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Las secuelas de un ataque aéreo israelí en la ciudad de Gaza el 9 de octubre de 2023, que dejó una destrucción generalizada en el área de Rimal. (Vía Wikimedia Commons)

Ecocidio, imperialismo y la liberación de Palestina

Traducción: Mercedes Camps

Lo que está sucediendo en Gaza no es solo un genocidio, sino también un ecocidio o lo que algunos han descrito como holocidio: la aniquilación deliberada de todo un tejido social y ecológico.

El presente artículo se basa en un capítulo del libro “Rising for Palestine: Africans in Solidarity for Decolonisation and Liberation”, editado por Raouf Farah y Suraya Dadoo, que publicará Pluto Press a principios de 2026.                                                    

 

A primera vista, podría parecer fuera de lugar o incluso inapropiado escribir sobre cuestiones climáticas y ecológicas en medio del actual genocidio en Gaza. Sin embargo, lo que está sucediendo en Gaza no es solo un genocidio, sino también un ecocidio —o lo que algunos han descrito como holocidio: la aniquilación deliberada de todo un tejido social y ecológico— . En Gaza hay más de 40 millones de toneladas de escombros y material peligroso, gran parte de los cuales contienen restos humanos. A principios de 2024, una gran parte de las tierras agrícolas de Gaza ya habían sido destruidas; las huertas, los invernaderos y los cultivos vitales fueron destruidos por los incesantes bombardeos. Los olivares y las explotaciones agrícolas quedaron reducidos  a una montaña de tierra, mientras que las municiones y toxinas contaminan el suelo y el agua subterránea. Asimismo, el agua de mar de Gaza está contaminada con aguas servidas y desechos debido a que Israel destruyó y cortó el suministro de electricidad de las plantas de tratamiento.

Entender la destrucción ecológica que está sucediendo como parte del genocidio perpetrado por Israel arroja luz sobre la intersección fundamental entre las crisis climática y ecológica y la lucha por la liberación palestina. No puede haber justicia climática en el mundo sin la liberación de Palestina, del mismo modo que la lucha por la libertad de Palestina está vinculada con la supervivencia de la tierra y la humanidad. A continuación, se realiza un seguimiento del profundo entrelazamiento entre la devastación ecológica provocada por Israel y su violencia colonial de asentamientos en Palestina, que ha alcanzado su punto máximo en el actual genocidio. Ello demuestra que el daño ambiental ha sido, desde un comienzo, una característica central de la dominación colonial sionista, que ha sido utilizada como arma de control y exclusión. A partir de allí, el análisis pasa a terrenos clave: las vulnerabilidades climáticas desproporcionadas impuestas a los palestinos, el lavado verde y la econormalización israelíes para ocultar la ocupación y el apartheid, el actual ecocidio en Gaza y el lugar que ocupa Israel en el orden capitalista mundial de los combustibles fósiles. El análisis finaliza centrándose en la resistencia de los palestinos mediante prácticas arraigadas en la tierra, la cultura y los cuidados —y no solo rechaza la dominación, sino que también ofrece una visión de la justicia ambiental que se basa en la liberación—.

Orientalismo ambiental

Durante mucho tiempo, Israel se ha referido a Palestina antes de 1948 como un desierto yermo y estéril, una imagen que contrasta con el oasis floreciente supuestamente creado tras el establecimiento del Estado de Israel. Esta narrativa ambiental racista presenta a la población autóctona de Palestina como salvajes ecológicos que no cuidaban, o incluso destruían, la tierra en la cual habían vivido durante milenios. Este discurso ambiental no es nuevo ni único del colonialismo israelí. La geógrafa Diana K. Davis utiliza la expresión «orientalismo ambiental» para describir el modo en que los imaginarios angloeuropeos del siglo XIX a menudo presentaban el medio ambiente del mundo árabe como «en cierta medida degradado», lo que implicaba la necesidad de una intervención para mejorarlo, restaurarlo, normalizarlo y repararlo.[1]

La ideología sionista de la redención de la tierra se ejemplifica mediante la narrativa creada en torno al proyecto de forestación del Fondo Nacional Judío, una organización paraestatal israelí. Mediante la forestación, el Fondo intentó borrar los restos físicos y simbólicos de 86 pueblos palestinos destruidos durante la Nakba.[2] Con la excusa de la conservación, el Fondo Nacional Judío utilizó la plantación de árboles para ocultar las realidades del desplazamiento colonial masivo, la limpieza étnica, la destrucción de medio ambientes y el despojo, mientras creó un nuevo paisaje para sustituir al paisaje autóctono.

Ghada Sasa realiza una excelente descripción de esas prácticas ecocoloniales como colonialismo verde: la apropiación de Israel del ambientalismo para eliminar a los palestinos nativos y usurpar sus recursos. La autora describe el modo en que Israel utiliza terminología conservacionista (parques nacionales, bosques y reservas naturales) para: 1) justificar el acaparamiento de tierra; 2) impedir el regreso de refugiados palestinos; 3) deshistorizar, judeizar y europeizar a Palestina, borrando su identidad y reprimiendo la resistencia a la opresión israelí; y 4) lavar su imagen de apartheid.[3]

La apropiación de recursos por parte de Israel también se extiende al agua de Palestina. Poco después de la creación del Estado de Israel en 1948, el Fondo Nacional Judío desecó el lago Hula y sus humedales aledaños en el norte histórico de Palestina,[4] afirmando que era necesario para ampliar la tierra agrícola. Sin embargo, el proyecto no solo no logró ampliar la tierra agrícola «productiva» para los colonos judíos europeos recién llegados, sino que además provocó un daño ambiental considerable, ya que destruyó especies de fauna y flora vitales[5] y degradó seriamente la calidad del agua proveniente del mar de Galilea (lago de Tiberíades), cambiando el flujo del río Jordán corriente abajo[6]. En el mismo periodo, Mekorot, la empresa nacional de agua israelí, comenzó a desviar el agua del río Jordán para que llegara a los colonos israelíes de las zonas costeras y a las ciudades y asentamientos judíos en el desierto de Naqab (Negev).[7] Tras la ocupación israelí de Cisjordania y la Franja de Gaza en 1967, Israel intensificó el saqueo de agua del río Jordán. En la actualidad, el Jordán —especialmente la parte baja del río— ha quedado reducido a poco más que un arroyo contaminado lleno de tierra y aguas residuales.[8]

Los ataques de Israel al medio ambiente palestino, a través de la forestación o el desecamiento de los recursos hídricos, demuestran que la actitud hacia el medio ambiente forma parte del proyecto más amplio de colonialismo de asentamientos. El colonialismo de asentamientos es una forma de dominación que perturba violentamente las relaciones de las personas con su medio ambiente, al «socavar estratégicamente la continuidad colectiva de las comunidades nativas en el territorio». [9] Desde este punto de vista, el colonialismo de asentamientos es supremacía ecológica: elimina los atributos de las relaciones que son importantes para los pueblos nativos, mientras que impone ecologías coloniales en su lugar. Como observa Kyle Whyte, «las poblaciones de colonos están creando sus propias ecologías a partir de las ecologías de las poblaciones autóctonas, lo cual a menudo implica que los colonos introducen materiales y especies adicionales».[10] En este sentido, Shourideh Molavi sostiene, de modo similar, que la violencia colonial es «ante todo violencia ecológica», un intento de eliminar un ecosistema y reemplazarlo con otro. Eyal Weizman coincide, al argumentar que «el medio ambiente es uno de los medios mediante los cuales se lleva a cabo el racismo colonial, se acapara tierra, se sitian las líneas fortificadas y se perpetúa la violencia».[11] Weizman observa que en Palestina: «La Nakba también tiene una dimensión ambiental menos conocida, la transformación absoluta del medio ambiente, el clima, el suelo y la pérdida del clima, la vegetación y el cielo nativos. La Nakba es un proceso de cambio climático impuesto colonialmente».[12]

La crisis climática en Palestina

Es precisamente en el contexto de la transformación israelí del medio ambiente de Palestina que los palestinos son cada vez más vulnerables a los efectos de la crisis climática mundial. Al final de este siglo, las precipitaciones anuales en Palestina podrían disminuir en hasta un 30 por ciento, en comparación con el periodo entre 1961 y 1990.[13] El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) prevé que las temperaturas aumentarán entre 2,2 y 5,1°C, lo que podría dar lugar a cambios climáticos catastróficos, incluida una mayor desertificación.[14] La agricultura, que es la piedra angular de la economía palestina, se verá gravemente afectada. La disminución de las temporadas de siembra y las crecientes necesidades hídricas aumentarán los precios de los alimentos, y ello amenazará la seguridad alimentaria.

La vulnerabilidad climática de los palestinos debería entenderse en el contexto brutal de un siglo de colonialismo, ocupación, apartheid, despojo, desplazamiento, opresión sistemática y genocidio. Como ha descrito Zena Agha, debido a su historia, existen —y seguirán existiendo—enormes asimetrías entre el modo en que el cambio climático afecta a Israel y el modo en que afecta a los Territorios Palestinos Ocupados.[15] Es por ello que, mientras que la ocupación israelí impide que los palestinos accedan a recursos y desarrollen infraestructura y estrategias para adaptarse al cambio climático, Israel es uno de los países de la región menos vulnerables al clima y más preparados para combatir el cambio climático. Ello se debe a que acaparó, saqueó y controló la mayoría de los recursos de Palestina, desde la tierra hasta el agua y la energía, y desarrolló, en las espalda de los trabajadores palestinos, y con el apoyo activo de potencias imperialistas, tecnología capaz de mitigar algunos de los impactos del cambio climático. Es decir, que la capacidad de adaptación al cambio climático en Palestina e Israel está profundamente estratificada, estructurada en torno a la raza, la religión, la condición jurídica y las jerarquías de ocupación colonial. Esto suele denominarse apartheid climático o ecoapartheid.[16]

Uno de los aspectos en los que esta cuestión se pone más claramente de manifiesto es el acceso al agua. A diferencia de los países vecinos, no hay escasez de agua entre el río Jordán y el mar Mediterráneo. Sin embargo, los palestinos sufren una crisis hídrica crónica en Cisjordania y Gaza, como consecuencia de la supremacía judía impuesta por la ocupación y la infraestructura hídrica del apartheid. Desde que ocupó Cisjordania en 1967, Israel ha monopolizado los recursos hídricos, un poder formalizado en los Acuerdos de Oslo II de 1995, que otorgaron a Israel más de alrededor del 80 por ciento del agua de Cisjordania. Mientras que Israel mejoró su tecnología hídrica y amplió el acceso a través de la Línea Verde, el acceso al agua de los palestinos disminuyó debido al apartheid, el robo de tierras y el despojo. Ello incluye el control de Israel sobre las fuentes de agua, las estrictas cuotas de suministro impuestas a los palestinos, la denegación de permisos de construcción (como cavar pozos) y la reiterada destrucción de infraestructura hídrica palestina. Como consecuencia de ello, la población judía israelí entre el río Jordán y el mar Mediterráneo vive con los lujos de la desalinización y la abundancia, mientras que los palestinos afrontan una escasez de agua crónica que empeorará con el cambio climático. La desigualdad es sorprendente: el uso de agua diario en Israel fue de 247 litros per cápita en 2020 —lo que triplica con creces los 82,4 litros disponibles para los palestinos en Cisjordania—.[17]

En Cisjordania, los 600.000 colonos israelíes ilegales utilizan seis veces más agua que los 3 millones de palestinos que viven allí. Además, los asentamientos israelíes ilegales consumen hasta 700 litros de agua per cápita al día, lo que incluye usos lujosos como piscinas y riego de césped, mientras que algunas comunidades palestinas —desconectadas de la red hídrica— sobreviven con apenas 26 litros de agua por persona, similar al promedio que se consume en zonas de desastre y muy por debajo de la cantidad de agua suficiente para cubrir las necesidades personales y domésticas, es decir, entre 50 y 100 litros de agua por persona por día, según las recomendaciones de las Naciones Unidas y la OMS.[18]

En 2015, tan solo el 50,9 por ciento de los hogares de Cisjordania tenían acceso diario al agua, mientras que en 2020, B’Tselem estimó que tan solo el 36 por ciento de los palestinos en Cisjordania contaban con acceso fiable al agua durante todo el año, mientras que el 47 por ciento recibía agua menos de 10 días al mes.

En Gaza, la situación es aún peor. Incluso antes del genocidio actual, tan solo el 30 por ciento de los hogares tenía acceso diario al agua, una cifra que disminuyó drásticamente durante los ataques israelíes.[19] Israel no solo bloquea el ingreso de suficiente agua limpia a Gaza, sino que además impide la construcción o reparación de infraestructura mediante la prohibición de materiales esenciales. El resultado es catastrófico: antes del genocidio, entre el 90 y el 95 por ciento del agua de Gaza no era segura para el consumo o el riego.[20] El agua contaminada provocaba más del 26 por ciento de las enfermedades y era la principal causa de mortalidad infantil, responsable de más del 12 por ciento de las muertes de niños en el territorio.[21] En febrero de 2025, mientras la violencia del genocidio continuaba y la hambruna empeoraba, Oxfam calculó que el volumen de agua disponible en Gaza era de 5,7 litros por persona por día.

En este contexto de acceso restringido al agua, los efectos del cambio climático en la disponibilidad del agua tendrán resultados mortales, especialmente en Gaza.

Econormalización y ecolavado en la era de las energías renovables

En este contexto en que los palestinos afrontan una crisis hídrica, ambiental y climática cada vez más intensa, Israel se presenta como un defensor de las tecnologías verdes, la desalinización y los proyectos de energía renovable en los territorios ocupados de Palestina y en otras partes. Utiliza su imagen ecológica para justificar su política colonial y de despojo, haciendo ecolavado de su régimen de apartheid y de asentamientos de colonos, y encubriendo sus crímenes de guerra contra el pueblo palestino al hacerse pasar por un país ecológico y avanzado en un Oriente Medio árido y regresivo. Esta imagen se ha visto reforzada por los Acuerdos de Abraham que Israel firmó con los Emiratos Árabes Unidos, Bahrein, Marruecos y Sudán en 2020, y mediante acuerdos para implementar conjuntamente proyectos ambientales relacionados con la energía renovable, el agronegocio y el agua. Esta es una forma de econormalización: utilizar el «ambientalismo» para el ecolavado o para normalizar la opresión israelí y las injusticias ambientales que este genera en la región árabe y más allá de esta.[22]

La normalización de las relaciones entre Marruecos e Israel en diciembre de 2020 ocurrió mediante un acuerdo entre dos potencias ocupantes, facilitado por el líder imperial (Estados Unidos bajo el Gobierno de Trump), mediante el cual Israel y Estados Unidos también reconocieron la soberanía de Marruecos respecto del Sáhara Occidental. Desde entonces, las inversiones y los acuerdos israelíes en Marruecos han aumentado, especialmente en los sectores del agronegocio y la energía renovable.

El 8 de noviembre de 2022, durante la 27.a Conferencia de las Naciones Unidas sobre el cambio climático celebrada en Sharm El Sheikh, Jordania e Israel firmaron un memorando de entendimiento a instancias de los Emiratos Árabes Unidos para continuar un estudio de viabilidad de dos proyectos interconectados —Prosperity Blue y Prosperity Green— que, juntos, conforman el proyecto Prosperity. En virtud del acuerdo, Jordania comprará 200 millones de metros cúbicos de agua al año de una planta desalinizadora israelí en la costa del mar Mediterráneo (Prosperity Blue). Esta planta obtendrá energía de una central solar de 600 megavatios ubicada en Jordania (Prosperity Green), que será construida por Masdar, una empresa emiratí de energía renovable. La retórica benevolente detrás de Prosperity Blue oculta el saqueo de agua palestina y árabe que Israel viene cometiendo desde hace decenios (que se describió anteriormente), y ayuda a ese país a denegar su responsabilidad de la escasez de agua en la región, mientras que se presenta como un defensor del medio ambiente y una potencia hídrica. Mekorot, un actor principal en la desalinización en Israel, se posiciona como un líder mundial —en parte gracias al ecolavado israelí—.  Las ganancias que genera la empresa financian sus propias operaciones y la práctica del Gobierno israelí del apartheid hídrico contra los palestinos.

En agosto de 2022, Jordania se sumó a Marruecos, los Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudita, Egipto, Bahrein y Omán en firmar otro memorando de entendimiento con otras dos empresas de energía israelíes, Enlight Green Energy (ENLT) y NewMed Energy, para llevar a cabo proyectos de energía renovable en la región, entre ellos proyectos de energía solar, eólica y almacenamiento de energía. Estas iniciativas refuerzan la imagen de Israel como centro de innovación en energía renovable y, a la vez, le permiten profundizar su proyecto de colonia de asentamientos y ampliar su influencia geopolítica en la región. El objetivo es integrar a Israel en las esferas energética y económica de la región árabe desde una posición dominante —creando nuevas dependencias que fortalecen la agenda de normalización y presentan a Israel como un socio indispensable—. A medida que las crisis ecológica y climática empeoran, los países que dependen de la energía, el agua o la tecnología israelí podrían considerar la lucha palestina como menos importante que asegurar su propio acceso a los recursos.

La participación de empresas del golfo, como la empresa saudí ACWA Power y la emiratí Masdar en estos emprendimientos coloniales revela una característica estructural clave de la región árabe. En lugar de ver a la región como un todo no diferenciado, es fundamental reconocer sus jerarquías y desigualdades internas. El golfo [Pérsico] funciona como una fuerza semiperiférica —o incluso sub imperialista—. No solo es una región más rica que sus vecinos, sino que también participa en la captación y el desvío de la plusvalía a nivel regional, reproduciendo la dinámica de extracción, marginación y acumulación mediante el despojo entre el centro y la periferia.

Guerra ambiental y ecocidio en Gaza

Los crímenes horrendos que Israel está cometiendo en Gaza, tanto contra su población como contra su medio ambiente, son una intensificación de una guerra que comenzó hace mucho tiempo y que Shourideh C. Molavi describió en su libro Environmental Warfare in Gaza. Al rechazar la noción de medio ambiente como un telón de fondo pasivo del conflicto, Molavi demuestra el modo en que las prácticas israelíes de colonia de asentamientos utilizan elementos del medio ambiente como una herramienta activa de la guerra militar en la Franja de Gaza y los alrededores.[23] En esta guerra, la destrucción total de las zonas residenciales de Gaza va de la mano con la destrucción de los espacios agrícolas.

La violencia ecológica de Israel en Gaza adopta la forma de destrucción de la tierra, imposición de restricciones al cultivo a los productores palestinos —incluidos límites a los tipos y la altura de los cultivos— y la erradicación casi total de olivares y plantaciones de cítricos tradicionales del territorio. Además de las incursiones y masacres periódicas de Israel, las topadoras israelíes cruzan a Gaza frecuentemente para arrancar cultivos y destruir invernaderos. De este modo, como documenta el grupo Forensic Architecture, Israel ha expandido sistemáticamente su zona de exclusión militar o «zona de amortiguación» a lo largo de la frontera este de Gaza.

Desde 2014, este proceso ha incluido la guerra química. Israel despliega periódicamente aviones fumigadores que esparcen herbicidas tóxicos y matan plantas en tierras agrícolas palestinas, cientos de metros dentro de la frontera de Gaza.[24] Entre 2014 y 2018, el Ministerio de Agricultura palestino estimó que los herbicidas dañaron más de 13 kilómetros cuadrados de tierra agrícola en Gaza.[25]  Los efectos de estos químicos no se limitan a los cultivos: Al-Mezan, una ONG de derechos humanos palestina, advirtió que el ganado que consume plantas afectadas por los químicos puede dañar a los seres humanos a través de la cadena alimentaria.[26]

Incluso antes de que comenzara el genocidio actual, estas prácticas habían destruido grandes extensiones de tierra cultivable, dejando a los productores gazatíes sin medios de subsistencia y otorgando a las fuerzas armadas israelíes mayor visibilidad para detectar blancos remotos y lanzar ataques mortales.[27] El resultado es que, a diferencia de los kilómetros de cultivos en campos irrigados (fresas, melones, hierbas y repollos) de los asentamientos israelíes adyacentes a Gaza, las tierras palestinas en Gaza parecen infértiles —sin vida, no por causas naturales, sino intencionalmente—. En lugar de «hacer que el desierto florezca», los colonos llevan a cabo un proceso de desertificación, transformando la tierra agrícola otrora fértil y activa en una zona desértica y quemada sin vegetación.

Es en esta reconfiguración brutal y colonial del paisaje biopolítico de Gaza (y el de la histórica Palestina, en sentido más amplio) que tuvo lugar el ataque de Hamás el 7 de octubre. Desde entonces, los crímenes israelíes en Gaza ingresaron en el ámbito del ecocidio. Aún no se ha documentado la totalidad del daño causado en Gaza, y las estadísticas quedan rápidamente obsoletas, a medida que Israel continúa el genocidio. No obstante, a continuación se presentan algunos datos.

Como ha demostrado el grupo con sede en Londres Forensic Architecture mediante el uso de imágenes satelitales, desde octubre de 2023, las fuerzas israelíes han perpetrado ataques sistemáticos contra huertas e invernaderos en un acto de ecocidio deliberado que exacerba la catastrófica hambruna en Gaza y es parte de un patrón más amplio de privar a los palestinos de recursos para su supervivencia.[28] A marzo de 2024, alrededor del 40 por ciento de la tierra en Gaza utilizada anteriormente para la producción de alimentos había sido destruida, mientras que alrededor de un tercio de los invernaderos de Gaza habían sido demolidos, lo cual representa un 90 por ciento en el norte de Gaza y un 40 por ciento alrededor de la ciudad de Jan Yunis, en el sur.[29] Además, análisis de imágenes satelitales obtenidos por The Guardian en marzo de 2024, demuestran que casi la mitad de la cubierta forestal y tierra agrícola de Gaza había sido destruida, entre otras cosas mediante el uso ilegal de fósforo blanco. Como describe el artículo de The Guardian, los olivares y las explotaciones agrícolas quedaron reducidas a tierra compactada; las municiones y toxinas contaminaron el suelo y el agua subterránea; y el aire está contaminado con humo y materia particulada.[30] Es muy probable que la situación haya empeorado drásticamente en los meses posteriores a la publicación de estos informes.

Uno de los elementos más letales del ecocidio de Israel en Gaza es la destrucción del suministro de agua del territorio. Incluso antes de que comenzara el genocidio, alrededor del 95 por ciento de los recursos hídricos del único acuífero de Gaza estaban contaminados y no eran seguros para el consumo humano o el riego. Esto fue consecuencia del bloqueo inhumano y los ataques constantes, que obstaculizaron la creación y reparación de instalaciones de agua y plantas desalinizadoras. Sin embargo, desde octubre de 2023 hubo una ruptura y destrucción total de las instalaciones e infraestructura de agua en Gaza, lo que provocó el colapso de los suministros de agua potable y de la gestión del saneamiento. Ello ha dado lugar a altos niveles de deshidratación y enfermedades (como la fiebre tifoidea).

Además de la destrucción directa provocada por los ataques militares, la falta de combustible ha dejado a la población de Gaza sin otra solución que talar bosques para quemarlos y utilizarlos para cocinar o calefaccionarse, lo que contribuye a la deforestación que ya está teniendo lugar en el territorio. Al mismo tiempo, hasta el suelo que queda es amenazado por los bombardeos y las demoliciones israelíes. Según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), los fuertes bombardeos de áreas pobladas contaminan el suelo y el agua subterránea a largo plazo, tanto a través de las propias municiones, como debido a que los escombros de los edificios liberan materiales peligrosos (como amianto, sustancias químicas industriales y combustibles) en el aire, el suelo y el agua subterránea.[31] A julio de 2024, el PNUMA había estimado que los bombardeos habían generado 40 millones de toneladas de desechos y materiales peligrosos, y que gran parte de los escombros contenía restos humanos. La limpieza de los escombros provocados por la guerra en Gaza llevará 15 años y podría costar más de 600 millones de dólares.[32]

El ecocidio cometido por Israel se extienda al mar de Gaza, que está repleto de desechos y aguas residuales. Cuando Israel cortó el suministro de combustible a Gaza a partir del 7 de octubre de 2023, los consiguientes cortes de electricidad implicaron que el agua residual no se pudiera bombear a las plantas de tratamiento de agua, por lo que 100.000 metros cúbicos de agua residual iban a parar a diario al mar Mediterráneo. Además de la destrucción de la infraestructura sanitaria, los ataques a hospitales y trabajadores de la salud, y las severas restricciones al ingreso de suministros médicos, esta situación ha sido un caldo de cultivo para el brote de enfermedades infecciosas, como el cólera, y el resurgimiento de enfermedades anteriormente erradicadas y prevenibles mediante vacunación, como la polio.[33]

Debido a toda la destrucción descrita anteriormente, muchos observadores y expertos afirman que el asalto a los ecosistemas ha convertido a Gaza en una zona inhabitable.

Palestina contra el imperialismo estadounidense y el capitalismo de combustibles fósiles

En la cumbre sobre el clima (COP28), celebrada en Dubái en diciembre de 2023, el presidente de Colombia, Gustavo Petro, declaró: «El genocidio y la barbarie desatada sobre el pueblo palestino es lo que le espera al éxodo de los pueblos del sur desatado por la crisis climática…Lo que vemos en Gaza es el ensayo del futuro».[34] Como deja en claro la declaración de Petro, el genocidio en Gaza es una advertencia de lo que ocurrirá si no nos organizamos y resistimos. El imperio y sus clases dominantes están dispuestos a sacrificar a millones —personas negras, de color y de la clase trabajadora blanca por igual— para mantener la acumulación y el dominio del capital. Su rechazo a comprometerse a adoptar medidas por el clima durante la COP29 celebrada en Bakú (Azerbaiyán), mientras siguen financiando el genocidio en Gaza, son un ejemplo de ello, al igual que el apartheid de las vacunas durante la pandemia de COVID-19.

Gaza también pone de manifiesto el modo en que el complejo industrial-militar provoca la crisis climática. De hecho, el ejército estadounidense es el mayor emisor institucional de gases de efecto invernadero del mundo.[35] En cuanto a la guerra genocida en Gaza, en apenas dos meses, las emisiones de Israel sobrepasaron las emisiones de carbono anuales de más de 20 de los países climáticamente más vulnerables del mundo —en gran medida debido a emisiones relacionadas con los vuelos militares y la fabricación de armas de Estados Unidos—.[36] Estados Unidos no solo está facilitando el genocidio, sino que está contribuyendo activamente al ecocidio en Palestina. Pero la conexión es aún más profunda. La lucha por la liberación palestina es inseparable de la lucha contra el capitalismo de combustibles fósiles y el imperialismo estadounidense. Palestina se encuentra en el centro de Oriente Medio, una región que sigue siendo fundamental para la economía capitalista mundial, no solo para el comercio y las finanzas, sino también por ser el centro del régimen de combustibles fósiles del mundo, dado que allí se produce alrededor del 35 por ciento del petróleo del mundo.[37] Mientras tanto, Israel está intentando convertirse en un centro de energía a nivel regional, especialmente mediante yacimientos de gas en el mar Mediterráneo, como Tamar y Leviatán, para los cuales otorgó nuevas licencias de exploración apenas semanas de haber comenzado su guerra genocida en Gaza.

El dominio de Estados Unidos en Oriente Medio, con la influencia auxiliar en el capitalismo mundial de combustibles fósiles, se basa en dos pilares: Israel y las monarquías del golfo Pérsico. Israel —que, en palabras del ex Secretario de Estado de Estados Unidos, Alexander Haig, es «el mayor portaaviones estadounidense del mundo que no puede hundirse»— es el ancla del imperio, que ayuda a controlar los recursos de combustibles fósiles, aporta vigilancia y armas de vanguardia y se integra en la región a través de sectores como el agronegocio, la energía y la desalinización. Para promover su dominio, Estados Unidos y sus aliados se esfuerzan para normalizar la función de Israel en la región. Este proceso comenzó con los Acuerdos de Camp David (1978) y el Tratado de Paz entre Jordania e Israel (1994), y continuó con los Acuerdos de Abraham en 2020 con los Emiratos Árabes Unidos, Bahrein, Sudán y Marruecos. Antes del 7 de octubre de 2023, la normalización de las relaciones entre los Emiratos Árabes Unidos e Israel era inminente, con la intermediación de Estados Unidos, mediante un acuerdo que habría eliminado a la causa palestina. Las acciones palestinas de resistencia interrumpieron esos planes.

Todo ello demuestra que la liberación palestina no es simplemente una cuestión moral o de derechos humanos, sino que es un enfrentamiento directo al imperialismo estadounidense y el capitalismo de combustibles fósiles. Por este motivo, la liberación palestina debe ser el eje central de la lucha ambiental y por la justicia climática a nivel mundial. Ello incluye oponerse a la normalización de Israel y apoyar el movimiento de boicot, desinversiones y sanciones (BDS), en particular en relación con la tecnología verde y las energías renovables. No habrá justicia climática a menos que se desmantele la colonia de asentamientos sionista que es Israel y se derroque a los regímenes reaccionarios del golfo. Palestina está en el centro de la lucha mundial contra el colonialismo, el imperialismo, el capitalismo de combustibles fósiles y la supremacía blanca. Es por ello que los movimientos por la justicia climática, los grupos antirracistas y los organizadores antiimperialistas deben apoyar la lucha palestina —y defender el derecho de los palestinos a resistir por todos los medios necesarios—.

Resistencia y eco-sumud

A pesar de la catástrofe omnipresente e implacable que afrontan, los palestinos siguen resistiendo e inspirándonos a diario con su sumud (tenacidad). Esta palabra tiene múltiples significados. Manal Shqair la define como un patrón de prácticas de resistencia y adaptación cotidianas a las dificultades de la vida bajo el régimen colonial israelí de asentamientos,[38] y a la vez se refiere a la perseverancia del pueblo palestino de permanecer en su tierra y mantener su identidad y cultura ante el despojo israelí y las narrativas que presentan a los colonos judíos como los únicos habitantes legítimos.[39]

Shqair profundiza en el concepto de tenacidad palestina mediante la introducción del concepto de eco-sumud, que se refiere a los actos de tenacidad diarios de los palestinos que implican formas de mantener una conexión profunda con la tierra, arraigadas en el medio ambiente. El concepto incorpora los conocimientos autóctonos, los valores culturales y las prácticas cotidianas que utilizan los palestinos para resistir la interrupción violenta de su vínculo con la tierra. El eco-sumud se basa en el entendimiento de que las únicas respuestas viables a las crisis ecológica y climática son aquellas que apoyan la búsqueda de justicia, soberanía y libre determinación del pueblo palestino —para lograr ese resultado es necesario poner fin a la ocupación y el régimen de apartheid y desmantelar a Israel como colonia de asentamientos—. Practicar el eco-sumud está intrínsecamente ligado a creer en la posibilidad de derrotar el colonialismo de asentamientos israelí y afirma el deseo inquebrantable de los colonizados de definir su propio destino.

Esta heroica resistencia palestina, expresada a través del eco-sumud y de un fuerte vínculo con la tierra, es fuente de inspiración para los movimientos progresistas del mundo entero que luchan por la justicia en medio de los diversos desastres que están ocurriendo. No hay mejor forma de cerrar este capítulo que citando las palabras del autor ecomarxista Andreas Malm, que traza un paralelismo conmovedor entre la resistencia palestina y el movimiento por el clima:

¿Qué puede aprender el movimiento por el clima de la resistencia palestina? Que aun cuando la catástrofe —generalizada, omnipresente e incesante se ha consumado, seguimos resistiendo. Aun cuando es demasiado tarde, cuando todo se ha perdido, cuando la tierra ha sido destruida, nos alzamos de los escombros y contraatacamos. No nos detenemos; no claudicamos; no nos damos por vencidos porque los palestinos no mueren. Los palestinos nunca serán vencidos. Un ejército fuerte es derrotado si no gana, pero un ejército débil que resiste resulta victorioso si no pierde. Espero que la guerra actual en Gaza llegue a su fin con la resistencia intacta; esa sería una victoria. La continuación de la resistencia palestina en sí misma será una victoria porque seguiremos luchando, sin importar las catástrofes que nos inflijan. Esta es una fuente de inspiración para el movimiento por el clima. En este sentido, los palestinos no solo luchan por sí mismos, luchan por la humanidad entera —luchan por la idea de humanidad que resiste la catástrofe en la forma que sea y sigue resistiendo a pesar de las fuerzas considerablemente superiores a las que se enfrentan—. Creo que hay muchos motivos para solidarizarse con la resistencia palestina por su propio bien, pero también por el nuestro. [40]

Nos enfrentamos a una tarea muy difícil, pero como Fanon nos exhortó una vez, debemos, en una relativa oscuridad, descubrir nuestra misión, cumplirla y no traicionarla.[41]

 

Notas

[1] Davis, D.K. (2011). «Imperialism, orientalism, and the environment in the Middle East: history, policy, power and practice». En: Davis and Edmund Burke (eds.), Environmental Imaginaries of the Middle East and North Africa. Athens, Ohio: Ohio University Press.

[2] Galai, Y. (2017). «Narratives of redemption: “The international meaning of afforestation in the Israeli Negev”», International Political Sociology 11, no. 3: 273-291. https://doi.org/10.1093/ips/olx008.

[3] Sasa, G. (2022). «Oppressive pines: Uprooting Israeli green colonialism and implanting Palestinian A’wna», Politics, 43(2), 219-235.

[4] «Rehabilitation of the Hula Valley», Water for Israel, KKL-JNF, https://www.kkl-jnf.org/organization-chief-scientist/water-for-israel/water_activity_hula_valley_rehabilitation/.

[5] Ibid.

[6] Zeitoun, M. y Dajani, M. (2019). «Israel is hoarding the Jordan River – it’s time to share it», The Conversation, 19 de diciembre. https://tinyurl.com/53dad4tk.

[7] The Grassroots Palestinian Anti-Apartheid Wall Campaign (2025) «Weaponizing Water For Israel’s Genocide, Apartheid and Ethnic Cleansing». https://stopthewall.org/2025/03/22/weaponizing-water-for-israels-genocide-apartheid-and-ethnic-cleansing/.

[8] Amnistía Internacional (2017) «The Occupation of Water». https://tinyurl.com/3yedrnnd

[9] Molavi, S. C. (2024). Environmental Warfare in Gaza: Colonial Violence and New Landscapes of Resistance. London: Pluto

[10] Whyte, K. (2018). «Settler Colonialism, Ecology, and Environmental Injustice», Environment and Society, 9, 1 (September): 135

[11] Molavi, S. C. (2024). Op. cit

[12] Ibid.

[13] Tippmann, R. y Baroni, L (2017). «ClimaSouth Technical Paper N.2. The Economics of Climate Change in Palestine».

[14] Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) Programa de Asistencia al Pueblo Palestino (2010). Climate Change Adaptation Strategy and Programme of Action for the Palestinian Authority. https://fada.birzeit.edu/handle/20.500.11889/4319.

[15] Agha, Z. (2019, 26 de marzo). «Climate Change, the Occupation, and a Vulnerable Palestine», Al-Shabaka. https://al-shabaka.org/briefs/climate-change-the-occupation-and-a-vulnerable-palestine/

[16] Dajani, M. (2022, 30 de enero). «Challenging Israel’s Climate Apartheid in Palestine», Al-Shabaka. https://al-shabaka.org/policy-memos/challenging-israels-climate-apartheid-in-palestine/

[17] B’Tselem (2023, mayo). «Parched: Israel’s policy of water deprivation in the West Bank». https://www.btselem.org/publications/202305_parched

[18] Howard, G., Bartam, J., Williams, A., Overbo, A., Fuente, D., Geere, JA. (2020). Domestic water quantity, service level and health, second edition. Geneva: World Health Organization. Licence: CC BY-NC-SA 3.0 IGO.

[19] The Applied Research Institute – Jerusalén (ARIJ). (2012, junio). «Water resource allocations in the Occupied Palestinian Territory: Responding to Israeli claims». https://www.arij.org/wp-content/uploads/2014/01/water.pdf.

[20] Lazarou, E. (2016). «Water in the Israeli-Palestinian conflict», European Parliamentary Research Service. https://www.europarl.europa.eu/

[21] Kubovich, Y. (2018, 16 de octubre). «Polluted Water Leading Cause of Child Mortality in Gaza, Study Finds», Haaretz. https://www.haaretz.com/middle-east-news/palestinians/2018-10-16/ty-article-magazine/.premium/polluted-water-a-leading-cause-of-gazan-child-mortality-says-rand-corp-study/0000017f-e847-dc7e-adff-f8ef68c50000

[22] La presente sección se ha basado en gran medida en el análisis de Manal Shqair. Para más detalles, véase

Shqair, M. (2023). «Arab–Israeli eco-normalisation: Greenwashing settler colonialism in Palestine and the Jawlan». En: Hamouchene, H. y Sandwell, K. (Eds) Desmantelar el colonialismo verde: energía y justicia climática en la región árabe. Londres: Pluto.

[23] Molavi, S. C. (2024). Op. cit.

[24] Forensic Architecture (2019, 19 de julio). «Herbicidal warfare in Gaza». https://forensic-architecture.org/investigation/herbicidal-warfare-in-gaza

[25] Gisha (2019). «Closing In: Life and Death in Gaza’s Access Restricted Areas». https://features.gisha.org/closing-in/

[26] Al Mezan Center for Human Rights (2018). «Effects of Aerial Spraying on farmlands in the Gaza Strip». https://www.mezan.org/uploads/files/15186958401955.pdf

[27] Forensic Architecture (2024, 25 de octubre). «A Cartography of Genocide: Israel’s Conduct in Gaza Since October 2023». https://forensic-architecture.org/investigation/a-cartography-of-genocided.

[28] Ibid.

[29] Ibid.

[30] Ahmed, K., Gayle, D. and Mousa, A. (2024, 29 de marzo). «Ecocide in Gaza: does scale of environmental destruction amount to a war crime?» The Guardian. https://www.theguardian.com/environment/2024/mar/29/gaza-israel-palestinian-war-ecocide-environmental-destruction-pollution-rome-statute-war-crimes-aoe

[31] Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) (2021, 5 de noviembre). «Environmental Legacy of Explosive Weapons in Populated Areas». https://www.unep.org/news-and-stories/story/environmental-legacy-explosive-weapons-populated-areas

[32] Al Jazeera (2024, 15 de julio). «Clearing Gaza rubble could take 15 years, UN agency says». https://www.aljazeera.com/news/2024/7/15/clearing-gaza-rubble-could-take-15-years-un-agency-says

[33] Ahmed, K et al. (2024). Op. Cit.

[34] Gobierno de Colombia (2023, 1 de diciembre). Presidente Petro: «El genocidio y la barbarie desataca sobre el pueblo palestino es lo que le espera al éxodo de los pueblos del sur desatados por la crisis climática». https://www.presidencia.gov.co/prensa/Paginas/President-Petro-The-unleash-of-genocide-and-barbarism-on-the-Palestinian-people-is-what-awaits-the-exodus-231201.aspx

[35] Mallinder, L. (2023, 12 de diciembre). «Elephant in the room: The US military’s devastating carbon footprint». Al Jazeera. https://www.aljazeera.com/news/2023/12/12/elephant-in-the-room-the-us-militarys-devastating-carbon-footprint

[36] Neimark, B., Bigger, P., Otu-Larbi, F. y Larbi, R. (2024). A Multitemporal Snapshot of Greenhouse Gas Emissions from the Israel-Gaza Conflict (5 de enero). Disponible en: SSRN: https://ssrn.com/abstract=4684768 or http://dx.doi.org/10.2139/ssrn.4684768

[37] BP (2022). BP Statistical Review of World Energy 2022, 71a edición. https://tinyurl.com/29kcuvb9.

[38] Shqair, M. (2023). Op. cit. Y Johansson, A. y Vinthagen, S. Conceptualizing Everyday Resistance: A Transdisciplinary Approach (New York: Routledge, 2020): 149-152.

[39] Ibid.

[40] Esta cita fue tomada de una conferencia dictada por Andreas Malm en la Universidad de Estocolmo el 7 de diciembre de 2023: «On Palestinian and Other Resistance In Times of Catastrophe». https://youtu.be/tdQZTvNDwXs?si=gfP91jxq_-ZNIrUU

[41] Fanon, F. (1967). The Wretched of the Earth. Londres: Penguin Books.

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