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James Schneider (Vickie Flores / Zuma Press / ContactoPhoto)

Construyendo el partido de la izquierda en el Reino Unido

UNA ENTREVISTA CON
Traducción: Canal Red

Entrevista a James Schneider, organizador político y escritor inglés, sobre su rol en la refundación del campo político de la izquierda en el Reino Unido por medio de un nuevo partido que está en condiciones de disputarle el liderazgo al laborismo.

Entrevista por Oliver Eagleton

Durante los últimos meses, varios grupos de la izquierda organizada británica han debatido la formación de una nueva organización política nacional bien bajo la forma de un partido político o bien bajo la de una alianza electoral. Las razones para crear una institución de este tipo no podrían estar más claras. El actual gobierno laborista se caracteriza por su deferencia hacia los intereses corporativo-empresariales, por su complicidad con el genocidio y por la represión de la disidencia. Entretanto la oposición conservadora sigue obsesionada con las guerras culturales y mancillada por su largo historial de mal gobierno, mientras la extrema derecha de Reform UK parece estar en camino de ganar la mayoría del voto popular, presentando su concepción powellista como la única alternativa viable.

Las encuestas sugieren que un partido de izquierda podría obtener tantos votos como el partido gobernante, consiguiendo ambos en torno al 15 por 100 de los votos. Esa cifra podría aumentar aún más, si se arraigara en circunscripciones clave y lanzara un ataque contundente contra el consenso de Westminster, lo cual constituiría un acontecimiento que traería aparejado un gran avance para el bloque socialista históricamente contenido en el Reino Unido por las constricciones impuestas por el laborismo. Aunque los políticos y operadores que participan prioritariamente en esta nueva organización aún no han elaborado un programa claro, la destacada diputada socialista Zarah Sultana y el exlíder laborista Jeremy Corbyn han anunciado una conferencia inaugural, que se celebrará este otoño en la que se decidirán democráticamente las políticas y los modelos de liderazgo. En menos de 24 horas se inscribió la sorprendente cifra de 200.000 personas.

Uno de los organizadores que ha estado trabajando en este proyecto es James Schneider. Nacido en 1987, Schneider se radicalizó con la guerra de Iraq y la crisis financiera mundial. En 2015 cofundó el grupo de campaña Momentum con el fin de conseguir apoyo popular para el liderazgo de Corbyn y, un año más tarde, fue contratado como director de comunicaciones estratégicas del partido, cargo desde el que defendió una forma de populismo de izquierda sin complejos, intentando, en vano, finalmente, resistir la presión para que la dirección del partido dirigido por Corbyn capitulase ante la derecha laborista en cuestiones clave como el Brexit. Desde entonces ha publicado Our Bloc: How to Win (2022), su proyecto para el futuro de la izquierda británica, y ahora trabaja como director de comunicación de Progressive International.

Schneider habló sobre algunas de las consideraciones cruciales, que intervienen en el proceso de construcción de un partido: cómo puede mediar este entre el poder popular y el electoral, las estructuras organizativas que debe establecer, los factores que precedentemente han impedido su lanzamiento y los ejemplos internacionales de los que puede aprender.

OE

Empecemos con tu descripción general de lo que un hipotético partido de izquierda debería aspirar a conseguir en el panorama político de la década de 2020, especialmente en países como Gran Bretaña, donde se enfrentaría a una serie de obstáculos importantes, que van del control de los medios de comunicación ejercido por el establishment hasta el antidemocrático sistema de Westminster, pasando por la división de las fuerzas situadas a la izquierda del Partido Laborista.

JS

La tarea de este partido debería ser emprender diferentes formas de «construcción política». En primer lugar, debemos abordar la construcción de la unidad popular: tomar los grupos de afinidad socioelectoral, que actualmente forman una mayoría sociológica y traducirlos en una mayoría política. En Gran Bretaña, se trata de la clase trabajadora desprovista de activos, de los graduados en proceso de declive social y de las comunidades racializadas. La mayoría de la gente piensa en los grupos de afinidad socioelectoral en términos puramente electorales: «¿Cómo podemos ganar unos cuantos escaños más?», etcétera. Pero, en el fondo, no importa si tienes cincuenta, cien o doscientos diputados, si tu estrategia electoral no está vinculada a este proyecto social más amplio.

Luego nos topamos con la construcción del poder popular: construir organizaciones estructuradas que la gente pueda utilizar para controlar democráticamente diferentes aspectos de su vida, ya sea obteniendo concesiones del capital y del Estado o bien trascendiéndolos parcialmente mediante la desmercantilización de determinados recursos o la creación de espacios autónomos. Esto permite a la gente legislar colectivamente desde abajo, al tiempo que se crean las condiciones para que su partido legisle desde arriba. El movimiento obrero y las cooperativas británicas han servido tradicionalmente a este propósito. Otros países tienen tradiciones más variadas de creación de poder popular a través, por ejemplo, de los grupos de inquilinos, de los colectivos agrícolas, de los sindicatos de deudores o de las ocupaciones de tierras, por nombrar solo algunas de ellas.

Esto nos lleva a la forma final de construcción política: la de una alternativa popular. La unidad popular y el poder popular demuestran, que existen formas alternativas de organizar la sociedad en su conjunto, al tiempo que se construye un programa mayoritario de gobierno capaz de satisfacer las necesidades de la población a corto y medio plazo. Si seguimos esta estrategia tripartita, comenzaremos a ver el surgimiento de nuevas formas de protagonismo popular, que difunden la lucha y el control por toda la sociedad.

Permíteme darte dos ejemplos de Colombia. Históricamente, este país ha sido uno de los principales bastiones del imperialismo en el continente, dominado por una élite conservadora compradora. Sin embargo, desde hace más de setenta años, el petróleo del país es de propiedad pública, porque los trabajadores petroleros iniciaron una huelga indefinida en 1948, que obligó al Estado a crear una empresa nacionalizada, que ha sido objeto de una presión masiva y persistente capaz de impedir la posible reversión de esta decisión por parte de los sucesivos gobiernos colombianos. Más recientemente, en 2010, se creó una institución llamada Congreso Popular para reunir a diversos movimientos sociales y luchas territoriales: urbanos, campesinos, indígenas. Una de sus iniciativas fue crear territorios de producción de alimentos controlados por los campesinos, que conectaban a los pequeños agricultores con los pobres de las ciudades, iniciativa que finalmente obligó al gobierno a reconocer y apoyar estos territorios en expansión, concebidos por el movimiento como «trincheras del poder popular». Esta estrategia de legislar desde abajo contribuyó a la elección del primer gobierno de izquierda de Colombia en 2022, liderado por Gustavo Petro.

En resumen, nuestro partido debe ser un vehículo para establecer la unidad, un catalizador de la organización popular y una palanca para la movilización popular hacia una alternativa social. Nuestro objetivo a largo plazo, mucho más allá de lo que puede lograrse en la década de 2020, debe ser establecer una sociedad, que reconozca la dignidad esencial de cada persona. Si bien este principio es evidente para muchos, las macroestructuras de nuestro sistema global se oponen firmemente a él. El orden actual se basa en una tríada formada por el capital, la nación y el Estado. Nuestro objetivo debe ser sustituirlo por otro diferente: lo social, lo internacional y lo democrático, tres lógicas interrelacionadas que abren espacio para nuevas formas de vida más allá de la explotación, el imperio y el control vertical. Ello significa socializar la economía, transformar nuestra posición en la cadena de relaciones imperiales y la división global del trabajo, y democratizar el Estado. No hay camino alguno hacia un futuro ecológico sostenible sin estas transformaciones. En este país, nunca hemos tenido una organización, que haya intentado llevar a cabo este tipo de cambio a través de la política de masas. Ninguno de los pequeños grupos de izquierda lo ha hecho. Ni siquiera bajo el liderazgo de Corbyn del Partido Laborista concebimos nuestro objetivo en estos términos. Lo que se necesita es un partido popular, rodeado de un conjunto de organizaciones, que pueda ganar el poder en todos los sentidos: social, cultural, político e industrial.

OE

¿Puedes decirnos algo más sobre cómo abordaría esta estrategia las realidades prácticas de la política británica actual?

JS

Los grupos sociales que he descrito anteriormente, esto es, los trabajadores desprovistos de activos, los graduados en proceso de declive social y las personas racializadas, serían los más beneficiados por un movimiento organizado para abolir el estado de las cosas actual. Por supuesto, un partido de izquierda también debe buscar el apoyo más allá de estos grupos: hay elementos progresistas fuera de ellos, al igual que hay elementos reaccionarios dentro de su seno, por lo que no puede ser un proceso rígido o mecánico. Pero estos son los tres actores principales a través de los cuales puede forjarse la unidad popular. Algunas de las razones por las que constituyen una mayoría numérica están relacionadas con la posición global de Gran Bretaña como economía avanzada en el centro de la economía capitalista, pero otras son más específicas: por ejemplo, las políticas impulsadas por el Nuevo Laborismo en materia de educación superior, vivienda y modelo industrial, que crearon la categoría de los graduados en proceso de declive social (lo cual no deja de ser paradójico, ya que el Nuevo Laborismo fue en parte el proyecto de una clase de graduados en vía de ascenso social). Cada vez más, las acciones del establishment, especialmente las implementadas por el actual gobierno laborista, están consolidando un interés común entre estos grupos. Los partidos de Westminster han empobrecido a los más desfavorecidos y a los jóvenes graduados y han intentado culpar a las personas racializadas, incluidas aquellas que no encajan en estas otras dos categorías sociales, lo que les proporciona una base común para derrocar el statu quo.

Así que el potencial existe. Lo que falta es la capacidad. En lo que respecta al poder popular, partimos de un nivel muy bajo. La vida cívica en Gran Bretaña, como en gran parte del Norte global, ha quedado reducida a un residuo. La vida asociativa de la clase trabajadora ha sido destrozada; no solo los sindicatos y las cooperativas, sino también las bibliotecas, los pubs, los clubes, las bandas, los equipos deportivos. Cada vez son menos las personas que recuerdan esta cultura política anterior. Nuestra manifestación más fuerte del poder popular es el movimiento obrero y el principal estado experimentado en los últimos cincuenta años por este ha sido la derrota, lo que naturalmente crea una postura defensiva. ¿Cómo superamos esto? Bueno, el poder popular siempre se basa en la densidad. Hay una razón por la que la fábrica crea oportunidades políticas para la izquierda; y lo mismo ocurre con los barrios obreros, entendidos como lugares donde la gente se reúne de forma natural. En Gran Bretaña, esto tiene claras implicaciones para la estrategia electoral debido al sistema electoral mayoritario seco. No soy un defensor de ese sistema, pero es el ahora vigente y debemos trabajar dentro de él por el momento, lo cual que nos obliga a seguir una estrategia de densidad: arraigar nuestro proyecto en áreas específicas en las que esos tres grupos socioelectorales tienen una supermayoría.

Analicemos las elecciones del año pasado, en las que los cinco candidatos y candidatas independientes que se presentaron a la izquierda del Partido Laborista obtuvieron escaños en el Parlamento: una ganancia relativamente pequeña, pero también histórica, ya que desde la Segunda Guerra Mundial solo había habido tres parlamentarios independientes situados a la izquierda del Partido Laborista. La situación en Islington North, donde Corbyn venció al candidato laborista por una diferencia aplastante, fue en cierto modo sui generis, ya que se trataba de un candidato dotado de perfil nacional y de un reconocimiento personal del 100 por 100. Sin embargo, tiene implicaciones más amplias, ya que se movilizó hasta el último elemento de poder social en apoyo de la campaña, precisamente porque la gente lo veía como una expresión de su propia vida cívica. Cada grupo de jardinería, cada iglesia, cada mezquita, la totalidad de las secciones sindicales de la zona: todos reconocieron que Corbyn era su encarnación política por lo que acudieron a votar por él, casi independientemente de lo que pensaran sobre políticas concretas.

Los otros cuatro candidatos independientes también ganaron en gran medida gracias al poder social real de sus comunidades, que se basa en gran parte en las mezquitas, aunque, por supuesto, muchos no musulmanes y musulmanes no practicantes también hicieron campaña y votaron por ellos. La gente va a la mezquita todas las semanas. Es un lugar de socialización, un lugar de bienestar, un lugar de orientación moral. Así pues, aunque estos candidatos independientes serían los primeros en admitir que carecían de experiencia política, que no contaban con campañas ingeniosas, ni con comunicaciones innovadoras, ni con un programa político completo, se alzaron con la victoria gracias a esta identificación con el centro de poder de la comunidad, que ayudó a canalizar su repulsa compartida por el genocidio de Gaza, además de otras cuestiones. Esa es precisamente la razón por la que el establishment reaccionó con tanto horror. No se trataba solo de islamofobia, sino también del aterrador reconocimiento de que el poder popular puede eludir las estructuras, que se supone que deben neutralizarlo.

OE

Si tu ambición es crear algún tipo de ligazón vinculante entre un partido político y formas más amplias de vida asociativa, entonces tal vez haya que distinguir entre movimientos e instituciones. Los primeros pueden ser efímeros y amorfos, incapaces de crear formas duraderas de poder popular en ausencia de las segundas. Se podría decir que, cuando se trata de cuestiones como el genocidio de Gaza, es el movimiento el que activa a las personas como sujetos políticos, la institución la que traduce esa politización en poder popular y el partido el que aprovecha ese poder para influir en el Estado o hacerse con él. Lo cual me invita a preguntarme: si la cultura institucional de la clase trabajadora británica ha sido destruida en gran medida durante el último medio siglo, dejando solo enclaves aislados, ¿no nos estamos perdiendo un eslabón crucial en esta secuencia? ¿Cómo debería abordar este problema un nuevo partido de izquierda?

JS

Necesitamos construir más instituciones. Para mí, esta es la tarea estratégica más importante para el partido y también la que normalmente se tiende a pasar por alto. Además de fortalecer las manifestaciones de poder popular, que han sobrevivido entre las ruinas del neoliberalismo, debemos crear otras nuevas. El número de hogares en régimen de alquiler en el Reino Unido es de 8,6 millones. El número de personas afiliadas a sindicatos de inquilinos es de aproximadamente 20.000. Solo el 38 por 100 de los inquilinos votó en las últimas elecciones. Si durante el periodo en que Corbyn dirigió el Partido Laborista, hubiéramos decidido salir a llamar a las puertas y organizar a los inquilinos, ¿cuántos líderes inquilinos tendríamos ahora? ¿Cómo podríamos haber cambiado la conciencia de la izquierda laborista, alejándola de animar a un partido parlamentario en Twitter y acercándola a la construcción de instituciones propias fuertes? Se podrían plantear las mismas preguntas sobre otras cuestiones. Con 600.000 miembros laboristas, 450.000 de los cuales eran de izquierda, podríamos haber decidido que era una prioridad política organizarnos en torno a la cuestión X o Y. Si hubiéramos movilizado incluso al 10 por 100 de estos miembros de izquierda, podríamos haber creado nuevas organizaciones populares: cooperativas alimentarias, sindicatos de pagadores de facturas o grupos de salud mental. Podríamos haber organizado campañas para una huelga climática o para intentar que los servicios públicos pasaran a ser de titularidad pública mediante boicots masivos. No faltan posibilidades, y no me corresponde a mí decir cuáles debemos priorizar en los próximos años. Estas decisiones deben tomarse democráticamente por un partido político de alcance nacional.

Si el nuevo partido se pasa todo el tiempo elaborando la política de bienestar social perfecta para nuestro imaginario futuro tecnocrático de izquierda, cuando gobernemos el Estado, no llegará a ninguna parte. Si este nuevo partido se percibe a sí mismo como un Partido Laborista 2.0, con una política mejor que la actual, pero sin crear vías para la participación popular real, será destruido por las fuerzas que se oponen al mismo. Durante el periodo de Corbyn, nos vimos atrapados en una situación en la que los miembros del Partido Laborista se veían a menudo obligados a esperar que un puñado de personas situadas en la cúpula tomaran las decisiones en lugar de convertirse ellos mismos en agentes y líderes. No podemos repetir ese error. Creo que es importante recordar que, fuera de Europa y Norteamérica, las reuniones políticas no son un rollo. No son aburridas. Son animadas, participativas y están arraigadas en la cultura popular, rodeadas de música, buen comer e incluso de baile. La gente normal acude, porque se siente parte de ellas. Hay diferentes formas de participar. Y ellos es así, porque su objetivo es fortalecer los lazos de solidaridad y unidad para que la gente pueda salir y participar en la construcción del poder popular.

OE

¿Cómo debería actuar el nuevo partido que estás imaginando para crear este tipo de cultura política no tradicionalmente británica?

JS

En la Gran Bretaña contemporánea, el establishment no tiene nada que contar: dice que todo va básicamente bien y que no hay que hablar de los problemas realmente existentes. El bloque reaccionario, por su parte, dice que todo es malo: no se puede conseguir cita en la sanidad pública, la vivienda es inasequible, los salarios han bajado y la culpa de todo esto la tienen los musulmanes, los inmigrantes y las minorías. Cuando estas son las dos únicas narrativas que se nos ofrecen, es probable que gane la segunda, porque al menos responde a algunas quejas reales. Pero la verdad es que atacar a las minorías es en sí mismo una posición minoritaria. Puede que haya un cierto racismo generalizado en Gran Bretaña, pero la mayoría de la gente no se pasa el día pensando en lo mucho que odia a los extranjeros, lo cual pone en evidencia que hay un claro espacio para construir una narrativa diferente. Lo que deberíamos ofrecer en su lugar es una «guerra de clases con una sonrisa». Debemos rechazar todas las hipocresías de la clase política, mediática y estatal, ya que son odiadas por la ciudadanía, y con toda la razón. Debemos crear controversias en lugar de rehuirlas. Este estilo comunicativo se denomina a menudo populismo de izquierda. Implica trazar una línea de antagonismo grande y audaz en la que hay unidad en nuestro bando y división en el contrario. Esa línea de antagonismo es extremadamente simple: la causa de nuestros problemas son los banqueros y los multimillonarios. Están en guerra con nosotros, así que nosotros vamos a entrar en guerra con ellos. Debemos aspirar a desconcertar e indignar a los medios de comunicación con un estilo político combativo, pero también alegre. Debemos celebrar reuniones como las que he descrito con música, comida sabrosa y grupos de debate de las que la gente pueda salir con acciones claras que llevar a cabo. Esto significa, naturalmente, que el partido debe tener su base principalmente fuera de Westminster; no debe asociarse con tipos trajeados que se pasan el día murmurando hipócritamente ante las cámaras de televisión.

Mi sueño es un partido que tenga el mismo impacto que «Turn the Page», la primera canción del álbum debut de The Streets, Original Pirate Material. Algo que nunca hayas oído antes, pero que reconozcas al instante; inconfundiblemente británico y arraigado en la vida cotidiana, desde los pubs hasta las aceras. Un sonido o, en nuestro caso, una política, que mezcla sin esfuerzo culturas y tradiciones, anclado en la clase y la comunidad, pero que avanza con confianza y estilo. Necesitamos habitar este tipo de registro nacional-popular. Para decirlo de una manera más teórica, la eficacia de este tipo de política proviene de liberar el potencial progresista de la dimensión «nacional» de la tríada capital-nación-Estado. En Sidecar/Diario Red publicasteis hace unas semanas un breve y estimulante artículo de Dylan Riley titulado «Lenin en Estados Unidos», que, siguiendo a Gramsci, argumentaba que Lenin hoy en día buscaría una «relación productiva y creativa con la cultura política revolucionaria nacional-democrática específica en la que uno opera». La izquierda británica tiene que pensar en esta línea.

OE

Has mencionado Colombia como modelo, pero pensemos por un momento en las diferencias históricas y contextuales. Allí había un Estado dominado por dos partidos principales, los liberales y los conservadores, que durante décadas colaboraron con Estados Unidos para mantener al país en una situación de dependencia periférica, excluyendo del poder a los sectores populares. Por lo tanto, muchos de esos sectores estaban en gran medida no integrados en los procesos de acumulación económica y participación política, lo que contribuyó a forjar ciertas tradiciones autónomas de lucha: movimientos guerrilleros, que controlaban gran parte de las zonas rurales, campañas contra el extractivismo, grupos que defendían los territorios indígenas. Petro logró unificar muchas de estas fuerzas en su proyecto electoral, llevando a los marginados –los «don nadie», como se les llamaba cariñosamente– al corazón del gobierno. En Gran Bretaña, por el contrario, el problema de larga data ha sido menos la exclusión popular que la asimilación popular. El Partido Laborista ha sido tradicionalmente una herramienta para subsumir a la clase trabajadora en el Estado y reconciliarla con el imperialismo, lo cual ha hecho que nuestra cultura de lucha popular sea menos activa, nuestras reuniones de izquierda más aburridas y la base orgánica para este tipo de política de masas mucho más débil.

El liderazgo de Corbyn hizo una evaluación sobria de estas condiciones. Su objetivo no era necesariamente empoderar a «las bases» y esperar que le llevaran a la victoria. Se trataba más bien de aprovechar una situación de crisis política, hacerse con el poder estatal y aplicar un programa de reformas no reformistas que, a su vez, galvanizara a amplios sectores de la población, fortaleciendo a los trabajadores, los inquilinos, los migrantes, etcétera. Este planteamiento, en el que la política desde arriba precede a la política desde abajo, no fue simplemente un error estratégico. Era un reflejo de nuestra situación histórica particular y de las posibilidades políticas que generaba. Se podría argumentar que esas mismas condiciones también han determinado la forma en que se ha desarrollado hasta ahora el plan para crear un nuevo partido de izquierda, lo cual ha supuesto la toma de decisiones por un estrato relativamente pequeño de operadores políticos, que esperan, no sin razón, utilizar las victorias electorales para estimular luchas más amplias.

JS

La explicación que ofreces es en líneas generales correcta y ayuda a entender por qué la conciencia predominante en la izquierda británica es altamente electoralista. No estoy en contra de ganar elecciones o de entrar en el gobierno. Creo que es esencial. Pero hay dos razones por las que esto puede y debe combinarse con estos otros procesos de construcción política desde el principio. En primer lugar, la asimilación de la clase trabajadora británica no solo a través del Partido Laborista, sino también de los sindicatos durante el periodo corporativista, nunca fue total: siempre hubo revueltas populares y focos de resistencia. Por lo tanto, existen tradiciones radicales sobre las que construir. En segundo lugar, nos acercamos al final de una ofensiva capitalista de décadas, cuyo objetivo era destruir esa resistencia, lo cual se logró en parte mediante la asimilación, pero principalmente mediante la fuerza bruta: la exclusión violenta de las masas tanto en el Norte global como en el Sur global, como atestiguan los mineros británicos a los que se les rompía la cabeza y los izquierdistas argentinos arrojados desde helicópteros. Lo que estamos viendo hoy es que esta embestida comienza a estancarse, no por la oposición externa, sino por sus propias limitaciones internas: la incapacidad de Estados Unidos para frenar el desarrollo soberano de China, especialmente después de 2008, y la creciente presión sobre los recursos a medida que se acelera la crisis ecológica. Esto crea una oportunidad vital para un partido de izquierda.

Pero no podemos limitarnos a repetir el corbynismo en este contexto. No estamos al frente de un partido de gobierno y no tenemos posibilidades de llegar a estarlo en un futuro próximo. Por lo tanto, esa apuesta exclusivamente electoralista, que ya fue derrotada en su momento, es aún menos viable ahora. El número de personas que eran conscientes de la estrategia de 2015-2019 tal y como la describes era también muy limitado: solo un puñado de miembros del gabinete en la sombra y asesores de alto nivel lo habrían articulado de esa manera. La lógica del socialismo parlamentario se mantuvo prácticamente intacta. Creo que necesitamos un cambio fundamental en nuestra visión estratégica para crear un consenso en la izquierda que reconozca la importancia del poder popular.

Si quieres un ejemplo negativo, puedes fijarte en el Partido Verde. Su planteamiento consiste en elegir a sus candidatos para ocupar cargos públicos con el fin de que puedan utilizar su perfil para defender políticas progresistas. En sus propios términos, han tenido cierto éxito, ya que eligieron a un diputado durante el periodo 2019-2024 y a cuatro desde entonces, además de muchos concejales locales. Pero, ¿qué impacto han tenido en la conciencia pública? Prácticamente ninguno. Extinction Rebellion y Fridays for the Future han tenido un efecto mucho más tangible en la política medioambiental de masas. El planteamiento matemático de los Verdes, cuantos más representantes electos, mejor, tiene doscientos años, se remonta a la época de las revoluciones liberales, cuando el discurso público tenía lugar en los parlamentos y asambleas recién formados en los que los números realmente importaban. Es totalmente inadecuado para la década de 2020. El portavoz más destacado del partido ni siquiera es diputado. Últimamente se oyen cosas como «Junto con los Verdes, un partido de izquierda podría mantener el equilibrio de poder en Westminster». Es el mismo tipo de tonterías autoengañosas que algunos miembros del Socialist Campaign Group llevan años repitiendo: «Si nos quedamos en el Partido Laborista y mantenemos la cabeza gacha, quizá podamos mantener el equilibrio de poder». ¿Y qué ha pasado?

OE

Se trata de un modelo liberal de frente popular, que compromete implícitamente a la izquierda a apoyar al correspondiente gobierno laborista, lo que sería un suicidio moral y político. Pero quedémonos por un momento con las lecciones del corbynismo: la mayoría de la gente reconoció que una de las principales razones de su derrota fue su falta de una base social sólida, lo que dificultó la lucha contra las campañas de desprestigio y el sabotaje político a los que se vio sometido el proyecto. Pero después de 2019, muchas de esas personas se dedicaron a «construir la base» de una manera desvinculada de cualquier infraestructura nacional más amplia, lo que dio lugar a una serie de iniciativas dispares –un sindicato comunitario aquí, un grupo de acción directa allá– que el gobierno de turno ha ignorado o reprimido en su mayor parte.

Ahora se acepta ampliamente que es necesaria una síntesis entre la organización electoral y la organización popular, como tú dices, pero todavía no hay consenso sobre la forma que esta debe adoptar. Se ha debatido mucho si esta nueva organización debe ser un partido desde el principio o si debe comenzar como una alianza electoral. Los defensores de esta última opción argumentan que la fragmentación de la izquierda británica, y de la vida cívica británica en su conjunto, hace necesaria una estructura de coalición, que pueda abarcar las luchas locales y apoyar a los líderes comunitarios que, aunque no se identifiquen explícitamente con «la izquierda», comparten en líneas generales nuestra política. Sin embargo, al mismo tiempo, una coalición laxa amenaza con institucionalizar la fractura de la izquierda en lugar de repararla. ¿Cuál es tu postura al respecto?

JS

No estoy a favor de ninguna de las dos posiciones, al menos no en su versión extrema. Por un lado, se corre el riesgo de tener un laborismo recalentado, con mejores políticas, pero con una forma de partido similar, cuya primera prioridad es encontrar candidatos para presentarse a las elecciones locales. Por otro, el peligro es que acabemos con una coalición de independientes sin rumbo fijo, que no ofrece ninguna perspectiva de gobierno para provocar un cambio real. Ninguna de estas opciones va a construir un poder genuino en la sociedad.

En el mencionado libro, que escribí tras la derrota de Corbyn en 2019, Our Bloc: How We Win (2022) defendía una federación de los movimientos, organizaciones estructuradas y fuerzas existentes de la izquierda, que pudiera servir de bloque inicial para construir un proyecto más ambicioso. Hoy en día, sigue siendo perfectamente plausible, que una organización federada de este tipo pueda desempeñar este papel: sentar las bases para los diferentes tipos de construcción política, que he mencionado anteriormente. Pero, por un lado, seguiría siendo necesaria una estructura de toma de decisiones unificada para poder establecer cualquier tipo de estructura más amplia, ya sea federal, confederal o central. Optar por una coalición en lugar de por un partido no cambiaría el hecho de que primero es necesario que la gente se encuentre, se una y se ponga de acuerdo sobre las líneas básicas, y hasta ahora esto no ha sucedido. Tampoco hay ninguna razón por la que un partido no pueda respetar posiciones diversas, con diferentes tendencias y pluralismo interno. Una marca política local ya existente debería poder seguir funcionando con un alto grado de autonomía, si así se desea. Se trata, francamente, de cuestiones de segundo orden, que pueden resolverse cuando hayamos establecido los canales deliberativos adecuados.

Mi modelo preferido sería una estructura en la que se confíe la estrategia a los miembros y la táctica a la dirección. Las cuestiones estratégicas importantes –qué tipo de construcción del poder social priorizar, cómo distribuir los recursos entre los activistas de todo el país, qué tipo de educación y formación política proporcionar, cuál debe ser el contenido del programa político– se decidirían colectivamente. Las tácticas, es decir, cómo se llevan a cabo estos objetivos estratégicos, pueden ser determinadas en gran medida por los organizadores o políticos de primera línea. Para que esto funcione, tendría que haber un sistema de liderazgo colectivo, que podría asemejarse a lo siguiente: una lista de doce o quince de dirigentes se presentaría con una propuesta estratégica y quizá también una propuesta política, que se sometería a los miembros, quienes emitirían votos transferibles para su estrategia preferida y sus correspondientes candidatos. Esto daría lugar a un comité nacional compuesto por líderes de diferentes listas, que sintetizarían las diversas propuestas y las someterían a la conferencia de los miembros, donde podrían ser aprobadas, modificadas o rechazadas. El comité también elegiría a personas para diferentes funciones nacionales: nuestro portavoz principal, nuestro organizador principal, nuestro enlace con los movimientos progresistas, nuestro director del partido, etcétera. De esta manera, seguiría habiendo personas situadas en puestos de liderazgo identificables, pero no se trataría solo de un concurso de popularidad. Se crearía un estrato de líderes capaces de tomar decisiones ágiles y tácticas, pero también se fomentaría el protagonismo popular al convertir la estrategia en un esfuerzo colectivo.

OE

Si se hubiera lanzado antes una organización de izquierda, se podrían haber aprovechado varias oportunidades políticas surgidas recientemente. A escala de las élites, podría haberse aprovechado la decisión tomada por Starmer el pasado mes de julio de suspender a siete diputados y diputadas, entre ellos Sultana, del grupo parlamentario laborista, quizá convenciendo a otros integrantes del mismo para que abandonaran el barco. A escala de masas, podría haberse organizado una respuesta unitaria de la izquierda a la creciente ola de violencia racista incitada tanto por Starmer como por Farage. ¿Por qué, en tu opinión, el proyecto ha tardado tanto en salir a la luz?

JS

Llevo trabajando en esto desde hace aproximadamente un año y creo que hay factores estructurales, que dificultan el lanzamiento de cualquier iniciativa similar a la que comentas, esto es, no solo del tipo específico de partido de izquierda que he estado defendiendo, sino de cualquier tipo de partido de izquierda. Como ya he dicho, todo se reduce a la cuestión de la toma de decisiones. ¿Qué decisiones son legítimas? ¿Quién puede tomarlas y quién puede implementarlas? Se trata de un dilema similar al del huevo y la gallina: no se pueden tomar decisiones hasta que se dispone de una estructura, pero para tener una estructura hay que tomar decisiones. En otras situaciones equivalentes, este problema se sortea de tres maneras.

La primera es la intervención de un hiperlíder. Jean-Luc Mélenchon dice: «El Parti de Gauche no funciona, voy a constituir La France Insoumise», y eso es lo que ocurre. La gente le sigue. En Gran Bretaña no tenemos ese tipo de figura. Tenemos una especie de hiperlíder en Jeremy, una persona cuya autoridad moral y política se eleva por encima de la de cualquier otra, pero él no actúa de esa manera. No es su estilo.

La segunda es una organización estructurada preexistente con capacidad de toma de decisiones disciplinada. Podría ser un sindicato o una campaña política. En Sudáfrica, Abahlali baseMjondolo, un movimiento de gente, que viven en chabolas informales, cuenta con 180.000 miembros presentes en ciento dos asentamientos y está llevando a cabo ocupaciones de tierras en cuatro provincias. Asistí a su asamblea general, cuando estaba observando las elecciones en Sudáfrica el año pasado y fui testigo de sus debates sobre la creación de su propio instrumento electoral. Pueden utilizar sus mecanismos democráticos existentes, que permiten tomar decisiones, impugnarlas y revocarlas como parte de un proceso abierto en el que todos saben cuál es su posición. Eso también falta en Gran Bretaña.

La tercera solución es un pequeño grupo de personas muy alineadas y políticamente avanzadas, que puedan tomar decisiones colectivamente. A lo largo de la historia ha habido muchos partidos comunistas formados por una docena de personas sentadas alrededor de una mesa, que en poco tiempo se convirtieron en organizaciones de masas. Pero aquí los debates se producen entre personas con antecedentes y prioridades muy diferentes, que carecen de esta visión colectiva.

Como resultado de estos tres factores estructurales, surge otro factor contingente, que cobra gran importancia. De hecho, es el factor determinante, aunque es temporalmente sea posterior a los demás. Se trata de la cuestión de las personalidades. En momentos de insuficiencia colectiva como este, los problemas individuales pasan a primer plano. Ello se vuelve mucho más decisivo en condiciones de parálisis objetiva. Pero ahora, afortunadamente, parece que estamos avanzando. A pesar de estos obstáculos, está tomando forma un nuevo partido, porque tanto la necesidad política como la presión externa son abrumadoras. No puede dejar de construirse un nuevo partido, cuando tu partido, que todavía no tiene nombre, ya está empatado con el partido gobernante en las encuestas. Va a suceder de una forma u otra.

OE

¿Qué planes hay para el lanzamiento oficial, ahora que Corbyn y Sultana han anunciado esta conferencia?

JS

Por desgracia, el partido ya se ha lanzado, aunque no todavía no existe. Nos han privado de un lanzamiento cuidadosamente planificado, pero podemos vivir con ello. Lo que tenemos que hacer ahora es minimizar la importancia del factor humano contingente, creando un tipo diferente de autoridad soberana: un órgano que tenga el poder de impulsar el proceso. En la práctica, ello se traduce en esta conferencia democrática. Puede encargarse de crear un comité, que tenga verdadera legitimidad en la toma de decisiones. Todas las personas que se inscriban como miembros del partido deberían tener pleno derecho a participar. La conferencia debe reunir a todos y a todas, con instalaciones híbridas y votación totalmente en línea. Podría elegir un equipo directivo colectivo en el que se confíe para desarrollar la organización durante el próximo año y luego podríamos desarrollar estructuras y culturas, que permitan tomar decisiones más significativas. Nada de esto sería perfecto. De hecho, estaría muy por debajo de lo óptimo, ya que básicamente significa construir el coche mientras se conduce. Se podrían cometer todo tipo de errores, que podrían tener repercusiones más adelante. Pero al menos este planteamiento aceleraría el proceso. Ofrecería alguna esperanza en un momento político en el que esta escasea desesperadamente. Y eso sería algo muy significativo.

 

Este texto se publicó originalmente en Sidecar, el blog de la New Left Review, publicada en Madrid por el Instituto República & Democracia de Podemos y por Traficantes de Sueños. Este artículo fue publicado y traducido originalmente por Canal Red.

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