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Kirguisos caminan por la estepa durante un festival folclórico tradicional celebrado en el lago Son-Kul, a unos 430 kilómetros de Bishkek, el 21 de julio de 2011. (Vyacheslav Oseledko / AFP vía Getty Images)

Un paraíso comunista en la estepa

Traducción: Florencia Oroz

Entre 1925 y 1932, mil europeos emprendieron el viaje de un mes en tren a la Kirguizistán soviética como nuevos miembros de la cooperativa de trabajadores Interhelpo. Su historia habla de las esperanzas utópicas depositadas en el proyecto soviético… y de cómo fueron aplastadas.

Mirando por la ventanilla del avión por la noche, se ve el oscuro desierto de Kyzylkum, con luces ocasionales reconocidas por la navegación por satélite como Komektaev, Lenino y Kyzylorda. Desde aquí arriba, el viaje desde Europa Central hasta el Kirguistán centroasiático parece largo y desolado. En ese momento de mi viaje, aún no era consciente de que hace cien años un grupo de centroeuropeos idealistas, entre ellos los padres del futuro líder checoslovaco Alexander Dubček, llegaron a Kirguizistán con la esperanza de construir su idea de un paraíso socialista.

La primera vez que entré en contacto con el nombre «Interhelpo» fue al aterrizar en Bishkek. «Los tenaces voluntarios checoslovacos de la cooperativa Interhelpo celebran la victoria; en 1934 sus fábricas produjeron el 20% de la producción industrial del Kirguizistán soviético», reza la guía en inglés. En ese momento recuerdo las luces del desierto de Kyzyl, la distancia entre Europa Central y Asia Central, y me pregunto: ¿por qué alguien haría esto?

Como pronto descubrí, no fui la primera turista sorprendida por esta notable huella centroeuropea en Kirguizistán. Entre otros, el director del periódico eslovaco SME, Lukáš Onderčanin, se fijó en ella durante sus viajes por el país. Estaba tan intrigado que escribió un libro sobre el tema, Utopie v Leninově zahradě [Utopía en el jardín de Lenin]. 

Disponible en checo y eslovaco, su libro cuenta la historia de mil centroeuropeos idealistas que entre 1925 y 1932 vendieron todas sus posesiones, invirtieron sus ganancias en una cooperativa y viajaron en tren durante treinta días hasta la frontera sur de la Unión Soviética. Se detuvieron en medio de la nada, en la estepa junto a lo que entonces era Pishpek (más tarde Frunze, ahora Bishkek), donde había un puñado de casas de ladrillo. Cuando la cooperativa empezó a prosperar, en la década de 1930, todos los hijos de los miembros de Interhelpo menores de tres años habían muerto de malaria y tifus.

A pesar de sus sombríos comienzos, la cooperativa consiguió construir una fábrica textil, una fábrica de muebles, una fábrica de cerveza y una fábrica de maquinaria agrícola; ayudó a construir la sede del gobierno kirguís y uno de los hospitales locales; y fundó un club cultural, una escuela y un equipo de fútbol, que llegó a jugar en Tashkent. Para los trabajadores del ferrocarril de Bishkek, la gente de Interhelpo construyó una «ciudad de trabajadores» de forma inusualmente circular que aún hoy llama la atención en los mapas. Fueron los primeros en encender las luces de Bishkek.

De Pishpek a Bishkek

En los cien años transcurridos desde entonces, Bishkek se ha convertido en una metrópolis de un millón de habitantes. Más que una aldea, hoy tiene el aspecto descuidado de una ciudad que tuvo su apogeo hace varias décadas —durante la dominación soviética— y que, a día de hoy, sigue utilizando y reparando las infraestructuras que construyó durante ese periodo.

La ciudad está surcada por calles rectangulares y decorada con monumentos y mosaicos soviéticos. El más bello, con la inscripción «Nuestro trabajo es para ti, patria», cuelga de la fachada de una destartalada fábrica textil que, sorprendentemente, sigue funcionando. Los amplios parques y las hileras de árboles apenas consiguen absorber los omnipresentes humos de los coches y el calor de 38 grados que reina aquí en julio.

El calor, la niebla tóxica y el ruido también asolan los alrededores del mercado Osh de Bishkek, donde, además de especias para los fideos laghman y deliciosos damascos secos, puedes comprar montones de productos electrónicos baratos, zapatos y ropa, incluidos pantalones cortos de hombre con la etiqueta Keleman Klein. Los vendedores locales se encuentran entre los pobres de la capital, dependen de las ventas diarias en el mercado y aún no se han recuperado del todo de las medidas anti-COVID que provocaron el cierre parcial del Bazar de Osh.

Al final del día, muchos vendedores se van a dormir a las míseras casas que rodean la calle cercana que lleva el nombre de la cooperativa checoslovaca, escrito como «Intergelpo». Sin que los lugareños lo sepan, las casas de su calle fueron construidas hace cien años por gente pobre como ellos: cooperativistas checoslovacos, polacos, húngaros y alemanes.

«No conocen la historia de Interhelpo. No es una buena zona, y mucha gente solo vive aquí temporalmente», explica nuestra guía Altynai. Añade que los espacios de la calle Intergelpo habitados hoy fueron diseñados a menudo por las cooperativas con fines distintos a la vivienda individualizada: por ejemplo, como almacén de herramientas de trabajo, o como albergue para las empleadas de una fábrica textil.

Los dormitorios y las zonas comunes se han convertido en miniapartamentos, conectados por un pasillo sin luz y una escalera de tablones desvencijados. Los habitantes no se ponen de acuerdo sobre la gestión de los espacios comunes.

El centro cultural construido por los miembros de Interhelpo recuerda a los sokolovny checos (salas que albergan bailes, actos artísticos, deportes y similares). El centro alberga una exposición fotográfica bajo el título «El rostro humano de la política», que retrata al habitante más famoso de la cooperativa. El líder de la Primavera de Praga, el comunista reformista Alexander Dubček, aparece retratado aquí casi al final de su vida, con sus nietos junto a la tumba de su esposa, unos meses antes de morir en un accidente de coche en 1992.

Dubček pasó sus primeros años en Interhelpo, donde fue educado por sus padres idealistas. Como dice el periodista checo Jaromír Marek en su libro sobre la cooperativa, se dice que esta experiencia influyó en las opiniones políticas de Dubček: fue allí donde se encontró con la Unión Soviética pisoteando los ideales del socialismo que propugnaban sus padres.

El ascenso del dictador paranoico Iósif Stalin, que rechazó el internacionalismo de su predecesor Vladimir Lenin y trabajó para desmantelar todas las empresas no estatales, fue un golpe mortal para la cooperativa. Muchos miembros de Interhelpo fueron enviados a campos de trabajo por el régimen como extranjeros sospechosos, y veinte de ellos, junto con intelectuales kirguises, fueron víctimas de las purgas de Stalin como consecuencia de denuncias mutuas.

Varias decenas de cooperativistas se alistaron en el Ejército Rojo y participaron en la liberación de Checoslovaquia de la ocupación nazi en 1945. Las empresas construidas por la cooperativa fueron nacionalizadas gradualmente hacia 1943.

Altynai nos revela lo que queda hoy de la actividad de la cooperativa en Bishkek. Pasamos por delante de la antigua fábrica de maquinaria agrícola Frunze, uno de los mayores logros de la cooperativa. A través de las ventanas rotas, nos asomamos a la fábrica ya desaparecida, que no sobrevivió al colapso de la Unión Soviética. La fábrica está rodeada por un complejo deportivo: una piscina fuera de servicio, canchas de fútbol y baloncesto y un campo de tiro.

«En el apogeo de los años 60 y 70, era un gran lugar de trabajo. Los trabajadores conseguían muchas cosas gratis que los jóvenes de hoy no pueden permitirse y por las que tienen que luchar», afirma Altynai.

¿Civilizadores o víctimas de la desinformación?

Como voy descubriendo poco a poco, la increíble misión de los trabajadores checoslovacos, que gastaron todos sus ahorros para trasladarse a la frontera oriental de la Unión Soviética, puede describirse desde distintas perspectivas, según la ideología de la época: como una misión civilizadora y colonizadora, un ejemplo de ingenuidad y manipulación, o como un esfuerzo incomprensible por manifestar una utopía.

El punto de vista «civilizatorio» considera que los miembros de Interhelpo, al igual que toda la Unión Soviética, trajeron el progreso al «atrasado» Kirguistán. Esta visión fue respaldada, por ejemplo, por el periodista comunista de entreguerras Julius Fučík, que visitó la cooperativa en la década de 1930. Así esbozó su visión del desarrollo de Kirguizistán: «En los hermosos valles de las montañas del Tien Shan aparecerán ciudades modernas; donde hoy serpentean los caminos de gamuzas y ovejas de montaña, se construirán sanatorios, escuelas, clubes y teatros; los nómadas de hoy se convertirán en ingenieros, médicos, profesores».

La interpretación civilizacional del Interhelpo de Fučík también intrigó a los investigadores checoslovacos del Instituto Marx-Lenin. Sin embargo, pasaba por alto los aspectos problemáticos de la cooperativa: sus penurias y muertes en sus inicios, las luchas internas, las malas condiciones de trabajo, las purgas estalinistas y la superioridad colonialista de la cooperativa sobre la población indígena.

En la República Checa y Eslovaquia poscomunistas, la cooperativa es ampliamente percibida como producto de la ingenuidad de unos trabajadores checoslovacos mal informados que fueron víctimas de la manipulación o, como diríamos hoy, de desinformación. «Ríos de glaciares que riegan prados y campos, densos bosques, huertos frutales, sabrosos melocotones, dulces uvas y árboles llenos de manzanas»: este es un ejemplo de desinformación sobre la situación en Kirguizistán del explorador y «padre de Interhelpo» Rudolf Mareček. Se supone que pronunció este discurso durante un acto de agitprop en la ciudad checa de Zlín en la década de 1920.

Mareček también se ganó la reputación de charlatán a ojos de los autores modernos. Aunque concibió la idea de establecer una cooperativa en Kirguistán, él mismo no llegó al país hasta seis años después de la primera emigración, evitando así las peores dificultades. Onderčanin, autor de Utopía en el jardín de Lenin, describe a Interhelpo en parte como un producto de la desinformación. Según él, la cooperativa puede actuar como una especie de elemento disuasorio: «Hay muchos paralelismos que pueden aplicarse hoy en día. Incluso hace cien años, la gente se dejaba engañar por la ideología y las invenciones; creían en la utopía», dijo en una entrevista para el podcast eslovaco ORF.

Una utopía de Bishkek

Sin embargo, escuchando a Onderčanin de camino del lago Issyk-Kul a Bishkek, me pregunto si las «fabricaciones» que la gente escuchaba hace cien años y las que escucha hoy no son algo diferentes. Si los agitadores de 1920 podían persuadir a la gente para que trabajara en la construcción de una sociedad mejor en rincones remotos del mundo, hoy lo único que pueden hacer es atizar el resentimiento contra personas que están aún peor, enfrentando a los romaníes con los ucranianos, a los checos con los romaníes, etc.

«La capacidad de imaginación, que era posible y de hecho bastante común en la década de 1920, ahora parece completamente exótica», me dice más tarde apasionadamente Georgy Mamedov, profesor de la Universidad Americana de Asia Central y activista LGBTQ de izquierdas, en un bar indie de Bishkek. Como autor del proyecto Bishkek Utópico, siente debilidad por las utopías y rechaza inequívocamente la descripción de los miembros de Interhelpo como víctimas pasivas de la desinformación. Al mismo tiempo, amansa mi entusiasmo por la «huella checa en Kirguizistán», que me llevó, como a otros checoslovacos, a interesarme por Interhelpo.

«Se ignora el hecho de que se identificaban principalmente como comunistas, ateos e internacionalistas, y en cambio se hace hincapié constantemente en sus orígenes étnicos y europeos», se queja. Como prueba del internacionalismo de los miembros de Interhelpo, Mamedov señala el propio nombre de la cooperativa: la palabra interhelpo procede de la lengua Ido, una versión reformada del esperanto, y significa «ayuda mutua». El objetivo de las lenguas artificiales como el Ido era superar las barreras lingüísticas y permitir una comunicación fluida entre las personas, independientemente de su nacionalidad.

En su libro, Onderčanin también destacó que la pobreza, el desempleo y las malas condiciones laborales en la Checoslovaquia de entreguerras fueron motivaciones cruciales para la fundación del Interhelpo. «El empleo ilegal de trabajadores jóvenes se hace a expensas de los trabajadores mayores y atestigua la codicia de la administración de la fábrica, que emplea a jóvenes solo para reducir los salarios al nivel más bajo posible», dice un artículo centenario sobre las condiciones en la fábrica textil Trenčín, que cita en su libro. El artículo recuerda sorprendentemente a los textos publicados hoy sobre las condiciones de las fábricas en la República Checa contemporánea.

«La imaginación de los trabajadores de Interhelpo y su capacidad para salir de sus identidades nacionales y religiosas deberían inspirar a la gente de hoy», afirma Mamedov. La incapacidad de imaginar un mundo mejor y el miedo a las utopías, afirma, no es un signo de la sabiduría adquirida durante el último siglo, sino una simple trampa en la que hemos caído.

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