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La presidenta de la ultraderechista Rassemblement National, Marine Le Pen, en París el 7 de febrero de 2024. (Gonzalo Fuentes / AFP vía Getty Images)

La ultraderecha francesa crece a expensas de la izquierda

Los trabajadores franceses votan al ultraderechista Rassemblement National en mayor medida que a otros partidos, pero lo más frecuente es que ni siquiera voten. Marine Le Pen ha sabido explotar el vacío dejado por el declive de las organizaciones obreras.

Durante décadas, la izquierda francesa estuvo dominada por el Partido Comunista Francés (PCF), una organización que construyó fuertes redes en la Francia obrera a lo largo del siglo XX. Sin embargo, a partir de la década de 1980, esta poderosa organización decayó, dejando un vacío que llenar. Front National —el partido de extrema derecha, dirigido por Marine Le Pen, que se convirtió en la Rassemblement National (RN) en 2018— fue uno de los principales beneficiarios de aquella crisis.

El declive del PCF está estrechamente ligado a la destrucción de las condiciones sociales y organizativas que habían sostenido durante mucho tiempo la participación de los trabajadores en la vida política francesa. Este cambio brindó a los grupos sociales y activistas alejados de la clase obrera la oportunidad de hablar políticamente en su nombre. La Rassemblement National de Le Pen no tiene una base militante real en los barrios obreros ni en los talleres. Pese a ello, hoy puede presentarse como el «partido de los trabajadores».

Auge y debilitamiento de un partido obrero

Fundado como partido de la clase obrera en los años de entreguerras, desde 1945 hasta los años 70 el Partido Comunista fue la principal fuerza activista y electoral de la izquierda francesa. La organización del PCF estaba arraigada en la Francia obrera, y solía estar dirigida por dirigentes procedentes de ese entorno. Su peso político era aún mayor debido a la relativa cohesión social de esas mismas clases. Los obreros metalúrgicos cualificados y los empleados en empresas públicas con estatuto de protección (en los ferrocarriles, en el gas o en la electricidad) desempeñaban un papel clave en las filas del PCF. Las estrechas conexiones entre los centros de trabajo y las zonas residenciales también significaban que la participación política a nivel laboral se extendía fácilmente al contexto local. Los activistas sindicales de cuello azul unieron sus fuerzas a las de los maestros para desafiar el poder de las élites sociales sobre los cargos municipales.

Pero la crisis industrial de finales de los 70 perjudicó a las capas superiores de las clases trabajadoras, de las que procedían la mayoría de los dirigentes comunistas. La reestructuración de las grandes empresas industriales asestó un duro golpe a las redes organizativas del PCF entre los trabajadores. La creciente precariedad del empleo y los efectos duraderos del desempleo masivo provocaron un retroceso de las luchas sociales y socavaron la transmisión de la cultura clasista.

A partir de entonces, los trabajadores se emplearon cada vez más en pequeños establecimientos o en trabajos aislados en el sector terciario (como conductores u operarios) cada vez más lejos de donde vivían. Al mismo tiempo, se disparó el número de trabajadores de servicios. Sin embargo, en esas condiciones laborales subalternas, la distinción entre los empleados y el patrón no adoptaba la misma forma que en la fábrica, y la organización sindical era más difícil.

Así pues, las transformaciones en la producción y en las condiciones de la clase obrera seguramente jugaron en contra del PCF. Pero las políticas aplicadas por sus dirigentes también alimentaron la desafección hacia el partido. Para muchos hogares obreros, el PCF está asociado al desmantelamiento de la industria por su papel en los gobiernos franceses de 1981-1984 y 1997-2002. La crisis de la siderurgia en el este de Francia se agravó cuando la izquierda llegó al poder en 1981. En 1997, el llamado gobierno de «izquierda plural», que incluía a ministros del PCF, lanzó una oleada de privatizaciones. La decepción con el gobierno dirigido por el Partido Socialista también afectó al PCF, sobre todo porque había estado asociado a este partido —una fuerza socialdemócrata moderada— en la gestión de los ayuntamientos desde la década de 1970.

También hubo una ruptura ideológica. En los años 90 y 2000, el antiguo «partido de la clase obrera» tendió a perder su enfoque de clase. Lejos de presentarse como un partido clasista, el objetivo del PCF fue entonces simplemente ser representativo de la «sociedad» en toda su «diversidad», en detrimento de un interés obrero específico y de la prioridad de la lucha contra la explotación capitalista. La voluntad de construir una imagen nueva, «moderna» y «abierta» de la política comunista que acompañó el rechazo explícito del estalinismo se tradujo también en la prescindencia de los planteamientos «obreristas» y de las estructuras del centralismo democrático.

Sin duda, la labor del PCF de ordenar su base de activistas dejaba poco margen para la democracia interna. Pero sí le permitió construir un cuerpo de dirigentes procedentes de la clase obrera. A medida que disminuía el número de militantes del partido, el lenguaje de la «apertura a la sociedad» fomentó una integración aún mayor del PCF en la maquinaria institucional de la política local y nacional. Esto debilitó los mecanismos del PCF para la selección, formación y promoción de militantes de clase obrera, y reorientó su organización hacia las clases medias. Los obreros y los trabajadores de cuello blanco tendían a quedar marginados dentro del aparato del PCF, donde predominaban las categorías más instruidas, como los profesores y el personal de supervisión o profesional.

El movimiento sindical perdió peso en la formación del grupo dirigente del PCF. En su lugar, los titulares de cargos políticos adquirieron mayor influencia: creció la proporción de representantes electos, directores de proyectos, agregados parlamentarios y otras figuras de las autoridades locales en la dirección del PCF. La relación entre el PCF y las poblaciones locales dependía cada vez más del papel de los gestores, los representantes electos locales o los funcionarios, y cada vez menos de la actividad de los militantes del partido. Mantener las bases en el gobierno local se convirtió en un objetivo central, y la posesión de recursos educativos o habilidades directivas se consideraba ahora una ventaja para unirse al PCF y escalar en su jerarquía interna.

La extrema derecha y la estructura de clases sociales

Fue en este contexto de debilitamiento del arraigo del PCF en la Francia obrera que el partido de extrema derecha inició su crecimiento. Aunque el Front National disfrutó de un importante apoyo electoral de la clase obrera a partir de mediados de los 80, su lugar en la estructura de clases sociales no era el mismo que el del PCF. El PCF se basaba en una alianza entre sindicalistas obreros y miembros de la pequeña burguesía cultural (profesores, trabajadores sociales y de la cultura). El partido de Le Pen es diferente: sus redes se construyen casi siempre en torno a convergencias entre una pequeña burguesía independiente (comerciantes, artesanos) y los asalariados de la producción artesanal y las pequeñas empresas. Estos últimos suelen estar atrapados en relaciones de proximidad y dependencia personal con sus jefes.

El partido también cuenta con el apoyo de los directivos y de las profesiones intermedias del sector minorista, un grupo socioprofesional en crecimiento que está en el centro de las recientes transformaciones del sector privado. Por tanto, sería simplista ver el auge de las ideas de Rassemblement National únicamente en términos de desindustrialización. También se nutre de la remodelación del mundo del trabajo y del mantenimiento del empleo industrial bajo formas específicas, por ejemplo en torno a la industria agroalimentaria. Rassemblement National no está necesariamente impulsado por categorías independientes en declive y empobrecidas. De hecho, el giro de la población hacia el voto a la ultraderecha puede estar arraigado en la movilidad profesional ascendente, a menudo unida a la propiedad de la vivienda en las zonas rurales.

En estas zonas rurales, sin embargo, el voto a Rassemblement National tiene tal impulso que ahora reúne a distintos tipos de perfiles sociales, que comparten una visión positiva del modelo de independencia personal y éxito individual. En determinados contextos, Rassemblement National ha permitido que personas de clase trabajadora se unan a las listas que respalda en las elecciones locales, incluyendo así a quienes suelen estar excluidos de la competición política. Desde este punto de vista, el partido puede apoyar la presencia de grupos obreros en la escena política.

Pero, a diferencia del PCF de décadas anteriores, esto no refleja una estrategia deliberada. Los dirigentes de Rassemblement National están más interesados en presentar candidatos con una combinación de capital económico y cultural, como los profesionales autónomos, pero tienen que hacer frente a la debilidad de sus fuerzas militantes y a la composición social de su base de apoyo electoral.

Electoralismo sin militancia

Si el partido de extrema derecha tomó como modelo al PCF en los años 90, está lejos de estructurarse siguiendo las mismas líneas que los comunistas, con su presencia organizativa en localidades y lugares de trabajo. En las zonas obreras, la Rassemblement National sigue estando mal organizada: sus redes son frágiles, su poder municipal es relativamente limitado y su apoyo en las asociaciones locales, débil.

Tras las elecciones locales de 2020-21, Rassemblement National solo cosechó dieciséis municipios y veintiséis consejeros departamentales en toda Francia, muy lejos de su fuerza en las elecciones nacionales. Su candidata, Marine Le Pen, quedó segunda en las elecciones presidenciales de 2017 y 2022. Sin embargo, esto es difícil de trasladar al ámbito local y de base. Es cierto que el partido lleva varios años ganando fuerza, con un aumento del número de sus representantes electos, especialmente diputados. Pero los casos en los que Rassemblement National ha construido una presencia estructurada a nivel local —como en Hénin-Beaumont, antigua ciudad minera del norte de Francia, que hoy tiene un alcalde afiliado al partido— siguen siendo excepcionales.

Aunque los medios de comunicación suelen pintar a las clases trabajadoras como la principal base de apoyo de Rassemblement National, cabe señalar que este partido ha encontrado hasta ahora poca legitimidad entre las organizaciones obreras existentes. Solo prospera en sus márgenes, precisamente cuando las grandes empresas —los focos de la lucha social y la organización sindical— cierran y las solidaridades obreras se desintegran o se reconstituyen al margen de los sindicatos. Los trabajadores empleados en grandes empresas, sobre todo en el sector público, donde aún existen tradiciones de lucha, apoyan mucho menos a Rassemblement National.

Así es que sería un error pensar que Rassemblement National ha ocupado el lugar que solía tener el PCF en las zonas obreras, especialmente en el campo, donde su público electoral, pese a todo, es muy fuerte. Sigue teniendo dificultades para encontrar candidatos que presentar a las elecciones en varias localidades, incluso en las que ha obtenido muchos votos. Con esto no queremos minimizar o subestimar su influencia: sin lugar a dudas, el impulso está de su parte. Pero su crecimiento electoral no va necesariamente acompañado de la construcción de una presencia local estructurada.

El Primero de Mayo de cada año, en el que se producen movilizaciones enfrentadas de la izquierda sindical y del partido de extrema derecha, ilustra la discrepancia entre el poder electoral y el arraigo militante. El festival Juana de Arco que organiza Rassemblement National en París atrae solo a unos miles de simpatizantes, sin difusión regional. Pero los sindicatos y los partidos de izquierda participan en casi trescientas marchas en toda Francia, además de la manifestación de París, que convoca mucha más gente que cualquier acto de Le Pen.

La influencia de Rassemblement National es esencialmente electoral y le cuesta encontrar arraigo en el activismo. Los estudios realizados por sociólogos políticos muestran que las expresiones de apoyo al partido a nivel local son en gran medida informales, proporcionadas por simpatizantes no afiliados que se reúnen, por ejemplo, en un club de pesca o en un café. Sus ideas se difunden con el telón de fondo de la desintegración de la izquierda. Es en este lado del espectro —la izquierda militante— donde puede observarse la resistencia de la clase obrera. Pero esta tiene lugar menos a través del PCF que a través del movimiento sindical.

La fuerza rural de Rassemblement National

En las pequeñas ciudades rurales, donde Rassemblement National acumula un caudal de votos bastante sólido, los activistas de izquierda son cada vez más escasos. A menudo, solo las redes sindicales permanecen activas en la defensa de los valores progresistas frente a las ideas de extrema derecha, ya sea en el lugar de trabajo o a nivel local. Pude observar esto a diario durante un estudio de campo en una localidad rural y obrera del centro-este de Francia.

Se trata de un tipo de zona en la que el voto de Rassemblement National es significativo y crece constantemente. En el pueblo de tres mil habitantes situado en el corazón de esta zona, Le Pen ha quedado primera en las tres elecciones presidenciales a las que se ha presentado, y cada vez se ha hecho más fuerte: 22% en 2012, 30% en 2017 y 38% en 2022. En estas últimas elecciones, obtuvo un 59% en la segunda vuelta, superando claramente al actual presidente, Emmanuel Macron.

Primera fuerza electoral, muy por delante de los demás partidos, Rassemblement National no tiene, sin embargo, militantes declarados a nivel local y es incapaz de confeccionar una lista para las elecciones municipales. Sus candidatos en las elecciones departamentales de 2015 eran desconocidos para la inmensa mayoría de los residentes locales y los representantes electos: una joven de veintitrés años, estudiante de enfermería en París, afiliada al partido desde hacía solo un año, y un profesor de veintisiete años que vive y trabaja en la principal ciudad del departamento. Miembro de redes cristianas fundamentalistas, se había afiliado al partido cuatro años antes. Ninguno de los candidatos vivía en la zona en la que se presentaban, ni tampoco sus compañeros de candidatura (un estudiante de derecho que trabaja en un bufete parisino y una empresaria desconocida en la localidad).

El partido fue incapaz de presentar candidatos a las siguientes elecciones departamentales de 2021, lo que ilustra la constante rotación y la débil posición de sus candidatos locales, incluso en las zonas que son electoralmente muy favorables al partido. El candidato a las elecciones parlamentarias de 2017 fue marginado durante algún tiempo después de las elecciones, antes de abandonar finalmente la región. En 2022, un nuevo candidato para las elecciones legislativas —un abogado del Colegio de Abogados de París— logró una importante cantidad de votos y llegó a la segunda vuelta.

Esta situación dista mucho de ser excepcional. La presencia militante de Rassemblement National es débil, incluso en los casos excepcionales en que consigue ganar las elecciones municipales. En una de las pocas alcaldías ganadas en 2014, en el sur de Francia, la lista de extrema derecha estaba encabezada por personas poco conocidas por la población, con escaso historial activo en el partido, y que a su vez se sorprendieron de ser elegidas.

Cada vez que el pueblo del centro-este de Francia que estudié acude a las urnas para elecciones nacionales, los concejales y los residentes responsables del recuento de votos se quedan perplejos. La gran mayoría de las personalidades que intervienen en el espacio público local (cargos electos, miembros de asociaciones, sindicalistas, candidatos, etc.) expresan su incomprensión ante los resultados generales, que parecen desentonar con la campaña sobre el terreno, donde Rassemblement National está ausente.

Los residentes que participan en organizaciones y asociaciones de la escena municipal proceden principalmente de las capas superiores del espacio social local, extraídas de las clases medias: profesores, mandos intermedios, comerciantes, supervisores, oficinistas, ingenieros, etc. Las figuras de la clase trabajadora —aunque mayoritarias en la población general— tienen menos protagonismo. Pero también hay una excepción: los empleados de las empresas ferroviarias.

Ferroviarios contra la extrema derecha

Realicé mi encuesta de campo principalmente entre trabajadores ferroviarios, en particular miembros de la Confédération Générale du Travail (CGT), sindicato de izquierdas que representa a la mayoría de los trabajadores de la empresa ferroviaria nacional. Entre los factores que explican la continua implicación sindical de los ferroviarios en esta pequeña ciudad se encuentran una larga historia que se remonta al siglo XIX y la continua sociabilidad debida a la presencia de un taller de mantenimiento que emplea a casi trescientas personas.

Los ferroviarios se benefician de una cierta estabilidad profesional que facilita su implicación política. Disponen de recursos y de una continuidad en el empleo de la que carecen otras figuras de la clase obrera local en situación más precaria (metalúrgicos, trabajadores de mataderos, carpinteros, empleadas de casas particulares, cuidadoras de niños, empleados de supermercado, marroquineros, etc.). Sin embargo, los ferroviarios no están aislados de estos elementos de las clases trabajadoras peor posicionadas.

Sus cónyuges, al igual que sus hijos, suelen tener dificultades para encontrar un empleo estable, y muchos han trabajado para otras empresas donde su situación era precaria y sus condiciones laborales penosas. En el sector privado, generalmente no han encontrado sindicatos, pero su experiencia de trabajo servil ha ido alimentando un sentimiento de injusticia social: una desconfianza en la autoridad patronal que puede alimentar el voto a la extrema derecha. Solo cuando estos trabajadores han alcanzado cierta estabilidad dentro de la empresa ferroviaria se plantea realmente la cuestión de la afiliación sindical.

El voto de extrema derecha se alimenta del rechazo a las figuras fantaseadas de «extranjeros», «musulmanes» y «beneficiarios del Estado de bienestar», imágenes todas ellas transmitidas por los debates mediáticos y los líderes políticos de la derecha, pero también cada vez más desde la izquierda. Sin embargo, la socialización en determinados sindicatos —como los ferroviarios de la CGT— se orienta hacia valores progresistas, hacia el descubrimiento de las causas sociales y políticas de la situación de cada individuo.

Esta politización tiene lugar sobre todo en las reuniones sindicales, donde la presencia de «veteranos» y jubilados puede ayudar a transmitir valores de izquierda a los miembros más jóvenes. Aunque una lectura racializada de las divisiones sociales puede prevalecer entre la clase trabajadora local, apenas aparece dentro del propio sindicato. Entre los dirigentes del sindicato, se condena explícitamente la proximidad a Rassemblement National y a sus valores, un obstáculo para asumir responsabilidades.

Durante un debate interno, por ejemplo, una sindicalista de treinta y cinco años expresó sus reservas sobre el valor de «reclutar miembros porque sí». Utilizó el ejemplo de un joven ferroviario afiliado al sindicato que, en su opinión, no tiene la «mentalidad abierta» que se espera de un miembro de la CGT, asociando explícitamente los valores sindicales con actitudes morales como la tolerancia hacia los inmigrantes o los homosexuales. Entre los ferroviarios de la CGT pueden expresarse algunas formas de racismo y machismo. Pero tales opiniones no pueden expresarse legítimamente dentro del propio colectivo sindical. Provienen de los márgenes —los trabajadores más alejados del sindicato— y están destinadas a provocar llamados de atención.

El distanciamiento del partido de extrema derecha es el resultado de la socialización política dentro del sindicato. Pero también puede ser una fuerza impulsora de la afiliación a la CGT. Tal es el caso de Stéphane, responsable de las juventudes de la CGT. En una entrevista, este ferroviario dijo ser «sensible al discurso del sindicato» desde el momento en que se afilió, «en relación con todo lo que era [su] ideología original» y «la lucha por la justicia social». Su «rebelión contra la injusticia» proviene en parte de sus prácticas culturales de adolescente, escuchando a grupos de punk rock de izquierda.

Muy concientizado sobre el antirracismo, cuando empezó en el taller a principios de la década de 2000, tuvo varias «broncas» con quienes «decían cosas racistas» en su sala de asignaciones. Cuando llegó Stéphane, otro sindicato dominaba la sala, cuyo representante se sumó a esos comentarios racistas. «Luego se calmó al respecto. Se calmó el día que un tipo, Mehdi, que era (…) francés pero de origen magrebí, entró». La presencia de Stéphane —que se afilia a la CGT— y de Mehdi hizo retroceder el ambiente abiertamente pro Le Pen.

Stéphane continuó su lucha en la arena política local, donde se unió a la oposición contra el alcalde elegido en 2008 en su ciudad (de cuatro mil habitantes). El alcalde, agente de seguros generales autónomo, había sido candidato por Rassemblement National en la región de París a principios de los años noventa. La movilización social de los empleados municipales y las protestas de los activistas antifascistas estaban estrechamente entrelazadas con las redes de sindicatos, empleados con estatus protegido (como los ferroviarios y los funcionarios locales) y profesores. Contribuyeron a poner fin al mandato del alcalde en 2014.

La izquierda ausente

Como podemos ver en este caso, los sindicalistas desempeñan un papel clave para contrarrestar la influencia de la extrema derecha en las zonas obreras. Las alianzas sindicales locales permiten a los activistas reunirse fuera del lugar de trabajo. Sin embargo, en estos tiempos de intensa represión antisindical, los activistas sindicales a menudo se ven obligados a concentrarse únicamente en sus lugares de trabajo. El apoyo político al que pueden recurrir es débil.

Lejos de tratar de reforzar el sindicalismo —que sería una forma de contrarrestar a la extrema derecha—, los sucesivos gobiernos franceses, incluida la presidencia del socialista François Hollande (2012-17) y luego la de su ministro de Economía, Emmanuel Macron, han debilitado aún más los contrapoderes de los trabajadores en el lugar de trabajo, en un contexto de creciente desestabilización de la condición obrera.

Además, el funcionamiento de los partidos de izquierda tiende a marginar a las clases trabajadoras y a sus representantes sindicales. La principal fuerza de la izquierda, La France Insoumise, se organiza en torno a la figura de Jean-Luc Mélenchon y sus candidaturas a las elecciones presidenciales francesas. Pero, por el momento, el equipo dirigente de La France Insoumise ha rechazado cualquier estructuración de la organización con miembros reales, congresos, desarrollo de agrupaciones locales, etc.

El resultado de aquella decisión política es una fuerza que, concebida explícitamente como un movimiento y no como un partido, debe luchar con ahínco por existir fuera de las temporadas de campaña electoral y por afianzarse en la vida de la clase trabajadora. El movimiento se apoya principalmente en sus diputados y en la movilización de las categorías sociales cultas, sin poder recurrir a las estructuras activistas de los barrios obreros y las zonas rurales.

El modelo pasado del PCF, al igual que el del Partido Socialista con sus diversas corrientes internas, es hoy uno de los que La France Insoumise rechaza expresamente. Y con razón, en lo que respecta a la falta de democracia interna del PCF. Pero puede que haya lecciones políticas que aprender de los cien años de historia del PCF en lo que respecta a la movilización de las clases trabajadoras. Esto se garantizaba mediante diversos acuerdos colectivos que daban gran importancia a los orígenes sociales de los militantes y valoraban el papel de los sindicalistas.

Hoy en día, la organización formal es rechazada y en su lugar se propone un movimiento laxo de simpatizantes que valora a toda costa la «horizontalidad» y las estrategias individuales de personalidades de la «sociedad civil» o de parlamentarios. Sin embargo, tal estrategia parece poco adecuada para garantizar que una alternativa política al capitalismo, o incluso la lucha contra la extrema derecha, arraigue en la Francia obrera. Se trata de una lucha que no solo tiene lugar en las urnas, sino también sobre el terreno, en los lugares donde la gente vive y trabaja cotidianamente.

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