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Jaime Vadell como Augusto Pinochet en El conde. (Netflix, 2023)

En El conde, Pinochet es literalmente un vampiro

Traducción: Florencia Oroz

Netflix ha estrenado una fantástica película satírica, El Conde, en la que el dictador chileno Augusto Pinochet es retratado en blanco y negro como un vampiro voraz. Sí, leíste bien.

En la pedestre lista de películas de Netflix figura ahora mismo una asombrosa farsa satírica en blanco y negro sobre un vampiro milenario que resulta ser el dictador chileno Augusto Pinochet (Jaime Vadell). En esta excepcional nueva película de Pablo Larraín (Spencer, Jackie, No), la idea es que Pinochet fingió su propia muerte en 2006 (el año en que pereció en la vida real, a los noventa y un años). Se ha retirado a una remota finca en Chile donde, rodeado de su mujer (Gloria Münchmeyer) y sus burdos hijos, que esperan ansiosos heredar sus ganancias mal habidas, afirma estar preparado para morir definitivamente. Incluso ha dejado de comer su comida favorita: batidos hechos con corazones humanos arrancados de los cuerpos de sus víctimas.

Pero los viejos vampiros nunca mueren, sino que rejuvenecen y vuelven a sembrar el terror. Se revela que Pinochet lleva deteniendo el progreso humano y matando a disidentes de la clase obrera desde que luchó en el bando equivocado de la Revolución Francesa como el soldado monárquico Claude Pinoche (Pinochet, en la vida real, era descendiente de franceses por parte de padre y prefería que le llamaran «el conde»). Claude asiste a la muerte de María Antonieta, guardando reverentemente su cabeza para la posteridad. Luego lame la sangre de la cuchilla de la guillotina.

La narradora de la película no se da a conocer sino hasta el final, cuando vuela al rescate de Pinochet; pero es posible que reconozcas los tonos suaves de la clase alta británica cantando sus alabanzas como gran líder mundial. Su aparición como vampiresa con bouffant y cartera es una de las mejores caracterizaciones de la historia reciente del cine.

Pinochet está aparentemente bien custodiado por su mayordomo Fyodor, un ruso blanco que siempre presume de todos los comunistas que ha matado. Pero una amenaza para Pinochet parece venir de una antagonista improbable: una joven monja llamada Carmen (Paula Luchsinger). La Iglesia Católica le encarga documentar los crímenes de Pinochet, no solo la captura, tortura y desaparición de miles de disidentes chilenos, sino el seguimiento de sus malversaciones y otros beneficios corruptos en docenas de cuentas bancarias y escondites por todo el país. Tras recopilar las pruebas deberá exorcizarlo, con la remota posibilidad de salvar lo que quede de su alma. Aunque es probable que esto se reduzca a un asesinato con una estaca en el corazón… pero la Iglesia Católica nunca tuvo remilgos con ese tipo de cosas.

Los hijos de Pinochet están encantados de recibir como invitada de honor a una «contable» muy culta, que promete localizar todo el dinero y las propiedades que esperan heredar. Es una joven extraña: impresionante y hermosa en un momento, torpe y desagradable en el siguiente, e interpretándola, Paula Luchsinger está recibiendo elogios por todas partes. Lleva —y merece llevar— el icónico corte de pelo recortado que recuerda a Juana de Arco, representada por Renée Falconetti en la extraordinaria película muda La pasión de Juana de Arco (1928) de Carl Theodor Dreyer.

El conde contiene varias referencias a películas antiguas emblemáticas, como los clásicos de terror Nosferatu (1922), dirigida por F. W. Murnau, y Vampyr (1932), de Dreyer. Hay una cita abierta a Vampyr que recuerda la terrorífica escena del funeral de esa película alucinada por el protagonista, que sueña que está paralizado pero vivo en su propio ataúd, viendo a la vieja vampiresa mirarle por la ventanita. En El conde, es el funeral de Pinochet, cuando el astuto viejo chupasangre yace fingiendo su muerte en un ataúd con una pequeña ventana cuadrada sobre la cara, presumiblemente para que la ciudadanía chilena pueda contemplarlo por última vez con amor mientras yace acostado. En un momento dado, sus párpados se abren ligeramente, casi delatando el juego, y un ciudadano, con esperable poco cariño, escupe sobre el cristal.

Es bastante audaz que un cineasta contemporáneo cite obras maestras históricas como esa invitando a las comparaciones, pero los impresionantes efectos de la cinematografía en blanco y negro de Larrain inspiran respeto por sus elecciones. Su director de fotografía es Edward Lachman (Dark Waters, Carol, I’m Not There, Far From Heaven, Erin Brockovich, The Limey, The Virgin Suicides), un maestro que es el director de fotografía favorito de Todd Haynes y está acostumbrado a trabajar con una gran variedad de cineastas arriesgados como Steven Soderbergh y Todd Solondz.

Lachman da fe con orgullo de la audacia de la imaginación técnica que se empleó en esta película, que incluye rodar en blanco y negro en lugar de la maniobra habitual de rodar en color y transferir a blanco y negro. También se rodó en formato de fotograma grande con una relación de aspecto de dos a uno. Para la película se construyeron enormes decorados de techos altos, incluido el uso de una Technocrane de cuatro metros. En opinión de Lachman, toda esta expansión

capta la decadencia de este mundo, la decadencia de alguien que [ha elegido] ser ignorado por la realidad, ser ignorado por el pasado. Se convierte en una extensión del personaje, una extensión psicológica.

Las tomas de los vampiros alzando el vuelo con cables son al mismo tiempo impresionantes y oscuramente divertidas, evocadoras de las tomas voladoras de Batman y Superman. Probablemente, los planos más fascinantes y sublimes de la película son los del vuelo incipiente de Carmen, la monja, cuando se convierte en vampiro. Su torpe lucha por mantener el equilibrio sobre el viento, que se suaviza gradualmente hasta convertirse en un vuelo extático, es una forma maravillosa de transmitir la ventaja eterna del vampiro, así como la del gobernante despótico humano más ordinario: ambos pueden ofrecer recompensas sensoriales inmediatas y abrumadoras en forma de lujo opulento y elevación sobre la multitud sufriente. Del vampiro proceden la inmortalidad, la fuerza sobrehumana y el poder hipnótico, así como el sentido aristocrático de sí mismo que pone de manifiesto lo que siempre fue el vampiro como monstruo: la supuestamente «noble» pero en realidad bárbara clase dominante que se aprovecha del pueblo.

A pesar de las actitudes críticas que Larrain expresa en sus diversas películas sobre la dictadura de Pinochet, es una figura controvertida en Chile debido a su origen acomodado como hijo de funcionarios gubernamentales de derechas:

Su padre fue presidente de uno de los principales partidos de derechas de Chile, que apoyó la dictadura. Su madre fue ministra del gobierno conservador de Chile. Ella es una Matte, una de las familias más ricas de Chile, a la que se ha acusado de expulsar a los indígenas mapuches de sus tierras. Los chilenos de izquierdas han cuestionado que Larraín sea la persona adecuada para contar estas historias, argumentando que su familia estaba aislada de los efectos de la dictadura.

Larraín, que creció «protegido» de los peligros de la dictadura, tenía doce años cuando Pinochet se enfrentó al referéndum electoral de 1988 que acabó por apartarlo del poder. Su política clasista se desarrolló en oposición a la de sus padres durante su adolescencia y juventud.

Larrain ya ha realizado una trilogía cinematográfica suelta sobre la dictadura de Pinochet, compuesta por Tony Manero (2008), Post Mortem (2010) y No (2012). Realizó El conde con la idea de estrenarla coincidiendo con el 50 aniversario del golpe militar del general Augusto Pinochet en 1973, que derrocó al presidente socialista democráticamente elegido Salvador Allende con el apoyo de Estados Unidos. Larrain ha declarado que el aniversario le produjo cierta desesperación:

Fue un día extraño (…) Puede que haya sido ingenuo, pero creo que muchos de nosotros pensábamos que se podría [inculcar] en la gran mayoría un acuerdo nacional de que algo así no debería volver a ocurrir. No fue así.

Las estadísticas recientes sobre los representantes del gobierno y las respuestas populares son condenatorias:

El legado de Pinochet sigue impregnando Chile. Los líderes de la oposición de derechas del gobierno chileno no participaron en los actos oficiales para conmemorar el violento golpe y las muertes subsiguientes, y a principios de este mes se negaron a firmar un compromiso con la democracia. Más de un tercio de los chilenos piensa que el golpe estuvo justificado y el 20% considera a Pinochet como uno de los mejores gobernantes del Chile del siglo XX.

Larrain dice que su resistencia a hacer un enfoque biográfico más típico de la vida de Pinochet fue por miedo a crear accidentalmente empatía hacia él, «lo que sería muy peligroso». Optó por crear «una sátira, una farsa» en esta comedia de terror a veces ridículamente sangrienta, pero siempre incongruentemente bella. Como ocurre con casi todas las películas de Larrain, parte del placer de verlas es adaptarse a la vigorizante singularidad del enfoque de un tema famoso.

No hay nada parecido en Netflix, eso seguro.

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