Mientras los resultados siguen definiéndose lentamente, podemos decir dos cosas sobre las elecciones de medio término de 2022. La primera es que los republicanos estuvieron muy por debajo de sus expectativas y dejaron pasar una posible victoria que habría sido un juego de niños dado el descontento de los votantes. La segunda es que estamos ante uno de los resultados electorales más extraños de la historia política moderna.
A fin de cuentas, no hubo ninguna oleada roja, por lo menos a nivel nacional. Los republicanos ganaron fácilmente en Florida —donde de la mano del gobernador Ron DeSantis, el partido tuvo su mejor desempeño en décadas en Miami-Dade, condado tradicionalmente azul— y en Nueva York, donde una combinación de factores hizo que los republicanos arrasaran en Long Island, donde aprovecharon el triunfo que habían obtenido el año pasado, y acaso terminaron con las expectativas de última hora de los demócratas de mantener su puesto en la Cámara.
¿Y en el resto del país? La cosa no anduvo tan bien.
El fracaso de los republicanos en varios distritos vulnerables de Virginia fue un presagio de lo que sucedería. También lo fue el rápido triunfo de la senadora Maggie Hassan en New Hampshire, donde las encuestas habían indicado que los resultados estarían mucho más parejos. Durante la noche, las ambiciones republicanas fueron reduciéndose cada vez más, y pasaron de un triunfo con menos margen del esperado en la Cámara y en el Senado hasta la pelea ajustada por la mayoría en una de las dos.
En el que probablemente haya sido el triunfo más sorpresivo de la noche —y definitivamente uno de los grandes cuentos de hadas de la historia reciente de los Estados Unidos— el vicegobernador de Pensilvania, John Fetterman, le arrebató una banca en el senado al presentador televisivo Dr. Oz a pesar de haber sufrido un infarto que casi termina con su vida en vísperas de las primarias de mayo. La ventaja de Fetterman sobre Oz se había evaporado en los últimos meses, y la mayoría de los analistas políticos lo daban por perdido después de que su participación en el debate sacara a luz la discapacidad temporal en el habla que le había dejado el ataque.
Fatterman, populista progresista conocido por su gran tamaño, su inclinación por los pantalones cortos y su discurso claro y directo, parece haber refutado el viejo relato centrista sobre el tipo de candidatos que tienen posibilidades de ganar en las áreas donde Trump es el favorito. Los demócratas tuvieron conquistas en todo el estado, lograron imponer a su gobernador y quedaron a una distancia sorprendentemente corta de acabar con el control republicano de la Casa del Estado. Recordemos que Fetterman había apoyado la candidatura presidencial de Sanders en 2016, y Sanders apoyó este año la candidatura de Fetterman al Senado. Por lo tanto, si sumamos la victoria de otro viejo aliado de Bernie Sanders, Peter Welch, en la banca del Senado de Vermont que liberó Patrick Leahy, el socialista independiente cuenta ahora con dos aliados clave en la cámara alta.
Los republicanos siguieron de cerca otras candidaturas al Senado que no resultaron como esperaban. En Georgia, el senador Raphael Warnock —que el año pasado ganó una segunda vuelta ajustada en este estado sorprendentemente púrpura con la promesa de entregar a sus ciudadanos cheques de 2000 dólares— tal vez entre en otra segunda vuelta con un triunfo tardío y estrecho, pero sobre todo inesperado, sobre la estrella de fútbol Herschel Walker. En Arizona el candidato de derecha dura y negador de las elecciones, Blake Masters, está quedando bastante atrás de la senadora de turno, Mark Kelly, con el 70% de los votos contados en otro estado sorprendentemente púrpura en el que se suponía que los resultados serían mucho más parejos. En Wisconsin, el senador republicano Ron Johnston canceló su discurso de triunfo después de quedar demasiado cerca de la vicegobernadora Mandela Barnes.
En otros casos los republicanos conservador su ventaja previa. En Nevada, la senadora demócrata Catherine Cortez Masto está a la cola de su contrincante del GOP [Grand Old Party, «Gran Partido Viejo»] —Adam Laxalt— por dos puntos y es probable que el resultado final esté muy peleado. El capitalista aventurero y autor de Hillbilly Elegy, J. D. Vance, ganó la banca del senado en Ohio contra el representante de los demócratas, Tim Ryan, que hizo una campaña populista y enfocada en los trabajadores en un estado en el que Donald Trump ganó cómodamente en las dos últimas elecciones presidenciales, y que fue en gran medida abandonado por la dirección nacional del partido.
Con todo, Ryan terminó conquistando a los independientes del estado y en general tuvo un mejor desempeño que Biden, lo que, sumado a la campaña populista de Fetterman, que también obtuvo mejores resultados que Biden en una Pensilvania que coquetea con el rojo, tal vez esté indicando el camino que debería adoptar el partido en su lucha por reconquistar el Rust Belt.
Los republicanos tuvieron otro punto a favor en Ohio, aunque, después de una dura contienda, la demócrata Marcy Kaptur terminó conservando su antigua banca en la Cámara, el republicano Steve Chabot, que también estaba en la Cámara hacía mucho tiempo, perdió su banca contra el concejal de la ciudad de Cincinnati, Greg Landsman, y la diputada Emilia Sykes ganó en una dura pelea por una banca vacante contra el candidato respaldado por Trump. En síntesis, los demócratas conquistaron cinco de las quince bancas del Congreso, pero los republicanos triunfaron a nivel estatal.
El partido también tuvo un sorpresivo buen desempeño a nivel gubernativo. Dio vuelta las casas de gobierno de Massachusetts y Maryland, y mantuvo las de Wisconsin, Maine, Minnesota, Nuevo México, Illinois, Kansas, Oregon y Michigan, donde los demócratas ahora tienen el control de ambas cámaras legislativas por primera vez en cuarenta años. El resultado en Nevada es difícil de predecir, lo mismo que en Arizona, donde la negadora de las elecciones, Kari Lake, hizo declaraciones públicas diciendo que los resultados podrían ser fraudulentos justo antes de que empezara acortarse la distancia que la separaba de su rival. Los gobernadores republicanos ganaron en Georgia, Texas, y, por supuesto, Florida, y el contendiente de derecha dura del GOP en Nueva York, Lee Zeldin, tuvo un sorpresivo buen desempeño en el estado liberal. Mientras tanto, los demócratas consolidaron su posición en Colorado, estado que había sido típicamente rojo hasta la primera campaña electoral de Barack Obama en 2008 y en el que el GOP esperaba recuperar fuerzas.
Acaso más significativa para la izquierda fue la avalancha de triunfos de candidatos socialistas y progresistas respaldados por grupos clave que operan fuera del establishment, como el Partido de Familias Trabajadoras y Justice Democrats. Cuatro nuevos miembros del «escuadrón» entraron a la Cámara de Representantes de los Estados Unidos —Summer Lee en Pensilvania, Greg Casar en Texas, Delia Ramirez en Illinois y Maxwell Frost en Florida—, con lo que amplían la cantidad de miembros del bloque de izquierda a doce y emparejan la hazaña original del «escuadrón» de 2018, cuyas cuatro bancas fueron percibidas como una victoria histórica de una izquierda americana en fase de crecimiento.
Frost y Ramirez disputaron las elecciones embanderados con las políticas que respaldan los socialistas, como Medicare for All y el Green New Deal. A su vez, tanto Casar como Lee fueron miembros de Democratic Socialists of America (DSA), y Lee formó parte de la primera oleada de insurgentes socialistas que conquistaron cargos estatales en 2018. Sin embargo, los dos terminaron distanciándose en cierto sentido de la organización durante este ciclo electoral. En el caso de Casar el distanciamiento se explica por su desplazamiento hacia el centro en la cuestión de Israel y Palestina. Lee, por su parte, abandonó completamente la organización. Su campaña fue particularmente significativa, dado que disputó las elecciones en un estado púrpura, y que enfrentó, no solo uno, sino dos ataques financieros violentos de la AIPAC (American Israel Public Affairs Committee). Sin embargo, logró ganar las primarias con un margen estrecho y ahora afianzó su triunfo en las generales.
Mientras tanto, fueron aprobados varios referéndums que siguen indicando que, más allá de las fortunas de los candidatos individuales, los estadounidenses, incluso en los estados rojos, apoyan las políticas que promueve la izquierda. Dakota del Sur finalmente decidió ampliar Medicaid, Nebraska subió el salario mínimo a 15 dólares la hora, Illinois votó suprimir la ley antisindical del «derecho al trabajo», Nuevo México votó incrementar el financiamiento de la educación pública y California, Michigan y Vermont incorporaron el derecho al aborto en sus constituciones estatales. Los votantes de Kentucky y de Montana, por su parte, rechazaron los intentos de prohibir el aborto a nivel estatal.
Así las cosas, los demócratas están sorprendentemente lejos de siquiera mantener su posición en el Senado, mientras que los republicanos esperan, como mucho, una escasa mayoría en la Cámara. Esto causará considerables dolores de cabeza en una dirección del GOP que tendrá que lidiar a la vez con la nivelación del extremismo de su minoría y con los progresistas, y paralizará sus planes poselectorales de atacar a los trabajadores organizados y recortar el gasto social. El hecho de que los republicanos hayan logrado fracasar tan estrepitosamente en un momento en que los votantes manifiestan un profundo malestar y bajo el gobierno de un presidente sumamente impopular del otro partido, puede ser un signo de lo marginal y mal vista que está en realidad su retrógrada agenda social y su apego a la estúpida obsesión de Trump con el fraude electoral y cosas por el estilo.
Pero también debería iniciar cierta búsqueda espiritual de parte de los demócratas, que no tardaron en definir la anticipada pérdida de la Cámara como una victoria. Si el partido fue capaz de capitalizar el extremismo del GOP hasta este punto bajo estas condiciones, no es difícil imaginar lo que podría haber logrado con un mensaje económico y conquistas reales sobre las que apoyarse.