¿Por qué Trump se mostró tan solícito con Zohran Mamdani, el flamante alcalde electo socialista democrático de Nueva York, cuando visitó la Casa Blanca este viernes? Durante toda la campaña, Trump atacó a Mamdani, tildándolo de comunista que destruiría Nueva York. Incluso le dio un respaldo de último momento a Andrew Cuomo.
Mamdani luego fue a la Casa Blanca y mostró respeto hacia el hombre al que había castigado públicicamente durante su campaña. Mamdani exhibió una notable autodisciplina y sonrió durante toda la reunión. Fue una ofensiva de encanto.
Los dos se reunieron en privado antes de recibir a periodistas y cámaras de TV para una conferencia de prensa conjunta. Trump se dio cuenta rápidamente de que Mamdani no iba a entrar en una pelea. Mamdani estaba allí para hablar de políticas públicas y de ayuda federal. Trump no pudo intimidarlo ni desconcertarlo: Mamdani mantuvo la calma y se negó a jugar según las reglas de Trump. Este comprendió que Mamdani lo tenía calado y cambió enseguida el tono, halagando al alcalde electo de treinta y cuatro años. «Me siento muy confiado en que puede hacer un buen trabajo», dijo Trump.
Varias veces durante la conferencia, Trump afirmó que quería que Mamdani tuviera éxito e, increíblemente, que el gobierno federal lo ayudaría. Falta ver qué significa eso realmente, si es que significa algo. ¿Revertirá el Departamento de Transporte su oposición al peaje por congestión? ¿El Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano le dará a la ciudad de Nueva York más subsidios de vivienda? ¿El Departamento de Comercio o el de Agricultura financiarán en la ciudad un programa piloto de supermercados de propiedad municipal en zonas sin acceso a alimentos?
Trump no es muy propenso a hacer mucho por Nueva York. Pero el viernes quería que lo vieran como aliado de Mamdani, no como enemigo. ¿Por qué?
La cordialidad de Trump hacia Mamdani tiene raíces tanto psicológicas como políticas, aunque a veces es difícil saber dónde empieza una cosa y dónde termina la otra. Como buen político, Mamdani «leyó la sala». Entendió las debilidades de Trump y las aprovechó. Probablemente temía que Trump le tendiera una trampa. Incluso si sus equipos habían acordado el formato y el contenido general del encuentro, Trump es impulsivo. Su enojo y sus resentimientos quedaron totalmente expuestos en las últimas semanas. Arremetió contra periodistas y usó su plataforma Truth Social para atacar a sus enemigos con largos berrinches (aún más extensos e incoherentes de lo habitual).
Pero, como la mayoría de los matones, a Trump no le gustan las confrontaciones personales (salvo con periodistas y mujeres), a menos que pueda intimidar. Seguramente reconoció que no iba a intimidar al seguro, confiado y rápido de reflejos Mamdani, que acababa de lograr una de las victorias políticas más increíbles y contra todo pronóstico de la historia reciente estadounidense.
Dos palabras que Trump usa mucho son «ganador» y «perdedor». Le gustan los ganadores. Y cuando quiere atacar a un enemigo u oponente, lo llama «perdedor». Es una de sus palabras favoritas. Por encima de todo, Trump quiere ser temido y querido a la vez. Disfruta de la intimidación, pero también quiere ser halagado. Basta ver cómo logró que sus propios secretarios de gabinete se sometieran a escenas embarazosas, casi serviles, de elogios públicos frente a las cámaras, algo que le encanta.
Trump solo tiene unas pocas creencias básicas, entre ellas el racismo, el sexismo, el antisemitismo y el nativismo. Otra creencia central, que aprendió de su mentor, el abogado mafioso Roy Cohn, es no admitir jamás un error y nunca pedir disculpas. Trump no tiene una ideología estructurada sobre gobernanza, política global, derechos humanos o cuestiones de justicia, igualdad o federalismo. No le importa la política pública ni cómo funciona el Estado. No lee los informes que le prepara su staff. Depende de gente como Stephen Miller —un fascista de verdad— para definir políticas. (Seguramente Miller se quedó helado cuando Trump decidió reunirse con Mamdani). Por encima de todo, Trump es transaccional. Ve el gobierno en clave de acuerdos cortoplacistas. Sus idas y vueltas delirantes sobre los aranceles son una muestra clara.
Elige gente por lealtad, no por competencia. Basta ver cómo el Departamento de Justicia arruinó la causa contra James Comey y el intento de lograr que Texas sumara cinco bancas más en el Congreso, algo que un tribunal federal declaró ilegal en gran parte por lo mal redactado del escrito judicial. El gabinete de Trump está lleno de aduladores. ¿En qué mundo alguien querría a un incompetente como Kash Patel como director del FBI, a Kristi Noem como secretaria de Seguridad Nacional, a Scott Bessent en el Tesoro, a Pam Bondi como fiscal general y a Howard Lutnick en Comercio? La administración Trump es como los Mets de 1962, a quienes el periodista Jimmy Breslin llamó «la banda que no podía acertarle ni por casualidad».
No olvidemos el contexto ni el momento. Los índices de popularidad de Trump están en su mínimo histórico. Sus números en las encuestas se vienen abajo. Una mayoría significativa de estadounidenses rechaza sus políticas, su corrupción, su indiferencia frente a las dificultades económicas de la gente y sus gastos opulentos de estilo Edad Dorada, incluida la demolición ilegal del Ala Este de la Casa Blanca.
Hoy hay más de 250 socialistas democráticos ocupando cargos públicos en Estados Unidos —desde concejos municipales hasta el Congreso—, la cifra más alta desde alrededor de 1912. Hay miles de funcionarios progresistas que no se llaman socialistas pero comparten parte de sus agendas. El 4 de noviembre, además de Mamdani, los votantes de Seattle eligieron a la socialista Katie Wilson como alcaldesa; los de Buffalo a Sean Ryan, un exabogado laboralista progresista, también como alcalde; y hasta demócratas moderados como la gobernadora electa de Nueva Jersey, Mikie Sherrill, y la gobernadora electa de Virginia, Abigail Spanberger, ganaron sus carreras criticando a Trump, a la clase multimillonaria, la creciente brecha de riqueza y las dificultades de las familias para llegar a fin de mes. El hecho de que Mamdani fuera solo uno entre varios demócratas liberales y de izquierda que ganaron sus elecciones este mes seguramente irrita a Trump, porque sabe que esos votos no fueron solo a favor de los demócratas, sino en su contra.
Uno de los pocos placeres de Trump es subirse al escenario en actos y mitines MAGA, donde el público lo adora. Cada vez que necesita un impulso psicológico, su equipo le programa un mitin MAGA (o una charla para dueños de franquicias de McDonald’s) donde puede despotricar más de una hora y recibir los aplausos que tanto necesita. Pero ahora, incluso algunos republicanos MAGA están abandonando el barco porque no quieren quedar demasiado asociados con el presidente cuando busquen la reelección. Y un número creciente entre la base MAGA está furioso con Trump por el escándalo Epstein. Y quizá lo más humillante de todo: lo abuchearon en un partido de fútbol hace poco.
Trump debe saber que los demócratas probablemente ganen la mayoría en la Cámara de Representantes en las elecciones de medio término del año que viene, lo que frenará buena parte de su agenda. Por eso está tan desesperado por lograr que los gobernadores republicanos agreguen más distritos favorables a su partido. Pero muchos no cumplen. Por ejemplo, Indiana, un bastión republicano, le dijo «no, gracias» cuando Trump les pidió que redibujaran los mapas electorales.
Trump debe estar revolcándose en la autocompasión en este momento. Necesitaba, más que nada, buenas fotos y algo de adulación. Mamdani, más inteligente, estratégico y disciplinado que Trump, se lo concedió.
Da la impresión de que Trump quedó deslumbrado. Aunque no coincide en nada con lo que Mamdani defiende, no puede negar que Mamdani es un «ganador». Es inteligente, atractivo y carismático. Para Trump, apareció de la nada y derrotó a la clase multimillonaria neoyorquina. Eso debió impresionarlo. También sabe que, por el momento, Mamdani es un fenómeno, el favorito de los medios tradicionales, aunque muchos sean escépticos respecto de su agenda.
Trump incluso le tiró un salvavidas. Cuando un periodista le preguntó a Mamdani: «Llamaste al presidente fascista, ¿todavía lo piensas?», el alcalde electo dudó en responder. Entonces Trump sonrió y le dijo: «Está bien. Puedes decir que sí. Es más fácil. Más fácil que explicar». Cuando otro periodista recordó que durante la campaña Mamdani lo llamó «déspota», Trump lo interrumpió: «Me llamaron cosas mucho peores que déspota. Así que no me resulta tan insultante». Esto mostró que hasta el Trump permanentemente enojado y ceñudo tiene sentido del humor. No fue irónico.
Mamdani fue lo suficientemente astuto como para encontrar puntos en común con Trump. Trump prometió bajar los precios y hacer que Estados Unidos fuera más accesible para vivir. No cumplió, pero Mamdani sabe que si logra que Nueva York sea una ciudad más accesible, Trump intentará llevarse parte del mérito. Explicando su victoria, Mamdani dijo: «Hablamos con todos estos votantes de Trump, y nos dijeron una y otra vez que su mayor preocupación era la accesibilidad». Es probable que Mamdani hablara de esto con Trump antes de la conferencia, explicándole cómo ganó o amplió sus márgenes en zonas de Nueva York que se habían volcado hacia Trump.
Con Mamdani a su lado, Trump dijo: «Algunas de sus ideas son realmente las mismas ideas que yo tengo», «Coincidimos en muchas más cosas de las que pensé» y «Creo que este alcalde puede hacer cosas que van a ser realmente grandes». Trump señaló: «Él quiere ver una ciudad sin crimen. Quiere ver que se construya vivienda. Quiere ver que bajen los alquileres, todas cosas con las que estoy de acuerdo. Podemos disentir en cómo lograrlo». Cuando un periodista le recordó a Trump que durante la campaña Mamdani él había amenazado con recortar fondos para Nueva York si el activista socialista ganaba la elección, el presidente minimizó el asunto. «Espero ayudarlo, no perjudicarlo», dijo.
Ambos reconocieron que en su reunión privada antes de la conferencia discutieron la oposición de Mamdani a las operaciones de ICE en la ciudad. Mamdani dijo: «Hablamos de ICE y de la ciudad de Nueva York, y expliqué que las leyes que tenemos permiten que el gobierno local hable con la administración federal respecto de unos 170 delitos graves. Las preocupaciones de muchos neoyorquinos tienen que ver con la aplicación de las leyes migratorias en los cinco distritos y, recientemente, con el caso de una madre y sus dos hijos, algo que tiene muy poco que ver con ese tipo de delitos».
Trump respondió: «Lo que hicimos fue hablar de crimen. Más que de ICE en sí, hablamos de crimen. Y él no quiere ver crimen, y yo no quiero ver crimen, y tengo muy pocas dudas de que no vayamos a llevarnos bien en ese tema». Ambos dejaron claras sus diferencias, pero Trump, de manera atípica, mostró algo de disciplina y autocontrol.
Como alcalde de Nueva York, Mamdani tiene una tarea dificilísima. Debe dirigir una administración dedicada al mantenimiento urbano: recolectar la basura, arreglar los pozos en las calles, asegurarse de que los parques y plazas estén bien cuidados, y garantizar que las escuelas y hospitales tengan los recursos necesarios y que la policía responda rápido a los llamados al 911. Quiere subirle los impuestos a los ultrarricos, ofrecer transporte gratuito en colectivo y educación preescolar universal. Para lograr todo eso, debe trabajar con la gobernadora Kathy Hochul y la legislatura estatal, porque la ciudad no tiene la autoridad ni el dinero para implementar muchas de sus ideas, que los lobbies inmobiliario y financiero intentarán bloquear. ¿Podrá Mamdani movilizar a liberales y progresistas del estado para presionar a Hochul y a los legisladores para que adopten su agenda? ¿Mandará Trump a sus tropas federales a Nueva York para secuestrar, arrestar y detener inmigrantes?
De acá a las elecciones de medio término —y quizá hasta 2028— el Partido Republicano intentará convertir a Mamdani en el rostro del Partido Demócrata, una táctica de macartismo destinada a desacreditar a sus candidatos en distritos disputados tildándolos de socialistas. Pero el viernes, con ambos entendiendo que les convenía mostrarse amables y respetuosos, esa estrategia quedó en duda. ¿Cómo podrá el Partido Republicano usar a Mamdani para atacar a los demócratas cuando Trump publicó el viernes a la noche varias fotos del encuentro en TruthSocial y escribió: «Fue un gran honor conocer a Zohran Mamdani, el nuevo alcalde de la Ciudad de Nueva York»?
Esa cordialidad tal vez no dure mucho. Pero el viernes, ofreció un espectáculo asombroso.






















