuestro

Para Winstanley, inspirado para fundar los diggers por «voces divinas», Inglaterra se encontraba en un estado verdaderamente decaído. Consideraba la invasión de 1066 y el «yugo normando» como el momento en que se había generalizado la desigualdad en la nación. Como explica el académico Ed Simon en un artículo reciente sobre «los Cavadores, los Comunes y el Green New Deal»:

En opinión de Winstanley, los bienes comunes eran una característica de los derechos ingleses que había sido violada por el desarrollo de la privatización, mediante la cual los cercados habían empezado a dividir tierras que antes eran colectivas (…). La política de los diggers tenía un matiz explícitamente ecológico, pues Winstanley afirmaba que «la verdadera libertad reside donde el hombre recibe su alimento y su conservación, y eso es en el uso de la tierra».

Sin embargo, Winstanley no se contentaba con la idea de devolver a Inglaterra a un estado de igualdad «prenormando». Pretendía devolver a Inglaterra a un nivel de piedad y pureza «anterior a la caída». Como escribe en una carta de junio de 1649 al comandante Fairfax,

La reforma que Inglaterra debe emprender ahora no consiste únicamente en eliminar el yugo normando y volver a regirnos por las leyes que existían antes de la llegada de Guillermo el Conquistador (…) sino (…) según la Palabra de Dios, y esta es la ley pura de justicia anterior a la Caída.

Para Winstanley, este estado solo podría alcanzarse cuando los hombres y las mujeres fueran libres de utilizar la tierra y sus recursos por igual, sin estar sometidos a la esclavitud de reyes o terratenientes. Escribe en «Fuego en los matorrales», de 1650, que «mientras la tierra sea incautada y apropiada en manos particulares y mantenida allí por el poder de la espada (…) mientras la creación permanezca bajo esclavitud».

Sabemos que la emergencia climática es grave, sabemos que está causada por las emisiones de carbono y que la biodiversidad, los hábitats no humanos y la supervivencia humana están gravemente amenazados. También sabemos que la sociedad capitalista es perpetuamente desigual y explotadora y que la brecha entre ricos y pobres es cada vez mayor. Pero, por supuesto, estas dos formas de conciencia son en realidad la misma cosa. Es el capitalismo occidental, el desarrollado a partir de la era de los cercamientos de la tierra y la desigualdad salarial, la razón del desastre ecológico.

Clima y colonialismo

Por eso los diggers siguen proyectando una sombra sobre nuestras conversaciones sobre política y ecologismo, el eco susurrante de un mundo que podría haber sido (y que quizá aún pueda ser). Lo que los diggers dejan claro es que no hay cuestiones contradictorias cuando pensamos en la crueldad rapaz de la crisis ecológica capitalista. La destrucción de los ecosistemas del mundo en desarrollo, causada por las emisiones occidentales, la incapacidad de los gobiernos para tomar medidas reales, el auge del fascismo, la ignorancia de la realidad no humana, la emigración forzada por el aumento de las temperaturas y la falta de agua, la escasez de especies… en mi opinión, hay una cuestión que contiene y expresa todas estas preocupaciones: la igualdad.

Los diggers no pensaban en la igualdad de una forma revolucionariamente «plana», pero comprendían que la explotación de la tierra y la explotación de las personas iban de la mano. En 2020, las discusiones del siglo XVII, con sus batallas sobre el rey y el Parlamento, parecen de otro mundo. Sin embargo, al igual que los diggers discutían sobre cómo podría surgir una sociedad más igualitaria, los activistas de Black Lives Matter (BLM) luchan hoy por la igualdad. En un mundo capitalista aparentemente poscolonial, el racismo es tanto una cuestión de opresión social como de destrucción global.

Las protestas mundiales de BLM nos han recordado que los pueblos del mundo en desarrollo, marginados y explotados durante mucho tiempo por las potencias occidentales debido al racismo, el imperialismo y los prejuicios, están experimentando una crisis medioambiental como legado de esta explotación. Lo vimos claramente en la destrucción de la Amazonia brasileña por parte de Bolsanaro, donde el capitalismo rapaz no solo está diezmando las selvas tropicales, sino también los hogares y las vidas de los pueblos indígenas amazónicos de Brasil. A medida que se contamina y destruye la Tierra, el mundo no humano, también se destruyen los medios de vida y las comunidades de las poblaciones no blancas que no hicieron nada para provocar esta crisis medioambiental.

También es crucial recordar que el Sur Global lleva mucho tiempo sufriendo la explotación medioambiental. El aumento de las emisiones de carbono que inició el Antropoceno —la época actual, en la que la actividad humana es la influencia dominante sobre el clima y el medio ambiente— no comenzó realmente cuando los molinos y las fábricas empezaron a echar humo. Más bien comenzó cuando los africanos esclavizados fueron obligados a trabajar, y su trabajo invisible produjo las riquezas que hicieron posible la industrialización en Gran Bretaña y otras potencias occidentales. Como afirma la profesora Kathryn Yusoff:

Podría parecer que el Antropoceno ofrece un futuro distópico que lamenta el fin del mundo, pero el imperialismo y los colonialismos en curso llevan acabando con mundos desde que existen.

La inequidad del colapso climático forma parte de la larga historia de relaciones de poder desiguales entre los pueblos occidentales y los que carecen de recursos para contraatacar. Lo vimos en las protestas de 2016 contra el oleoducto Dakota Access en Estados Unidos, que podía contaminar el río Misuri. Los nativos sioux y otros pueblos indígenas de Standing Rock consideraban que el oleoducto era una amenaza para el agua potable de la zona y sus antiguos cementerios. La responsable de preservación histórica de Standing Rock, LaDonna Brave Bull Allard, declaró sobre las protestas:

El gobierno estadounidense está borrando nuestras zonas culturales y espirituales más importantes. Y a medida que borra nuestra huella del mundo, nos borra a nosotros como pueblo. Estos lugares deben protegerse, o nuestro mundo se acabará, es así de sencillo (…). Que una empresa petrolera excave y destruya nuestras historias, nuestros antepasados, nuestros corazones y nuestras almas, ¿no es también un genocidio?

A pesar de la persistencia y los esfuerzos de los manifestantes indígenas, el 23 de febrero de 2017 la Guardia Nacional estadounidense desalojó todo el campamento de protesta. El oleoducto se terminó en abril, y su primer petróleo se entregó el 14 de mayo de 2017. La opresión histórica de los pueblos indígenas, su falta de recursos, finanzas y apoyo político, hicieron que, a pesar de sus heroicos esfuerzos, no pudieran impedir que este oleoducto se construyera en sus tierras sagradas. La riqueza de la compañía petrolera fue robada a los indígenas de la Nación Sioux en Standing Rock.

Como reflexionó Winstanley en «Una declaración del pobre pueblo oprimido de Inglaterra dirigida a todos los que se llaman a sí mismos o son llamados señores de haciendas», en 1649: «la Tierra se hizo tanto para nosotros como para vosotros: y si la Tierra Común nos pertenece a nosotros, que somos los pobres oprimidos, sin duda los bosques que crecen en la Tierra Común también nos pertenecen».

La igualdad permite a los pueblos indígenas estadounidenses controlar sus recursos, y a los habitantes indígenas de la Amazonia brasileña conservar sus hogares. Al mismo tiempo, esta igualdad mantiene a salvo a los peces de los ríos y atrae el dióxido de carbono hacia los árboles. Cuando las mujeres de todo el mundo tienen acceso al control de la natalidad y al aborto, capacidad de decisión sobre sus propios cuerpos y determinación sobre sus vidas, entonces también disminuye el tamaño de la población, y también disminuye la carga de la humanidad sobre la vida natural.

La verdadera igualdad de este tipo puede considerarse «utópica», pero se basa en hechos materiales. Lo que es bueno para la igualdad humana es bueno, en general, para la igualdad no humana, para la supervivencia de los seres que no pueden hablar por sí mismos, pero que también viven y, por tanto, tienen derecho a vivir.

Un tesoro común

La ecologista y escritora de ciencia ficción Ursula Le Guin dijo célebremente en un discurso pronunciado en los Premios Nacionales del Libro de 2014: «Vivimos en el capitalismo, su poder parece ineludible, pero también lo parecía el derecho divino de los reyes».

En 1649, el mismo año en que los diggers levantaron su campamento en la colina de San Jorge, el rey Carlos I fue ejecutado en Whitehall. Hasta ese momento, para el pueblo de Inglaterra —y de hecho para la mayoría de los pueblos de Europa Occidental— parecía que el derecho divino de los reyes era la única forma de poder deseable, incluso concebible. La muerte de Carlos se abatió entonces como un relámpago, iluminando nuevas potencialidades radicales para organizar la sociedad. El posterior fracaso de Cromwell como líder bueno y justo y la restauración de la monarquía inglesa en 1660 no pudieron eliminar lo que se había hecho posible: un mundo sin reyes. Un mundo que volvió a nacer, en 1789, en Francia.

Los diggers no consiguieron crear una nueva comunidad de igualdad medioambiental en Inglaterra, igual que los campesinos del siglo XIII no habían conseguido la libertad en la Revuelta Campesina. Pero sí cambiaron los parámetros de lo que era posible, y al hacerlo dejaron tras de sí potencialidades a las que podemos acceder cuando imaginamos de lo que somos capaces. En «Tesis sobre la filosofía de la historia», el teórico crítico Walter Benjamin, escribió:

Articular históricamente lo pasado no significa «conocerlo como verdaderamente ha sido». Consiste, más bien, en adueñarse de un recuerdo tal y como brilla en el instante de peligro. (…). El don de encender en lo pasado la chispa de la esperanza solo es inherente al historiador que está convencido de lo siguiente: tampoco los muertos estarán seguros ante el enemigo cuando este venza. Y este enemigo no ha cesado de vencer.

Benjamin tiene razón: no podemos saber «cómo fueron realmente las cosas» para los diggers ni, aunque hubieran tenido algún éxito, si sus ideas profundamente cristianas y un tanto antropocéntricas habrían conducido a un mundo sin desigualdades galopantes ni crisis climáticas. Pero podemos saber que su lucha pasada, de la que vemos eco en las luchas actuales de quienes intentan proteger sus tierras y libertades, se destruirá si no la reanimamos. En el mismo ensayo, Benjamin también escribe «La tradición de los oprimidos nos enseña que el “estado de emergencia” en el que vivimos no es la excepción, sino la regla».

Estamos en un estado de emergencia medioambiental. Sin embargo, este «estado de emergencia» no llegó de improviso. Ha existido a lo largo de la historia: en los cercamientos de tierras que empobrecieron a los campesinos, en el crecimiento del poder económico occidental mediante la explotación del comercio de esclavos en el Atlántico, en la violencia de la opresión colonial, en la crueldad del patriarcado global y el silenciamiento de las mujeres, en el abuso de los recursos naturales por parte de industriales, terratenientes y empresas, en la crueldad infligida a los animales que comemos… la crisis siempre estuvo aquí.

El aumento de las temperaturas y las catástrofes naturales que vemos ahora son solo una nueva manifestación de una crisis de igualdad que, como dice Benjamin, es «la regla». Eso no significa que toda la historia haya sido igual, o que nunca vaya a ser posible cambiar este estado de cosas, simplemente significa que nuestra crisis actual no es nueva. El Antropoceno es una forma útil de entender el inicio del cambio material del medio ambiente debido a la acción humana, pero solo marca la nueva aparición de sistemas de desigualdad que son mucho, mucho más antiguos.

En 1961, el radical anticolonialista Frantz Fanon escribía: «Lo que importa hoy, la cuestión que bloquea el horizonte, es la necesidad de una redistribución de la riqueza. La humanidad tendrá que abordar esta cuestión, por devastadoras que sean sus consecuencias». La necesidad de igualdad sobrevive a la crítica del comunismo en la práctica, y sobrevive a la naturalización de un sistema capitalista que hace polvo al mundo no humano. Las consecuencias de la redistribución de la riqueza, de la verdadera igualdad, serían para nosotros un mundo muy distinto al del consumo al que estamos acostumbrados. No sé si ese mundo sería el del transporte público gratuito y las huertas con altos impuestos sobre los aviones y los coches, o el de la agricultura de subsistencia sin tecnología, plástico ni dinero.

La esperanza perdurable de igualdad se promulgó en St George’s Hill, siguiendo la máxima de Winstanley de que «la acción es la vida de todos, y si no actúas, no haces nada». Pero el fracaso no acabó del todo con la capacidad de esperanza de Winstanley, ni con su capacidad de ver que una relación justa y no explotadora con el mundo natural sería la forma más sólida de construir una forma de libertad humana.

Se considera que el periodista conservador estadounidense Warren T. Brookes, que saltó a la fama en la década de 1970, inventó el término «sandía» como nombre peyorativo para los ecologistas: «verde por fuera pero rojo por dentro». Y no hay apodo mejor. Es a través de estas ideas «sandía», de proteger e interactuar con la Tierra con cuidado, mediante sistemas sociales comunales, como las ideas de los diggers conservan su poder.

Hoy, St George’s Hill, en Surrey, en una metáfora casi demasiado perfecta para el momento, es una comunidad privada cerrada. En esta comunidad cerrada viven famosos como Tom Jones y Elton John. Bajo la tierra de sus mansiones y piscinas, sus Porsches y estudios de pilates, yacen motas del suelo que pisaron los diggers, latentes, esperando.

En «La nueva ley de la rectitud», de 1649, Winstanley se preguntaba: «¿Fue hecha la Tierra para preservar a unos pocos hombres codiciosos y orgullosos para que vivan a sus anchas, y para que embolsen y enlaten los tesoros de la Tierra de los demás, para que estos mendiguen o mueran de hambre en una tierra fructífera? ¿O fue hecha para preservar a todos sus hijos?». Solo hay una pregunta verdadera, que se agita y germina bajo el suelo de todas las demás, y es esta.

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Publicado en Ambiente, Artículos, Desigualdad, Historia, homeCentro3 and Inglaterra

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