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Representación de una plantación de té en el suroeste de China, hacia 1850. (Imágenes de History / Getty Images)

No se puede entender la China moderna sin mirar la historia de la reforma agraria

Traducción: Florencia Oroz

Aunque China tiene ahora una mayoría urbana, la clave de su desarrollo desde 1949 reside en su vasto campo. La reforma agraria maoísta redistribuyó la tierra a gran escala, pero los gobernantes del país siguen mostrándose reacios a hablar del «lado oscuro» de su historia.

Siempre termino mis cursos sobre la China moderna con dos mensajes finales para mis alumnos: vayan a China y, cuando lo hagan, asegúrense de visitar el campo.

Este segundo mensaje es muy necesario. Hoy conocemos China como una nación de megalópolis en expansión. Mi ciudad adoptiva de Nueva Orleans ni siquiera figuraría en la lista de las 150 ciudades chinas más pobladas. Pero sigue existiendo una gran belleza en una campiña vasta y diversa, especialmente en aldeas remotas que han conseguido encontrar la manera de evitar el mazazo de la modernidad.

A principios de la década de 2000, pasé mucho tiempo viajando por el campo y no dejaba de sorprenderme la hospitalidad de los aldeanos que conocía, así como la tranquila serenidad que aún podía encontrarse en la China rural. Pero como mis estudiantes deberían saber al final del semestre, incluso el más remoto y tranquilo de los pueblos guarda un secreto enterrado.

A finales de la década de 1940 y principios de la de 1950, el Partido Comunista de China llevó a cabo una reforma agraria en todo el campo. Se trató de una serie de campañas violentas que sacudieron las sociedades aldeanas hasta la médula y provocaron la muerte de cientos de miles, si no millones, de ciudadanos chinos.

Estos años solo tienen sentido en el contexto de décadas de conflicto entre los comunistas y sus rivales nacionalistas, pero la reforma agraria también tiene raíces más profundas en una antigua cuestión: ¿a quién pertenece la tierra?

Toda la tierra bajo el cielo

Incluso antes de que la fundación de la dinastía Qin en el 221 a.C. señalara el inicio de la era imperial, los poderosos gobernantes reclamaban la propiedad de todas las tierras bajo su dominio. En la jerga de la época, «todo lo que hay bajo el Cielo» pertenecía al emperador. Pero en la práctica, los campesinos disfrutaban de la propiedad privada de sus campos. Los impuestos que enviaban al estado imperial pagaban palacios y ejércitos, creando una base económica para los estados chinos durante toda la época imperial.

Era un sistema que permitía prosperar a algunos agricultores. Una familia con muchos hijos trabajadores podía acumular suficientes tierras para empezar a alquilar los campos que le sobraban. Si una familia era capaz de alquilar suficientes tierras como para no tener que trabajar, tanto mejor.

La inmensa mayoría de los agricultores, por supuesto, nunca alcanzaron tal riqueza. Y con escasa red de seguridad para protegerse de las malas cosechas, el temor a tener que vender sus campos en tiempos de necesidad estaba siempre presente. Muchos súbditos imperiales, incómodos con las veleidades del mercado de la tierra, llegaron a abrazar el ideal de fijar la propiedad de la tierra en partes iguales.

A veces, sus preocupaciones coincidían con las de sus emperadores. Durante la dinastía Han, época en que la propiedad de la tierra se concentraba cada vez más en manos de clanes poderosos, el usurpador Wang Mang intentó redistribuir por la fuerza la tierra a las familias plebeyas a partes iguales. Las reformas de Wang Mang fueron ampliamente ignoradas y rápidamente derogadas, incluso antes de que cayera del poder.

Otros gobernantes tuvieron más suerte. Apoyándose en su pretensión de ser el verdadero propietario de todas las tierras bajo su dominio, el emperador Xiaowen de la dinastía Wei del Norte instituyó el sistema de igualación de tierras. Socavando el poder aristocrático y restableciendo su base tributaria, Xiaowen distribuyó tierras a los campesinos en función de su fuerza de trabajo. Este sistema, desarrollado aún más bajo el emperador activista Wendi de los Sui, pretendía garantizar a todos los campesinos al menos una pequeña parcela de tierra, al tiempo que recordaba al reino que toda la tierra pertenecía en realidad al emperador.

Sin embargo, la caída de la posterior dinastía Tang vino acompañada de la desaparición total del sistema de igualación de tierras. Ninguna dinastía posterior intentó siquiera hacer valer el derecho del gobernante a confiscar y redistribuir la tierra.

El problema de la tierra

El resultado fue un despiadado mercado privado de la tierra que no hizo más que empeorar a medida que la población de China aumentaba a lo largo de los siglos. Al no haber tierra suficiente para todos, los campesinos tuvieron que invertir cada vez más mano de obra y recursos en parcelas cada vez más pequeñas. La propiedad de la tierra se convirtió en una cuestión existencial, especialmente a medida que el sistema imperial se debilitaba lentamente antes de derrumbarse finalmente a principios del siglo XX, eliminando cualquier red de seguridad que pudiera quedar.

Los campesinos seguían soñando con poseer tierra suficiente para vivir de las rentas de la tierra y evitar tener que labrarla ellos mismos. Pero gracias al aumento de la población, el miedo a perder el acceso a la tierra y caer en la más absoluta indigencia nunca había sido mayor. Incluso en las ciudades, los intelectuales alejados de la producción agrícola reconocían que la joven nación se enfrentaba a un problema de tierras que debía resolverse si China quería hacer frente a la agresión imperialista.

Los revolucionarios, aunque inicialmente se centraron en los intelectuales y trabajadores urbanos, empezaron a formular políticas para el campo. Sun Yat-sen, uno de los primeros dirigentes del Partido Nacionalista, defendió el lema de «la tierra al labrador», pero proporcionó pocos consejos sobre cómo conseguirlo.

En el Partido Comunista de China, mientras tanto, pocos dirigentes tenían mucho interés en el campo. Los agricultores, clasificados ahora con el término recién importado de «campesinos» (nongmin), tenían mala reputación en los círculos marxistas. Considerados como pequeños capitalistas, los campesinos podían ser, en el mejor de los casos, un aliado reacio en la revolución proletaria que los comunistas pretendían dirigir.

La historia, sin embargo, tenía otras ideas. Todos los intentos de los comunistas de incitar a la revolución urbana fracasaron estrepitosamente y, a principios de la década de 1930, el partido se vio obligado a huir al campo.

La revolución de la tierra

Varados en el campo, bajo el ataque de las fuerzas nacionalistas y lejos de los trabajadores urbanos, los comunistas no tuvieron más remedio que abrazar al campesinado. En un intento de ganarse a los campesinos pobres y financiar su base rural, en 1927 el partido lanzó una «revolución de la tierra», un audaz experimento de confiscación y redistribución de tierras.

Para este proceso fue fundamental la introducción en el campo de las etiquetas de clase formuladas por Mao Zedong. Antes, los aldeanos no pensaban en sí mismos ni en sus vecinos en términos de clase. Como la propiedad se distribuía a partes iguales entre los hijos, la prosperidad de una familia subía y bajaba de una generación a otra.

A un vecino rico se le podía llamar «bolsa de dinero» o «barrigón». Los campesinos pobres soñaban con convertirse ellos mismos en un «barrigón», pero también sabían que el hijo o el nieto de un «barrigón» podría acabar trabajando en el campo y luchando por sobrevivir.

La llegada de las etiquetas de clase maoístas reestructuró fundamentalmente la sociedad rural de formas que aún resuenan en el campo. Los que vivían de las rentas de la tierra y no cultivaban por sí mismos pasaron a ser etiquetados como hogares de «terratenientes». Los «campesinos ricos» eran los que cultivaban pero también cobraban rentas de la tierra, lo que ahora se consideraba una forma de explotación feudal.

Los «campesinos medios» solo obtenían ingresos de la agricultura, mientras que los «campesinos pobres» solían alquilar tierras a hogares de terratenientes o campesinos ricos. Los «jornaleros», anunciados como el proletariado del campo, no tenían acceso a las tierras de labranza y, en cambio, cobraban salarios trabajando para sus vecinos más ricos.

Estas categorías de clase simplistas no encajaban bien en la diversa economía de la China rural. No importaba. Durante la revolución agraria del partido, los soldados del Ejército Rojo confiscaron por la fuerza todas las propiedades de los terratenientes, dejándolos en la miseria. Mientras corrían rumores de ejecuciones in situ, muchos aldeanos ricos decidieron que no tenían más remedio que huir, con lo que la economía local cayó en picada.

Con su base rural bajo la presión militar de los nacionalistas y debilitándose desde dentro, los líderes comunistas convocaron una evacuación masiva en 1934. En la «Larga Marcha» resultante, los comunistas huyeron al extremo noroeste, donde se estableció una nueva base en Yan’an.

Yan’an siguió siendo el cuartel general de los comunistas durante la larga guerra contra Japón. Durante estos años, el partido moderó su política agraria para unir a un amplio espectro de la sociedad contra Japón. Los comunistas también forjaron una alianza con sus rivales del Partido Nacionalista e incluso coquetearon con la colaboración con Estados Unidos durante la II Guerra Mundial.

Sin embargo, menos de un año después de la rendición de Japón, los comunistas y los nacionalistas estaban de nuevo en guerra. En mayo de 1946 volvió también la reforma agraria, vista como una forma segura de vincular a los campesinos al recién rebautizado Ejército Popular de Liberación (EPL).

Reforma agraria: la revolución de las aldeas

Los comunistas, reconociendo ahora la insensatez de forzar la redistribución de la tierra a punta de pistola, enviaron «equipos de trabajo» para llevar a cabo la revolución rural, aldea por aldea. Los equipos de trabajo, compuestos en gran parte por activistas de las aldeas e intelectuales urbanos, se encargaron de rehacer la vida rural. El guion al que se ceñían durante sus breves estancias en cualquier aldea seguía estos pasos:

  • Establecer vínculos con los aldeanos pobres
  • Determinar el estatus de clase
  • Luchar contra los terratenientes y otros enemigos de clase
  • Redistribuir la tierra y otras propiedades

Al instalarse con los miembros más pobres de su aldea objetivo, los equipos de trabajo investigaron cuidadosamente la escena local, tratando de descubrir la explotación y los abusos de la élite rural.

Descubrieron que los campesinos pobres, que necesitaban desesperadamente más tierras, tenían efectivamente muchas quejas. Pero no todas eran de naturaleza económica. Las violaciones pasadas del orden moral local o los rencores personales eran causa suficiente para ser tachado de terrateniente. Esto era especialmente cierto en los pueblos sumidos en la pobreza que carecían de una élite económica real. Las etiquetas de clase resultaban incómodas para los ciudadanos rurales, y muchas familias soportarían décadas de abusos como consecuencia de la etiqueta que les ponía un equipo de trabajo visitante.

El partido lanzó múltiples rondas de reforma agraria durante la Guerra Civil, con drásticos cambios de política que exacerbaron la violencia rural. Una primera sugerencia de que el partido comprara el exceso de propiedad de los terratenientes para redistribuirla fue rápidamente descartada. La reforma agraria, ahora central en el proyecto más amplio de la revolución maoísta, exigía «lucha»: enfrentamientos directos y a menudo violentos con los terratenientes y otros enemigos de clase.

Muchas familias a las que se apuntaba como terratenientes habían alcanzado una riqueza relativa gracias al trabajo duro, la atención a los asuntos domésticos y no poca suerte. Era muy probable que sus hijos o nietos fueran pobres. Pero según la propaganda comunista, las familias de terratenientes habían ejercido un control feudal sobre sus vecinos durante siglos.

También se decía que eran figuras malvadas y reaccionarias por naturaleza que harían cualquier cosa para impedir la liberación campesina. Como esto incluía acaparar grandes cantidades de riqueza, los equipos de trabajo animaban a los campesinos a torturar a los enemigos de clase acusados con la esperanza de descubrir un tesoro enterrado.

En 1948, en reconocimiento del ideal secular de igualdad en la tenencia de la tierra, una nueva política exigió la distribución equitativa de la tierra. En la práctica, esto significaba que casi cualquier aldeano podía convertirse en objetivo potencial de los equipos de trabajo.

La reforma agraria durante la Guerra Civil no salió como Mao y otros dirigentes del partido esperaban. Ninguna tortura podía desenterrar un tesoro que sencillamente no existía. La interminable lucha que siguió a la medida de igualar la propiedad de la tierra fue profundamente impopular. Y quizás lo más importante, los dirigentes del partido descubrieron la insensatez de llevar a cabo una revolución rural en tiempos de guerra.

Algunos activistas campesinos, temerosos de ser atacados si los nacionalistas volvían al poder, impulsaron equipos de trabajo para ejecutar a cualquiera que pudiera señalarles con el dedo. Los líderes del partido también se dieron cuenta de que, aunque los hombres que ganaron tierras bajo su dirección podrían haber apoyado a los comunistas, era poco probable que se unieran al EPL. Por fin podían cultivar sus propios campos y casarse, y estaban deseosos de establecerse y formar una familia.

Como la revolución rural resultó ser una distracción, el partido pospuso la reforma agraria hasta que la victoria estuviera asegurada. No fue hasta después del establecimiento formal de la República Popular China en 1949 cuando se reanudó la reforma agraria, ahora a una escala aún mayor que las campañas de los tiempos de guerra. Una nueva ley agraria, publicada en el verano de 1950, prometía una versión más controlada y decididamente menos violenta de la revolución rural para las aldeas que ahora estaban bajo control comunista.

Sin embargo, aunque la palabra lucha estaba ausente de la ley agraria, los equipos de trabajo fueron entrenados para ver la confrontación con los enemigos de clase como algo esencial en sus esfuerzos por rehacer el campo. El estallido de la guerra de Corea, por su parte, despertó el temor a la contrarrevolución y al regreso de los nacionalistas como parte de un conflicto global más amplio.

Instruidos para cumplir la ley pero también para liberar la energía de las masas, los equipos de trabajo tendieron a fomentar la violencia. Mientras que las primeras víctimas de la reforma agraria habían sido ejecutadas a menudo en el acto, tribunales improvisados conocidos como tribunales populares se encargaban ahora de los juicios y ejecuciones de los acusados de ser enemigos de clase.

El terror extremo y las caóticas ejecuciones que habían plagado los inicios de la reforma agraria eran, en gran medida, cosas del pasado. Pero como el partido rechazaba explícitamente la idea de una reforma agraria «pacífica» y seguía considerando sacrosanta la lucha en la revolución rural, la violencia continuó hasta que concluyeron las campañas finales en 1952.

Rumores: el legado de la reforma agraria

Escribir la historia de los comunistas y su revolución se complica enormemente por el intento del partido de controlar el registro histórico. Esto ha sido especialmente cierto desde la Masacre de Tiananmen de 1989, cuando el partido empezó a acusar a sus críticos de «nihilismo histórico», una acusación dirigida a quienes se atrevían a cuestionar la historia oficial del partido.

Para los historiadores del partido, la reforma agraria fue el momento transformador de la revolución maoísta, cuando el partido llevó heroicamente a los campesinos oprimidos durante mucho tiempo a levantarse y derrocar el poder feudal. El partido se ha opuesto activamente a cualquier cuestionamiento de esta interpretación. Cuando la Administración del Ciberespacio de China publicó una lista de los diez principales «rumores» de nihilismo histórico, el número ocho de la lista era el rumor de que la reforma agraria había sido un error.

No creo que la reforma agraria pueda descartarse sin más como un error. El partido tiene motivos para estar orgulloso de los logros de estos años, ya que hizo realidad la revolución en todas las aldeas chinas. Generaciones de élites chinas conocían el problema de la tierra, pero no lo abordaron de forma significativa, dejando a innumerables agricultores sin tierra suficiente. Ahora, bajo la dirección del partido, se habían transferido grandes cantidades de tierra a los ciudadanos más necesitados de China.

Los aldeanos pobres, que históricamente habían tenido poco que decir en los asuntos de la aldea, formaban ahora la élite política. Algunos de ellos empezaron a trabajar para el nuevo Gobierno Popular, que, en marcado contraste con los regímenes anteriores, prometía «servir al pueblo». Muchas mujeres encontraron su empoderamiento participando en la reforma agraria, aunque se les advirtiera que solo debían luchar contra los enemigos de clase y no contra sus maridos. Con razón, muchos campesinos que se beneficiaron de la reforma agraria llegaron a ver la llegada del poder comunista como una «liberación».

Al mismo tiempo, una cuidadosa investigación revela que la reforma agraria fue también un programa profundamente defectuoso que no dejó escasez de violencia, caos y muerte a su paso. La insistencia de Mao en la lucha de clases enfrentada llevó al campo golpizas y torturas masivas. Es muy difícil contabilizar el número de muertos de la reforma agraria, pero una estimación conservadora cifra en una media de un muerto por cada pueblo de China, lo que supone al menos un millón de muertos.

Estas muertes son especialmente preocupantes dado lo que ocurrió después de que la reforma agraria se completara y se declarara un éxito. Pocos años después de que los propagandistas del partido pregonaran la distribución de títulos de propiedad de la tierra al campesinado chino, el Estado pasó por la fuerza a colectivizar las tierras, lanzando un enfoque experimental de la producción agrícola que condujo directamente a las hambrunas del Gran Salto Adelante.

Y como el partido hizo hereditarias las etiquetas de clase establecidas durante la reforma agraria, los hogares etiquetados como terratenientes sufrieron décadas de humillaciones y abusos. Las campañas políticas posteriores siempre se empeñaron en demonizar a estos «terratenientes» como bastiones del poder feudal, aunque normalmente ahora eran los miembros más pobres de sus comunidades aldeanas.

Pero hubo al menos un alto dirigente del partido que cuestionó directamente estas políticas de reforma agraria. Como comenté en mi reciente libro sobre la reforma agraria, Xi Zhongxun escribió directamente a Mao y le advirtió sobre los peligros de las etiquetas de clase, especialmente si iban a transmitirse a las generaciones futuras. Aunque Xi Zhongxun no sea un nombre mundialmente reconocido, su hijo Xi Jinping dirige ahora la República Popular China.

Mientras escribía mi libro, pensé que la perspicacia de Xi Zhongxun sobre los problemas inherentes al planteamiento de Mao sobre la reforma agraria brindaba al partido una excelente oportunidad para contar la verdad sobre este momento crucial de la historia china. Sin embargo, poco después de su publicación, el libro fue prácticamente borrado de Internet. Por el momento, parece que el partido no está dispuesto a cuestionar su versión oficial de la reforma agraria. Hasta que llegue ese momento, podemos seguir visitando el campo chino y preguntándonos qué secretos yacen enterrados bajo décadas de historia.

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Publicado en Artículos, China, Historia, homeCentro3 and Sociedad

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