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Friedrich Merz en una conferencia de prensa el 3 de marzo de 2025 en Berlín. (Sean Gallup vía Getty Images)

Friedrich Merz, una copia devaluada de Angela Merkel

Traducción: Florencia Oroz

El nuevo canciller alemán, Friedrich Merz, procura mostrarse como un pragmático al estilo de Angela Merkel. Pero con el auge de la extrema derecha y las sombrías perspectivas económicas que enfrenta Alemania, su apuesta por un liderazgo estable tiene poco margen de acción.

Friedrich Merz es el nuevo canciller de Alemania. En tanto jefe de gobierno de la mayor economía de Europa, probablemente marcará el rumbo de la Unión Europea en su conjunto. Líder de la Unión Demócrata Cristiana (CDU), la campaña de Merz para las elecciones federales del 23 de febrero estuvo atravesada por una retórica conservadora y promesas de reformas orientadas al mercado. Sin embargo, al no alcanzar la mayoría, se volcó inmediatamente hacia el conocido terreno de la negociación de una «gran coalición» con el Partido Socialdemócrata (SPD), de centroizquierda.

De esta manera, Merz terminó buscando la alianza que siempre había denunciado. Así que, ¿qué se puede esperar de un canciller que hizo campaña presentándose como un intransigente y ahora se enfrenta a los mismos compromisos que definieron el reinado de Angela Merkel? Para responder a esta pregunta conviene retroceder un par de años.

En 2022, en el tranquilo comedor de un hotel de Berlín, un grupo de destacados conservadores alemanes se reunió en lo que se describió públicamente como una «cena de despedida» para Volker Bouffier, entonces primer ministro del estado de Hesse. En la mesa se sentaban rostros conocidos de la CDU. Como relata la periodista Sara Sievert en su biografía de Merz, Der Unvermeidbare [«El inevitable»], el verdadero propósito de la velada era más estratégico que sentimental. Con el largo mandato de Merkel como canciller llegando a su fin y sus sucesores elegidos —Annegret Kramp-Karrenbauer y Armin Laschet— incapaces de ganarse la confianza del público, la élite de la CDU buscaba un nuevo rumbo.

Cuando Merz, entonces nuevo líder del partido, se levantó para hablar esa noche, todos sabían lo que se avecinaba: la tan esperada ruptura con la era Merkel. Pero en lugar de denunciar abiertamente a su predecesora, Merz invocó a otro peso pesado de la CDU, Roland Koch, antiguo primer ministro de Hesse, elogiando su controvertida campaña de 1999 contra la reforma de las leyes de ciudadanía alemanas. En aquel entonces, la postura dura de Koch contra la concesión de la ciudadanía por nacimiento a los hijos de inmigrantes había movilizado los sentimientos xenófobos. La gente hacía fila delante de los puestos de la CDU para preguntar dónde podían firmar contra los extranjeros. Bajo el mandato de Merkel, esto se consideró uno de los momentos más bajos de la historia de la CDU. Pero, para Merz, era un modelo para la nueva dirección del partido.

Así, los temores a un fuerte giro hacia la derecha bajo el mandato de Merz llevan mucho tiempo latentes en el discurso político alemán. Los críticos advierten de que su cancillería podría suponer una apertura gradual de la CDU a la colaboración con la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD) o, como mínimo, un giro de 180 grados respecto a las políticas centristas que definieron los años de Merkel. Bajo el mandato de Merkel, la CDU había aceptado algunas reformas progresistas, como la introducción de un salario mínimo, la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo, la eliminación gradual de la energía nuclear o la acogida de más de un millón de refugiados en 2015.

Pero Merz ha sido considerado a menudo como la antítesis ideológica de Merkel. Crítico acérrimo de su centrismo, fue apartado de la dirección del partido ya en 2002, cuando Merkel lo destituyó de su cargo de líder parlamentario. Durante años, permaneció en el desierto político como un ultraconservador a la espera de que el péndulo volviera a oscilar. Sin embargo, ahora que ha regresado, parece menos interesado en revivir sus antiguas convicciones neoliberales que en emular el pragmatismo de Merkel, adoptando irónicamente el mismo enfoque que antes despreciaba.

El conservador de BlackRock

Gran parte de la reputación pública de Merz, especialmente en el amplio espectro liberal y de izquierda, proviene de este tiempo alejado de los reflectores de la gran política. En particular, su papel como presidente de la división alemana de BlackRock, el gigante estadounidense de gestión de activos, es visto con ojos críticos por la mayoría de los alemanes. Sus estrechos vínculos personales con el director ejecutivo de la firma, Larry Fink, tal y como recoge la reciente biografía de Volker Resing, no hacen sino reforzar la percepción de que Merz representa más a la élite financiera que al electorado.

Aun así, sus defensores tratan de replantear esta asociación no como un lastre, sino como una fortaleza. Sus vínculos con el mundo empresarial son presentados como una prueba de su competencia en los asuntos internacionales, una sensibilidad empresarial ausente en el típico político de carrera. «Gracias a sus numerosos cargos en consejos de administración», escriben Jutta Falke-Ischinger y Daniel Goffart en su biografía de Merz, «adquirió un conocimiento profundo y novedoso de la economía». Entre 2007 y 2018 Merz formó parte de al menos diecinueve juntas directivas, desde Commerzbank hasta BASF y el gigante del reciclaje Interseroh. Justo cuando planeaba su regreso a la política, sus conexiones le reportaron millones y lo consolidaron dentro de la élite financiera europea.

Esta fusión de poder económico y ambición política ha sido objeto de un intenso escrutinio. Merz siguió ocupando un escaño en el Parlamento alemán hasta 2009, pese a haber abandonado la política dos años antes. Cobró su salario íntegro sin pronunciar ningún discurso parlamentario durante todo su último mandato. Aún más controvertidos fueron los puestos en juntas directivas y las funciones de asesor que recibió de líderes industriales con los que compartía historias personales.

Uno de los casos fue el de Werner Müller, exministro de Economía del canciller Gerhard Schröder, que concedió a Merz un lucrativo puesto de consultor en Ruhrkohle AG. Más tarde, Müller también lo ayudó a conseguir un puesto en el consejo de administración de Stadler Rail, una empresa suiza que salió a la bolsa en 2019. Según se informa, esto convirtió a Merz en multimillonario. Resing, otro biógrafo de Merz, cita a uno de los confidentes del nuevo canciller que describe esto como «su verdadera entrada en el círculo de la élite financiera y empresarial». Esto, apenas un año después de que Merz anunciara su regreso a la primera línea de la política.

Sus defensores han procurado restar importancia a los posibles conflictos de intereses. Resing cita a un abogado corporativo familiarizado con el trabajo legal de Merz que insiste en que «el trabajo sustantivo siempre lo hicieron otros». Merz, según se da a entender, era más una figura decorativa que un operador.

Aire de familia

Cuando el ejecutivo de BlackRock Friedrich Merz volvió al centro de la escena política en 2018, su imagen de adversario de Merkel y neoliberal intransigente ya estaba firmemente establecida. Pero lo que ha desaparecido en gran medida de la opinión pública es que la propia Merkel no siempre fue percibida como una canciller desideologizada y desprovista de dogmas políticos. Al contrario: cuando al inicio de su carrera compitió con Merz por los puestos más importantes dentro del aparato de poder de la CDU, ella también era vista como una «reformista radical» neoliberal. El semanario Der Spiegel escribió en aquel momento sobre Merkel: «No solo quiere desechar los pilares de los 16 años de política de la CDU bajo Helmut Kohl. Merkel quiere reformar los sistemas de bienestar tan a fondo que todos los conceptos que se remontan al canciller Bismarck desaparezcan gradualmente del programa del partido».

Esta postura quedó especialmente patente en el congreso del partido celebrado en Leipzig en diciembre de 2003. En aquel momento, según Resing, biógrafo de Merkel y Merz, la CDU estaba «casi radicalmente hambrienta de renovación». La resolución política exigía un impuesto fijo, una reforma integral del sistema de pensiones y una reducción masiva del gasto social. Merz también estuvo presente en el congreso: «El día de hoy marca el comienzo del fin de la socialdemocratización de la Unión», afirmó emocionado en aquel momento.

Sin embargo, cuando Merkel entró en la campaña electoral de 2005, quedó claro que este rumbo no convencía a la mayoría. Su agenda económica neoliberal no tuvo eco y, de hecho, la CDU perdió votantes. Con un 35,2% de los votos, obtuvo exactamente el mismo resultado que siete años antes, el mismo que había permitido a Gerhard Schröder y al SPD llegar al poder. Este resultado sería decisivo para la estrategia política posterior de Merkel. Como escribe Resing, que publicó su primera biografía de Merkel en 2009, la lección fue clara para ella: «No se pueden ganar elecciones con un programa de reformas económicas liberales radicales». Fue así como Merkel se convirtió en la pragmática que el mundo recuerda hoy.

¿Podría ocurrir lo mismo con Merz? En 2005 comprendió que la victoria electoral de los demócratas cristianos ponía de manifiesto la debilidad de Merkel y su programa. En una columna de opinión en un periódico de aquellos años, señaló que 2,6 millones de votantes habían dado su primer voto local a la CDU, pero no el segundo, que era el más decisivo. El artículo se titulaba: «Al parecer, los votantes no quieren a Merkel».

En aquel entonces, los dieciséis años de Helmut Kohl fueron sucedidos por un breve interludio liderado por el SPD, al que Merkel respondió en 2005 con un programa de reformas radicales que obtuvo resultados modestos entre los votantes pero que aún así, gracias a una coalición con el SPD, la llevó a la cancillería. Ahora, tras dieciséis años de Merkel, el interludio liderado por el SPD ha sido aún más breve, y Merz ha respondido con un programa de reformas radicales que, aún con peor acogida entre los votantes que el anterior, igualmente lo convertirá en canciller, de nuevo gracias a un SPD dispuesto a cooperar a cambio de una cuota de poder en los ministerios.

En su acuerdo de coalición, los dos partidos dan prioridad a controles más estrictos de la inmigración y a la desgravación fiscal de las empresas, al tiempo que mantienen oficialmente logros socialdemócratas clave, como la Comisión Independiente del Salario Mínimo. Cabe destacar que el SPD ha logrado evitar importantes retrocesos en las políticas de bienestar, incluso cuando la CDU se asegura reformas favorables a las empresas, como la amortización acelerada y una reducción del impuesto de sociedades. Esta es una estrategia de sobra conocida de la época de Merkel. Pero en un giro más sorprendente, ambos partidos también se han comprometido a suavizar el llamado «freno al endeudamiento», una restricción constitucional que ha obstaculizado durante mucho tiempo la inversión pública desde su promulgación por el gobierno de Merkel en 2009.

Así pues, los paralelismos tienen sus límites. El SPD actual es más débil que nunca y la CDU también se ha visto mermada, por lo que la coalición resultante no es comparable a las grandes coaliciones de Merkel, saturadas de poder. Esta dinámica alterada también tendrá sus efectos sobre Merz.

Administrador del poder

No hay duda de que Merz se ha presentado a la cancillería como un candidato radical. En años anteriores había atraído la atención de los medios de comunicación al traspasar algunos límites retóricos, como cuando acusó a los refugiados ucranianos de «turismo social», cuando se refirió a los niños migrantes como «pequeños pashas» o cuando afirmó falsamente que los solicitantes de asilo recibían atención dental gratuita en las clínicas alemanas.

En 2020, cuando se le preguntó si podía imaginar a un canciller gay para Alemania, respondió: «Déjeme decirlo así: la orientación sexual no es asunto del público. Mientras se mantenga dentro de los límites de la ley y no afecte a los niños —y en ese punto trazo una línea roja—, no es un tema para el debate público». Que esta declaración lo situara «al límite de la homofobia», como escribe Sievert en su libro, es quizás la interpretación más benévola que pueda hacerse.

Pero a pesar de su recurrir a temas provocativos, es posible que Merz ya no esté realmente interesado en agudizarlos. La biografía de Falke-Ischinger y Goffart, lo cita declarando «No soy el fósil conservador que mis oponentes quieren hacerme parecer». Los autores describen cómo se ha vuelto más cauteloso, dándose cuenta de que su actitud descarada y su retórica anticuada, más propia de la Alemania Occidental anterior a 1989 que de la actualidad, le habían hecho tropezar en repetidas ocasiones. Desde entonces, según escriben, ha aceptado «que el mundo no puede simplemente volver a ser como era dieciséis años antes de Merkel».

Aunque las facciones más conservadoras de su partido aclaman y festejan su postura agresiva, se ha hecho evidente que este enfoque no puede replicar los éxitos electorales del pasado. La sensibilidad pública ha aumentado, como lo demuestra claramente la ola de indignación por el voto sobre una moción del Bundestag en enero junto con la AfD, acción que vino a echar por tierra un viejo tabú.

Durante mucho tiempo, Merz se ha visto a sí mismo como la antítesis de Merkel, pero puede que acabe convirtiéndose en su reencarnación política. El hecho de que, al igual que Merkel antes que él, se incorpore ahora a una gran coalición, es una prueba más de que no pretende gobernar como un reformador radical sino como un administrador pragmático de lo que le gustaría que fuera una «república superestable».

Pero puede que incluso este estilo de gobierno oportunista no funcione en las condiciones actuales. Los requisitos políticos y económicos han cambiado radicalmente desde la era Merkel. Su cancillería se benefició de una fase de crecimiento económico mundial que favoreció especialmente a Alemania como país exportador. Pero ese modelo ya no funciona. Por otra parte, dada la ausencia de presión por parte de la izquierda, es poco probable que Merz se vea obligado a impulsar de forma sostenible la demanda interna. Probablemente invierta más en puentes lo suficientemente resistentes como para soportar el peso de los tanques. ¿Pero aumentos salariales que permitan a la generación joven volver a acceder a un coche nuevo? Difícilmente. El rumbo de Merkel, centrado en la estabilidad, tenía fecha de caducidad, y esa fecha ya pasó hace tiempo.

Para ser el verdadero sucesor de Merkel, Merz tendría que abordar los numerosos problemas sin resolver que ella dejó atrás, en particular el déficit de infraestructuras y el modelo fallido de una economía basada en las exportaciones que dependía de la energía barata y los bajos costes laborales y que ahora se enfrenta a enormes retos en el contexto de las perturbaciones de la cadena de suministro mundial. Pero Merz no solo carece del tacto político para hacerlo, sino también de la base de poder necesaria para ello.

Cuando Merkel gobernó por primera vez con el SPD, contaba con una cómoda mayoría de escaños en el Bundestag. La gran coalición que ahora lidera Merz es la más débil de la historia, con apenas el 52% de los escaños. Además, las presiones políticas sobre la CDU han cambiado radicalmente. Mientras Merkel gobernó durante un auge mundial del liberalismo de izquierda, con mayorías en Alemania a favor de la legalización del matrimonio homosexual, la transición a las energías limpias e, inicialmente, incluso la apertura de las fronteras, Merz se enfrenta una dinámica inversa. Hoy en día, la presión proviene de la derecha, articulada por la AfD con una vehemencia que ningún partido tenía la base para igualar durante la época de Merkel.

En estas condiciones, será difícil para Merz estabilizarse y capitalizar el «centro» que Merkel cultivó. Ya se ha distanciado de su radicalismo económico con la esperanza de reunir la amplia base electoral de su predecesora. Pero es probable que el modelo de consenso que ella cultivó no sobreviva a su cancillería.

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