«No quiero que comprendan nuestro dolor,
quiero que entiendan nuestra lucha» (Hebe de Bonafini)
A los 93 años murió Hebe de Bonafini, madre de Plaza de Mayo, y su partida produce un vacío que se hace difícil de explicar con palabras. Una trayectoria como la de Bonafini no puede relatarse en un texto acotado; se vuelve difícil abarcar el enorme camino recorrido por su vida política y social. La historia argentina de casi medio siglo está atravesada por la actividad de las Madres de Plaza de Mayo, y Hebe es una parte determinante e inescindible de esa historia.
Su vida estuvo dividida, partida en dos: por una parte estuvo su vida como Kika, sus primeros 48 años. Nacida y criada en un hogar de gran pobreza con el nombre de Hebe María Pastor y casada e los 14 años con Humberto Alfredo Bonafini. La segunda parte de su vida empezó el 8 de febrero de 1977, cuando su hijo mayor Jorge Omar fue secuestrado y desaparecido en la ciudad de La Plata y en diciembre de ese mismo año, cuando en Berazategui ocurrió lo mismo con su otro hijo varón, Raúl Alfredo, y su nuera.
Como ella misma señaló en numerosas ocasiones, fueron ellos, sus propios hijos, quienes la parieron en su segundo nacimiento, su nacimiento como Hebe de Bonafini, Madre de Plaza de Mayo. Y así fue conocida en todo el mundo. En una transformación extraordinaria, desde el mismo momento en que pisa por primera vez la Plaza reclamando por sus hijos, aquella mujer sencilla fue adquiriendo una dimensión impensada como referente universal de los Derechos Humanos. «Yo me convertí en Hebe de Bonafini el día que se llevaron a mi hijo Jorge. El 8 de febrero se cumplieron 45 años, ese mismo día salí a la calle y nunca más volví». Son múltiples las imágenes que registran su rostro icónico bajo el emblemático pañuelo blanco en circunstancias y acontecimientos dramáticos. Su grito desgarrador no solo es la voz de las Madres: es también el símbolo de todas las luchas y resistencias del movimiento social y político argentino.
Cuando comenzaron a reclamar por sus hijos e hijas en Plaza de Mayo, en aquella fundacional primera ronda a la Pirámide de Mayo del 30 de abril de 1977, en pleno auge del terror, aquellas madres no eran aún Las Madres. Hebe se sumaría solo una semana después. La idea de reunirse en la Plaza surgió cuando el grupo inicial, 14 madres de detenidos-desaparecidos, esperaba que las atendiera el secretario del vicario castrense en la Curia Metropolitana en Buenos Aires. Azucena Villaflor propuso entonces: «individualmente no vamos a conseguir nada, ¿por qué no vamos todas a la Plaza de Mayo?».
Así comenzó todo, y fueron capaces de lo impensado: nadie esperaba que en el pico del furor genocida, cuando los secuestros se multiplicaban y el terror paralizaba, un grupo de mujeres solas, carentes de todo acompañamiento y organización, fuese a plantarse en Plaza de Mayo para reclamar por sus hijos a la dictadura. Mucho antes de convertirse en Las Madres, Hebe recordaba que firmaron las cartas con sus reclamos como «las madres que todos los jueves a las 15:30 nos reunimos en la Plaza de Mayo».
La respuesta feroz por parte de la dictadura llegó 10 diciembre de 1977 con la maniobra del infiltrado Alfredo Astiz en la Iglesia de la Santa Cruz. Azucena Villaflor de Devicenti, protagonista decisiva en la historia de las Madres, Mary Ponce de Bianco y Esther Balestrino de Careaga, junto a otras nueve personas más, fueron secuestradas y luego asesinadas. Cuatro días antes, el 6 de diciembre, había sido secuestrado el segundo hijo de Hebe, Raúl, un estudiante de Ciencias Naturales de 24 años. «La desaparición de Azucena, de Mary y de Esther casi nos hizo tambalear a este grupo que recién se armaba. Lo hicieron para liquidarnos; ellos no pensaron que nosotras íbamos a seguir. De esas Madres lo que hay que saber es que se llevaron a las tres mejores Madres que teníamos, porque nosotras veníamos todas de no saber nada», recordó Hebe de Bonafini años más tarde.
El significado que adquirieron las Madres no fue producto de un solo acto, sino parte de un largo y doloroso proceso de lucha y enfrentamiento con la dictadura más brutal, atravesado por durísimas experiencias a las que tuvieron que responder día a día. Eran solo un puñado, pues la mayoría de los familiares no fue más allá de la búsqueda individual del desaparecido; fue realmente una minoría la que se decidió a dar a esa búsqueda una dimensión social y política. Cuando la mayoría callaba y miraba para otro lado, cuando casi nadie se animaba a denunciar y a poner el cuerpo a la represión, cuando los hombres no se atrevieron, ellas, con sus gritos y sus silencios cargados de sentido, marcaron un camino que ha sido ejemplar para todos quienes defienden la dignidad y resisten a todas las formas de opresión.
Como señaló la propia Hebe en más de una entrevista, al comienzo ellas mismas no se concebían como un movimiento político. Para gestarlo, estas mujeres debieron no solo revisar y transformar sus propias representaciones y prácticas sociales acerca de la maternidad, sino que tuvieron que enfrentar la impugnación y el reclamo social y familiar que les exigía sujetarse al rol materno tradicional. Su emergencia también se explica por el vacío ante la figura del detenido desaparecido, que las obligó al desafío de crearse como un nuevo sujeto político, una maternidad colectiva que a partir de su ejemplo se replicó en distintas partes del mundo.
Un momento clave de ese recorrido se dio durante la realización de la Copa Mundial de Fútbol en 1978, con la que la dictadura pretendió lavar su imagen internacional. Las Madres denunciaron la maniobra, y el día del partido inaugural realizaron su ronda en la Pirámide. Solo la televisión holandesa tomó registro del hecho. Pero fue a partir de ese año que comenzaron a concitar el apoyo de diversos organismos internacionales, cuya solidaridad contribuyó a que sus demandas fueran incorporadas por algunos partidos políticos y movimientos sociales.
Un año después, en 1979, tuvo lugar en el país la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). A pesar de las numerosas provocaciones y amenazas, las Madres presentaron allí testimonios que fueron clave en el informe sobre violaciones a los derechos humanos. Las Madres de Plaza de Mayo fueron recibidas por la Comisión Interamericana en forma colectiva. Dieron su testimonio juntas y no de manera individual. Ese gesto de las Madres y ese reconocimiento por parte de la Comisión fueron reveladores del éxito de sus primeros pasos en la lucha: tenían ya su propia identidad. Eran todas o ninguna.
Ese mismo año nació la Asociación Madres de Plaza de Mayo, con Hebe como su presidenta. La organización fue creada con el objetivo de luchar contra la impunidad de los culpables de delitos de lesa humanidad, pero también para reivindicar la vida de los desaparecidos, rindiendo homenaje a sus actos y no solo a su desaparición. Sus posiciones no siempre fueron comprendidas por otras organizaciones de derechos humanos o partidos políticos. En 1982, durante la Guerra de las Islas Malvinas, las Madres —a contracorriente del furor nacionalista general— tuvieron una posición muy dura de rechazo a la guerra. Levantaron la consigna «Las Malvinas son argentinas, los desaparecidos también».
Al igual que otras Madres, sus allegados y la propia Asociación, no fueron pocas las oportunidades en que Hebe sufrió ataques y amenazas. En 2001, por caso, dos personas ingresaron a su domicilio y, al no encontrarla, torturaron a su hija Alejandra, que fue golpeada y quemada con cigarrillos. Las Madres fueron originales y, en muchas ocasiones, actuaron a contramano de las prácticas militantes consensuadas. Desde bien temprano tuvieron claro cuál era su camino: «las Madres no teníamos abogado, porque nunca creímos en lo jurídico, porque siempre nos dimos cuenta que los pueblos no pueden solucionar su lucha jurídicamente. Los pueblos, la única manera que tenemos para solucionar nuestras cosas es luchando, es movilizando, es participando, es accionando, con la lucha de la base del pueblo», señaló Hebe en una entrevista.
Las Madres traspasaron todas las fronteras para convertirse en un símbolo de lucha internacional. El 11 de diciembre de 1987, cuando el músico británico Sting visitó el país, invitó a Hebe y otras Madres a subir al escenario del estadio de River Plate. Durante la canción «They dance alone», ellas pasearon en el escenario al ritmo de la música, acto que se repitió durante el cierre de la gira «Derechos Humanos Ya!», organizada por Amnistía Internacional los días 15 y 16 de octubre de 1988 en Mendoza y Buenos Aires.
Lejos de aplacarse, durante la etapa posdictadura su lucha se multiplicó. Allí estuvieron ellas nuevamente para exigir juicio y castigo para los culpables, denunciar la teoría de los dos demonios y rechazar las leyes de punto final y obediencia debida del gobierno radical de Raúl Alfonsín.
Las Madres confrontaron el menemismo y enfrentaron los indultos a los genocidas promulgados por ese gobierno en 1989-1990. En 1996 Hebe fue herida en la cabeza por la Policía en una manifestación universitaria en repudio de la reforma del estatuto de la Universidad Nacional de La Plata y la Ley de Educación Superior. En medio de la brutal represión por parte del Cuerpo de Infantería de la Bonaerense, declaró: «La sangre del pañuelo es la amenaza más fuerte de este gobierno para decir que paremos […] ¡No nos van a parar! ¡Ni un paso atrás». En 1991, en una emisión del programa «El perro verde», que conducía el periodista español Jesús Quintero, Bonafini tildó al entonces presidente Carlos S. Menem de «basura», lo que le valió el inició de una causa por desacato por parte del mandatario. En 2001, en medio de la mayor crisis que haya vivido la Argentina desde la vuelta a la democracia, salió a las calles contra el estado de sitio declarado por el presidente radical Fernando de La Rua. Junto a las otras Madres, fue salvajemente reprimida por la policía en la Plaza de Mayo.
Hebe tomó una postura de abierta oposición contra la injerencia estadounidense, reivindicando a figuras como el Che Guevara, Augusto Sandino, Yasser Arafat, Fidel Castro, Hugo Chávez y Evo Morales. Ha manifestado varias veces su apoyo a la lucha de los pueblos originarios. Se manifestó reiteradamente en contra del neoliberalismo y del FMI, a quienes denunció como una corporación del poder. En los últimos años rechazó la política del macrismo y sus socios políticos y económicos y tampoco escatimó en críticas hacia el gobierno de Alberto Fernández: «Señor Presidente, hasta ahora no ha ido a ninguna villa o barrio a embarrarse. Parece que eso no le da rédito», declaró. «Hoy lo tenemos a este ministro de Economía que parece más ministro de los yanquis que de nosotros, No es el único que patea para el otro lado, igual. Alberto (Fernández) también lo hace. No cumple con nada» manifestó en otra ocasión, refiriéndose a las políticas del ministro de Economía Martín Guzmán.
A lo largo de su trayectoria, Hebe recibió numerosas distinciones nacionales e internacionales en reconocimiento a su trayectoria y lucha inclaudicable a favor de la justicia, contra la impunidad y por el respeto irrestricto de los derechos humanos. Ulises Gorini, periodista, abogado, escritor y autor de La rebelión de las Madres y de Hebe de Bonafini, los caminos de la vida, dijo con justeza:
Hebe emerge en la política como un gran símbolo de la resistencia y ahí acuña un valor de una dignidad y una dimensión impresionante que se va a proyectar en la posdictadura y esto es lo más extraordinario. Esa proyección excede la lucha original en cuanto a la desaparición de sus hijos. En esa transformación se plantea qué pensarían y qué harían sus hijos ante cada situación que a ella le tocaba vivir. Así ella recupera la memoria de sus hijos en el sentido más político de esa memoria.
Hebe no siempre actuó como se esperaba de ella. No se puede soslayar que su personalidad estuvo atravesada por un carácter impulsivo, terco y muchas veces arbitrario. Entre sus fallidos más importantes estuvo el respaldo al General Milani o el vínculo nefasto con Sergio Schoklender en la Fundación Sueños Compartidos. En no pocas ocasiones confrontó equivocadamente con quienes la quisieron y la respaldaron en los momentos más difíciles. Embistió contra Osvaldo Bayer, colaborador en el periódico de las Madres desde su regreso del exilio en 1984 hasta 2006. Sus 57 notas fueron compiladas en el libro Ventana a la Plaza de Mayo. Según Bayer, «Las Ventanas son para mí el testimonio de mi gratitud y admiración para las luchas de las Madres. Nunca, en mi vida, había comprobado un heroísmo tal y sus consecuencias ante el valor de la Vida». Su ingratitud también tocó a Vicente Zito Lema, poeta y filósofo fundador y director de la Universidad Popular de Madres de Plaza de Mayo, que tuvo que renunciar en 2003 ante la actuación de Schoklender respaldado por Hebe. En su carta de despedida, Zito Lema le escribió: «Más allá de cualquier desavenencia actual, serás siempre para mí, como desde hace muchísimos años, mi querida Hebe».
A pesar de estos desaciertos, la dimensión de su coraje y su rebeldía ponen a Hebe de Bonafini en un lugar de excepción entre las más heroicas luchadoras del mundo. Su aporte fue decisivo en la defensa de los derechos humanos en la Argentina y en el mundo. Hebe y las Madres lograron que el pañuelo blanco ondeara en todos los rincones del planeta, asociado a su ejemplo y a las luchas más justas y humanas. Que la tierra te sea leve, Madre de todos.