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Jugadoras del Dick Kerr Ladies, equipo de fútbol femenino fundado en Preston, Inglaterra, en 1917. (Foto: Topical Press Agency / Hulton Archive vía Getty Images)

El complot contra el fútbol femenino

Después de la Primera Guerra Mundial, el fútbol femenino creció en popularidad y se unió al ascendente movimiento obrero. Convocó a miles y recaudó mucho dinero, hasta que la clase dirigente decidió que era demasiado radical y le cortó las piernas.

En mayo de 1921, las esposas de los mineros de Platt Bridge, en Wigan, Inglaterra, organizaron un partido de fútbol contra el pueblo vecino de Abram. El resultado final fue de 4-1 a favor de Platt Bridge, que «rápidamente se puso por delante en el marcador y lo mantuvo hasta el final», según la crónica del partido publicada por el Wigan Observer. Fue un partido entre dos equipos improvisados en el barro y la ciénaga del campo de un granjero, muy lejos de la victoria de Inglaterra contra Alemania en la final de la Eurocopa femenina poco más de un siglo después. Y, sin embargo, asistieron unas 7000 personas, que pagaron medio chelín cada una por el privilegio, lo que supuso una recaudación de unas 500 libras en dinero actual.

Este fue uno de los primeros encuentros de lo que se conocería como «partidos de la sopa», jugados y organizados por mujeres de la clase obrera durante el cierre patronal de los mineros de 1921 y a menudo presenciados por una multitud de miles de personas. En una época de penurias desesperadas, cuando los hombres estaban en huelga en medio de una disputa salarial con los propietarios de las minas locales, las mujeres jugaban al fútbol para recaudar dinero y pagar los comedores de beneficencia que alimentaban a sus familias. Dos semanas antes del primer partido de Platt Bridge contra Abram, hubo que proporcionar un millón y medio de comidas a 182 000 niños de los distritos mineros de todo el país para garantizar que no pasaran hambre.

Los «partidos de la sopa» proporcionaron un alivio muy necesario a quienes luchaban en aquel momento en esa parte de Lancashire, mientras que encuentros similares también fueron organizados y jugados por mujeres en el noreste de Inglaterra. Se inspiraron en el fútbol femenino más organizado, que había crecido rápidamente por medio de equipos de la clase trabajadora durante la Primera Guerra Mundial y después de ella. La solidaridad y la compasión con los necesitados eran principios fundamentales de este nuevo y floreciente deporte, cuyos beneficios se donaban a causas benéficas.

Sin embargo, el mismo año en que se disputaron los primeros «partidos de la sopa», el fútbol femenino quedó prohibido. Y así seguiría durante los 50 años siguientes. Para entender por qué, es necesario rastrear el crecimiento de la popularidad de este deporte, hasta el punto de que llegó a considerarse un rival creíble —y quizás incluso una amenaza— para su equivalente masculino.

Fútbol de fábrica

Aunque su historia se remonta a finales del siglo XIX en Gran Bretaña, el fútbol femenino solo empezó a captar la atención del público durante la guerra. En una época en la que los roles tradicionales de género se desmoronaban rápidamente (aunque de forma temporal), las mujeres de clase trabajadora no solo sustituían a los hombres en el lugar de trabajo, sino también en sus actividades de ocio fuera de él. Muchas de las que entraron en las fábricas de municiones en tiempos de guerra empezaron a participar en las actividades recreativas para trabajadores organizadas por la empresa, de las que antes se habían beneficiado los hombres y de las que las mujeres habían sido excluidas de facto.

El fútbol era la más popular, por las mismas razones que lo era entre los hombres: era barato y sencillo de jugar, con un bajo umbral de exigencia inicial. Se organizaron equipos femeninos en todos los rincones del país, desde Glasgow y Bath hasta Swansea y Blackpool, e incluso surgió uno en la National Projectile Factory de Hackney Marshes, hogar espiritual del fútbol aficionado. Muchos de estos equipos surgieron de la industria de municiones en tiempos de guerra, pero las mujeres que trabajaban en el comercio minorista, la fabricación de alimentos y la ingeniería ligera también se reunieron para jugar. Se calcula que el año de la prohibición ya había 150 equipos femeninos.

El más famoso, con diferencia, era el Dick Kerr’s Ladies, con sede en Preston. El Dick Kerr’s se formó después de que las mujeres que trabajaban en la fábrica se burlaran de las aprendices por sus actuaciones en el campo de fútbol y las desafiaran a jugar. Su primer partido oficial tuvo lugar dos meses después, el día de Navidad de 1917, ante 10 000 espectadores en Deepdale. Dick Kerr’s se impuso por 4-0 a Coulthard’s Ladies. La trabajadora de la fábrica Grace Sibbert, cuyo marido estaba luchando en Francia, desempeñó un papel decisivo en la organización del partido, y la recaudación de 488 libras —unas 15 000 libras en dinero de hoy— se donó a un hospital local que trataba a soldados heridos.

Dick Kerr’s no solo se convirtió en el mejor y más conocido equipo femenino, llegando incluso a representar a Inglaterra en partidos internacionales no oficiales, sino que también fue celebrado por esta recaudación de fondos. La Football Association y la Football League habían sido muy criticadas por decidir no suspender el fútbol profesional masculino al estallar la guerra, pero un próspero fútbol femenino que se enorgullecía de su contribución al esfuerzo bélico demostró que el fútbol tenía un papel positivo que desempeñar, y esto continuó en los años posteriores al enfrentamiento bélico. Solo en 1921 el Dick Kerr’s jugó 67 partidos benéficos, recaudando el equivalente a 2,7 millones de libras esterlinas de hoy en día.

La historia de Dick Kerr’s dista mucho de ser la típica de todos los equipos de mujeres trabajadoras. Ninguno viajaba tanto; pocos salían siquiera de su área local y algunos se quedaban en los terrenos de sus propias fábricas, participando únicamente en partidos interdepartamentales. Sin embargo, la conciencia social demostrada por Dick Kerr y otros equipos femeninos tuvo una influencia más amplia en las comunidades obreras, sobre todo cuando comenzó el cierre patronal de los mineros en 1921. Una semana después del «partido de la sopa» de Platt Bridge y Abram, el Plank Lane Ladies de Bickershaw, en Leigh, jugó un partido de mujeres casadas contra mujeres solteras, al que asistieron unos 2000 espectadores.

Con el apoyo de los movimientos obreros locales, se celebraron más partidos en Pemberton, Ince y Hindley, que atrajeron a más público, y el dinero recaudado se donó a comedores sociales y fondos de ayuda. El «fútbol de la sopa» no era ni mucho menos tan formal u organizado como los partidos de Dick Kerr, y los informes de los periódicos locales sugieren que a menudo no había una única equipación uniforme, sino que las mujeres llevaban «camisetas de varios colores y diseños». Sin embargo, por muy improvisados que fueran estos encuentros, miles de personas se reunían para ver jugar al fútbol a las mujeres de las comunidades mineras, que a su vez se habían inspirado en las mujeres de clase obrera que trabajaban en la industria.

La barrera de género

Sin embargo, antes de que acabara el año, la FA cortaría de raíz el fútbol femenino. El organismo rector del fútbol inglés declaró, tras una reunión de su consejo —compuesto exclusivamente por hombres—, que el deporte era «bastante inadecuado para las mujeres» y que no debía fomentarse. «El consejo solicita a los clubes pertenecientes a la Asociación que se nieguen a utilizar sus campos para este tipo de partidos», rezaba la declaración. No se trataba de una prohibición absoluta (que habría sido imposible de aplicar), sino que impedía que las mujeres jugaran en campos más grandes y construidos a tal efecto, lo que obligaba a practicar este deporte en parques públicos y de forma indefinida.

El razonamiento oficial fue doble: en primer lugar, por «razones médicas», que el juego podría ser físicamente perjudicial para las mujeres; en segundo lugar, debido a las quejas sobre «la apropiación de los ingresos» del fútbol femenino. Ninguna de las dos alegaciones resistía un examen riguroso. La primera se apoyaba en la charlatanería, al punto que un médico llegó a afirmar que dar patadas a un balón es «un movimiento demasiado brusco para las mujeres». La segunda se refería en particular a Dick Kerr’s y al pago totalmente justificado de los gastos a las jugadoras. El Dick Kerr’s se comprometió a seguir adelante aunque tuviera que jugar en campos arados, y así lo hizo, hasta que se disolvió en 1965.

¿Qué motivó realmente la decisión de la FA? Por un lado, el deseo de defender la imagen popular del fútbol como un juego de hombres y un pasatiempo masculino. A medida que la sociedad británica intentaba volver a las formas sociales y a los roles de género de antes de la guerra, las mujeres eran expulsadas de los espacios que tradicionalmente habían sido dominados por los hombres. El fútbol no fue una excepción en ese sentido.

Sin embargo, muchos sostienen que también había un elemento de clase en juego. A medida que pasaban los años desde el final de la guerra, los destinatarios de la recaudación de fondos a través del fútbol femenino se volvieron, por naturaleza, menos explícitamente patrióticos y más políticos. El dinero no solo se donaba a causas relacionadas con el esfuerzo bélico, sino también para los pobres y los desempleados. Como escribe Barbara Jacobs en su historia de Dick Kerr’s, el fútbol femenino empezaba a considerarse un «deporte políticamente peligroso para quienes consideraban enemigos a los sindicatos».

«El contexto político de los partidos de la sopa, con grandes grupos de hombres y mujeres potencialmente revolucionarios reunidos, se habría considerado muy peligroso dado el temor al marxismo y al nuevo poder político de las mujeres», escribe la profesora Alethea Melling, cuya investigación sacó a la luz la historia de aquellos encuentros de 1921. Desalentar el fútbol femenino y cortar de raíz su popularidad fue un pequeño pero significativo baluarte contra la solidaridad más amplia de las mujeres de la clase obrera, tres años después de que obtuvieran el voto pero siete antes del sufragio femenino universal.

Deterioro dirigido

Si ese era uno de los objetivos de la prohibición, hay que reconocerle un desafortunado éxito. En la época de la Huelga General de 1926, cinco años después del cierre patronal de los mineros y de la declaración de la FA, apenas hay pruebas de que las comunidades obreras jugaran al fútbol femenino como medio de solidaridad. Curiosamente, la investigación de Melling sugiere que la policía sustituyó efectivamente el papel de las mujeres en partidos similares para recaudar fondos, jugando contra trabajadores en huelga en Wigan y Leigh, así como en otras partes del país. Sin embargo, estos partidos no lograron atraer a las mismas multitudes que los «partidos de la sopa».

Jane Oakley, una de las mujeres que jugó en los «partidos de la sopa», lamentó más tarde que se perdiera el impulso del fútbol femenino en la época del cierre patronal de los mineros. «Me encantaba patear el balón», dijo a Melling.

Con la prohibición de 1921, un deporte que podría haber prosperado se marchitó. La FA la levantó en 1971, pero la asistencia de decenas de miles de espectadores no se repetiría con seguridad ni regularidad en el fútbol inglés hasta nuestros días, y posiblemente solo hasta la Eurocopa de este verano. El promedio de asistencia a la Superliga Femenina sigue rondando los 2200 espectadores, una cifra significativamente inferior a la del Platt Bridge contra Abram. El fútbol femenino apenas está empezando a ganarse el reconocimiento que se merece desde hace tiempo, liderado por un organismo rector mucho más proactivo y progresista que reconoce que queda mucho trabajo por hacer.

En ese sentido, apenas estamos empezando a ponernos al nivel de las mujeres de Dick Kerr’s, Platt Bridge, Plank Lane Ladies y muchas otras hace un siglo. Su historia nos recuerda un hecho que ellas conocían bien, pero que fue ignorado durante 50 años o más: que el deporte de la clase obrera es y siempre ha sido también el de la mujer trabajadora.

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