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Seguidores de La France Insoumise celebran en París los primeros sondeos que dan la victoria al Frente Popular en las elecciones legislativas de 2024. (Foto: Hugo Passarello)

¡Que viene el lobo!

Algunas consideraciones sobre el auge de la extrema derecha y la solidez del antifascismo.

Las irrelevantes elecciones europeas del pasado 9 de junio abrieron la caja de Pandora en Francia. La no tan sorprendente victoria del Rassemblement National (RN) de Marine Le Pen tuvo como consecuencia la convocatoria inmediata y poco meditada de elecciones legislativas por parte del presidente de la República, Emmanuel Macron. Probablemente lo hizo pensando que cogería a contrapié a la izquierda y que el sistema de elección de los diputados por circunscripciones pequeñas y a doble vuelta permitiría a los de Macron enfrentarse directamente a las candidaturas de la extrema derecha en la segunda vuelta. 

Se trataba de matar a dos pájaros de un tiro: sacar la supuesta extrema izquierda de La France Insoumisse (LFI) de la ecuación y vencer al Rassemblement National (RN) agitando el miedo al ascenso de la extrema derecha y la bandera de la defensa de los valores republicanos, estrategia empleada hartas veces y que a medio plazo dejará con toda probabilidad de ser eficaz.

La formación, a última hora, del Nouveau Front Populaire (NFP), reuniendo la práctica totalidad de las fuerzas de izquierdas y progresistas (la misma France Insoumisse, el Partido Socialista, el PCF y los ecologistas) lo cambió todo, siendo el bloque que ha terminado por obtener la mayor cantidad de diputados en la Asamblea Nacional. La meritoria y flamante victoria del NFP ha sido acogida con esperanza como la ansiada señal de un resurgimiento de la izquierda y del inicio del fin de la extrema derecha.

Sin embargo, es necesario matizar esta lectura por excesivamente optimista: los meses que vienen estarán llenos de dificultades para la izquierda, y la extrema derecha, al acecho, se prepara para afilar sus garras.

La victoria del NFP, en cierto sentido, es una victoria pírrica, obtenida además gracias al «pacto republicano» con el macronismo y la derecha de Les Republicains. El desistimiento de la gran mayoría de candidatos de las fuerzas que integraban ese pacto en las respectivas circunscripciones ha favorecido la fuerza que había quedado mejor posicionada y ha permitido aglutinar el voto contra el RN, que en la inmensa mayoría de circunscripciones ha sido derrotado. Naturalmente, a pesar de las reticencias liberales y conservadoras para actuar de esta forma cuando se favorecía en alguna circunscripción a un candidato de La France Insoumisse (LFI), el cordón sanitario contra la extrema derecha ha acabado por ser efectivo solo gracias al sistema de elección de los representantes en la Asamblea Nacional, que prima a las grandes mayorías en el territorio en detrimento de la representatividad proporcional.

Sin embargo, se olvida de forma sorprendente que también la segunda vuelta de las elecciones legislativas ha sido ganada en número total de votos por la extrema derecha del RN. Si en la primera vuelta el RN, y sus aliados de la facción de Les Republicains (LR) encabezada por Éric Ciotti, había obtenido 10.647.914 de votos (representando el 21,58% del censo y el 33,22% de la participación, obteniendo de forma directa 38 representantes por haber ganado con más del 50% de los votos emitidos en las respectivas circunscripciones), en la segunda vuelta los votos de la extrema derecha solo disminuyen relativamente, obteniendo un total de 10.109.044.

Pero habida cuenta de que en la segunda vuelta ya no se votaba en las circunscripciones donde se habían escogido diputados por la vía directa, se constata que los resultados de la extrema mejoran sensiblemente, obteniendo el 23,33% de los votos sobre el censo y 37,05% de los votos emitidos. En número total de votos, el NFP queda muy atrás de la extrema derecha, con un 25,68% de los votos emitidos (más de once puntos porcentuales por debajo de la extrema derecha) y los macronistas de Ensemble recogen un 23,14% (casi 14 puntos por debajo). Para entendernos, en función de un sistema electoral proporcional y con ley de Hont, el resultado obtenido acercaría el RN a la mayoría absoluta. En caso de un sistema a una sola vuelta (como el británico), el RN habría obtenido una amplia mayoría absoluta. 

Cuidado, por tanto, con el triunfalismo, porque una lectura que no se hace es que el RN, con o sin Frente Republicano, consolida más de una tercera parte de los sufragios. Este hecho no les ha llevado al poder en esta ocasión, pero la extrema derecha solo debe esperar a que la fruta esté madura para recogerla. Le basta con vomitar su discurso demagógico y esperar los errores y contradicciones de los demás.

Asimismo, hay que tener muy en cuenta que la estrategia del Frente Republicano en la segunda vuelta ha beneficiado sobre todo al macronismo y a la derecha conservadora de Les Republicains, que han logrado aglutinar buena parte del voto progresista y de izquierdas para hacer frente a la extrema derecha en las circunscripciones donde tenían cierta ventaja y han podido evitar un resultado catastrófico (aunque el partido de Macron se ha dejado nada menos que unos ochenta diputados).

Esta lógica no ha sido exactamente la misma cuando se ha tratado de beneficiar al candidato de la izquierda en las circunscripciones donde este estaba mejor posicionado (especialmente si pertenecía a LFI) frente al RN. De esta forma, cuando se enfrentaban candidatos de la derecha republicana y la extrema derecha, el 70% de los electores del NFP en la primera vuelta han votado a LR en la segunda vuelta; cuando eran los macronistas de Ensemble quienes se enfrentaban al RN, han obtenido un 72% de los votantes del NFP.

En cambio, el cordón sanitario ha sido menos eficaz cuando se ha tratado, para los votantes liberales y de derechas, de apoyar al candidato del NFP: en las circunscripciones donde este era un candidato socialista, comunista o ecologista, solo un 54% de los votantes de Ensemble y un 29% de los votantes de LR han optado por apoyarle; este porcentaje es aún inferior cuando el candidato a apoyar pertenecía a LFI, obteniendo solo el 43% del apoyo de los votantes de Ensemble y el 26% de los votantes de LR.

Estos apoyos se traducen en una distribución muy desigual de diputados. Los candidatos de la extrema derecha perdieron los enfrentamientos directos contra la izquierda en 90 circunscripciones y obtuvieron la victoria en 62 de ellas; cuando se han enfrentado a candidatos de Ensemble, en cambio, han perdido 105 circunscripciones y solo han ganado 23; esta relación es aún más desequilibrada en el caso de enfrentamientos con LR, habiendo sido derrotada en 32 circunscripciones y habiendo ganando 7. En las circunscripciones donde no ha habido desistimientos y se ha producido una segunda vuelta con tres candidatos (esta situación se ha dado sobre todo por las reticencias «republicanas» a apoyar a candidatos de LFI), la extrema derecha ha ganado en 11 circunscripciones y solo ha perdido en una de ellas.

Un primer aprendizaje que se puede sacar de estas cifras es que la evidencia de que el cordón sanitario republicano ha funcionado para derrotar a la extrema derecha no debe llevarnos a engaños: acabó siendo, al mismo tiempo, un bote salvavidas para una centroderecha y una derecha a la deriva. Solo así se puede llegar a entender la sobrerrepresentación de Ensemble y de LR.

A partir de ahí, se puede debatir sobre la necesidad estratégica de tal sacrificio. Es cierto, por otra parte, que no había demasiadas alternativas al alcance para evitar lo peor, pero sería un error sustituir el análisis de lo acaecido en todas sus derivadas por el autoengaño y el triunfalismo.

Además, la unidad de la izquierda es circunstancial y no está basada en un programa común realmente compartido y asumido. La debilidad del frente unitario ya se hizo patente con el experimento de la Nouvelle Unidad Populaire Ecologique et Sociale (NUPES), marca con la que concurrió la izquierda a las legislativas del 2022 y que le permitió hacer frente al macronismo y a la extrema derecha. Muy pronto se puso de manifiesto la incapacidad de llevar a cabo una estrategia y un programa común, también la hostilidad del PSF, el PCF y los ecologistas hacia LFI y su líder, Jean-Luc Melenchon. 

Si tenemos en cuenta cómo se distribuyen los diputados dentro del NFP, veremos que de los 193 diputados obtenidos, 71 pertenecen a LFI, 65 al PSF, 34 a los ecologistas y 9 al PCF. Así pues, el PSF parece haber renacido de sus cenizas, obteniendo un mayor peso específico dentro del Nuevo Frente Popular, en buena parte porque la distribución de circunscripciones y la segunda vuelta le han favorecido especialmente, confirmando asimismo los buenos resultados obtenidos en las últimas elecciones europeas después de años de travesía del desierto.

Se puede anticipar con total seguridad que el PSF conseguirá imponer su agenda dentro de la coalición y condicionar las alianzas con el resto de fuerzas republicanas hacia la reconstrucción de un centro político que, visto el desgaste del macronismo, prevé hegemonizar. Las presiones disgregadoras del PSF dirigidas contra LFI y los elementos más a la izquierda de la coalición son si cabe aún más previsibles cuando nada menos que François Hollande, expresidente de la República y artífice de la inmolación del PSF el año 2017, ha sido elegido diputado y maniobrará, como buen caballo de Troya, para hacer fracasar cualquier tentación izquierdista.

El primer escollo que tuvo que superar el NFP fue encontrar un candidato de consenso (Lucie Castets) que fuera del agrado de LFI y el PSF, algo que fue sumamente difícil (recordemos que el PSF y otras fuerzas políticas que componen el NFP han vetado por activa y por pasiva a Melenchon). El segundo escollo será que esta candidata sea aceptable por Macron, por su partido y por el capital financiero que representa. El tercer escollo será que el gobierno que consiga formar Lucie Castets tenga el respaldo de una mayoría parlamentaria estable. 

Los 193 diputados del NFP quedan muy lejos de la mayoría absoluta de 289 diputados en la Asamblea Nacional y necesitaría buscar apoyos sólidos para evitar el bloqueo. Y esto si el presidente Macron decide otorgar a la izquierda la oportunidad de formar gobierno, puesto que es él y solo él quien decide discrecionalmente la elección del primer ministro. Solo una fuerte movilización popular y la amenaza de incendio político y social a las puertas de los Juegos Olímpicos de París podría llevarle a tomar tal decisión cuando tiene otras posibilidades sobre la mesa.

Así pues, es necesario asumir que la distribución de diputados en la Asamblea y los frágiles equilibrios internos del NFP no permiten que pueda haber un gobierno de izquierdas que haga políticas de izquierdas. Descartas totalmente otras alianzas, una posibilidad para la izquierda sería un pacto con el macronismo, que conllevaría sin embargo el entierro del programa socializante con el que el NFP se presentó a las elecciones y la aceptación de las grandes líneas políticas neoliberales impulsadas por los gobiernos de Macron durante los últimos 7 años.

Aunque se ha hablado de ello, parece improbable que el campo macronista pueda fragmentarse y que sus elementos provenientes del PSF puedan abandonar el campo presidencial e inclinarse hacia un hipotético gobierno de izquierdas: solo hay que tener en cuenta cuál es el historial político de estos elementos para entender que no aceptarían la mayor parte del programa del NFP.

En cualquier caso, un pacto con el macronismo acarrearía con toda probabilidad la marginación de LFI y, a medio plazo, una nueva inmolación de la izquierda, a la que correspondería llevar a cabo un programa liberal, eso sí, con un cierto acento social, que no lograría sin embargo eliminar la rabia y el resentimiento acumulados por las clases populares francesas ante las políticas antisociales de Macron y su autoritarismo: más combustible, por tanto, que podría ser convenientemente empleado por la extrema derecha.

Otra de las posibilidades que se apuntan es que Macron, cuando se ponga de manifiesto el bloqueo, opte por nombrar a un primer ministro de perfil más técnico, con el apoyo de macronistas, socialistas y ecologistas (y quien sabe si también del PCF). De hecho, se trataría esta de una opción viable, ya que contaría con el apoyo firme de 264 diputados de la Asamblea Nacional (273 si sumamos a los comunistas). Aunque este gobierno no llegaría a tener el apoyo de la mayoría absoluta de 289, tendría un gran margen de actuación buscando votos aquí y allá entre los 55 de la derecha conservadora y los 21 no adscritos a ningún bloque (entre ellos, exmacronistas).

Otra variante de esta opción sería la formación de un gran bloque de centro, con Ensemble, LR y PSF, coalición que contaría por la parte baja con el apoyo asegurado de 285 diputados, ampliable a los diputados no adscritos e incluso a los ecologistas. El hecho de que Macron no haya aceptado la dimisión del primer ministro Gabriel Attal y las declaraciones de varios exponentes significativos del centrismo parece dar credibilidad a esta posibilidad: dejar correr el tiempo para evidenciar la imposibilidad de un acuerdo para nombrar a un primer ministro elegido de forma consensuada por el NFP, dejar estallar las contradicciones internas y, ante la situación de bloqueo, presentar una alternativa de «salvación republicana» apadrinada por el presidente de la República.

Pero recordemos que la recurrencia a tales soluciones técnicas acabaron por derrumbar la credibilidad de la democracia en Italia y todos sabemos cuál ha sido el resultado. Como quiera que sea, buena parte del electorado del NFP no entendería tampoco tal solución, y no hace falta decir que conllevaría un efecto desmovilizador de primer orden para la izquierda sociológica.

Macron se ha caracterizado por su autoritarismo y desprecio por las clases populares, no en vano sus políticas y su intransigencia han encendido las calles en varias ocasiones; pero también ha sabido jugar hábilmente la carta de presentarse como la única alternativa a la extrema derecha de Marine Le Pen y eso le ha permitido, a pesar de sus credenciales, ser elegido dos veces Presidente de la República. Ante la finalización de su mandato, si la izquierda no es capaz de articular un programa político ambicioso y realmente compartido, se abre en el horizonte, de forma casi inevitable, la subida al poder de la extrema derecha del RN. Es indudable, en caso de tener que elegir entre la izquierda y la extrema derecha, hacia quien irán las simpatías y el apoyo de la clase capitalista francesa.

Ante el escenario de auge de la extrema, de forma totalmente oportunista, las fuerzas liberales e incluso liberal-conservadoras a menudo se apuntan al carro de la lucha contra extrema derecha, reduciendo el antifascismo a una simple defensa de una democracia representativa que ellos mismos contribuyen a minar. Y sin embargo, pese a cierta retórica antifascista presuntamente compartida, la extrema derecha ha podido integrarse de pleno derecho en el establishment político.

El ascenso de la extrema derecha pone de manifiesto la ampliación del campo de juego para la derecha liberal (que alternativamente puede adoptar buena parte del programa y el discurso de la extrema derecha o presentarse como única posibilidad de defensa de los valores liberal-democráticos), la centralidad creciente de la extrema derecha y la tendencia al arrinconamiento de la izquierda, ya sea electoralmente o a través de ulteriores renuncias programáticas para contentar a sus «socios» liberales.

Si vamos más allá de lecturas en clave estrictamente parlamentaria, este escenario es claramente beneficioso para la clase dominante. El desgaste de las fuerzas liberales tradicionales siempre podrá ser suplido temporalmente por fuerzas de extrema derecha que aplicarán políticas económicas idénticas y que jugarán la carta de capitalizar la frustración de buena parte de la población a través de la demagogia, la xenofobia y el chovinismo.

Sea como fuere, el problema de la izquierda en este nuevo campo de juego radica en su aceptación fatalista del nuevo escenario y en su incapacidad de rearmarse ideológicamente y volver a unas coordenadas de lucha de clases. Un antifascismo consistente solo puede articularse desde una estrategia política de acción que vaya más allá del estricto marco institucional, como nos enseña la experiencia histórica.

La advertencia de la llegada del lobo, repetida ya demasiadas veces, está agotando su credibilidad y capacidad de movilización. El lobo ha sido disuadido de momento, por lo menos en Francia, pero se lame las heridas y está cada vez más preparado para llegar y morder. Cuidado que no encuentre aliados inesperados que le faciliten la llegada.

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