Con el reciente auge del socialismo democrático en EE.UU., una nueva generación de militantes radicales está buscando una estrategia viable para superar al capitalismo. Por tanto, no es sorprendente que se haya desatado un debate sobre la relevancia de Kautsky, el principal teórico marxista del mundo desde fines de 1880 hasta 1914.
Esto puede parecer una disputa histórica oscura, pero no lo es. Como demuestran las contribuciones de Jacobin hechas por James Muldoon y Charlie Post, evaluar la política de Kautsky nos informa sobre cómo los socialistas de hoy responden a una pregunta estratégica central: ¿Cómo se puede superar la dominación de clase en una democracia capitalista?
Desafortunadamente, Muldoon y Post centran sus artículos sobre el enfoque de Kautsky de la Revolución alemana de 1918-19, confundiendo la discusión al no poder distinguir suficientemente entre la radicalidad de largo aliento de Kautsky y su giro hacia el centro político en la última etapa de su vida.
Como Muldoon, Post incorrectamente equipara las políticas de Kautsky con el rechazo de “una ruptura radical con el capitalismo y su Estado”. Por el contrario, Kautsky fue precisamente el principal defensor de esta estrategia de “ruptura” en la Segunda Internacional de preguerra. La diferencia entre el enfoque de Kautsky y aquella de leninistas como Post no es sobre si es necesaria la revolución, sino sobre cómo llegar a ella.
Siguiendo los argumentos de Lenin de su texto de 1917 El Estado y la Revolución, los leninistas por décadas han basado su estrategia en la necesidad de una insurrección para derrocar por completo el Estado parlamentario y poner todo el poder en las manos de consejos obreros. En cambio, Kautsky defendía que el camino para una ruptura anticapitalista en condiciones de democracia política pasaba por la elección de un partido de trabajadores para gobernar.
¿Cuál Kautsky?
Kautsky dejó su marca en la historia como el principal teórico de la izquierda revolucionaria de la Segunda Internacional previo a la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, en vez de examinar la visión rupturista para el triunfo del socialismo democrático que Kautsky defendió durante décadas, tanto Post como Muldoon hacen foco sobre el Kautsky posterior a 1910, periodo en el cual sus políticas fueron, es verdad, cada vez más reformistas, pero también cada vez menos influyentes.
Para esta fecha tardía, prácticamente ninguna corriente política influyente en Alemania o más allá buscó implementar las prescripciones políticas de Kautsky. A pesar de su firme giro hacia el centro después de 1909, las peticiones de Kautsky fueron ignoradas por los círculos oficiales burocratizados del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) durante toda la revolución. La militancia radical de Alemania, por otro lado, rechazaron a su mentor por haber abandonado su compromiso de largo aliento con las políticas de clase revolucionarias.
Esta sensación de traición no era infundada. Hasta principios de la década de 1910, Kautsky fue la luz rectora de la extrema izquierda en Alemania, Rusia y en todo el mundo. No es el caso que los escritos de Kautsky hayan sido los culpables del desplazamiento de la socialdemocracia alemana hacia la derecha. Lo que causó la degeneración del SPD no fue un error teórico, sino el ascenso imprevisto de una casta de burócratas del partido, los cuales desdeñaron tanto de los principios marxistas en general, como de la estrategia de clase “intransigente” de Kautsky en particular.
Para esta burocracia, poco importaba que su decisión de apoyar la Primera Guerra Mundial en agosto de 1914 y de dirigir una república capitalista en alianza con la burguesía después de 1917 violara flagrantemente las posiciones oficiales promovidas anteriormente por Kautsky y adoptadas por el SPD en su totalidad. Citando al historiador Hans-Josef Steinberg, la historia de la socialdemocracia alemana desde 1890 hasta 1914 es “la historia de la emancipación de la teoría en general”.
La mayor limitación política del Kautsky de preguerra fue que él, como todo el marxismo de la época, falló en predecir, o en prepararse para, el ascenso de esta burocracia. Como fue el caso con Rosa Luxemburgo y Vladimir Lenin, él asumió de manera incorrecta que el recrudecimiento de la lucha de clases podría remover a los “líderes oportunistas” o forzarlos a volver a una postura de lucha de clases. De esta manera, ni él ni Luxemburgo construyeron una tendencia marxista organizada dentro del SPD que pudiera disputar efectivamente el liderazgo.
Como explica en su biografía definitiva el historiador polaco Marek Waldenberg, la dependencia organizativa de Kautsky sobre el aparato del SPD puso al envejecido teórico en una situación brutal cuando la dirección realizo un giro firme a la derecha a partir de 1909:
Él enfrentó el dilema de, por un lado, empezar la lucha con las tendencias y estados de ánimo [oportunistas] cada vez más dominantes en los eslabones decisivos de la estructura del movimiento obrero, o, por el otro, de adaptarse más o menos a ellos. Si elegía pelear hubiese significado perder la posición del ideólogo y teórico oficial del partido de la que había disfrutado por casi un cuarto de siglo y a la cual estaba apegado fuertemente. Por otra parte, no estaba acostumbrado a “nadar contra la corriente”, tenía entonces casi 60 años, y era un hombre muy cansado y nerviosamente exhausto.
Enfrentado a este desafío imprevisto, Kautsky claudicó. Empezando en 1910, procedió a revertir muchas de sus posturas sobre asuntos estratégicos claves, incluyendo bloques con liberales, participación en coaliciones de gobierno capitalistas y la actualidad de la revolución socialista.
Post sostiene que “la estrategia de Kautsky para romper con el capitalismo [fue] un fracaso en 1918-1919”. Pero como la estrategia de Kautsky debe ser juzgada por las prácticas políticas de los partidos que realmente intentaron implementarla, cualquier balance serio tiene que mirar más allá de Alemania.
Aunque Kautsky giró a la derecha después de 1909, sus teorías radicales tempranas continuaron orientando la política de la izquierda en toda Europa. Esto fue especialmente cierto en la Rusia autocrática y en la Finlandia parlamentaria, donde su influencia fue mayor y donde sus estrategias guiaron a bolcheviques y a socialdemócratas finlandeses a obtener el poder en 1917-18.
La vía democrática al socialismo de Kautsky
Incluso en su momento de mayor radicalidad, Kautsky rechazó la relevancia de una estrategia insurreccional en las democracias capitalistas. Su posición era simple: las masas obreras en países parlamentarios generalmente buscarían usar los movimientos de masas legales y los canales democráticos existentes para perseguir sus intereses. Los avances tecnológicos, en cualquier caso, habían vuelto a los ejércitos modernos demasiado poderosos para ser derrotados con barricadas callejeras al estilo del viejo modelo del siglo XIX. Por estas razones, los gobiernos elegidos democráticamente tenían demasiada legitimidad entre la clase obrera y demasiada fuerza militar para que un enfoque insurreccional sea realista.
La historia ha confirmado las predicciones de Kautsky. No solo nunca ha habido un movimiento insurreccional socialista victorioso bajo una democracia capitalista, sino que solo una pequeña minoría obrera ha apoyado la idea de una insurrección. Por esta razón, las filas más perceptivas de la temprana Internacional Comunista comenzaron rápidamente a volver al enfoque de Kautsky en 1922-23, al recomendar la elección parlamentaria de “gobiernos de trabajadores” como el primer paso hacia una ruptura.
De acuerdo con el balance que hace el sociólogo Carmen Sirriani sobre los intentos de transformaciones anticapitalistas durante el siglo XX, incluso cuando el deseo de una transformación socialista inmediata llegó a instalarse profundamente entre la clase obrera, el apoyo a reemplazar el voto universal y la democracia parlamentaria por consejos obreros, o por otros órganos de poder dual, siempre fue marginal. Esto era verdad incluso antes de que el ascenso del estalinismo socavara la atracción popular del modelo de 1917, y no hay buenas razones para pensar que esto vaya a cambiar en el futuro.
Las corrientes leninistas pocas veces han lidiado con estos hechos, ni mucho menos han proporcionado una explicación convincente de ellos. En otras palabras, han asumido, pero no demostrado, que el modelo insurreccional y de doble poder de la Rusia de 1917 –una revolución que derrocó a un Estado autocrático y no-capitalista, no a un régimen parlamentario– es relevante para democracias capitalistas. De manera similar, Post no ofrece ninguna evidencia para su aseveración de que solo los consejos obreros, y no un gobierno dirigido por socialistas elegido por el voto universal, son capaces de dirigir una ruptura con el capitalismo.
Dada su incapacidad de ofrecer un ejemplo positivo de una estrategia insurreccional, las corrientes leninistas han dirigido sus ataques contra los peligros de usar el Estado existente para una transformación socialista. Muchas de estas advertencias son válidas. En efecto, los marxistas socialistas-democráticos como Kautsky y Ralph Miliband han escrito algunas de las más mordaces críticas de socialistas en el poder. Los obstáculos que Post identifica ya fueron expuestos hace muchos años en las denuncias de Kautsky sobre el reformismo de los socialistas franceses y en la evaluación de Miliband del gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende en Chile.
Post está en lo correcto al señalar que un gobierno de izquierda orientado a una ruptura con el Estado existente, deberá afrontar sabotaje y cosas aún peor de parte de los capitalistas, del aparato represivo y de la burocracia estatal. Sin embargo, en ausencia de una alternativa que sea viable, estas dificultades no son suficientes para rechazar la postura de Kautsky sobre una vía democrática al socialismo. Y al contrario de lo que Post afirma, Kautsky era consciente de las impugnaciones de su estrategia, a las cuales respondió con una perspectiva superadora.
Debe notarse que, desde un comienzo, Kautsky siempre evitó asumir una postura rígida o precisa sobre cómo la transición al socialismo debería realizarse. La historia era demasiado impredecible para certezas de ese tipo: “Estoy completamente convencido de que no es nuestra tarea inventar recetas para las cocinas del futuro…En este campo [el de la revolución] pueden aún aparecer muchas sorpresas para nosotros”.
Dicho esto, Kautsky no guardaba ilusiones respecto a las posibilidades del uso pacífico y gradual de las instituciones del Estado existente para lograr el socialismo. En su perspectiva, la profundidad del antagonismo de clases significaba que “el proletariado jamás puede compartir el poder gubernamental con ninguna clase propietaria”. Por esta razón, él rechazaba tajantemente las afirmaciones del “revisionista” Eduard Bernstein, quien afirmaba que las masas obreras podrían ir, ministerio por ministerio, tomando el Estado.
Post está equivocado cuando sostiene que Kautsky y los socialistas democráticos “no tienen en cuenta cómo el control del capital sobre las inversiones forma una primera línea de defensa contra el intento de usar los cargos electos para derrocar al capitalismo”. De hecho, el influyente clásico de 1902 de Kautsky La revolución social argumentaba que el principal obstáculo que un gobierno de izquierda debería enfrentar sería el poder económico y la resistencia de las grandes empresas:
Una de las peculiaridades de la situación actual consiste en el hecho de que, como ya lo hemos señalado, ya no son más los gobiernos los que nos ofrecen la resistencia más dura…[los explotadores capitalistas] aplican sus fuerzas de forma más audaz y dura que el propio gobierno, el cual ya no está por encima del primero, sino, por el contrario, está debajo.
Kautsky argumentó que la resistencia a un gobierno socialista elegido democráticamente también debe esperarse dentro de las estructuras estatales existentes, en primer lugar y principalmente de las fuerzas armadas. Por lo tanto, siempre insistió en que para derrocar al régimen capitalista se requería la disolución del ejército y el armamento del pueblo. Como señaló, el ejército era “el más importante” sostén del régimen.
Los capitalistas, predijo Kautsky, no respetarían las decisiones de un gobierno socialista, aunque tuviera el apoyo popular de las mayorías. Por esto, habría que anticipar y estar preparado para la “batalla decisiva” que implica una ruptura política y institucional. Por lo tanto, la actividad parlamentaria no era suficiente para la transformación socialista, como Kautsky explicó en 1909:
Imaginen por un momento que nuestra actividad parlamentaria haya adoptado formas que amenacen la supremacía de la burguesía. ¿Qué pasaría? La burguesía trataría de terminar con las formas parlamentarias. Optaría por suprimir la votación universal, directa y secreta antes que capitular tranquilamente ante el proletariado. De modo que la opción de limitarnos a una lucha puramente parlamentaria no está sobre la mesa.
Para derrotar la resistencia de la clase dominante, Kautsky recomendaba a la clase obrera el uso de la herramienta de la huelga general. También afirmaba que aunque los marxistas deseaban y recomendaban una revolución pacífica, debían estar preparados para usar la fuerza si fuese necesario para defender su mandato democrático. Los capitalistas no iban a renunciar al uso de la violencia, por más que los socialistas lo hicieran.
La resistencia a una transformación socialista también vendría de la burocracia estatal. En la evaluación de Kautsky, el aumento de poder del poder ejecutivo y de los funcionarios gubernamentales no electos ya había socavado el poder de los parlamentos democráticamente electos. Llamando a seguir el camino forjado por la Comuna de París de 1871, en la cual prácticamente todos los cargos estatales fueron electos desde abajo, Kautsky sostenía que la democracia representativa tenía que profundizarse radicalmente a través de “la más completa expansión del autogobierno, la elección popular de todos los funcionarios [estatales] y la subordinación de todos los miembros de órganos representativos al control y disciplina del pueblo organizado”.
Dada la naturaleza antidemocrática de los gobiernos modernos, Kautsky concluyó que las principales formas estatales existentes –con la excepción importante de los parlamentos elegidos democráticamente– no podían ser usadas por la clase obrera para su propia liberación:
El proletariado, al igual que la pequeña burguesía, nunca será capaz de dirigir el Estado a través de estas instituciones. Esto no es solamente porque la oficialidad militar, la cima de la burocracia y de la Iglesia siempre han sido reclutados desde las clases más altas y están unidas a ellas por los vínculos más íntimos. Está en su propia naturaleza que estas instituciones de poder se esfuercen en elevarse por encima de la mayoría del pueblo con el objetivo de dominarlos, en vez de servirlos, lo que significa que casi siempre serán antidemocráticas.
En línea con este enfoque, Kautsky insistía en que pelear por una república democrática –la completa democratización del régimen político, la elección de los funcionarios estatales, la disolución del ejército activo, etc.– era un componente central de la política socialista.
En la práctica
La viabilidad de la estrategia de Kautsky fue demostrada en la práctica por la revolución finlandesa de 1917-18. A diferencia de la mayoría de los partidos socialdemócratas de la época, la socialdemocracia finlandesa, orientada por cuadros jóvenes “kautskistas” y liderada por Otto Kuusinen, mantuvo su compromiso con un socialismo democrático radical. A través de la paciente organización y formación de la conciencia de clase, el socialismo finlandés ganó la mayoría en el parlamento en 1916, llevando a la derecha a disolver la institución en el verano de 1917, lo que desencadenó la revolución liderada por los socialistas en enero de 1918. La preferencia de la socialdemocracia finlandesa por una estrategia parlamentaria defensiva no le impidió derrocar al dominio capitalista ni avanzar hacia el socialismo.
Desafortunadamente, esta estrategia ha sido ensayada pocas veces después de Finlandia. Por casi un siglo, la mayoría de la extrema izquierda ha estado desorientada y políticamente marginal a raíz de sus intentos de generalizar la experiencia bolchevique en contextos políticos no autocráticos. Al mismo tiempo, la gran mayoría de los gobiernos de izquierda electos nunca han tratado de avanzar por el camino sugerido por Kautsky debido a la presión moderadora de la burocracia sindical y del inmenso poder económico de la clase capitalista.
Estos son serios obstáculos para cualquier estrategia socialista. Sin embargo, no son insuperables. La experiencia finlandesa y el registro histórico posterior muestran que empujar a gobiernos de izquierda por el camino de la ruptura requiere una corriente influyente de organizadores marxistas comprometidos con la lucha por una estrategia socialista-democrática; dispuestos a impulsar el proceso revolucionario frente a las presiones inevitables de los capitalistas y de los funcionarios sindicales moderados.
Evitar el callejón sin salida de la socialdemocratización requerirá de un grado intenso y sostenido de acción de masas y de organización independiente de la clase obrera fuera del parlamento. Sin esto, incluso el gobierno más bienintencionado fracasará.
No siempre es fácil combinar la acción de masas y el trabajo electoral. Es, sin embargo, posible. Post exagera hasta qué punto están intrínsecamente reñidas cuando escribe que los “docentes en huelga tienen y seguirán teniendo que enfrentarse a una decisión: construir huelgas disruptivas y acciones de masas o confiar en la elección de ‘amigos de la clase obrera’”.
Esta es una falsa dicotomía. La acción electoral de la clase obrera y la autoactividad de masas pueden, igual que lo han hecho muchas veces, nutrirse recíprocamente. En efecto, la huelga docente de 2018, especialmente en Virginia del oeste y en Arizona, fue en parte inspirada por la campaña de primarias del 2016 de Bernie Sanders. Sindicatos de docentes y activistas de todo el país tienen la oportunidad hoy de aprovechar el impulso de la huelga y desafiar a la clase multimillonaria en la forma de iniciativas de impuestos a los ricos y formaciones como Educators for Bernie. Y, como hizo en 2016, Sanders vuelve a utilizar su campaña para apoyar huelgas y acciones desde abajo de la clase obrera. Navegar las tensiones del trabajo electoral y del movimiento de masas es el arte de la política socialista, no hay fórmulas eternas.
Esto efectivamente importa hoy
Nunca vamos a derrocar al capitalismo sin una estrategia realista para hacerlo. Sin antes ganar una elección democrática, el socialismo no tendrá la legitimidad popular ni el poder necesario para liderar eficazmente una ruptura anticapitalista.
Sin embargo, recuperar lo mejor del legado de Kautsky no solo es importante para nuestros objetivos de largo plazo. Construir desde su concepción marxista de un camino democrático al socialismo tiene al menos tres consecuencias prácticas inmediatas.
En primer lugar, alejarse de los presupuestos dogmáticos sobre la generalización del modelo de 1917, ayudaría al que el socialismo abandone otros dogmas políticos. Entre ellos, sobre como debería construirse una corriente marxista y si es correcto en Estados Unidos usar el Partido Demócrata para presentar candidatos socialistas. Aunque todavía hay muchas lecciones positivas que aprender del bolchevismo y de la revolución rusa, la época de construir pequeños grupos –cada uno dedicado a defender su concepción particular del legado leninista– felizmente ha terminado.
En segundo lugar, recuperar la estrategia de Kautsky debería impulsar al socialismo a enfocarse más en la lucha por democratizar el régimen político, una tradición que se ha perdido desde la época de la Segunda Internacional. Mientras que los liberales y socialdemócratas aceptan generalmente las reglas y estructuras gubernamentales existentes, el leninismo muchas veces se ha negado a luchar de manera activa por reformas democráticas importantes, porque lo que buscan es mostrar que el Estado actual es enteramente ilegítimo.
Los marxistas socialistas-democráticos, por el contrario, buscan apoyarse y expandir nuestras instituciones democráticas actuales –las cuales han sido prácticamente todas conquistas de la lucha de clases– como un punto de apoyo desde el cual avanzar hacia una transformación anticapitalista. En un país como Estados Unidos, con su sistema político extremadamente antidemocrático, levantar la lucha por una democracia política es en extremo urgente.
Finalmente, defender los mejores elementos del enfoque de Kautsky es importante para ayudar a militantes a tomar más seriamente el campo electoral. Después de décadas en que el movimentismo apolítico dominó a la extrema izquierda estadounidense, y el mainstream demócrata marcó los contornos del ambiente progresista, la política de masas de la clase obrera finalmente ha vuelto. Alexandria Ocasio-Cortéz y otros activistas radicales recientemente electos han elevado las expectativas de la clase trabajadora y han cambiado la política nacional. El socialismo debe participar de este resurgimiento electoral para promover movimientos de masas y para organizar a cientos de miles de personas en organizaciones independientes de la clase obrera.
Aunque la visión democrática radical de Kautsky no es la última palabra en la política marxista, es un excelente punto de partida. Kautsky tenía razón, y cuando antes se dé cuenta la izquierda de hoy, mejor.