por Luciana Araujo y Lucas Oliveira
Candidato por primera vez a los treinta y cinco años, dirigente de lo que hoy es uno de los mayores movimientos sociales organizados de Brasil –el Movimiento de los Trabajadores Sin Techo (MTST)– Guilherme Boulos fue, también, eslabón importante en una experiencia novedosa para la izquierda brasilera: la construcción de una relación de nuevo tipo entre el partido y el movimiento, una relación no jerarquizada, libre de utilitarismos, que busca desarrollar las actualizaciones programáticas necesarias para la izquierda socialista a partir de la experiencia cotidiana, al calor de la lucha de clases.
En 2018, después de casi dos años de debate en doce de los veintiséis estados brasileros en los que el MTST interviene, Boulos fue candidato a la presidencia de la república por el Partido Socialismo y Libertad (PSOL) junto a Sonia Guajajara, líder indígena de la Articulación de los Pueblos Indígenas de Brasil (APIB).
El PSOL –organización fundada en 2004 a partir del rechazo de algunos sectores de la izquierda socialista brasilera del proyecto de conciliación de clases adoptado durante el primer gobierno de Lula– lanzó este año la candidatura de Boulos a la alcaldía de la ciudad más rica y más desigual de Brasil: São Paulo. El joven dirigente «sin techo» disputará las elecciones acompañado por la nordestina de ochenta y cinco años Luiza Erundina (diputada federal que cumple su sexto mandato y que fue alcaldesa de la capital paulista entre 1989 y 1993) como candidata a vicealcalde.
LA / LO
¿Cómo analizas la situación actual de Brasil y cuáles consideras que son las tareas para enfrentar el período de retrocesos que vivimos y al actual gobierno de extrema derecha, teniendo en cuenta que no se trata solo de Brasil, sino que esta coyuntura forma parte de una realidad internacional?
GB
Brasil, como todo el mundo, está revuelto por la pandemia de coronavirus y por el impacto que esto tiene en la vida de las personas y en la sociedad. Por cierto, la situación es más urgente en Brasil que en la mayor parte del mundo. Somos un epicentro de la pandemia, y evidentemente esto no se debe a causas naturales. Se debe a una decisión política, a la indiferencia política de la que ha dado cuenta el gobierno. Ahora bien, además del coronavirus, Brasil enfrenta a Bolsonaro, quien no solo tiene una responsabilidad directa en el agravamiento y la agudización de la pandemia, sino que está desarrollando un proyecto autoritario.
La izquierda brasilera, el campo popular de Brasil, tiene que enfrentar los efectos de la pandemia mediante propuestas de protección de la vida de las personas, de redes de solidaridad, mientras enfrenta al mismo tiempo la amenaza autoritaria.
Bolsonaro, o mejor dicho, el bolsonarismo –porque no se trata solo de una idea en su cabeza, y la formulación de su estrategia también se topa con límites objetivos– realiza una matemática muy perversa para lidiar con la pandemia. Podríamos decir que se trata de una matemática de la muerte. Era previsible, teniendo en cuenta los datos de la realidad, que el impacto de la pandemia sería devastador si no se tomaban las medidas adecuadas. Nadie puede decir que nos vimos sorprendidos por lo que sucede. Y creo que ellos hicieron una apuesta consciente –macabra, pero consciente: «seguir la corriente», concentrarse en la «protección» del empleo– al presentarse como los «guardianes» de la situación económica, del desarrollo, como los que no querían que la economía se detuviera, como supuestos defensores de los intereses del pueblo, que no puede hacer cuarentena ni someterse al aislamiento.
Apoyándose sobre esta falacia, hicieron la apuesta siguiente: ¿cuánta gente va a morir? ¿100 mil? ¿200 mil? ¿300 mil? La diferencia no es tan importante para ellos. ¿Cuál es el impacto de estas muertes? ¿Cuántos seres queridos tiene cada uno de estos muertos? Creo que ellos hicieron directamente esta matemática fría, la matemática del horror. Suponiendo que cada persona tenga 10 seres queridos, si fallecen 300 mil personas (lo que no deja de representar la mayor tragedia humana en la historia de Brasil) estamos hablando de 3 millones de personas afectadas, poco más del 1% de la población. En cambio, el desempleo, el empeoramiento de las condiciones de vida, afectará a 30, 40 o 50 millones de personas. Creo que el cálculo que hicieron es justamente ese: «que se mueran, total, ¿qué importa?», y al mismo tiempo decidieron presentarse como «los guardianes» de la economía.
Esto, sumado a la ayuda de emergencia –que no estaba en los cálculos, que en realidad fue fruto de la presión de la oposición en el Congreso Nacional–, llevó a un cierto incremento de la popularidad de Bolsonaro justo en el momento en que la pandemia está fuera de control y no hay ninguna estrategia para combatirla, en el momento en que superamos los 100 mil muertos. Lo que demuestra que, a pesar de que desde el punto de vista humano esta estrategia sea desastrosa, desde el punto de vista pragmático surte efecto. Este fue el cálculo que hicieron.
Creo que el desafío que tenemos como izquierda en Brasil, nuestra tarea principal, es derrotar al bolsonarismo, interrumpir el genocidio y poner fin al proyecto autoritario de Bolsonaro. Esas son nuestras tareas. La pregunta es: ¿cómo lo hacemos? Por un lado, construyendo espacios de unidad e intentando erigir articulaciones y frentes que aíslen a Bolsonaro, que debiliten al bolsonarismo creando condiciones para interrumpir el actual proceso de destrucción. Sea mediante el impeachment, la inhabilitación de la candidatura o el avance de la movilización popular. Esto es lo esencial. Y además, para que la izquierda pueda retomar su proceso de inserción popular, para que sea vista como una alternativa creíble por las personas, es necesario que tenga la capacidad de presentar un proyecto. Un proyecto que esté vinculado a las demandas populares, que apunte a un nuevo ciclo que tiene como supuesto la derrota del bolsonarismo, pero que debe indicar también a dónde queremos llegar.
Las lecciones que pueden sacarse del combate contra la pandemia ponen este horizonte sobre la mesa. La pandemia demostró claramente que la lógica neoliberal que ha sido hegemónica a nivel mundial por más de cuarenta años ha fracasado. ¿Qué hizo el mercado, postulado como guía de la sociedad, frente a la pandemia? Especuló con los respiradores, aumentó los precios de la internación hospitalaria, hizo que un pote de alcohol en gel llegue a costar cincuenta reales. Esa es la lógica del mercado: las ganancias por encima de la vida. Esto nunca había sido tan evidente como en la tragedia que estamos viviendo. Está en juego la desigualdad social: ¿quién está muriendo a causa de la pandemia? En São Paulo la mortalidad entre la población negra es 63% mayor [que entre la población «no negra»], lo mismo que en EE. UU. Los veinte barrios en los que más gente murió en São Paulo se encuentran todos en la periferia, y esto se cumple como una regla en todo el mundo.
Se han puesto nuevamente de manifiesto la desigualdad y la segregación como rasgos característicos del capitalismo, la destrucción de cualquier principio solidario y el abandono de las personas a la lógica del «sálvese quien pueda». Y esto plantea la posibilidad, la oportunidad, de discutir otro modelo de desarrollo. Todas las grandes tragedias de la humanidad dejaron lecciones. Una gran guerra, un desastre natural, una pandemia, plantean encrucijadas; hacen que la sociedad se vea forzada a reflexionar sobre los valores que la llevaron hasta ahí. Esa oportunidad puede o no ser aprovechada. Pero la tarea de la izquierda es demostrar que esta oportunidad existe y transformarla en un proyecto que dialogue con las masas.
LA / LO
Tocaste el tema de la política de la muerte, del proyecto político de esta etapa del capital que parece implicar la necesidad de una política de gestión de la muerte frente a la imposibilidad, por ejemplo, de una nueva guerra mundial en el contexto actual. Esta política se dirige particularmente contra las poblaciones negras, contra las mujeres y los oprimidos en general, contra los pueblos originarios, los pueblos colonizados del mundo y las poblaciones «no blancas». ¿Debe la izquierda actualizar también su enfoque para la construcción de un proyecto político y su interpretación de las clases sociales?
GB
Sin dudas. Pero esto estaba planteado mucho antes de llegar a la situación actual, ¿no? Si hablamos de Brasil, estamos hablando de un país que vivió la mayor parte de su historia como una colonia, de un pueblo que vivió la mayor parte de su historia esclavizado. Estamos hablando de un país en el que las marcas de la desigualdad social no se agotan en los ingresos ni en el patrimonio. Las marcas de la desigualdad social se encuentran sobre todo en la división racial, que fue lo que definió y caracterizó a la esclavitud como modo de producción del país y que se expresa hasta el día de hoy en la separación entre quiénes son considerados «ciudadanos» y quiénes son considerados «periferia» en Brasil. Se trata también de las marcas que dejó el genocidio de los pueblos indígenas, las del machismo estructural y de la violencia brutal contra la mujer. Por cierto, tuvimos un episodio revelador en este sentido: el caso de la violación de una niña de diez años y la forma en la cual una parte de la sociedad abordó el tema. Esto es la expresión de todo un caldo de cultivo histórico.
Creo que no hay posibilidad de construir un proyecto de izquierda en Brasil que no sea un proyecto de reparación. Si se presta atención a las transiciones, ¿cómo se dieron, históricamente, en Brasil? La abolición de la esclavitud: una abolición incompleta, una transición hecha por arriba, que mantuvo a los negros como sujetos subalternos en la sociedad y que sostuvo el racismo estructural. Si se presta atención a otra transición más reciente: el fin de la dictadura militar y la denominada «redemocratización». Un proceso que se realizó sin ningún tipo de reparación histórica de los crímenes de la dictadura. Otra vez una transición que se hizo por arriba, con un gran acuerdo de cuya construcción y definición el pueblo fue excluido. Es decir, una redemocratización también incompleta. Todo esto deja marcas. Este tipo de superación nunca completada hace que los grandes problemas se perpetúen junto a las grandes desigualdades y divisiones sociales.
Haciendo una analogía con el psicoanálisis, es lo que Freud llama «el pasado que no pasa». Es algo en nuestro inconsciente que, en vez de elaborar, reprimimos. Y, al reprimirlo, esa represión siempre vuelve, como síntoma, como sueño, retorna en nuestra vida a cada hora. Brasil tiene represiones históricas profundas. La represión histórica de la esclavitud: no fue una superación, no hubo reparación. La represión histórica de la dictadura: no fue una superación, no hubo reparación. Incluso puede decirse que es esto lo que hace que tengamos inculcado un racismo tan brutal y lo que permite que el presidente de la República sea un tipo que defiende la tortura. Esto sería inconcebible en un país que hubiese reparado históricamente los crímenes de la dictadura. Sería inconcebible en un país que hubiera hecho una reparación histórica de la esclavitud. Esto por mencionar solo dos transiciones que dejaron una huella importante en nuestra historia.
Por eso, cualquier proyecto de combate de la desigualdad y cualquier proyecto anticapitalista en Brasil tiene que ser un proyecto descolonizador. Tiene que ser, por definición, un proyecto antirracista. Tiene que ser también, por definición, un proyecto de profundización democrática y de participación popular, consecuentemente antiautoritario. Creo que las marcas de nuestra historia, que todavía llevamos, se plantean como urgencias para un proyecto transformador de nuestro país.
LA / LO
¿Cómo leen los movimientos que se observan entre los sectores de la derecha, que intentan distanciarse pero al mismo tiempo sustentan el proyecto de Bolsonaro?
GB
Nuestra principal tarea es trabajar para aislar lo más que se pueda al bolsonarismo a nivel social. Esto implica que veamos con buenos ojos cómo algunos sectores de la vieja derecha brasilera le sueltan la mano al bolsonarismo y toman distancia. Por supuesto, sin que esto implique confiar en estos sectores, dado que sabemos quiénes son y qué representan.
Pero es preferible que estos sectores se desvinculen del bloque bolsonarista y que lo dejen aislado a que se aproximen a él. Basta ver cómo la coalición de Bolsonaro con el centro terminó fortaleciendo al gobierno, que estaba contra las cuerdas. Es mucho mejor para nosotros que el centro esté contra Bolsonaro en vez de que esté a favor. Esto incluso teniendo en cuenta, desde un punto de vista práctico, la posibilidad de un proceso de impeachment. Esto es importante, y debe conllevar iniciativas políticas de nuestra parte. No somos meros observadores de la coyuntura.
Debemos lanzar iniciativas políticas para concretar algún tipo de articulación antibolsonarista, en defensa de la democracia, contra el autoritarismo, contra el fascismo, en donde quepan todos aquellos que comulguen con esta bandera. No llamaría a esto un frente, término que generó mucha confusión táctica en la izquierda. «¿Es frente amplio? ¿Es frente de izquierda? ¿Es frente popular?» Tal vez llamarlo frente sea la forma más didáctica de expresarlo. Aunque da la sensación de que se trata de una articulación permanente y orgánica cuando éste, ciertamente, no es el caso. Pero creo que es importante contar con espacios de defensa de la democracia que sean amplios y plurales con el objetivo de aislar al bolsonarismo.
Por otro lado, tenemos que saber cuáles son los límites de estos sectores. No van a combatir a Bolsonaro hasta las últimas consecuencias. La mejor expresión de esto, de la relación que mantienen estos sectores con el bolsonarismo, es el hecho de que Rodrigo Maia recibió más de treinta pedidos de impeachment. Pero estos sectores no están realmente en contra del proyecto de Bolsonaro. Creen que el proyecto de Bolsonaro está bien, que el único problema es que Bolsonaro tiene sus arranques, que es demasiado excéntrico, que habla mucho. Ese es el tipo de diferencia puntual que tienen con el bolsonarismo. Otras veces se trata de diferencias que tienen que ver con proyectos personales, político-personales o político-partidarios, como en el caso de Doria, que cuando le convino estar cerca de Bolsonaro para tener capital electoral se convirtió en «Bolsodoria», y comenzó a atacarlo cuando vio que necesitaba desvincularse para construir un proyecto propio para 2022. Por lo tanto, para una parte de estos sectores se trata de oportunismo político puro y simple, y para otra parte se trata de diferencias puntuales con Bolsonaro. Acuerdan con la agenda, pero piensan que esta puede implementarse con mucha más delicadeza.
Entendiendo cuál es la postura de estos sectores, sin olvidar que son nuestros adversarios, tenemos que comprender que aun así hay algunos que eventualmente pueden cumplir un rol para aislar al bolsonarismo. Representan otro campo político, otro proyecto político, un proyecto de retroceso, profundamente antipopular, y por eso deben ser combatidos. Las elecciones actuales sirven como ejemplo. Puede verse en las municipales, que tendrán una relevancia nacional nunca antes vista en Brasil. Hay que ver quiénes serán nuestros opositores aquí en São Paulo, en la ciudad más grande del país. Está claro que el bolsonarismo será nuestro oponente, pero también lo serán los «tucanos» [Partido de la Social Democracia Brasileña]. Doria y Bruno Covas serán nuestros oponentes. Por lo tanto, nos enfrentamos a dos bandos distintos. Tenemos que tener la madurez para entender la diferencia que existe entre ellos y afinar la táctica, sobre todo para lidiar con la derecha tradicional brasilera, pero sin perder de vista que estamos frente a dos bandos distintos, que tenemos dos contrincantes en la lucha política.
LA / LO
En este proceso, especialmente en las elecciones, ¿cómo piensas que debe actuar el PSOL para dar una disputa a nivel social, tanto frente a las capas sociales hegemonizadas por la izquierda tradicional como frente a las que han sido capturadas por este discurso sobre las diferencias de tono en la aplicación del mismo proyecto? ¿Qué debería hacer el PSOL para posicionarse como una novedad, como proceso nuevo en el marco de una experiencia histórica alternativa?
GB
Hay que constatar que el PSOL ha tenido un crecimiento importante en su base social y electoral, aunque muy enfocado en la representación parlamentaria. Y si se atiende al perfil de ese crecimiento, se comprueba que se ha dado sobre todo en la juventud, en los movimientos y en el activismo por la diversidad, en el movimiento de mujeres y en el movimiento antirracista. El PSOL ha ganado a sectores dinámicos de la sociedad, que han identificado realmente al partido como su canal de expresión política y electoral. Esto es importante, pero es insuficiente para construir un proyecto capaz de derrotar al bolsonarismo y de abrir un nuevo ciclo de izquierda en Brasil. Para esto, la gran tarea del PSOL es volverse popular. El PSOL enfrenta un desafío histórico. Dependerá de su capacidad para ejecutar la tarea que se le plantea en la actualidad, que es la tarea de insertarse en las masas populares, el que esté o no a la altura de inaugurar un nuevo ciclo, de impulsar un nuevo ciclo de izquierda en el país y de ser una alternativa real de poder. Así lo veo yo. El mayor desafío del PSOL es bañarse de pueblo, sin perder su capacidad dinámica ni su capacidad de diálogo con los sectores que son la vanguardia de la lucha social brasilera. El PSOL debe lograr una mayor inserción a nivel popular.
No creo que se trate, en general, de volver a inventar la pólvora. Está claro que el mundo cambió, la forma en que se comunican las personas cambió. Ya no es más el mimeógrafo, ahora es el WhatsApp. Las formas de comunicación son distintas, y siempre la gente tiene una idea determinada al hablar, por ejemplo, de trabajo de base. Piensen en las CEBs [Comunidades Eclesiales de Base] de los años 1980, que serían como la pólvora en esta historia. Pero hay algo de esto que cambió y que es necesario comprender. ¿Qué significa hoy, por ejemplo, disputar la conciencia en las redes sociales? ¿Qué podemos aprender incluso de las técnicas utilizadas por la extrema derecha para lograr cierta capilaridad social a través de WhatsApp? Ellos lo utilizan para hacer circular fake news, pero esto no tiene que ser así necesariamente.
Por otro lado, hay cosas que permanecen, y nosotros fuimos derrotados cuando nos olvidamos de ellas. Digo «nosotros» aquí para referirme al proyecto progresista, al proyecto de izquierda que se desconectó del pueblo de la periferia. Dejó de construir redes de contacto, de solidaridad, de presencia. La pregunta es: una señora que vive en la favela de Paraisópolis, aquí en São Paulo, a la que se le acabó el gas y cuyo hijo fue asesinado por la policía. ¿A quién va a recurrir? ¿Va a recurrir a la izquierda o al pastor? Esa es la cuestión. Tenemos que construir una inserción que hoy no tenemos en la periferia urbana, sobre todo en Brasil, para convertirnos en una referencia cotidiana para el pueblo, para reconstruir un vínculo de confianza y credibilidad. Ese espacio que las iglesias neopentecostales ocuparon progresivamente –siendo una parte de ellas, no todas, instrumentos de un proyecto político atrasado y conservador– es un espacio que la izquierda, los movimientos sociales y los partidos dejaron vacío.
El PSOL tiene la tarea histórica fundamental de volver a ocupar ese espacio. Esto lleva su tiempo. No estamos hablando de un proyecto para las próximas elecciones. Entretanto es posible tener victorias electorales, porque la dinámica electoral depende de otros factores. Pero debe tenerse en cuenta que, si no nos abocamos a esta tarea, no tendremos victorias históricas. Podemos y debemos trabajar asiduamente para ganar elecciones. La cosa no es mecánica: construir primero trabajo de base en el pueblo para después disputar las elecciones. La vida no es así. Además, las elecciones, si las utilizamos como un momento para disputar principios, también pueden ser consideradas como una forma de trabajo de base y de inserción popular. Pero esto tiene que ir acompañado de un trabajo continuo. No se puede alternar entre la disputa ideológica y el trabajo de base cada cuatro años. Porque esto contribuye a la pérdida de credibilidad frente al pueblo. Y esto es así también para la izquierda.
Creo firmemente que la mayor tarea que enfrentamos, para crecer y llegar a estar en condiciones de tener una victoria histórica en Brasil, para disputar realmente el poder, es la de construir un proyecto de mediano y largo plazo de reconexión con los sectores populares de nuestro país. Si conseguimos hacer esto, la izquierda y el PSOL serán alternativas reales en Brasil.
LA / LO
En este sentido hay dos puntos que son fundamentales para el debate: por un lado, está en juego una relación de nuevo tipo con los movimientos sociales organizados y, por otro lado, en un país como Brasil –aunque no exclusivamente, puesto que tal vez sea el caso en toda América Latina– está en juego una relación y una respuesta al espacio que están ocupando las iglesias (en particular las iglesias más vinculadas a una perspectiva fundamentalista y a la conservación del orden establecido). ¿Cómo evalúas estas perspectivas y los pasos que se dieron en el último tiempo?
GB
Creo que tenemos que superar el estigma que la izquierda impuso sobre los evangélicos. Una parte de la izquierda, que en algunos casos llega a ser elitista, tiene la idea de que el evangélico es ignorante y no es más que un objeto de manipulación de la derecha. Obviamente la vida es mucho más compleja. Participo de un movimiento social que tiene una base mayoritariamente evangélica desde hace más de veinte años. Y son evangélicos que ocupan tierras para luchar por la vivienda, que cortan rutas, que ocupan las alcaldías, que marchan a Brasilia…
LA / LO
Muchos dirigentes evangélicos, en muchos casos mujeres, tienen un proyecto que está más vinculado con las tradiciones de izquierda.
GB
Incluso en el PSOL tenemos dirigentes evangélicos. El pastor Henrique Vieira es el más visible.
LA / LO
Y en el MTST y otros movimientos populares hay muchas mujeres evangélicas que cumplen roles de dirección.
GB
Son líderes. Mujeres que organizan ocupaciones de tierras, que organizan regiones enteras, núcleos políticos, y que son evangélicas. Tenemos que abandonar ese estigma, porque favorece un cierto alejamiento. El otro día conversé con el pastor Levi en un live. Es una figura muy interesante. Me dijo «mira, esa postura de la izquierda de ‘no te acerques, es evangélico, mira para otro lado’, genera una actitud recíproca, ¿no? Fortalece una actitud recíproca en la relación que los evangélicos mantienen con la izquierda». Entonces se genera un abismo que luego es muy difícil de atravesar.
Es tiempo de que la izquierda asuma el desafío de construir un diálogo con los evangélicos. Y esto no significa construir un diálogo religioso. Significa, antes que nada, construir un diálogo a partir del «estar presentes» en las bases. Lo que las Iglesias evangélicas hicieron, fue lo que hizo la Iglesia católica en los años ochenta con las Comunidades Eclesiales de Base. Este es el deber principal: estar en el territorio, convertirse en una referencia, construir redes de solidaridad. Ese es el elemento popular que hoy expresa mayoritariamente la Iglesia evangélica.
La otra cuestión es un debate de principios, pero es un debate frecuentemente descuidado. Lo peor que puede hacer la izquierda es confrontar al pueblo evangélico con sus consignas. Sobre todo en los temas que sabemos que son muy sensibles para la moralidad de ese pueblo. No estoy hablando de bajar las banderas, de dar marcha atrás, sino de saber cómo debatir. No debatir de manera ofensiva, no debatir de manera irrespetuosa. Saber hablar con la gente entendiendo cuál es su comprensión, cuáles son su concepción y su conciencia acerca de esos temas. Falta mucho todavía. Solemos tener una línea muy autoproclamatoria, por más que a veces sea necesaria dada la importancia que tienen algunos temas. El tema LGTB: todos los días muere una persona LGTB como víctima de la violencia. El tema del aborto, que ahora vuelve a estar en cuestión luego del caso de violación de la niña de diez años. Nuestro impulso es adoptar un discurso extremadamente ofensivo. Pero tenemos que saber contener este impulso. Porque en el caso contrario, le damos letra a los pastores reaccionarios. Es fundamental poder desarrollar este debate. Saber dar el debate, por ejemplo, sobre el «espíritu emprendedor». Esto caló hondo en el pueblo evangélico. ¿Cuál es nuestra propuesta en relación al tema de la iniciativa individual, que es un tema que la ética evangélica, la Teología de la prosperidad, presenta como solución a las personas y que hoy es un sentimiento hegemónico en la periferia? ¿Simplemente vamos a negarlo?
LA / LO
Un sentimiento hegemónico que tiene toda una historia, que se fortaleció cuando la mayoría de la población se vio obligada a doblegarse frente a él: desde los esclavos, que compraban su libertad con lo que ganaban, hasta la población, que hoy es abandonada a su propia suerte.
GB
¡Claro! El «espíritu emprendedor» es un nombre «bonito» que usan para hablar del trabajo precario, de la iniciativa por cuenta propia que desarrolla cotidianamente el pueblo brasilero. El mercado de trabajo formal nunca fue la forma completamente dominante entre el pueblo brasilero. Siempre estuvieron los «precarizados» que vemos hoy: el tipo que trabaja por cuenta propia, que se las arregla, que hoy está en Uber, que es repartidor en una moto. Este tipo siempre existió –de distintas formas– en Brasil.
Y necesitamos poder dar una respuesta frente a esto. Nuestra respuesta no puede agotarse en defender las CLT para todo el mundo. Obviamente, tenemos que defender la formalización del trabajo, la garantía de derechos, la garantía del acceso a una jubilación. Esas son banderas históricas de combate contra la desigualdad y de defensa de los trabajadores. Pero también tenemos que saber dialogar con las iniciativas individuales, desde la señora que vende pasteles en la entrada del metro de Capão Redondo a las seis de la mañana hasta el joven que tiene la idea de fundar una startup, o cualquier otro proyecto de este tipo. Tenemos que construir una propuesta que incluya a esta gente. Esto está muy vinculado con nuestra capacidad de dialogar con la base evangélica que hoy está muy presente en la periferia.
LA / LO
Además de lo que ya mencionaste acerca del abandono de una base social que se vio obligada a buscar otras alternativas, ¿cuáles crees que fueron los principales errores de la izquierda en el continente? ¿Cuáles fueron los principales límites que enfrentamos durante los últimos treinta años?
Hoy por hoy señalaría tres grandes límites de las experiencias progresistas. No digo las experiencias de América Latina, porque fueron muy heterogéneas entre sí: no es lo mismo hablar del chavismo en Venezuela que del lulismo en Brasil, de Evo en Bolivia, de Correa en Ecuador o del caso de Argentina. Cada uno tuvo sus peculiaridades históricas, a pesar de que, en algún sentido, puedan ponerse en la misma bolsa del ciclo progresista de la primera década del siglo XXI en América Latina. Pero voy a hablar sobre todo de Brasil.
En primer lugar, creo que un límite importante de los gobiernos petistas fue optar por un programa de mejoras sociales, un programa de reducción de la pobreza, sin proponer reformas estructurales. Es lo que llamamos «estrategia de conciliación», que consiste en decir «vamos a dar la Bolsa Familia, un programa social, hacer que más personas entren en las universidades, mejorar la inversión pública, mejorar la vida del pueblo». Pero todo esto fue realizado sin combatir los privilegios históricos de los sectores dominantes, sin realizar una reforma tributaria, ni una reforma del sistema financiero; sin combatir los intereses abusivos de los bancos, ni reorganizar de alguna forma el Estado brasilero, que favorece la concentración en vez de la redistribución. En fin, se trata de todo un conjunto de reformas que serían esenciales para combatir los privilegios históricos, para avanzar en una reparación histórica.
Un segundo límite importante fue la ausencia de una disputa de principios a nivel social. Lo que dice Mujica, refiriéndose al ciclo latinoamericano como un todo: «no formamos ciudadanos, formamos consumidores». O sea, fortalecimos la lógica del consumo, el hecho de poder comprar un auto, como sinónimo de victoria, de prosperidad en la vida, sin dar una disputa por los principios ni por el modelo.
Hoy estamos pagando el precio de esto con la sociedad del horror. Una parte importante de las personas que mejoró su vida durante los gobiernos del PT votó a Bolsonaro, y hoy forma parte de la base social del bolsonarismo. No se realizó una disputa del tipo: «¿Será ‘sálvese quien pueda’ o será la solidaridad? ¿Qué modelo de desarrollo queremos?» La idea de mejorar los ingresos de los más pobres y de garantizar el crecimiento económico como fines últimos, sin dar una disputa por el proyecto, por los principios, por el modelo de sociedad, nos llevó a donde estamos.
Y en tercer lugar está el problema de no haber avanzado en la democratización de la sociedad. Los propios gobiernos petistas fueron víctimas de esto. Fueron rehenes de esta política cuando naturalizaron la idea de que la gobernabilidad se agota en tener la mayoría parlamentaria, utilizando los mismos métodos tradicionales con los que siempre se la consiguió en Brasil. Así sufrieron un golpe en 2016, en el momento en que se encontraban más frágiles y en el que habían perdido esa mayoría parlamentaria.
Por lo tanto, faltó la construcción de procesos de participación, faltó la democratización del poder en Brasil, faltó abrir espacio para gobernar junto a los movimientos sociales, fortalecer los procesos de movilización de la sociedad, que en algunos casos pueden llegar a ser decisivos. Pueden ser decisivos, por ejemplo, a la hora de forzar al Congreso Nacional a que abandone sus privilegios. Nadie niega la correlación de fuerzas real, nadie niega que la izquierda nunca tuvo la mayoría en el Congreso y que necesita del Congreso para muchas cosas. Pero tener gobernabilidad no se agota en el «toma y daca», y esta no es la única forma de gobernar un país. Estimular la movilización popular y la movilización social puede llegar a cambiar la relación de fuerzas. Cada diputado en el Congreso solo está ahí para ser reelecto cuatro años después. Si se crean y construyen las condiciones adecuadas en la sociedad –y tener el Poder Ejecutivo es fundamental para esto– se abre espacio a transformaciones más profundas. Señalaría estos tres puntos como los principales límites que enfrentaron los gobiernos petistas.
LA / LO
¿Cuáles son los principales parámetros para responder a la situación y avanzar con la perspectiva de un nuevo ciclo de reorganización y rearticulación de la izquierda, tanto en Brasil como en América Latina?
GB
En cierto modo, estuvimos hablando de esto todo el tiempo. Uno muy importante: poner el eje en combatir a la extrema derecha. La extrema derecha no solo creció en Brasil. Se convirtió en un fenómeno político relevante en toda América Latina y también en el mundo. Uno de nuestros objetivos es construir una línea y una táctica de unidad que fortalezcan el combate contra la extrema derecha.
Segundo punto: claridad programática para no repetir los mismos errores del ciclo anterior, lo que implica un programa basado en el combate contra el capital financiero, comprendiendo la importancia de convertir al Estado en un instrumento de distribución, de combate de la desigualdad. Un programa que entienda que el combate contra la desigualdad no se agota en mejorar los ingresos. Se trata de combatir las distintas formas de desigualdad y opresión que atraviesan la sociedad, lo que implica tener un programa eminentemente antirracista, antimachista, que valore la diversidad y que le dé espacio a los pueblos originarios.
Tener la capacidad de trazar un nuevo modelo de desarrollo: Brasil hoy se consolidó en la escena mundial como «la granja de China». Y fue toda América Latina la que se consolidó en esta posición, debido al proceso de reprimarización que se implementó en función de un modelo extractivista, dominado por un agronegocio rapaz que envenena la comida, que destruye los ríos, los montes y los pueblos que habitan en ellos. Por lo tanto, además de combatir la desigualdad social de forma integral, es fundamental poner sobre la mesa otro modelo de desarrollo que presente alternativas a la destrucción ambiental.
También es importante la descolonización de los bienes comunes. Creo que este tema ganó mucha fuerza con la pandemia, y tenemos que encontrar la forma de transformarlo en un programa, en una propuesta política. Por ejemplo, la salud: cuando defendíamos en Brasil el SUS [Sistema Único de Salud] nos trataban de dinosaurios. De repente, el SUS se convirtió en un consenso nacional, el profesional de la salud que era tildado de «vagabundo, privilegiado, parásito», se convirtió en un héroe de la nación. Esto abre un espacio que nos permite debatir que la salud no es una mercancía (y que tampoco lo son la educación, el agua, ni la tierra). Son bienes comunes esenciales para la vida. Esa recuperación de lo público, esa recuperación de lo común, tiene que ser un eje importante en un programa de izquierda que apunte hacia el futuro.
Y por último, la conexión con el pueblo. Es un tema del que ya hablamos. La izquierda solo va a ser capaz de impulsar realmente un nuevo ciclo si se apoya en las masas, en el pueblo, si tiene la capacidad de hablar con el pueblo, de dialogar con el pueblo y de estar junto al pueblo. Creo que estos son los desafíos principales que veo en la tarea de renovar y de reinventar la izquierda que necesitamos en Brasil y en América Latina.
LA / LO
En este escenario marcado por la mayor pandemia del siglo, ¿qué lugar tienen las elecciones municipales? ¿Y qué lugar tiene tu candidatura, que es el resultado de un movimiento social que ganó mucho peso durante el último período y que ha realizado grandes experiencias de construcción cotidiana con esta perspectiva programática a la que apuntas?
GB
El desafío que enfrentamos en las elecciones de São Paulo, además de lo obvio –derrotar al bolsonarismo, derrotar a los «tucanos» y al proyecto que solo ve a la ciudad como un negocio– es mostrar que hay una alternativa. Que esta alternativa es real, incluso, en un escenario devastador como el que vivimos, con más de 100 mil muertos, con Bolsonaro en el gobierno, con una crisis económica que se avecina y que pondrá a nuestro pueblo en una situación muy difícil. Aun en este escenario, es posible construir un proyecto nuevo de sociedad. São Paulo es la ciudad más grande de Brasil, y lo que sucede allí resuena en todo el país. Y si derrotamos al bolsonarismo en São Paulo y, además de eso, construimos un proyecto que lleve esperanza, que coloque a la periferia en el centro, que haga del combate contra la desigualdad el eje central de un gobierno popular, que muestre que esto es posible –aunque sea a escala municipal, con todos los límites que esto implica–, entonces será posible dar comienzo aquí a la derrota del bolsonarismo y al impulso de un nuevo ciclo de izquierda.
Por eso no creo que estas elecciones sean simplemente municipales. Está claro que tenemos por delante el desafío de pensar un proyecto de ciudad. São Paulo es una de las ciudades más desiguales del planeta. En los 25 kilómetros que separan a los Jardines de Cidade Tiradentes, la expectativa de vida de las personas pasa de ser de 80 a 56 años. En los 25 kilómetros que separan Moema o Higienópolis de Jardim Ângela, el IDH pasa de ser equivalente al de Suecia a ser equivalente al de los países más pobres del mundo. Son dos mundos que existen en una misma ciudad.
Por eso un proyecto que combata la desigualdad en São Paulo, que tenga una fuerte participación popular, que invierta las prioridades, que coloque a esa periferia en el centro, puede llegar a ser un ejemplo de lo que queremos para Brasil. Y además de esto, puede ser un ejemplo de lo que es posible alcanzar en Brasil. Esa utopía concreta es lo que podemos construir y mostrar en un gobierno popular de São Paulo. Creo que este será nuestro desafío en la campaña y en un eventual gobierno.