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El nuevo gobierno en Colombia tiene potencial para hacer historia. Pero para ello es indispensable que los movimientos sociales se permitan el pensamiento radical. (Foto: Reuters)

Por un horizonte más allá del capitalismo

El 7 de agosto, con la posesión de Gustavo Petro y Francia Márquez, iniciará el primer gobierno popular en la historia de Colombia. En medio del pragmatismo y el compromiso que implica conducir el Estado, los movimientos sociales deben permitirse la radicalidad de las ideas en la construcción de un nuevo horizonte de sentido para el país.

En repetidas ocasiones, Gustavo Petro ha señalado que su gobierno se esforzará por «desarrollar el capitalismo» para superar la dependencia en el extractivismo y la violencia en el país. El presidente electo parte de una lectura lineal de la historia, en la cual Colombia se encuentra estancada en una suerte de premodernidad que llama «feudal», en donde el poder político-económico gira alrededor de la tenencia de la tierra. Bajo esta idea, al desarrollar el capitalismo como forma de superar el «feudalismo», las fuerzas productivas del país alcanzarían sus niveles más altos, de manera que el extractivismo se superaría mediante una sociedad industrializada y altamente productiva. 

Sin lugar a duda, superar las estructuras político-económicas heredadas del régimen de hacienda de la colonia es una necesidad histórica para la modernización del país y la profundización de la democracia. Esto se torna mucho más urgente si se tiene en cuenta que la distribución inequitativa de la tierra y la prevalencia del latifundio son parte fundamental de las causas del conflicto armado. Ahora bien, Petro, actuando como estadista, construye su discurso y sus propuestas bajo el marco ideológico institucional que hoy prevalece; de allí surge la lectura lineal de la historia y la creencia de que el desarrollo del capitalismo bajo la intervención del Estado es la «única forma conocida en la historia» —como dijo en una reciente entrevista— para alcanzar la modernización de Colombia. 

De esta manera, la propuesta del gobierno de transición de Petro y Márquez se enmarca en los límites de la racionalidad institucional promovida incluso por corrientes del pensamiento latinoamericano (como la cepalina). Los movimientos sociales que acompañamos esta candidatura y celebramos la victoria popular que representó el triunfo electoral, junto a la intelectualidad comprometida con el cambio, en esta coyuntura histórica en donde emergen grandes potencialidades para la transformación de la realidad, debemos garantizar que se expandan los límites de esa racionalidad.

Debemos pensar más allá de lo establecido enraizando el análisis en nuestra realidad para encontrar alternativas al desarrollismo capitalista, de manera que en Colombia y América Latina logre potenciarse un horizonte nuevo, un camino auténtico que le proponga al mundo una salida a la crisis planetaria. Como afirmó el sociólogo chileno Hugo Zemelman,

Se busca estar en la vastedad de la realidad y no dejarse aplastar por los límites de lo que ya está producido; de allí que se tenga que romper con las determinaciones histórico-culturales que nos conforman para rescatar al sujeto histórico como constructor y retador.

Capitalismo, crisis ambiental y violencia

Uno de los aspectos clave del nuevo gobierno es su compromiso con la superación del extractivismo. La centralidad que adquiere el medioambiente en su discurso es notoria, particularmente la preocupación por el cambio climático y la apuesta por ubicar la vida como eje de la política. «Colombia, potencia mundial de la vida», fue el eslogan de campaña de Petro y Márquez, aludiendo a la inmensa diversidad biológica del país y la necesidad de protegerla del extractivismo depredador, lo cual representa una apuesta novedosa y esperanzadora que pretende superar los errores de la «ola progresista» de la primera década de este siglo.

Sin embargo, promover el desarrollo capitalista resulta contradictorio con esta apuesta. Esto, debido —al menos— a dos elementos estructurantes del capitalismo. El primero, es que se trata de un sistema basado en el crecimiento económico y la acumulación constante. El crecimiento desaforado de la producción y el consumo para garantizar altas tasas de ganancia, sin considerar los ciclos de los ecosistemas, ha generado una presión tal sobre la naturaleza que tanto las condiciones para la producción como la vida misma están en riesgo. En sus ensayos sobre marxismo ecológico, James O’Connor define este proceso autodestructivo como la «segunda contradicción del capitalismo». 

El segundo elemento es que el capitalismo es un sistema esencialmente violento: el crecimiento y acumulación constantes son posibles solo gracias al despojo. La acumulación originaria es la categoría que usó Marx para describir el violento proceso de saqueo de tierras y bienes comunes en Inglaterra que posibilitó el desarrollo industrial capitalista de este país. Pero más que un proceso fundante, la acumulación originaria es una constante del capitalismo, que se expresa de maneras distintas en nuestro tiempo. Autores como David Harvey nos hablan de «acumulación por desposesión» para explicar cómo las privatizaciones de hoy se sustentan en el despojo violento no solo de bienes comunes materiales sino de derechos inmateriales. Así las cosas, desarrollar el capitalismo implicaría continuar con la violencia en contra de las poblaciones rurales y la naturaleza en función del crecimiento económico constante y la acumulación.

Sumado a estos dos elementos es preciso señalar que, desde la teoría del sistema-mundo y la división internacional del trabajo, el capitalismo ha tenido un alcance global a través de su expansión colonial sobre las «periferias del mundo». En el centro del capitalismo global se encuentran las potencias industrializadas, quienes concentran el poder económico, tecnológico y militar, mientras que en las llamadas periferias —como lo son Colombia y otros países de América Latina— se ubican las fronteras extractivas de donde se extraen las materias primas que alimentan la producción industrial y la mano de obra barata, explotada para sostener las altas tasas de ganancia de los más ricos.

Desde esta perspectiva, a diferencia de lo que señala Petro, el capitalismo ya ha estado presente en Colombia, aunque no en la forma en que el presidente electo pretende, sino en la forma en que éste se expresa en la periferia global colonizada. Allí yace entonces la realidad que debemos afrontar: el capitalismo en Colombia adquiere una forma extractivista que despoja violentamente y destruye la naturaleza. Y el orden clasista y racista del régimen de hacienda que justifica el exterminio ha sido el acuerdo político institucional que desde la colonia ha sostenido a Colombia en la periferia del capitalismo global.

La insistencia en la perspectiva lineal eurocéntrica que sugiere el desarrollo capitalista como vía para superar el «feudalismo» en Colombia, aunque pueda resultar efectiva discursivamente, niega la realidad del capitalismo rentista colonial y puede conducir a la justificación de nuevas formas de violencia y despojo.

Ideas para la construcción de un nuevo horizonte común

La idea unidireccional del progreso ha estado enraizada incluso en corrientes del marxismo ortodoxo. Desde allí, la destrucción de las formas «precapitalistas» del mundo rural y la proletarización de su población es vista incluso como parte de un proceso civilizatorio. Sin embargo, para quienes pensamos el mundo desde el trópico y el Sur, con la preocupación incesante de la crisis ecológica, el desarrollo capitalista significa violencia sistemática y la entrega de nuestro destino a la tecnocracia neoliberal.

De lo que se trata entonces, siguiendo la idea de Walter Benjamin, es de darle un manotazo a la locomotora del progreso capitalista —no de acelerarla— para que en el descarrilamiento podamos construir nuestro propio destino, partiendo de lo que hemos sido, lo que somos y lo que podemos ser. Ampliar los límites de la razón para construir un nuevo horizonte común, actuar sobre la realidad que nos fue dada escudriñando en las realidades posibles que yacen en las resistencias y luchas colectivas de nuestros pueblos.

Entre los movimientos sociales y sectores populares que han hecho posible la victoria electoral del primer gobierno de izquierda en Colombia, podemos encontrar valores y relaciones sociales que permitirían construir alternativas al capitalismo: la solidaridad, la comunalidad, el cuidado colectivo, la reciprocidad, la libertad, la dignidad y la autonomía son solo algunos de ellos.

En su planteamiento sobre el socialismo raizal, el sociólogo colombiano Orlando Fals Borda señalaba la importancia de retomar la estructura de los valores sociales de los pueblos con el objetivo de «descubrir aquellos valores que sean congruentes con nuestras actuales metas colectivas», de manera que sea posible construir un horizonte socialista común pero diverso, construido al son de los ritmos y culturas de cada pueblo. 

Para el caso de Colombia, Fals Borda identificó cuatro pueblos fundantes que, en su opinión, constituyen el ethos de lo que somos como nación: los pueblos indígenas, de donde se rescata la solidaridad o el «siempre ofrecer», la reciprocidad o el «siempre devolver», la no acumulación o el «siempre distribuir» y el extraer recursos de la naturaleza sin exceder sus límites. La afrocolombianidad palenquera, que cuenta con un sentido de libertad e inventiva en situaciones de resistencia, así como una vida comunitaria que hoy se reconoce en categorías como el «vivir sabroso» o el «soy porque somos» promovidos por la vicepresidenta Francia Márquez. Los campesinos y artesanos antiseñoriales de origen hispánico, de donde se destacan los valores de la dignidad política y personal y, finalmente, los colonos del interior agrícola, donde perviven valores de la autonomía y el gobierno participativo.

En la composición de los movimientos sociales que han protagonizado las grandes movilizaciones de la última década en Colombia hemos podido apreciar la presencia de estos pueblos originarios y de sus valores fundantes como ejes articuladores de las reivindicaciones y luchas por la paz, la educación, el medio ambiente, las garantías laborales y la justicia social. Pero existe otro sector que no fue considerado en su momento por Fals Borda y es crucial en América Latina: el movimiento feminista.

Sobre los cuerpos de las mujeres ha recaído la violencia del conflicto armado, y sobre sus hombros se han sostenido las familias y comunidades que han visto arrasado su territorio por la guerra. Tras mantenerse en pie luego de un conflicto armado de más de cinco décadas, las mujeres, sus resistencias y redes de solidaridad, constituyen un actor fundante de lo que hoy es la Colombia popular. Del movimiento feminista se rescata el valor revolucionario más importante de nuestro tiempo: la construcción crítica de una subjetividad emancipatoria a través del reconocimiento de que lo personal es político. 

No se trata, sin embargo, de «esencializar» a estos pueblos o sectores sociales. De lo que se trata es de rescatar, entre las contradicciones que les componen, aquellos valores en movimiento que nos permitan afrontar las metas de una sociedad que debe reconciliarse y buscar un rumbo propio en el marco de la crisis planetaria. El desafío, así, pasa por vernos a nosotros mismos no solo a través de las ideas de Occidente o los marcos normativos de la tecnocracia liberal, sino también como el resultado de las resistencias y luchas de nuestros pueblos, donde surgen valores, formas de ser, de pensar, de crear y de producir distintas a las de la productividad capitalista.

Expandir los límites de la razón

El nuevo gobierno en cabeza de Gustavo Petro y Francia Márquez, en el marco de una nueva ola progresista en América Latina, tiene potencial para hacer historia. Pero para ello resulta indispensable que los movimientos sociales se permitan el pensamiento radical. Son los movimientos populares los que deben tomar en sus manos la tarea de rescatar de la realidad que vivimos aquellos elementos que apunten a la transformación y superación del capitalismo y proyectarlos y profundizarlos.

América Latina es rica en saberes, prácticas y formas de vida que pueden reconfigurar nuestra relación con la naturaleza y con el mundo que nos rodea. Aprender a vivir de otra manera es una necesidad no solo de Colombia, sino de todo el mundo, si lo que se busca es evitar la catástrofe ambiental. El desarrollo capitalista amenaza esa posibilidad, por más buenas intenciones que tenga. Son en cambio, ideas como las del socialismo raizal las que debemos explorar con mayor detenimiento para la construcción de proyectos políticos que disputen el sentido del Estado y avancen hacia un horizonte común socialista, diverso, ecológico y feminista. 

En un momento de crisis planetaria como el presente, América Latina está en condiciones de hacer un gran aporte a los pueblos que luchan en todo el mundo. En Colombia, por primera vez en nuestra historia, tendremos un gobierno popular comprometido con la transformación de la realidad. Los movimientos sociales tendremos que aprender a movernos entre el apoyo a Gustavo Petro y Francia Márquez y la disputa del proyecto de gobierno hacia un sentido cada vez más transformador. Pero, sobre todo, debemos insistir en soñar más allá de lo establecido y atrevernos a crear, porque en nosotros está el futuro.

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Publicado en Artículos, Colombia, Estrategia, homeIzq, Política and Sociedad

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