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Edificios del Centro Financiero Internacional de Dubai, una zona económica especial en Dubai, Emiratos Árabes Unidos, 14 de septiembre de 2023. (Natalie Naccache / Bloomberg vía Getty Images)

Los libertarianos sueñan con un mundo sin democracia

UNA ENTREVISTA CON
Traducción: Pedro Perucca

En los últimos años del siglo XX se crearon zonas económicas especiales que liberaron a los capitalistas de las limitaciones habituales de la soberanía popular. Este fenómeno vino acompañado del auge de ideologías libertarianas radicales que pretenden acabar completamente con la democracia.

Con frecuencia pensamos en las últimas décadas como una historia de creciente conectividad y uniformidad de las economías de todo el mundo, gracias a la globalización, un proceso quizás retrasado o interrumpido por acontecimientos políticos como el ascenso de Donald Trump en Estados Unidos y el voto del Brexit en el Reino Unido. Pero el curso general de la historia global reciente fue el de una creciente integración económica, guiada por instituciones supranacionales como la Unión Europea y el Banco Mundial.

En su libro de 2023, Crack-Up Capitalism: Market Radicals and the Dream of a World Without Democracy, el historiador Quinn Slobodian sostiene que los últimos años del siglo XX y los primeros del XXI se caracterizaron igualmente por el crecimiento de zonas económicas especiales subnacionales, en las que capitalistas e inversores se ven liberados de las restricciones normales impuestas por la soberanía popular. La aparición de estas zonas fue de la mano e inspiró el desarrollo de ideologías procapitalistas radicalmente libertarianas, que soñaron con eliminar por completo el régimen democrático en favor de un gobierno por contrato privado.

En una entrevista para el podcast The Dig, en Jacobin Radio, Daniel Denvir entrevistó a Slobodian sobre estas zonas y los anarcocapitalistas que las aman. Esta transcripción fue editada para mayor extensión y claridad.

Neoliberales vs. Anarcocapitalistas

DD

Tu libro trata de un conjunto de capitalistas radicales libertarianos y autoritarios, incluidos muchos de los autodenominados anarcocapitalistas. También trata de un mundo que se ha configurado según la visión de esas personas mucho más de lo que podríamos imaginar, un mundo que está plagado de «zonas» de todo tipo. Hablemos de estas personas y del mundo que quieren crear. ¿Quiénes son y en qué creen?

QS

Las personas que constituyen el núcleo del libro son libertarianos o neoliberales más radicales que los que solemos encontrar. Personas como Friedrich Hayek, Milton Friedman y similares tuvieron un papel importante en el último libro que escribí.

Esa gente aparece en este libro. Pero estoy más interesado en el olvidado grupo de los anarcocapitalistas que, en lugar de creer que la democracia puede ser contenida, controlada y limitada dentro de ciertos vínculos legislativos, creen que la democracia puede y debe ser eliminada por completo. Creen en una especie de orden de mercado puro en el que todo se organiza dentro de contextos privados, actores privados, compañías de seguros y empresas de arbitraje, con todo desplazando por completo la función de las urnas o del gobierno representativo.

Ese grupo es relativamente pequeño, pero ruidoso y cada vez más influyente e importante en las últimas décadas, especialmente con la rápida aceleración de la financiarización de nuestra economía, el auge de la industria tecnológica y la aparición de cosas como las criptomonedas. Creo que la idea de una especie de realidad ordenada de forma privada se hizo más tangible y atractiva para mucha gente.

 DD

¿Cuál es la diferencia, o la relación, entre los libertarianos radicales y los neoliberales? ¿Son a veces la misma gente?

 QS

Es una pregunta delicada. En mi último libro dediqué mucha atención a argumentar, como hicieron muchos otros, que no es útil pensar que los neoliberales quieren acabar con el Estado por completo. El neoliberalismo se entiende mejor como una especie de conjunto evolutivo de soluciones al problema de la democracia. El Estado desempeña un papel importante y proactivo a la hora de proteger al mercado de los desafíos al orden de mercado y, a menudo, de poner en marcha nuevas políticas que produzcan resultados y realidades más favorables al mercado que hagan menos probables unos resultados y realidades más redistributivos o socialistas.

Así que ese libro trataba realmente de este neoliberalismo más general, que se puede asociar con Hayek y Friedman. Podemos pensar en la construcción de instituciones supranacionales como la Organización Mundial del Comercio (OMC) y partes de la Unión Europea como intentos de codificar esta versión del neoliberalismo en el mundo real. Así lo veían ellos.

Dentro de esa gran carpa del neoliberalismo, que en mi trabajo —y siguiendo el trabajo de otros— asocio con esta tradición de pensamiento en torno a la Sociedad Mont Pelerin, están estos libertarianos radicales, que se ubican más a menudo en los márgenes y que piensan que el Estado puede ser abolido por completo. Como son una especie de críticos inmanentes del neoliberalismo —están dentro del mundo de la religión neoliberal, pero constituyen una especie de secta radical dentro de ella— es difícil saber dónde situarlos, del mismo modo en que no se sabría dónde situar a las sectas disidentes del cristianismo o del islam cuando discrepan de la versión ideológica dominante.

La gente de mi libro utiliza a menudo el neoliberalismo como una especie de maldición o calumnia, de forma parecida a como lo hace la izquierda. Consideran que alguien como Hayek traicionó la tradición del mercado al admitir que puede haber elecciones regulares o cierto grado de compensación estatal en caso de dificultades extremas.

 DD

Prefieren a Ludwig von Mises.

 QS

Prefieren a Mises y a una lectura particular de Mises. Esto es algo que descubrí en el transcurso de la escritura de este libro: esto sólo puede compararse a los debates religiosos o doctrinales, o supongo que a los debates en torno al trotskismo y el estalinismo en la izquierda, en el sentido de que la gente se descontrola enormemente según la traducción que utilices, la frase que traduzcas, el párrafo en el que te centres. En algunos casos me encontré tropezando con este nido de víboras de los debates internos de Mises sin saber que lo estaba haciendo.

Creo incluso que Mises leído de una cierta manera es similar a Hayek, en el sentido de que tampoco quiere acabar con el Estado. Cree en la utilidad y utilidad en algunos aspectos de la democracia, de manera que los puristas —aquí probablemente señalaríamos a Murray Rothbard— creen en la posibilidad de un orden verdaderamente sin Estado.

En la Zona

DD

Quiero resumir la parte de tu libro que trata de cómo el mundo se parece mucho más a lo que quieren estos pensadores de lo que podríamos haber imaginado. Escribes: «El mundo de las naciones está plagado de zonas». ¿Qué es, en términos generales, una zona? ¿Y cómo desafía la forma en que solemos pensar al Estado-nación y su soberanía?

QS

Desde un punto de vista técnico, las zonas son jurisdicciones dentro de un territorio nacional, delimitadas en términos de tamaño, que dentro de sus fronteras tienen un conjunto de leyes y normativas diferentes de las que existen fuera de ellas. En los últimos cuarenta años, los países en desarrollo las utilizaron a menudo para incentivar la entrada de inversores extranjeros que, de otro modo, dudarían en invertir en Indonesia, India, Sudáfrica o Botsuana. Pero si se les dice «Escuchen, en este espacio nos aseguraremos de que las licencias se concedan rápidamente y los impuestos sean reducidos, podrán tener plena propiedad extranjera, etcétera», es una forma de hacer que el capital móvil confíe más en el lugar donde está poniendo su dinero.

La zona tiene una biografía o historia muy distinta, que muchas otras personas han rastreado en detalle y en cuyo trabajo me baso en mi propio libro. Tiene varios puntos de génesis diferentes.

Uno de ellos es la zona de comercio exterior, que es un invento estadounidense. Dara Orenstein, profesora de estudios estadounidenses, escribió un gran libro sobre las zonas de comercio exterior estadounidenses titulado Out of Stock, que presenta como una historia del almacén en el capitalismo estadounidense. Se crearon en la década de 1930, durante el New Deal, básicamente como almacenes, pero en lugares normalmente adyacentes a puertos que se consideraban fuera del territorio aduanero estadounidense.

La ventaja era que, por ejemplo, se podían traer cosas por piezas y luego ensamblarlas e introducirlas en Estados Unidos sin tener que pagar aranceles ni aduanas por cada uno de los componentes; sólo había que pagar en aduana por el producto acabado. También eran muy útiles porque, técnicamente hablando, no estaba permitido hacer ciertos tipos de refinado de petróleo importado en territorio estadounidense, así que podías hacerlos en cambio en estas zonas de comercio exterior.

Hay cientos y cientos de estas cosas a lo largo de Estados Unidos, algunas de ellas no más grandes que un almacén, lugares donde cuando entras estás técnicamente fuera del territorio fiscal del país. Hoy en día se utilizan mucho para ensamblar coches y cosas así.

Otra historia interesante es la del aeropuerto irlandés de Shannon. En los primeros tiempos de los vuelos transatlánticos, no se podía ir de Nueva York a Londres con un tanque de combustible, por lo que tenías que repostar una o incluso dos veces, lo que hizo que la isla canadientese de Terranova tuviera brevemente una especie de intenso y pequeño destello de ocio cosmopolita, mientras la gente tenía que bajarse del avión y esperar a que repostara. Luego se dirigían a Irlanda, que era el siguiente lugar más cercano al otro lado del Atlántico. 

El aeropuerto de Shannon era uno de esos lugares donde siempre había gente esperando a que se repostara combustible. Había tiendas libres de impuestos, etc. Cuando los vuelos pudieron llegar más lejos y los tanques de combustible se hicieron más grandes, Shannon quedó obsoleto.

Pero los empresarios de los años 50 pensaban en la extraterritorialidad que se les había concedido como aeropuerto. Así que empezaron a hacer cosas como ciertas manufacturas, sin las mismas regulaciones que el país circundante, y empezaron a almacenar cosas que así podrían mantenerse fuera del espacio del propio país.

Esa idea de perforar el territorio para permitir, por lo general, menos impuestos, menos regulaciones y menos leyes laborales también contó con lugares que surgieron tempranamente en Puerto Rico en los años 50 y 60 y en Taiwán en los años 60. Pero si nos fijamos en un gráfico de estas zonas, que con el tiempo se llamaron «zonas económicas especiales», no despegaron realmente hasta finales de la década de 1970, que es cuando China adoptó la zona como la forma en que abriría su economía nacional.

La más famosa es Shenzhen, justo enfrente de Hong Kong. Pero las zonas se multiplicaron muy rápidamente y fueron laboratorios fascinantes de recommodificación de la tierra y del trabajo (básicamente, lo opuesto al comunismo en la mayoría de sus aspectos tangibles, pero en territorios muy pequeños).

Era una manera de no hacer todo de una vez, con una violenta terapia de shock. En su lugar, se hizo este tipo de cosa hidráulica, donde se permitía la inversión extranjera, la entrada de capital extranjero (pero sólo en lugares muy pequeños), la competencia efectiva entre diferentes zonas para captar inversiones y así sucesivamente.

Así que China sería el lugar donde realmente despega la zona. El otro lugar del que hablo en el libro es el Golfo, concretamente los Emiratos Árabes Unidos y Dubai. Concretamente Dubai, en parte, porque no tiene ni gas ni petróleo propios; Abu Dhabi tiene el petróleo y Qatar tiene el gas.

Dubai tuvo que buscarse otra cosa, y se le ocurrió adoptar la tecnología de la zona. La Zona Franca de Jebel Ali sigue siendo la más famosa. Dentro de este espacio, las empresas extranjeras pueden entrar y poseer territorio, con acceso a la mano de obra de Dubai o trayendo trabajadores de fuera.

Las zonas se convierten entonces en lugares donde se suspenden muchas de las ideas habituales de lo que es un Estado-nación. A menudo la propiedad pertenece a personas que no son del país; a menudo trabajan allí trabajadores que no son necesariamente del país que los rodea. Las obligaciones fiscales y jurídicas son muy diferentes de las del entorno.

La tendencia fue considerar esto como una especie de rareza o anormalidad del funcionamiento del capitalismo global. Mi juego en el libro pasa por decir dos cosas: una, que en realidad esto es una especie de esencia de la forma en que se viene organizando el capitalismo global en los últimos cuarenta años, más o menos. Estos son los lugares con la mayor intensidad de fabricación, de inversión, de extracción. Si los miras de otra manera, la actividad financiera también es intensa. Están sirviendo de inspiración para otros tipos de imaginación política. Los libertarianos radicales, los anarcocapitalistas con los que empezamos nuestra conversación, observan estas soluciones de ingeniería banales y cotidianas del capitalismo y dicen: «¿Y si las tomáramos y las convirtiéramos en un modelo para la sociedad como tal? ¿Y si hiciéramos de la zona, en lugar de la nación o el imperio, la forma en que organizamos la vida humana?».

DD

La historia del último medio siglo se cuenta a menudo como la de la aglomeración de Estados-nación en estos organismos supranacionales: cosas como la Unión Europea o la OMC, el tipo de instituciones sobre las que escribiste en Globalists, el tipo de cosas que protegen de la democracia a los mercados. Pero este libro muestra que también hemos vivido este desmembramiento de los Estados-nación en zonas y que los capitalistas radicales están obsesionados no sólo con desregular el Estado o imponer este control global a la democracia sino con desmembrar los Estados en entidades políticas cada vez más pequeñas: «microordenamiento». ¿Cómo encajan estas dos historias?

QS

Creo que funcionan juntas. En lugar de ser opuestas, funcionan en simbiosis.

Una de las versiones más extremas de la zona económica especial, creada en Honduras, en la isla de Roatán, frente a su costa norte en el Caribe, se llama Próspera. Fue un intento consciente de crear una especie de Hong Kong en miniatura en un país que tuvo sus desafíos vinculados con la delincuencia y las relaciones unilaterales con vecinos económicos más poderosos, especialmente Estados Unidos y Canadá, hacie el norte.

La idea era ceder una parte del territorio y crear un nuevo conjunto de leyes para dar una forma extrema de estatus extraterritorial a esta pequeña porción de tierra. Por un lado, esto podría parecer una versión de salida o de escape, como si se optara por salir de la nación y de la supervisión global y de las instituciones internacionales, etcétera. Pero, por otro lado, no lo parece en absoluto. ¿Por qué? Porque, en primer lugar, la gente que asesora en Próspera está absolutamente conectada con el nivel más alto de la actividad capitalista mundial. Es gente de Ernst & Young, KPMG, las grandes agencias de contabilidad y auditoría. Es gente que ayudó a crear el centro financiero internacional de Dubai.

Se trata de personas que tienen experiencia en navegar por la codificación global de alto nivel del derecho económico internacional, que también han estado en sintonía con la forma en que se puede sacar provecho de estos pequeños sitios, como lugares no para optar realmente por un escape o alejamiento de la integración económica internacional sino todo lo contrario. Se trata de diseñar lugares que estén aún más directamente conectados a las redes de integración económica internacional, ya sea de servicios financieros, de comercio o, en algunos casos, incluso de migración de personas, en el sentido de ofrecer la ciudadanía por inversiones o la posibilidad de tener un segundo pasaporte electrónico.

En otras palabras, la historia que conté en el último libro sobre la aparición de instituciones supranacionales diseñadas para proteger al capitalismo global estuvo todo el tiempo ensombrecida por la aparición de una especie de galaxia de jurisdicciones a pequeña escala en el otro extremo de la brújula, a ras de suelo, como entidades capaces de absorber, organizar, redirigir, reorientar el dinero y el comercio al nivel más óptimo. El mundo de los paraísos fiscales, que también aparece en el libro, el «Segundo Imperio Británico» como a veces se lo ha llamado —esta galaxia de sitios de baja y nula tributación dispersos por todo el mundo, a menudo en islas extrañas y en medio de la nada— no está trabajando en contraposición a lo que llamaríamos globalización de alto nivel. Son el medio por el que opera esa globalización de alto nivel.

Pero fue intencionado por mi parte cambiar las escalas en este libro, porque estaba muy insatisfecho con la forma en que la narrativa estaba circulando alrededor de 2016 y después. La idea era que, como la Guerra Fría había terminado, era una época de expansión, todo el mundo estaba cada vez más integrado y los lugares de actividad económica eran cada vez más grandes. Había una especie de ilusión sobre lo que eso significaba: que de alguna manera había una uniformidad o una apertura suave que «todos» estábamos disfrutando. Pero esto de repente se vio bruscamente interrumpido en 2016 por el voto del Reino Unido a favor de abandonar la Unión Europea, por la elección de Donald Trump y las guerras comerciales que siguieron. Existe la idea de que una vez estuvimos unidos y de que ahora nos hemos fragmentado de nuevo.

Eso es malo empíricamente como forma de describir lo ocurrido en los últimos años. Pero también es malo empíricamente para describir el mundo que habitábamos antes de esa supuesta ruptura inesperada de 2016.

Utilizando el trabajo de geógrafos especialmente, así como el de antropólogos y ciertos tipos de historiadores, fue posible tratar de reconstruir este mundo más granular, subnacional de enclaves que anima el libro, para mostrar cómo, en palabras de alguien como David Harvey, la forma en que tenemos que pensar el poder y el dinero en el siglo XXI es una oscilación constante entre la lógica territorial de los estados y la lógica más molecular de la acumulación de capital. Estas cosas siempre están trabajando entre sí en formas nuevas, a menudo sorprendentes y novedosas.

La creación de estos pequeños lugares que ofrecen un servicio particular —aquí hay un lugar donde puedes ir y hacer un experimento médico sin regulación, aquí otro donde puedes poner tus beneficios corporativos sin impuestos, aquí uno donde puedes pagarle céntimos por hora a alguien para coser etiquetas en la ropa interior— son todos signos del metabolismo que ocurre entre el mundo del capital y el mundo de los estados.

Anarcocapitalistas contra el universalismo

DD

Estos libertarianos radicales no intentan argumentar de ningún modo que una forma pura de capitalismo sería una democracia real. Son decidida y explícitamente antidemocráticos. En referencia a algunos de ellos, escribes que «los contratos sustituirían a las constituciones y las personas dejarían de ser ciudadanos de ningún lugar: sólo clientes de una serie de proveedores de servicios. Serían antirrepúblicas: la propiedad privada y el intercambio desplazarían cualquier rastro de soberanía popular».

¿Cuáles son los problemas de estos personajes con la democracia? A veces pensamos que la democracia burguesa es la forma natural de gobierno del capitalismo. Sin embargo, tu libro sugiere que no siempre es así.

QS

Ahí es donde resulta útil pensar en el mundo en el que habitaban figuras como Hayek o Milton Friedman frente al mundo en el que habitan y circulan Peter Thiel y Patri Friedman. Creo que es cierto que si pensamos en el mundo de mediados del siglo XX, el mundo del fordismo y las grandes clases trabajadoras industriales del Norte Global y la necesidad de organizar las cosas a gran escala, de manera que se pueda llevar el mineral de hierro de las colinas a los altos hornos y luego llevar ese acero río abajo para construir las carrocerías de los automóviles o los vagones de tren y tender las vías, hay una especie de cualidad orgánica y gigantesca en el capitalismo industrial.

Incluso creo que los Hayek y los Milton Friedman, aunque pensaban que la democracia también era potencialmente corrosiva para el buen funcionamiento de esa máquina, respetaban el hecho de que la democracia desempeñaba una función legitimadora necesaria para mantener en marcha la política colectiva. Que era muy difícil deshacerse de la idea de la soberanía popular como el tipo de hardware de la política. Se trataba más bien de encontrar soluciones institucionales para embotellar, separar y regular en cajas más pequeñas el grado en que la voluntad popular podía ejercerse sobre el funcionamiento de ese mecanismo de relojería.

Lo que pasa con mis anarcocapitalistas en este libro es que de alguna manera son simultáneamente premodernos en la forma en que piensan sobre las cosas y, si puedo usar el término, postmodernos, en el sentido de que no piensan en el mundo desde el punto de vista de los Estados Unidos o Gran Bretaña o Alemania de mediados de siglo XX. No piensan en el mundo fordista o en el mundo industrial como referente principal.

En su lugar, piensan en dos mundos muy diferentes: en primer lugar, el del modo de producción medieval, o incluso anterior, como el modelo bárbaro de Europa Central o el modelo romano o griego que alguien como Perry Anderson describe como un «modo de producción esclavista», en el sentido de que se basaba totalmente en la participación de un gran grupo de trabajadores no remunerados, que no tenían ningún tipo de derechos políticos. Y luego, hacia el modo postmoderno o postfordista, piensan en un mundo de lugares de producción tan densamente hiperconectados que las cosas se pueden hacer a demanda y pueden proveerse sin necesidad de construir el gran aparato de reproducción social que implicaba el Estado fordista: bienestar, educación pública, sindicatos, gobierno local y otro gobierno por encima de todo eso. Aunque sea falsa —hay que decirlo desde el principio, creo que malinterpretan la realidad—, creo la forma en que malinterpretan la realidad es interesante porque es sintomática de la forma en que mucha gente está malinterpretándola.

Es una forma de pensar sobre el mundo, ya sea como organizado a nivel micro al estilo del mundo feudal o incluso prefeudal o, también a nivel micro, en la forma de nuestro mundo futurista, de economía geek y digitalmente mediado. Desde ese punto de vista, el periodo moderno, desde la Revolución Francesa, en la que se abrió paso la soberanía popular, radicalizada por la Revolución Haitiana y por la Guerra Civil y la emancipación de Estados Unidos, radicalizada hasta el siglo XX por las Revoluciones Rusa y China… Se trata de una serie de acontecimientos que acompañan, en cierto modo, a una época concreta de la producción humana que ellos consideran anterior o posterior.

En ese sentido, si vas a reorganizar el mundo a nivel micro, si ese es tu sueño —y es su sueño—, entonces la democracia deja de ser el lenguaje legitimador necesario para la política de masas. Lo que proponen no es política de masas: proponen micropolítica. Y dentro de la micropolítica pueden funcionar diferentes acuerdos.

Lo que hace que este grupo sea interesante y en cierto modo productivo para pensar es que son grandes creyentes en la diversidad de la posibilidad política. Si piensas que hay que dividir a Estados Unidos en diez mil unidades en miniatura, das por sentado, y ellos lo dirán explícitamente, que algunas de esas unidades serán radicalmente redistributivas, otras tendrán 100% democracia directa, algunas serán anarquistas o anarcocomunistas en el sentido de la izquierda, algunas serán fascistas y supremacistas blancas y otras podrían ser supremacistas negras.

Esto es lo que dirán cada vez que alguien les acuse de intolerancia o de tener un único modelo para el mundo: que la democracia es sólo una propuesta para organizar a la humanidad que tuvo un momento en el que la organización de grandes grupos de personas era necesaria para grandes fines, y que ya no estamos en ese momento.

DD

Esta visión del capitalismo, no sólo sin democracia sino también sin modernidad, ¿por qué se suma a una supuesta oposición al Estado-nación? Escribes: «Su objetivo no ha sido golpear al Estado con una bola de demolición, sino secuestrarlo, desmontarlo y reconstruirlo bajo su propia propiedad privada».

Entonces, ¿el ataque a la idea misma de Estado-nación es más bien una cortina de humo, si lo que realmente quieren es un tipo concreto de Estado-nación? Volviendo brevemente a nuestro debate sobre Honduras, la zona se basó en un golpe de Estado de derechas a la antigua usanza, que en 2009 puso a personas afines a su agenda a cargo del Estado-nación hondureño. El Estado-nación sigue siendo la escala de gobierno que conecta la microzona con estas redes globales de capital.

QS

Estoy completamente de acuerdo contigo: si hay Estados-nación dispuestos a renegar de las expectativas normales de los extranjeros dentro de sus fronteras hasta cierto nivel, entonces el modelo de Estado-nación per se no es el obstáculo o la esencia de lo que se cuestiona. La esencia de lo que se cuestiona es más bien esta idea del Estado-nación moderno, como si tuviera un vínculo genético estrecho e indisoluble con la idea de la soberanía popular y el principio democrático de una persona, un voto. Ese es el subtítulo del libro: «El sueño de un mundo sin democracia» (más que el sueño de un mundo sin Estados-nación).

De hecho, si nos fijamos en los lugares que han desplegado la zona con mayor eficacia —China, Emiratos Árabes Unidos y, cada vez más, Arabia Saudí—, se trata de lugares que se han asentado en una idea completamente premoderna del Estado-nación. El ejemplo de los Emiratos y Arabia Saudí es muy claro, porque tenemos una especie de etnocracia teocrática —basada en clanes, en el caso de Arabia Saudí— que obtiene su legitimidad enteramente del linaje de un pequeño grupo de personas que, sin embargo, son aprovechados al máximo en las formas más vanguardistas de la producción tecnológica y que están en la frontera más avanzada de la inversión global, la arquitectura especulativa y la construcción especulativa, que están tratando de hacer realidad ahora en esta ciudad de 250 kilómetros de largo llamada «The Line» y todo lo demás.

Habitan eso realmente bien, esa especie de combinación de lo arcaico y lo hipermoderno, de una manera que no se ha visto obligada a deshacerse de la democracia, en primer lugar porque la democracia nunca se introdujo. Los lugares que los libertarianos envidian de verdad son los que han tenido la ventaja de no haber tenido nunca democracia.

Ya se trate de Singapur, de la colonia de la Corona de Hong Kong —la región administrativa especial de Hong Kong— o de los Estados del Golfo, un conservador británico mira a esos tres lugares con mucha envidia y añoranza, porque aún no fueron capaces de averiguar cómo se lograría hacer retroceder siglos de tradiciones de soberanía popular. Esa es la esencia del problema ahora mismo para la gente que quiere que esto deje de ser una quimera o un sueño febril y se convierta en realidad. ¿Cómo se deshacen realmente las expectativas sobre la democracia?

Hasta ahora, su solución es hacerlo espacialmente. Se designan pequeñas áreas en las que esto es así, ya sea el área que acabó convirtiéndose en Canary Wharf en Londres o las muchas zonas empresariales designadas como «puertos francos» en el Reino Unido. Pero luego llegan las siguientes elecciones y esas mismas políticas son revocadas.

Así que, para empezar, el sueño de estos libertarianos radicales es no tener nunca democracia, en lugar de tener que enfrentarse al reto mucho más difícil de intentar desmantelar lo que ya existe. De ahí la llamada de Murray Rothbard a derogar el siglo XX. Porque a principios del siglo XX, no sólo no existía el impuesto sobre la renta ni la Reserva Federal sino que ni siquiera había una emancipación total del país. Estaban las leyes de Jim Crow y enormes restricciones sobre la capacidad de votar. En efecto, a finales de siglo XIX seguía siendo una sociedad machista y supremacista.

El núcleo de esto no es un problema con los Estados-nación; en cierto modo, la visión que tienen muchos de ellos pasa por multiplicar sin fin los Estados-nación. Se podría pensar en muchos de estos pequeños espacios, a menudo definidos étnicamente y organizados subnacionalmente, como en un principio wilsoniano desbocado.

DD

Pero aún así, a menudo, dependiendo de esa política más amplia, ya sea en el caso del golpe de Estado en Honduras o en el caso de Arabia Saudí, su capacidad para reubicar por la fuerza a veinte mil beduinos con el fin de crear este megaproyecto, que será gobernado por accionistas en lugar de por el Estado saudí, depende de la fuerza represiva de ese Estado saudí.

QS

Sigue estando incrustado dentro de esa estructura mayor y dependiendo por completo de su aparato represivo. Pero no es universalista.

La idea no es exactamente que, como con la Revolución Francesa, aquí hay una nueva plantilla para organizar la vida social humana: a partir de ahora, habrá algo llamado derechos humanos que serán universales, todo el mundo será a la vez persona y ciudadano, nos organizaremos en estas repúblicas en las que podremos expresar nuestra voluntad común. Si ustedes son los revolucionarios franceses, están literalmente tratando de llevar esa visión a través de la frontera al imperio vecino y de ahí al resto del mundo.

Esa es nuestra idea en la medida en que tenemos una especie de narrativa reflexiva de cómo funciona la ideología política o la historia de las ideas políticas en la era moderna. Alguien tiene una idea y otras personas están de acuerdo y luego, con el tiempo, empiezan a tratar de encontrar la manera de hacer que todo el mundo en la Tierra esté de acuerdo con ellos.

Incluso para los neoliberales de mediados de siglo, del tipo Hayek, hay una fuerte tendencia a eso. Puede ser difícil; aquí es donde aparecen las líneas de falla en el movimiento neoliberal. ¿Son todos los seres humanos igualmente capaces de ser actores del mercado? Sobre esto escribo en Globalists: algunos de los miembros más conservadores del movimiento neoliberal tienen sus dudas de que las personas de «razas no blancas» puedan realmente ser actores del mercado, o si simplemente hay que contenerlas y mantenerlas a distancia del mundo «más civilizado». Pero siguen teniendo ese universalismo.

Lo que me parece desafiante pero también interesante de la verdadera propuesta anarcocapitalista es que no hace ninguna reivindicación sobre la organización del mundo como tal. Tampoco ofrece una receta a la humanidad para su salvación.

De hecho, es todo lo contrario, en el sentido de que se nutre del abigarramiento y la diversidad. Necesita que coexistan muchas formas diferentes de producción y organización social, para que la gente que está en la cúspide de la pirámide pueda beneficiarse de ello.

Los visionarios capitalistas de riesgo, como Balaji Srinivasan, ¿por qué no se preocupan por cómo organizar un alto horno y la comunidad que lo rodea y mantener a la gente con vida el tiempo suficiente para producir otra tonelada de hierro para las acerías? Porque da por sentado que otra parte del mundo se encargará de ello, con arreglo a cualquier tipo de acuerdo que les convenga, mientras que él estará en el otro extremo de la cadena de valor mundial, surfeando con el material de mayor valor añadido, encargando a gente que redacte los diseños de cualquier nuevo producto que se cree con ese acero y pensando que probablemente un país autoritario como China hará el trabajo sucio de la producción de acero y él se limitará a comprárselo.

Eso no es más que la ideología capitalista como propuesta política. En el siglo XX, por lo general hemos estado tratando de descifrar las formas en que el liberalismo y la ideología burguesa encubren el crudo interés propio de los capitalistas dentro de lenguajes de derechos, de lo social, de la humanidad como tal y, sobre todo, de la democracia. El reto de la crítica ha sido a menudo mostrar cómo esos términos pueden ofrecer una cortina de humo o proporcionar cobertura ideológica a los intereses materiales que se esconden tras ellos.

Los anarcocapitalistas dicen: «Se acabó la cortina de humo. No más cobertura ideológica. Sólo decimos cómo funciona la lógica capitalista en el mundo y lo llamamos política. Cuando se piensa de esa manera, el desarrollo desigual y combinado no es un problema en absoluto. Lo necesitamos, consigamos más. Consigámoslo también en el ámbito político, porque entonces hay más arbitraje disponible, hay más jugadas disponibles».

Pero eso también es difícil de entender porque, como dijiste, estamos atados al ideal de la Ilustración. Todavía estamos encadenados a esta idea por una buena razón (ahora a menudo en formas que tienen que ver con el clima), que es que todavía estamos de alguna manera todos en la misma línea de tiempo.

Algunos países y regiones están quizá más atrasados, si se quiere pensar en el movimiento hacia el crecimiento o hacia un mercado emergente en lugar de una economía industrializada, pero todo el mundo sigue más o menos el mismo camino. Hace setenta años, con la teoría de la modernización en el corazón del imperio, gente como Walt Rostow decía: «Todos estamos en las etapas del crecimiento económico, ya seas un comunista chino o un bosquimano de San, todos vamos a llegar allí».

El anarcocapitalista sólo mira eso y se ríe. Dicen: «No, no hay una sola línea de tiempo. La única tarea que tenemos es encontrar el mejor camino a través del laberinto con nuestros asociados y la gente que está dispuesta a pagarnos. No nos movemos en absoluto en una trayectoria única como humanidad; la humanidad es un concepto completamente obsoleto. La gente no comparte una comunidad de destino».

Salir del Estado-nación

DD

¿Qué significa «salida» para estas figuras? ¿Creen realmente que todos los individuos poseen el poder de salir? ¿O se trata de una libertad sólo para la superélite? ¿De qué tipo de visión de la libertad se trata?

QS

El nieto de Milton Friedman, Patri Friedman, es un maestro de las relaciones públicas, muy ayudado por el hecho de que conoce a gente muy rica en Silicon Valley. Pero a nivel de perfil de revista, le ayuda enormemente el hecho de ser nieto de Milton Friedman. La idea que estaba lanzando alrededor de 2009 era que iban a construir ciudades offshore en plataformas en desuso o barcazas flotantes y utilizarlas como lugares para lo que fuera: vender nuevas ciudadanías, tener una actividad financiera con menos o ningún impuesto, juegos de azar offshore…

Hay una mística superficial en este tipo de ideas. Pero a menudo pueden parecer poco convincentes, como en el caso de esos proyectos que se van a poner en marcha en Arabia Saudí, incluyendo a la que supuestamente va a ser la ciudad más sostenible del mundo en el centro del desierto… Otro lugar al que los superricos podrían ir a salvarse mientras dejan que todos los demás nos quememos.

No quería escribir un libro sólo sobre eso sino más bien romper con lo que el economista político Hedley Bull llamó célebremente «la tiranía de los conceptos existentes». Decía que el Estado-nación está tan arraigado en nosotros que podemos pensar en algo como lo global porque está bien captado en esta imagen planetaria, y podemos pensar en ello como la disolución de todos los Estados-nación en un único Estado-nación, pero que tenemos problemas para conceptualizar las escalas entre lo nacional y lo global.

En realidad hablaba de la Comunidad Europea en los años setenta y ochenta. ¿Qué es esto? ¿Una federación, una unión, un cuasi imperio? Pero también se puede pensar por debajo del nivel de la nación, de ahí las zonas. Lo que intento desplegar en el libro son ejemplos en los que se pensó en hacer de este territorio fragmentado algo que realmente pudiera llegar a existir y convertirse en una forma dominante.

Probablemente el capítulo del libro del que me siento más orgulloso es el dedicado a Sudáfrica. Nunca había oído hablar de ello, ni después de leer muchos libros sobre la historia sudafricana encontré que nadie hubiera escrito realmente sobre el ejemplo del que hablo en ese capítulo.

Es extraño, porque resulta que la persona sobre la que escribí, Leon Louw, había escrito con su mujer, Frances Kendall, un libro que fue hasta la publicación de las memorias de Nelson Mandela el mayor éxito de ventas político de la Sudáfrica moderna. Su idea era lo que llamaban la «solución suiza».

Pensaban que Sudáfrica debía dividirse en cientos de cantones al estilo suizo. En cada uno de ellos debería existir un autogobierno interno total —deberían poder elaborar sus propias leyes sobre quién puede vivir allí, estar allí, viajar por allí— sin prácticamente ningún gobierno central.

El gobierno federal debería limitarse básicamente a patrullar las fronteras exteriores y tal vez a acudir a la ONU. Pero más allá de eso, ninguna redistribución, ningún sistema fiscal central. Totalmente descentralizado. La razón por la que querían crear una Sudáfrica con este aspecto es que pensaban, y lo dijeron abiertamente —Louw fue citado en la revista Time—, que querían «dar la oportunidad de dejar salir al tigre negro de la jaula sin que los blancos fueran devorados».

DD

No se trataba sólo de su descabellada imaginación. Consideraban que el sistema existente en el que se había convertido el apartheid, los homelands, esas cárceles al aire libre para los sudafricanos negros, era la base para desarrollar el llamado modelo suizo para superar lo que ellos consideraban un orden opresivamente estatista del apartheid, en su opinión incluso estatal-socialista.

QS

Este sistema homelands o bantustanes se creó para despojar a los sudafricanos negros de su ciudadanía y recodificarlos como ciudadanos de estas patrias negras creadas artificialmente. Así, cuando uno llegaba a Sudáfrica, a Johannesburgo o Bloemfontein o lo que fuera para trabajar, como inevitablemente tenía que hacer, estaba entrando en un país extranjero, porque en realidad era ciudadano de un homeland particular y no tenía ningún derecho de ciudadanía — no es que los tuviera, de todos modos, pero ni siquiera se vislumbraban en el horizonte— y en cualquier momento podía ser deportado al lugar del que supuestamente procedía pero que en muchos casos ni siquiera había pisado.

Desde fuera, todo esto se consideraba una maniobra ideológica del Estado sudafricano, pero los propios sudafricanos hablaban muy en serio. Cada una de estas patrias tenía su propia bandera, sus propias líneas aéreas en algunos casos y sus propios sellos. Se les trataba como si fueran naciones independientes.

Este era, según Sudáfrica, su acto de descolonización: estaban dando a los negros sus propios países. Dejen de molestarnos por ser un país racista: acabamos de producir naciones negras dentro de nuestra propia frontera y ahora son independientes.

Este libertariano Louw —que, entre otras cosas, estuvo en Hong Kong en la reunión de la Mont Pelerin Society, invitado por Hayek, en 1978, y sigue siendo muy activo con los libertarianos más de extrema derecha— tuvo la oportunidad en los años ochenta de ayudar a diseñar la política económica de uno de estos homelands. El homeland de Ciskei se creó como lo que él esperaba que fuera una joya de zona que modelaría una manufactura desregulada, favorable al capital extranjero y basada en mano de obra barata.

Rápidamente se instalaron muchas fábricas, en su mayoría de inversores taiwaneses e israelíes. Fue un «boom». Pero la triste contradicción es que estaba en auge básicamente porque esta nación supuestamente independiente recibía en realidad una enorme cantidad de subvenciones directamente del gobierno central sudafricano para convertirla en una especie de aldea Potemkin de la modernización. Así que no era para nada libertariano, era bienestar corporativo en toda regla.

Y los intentos de los trabajadores negros de organizarse en ese país, que eran incesantes ante el peligro que corrían sus vidas, eran sofocados con una violencia asesina. Los líderes sindicales no sólo eran secuestrados y asesinados sino que sus familiares eran acosados, atacados y, en algunos casos, también asesinados.

Cualquiera que fuera el tipo de libertad —y los libertarianos estadounidenses y británicos la celebraban como un faro de libertad y la portada del Wall Street Journal hablaba de Ciskei como de una especie de escaparate de la libertad económica—, se hacía a expensas de los derechos básicos a organizarse y expresarse. E incluso a nivel de la supuesta libertad económica era una farsa. Era un accesorio para las relaciones públicas del Estado del apartheid.

Quería que el libro tratara más de ejemplos de eso y menos de Peter Thiel construyendo una mansión en una isla y alejándose de todo. Los ricos siempre van a hacer eso. Y cada vez tienen más oportunidades de hacerlo.

Espero preguntar: Si las geografías globales están siendo destrozadas y fragmentadas de la manera que se acaba de describir, ¿qué hacemos como contramedida? ¿Intentamos simplemente aplastar todas estas zonas y hacer que los Estados-nación vuelvan a ser legalmente iguales? No lo creo. ¿Intentamos rehumanizar e insertar diferentes tipos de política en estas zonas? Creo que es una propuesta mejor. Pero tiene sus limitaciones, porque sugiere que todavía se quiere escapar a la supervisión democrática y hacer que las cosas sean excepcionales para algunos grupos y no para otros.

¿Queremos pensar en una política de zonas más izquierdista y experimental, que no sea excluyente ni antidemocrática y que tal vez pueda producir posibilidades de emulación en otros lugares? Esa era mi intención, intentar fertilizar un poco nuestra imaginación en torno a formas no nacionales y no convencionales de organizar la producción y la vida, de manera que podamos romper un poco más con esa tiranía de los conceptos existentes.

DD

Este poder de salida es también el motor de su teoría del cambio. Hemos hablado de que no se trata de una visión ilustrada y universalista del mundo. Pero hay algo ahí que, al menos implícitamente, está afirmando una especie de universalismo capitalista, en términos del poder de salida.

Escribes: «Una vez que el capital huye a zonas nuevas, de baja fiscalidad y no reguladas, según la teoría, las economías no conformistas se verían obligadas a emular estas anomalías. Empezando por lo pequeño, la zona se propone modelar un nuevo estado final para todos». ¿Cómo se supone que funciona esta teoría del cambio inducida por la fuga de capitales? ¿Y cómo se relaciona con la lógica más mundana y general de la movilidad de capitales que todos conocemos desde hace mucho tiempo, según la cual tenemos un sistema en el que la fuga de capitales efectúa la disciplina de capitales?

QS

Esa parte del argumento es probablemente la más fácil de demostrar. Es el tipo de cosas que gente como Emmanuel Saez, Gabriel Zucman y Thomas Piketty, han hecho más tangibles para la gente de una forma útil al volver a situar la fiscalidad en el centro de nuestras ideas éticas y políticas.

El resultado es a menudo alucinante. Países como Estados Unidos o el Reino Unido — grandes países con un número relativamente elevado de habitantes— se comparan con lugares diminutos, casi sin habitantes, para sugerir que Estados Unidos debería ponerse las pilas y actuar más como esta micronación. Porque si no lo hace, entonces, en el caso más obvio, los beneficios empresariales simplemente se van a contabilizar en ese país en lugar de en el tuyo.

Recuerdo que en la campaña de 2016 la Fundación Heritage había elaborado un gráfico que mostraba los impuesto a las corporaciones estadounidensea junto a las de Mauricio, creo. Circulaba esto como un meme en las redes sociales, diciendo: «Mira, Estados Unidos realmente necesita bajar su tasa de impuestos corporativos, o de lo contrario todas las empresas se irán a Mauricio».

Sólo para intentar comprender lo que esto podría significar: las leyes del mundo están organizadas de tal manera que hacen posible la movilidad total para ciertos tipos de actores, incluso cuando hacen imposible esa movilidad para otros. Aquí es donde el trabajo de Katharina Pistor es de gran ayuda. Lo que ella llama el «código del capital» es tal que se puede redactar un contrato en cualquier parte del mundo y decir que, en caso de litigio, se resolverá con arreglo a la legislación de Nueva York o Gran Bretaña, por ejemplo. Puede registrar su empresa en Wyoming o Dakota del Sur o en cualquier otra jurisdicción que le convenga y tener allí tribunales para resolver disputas y niveles mínimos de impuestos corporativos.

Ese tipo de desconexión entre la materialidad de los productos y el lugar de producción — por no hablar de los trabajadores que ponen la mano de obra en ello— y la forma en que existe legal y financieramente ya es lo suficientemente alucinante. Resulta útil pensar en estas micronaciones y jurisdicciones para registrar los beneficios empresariales como zonas, porque a menudo son unidades políticas muy poco convencionales. Pensemos en las Islas Caimán o las Bermudas, que son territorios británicos offshore que forman parte de Gran Bretaña, cuyo máximo tribunal de apelación es el Consejo Privado británico. Sin embargo, el gobierno británico actúa a menudo como si estuviera siendo chantajeado por su propia microcolonia para mantener bajos los tipos del impuesto corporativos.

Pensar que no hay otra forma de organizar el capitalismo británico que ésta es o bien falso o ignorante, o simplemente una forma de tomar al electorado por tonto. El hecho de que ahora estemos avanzando hacia un impuesto mínimo para las empresas a escala mundial de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), aunque dificultará las cosas para los países que sólo prosperan como paraísos fiscales, no deja de ser positivo, porque es importante dar a los ciudadanos y a la población la sensación de que el mundo puede organizarse de otra manera

Creo que lo más pernicioso del neoliberalismo como ideología política dominante, si pensamos en él en un sentido amplio —especialmente desde la globalización neoliberal de los años 90 y principios de los 2000—, es esta idea de que los seres humanos no tienen capacidad para influir en el mundo que les rodea. Todo lo que pueden hacer es rendirse a las fuerzas de la globalización económica, que una y otra vez se describían en términos naturales como «el cambio de las estaciones» o el «flujo de las mareas» y «las tormentas» para las que los Estados y los políticos y las poblaciones sólo pueden aferrarse con fuerza, dejarse llevar por la corriente y leer las señales meteorológicas, sin que puedan hacer realmente nada para modificar su situación.

Algo que hay que considerar positivo en los últimos años es el giro en contra de ese tipo de consenso sobre la globalización. Creo que las poblaciones y los electorados están cada vez menos dispuestos a escuchar a los políticos referirse a las fuerzas abstractas de la globalización como algo que les obliga a actuar.

La codificación en el primer Índice de Libertad Económica [de la Fundación Heritage] de lugares como Costa Rica como quinta economía más libre del mundo o la codificación retroactiva de lugares que eran dictaduras autoritarias como Honduras y El Salvador en los años 70 como supuestamente uno de los países económicamente más libres del mundo, no eran más que formas de intentar restar poder a los electores para que no pudieran tomar decisiones diferentes. La idea de que la zona podría emular a una especie de estado final para la economía doméstica es una dinámica que llevamos décadas observando. Para que la gente tenga alguna fe en la política, es muy importante poder contrarrestar estas ideas y volver a dar la sensación de que no es necesario estar constantemente compitiendo con lugares con los que no se tiene ninguna similitud formal

DD

Los Estados hipercapitalistas tan queridos por estos libertarianos radicales prohíben los sindicatos y los partidos de la oposición. Pero una forma básica y poderosa de limitar o eliminar la democracia es simplemente circunscribir radicalmente el demos. En lugares como Singapur y Dubai, vemos la disociación de las clases trabajadoras de una nación, normalmente clases trabajadoras inmigrantes, de los derechos de la ciudadanía nacional.

¿Cómo se compara esta forma de excluir a las clases trabajadoras inmigrantes de la ciudadanía con períodos históricos anteriores en el desarrollo del capitalismo, cuando toda la clase trabajadora estaba simplemente excluida de la ciudadanía?

QS

Puede que estés proponiendo la solución en la pregunta; yo no lo había pensado así. Una característica de la versión de la ciudadanía anterior a los siglos XIX y XX era concederla sólo a una fracción de la población. La única manera de hacerlo ahora es garantizar que aproximadamente la misma cantidad de la población que antes habría obtenido el derecho al voto con un sufragio más restringido sea ciudadana y que todos los demás sean simplemente no ciudadanos.

Sería interesante analizar los porcentajes de Singapur y Dubai —Dubai se acerca al 90% de no ciudadanos y Singapur a más del 75%— y encontrar el momento de la historia británica del siglo XIX en que esa fue también la proporción de adultos del país a los que se les permitía votar, frente a una mayoría privada del derecho de voto. Pero el efecto es el mismo, y de forma intencionada.

Es una de las cosas que más me sorprenden de la envidia constante que los derechistas, en concreto los conservadores británicos, sienten por Singapur y Dubai. ¿Cómo proponen resolver el nada insignificante problema de tener en el país una mayoría de residentes completamente privados de derechos, cuando su propio electorado les dice una y otra vez que parte de lo que realmente le preocupa son los altos niveles de inmigración?

Irónicamente, en el mismo momento en que algunos conservadores británicos hablaban del Brexit como una forma de construir Singapur sobre el Támesis, el propio Singapur vivía uno de los conflictos políticos más profundos de su historia, precisamente por la misma cuestión de la inmigración. Esos trabajadores, muchos de ellos del sur o del sudeste asiático, que habían ido aumentando en número y recibían un trato cada vez peor y se mantenían cada vez más segregados del resto de la población singapurense, empezaban a mostrar signos más vocales de descontento. Se había producido una especie de motín en la zona de Little India tras algunos abusos policiales y los propios singapurenses empezaban a decir: «Espera, quizá esta proporción de no ciudadanos respecto a ciudadanos se esté volviendo inmanejable».

Así que la propia Gran Bretaña se enfrenta a la cuestión de ciudadanos frente a no ciudadanos mirando con cariño a un lugar que está teniendo el mismo problema, lo que sugiere que este tipo de problema de la gente no es uno que se pueda resolver fácilmente.

Libertarianos radicales, raza y paleoconservadores

DD

Por un lado, los anarcocapitalistas pueden decir que podemos tener microestados nacionalistas blancos y nacionalistas negros. Habrá sitio para todo en un mundo de un millón de microestados, y puedes elegir qué microestado te conviene, y contratar con ese microestado.

Pero como ya es bastante obvio, los libertarianos radicales de hecho son partidarios de una política racial y de civilización profundamente reaccionaria. Murray Rothbard, el fundador estadounidense del anarcocapitalismo, ofrece quizás la destilación más pura de eso. ¿Quién era Rothbard y cómo combinó su visión paleolibertaria radical de la gobernanza a pequeña escala, llevada a cabo a través de los derechos de propiedad privada, los contratos y los mercados, con una política paleoconservadora de supremacía blanca abiertamente no reconstruida, una política de figuras prototrumpianas como Pat Buchanan, Sam Francis y Peter Brimelow?

QS

Es todo un personaje. Nació y creció en Nueva York, es judío, estudió en el City College y en la Universidad de Columbia en los años treinta y cuarenta. Alcanzó la mayoría de edad al mismo tiempo que los intelectuales neoyorquinos como Irving Howe y la gente que fundó cosas como la Partisan Review, muchos de los cuales eran estalinistas que luego se convirtieron en trotskistas. Fue una época de gran fomento intelectual de la izquierda en Nueva York.

Rothbard era diferente en el sentido de que se situaba sistemáticamente a la derecha, era antisocialista, estaba en el círculo de Ayn Rand en los años 50 y principios de los 60, en la misma época que Allan Greenspan. Se interesa por la cuestión racial en los años 60, cuando la Nueva Izquierda empieza a resonar en los campus universitarios.

Se interesa especialmente por el papel de los Panteras Negras en el movimiento estudiantil, el movimiento antibelicista y las nuevas coaliciones que se formaban bajo el nombre de Nueva Izquierda. Le interesaban porque pensaba que el nacionalismo negro era una gran idea.

Le gustaba Malcolm X y criticaba a Martin Luther King; veía a King como alguien que impulsaba la Gran Sociedad acelerada y un defensor de un gran Estado de bienestar. Mientras que Rothbard pensaba que los nacionalistas negros —que se mantenían a sí mismos, llevaban armas, se defendían, alimentaban a sus comunidades— mostraban una voluntad de ser autosuficientes y contrarios al Estado de la manera en que él mismo lo era.

Defendía abiertamente cosas como la creación de una «Nueva Afrika», como la llamaban, una especie de Estado secesionista del Cinturón Negro en el Sur de Estados Unidos. Sólo se desenamoró del movimiento nacionalista negro a principios de los años setenta cuando, en su opinión, había demasiada organización interracial, especialmente en las formaciones de la clase obrera en las que los trabajadores negros y los blancos trabajaban unos al lado de los otros.

Se hartó y dijo: «Esto no es lo que esperaba. Se supone que esto es gente blanca organizándose con gente blanca, gente negra organizándose con gente negra». Esa podría ser la base de una forma de organización más antiestatal que podría acercarse a lo que para él era una especie de ideal anarcocapitalista de ordenamiento privado.

Durante los veinte años siguientes, más o menos, estuvo ocupado haciendo muchas cosas, incluida la cofundación del Instituto Cato con Charles Koch y otros. Muchos de sus escritos se remontan más atrás en la historia: escribió una historia en varios volúmenes de los primeros Estados Unidos. Escribió sobre cosas como el modelo de autoorganización del clan gaélico irlandés.

Sentía un profundo romanticismo por la frontera americana y la posibilidad de la agricultura familiar, porque básicamente se adhería a una especie de idea lockeana del derecho natural de encontrar un trozo de territorio, mezclar tu trabajo con él y hacerlo tuyo. En resumen, Rothbard tenía visiones de autosuficiencia al estilo de los colonos coloniales, de pequeñas comunidades…

DD

El imaginario colonizador-colonial parece ser la premisa de muchos de tus pensadores.

QS

Absolutamente, en el sentido de que todo lo que necesitas es tierra y libertad del Estado, y puedes hacer lo que quieras. Cualquiera que haya leído alguno de los muchos y fascinantes nuevos libros de historia indígena que se han publicado en la última década sabrá lo irrisoria que es esa idea.

La «frontera del hombre blanco» fue enteramente el producto de las intervenciones del Estado estadounidense y de la ayuda del gobierno para derrotar a los anteriores residentes indígenas de la tierra. Esto no formaba parte de la forma en que Rothbard veía la historia estadounidense. Él pensaba que las poblaciones indígenas no tenían ningún derecho sobre la tierra debido a su forma casi comunista de organizar la vida y porque no habían codificado legalmente una versión de la propiedad que tuviera legitimidad.

Está dando vueltas, está pensando en lo que en el pasado y en el presente podría seguir siendo un modelo hermoso y viable de organización política. Cuando la Guerra Fría comienza a llegar a su fin, comienza a entusiasmarse con todos los movimientos neonacionalistas. Le entusiasma el hecho de que del imperio multinacional de la URSS se esté volviendo a un modelo de Estado-nación wilsoniano más basado en una sola etnia, un solo territorio y un solo idioma, ya sea en Estonia, Kazajstán o donde sea.

DD

Eso funcionó especialmente bien en Yugoslavia.

QS

Yugoslavia le pareció genial. El capítulo que escribo sobre Rothbard se titula «La maravillosa muerte del Estado», porque, viendo cómo se disolvía la URSS, dijo: «No hay nada más hermoso de ver para un libertariano que la muerte del Estado». También se entusiasmó con estos movimientos nacionalistas como la Liga Norte en Italia, el Partido de la Libertad austriaco o el Partido Popular Suizo.

Una cosa de la que la gente a menudo no se da cuenta es que muchos de estos grupos disidentes o neonacionalistas de aquella época también eran profundamente libertarianos en su política. A menudo también se oponían a lo que consideraban como un socialismo impuesto desde arriba en la Unión Europea. El Partido por la Independencia del Reino Unido nació de esa época, con ese mismo espíritu. Pensaba que los tories se habían ido demasiado al centro y necesitaban ser flanqueados de nuevo por la derecha, en un primer esbozo exacto de lo que ocurriría con Nigel Farage y David Cameron en la década de 2010.

Otros que miraban con admiración lo que ocurría en Europa eran los conservadores de Estados Unidos, que se situaban conscientemente a la derecha de los republicanos y conservadores dominantes. Si pensamos en los primeros años de la década de 1990, Ronald Reagan acaba de dejar el cargo y ahora teníamos a George H. W. Bush, con un estado de ánimo predominante en el Partido Republicano que sería llamado «neoconservador» por la propia gente. Terminó la Guerra Fría y se puede llevar la democracia y el capitalismo al antiguo mundo comunista, aumentando la presencia estadounidense, la huella militar estadounidense y la cuota de mercado estadounidense en este valiente nuevo mundo tras la competencia y el conflicto de sistemas en el corazón de Europa.

Había conservadores en Estados Unidos que no estaban de acuerdo con eso en absoluto. Pensaban que había que aprovechar esta oportunidad para no convertir a Estados Unidos en un imperio global que intentara llevar la democracia a todas partes más allá de sus fronteras, «buscando monstruos que matar», según la famosa cita, sino que el país debía aprovechar para replegarse, volver a la posición aislacionista de la que consideraban que Estados Unidos se había estado desviando, tomando un camino equivocado desde la Primera Guerra Mundial prácticamente, pero en realidad desde la Segunda Guerra Mundial.

DD

Como ejemplifica Pat Buchanan en su oposición al «nuevo orden mundial» de George H. W. Bush.

QS

Exacto. Bush no se hizo ningún favor al utilizar realmente las palabras «nuevo orden mundial» en un discurso, lo que desencadenó un trillón de entradas en blogs y todo lo demás. Esta gente que estaba en contra del primer Bush y de los neoconservadores se autodefinía como «paleoconservadora», de forma autoconsciente: no somos neo, somos paleo, vamos hacia atrás.

Querían unos Estados Unidos más aislados del mundo, y explícitamente aislados de los inmigrantes procedentes de países no blancos. Parte de su plataforma consistía en hacer retroceder la Ley de Inmigración de 1965, que había roto con las anteriores cuotas raciales y nacionales existentes para permitir la llegada de personas de todas las partes del mundo. Había que volver a una nación más homogénea, blanca, cristiana y ligada a las tradiciones.

Debido a que ahora se habían alienado de la corriente principal de la derecha  — completamente en guerra con la corriente principal del Partido Republicano y con los principales comentaristas dentro del establishment—, muy deliberadamente están buscando aliados y encuentran a Murray Rothbard. En ese momento, a principios de los años 90, había ayudado a crear algo llamado el Instituto Ludwig von Mises, como parte efectiva de la Universidad de Auburn en Alabama, junto con un bostoniano llamado Llewelyn H. Rockwell, conocido como Lew Rockwell. Rockwell había sido libertariano durante mucho tiempo y también un opositor a la integración racial durante mucho tiempo, desde que estaba en Harlington House Press en la década de 1970.

Rockwell y Rothbard tenían sus propios problemas dentro del campo libertariano que reflejaban los problemas que los paleoconservadores tenían dentro del campo conservador. Rockwell y Rothbard odiaban el hecho de que ahora el libertarianismo se asociara con el nudismo, el consumo de drogas, el poliamor y lo que fuera. Si ves en Internet [vídeos de] los candidatos que se presentaban por el Partido Libertariano, te haces una idea de lo que rechazaban y de que era lo que consideraban libertinaje en lugar de libertarianismo.

Así que se rebautizaron como «paleolibertarianos», se unieron a los paleoconservadores y formaron algo llamado el Club John Randolph a principios de la década de 1990. Su mayor intervención política fue asesorar y apoyar la candidatura de Pat Buchanan a la presidencia en 1992 y de nuevo en 1996. Ron Paul formó parte absolutamente de eso, lo mismo que Peter Brimelow.

A primera vista puede parecer extraño: personas que creían en la nación y la tradición estadounidenses formando equipo con personas interesadas en el gobierno por contrato y a las que les importaba un bledo las fronteras formales de algo como Estados Unidos. Pero se dieron cuenta de que ambos creían en la descentralización y en la tradición, lo que tiene sentido si eres alguien conservador que cree en valores trascendentes por encima de todos los demás, como un acto de fe.

Pero Rockwell y Rothbard creían en el cristianismo, en cierto modo por sí mismo, pero también creían en la homogeneidad racial y en la religión compartida porque puede producir el pegamento de la sociedad en ausencia de cosas como las instituciones representativas. Si vas a acabar con la democracia, ¿de qué otra forma vas a hacer que la gente no se vea como totalmente ajena entre sí?

Lo que vieron es que, en el lenguaje de los economistas, si hay una raza común o una religión común, puedes disminuir los costos de transacción. Básicamente, la gente puede confiar más en los demás. Tendrán más confianza en que esta persona es de fiar; puedo hacer negocios con ella, puedo negociar con ella. Su creencia en una sociedad sin Estado siempre supuso que habría una base de religión común, de raza común, sobre la que se podría construir a medida que desaparecieran las estructuras existentes más grandes que anteriormente desempeñaban ese papel integrador.

Variedades del conservadurismo

DD

Escribes: «La autoridad no era el problema; las normas no eran el problema. El problema era no tener suficientes autoridades y reglas entre las que elegir». En ausencia del Estado, la familia y la Iglesia cristianas sustituirían a la disciplina normativa que normalmente impone el Estado.

El argumento me recuerda el trabajo de Melinda Cooper en Family Values: Between Neoliberalism and the New Social Conservatism, que muestra que estas formas de moralidad tradicional y de familia siempre han sido baluartes clave para el neoliberalismo. Esta particular mezcla de autoridad tradicional, poder privado y un ethos libertariano que se extiende tanto a la moralidad personal como a las elecciones y los acuerdos económicos también me recuerda, y toca una fibra sensible similar, al movimiento conservador moderno en general: el clásico fusionismo conservador de tres pilares, creado por Frank Meyer y otros en las páginas de National Review.

En su opinión, ¿qué tienen en común estas diferentes corrientes? ¿Qué diferencia a los libertarianos radicales de estos otros conservadores que también reflexionan sobre cómo funcionan las formas de autoridad social tradicional junto con las leyes que garantizan la propiedad privada y los contratos?

QS

Definitivamente hay una similitud con lo que se llamó «fusionismo», es decir, la receta del movimiento conservador moderno: mezclar el libertarianismo de libre mercado con los valores tradicionales y las ideas de religión y familia. Lo que a veces he llamado el «nuevo fusionismo» —que Paul Gottfried, quien acuñó el término de «derecha alternativa», muy en el centro de esta nueva alianza paleo en el Club John Randolph, también llamó el «nuevo fusionismo» a finales de 1980— fue una radicalización de esa tradición existente, a menudo a través de una apelación a la ciencia en lugar de sólo a la religión.

En concreto, Gottfried se fijaba en el hecho de que Thomas Fleming, uno de los fundadores de la Liga del Sur, un movimiento neoconfederado del Sur de Estados Unidos, hablara de E. O. Wilson y la sociobiología. ¿Por qué tendemos a movernos en grupos que son más parecidos entre sí? Apelaba a alguien como Wilson, originalmente entomólogo y científico natural, que decía que hay formas de parentesco que funcionan en el mundo animal, y que como humanos también somos animales por lo que tiene sentido que nos formemos en estas pequeñas tropas y nos resulte más fácil realizar transacciones y cooperar en estos grupos.

Hay un atractivo para ese tipo de ciencia, pero lo más importante es que a principios de los 90 hay un resurgimiento del racismo basado en el coeficiente intelectual. El ejemplo más importante de ello es, por supuesto, The Bell Curve de Richard J. Herrnstein y Charles Murray, publicado en 1994.

El propio Murray Rothbard dijo que el texto animó por completo al Club John Randolph. Los paleoliberales y paleoconservadores estaban completamente magnetizados por este libro, entusiasmados por el hecho de que había irrumpido completamente en la corriente principal.

Había llevado el fusionismo tradicional un paso más allá.

¿Cómo? Había ido tan lejos como para reintroducir el concepto de ciencia de la raza. Esto era decir que la raza no era sólo una tradición, no era sólo un grupo de afinidad. En realidad es algo detectable por las ciencias duras. Y tiene efectos cuantificables y no despreciables en los niveles de inteligencia. Estas son las afirmaciones no sólo discutidas, sino refutadas y desacreditadas de The Bell Curve.

Lo que la hacía especial era esta ciencia de la raza como tal. Sigue siendo la línea divisoria entre lo que llamamos la «derecha alternativa» y la derecha dura: esta voluntad de hablar de la raza como una ciencia, algo que está incorporado en el ADN humano, incorporado en el genoma de una manera identificable y de la que se puede extraer un conjunto de políticas.

Esa fue la radicalización que se produjo en la década de 1990. Es lo que hizo que algunas de estas personas fueran expulsadas de los círculos conservadores respetables, en la mayoría de los casos de forma permanente. Cuando Sam Francis empezó a hablar de la necesidad de debatir la identidad blanca y la raza blanca como algo positivo y sobre lo que había que construir, fue un paso demasiado lejos para la gente que antes lo hubiera publicado.

Ese es un momento interesante de los años 90. La balcanización y la fragmentación que la mayoría de los estadounidenses observaban desde lejos, en Europa o Somalia, y que veían sobre todo como motivos de preocupación o lugares que podrían requerir una intervención militar o humanitaria estadounidense… el giro contraintuitivo que dan los paleoconservadores y los paleoliberales es mirar eso y decir: «¡Qué emocionante! ¿Cómo podemos traer esa ola de fragmentación de vuelta a Estados Unidos y dejar que esa secesión en las fronteras raciales y étnicas sea algo que empiece también a reorganizar el sistema político estadounidense?»

DD

¿Cuál ha sido concretamente el impacto de pensadores como Rothbard en la derecha actual? En Estados Unidos y en otros países, Rothbard y su protegido Hans-Herman Hoppe, aún más radical, se han convertido en memes entre los jóvenes de extrema derecha online. ¿Cuál es su influencia? ¿Se extiende más allá de una franja online?

Podría hacer la misma pregunta a los pensadores de Crack-Up Capitalism en general. ¿Hasta qué punto sus aspiraciones son las aspiraciones de la mayoría de los capitalistas, aunque se expresen de forma más extrema? ¿Cuál es la relación entre todos estos extremistas y las corrientes más generales de pensamiento político-económico de las élites durante el último medio siglo?

QS

La razón por la que empecé a investigar a Rothbard y Hoppe históricamente fue un intento de tratar de entender lo que estaba sucediendo con la derecha alternativa, alrededor de 2017, con la protesta de Charlottesville y la muerte de Heather Heyer. Yo, y creo que mucha otra gente, me encontraba bastante horrorizado y trataba desesperadamente de averiguar qué era exactamente esa ideología que animaba a la gente.

Se utilizó el término «nacionalismo blanco». Nunca me satisfizo del todo, porque no sabía qué se suponía que era la nación en ese modelo. ¿Era un movimiento secesionista? ¿Era un deseo de tomar las riendas de los más altos niveles de poder en Estados Unidos y producir algún tipo de régimen fascista?

Cuanto más miraba a Rothbard y Hoppe, y luego miraba las cosas que estaban siendo escritas online por la alt-right, había una relación de uno a uno. En la paleoalianza de la década de 1990, de la que surgió la publicación American Renaissance, existía la voluntad y el deseo de dividir los Estados-nación existentes en enclaves racialmente definidos (en aquella época, la mayoría de las veces definidos por políticas más bien de libre mercado antes que descomoditizadas o socialistas).

Era sólo una forma de describir cómo eran las políticas en línea de la alt-right. No fue una coincidencia que en un perfil tras otro de personas que eran personas influyentes en este mundo, se repitiera una y otra vez la llamada «tubería de libertariano a alt-right». Por aquel entonces, en 2017, especialmente con una figura como Richard Spencer que se había autoidentificado con este paso de libertariano influenciado por la Escuela Austriaca a ideas más marcadas por el racismo científico, esta era una forma de describir la versión dominante de la ideología alt-right.

Lo que sucedió después de 2017 es que el intento de «Unir a la derecha» fue cada vez más un fracaso. Cualquier coherencia que existiera en torno al movimiento alt-right se perdió en gran medida desde entonces. Lamentablemente, sigue habiendo fuertes concentraciones de actividad online, produciendo, entre otras cosas, el filtrador del sur de Massachusetts que ha demostrado participar en todo tipo de memes racistas alt-right y actividad online.

Pero ahora hay más gente que se identificaría como más tradicionalista o socialista, en el sentido de que su visión de una nación secesionista blanca no sería anarcocapitalista, sino más redistributiva, reconociendo más explícitamente el papel de la familia como lugar de reproducción social, a diferencia de los libertarianos, que a menudo fingen que no existe.

Allí, como en otras partes, las personas que examino en el libro son útiles no tanto como para ofrecer el guión oculto de nuestro mundo actual. Desde luego, no estoy proponiendo que las personas sobre las que escribo en el libro hayan estado operando entre bastidores para diseñar el mundo en el que vivimos. Lo que creo que me interesa de este grupo es la forma en que manifiesta algunos de los rasgos más neuróticos y patológicos del mundo en que vivimos. Los veo del mismo modo que Frederic Jameson diría: «Ve a leer ciencia ficción, porque es diagnóstica». Te dice algo sobre el estado del mundo que habitamos.

En ese sentido, las elisiones con las que son capaces de vivir y las ausencias de conexión realista con otros humanos me parecen sintomáticas y diagnósticas del hecho de que hemos estado produciendo colectivamente una realidad en la que eso puede sentirse cada vez más cierto. Para mí, dar forma a su ideología, producirla y ponerla ante nuestros ojos pretende ser una especie de provocación, para mostrar la extraordinaria flexibilidad y labilidad de algunas de sus ideas.

Ni siquiera hemos hablado aún de algunos de los ejemplos más descabellados del libro. El hecho de que este libertariano holandés acabara en Somalia cuando el Estado se derrumba y, en lugar de subirse a un avión y marcharse, de una forma clásica e interesada, decidiera sumergirse en el espacio sin Estado de Somalia e intentar redactar una constitución para una sociedad sin Estado, reduciéndola a un conjunto de contratos que crearían un híbrido entre el derecho tribal consuetudinario y los contratos comerciales del siglo XXI.

DD

Le entusiasma no sólo el colapso del Estado sino el sistema tradicional que gobernaría en su lugar —el clan somalí— y luego intenta formar su propio clan somalí de capitalistas blancos.

QS

Un clan de hombres de negocios. Lo interesante es que en ese caso hay una voluntad extrema de experimentar y comprometerse que también se repitió en el maravilloso ejemplo del hijo de Milton Friedman, David Director Friedman, que es abogado y también un destacado pensador anarcocapitalista y un destacado participante de recreaciones medievales. Entre otras cosas, ha estado haciendo cosplaying o LARPing [juego de rol de acción en vivo] como un poeta bereber de principios del siglo XII llamado Duke Cariadoc of the Bow, a través de cuya persona maldice el nombre de los infieles, come sólo con la mano derecha y alaba a Alá.

En el lugar de recreación de la «Pennsic War» —que él ayudó a crear en el norte de Pensilvania, como un híbrido de Pensilvania y las Guerras Púnicas— creó esta convención que se llamaba «The Enchanted Ground», en la que delimitas un espacio una cuerda y dentro de él tienes que existir como si estuvieras en la Edad Media, sin introducir ninguna tecnología ni actuar de ninguna otra manera.

Cuando leí esto por primera vez, me pareció un detalle estrafalario o un inciso trivial. Pero cuanto más pensaba en ello, más me gustaba, la razón por la que encuentro a estos anarcocapitalistas convincentes es que tienen esa creencia de que pueden hacer LARP para traer a la existencia una nueva realidad. Existe esta idea de un nivel de compromiso individual y la necesidad de buscar la pureza ideológica… Como fluyen con el zeitgeist de una mercantilización cada vez mayor de la vida humana, puede parecer que lo manifiestan ellos mismos.

Balaji Srinivasan, capitalista de riesgo y gran operador de Bitcoin, afirma que él y sus compañeros de Bitcoin crearon una moneda vía LARP. Cualquiera que analizara objetivamente el fenómeno de la criptomoneda diría, en primer lugar, que no han creado una moneda con un LARP, porque no funciona como una moneda en ningún sentido. Lo que han creado es un Beanie Baby, un objeto trivial definido por su escasez que, en un momento de máxima especulación y espuma inversora, es capaz de atraer a un montón de gente que cree que podrá conservar el Beanie Baby hasta el momento oportuno en que puedan vendérselo a un pringado que pague por él un poco más de lo que debería.

Como navegan con buena suerte en la dirección del capitalismo global, tienen la percepción errónea de que, de alguna manera, lo están produciendo ellos mismos. Así que es más fácil para ellos ser arrastrados más y más a esta idea de que todo lo que está sucediendo es de su propia creación, hasta el punto de que su grandiosidad puede ser crecer hasta que Srinivasan diga: «Ahora voy a hacer LARP para traer un país a la existencia».

Tuve gente con esta convicción que me dijo cosas como: «¿No crees que sería bueno crear dos parcelas de territorio, una en la que organizarías el mundo como a ti te gustaría, más socialista o descomodificado, y otra que fuera como el nuestro, anarcocapitalista y totalmente mercantilizado?». Mi respuesta no es comprometerme con el experimento mental, sino simplemente decir: «¿Dónde están esas parcelas de territorio?». Lo que pasa con la tierra es que ha sido dividida. La única forma en que vas a tener esa oportunidad es bajo las condiciones de un golpe autoritario

El mundo no es una pizarra en blanco. El paso a un mundo online, pero también simplemente el peso de esa ideología colonial de colonos es tal que esta idea de la posibilidad de encontrar un espacio en blanco en un mapa persiste de formas que son realmente perniciosas.

Especialmente porque fue escrito en gran parte durante 2020 —durante un año de COVID en el que las ciudades estadounidenses se llenaron de más personas protestando que en décadas, o que nunca, y con unas elecciones disputadas al final del año… Yo, como mucha otra gente, me sentía muy desorientado y sin saber hacia dónde íbamos exactamente. Leía mucha ciencia ficción, ciberpunk, veía mucho anime japonés de los años 90 y leía a muchos anarcocapitalistas.

Era una especie de mecanismo de supervivencia o una forma de mantenerme cuerdo; tenía la sensación de que, de algún modo, esto debía tener un orden. Incluso aunque no sea un orden que yo apruebe, el esfuerzo por producir un retrato coherente de esta ideología que acabé llamando «capitalismo en quiebra» fue una especie de esfuerzo terapéutico por mi parte.

También fue un esfuerzo para reinyectar nuestras conversaciones políticas con un poco más de sentido del juego, en cierto modo. Nuestra imaginación política tiene tendencia, incluso en tiempos de gran creatividad, a volver a entrar en patrones y canales familiares, y más aún, a que su energía sea drenada y cooptada muy rápidamente por los poderes corporativos existentes. Por mencionar de nuevo el asunto de Black Lives Matter, eso ocurrió tan rápidamente con la cooptación corporativa de las demandas de justicia racial, casi hasta el punto de interponerse en el camino del éxito continuado de esas demandas políticas vitales.

Una de las cosas que necesitamos ahora mismo es seguir evolucionando y seguir mutando. El hecho de que yo siguiera una de esas mutaciones en una dirección inquietante quizá sólo pretendía ser una especie de ejemplo negativo de cómo deberíamos estar abiertos a las mutaciones positivas. Porque los científicos genéticos saben que las mutaciones no son malas. Puede que en la imaginación popular pensemos en los mutantes como algo malo, pero las mutaciones son buenas.

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