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Un manifestante egipcio hace un gesto hacia la policía antidisturbios durante los enfrentamientos con las fuerzas de seguridad egipcias cerca de la sede de los Hermanos Musulmanes el 22 de marzo de 2013, en El Cairo, Egipto. (Ed Giles / Getty Images)

La resistencia cotidiana no es una alternativa a la política

Traducción: Florencia Oroz

Tras la derrota de la Primavera Árabe, los izquierdistas se apresuraron a buscar consuelo en los pequeños actos de resistencia que tuvieron lugar durante la revuelta. Este optimismo está fuera de lugar. Para promulgar el cambio, la izquierda debe tomar las palancas del poder.

El artículo que sigue es una reseña de Revolutionary Life: The Everyday of the Arab Spring, de Asef Bayat (Harvard University Press, 2021).

Han pasado doce años desde la Primavera Árabe, y tanto Egipto como Túnez se enfrentan a una dura crisis económica. Ambos se encuentran actualmente a merced de programas de ajuste estructural extremadamente desfavorables impuestos por el Fondo Monetario Internacional, dependen en gran medida de las importaciones de alimentos, están sumidos en la deuda y se enfrentan a tasas de inflación históricas con subidas sin precedentes de los precios de los alimentos. El auge del autoritarismo en ambos países no ha hecho sino empeorar esta grave situación económica. El ambiente reinante indica que la contrarrevolución ha vencido y que las fuerzas emancipadoras que impulsaron la revolución hace una docena de años han retrocedido de la vida política.

Cada año, el aniversario de los levantamientos de enero suscita una nueva reflexión. Los radicales no solo lloran la derrota de la revolución, sino que tienen que lidiar con el constante aluvión de nuevos análisis que intentan abordar las mismas cuestiones cada vez. Existe un deseo insaciable entre los comentaristas de ofrecer nuevas respuestas a cuestiones que ya han sido contestadas durante una docena de años de recortes. Sin ironía, los escritores retoman cuestiones ancestrales sobre los méritos relativos del liderazgo horizontal o vertical o el valor de la ausencia de liderazgo que se remontan a la ruptura entre Stalin y Trotsky, que históricamente han dividido a la izquierda en dos bandos, los guiados por el espíritu de 1917 frente a los leales a 1968.

Un libro que destaca en este género por su brillantez y falta de sentimentalismo es Revolution Without Revolutionaries: Making Sense of the Arab Spring, de Asef Bayat. Publicado en 2017, se ha convertido en uno de los más referenciados en este campo. En él, el sociólogo estadounidense de origen iraní lidia con la idea de lo que significa la revolución en la era posterior a la Guerra Fría. Acertadamente, Bayat atribuye el fracaso de los levantamientos de enero, a pesar de su extraordinaria movilización y resistencia, a la falta de visión revolucionaria, de organización política y de articulación intelectual de sus líderes.

Lo hace comparándolas con las revoluciones de los años 70, cuando el concepto de revolución se basaba en gran medida en el socialismo y el antimperialismo. Por el contrario, los levantamientos de enero, imbuidos de una concepción vacía de la política al estilo ONG, estaban más preocupados por la democracia, los derechos humanos y la rendición de cuentas, cuestiones dignas, pero que tenían su base en una clase activista más preocupada por imponerse en la escena internacional que por construir una base orgánica en casa.

Vanguardia no revolucionaria

Apartándose del enfoque que había adoptado en Revolution Without Revolutionaries, Bayat —en su sexto y último libro, Revolutionary Life: The Everyday of the Arab Spring, publicado en 2021—, desvía su atención de la causa estructural más amplia del fracaso de la revolución. En su lugar, se fija en el nivel cotidiano y concreto en el que vivieron la lucha sus testigos y participantes. Allí encuentra lo que describe como «no movimientos» que proporcionan acceso a «lo que la revolución significó para la gente corriente». Centrándose en Egipto y Túnez, el argumento de Bayat es que los acontecimientos de 2011 pusieron en marcha algo radical e impusieron un nuevo conjunto de relaciones sociales en la vida cotidiana. El libro es rico en ejemplos de esta resistencia cotidiana de ambos países, que abarcan diferentes categorías.

Tomando como punto de partida al subalterno, Bayat intenta investigar la relación entre lo «ordinario» y lo «extraordinario», o lo «mundano» y lo «monumental». Evocando a Antonio Gramsci y al antropólogo y anarquista estadounidense James C. Scott, elije centrarse esta vez en la sociedad civil y la resistencia cotidiana, en contraposición al enfoque macro que había utilizado en Revolution Without Revolutionaries, con el objetivo de hallar la conexión entre ambas.

Su objetivo es encontrar la «agencia» del sujeto subalterno dentro de la vorágine de la revolución. En consecuencia, cada uno de los capítulos del libro toma como protagonista a un miembro no reconocido de lo que podríamos llamar la «vanguardia no revolucionaria»: los pobres y la plebe, las mujeres, los hijos de la revolución, etc. A cada uno, Bayat le asigna una experiencia y una relación distintas con la lucha. Al hacerlo, intenta construir una narrativa alternativa para entender la revolución que se sale del binario de «éxito» y «derrota». La fuerza de esta reinterpretación reside en que rechaza el paradigma derrotista que se ha convertido en la narrativa predominante de los levantamientos.

«Una revolución “fracasada” puede no serlo del todo si tenemos en cuenta las transformaciones significativas que pueden producirse en el plano de lo “social”», sostiene Bayat. Benévolamente, se puede interpretar este enfoque como un intento de infundir en el lector un optimismo teórico que se niega a rendirse ante la derrota. Sin embargo, es difícil evitar la conclusión de que toda la premisa del libro —que pretende evitar por completo la cuestión del éxito político— es en sí misma producto de la imposibilidad de la política real, ya sea en Egipto o en Túnez. Debido a la falta de oportunidades incluso para las reformas sociales más básicas, los optimistas se ven obligados a cambiar los términos del debate en lugar de contemplar con lucidez la magnitud de su derrota.

Los capítulos del libro, muy documentados, están divididos temáticamente, y cada uno aborda un aspecto demográfico diferente de la revolución. Aunque rebosan de ejemplos, la elección de estructurarlos en torno a grupos sociales entendidos sin relación alguna con estructuras económicas más amplias delata la aceptación de una visión liberal del mundo. Es innegable que «los pobres» o «los niños» son grupos sociales dignos de protección, pero no está claro qué política se sigue de tratarlos como si fueran clases capaces de organizarse en un bloque coherente. Este tipo de categorización solo tiene sentido en un lenguaje onegeísta basado en los derechos humanos, en el que la gravedad del sufrimiento, y no la relación con los resortes del poder, es el elemento más importante de la política.

En el capítulo «Madres e hijas de la revolución», Bayat menciona al menos tres ejemplos diferentes de mujeres que se quitaron el hiyab como ejemplo de cambio de actitudes sociales. Un ejemplo es el de una mujer que dejó su trabajo publicitario en el sector empresarial para trabajar en la sociedad civil y los derechos humanos. Otra, una mujer que se casó con un defensor de los derechos humanos; la última se armó de valor para viajar sola. Aunque estas historias no son totalmente representativas de los modelos de resistencia cotidiana que Bayat describe en su libro, comparten con los demás ejemplos de Revolutionary Life una excesiva dependencia de las anécdotas que eluden la diferencia entre resistencia individual y colectiva.

No obstante, Bayat explica que comprende que las categorías que emplea también pueden dividirse en función de la clase o la raza. Pero se aferra a una advertencia sobre lo que denomina «marxismo reduccionista» —una ansiedad de moda entre los académicos— y su tendencia a «reducir las fuentes multiformes de la disidencia subalterna». En su lugar, Bayat hace hincapié en la importancia de la formación de la sociedad civil, invocando la utilización que Gramsci hace de la sociedad civil como forma de contrarrestar la visión vanguardista leninista de que un pequeño cuadro de élite podría dirigir la revolución en nombre de la clase obrera. En línea gramsciana, Bayat argumenta que el método a través del cual la clase obrera puede desafiar el dominio hegemónico de la élite es mediante la creación de instituciones culturales incrustadas en movimientos populares de base amplia que se desarrollarían orgánicamente a través de la sociedad civil.

Como sostiene Adam Hanieh, profesor de estudios sobre el desarrollo, en su libro Lineages of Revolt, la idea de la sociedad civil es defendida sobre todo por las organizaciones internacionales y las instituciones financieras internacionales, que la asocian a las políticas económicas de libre mercado como baluarte contra el autoritarismo. Para Hanieh,

la dicotomía Estado-sociedad civil sirve para «conceptualizar» el problema del capitalismo, desagregando la sociedad en fragmentos, sin una estructura de poder global, sin una unidad totalizadora, sin coacciones sistémicas; en otras palabras, sin un sistema capitalista, con su impulso expansivo y su capacidad para penetrar en todos los aspectos de la vida social.

Al presentar sus argumentos contra el «economicismo» marxista, Bayat también recurre a la obra de James C. Scott, de quien deriva sus nociones de resistencia cotidiana. Pero el enfoque de Scott está, según Bayat, demasiado centrado en el nivel micro, y parte de la tarea de Revolutionary Life consiste en reconciliar el enfoque en la agencia individual que se encuentra en la obra de Scott con una visión de la revolución como un proceso estructural más amplio. Scott acuñó el término «resistencia cotidiana» en su libro de 1985 Weapons of the Weak para describir los desafíos cotidianos al poder de las élites que no son tan impactantes u obvios como otras formas de articulaciones organizadas y colectivas de resistencia como las revoluciones.

La resistencia cotidiana, o infrapolítica, como él la denomina a veces, está más dispersa y no es tan visible para la sociedad o el Estado. Aunque Scott concibe la resistencia como un acto o actos que podría emprender un colectivo, su concepción de un colectivo es meramente un grupo de individuos no organizados (lo que Karl Marx, refiriéndose al campesinado francés del siglo XIX, denominó burlonamente «un saco de patatas»). El problema de este punto de vista es que nunca queda claro en el escrito de Scott, ni siquiera en la apropiación que Bayat hace de él, cómo se podría pasar de una colección de individuos a una fuerza social más amplia sin empezar —al modo marxista— con algún concepto más amplio de una clase con intereses propios.

Y aunque Bayat reconoce en la introducción que es necesario el tipo de explicación estructural de la clase y el Estado que Revolution Without Revolutionaries se dedicó por completo a comprender, sigue idealizando la resistencia cotidiana a pesar de que su estudio anterior del tema demostró que estas acciones no eran eficaces. El resultado del análisis de Bayat, sin excluir sus descripciones a menudo conmovedoras de la rebelión individual, es la despolitización de la política y la desaparición de un análisis estructural del Estado y la economía.

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Publicado en Egipto, Estrategia, Historia, homeIzq, Reseña and Túnez

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