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El presidente argentino Javier Milei celebra los resultados de las elecciones legislativas nacionales del domingo 26 de octubre de 2025. (Getty Images)

Reflexiones en caliente

Pese a la brutal pérdida de poder adquisitivo y a la seguidilla de escándalos de corrupción, las elecciones de medio término en la Argentina dieron por resultado un contundente triunfo de La Libertad Avanza, el partido de Javier Milei. ¿Y ahora?

Serie: Situación latinoamericana y elecciones argentinas 2025

El artículo a continuación forma parte de la serie Situación latinoamericana y elecciones Argentina 2025, una colaboración entre Revista Jacobin y la Fundación Rosa Luxemburgo.

 

Los resultados de las elecciones de medio término en Argentina arrojaron un contundente triunfo de La Libertad Avanza, el partido del presidente Javier Milei, que a nivel nacional se impuso con más del 40% de los votos.

Para quienes nos habíamos ilusionado con los resultados de las elecciones legislativas en la Provincia de Buenos Aires hace tan solo cincuenta días (una provincia que representa casi el 40% del padrón nacional), la noticia de ayer fue un baldazo de agua helada. La desazón es total, no solo entre quienes depositaron expectativas en Fuerza Patria con total convicción, sino también entre quienes nos habíamos alegrado con aquellos resultados no tanto por lo que pudieran significar por la positiva, sino por lo que expresaban por la negativa: el ansiado inicio del declive libertario y el comienzo del impacto en las urnas del desastre económico patrocinado por el gobierno de Milei.

Pero no. Ayer, el peronismo no solo no logró trasladar algo de esa victoria provincial al plano nacional, sino que incluso perdió en ese mismo territorio en el que había ganado «por goleada» hace poco menos de dos meses. Por poco, pero perdió. Una remontada realmente espectacular por parte de La Libertad Avanza, que en pocas semanas logró recuperar más de trece puntos, fundamentalmente a partir del incremento de la participación, que si en las elecciones del 7 de septiembre fue de poco más del 61%, en las de ayer se ubicó apenas por encima del 68%.

Ahora bien, más allá de esa tibia recuperación de la participación electoral en la Provincia de Buenos Aires, y más allá también del panorama desolador que representa para muchos ver el mapa teñido color violeta, si hay un dato que resalta de la jornada de ayer es el derrumbe de la participación general, a nivel nacional. Desde 1983 —año de retorno a la democracia— a la fecha, la participación venía evidenciando una tendencia persistente a la baja. Se dirá que las elecciones de medio término siempre convocan menos que las presidenciales, y es cierto. Pero, incluso considerando solo las elecciones legislativas, el derrumbe de ayer es notable: por primera vez en los últimos cuarenta años, la participación no superó el 70%. Los datos de esta última elección, que señalan que solo el 68% del padrón concurrió a las urnas (en otras palabras, que una de cada tres personas optó por no ir a votar en unos comicios que son obligatorios), deberían encender varias alarmas.

Para muchos, el 40% de La Libertad Avanza resulta inexplicable. Hace dos años que la política del gobierno de Javier Milei pasa por contener la inflación utilizando como ancla los salarios y las jubilaciones. Desde el oficialismo se sostiene que no hay margen para ningún acuerdo salarial que supere el 1% mensual, cifra que busca alinear las expectativas inflacionarias hacia abajo y evitar que la puja distributiva desate una espiral de precios ascendente. Sin embargo, con una megadevaluación al comienzo del mandato y una inflación mensual que, en promedio, duplica ese techo a los incrementos salariales, el poder adquisitivo de las trabajadoras y los trabajadores viene cayendo en picada.

La situación de las jubiladas y los jubilados es aún peor. Mientras se estima que su canasta básica ronda el millón y medio de pesos (poco menos de mil dólares), la jubilación mínima no alcanza ni la tercera parte de esa cifra (396.000 pesos con bono incluido, entre 250 y 260 dólares). Este escenario se torna verdaderamente catastrófico considerando que la mitad de las jubiladas y los jubilados del país perciben la jubilación mínima. Todos los miércoles, la Mesa Coordinadora de Jubilados se concentra frente al Congreso Nacional en reclamo de una recomposición de sus haberes, y la respuesta de parte del gobierno de Milei ha sido, invariablemente, la represión.

A este panorama se suma la crisis presupuestaria de las universidades y la salud públicas, sectores que habían obtenido una importante victoria a inicios de este mes, en la recta final de la campaña electoral, cuando el Congreso insistió sobre la declaración de emergencia en ambos frentes, rechazando el veto dictado por el presidente.

El sistemático desfinanciamiento de lo público, además, tuvo en los últimos meses una secuela adicional en el alarmante incremento del número de femicidios: según cifras del Observatorio Ahora que sí nos ven, en lo que va de 2025 hubo 178 femicidios, uno cada 36 horas. En la quincena previa a la contienda electoral cuatro casos alcanzaron especial visibilidad pública, con lo que el tema llegó incluso a los grandes medios. Como sostienen desde el Observatorio, la eliminación y el vaciamiento de la mayoría de los programas de prevención, junto a la promoción de discursos de odio, negacionistas y misóginos desde el propio Estado, alimentan la violencia patriarcal y se traducen en un clima cada vez más hostil para mujeres y disidencias. Pese a la gravedad de la situación, hubo escasa referencia al tema en los discursos de campaña.

Pero la lista de problemas para La Libertad Avanza, que hacían dudar sobre su desempeño electoral a propios y extraños, no se detenía allí. Desde el escándalo por la estafa de la criptomoneda $LIBRA en febrero, pasando por las denuncias de corrupción que pesan sobre la hermana de Milei, Karina, y otros altos funcionarios del gobierno —acusados en agosto de exigir comisiones ilegales por contratos farmacéuticos (el famoso «3%»)— entre otros varios episodios, parecía que abundaban los motivos para un descalabro electoral del partido del presidente. El más reciente affaire Luis Espert, cabeza de lista de La Libertad Avanza en la Provincia de Buenos Aires de cara a las elecciones de octubre (que, sospechado de vínculos con el narcotráfico, se vio forzado a retirar su candidatura), se presentaba como el broche de oro para una carrera hacia el 26 de octubre con más obstáculos de los previstos.

El debilitamiento de la figura de Milei y el desgaste que mostraba su modelo económico, como explica Delfina Rossi en esta misma revista, tuvieron como consecuencia en las últimas semanas una huida generalizada de los bonos y mercados argentinos, lo que generó a su vez que la depreciación del tipo de cambio se acelerara. En ese contexto, y a sabiendas de que una devaluación brusca a tan pocos días de las elecciones era totalmente inviable, el gobierno nacional decidió recurrir a los Estados Unidos. El apoyo condicionado de Donald Trump («si Milei no gana, no seremos generosos con la Argentina») condujo a no pocas personas —entre las que me incluyo— a suponer que una injerencia de tal magnitud en la política local sería como un tiro que salió por la culata para el gobierno.

Sin embargo, vistos los resultados de ayer, nos equivocamos. No solo la expectativa generada por el rescate estadounidense parece haberse impuesto por sobre cualquier reflejo soberanista, sino que la influencia de los escándalos por corrupción y la pérdida sostenida del poder adquisitivo desde la asunción del nuevo gobierno en diciembre de 2023 no parecen haber reordenado el panorama electoral tanto como creíamos. Ni siquiera el anuncio de una reforma laboral que prevé, entre otras cosas, eliminar las indemnizaciones por despido y «dinamizar» la jornada laboral de ocho horas permitiendo extenderla a doce logró hacer mella en el electorado y modificar sus preferencias. ¿Es que la Argentina se volvió irremediablemente de derecha? ¿O acaso las personas están inexplicablemente empecinadas en votar en contra de su propia supervivencia?

No creo que sea ni uno ni otro el caso, aunque por momentos la desesperación nos lleve a hacernos preguntas de ese tipo. Más bien me parece que subestimamos el desencanto de la política que impera en la sociedad argentina, la profundidad del hartazgo y la extensión de la sensación de que «todo está tan mal» que para solucionarlo solo caben medidas extremas, incluso a costa del sacrificio presente. Ahora bien, para rastrear los fundamentos de este fenómeno no basta con mirar la coyuntura del último año. Es necesario adoptar una mirada de mediano plazo, que incluya además en el análisis no solo dinámicas económicas y definiciones ideológicas, sino también procesos de índole cultural y social, menos evidentes en las estadísticas pero tan importantes como los primeros a la hora de configurar los humores sociales.

Sobre la imposibilidad reiterada que muestra el peronismo para concurrir en unidad —no solo formal, sino efectiva y sostenida— a las elecciones y superar las disputas internas en las que está sumido desde el gobierno de Alberto Fernández ya se escribió mucho y no voy a redundar. Solo quisiera anotar que, de aquellas «canciones nuevas» del peronismo que Axel Kicillof —saludablemente, a mi entender— llamó a «componer» en octubre de 2023, antes del triunfo de Milei, todavía no sonó ninguna. Más allá de la voluntad (¿o exabrupto?) del gobernador de la Provincia de Buenos Aires, lo cierto es que no parece existir un balance sincero sobre los alcances y los límites de las experiencias del kirchnerismo en el gobierno, las causas profundas de su derrota en 2015 o las razones por las que, desde aquel momento —e incluso antes—, no le ha sido posible reconstruir una hegemonía duradera.

¿Cuál fue la política que se dieron las distintas organizaciones identificadas con el kirchnerismo en alguna de sus variantes (más o menos «cristinista», por decirlo mal y pronto) para recuperar esa porción de la sociedad que alguna vez estuvo convencida del rumbo a seguir e hizo posible, por ejemplo, el histórico triunfo de 2011 con el 54% de los votos? A grandes rasgos, la estrategia del kirchnerismo —al menos en sus variantes mainstream— en lo que va del gobierno de Milei pivoteó en torno a dos pilares: uno, la recurrencia sistemática a un discurso que convocó a «recuperar» las bondades de los años de gobierno kirchnerista, a «restaurar» los indicadores de la «década ganada» y a «reeditar» la experiencia de los gobiernos de Néstor y —principalmente— Cristina. En otras palabras, un discurso que aludió una y otra vez a ese «peronismo nostálgico» que según Kicillof era preciso superar.

En ausencia de un balance serio sobre la memoria o el significado de los años de gobierno kirchnerista —que cada vez quedan más lejos en el tiempo— un discurso que, en lo fundamental, alude a las bondades del pasado, suena cada vez más vacío. Si se encarara un balance sincero, probablemente se descubriría que la batalla por ese relato, la disputa por el valor que aquellos años iban a tener en la memoria colectiva de la sociedad argentina a partir del fin de la experiencia en el año 2015, está en gran medida perdida. No entre las propias bases del kirchnerismo, claro está —que aún siguen representando entre un cuarto y un tercio del electorado—, pero sí de cara a ese famoso «tercer tercio» en disputa. Seguir insistiendo en esa línea, por tanto, es tropezar una y otra vez con la misma piedra. Cuanto antes se reconozca tal circunstancia, más probabilidades habrá de salir del atolladero.

El otro pilar sobre el que giró la estrategia del kirchnerismo en estos casi dos años de gobierno libertario fue la insistencia en la vía institucional como herramienta principal de disputa. Dicho de otra manera, las mayores expectativas de torcer el rumbo al gobierno fueron depositadas en la labor parlamentaria. La movilización, cuando estuvo presente con fuerza, fue impulsada en clave de apoyo o presión para una batalla que tenía lugar puertas adentro del Congreso.

El carácter transformador de la protesta y, sobre todo, de la organización popular como estrategia principal para la disputa política, estuvo en gran medida ausente de los planes. La política, así, deviene cada vez más —incluso entre quienes afirman representar lo contrario— en un asunto delegativo, casi una cuestión de «fe», que le quita valor a la capacidad de incidencia del pueblo organizado, simplemente porque no se convoca a las personas a organizarse desde abajo, sino a «bancar». Y, cabe preguntarse, dados los resultados de anoche, cuál será el camino a seguir ahora que el Congreso, de dividido y factible de ser disputado en cada votación, pasa a estar prácticamente perdido.

La sensación general es que la penetración del discurso antikirchnerista entre amplios sectores de la sociedad es subestimada de manera reiterada. Y, en espejo, que las bondades de la «década ganada» están sobrevaloradas. Cierto, aquella situación económica más «feliz» (de un período bastante más acotado que una década) hoy se extraña. También se extrañan las políticas culturales y de ampliación de derechos que hoy no solo están ausentes, sino en vías de ser revertidas, si no lo fueron ya. Pero esos años tampoco subvirtieron los fundamentos del modelo neoliberal. Cuando el contexto internacional dejó de ser favorable y la torta a repartir se achicó, la oportunidad de encarar una transformación estructural del modo en que se distribuye la riqueza en el país se dejó pasar.

Del baldazo de agua helada que fueron los resultados de las elecciones de ayer habrá que sobreponerse, porque otra no queda. Pero si además de sobrevivir queremos dar la batalla por la subjetividad y construir consenso alrededor de la idea de que una sociedad más justa (lleve el nombre que lleve) es posible y necesaria, también será necesario encarar un debate franco sobre nuestra historia reciente y animarse a trascender el posibilismo. La sociedad argentina no se volvió de derecha de la noche a la mañana ni decidió de repente que prefiere vivir peor. La sociedad argentina experimenta un hartazgo generalizado y una imposibilidad cada vez más extendida de vislumbrar algún futuro posible. El problema es que la única opción que recoge este sentimiento y propone patear el tablero es de extrema derecha. Por una cuestión incluso de supervivencia, es tiempo de construir una propia.

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Publicado en Argentina, Artículos, Elecciones, Estrategia, homeCentro, Política and Situación latinoamericana y elecciones argentinas 2025

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