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Luiz Inácio "Lula" da Silva saluda a los simpatizantes fuera del Sindicato dos Metalúrgicos do ABC el 9 de noviembre de 2019, en São Bernardo do Campo, Brasil. (Pedro Vilela / Getty Images)

¿Otra oportunidad para Lula?

UNA ENTREVISTA CON
Traducción: Valentín Huarte

Las próximas elecciones presidenciales de Brasil nos dejan ante dos alternativas: cuatro años más del gobierno reaccionario, corrupto y derechista de Jair Bolsonaro o la vuelta del presidente que más cambió el país, Lula da Silva.

Entrevista de Loren Balhorn

La elección que enfrentan los votantes brasileños el 2 de octubre no podría ser más urgente: cuatro años más de Jair Bolsonaro, el populista de derecha amante de las armas que tiene miedo de Dios, que dejó morir a cientos de miles de personas de COVID-19 y garantizó niveles récord de destrucción de la selva amazónica, o la vuelta de Luiz Inácio «Lula» da Silva, el ícono del Partido de los Trabajadores (PT) que gobernó Brasil desde 2003 hasta 2010.

Aunque los dos mandatos de Lula garantizaron una mejora considerable de los niveles de vida de la clase obrera y muchas reformas progresivas, las acusaciones de corrupción (en general sin fundamento y convertidas en un arma de la derecha) y un golpe judicial contra su sucesora, Dilma Roussef, alimentaron una dinámica reaccionaria que en última instancia llevó a Bolsonaro al poder en 2018. Desde que asumió la presidencia, Bolsonaro trabajó todos los días para privatizar todo lo que pudo, desarmar los programas de bienestar social instituidos por el PT y promover una atmósfera tóxica de chovinismo y resentimiento.

Lula, que vuelve después de haber estado preso por falsos cargos de corrupción hace cuatro años, está haciendo campaña para «derrotar la amenaza totalitaria» y «reconstruir y transformar Brasil». Entonces, está claro que hay mucho en juego en estas elecciones.

Cuando falta menos de un mes para que los votantes vayan a las urnas, la ecosocialista Sabrina Fernandes conversó con Loren Balhorn, de la Fundación Rosa Luxemburgo, sobre el sombrío archivo de Bolsonaro, la situación de la oposición a su política y lo que la izquierda puede aprender de la experiencia acumulada de Brasil en la construcción de poderosos movimientos sociales y en la toma del poder del Estado.

 

LB

La campaña por las elecciones presidenciales comenzó oficialmente hace varias semanas. Todo indica que será un momento decisivo: Bolsonaro compite por la reelección contra el expresidente del PT, Lula da Silva. ¿Cuánto cambió Brasil durante el mandato de cuatro años de Bolsonaro?

SF

Si consideramos los anteriores presidentes de Brasil, recordamos que uno, Juscelino Kubitschek, prometió desarrollar el país cincuenta años en cinco años. Con Bolsonaro parece que retrocedimos cuarenta años en cuatro.

No es solo mérito suyo. Llegó al poder después del golpe contra Dilma Rousseff. El presidente interino que lo precedió, Michel Temer, había empezado a implementar una agenda de austeridad y contrarreformas contra los derechos de los trabajadores y las jubilaciones. Bolsonaro llegó con un plan para desmantelar el Estado todavía más, como hizo con la privatización de las empresas públicas. Quienes apoyan a Bolosonaro piensan que la gestión de su ministro de Economía, Paulo Guedes, es relativamente exitosa, pero en realidad el plan original del gobierno era avanzar más en las privatizaciones hasta llegar, por ejemplo, a Correios, el servicio postal de Brasil, o Petrobras, la petrolera nacional.

Cuando llegó la pandemia, Bolsonaro dejó en claro su objetivo: hacer que el Estado no asistiera a la población. El sistema sanitario de Brasil está dividido entre un sector público y uno privado, y la pandemia debería haber sido el momento de demostrar el poder de la salud pública. Pero después del plan de austeridad aplicado por Temer y profundizado por Bolsonaro, el gobierno declaró que no tenía dinero. La austeridad empezó antes de la elección de Bolsonaro, pero amparándose que había sido elegido «democráticamente», él adoptó el mandato de profundizarlo.

 

LB

¿«Democráticamente»? Ganó las elecciones sin hacer trampa, ¿no? 

SF

Sí, pero es muy importante destacar que en las elecciones de 2018 hubo mucha corrupción y un nivel de fake news que no habíamos visto antes. Bolsonaro desplegó la táctica de Steve Bannon para manipular al electorado. En este sentido, la mecánica de las elecciones fue justa —la gente votó realmente por Bolsonaro—, pero la campaña en sí misma fue un ataque contra los derechos democráticos.

 

LB

¿Dirías que Bolsonaro tiene una agenda ideológica coherente, o que es más bien un oportunista que cumple las órdenes del capital brasileño?

SF

Pienso que la mejor forma de definir a Bolsonaro es como un liberal conservador. Lo que no deja de ser bastante gracioso, porque los liberales y los conservadores brasileños vienen peleando hace cuatro años por este personaje: «No, no está con nosotros. Es solo un conservador», dicen los primeros, mientras los otros dicen «¡No! No es tan conservador como debería».

Si deberíamos denominarlo «fascista», «protofascista» o «neofascista» es un debate académico. Bolsonaro definitivamente juega con el imaginario fascista, tiene una base de apoyo neonazi y observamos que estos grupos están creciendo en Brasil. Los fascistas clásicos tienen mucha simpatía por Bolsonaro, y él no hizo nada para repudiarlos. Algunos elementos de su plataforma ideológica son parecidos a los del fascismo clásico, como el modo en que apela a las masas con una retórica religiosa, cristiana evangelista.

Pero a la vez no es un gran proteccionista. Su agenda económica es básicamente jugar a favor de los poderes imperialistas. En este sentido, es importante destacar su conexión con Donald Trump. Cuando Trump era presidente de Estados Unidos, Bolsonaro pensaba que Estados Unidos era su principal contacto en la región. Recordemos que estábamos saliendo de la marea rosa. Muchos gobiernos de derecha estaban tomando el poder en toda América Latina —Argentina y Chile, por ejemplo— y después vino el golpe en Bolivia. Bolsonaro sentía que formaba parte de esta tendencia.

En cuanto a la clase capitalistas internacional, Bolsonaro aseguró las ganancias de los tenedores de bonos extranjeros de empresas brasileñas y garantizó el acceso de los inversores extranjeros a las tierras del país. Pero la élite tradicional brasileña fue probablemente la más feliz durante estos cuatro años, especialmente la que opera en el agronegocio. Es decir que aunque Bolsonaro no es un proteccionista tradicional, sirvió todo este tiempo a los intereses de la clase capitalista nacional.

 

LB

¿Cómo la pasó la clase trabajadora durante su presidencia? ¿Revirtió completamente las conquistas sociales del gobierno de Lula?

SF

Una de las conquistas más importantes de Lula durante su primer mandato fue el programa para combatir el hambre en Brasil. Brasil tuvo históricamente un problema de inseguridad alimentaria, y Lula convirtió este problema en una de sus prioridades. Empezó un programa llamado Fome Zero [hambre cero] que combinó programas de alimentación en las escuelas, expandir las reservas nacionales de alimentos para regular los precios, créditos y transferencias de ingresos. Lula está muy orgulloso de estas iniciativas, y Bolsa Família es probablemente el programa de transferencia condicionada de ingresos más exitoso del mundo, tanto que el Banco Mundial lo utiliza como un modelo. Tal vez no haya sido tan radical, pero fue muy importante.

Ahora bajo el gobierno de Bolsonaro, Brasil volvió a un estado de fuerte inseguridad alimentaria. Esto está reflejado en las estadísticas, pero basta mirar a nuestro alrededor para ver que hay más gente hurgando en la basura y juntando huesos afuera de las carnicerías porque no pueden pagar sus alimentos.

El asesinato de líderes indígenas también creció. Brasil siempre fue un ambiente peligroso para los ambientalistas y para los activistas indígenas, pero empeoró con Bolsonaro. Esto se combina con la destrucción de la naturaleza en general: la selva amazónica solía ser un sumidero de carbono, pero ahora emite carbono a causa de los cambios en el uso de la tierra y de la deforestación. Bolsonaro es en gran medida responsable por todo esto. Los feticidios y la violencia de género también crecieron de manera alarmante.

Desde todos los puntos de vista, podemos observar un deterioro en el nivel de vida de las personas. No son solo las más de 600 000 personas que murieron durante la pandemia o el retraso de Bolsonaro en iniciar la campaña de vacunación o su negación a tomar medidas adecuadas para detener la circulación del virus. Todos estos factores se combinan con otros en un gobierno que está fundado en la necropolítica.

 

LB

Si Bolsonaro fue tan desastroso, ¿cómo podemos explicar su llegada al gobierno? ¿Cómo logró derrotar a una coalición que había sido muy popular y exitosa? Después de todo, ni siquiera cuenta con una maquinaría política muy desarrollada.

SF

Hay una explicación común que conecta con muchos de los análisis de la marea rosa y del boom de las commodities. Estos gobiernos apuntaron a la redistribución de los ingresos, pero como la torta económica estaba creciendo, las ganancias récord convivían pacíficamente con la redistribución. Esto significa que parte de la élite estaba muy cómoda con los programa sociales, porque también estaba ganando. Cuando llegó la crisis económica, estos mismos capitalistas intentaron cambiar las reglas del juego para retener las ganancias.

Está claro que esta es una parte de la historia, pero no es la única. Para entender a Bolsonaro, tenemos que hablar sobre el conservadurismo y sobre el rol de los líderes cristianos fundamentalistas que estaban molestos con las políticas progresivas del gobierno del PT. Por ejemplo, el movimiento afrobrasileño estaba haciendo campaña por políticas de discriminación positiva hacía mucho tiempo y el PT implementó algunas de estas políticas. Esto bastó para agitar las aguas y cambió la autopercepción de una parte de la clase media.

 

LB

¿En qué sentido?

SF

El PT es un proyecto de democratización, pero también es un proyecto de elevar la conciencia de clase de los trabajadores. Con el tiempo, el partido perdió un poco de esto último, y algunas partes de la clase media empezaron a pensarse como separadas de la clase obrera.

El conservadurismo y los privilegios históricos de ciertas partes de la sociedad brasileña jugaron un rol importante en este sentido. Algunas personas vieron con malos ojos que sus empleadas domésticas tuvieran más derechos y pudieran viajar o pasar el tiempo en los mismos comercios que ellas. Esto alimentó el resentimiento de ciertas partes de la clase media y hasta de algunas partes de la clase obrera, que no hizo más que crecer con las acusaciones de corrupción contra el gobierno.

 

LB

Suena un poco como el dilema clásico de los partidos socialdemócratas de Europa occidental: cuando una política democrática y social exitosa mejora los niveles de vida de los trabajadores, la base de clase obrera que llevó a la socialdemocracia al poder empieza a deshacerse en sintonía con el ingreso de un número cada vez más grande de trabajadores en las filas de la clase media.

SF

Sí, es un poco así, pero estamos hablando de países que están en los márgenes del capitalismo, donde la movilidad social significa más que tener un auto: significa comer tres veces por día. La movilidad social se reduce a cosas muy básicas que tienen mucho poder. Pero si no asociamos este proyecto de movilidad social con las conquistas de la clase trabajadora, por no decir nada de su organización, empezamos a perder gente en el frente ideológico.

 

LB

Y sin embargo el PT sigue siendo la única fuerza capaz de derrotar a Bolsonaro. Aunque las encuestas indican que la distancia está acortándose, Lula mantiene un liderazgo claro desde que anunció su candidatura en mayo. ¿Qué significa esto para la política de Brasil y para la sociedad en general?

SF

Hay distintas maneras de definir a Lula. Una muy común es que es el mejor presidente que tuvo Brasil. Con todas las contradicciones, problemas y cosas que criticamos, fue el mero presidente y estuvo muy comprometido con el bienestar de la gente. La idea de que hay que sacar a la gente de la pobreza, asegurarse de que coman bien, de que tengan buenos trabajos: esta siempre fue la prioridad de Lula y es lo que hace que se destaque.

También es un político muy habilidoso, en el sentido de que sabe cómo hacer dialogar a las personas y crear consenso en momentos en que todos piensan que es imposible. Esto es muy positivo considerando la fragmentación de la sociedad brasileña, tanto en términos de conciencia como en términos de organización política. Tenemos más de treinta partidos oficiales en el país, así que esta habilidad para hablar con muchos políticos es realmente importante.

Por otro lado, su modo de gobernar también lo lleva a abandonar muchas cosas: es esta idea de que todos pueden ganar siempre y cuando cada lado esté dispuesto a ceder algo frente al otro, idea muy problemática en el caso de la clase obrera. En fin, tenemos que entender que Lula no es un dirigente izquierdista radical, sino un dirigente moderado que muchas veces termina cediendo contra la centroderecha y contra la clase capitalista.

 

LB

¿Qué rol juega todo esto en la campaña? ¿Qué tipo de coalición tiene Lula y cuál es su mensaje?

SF

Estaba bastante claro que Lula no ganaría con una boleta de izquierda «pura», como en 2018, cuando el candidato del PT, Fernando Haddad, disputó las elecciones con Manuela d’Ávila del Partido Comunista de Brasil (PCdoB). Tenían que elegir a alguien de la centroderecha.

Pero creo que el problema no es tanto que haya elegido a alguien de la centroderecha —era previsible—, sino la persona que eligió: Geraldo Alckmin. Alckmin cumplió cuatro mandatos como gobernador del estado de São Paulo y estuvo vinculado a importantes episodios de corrupción. Viene de un partido que fue uno de los principales oponentes del PT y que ayudó a promover campañas de difamación contra la izquierda y y fake news, en un momento en que no estaban tan de moda.

Muchas personas de la izquierda brasileña piensan que Ackmin es fundamental para ganar. No es solo una idea de Lula o de un pequeño grupo del PT. Una parte importante de la base social de Lula está bastante de acuerdo con este plan.

Tendremos que esperar a los resultados, pero pienso que lo daña bastante en el sentido de que, especialmente en el estado de São Paulo, los barrios más pobres sufrieron realmente su gobierno. Cuando los sindicatos docentes hicieron huelga, fueron reprimidos por la policía. Hay un problema de credibilidad cuando dicen, «Miren, sabemos que este tipo no fue muy bueno con ustedes, pero van a tener que convivir con él porque lo necesitamos para ganar».

La coalición detrás de Lula está bastante centrada en la lucha contra Bolsonaro. Si el principal oponente de Lula no fuera Bolsonaro, sino otro candidato moderado de centroderecha —tal vez Ackmin, que compitió contra Lula en 2006— no habría adoptado la misma estrategia. Pero ahora que está en juego la derrota de Bolsonaro, hay una tendencia a aceptar ciertos elementos de la campaña, incluyendo la moderación política, solo para garantizar que Bolsonaro abandone el gobierno.

 

LB

El PSOL, que empezó como una ruptura del PT y hoy es una de las fuerzas más grandes de la izquierda, apoya a Lula. ¿Qué posición tiene el resto de la izquierda radical?

SF

La izquierda brasileña está muy fragmentada. Por ejemplo, tenemos al Partido Comunista de Brasil (PCdoB), bastante moderado comparado con el Partido Comunista Brasileño (PCB), que tiene una línea marxista-leninista más tradicional. El PCdoB estuvo muy cerca del PT durante muchos años y fue parte de sus gobiernos.

Especialmente bajo Bolsonaro, hubo cierta convergencia entre el PT y el PSOL. Esto tiene sentido en términos de construir una fuerte alianza contra Bolsonaro, pero también generó tensiones dentro del PSOL y algunos militantes decidieron irse. El PSOL sigue siendo bastante pequeño comparado con el PT, pero está ganando cada vez más importancia en ciertos sectores de la sociedad.

Tres partidos de izquierda radical, incluidos el PCdoB y el Partido Socialista de los Trabajadores Unificado (PSTU), una organización trotskista que rompió con Lula mucho antes de su primer mandato, presentan candidatos propios en estas elecciones. Todo el resto apoya a Lula. No tendrán ningún impacto real en el proceso, porque no tienen suficiente base como para hacer una diferencia. Pero la situación refleja cierto crecimiento del debate público en torno al socialismo y al comunismo en Brasil. Del mismo modo en que se propagó el anticomunismo durante el gobierno de Bolsonaro, se propagaron también las ideas comunistas.

 

LB

Dijiste que, a pesar de todas las críticas y limitaciones, Lula sigue siendo el mejor presidente que tuvo Brasil. Al mismo tiempo, ninguno de sus críticos de izquierda tuvo mucho éxito a la hora de proponer una agenda más radical. ¿Tenemos algo que aprender de la historia del PT en términos de construir una mayoría de izquierda?

SF

Uno de los principales problemas que tenemos en Brasil es que nuestra política está muy centrada en las instituciones que construimos —sindicatos, partidos y movimientos sociales— y no tanto en la expansión de estos proyectos en el resto de la sociedad. Uno de los desafíos es que tenemos una izquierda que muchas veces termina comiéndose a sí misma. Estamos luchando por la misma base y no nos importa expandir esta base.

Esto, a su vez, está vinculado con la idea de que nuestra base es grande porque nuestros candidatos resultan electos. ¿No es lo que muestra el PT? Pero creo que tendemos a confundir la base electoral con la base popular real.

No estoy segura de que la izquierda haya aprendido esta lección, especialmente si Lula vuelve y nos acostumbramos otra vez a la idea de que es suficiente con tener una base electoral sólida. Pero sí es algo de lo que ciertas partes de la dirección del PT son conscientes. Si quieren implementar las propuestas más ambiciosas de Lula, tendrán que sacar a la gente a la calle. Tendrán que movilizarse. Rousseff fue clave en este proceso de reflexión y casi autocrítica cuando reconoció que deberíamos haber movilizado a más gente contra el golpe. Tenemos que asegurarnos de que cuando gobernamos, gobernamos por medio de la movilización. Pienso que esto es bastante significativo viniendo de ella en particular.

 

LB

Hiciste referencia a la marea roja, la oleada latinoamericana de gobiernos de izquierda de la que Lula fue parte, y también del contragolpe que sufrió en la última década. Siguiendo el hilo de las victorias electorales en Bolivia, Colombia y en otras partes, ¿qué impacto tendría una victoria de Lula en América Latina en general?

SF

El hecho de que Lula sea un político tan habilidoso también ayuda mucho en términos de la integración latinoamericana. Si gana, y asumiendo que no habrá un golpe de Estado, será importante en el fortalecimiento de las relaciones entre estos nuevos gobiernos progresistas, y en la mediación de algunas tensiones. Por ejemplo, definitivamente existe cierta tensión entre el gobierno de Gabriel Boric en Chile y el de Nicolás Maduro en Venezuela, y pienso que Lula puede ayudar en este sentido.

Lula también es fundamental en las conversaciones sobre los cuerpos de gobierno alternativos de la región, como la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, y en la oposición a la hegemonía estadounidense en el continente. Pero su influencia va mucho más allá de América Latina. Lula es importante en la cooperación Sur-Sur que involucra al BRICS [Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica] y a otros participantes. Al mismo tiempo, está bien visto en Europa y en los Estados Unidos, especialmente después del gobierno de Bolsonaro.

 

LB

Hace varios años que estás haciendo tu doctorado sobre autoritarismo y contraestragias en el Grupo de Investigación Internacional de la Fundación Rosa Luxemburgo. ¿En qué medida hay algo así como una tendencia autoritaria a nivel mundial? ¿Podemos trazar paralelos entre lo que está sucediendo en Brasil, Estados Unidos y, por ejemplo, Turquía?

SF

Siempre hay cierta tendencia a hacer comparaciones y trazar paralelos. Durante las elecciones colombianas, por ejemplo, mucha gente dijo que [el candidato presidencial de la centroderecha] Rodolfo Hernández, era como un Bolsonaro colombiano o un Trump. Podríamos trazar paralelos similares entre Filipinas, India o Turquía. Y está bien, pero comprender la mecánica que opera detrás es otra cosa.

Sabemos que hay relaciones directas, como el modo en que usan las redes sociales. Esto no es contingente; no están copiándose unos a otros. En el medio están las empresas y la formación. También hay relaciones reales entre los distintos movimientos. No estamos en un punto en el que podamos decir que existe una alianza mundial unificada de la extrema derecha, pero está claro que hay vías de comunicación. Comparten sus prácticas, y tienen asociaciones de distinto tipo. Hay conexiones muy claras entre Bolsonaro y Juan Guaidó, que intentó declararse presidente interino de Venezuela.

No sucede solo en América Latina, es un fenómeno mundial. Cuando analizamos los paralelos, nuestro objetivo no es simplemente encontrar puntos de comparación, sino profundizar en las relaciones y observar los modos en que estos grupos se retroalimentan. Pienso que esta es una tarea que nuestro grupo de investigación hace bastante bien.

 

LB

En este sentido, ¿la derrota de un personaje como Bolsonaro tendría consecuencias en la política de dirigentes similares de otras partes del mundo?

SF

Tiene consecuencias simbólicas, eso está claro, pero es importante comprender que derrotar a Bolsonaro no es derrotar al bolsonarismo. Hay un fenómeno más grande que opera detrás de Bolsonaro y que todavía estamos intentando comprender. Que Bolsonaro pierda unas elecciones no implica que la extrema derecha se tome un descanso.

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