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Una fotografía de Antonio Gramsci fechada en 1921.

Comencemos de nuevo a leer a Gramsci

Traducción: Rolando Prats

Según Toni Negri, The Gramscian Moment de Peter Thomas realiza una crítica convincente a la interpretación de Perry Anderson del autor italiano, todavía canónica en el mundo de habla inglesa.

Serie: Dossier Gramsci

Reseña de la obra de Peter D. Thomas The Gramscian Moment. Philosophy, Hegemony and Marxism (Historical Materialism Book Series, vol. 24), Leiden y Boston, Brill, 2009.

 

El libro de Peter D. Thomas The Gramscian Moment. Philosophy, Hegemony and Marxism es importante, ante todo, por el hecho de traducir el pensamiento de Gramsci de Italia al mundo y, en particular, por el modo de enmarcar a Gramsci para el mundo anglófono. El propósito explícito de la obra de Thomas es abrir el debate sobre Gramsci en el seno del marxismo anglosajón, que hoy ocupa un lugar central en la elaboración de la filosofía marxista. Huelga añadir que, a tal fin, Thomas despliega una lectura de Gramsci que no sólo tiene en cuenta la renovación operada en los estudios gramscianos desde la publicación, a mediados de los años setenta, de la edición completa de los Quaderni[1] y del epistolario de Gramsci [2], sino que también se ve realzada y enriquecida por una lectura comparativa de la bibliografía—concretamente, Althusser y Anderson— que, por así decirlo, ha servido de base para el experimentum crucis en la trayectoria de Gramsci por el mundo atlántico.

Formularé algunas observaciones sobre la interpretación que hace Thomas del pensamiento de Gramsci. Comenzaré por señalar que me convence sólo parcialmente la decisión de Thomas de pasar por Althusser en su aproximación a Gramsci. Tanto la liquidación inicial de Gramsci por Althusser en Para leer El capital[3] como su posterior y ambivalente acercamiento a Gramsci en la última fase de su pensamiento (la llamada «filosofía del encuentro») tienen lugar en el interior de un aparato epistemológico —típicamente francés y vinculado a la crítica del lenguaje científico propia de la escuela de Canguilhem— que es ajeno al marxismo gramsciano. Hay que reconocer, sin embargo, que no es mucho lo que Thomas apuesta a las similitudes [entre Gramsci y Althusser]; al contrario, reniega de ellas sin rodeos. ¿Pero, entonces, por qué detenerse en semejante confrontación? Porque según algunos althusserianos ese episodio —el encuentro entre Althusser y Gramsci— constituiría «el último gran debate» en torno a la definición de «filosofía» en Marx. Pero ¿acaso tuvo tanta importancia ese debate?

Mucho más convincente resulta, sin embargo, la aproximación de Thomas a la lectura de Gramsci por Anderson y la consiguiente crítica que de ella hace. En su importante ensayo de 1976 «Las antinomias de Antonio Gramsci»[4], Anderson sostenía que las investigaciones de Gramsci en la cárcel se caracterizaban por una serie de ambigüedades que darían lugar a una transformación y reconfiguración paulatinas de sus tesis, en particular de las tesis relativas al Estado y a concepto nuclear gramsciano de hegemonía.

Según Anderson, el error habría estado en el enfoque del propio Gramsci[5], lo cual explicaría los múltiples y ambiguos usos que se han hecho del pensamiento gramsciano. En particular, el concepto de «revolución pasiva» representaría una suerte de corrimiento de Gramsci hacia Kautsky. En segundo lugar, el concepto gramsciano de hegemonía delataría un excesivo énfasis en el poder de la sociedad civil frente al poder del Estado (tesis a la que, hegelianamente, se suscribiría también Norberto Bobbio). Y así sucesivamente. No es tarea difícil, sin embargo, para Thomas —aunque sí es laboriosa— refutar esas interpretaciones que se han convertido en opiniones firmemente establecidas y de amplia circulación en el pensamiento anglosajón.

Thomas refuta tanto filológicamente —basándose en lo fundamental en la excelente contribución de Gianni Francioni[6]— como políticamente la lectura crítica que hace Anderson de esos conceptos esenciales y, en su lugar, los rearticula en una sólida y sustancialmente nueva armazón. Y lo hace con eficacia. Cabe mencionar, por cierto, que con la intensidad y la meticulosidad de su escritura, el libro de Thomas se hace acreedor de la gran tradición marxológica alemana y rusa; cualidad que se suma a su valor como obra de erudición.

Pasaré ahora a detenerme en algunos motivos de la obra. Me parece excelente el examen a que somete Thomas el concepto de «revolución pasiva»; examen cuyos ecos resuenan más allá de la simple reconstrucción del concepto y nos trasladan a un terreno propiamente «biopolítico». En otras palabras, la «revolución pasiva» de la burguesía se nos presenta en transiciones moleculares que se consolidan y reconfiguran a lo largo del tiempo; transiciones que también —recíprocamente, es decir, dialécticamente— inciden en las estructuras y las subjetividades del proceso histórico. Me inclino en particular por esa definición de «revolución pasiva», herramienta conceptual de la que, más o menos conscientemente, fui usufructuario en mi esfuerzo por describir la génesis de la ideología burguesa entre Descartes y Spinoza y entre la acumulación primitiva de capital, la configuración del Estado absoluto y las alternativas republicanas.

Igualmente sólido y exhaustivo es el análisis que hace Thomas del concepto de «hegemonía», cuya originalidad demuestra tanto en relación con la historia prerrevolucionaria de Rusia como con la experiencia del bolchevismo en su fase constitutiva y hasta el período de la Nueva Política Económica (NEP). Esa originalidad consiste en la oposición radical a considerar la hegemonía como una teoría genérica del poder social y en vincularla, en cambio, a la definición de la «forma-Estado» tal como se ha venido configurando en el mundo occidental y en sus revoluciones. Renacida en la figura de la dictadura del proletariado, la hegemonía es un arma que hay que conquistar y aplicar en el proceso de lucha por la realización del socialismo. También a ese respecto el análisis de Gramsci contiene elementos de juicio sumamente sagaces; a saber, que la hegemonía proletaria aparece enraizada en un contexto biopolítico (el derivado de la experiencia revolucionaria de la clase obrera); o, por el contrario, que la hegemonía es expresión de la dictadura de la burguesía, del fascismo, una hegemonía que se extiende desde el Estado para investir a la sociedad y configurarla como «biopoder». Pero es sólo el primer concepto de hegemonía —el concepto de clase— el que contiene esa potencialidad constitutiva que la convierte en dispositivo ontológico. No creo que al decir esto esté yo amalgamando categorías propias de Foucault con las categorías de Gramsci. Al contrario, creo que la referencia a Foucault contribuye a realzar aún más la pertinencia de las innovaciones interpretativas de Thomas. Ya es hora de que algunos estudiosos reexaminen el pensamiento de Gramsci desde una perspectiva foucaultiana.

Una vez llevada a término su labor de redefinición de los conceptos básicos, Thomas va más allá de las tradiciones interpretativas al uso y dirige sus esfuerzos a la conformación de una figura definitiva del pensamiento gramsciano. Permítanme citar uno de los pasajes de la conclusión del libro:

«”Historicismo absoluto”, “inmanencia absoluta” y “humanismo absoluto”. Esos conceptos deberán entenderse como tres “atributos” de un proyecto constitutivamente inconcluso de la elaboración del marxismo como filosofía de la praxis. Tomados en su fecunda y dinámica interacción, esos tres atributos pueden considerarse breves síntesis para la elaboración de un programa autónomo de investigación en filosofía marxista hoy en día, como una intervención en la Kampfplatz[7] de la filosofía contemporánea que intenta heredar y renovar el gesto crítico y constructivo original de Marx[8].»

Es, por tanto, en el terreno de la reducción absoluta de los conceptos a la historia que se crea la posibilidad de una gramática abierta y traducible para la organización hegemónica de las relaciones sociales. Es en el terreno de la inmanencia, del rechazo de toda forma de trascendencia, que determinada práctica social puede erigirse en teoría o, mejor dicho, que se crea la posibilidad de establecer una relación recíproca y productiva entre teoría y práctica. Y, por último, sólo un humanismo absoluto puede sentar las bases para la realización de un proyecto dialéctico-pedagógico de hegemonía:

«En otras palabras, la noción de una nueva forma de filosofía como elemento en la construcción de un aparato hegemónico alternativo de democracia proletaria[9].»

 

Una última observación. ¿Por qué el pensamiento gramsciano, reconstruido de esa forma, debería seguir representándose como «filosofía»? O mejor todavía, ¿pueden la praxis y el pensamiento que la configura dentro de los parámetros del historicismo, la inmanencia y el humanismo seguir definiéndose como «filosofía»? ¿No deviene la filosofía más bien una ilusión insostenible, una herramienta inutilizable una vez que esos criterios —historicismo, inmanencia y humanismo— se asumen como categorías de reflexión en el seno de la praxis? En efecto, cabría preguntarse ¿qué queda de la filosofía cuando hemos sido testigos de la destrucción de sus referencias a la trascendencia de lo teológico-político y a los temas residuales de la secularización? A mi juicio —y ese juicio es confirmado por un gramscismo como el de Thomas— la filosofía es hoy, para bien y para mal, una reliquia, una variante más o menos reaccionaria del intento de la burguesía de comprender su propio destino. Pero entonces, una vez trasladado el pensamiento al lugar en que lo sitúa Thomas, ¿por qué seguir considerando a Gramsci un filósofo? ¿Se habría sentido a gusto el propio Gramsci con semejante caracterización? El objeto de la praxis no es filosófico; es histórico, inmanente, humano y, por tanto, revolucionario. Como dice el Gramsci de «Americanismo y fordismo»: «En América, la racionalización ha determinado la necesidad de elaborar un nuevo tipo humano que se ajuste al nuevo tipo de trabajo y de proceso de producción[10].» Es a la continua revolución de lo humano a la que apunta la praxis.

 

Este texto se ha traducido del original en italiano, publicado con el título de «Ricominciamo a leggere Gramsci» еn el diario Il Manifesto, el 19 de febrero de 2011, y reproducido en EuroNomade el 18 de julio de 2013. Existe una traducción al inglés hecha por Max Henninger para Negri in English, publicada el 28 de abril de 2011. La versión actualizada del texto en inglés, ligeramente aumentada y anotada, se incluyó posteriormente en el libro de Antonio Negri Marx and Foucault (trad. Ed Emery), Cambridge, UK & Malden, MA, Polity Press, 2017, pp. 117-120. Por consiguiente, esta última versión en inglés se ha privilegiado como fuente principal para la presente traducción a la par con el original en italiano publicado en Il Manifesto. La traducción de todas las citas y las notas son del traductor.

Notas

[1] Cuadernos [de la cárcel]. En italiano en todas las versiones consultadas.

[2] Cf. Quaderni del carcere (Edición crítica del Instituto Gramsci. A cargo de Valentino Gerratana), Turín, Einaudi, 1975. Para una edición en español véanse los 6 volúmenes de Cuadernos de la cárcel (Edición crítica del Instituto Gramsci. A cargo de Valentino Gerratana) (trad. Ana María Palos; revisada por José Luis González), México, D. F., Ediciones Era, 1985 (primera reimpresión). En 2020, la Editorial Einaudi publicó una nueva edición, a cargo de Francesco Giasi, de Lettere dal carcere —Cartas desde la cárcel— de Gramsci, cuya primera edición data de 1947, con ocasión del décimo aniversario de la muerte de su autor. La publicación, en aquel entonces, de su epistolario —cuya cuenta asciende hoy a cerca de 500 cartas— le valió a Gramsci la concesión póstuma del Premio Viareggio, el más prestigioso de Italia. Véase en español Antonio Gramsci, Cartas desde la cárcel (1926-1937) (trad. Cristina Ortega Kanoussi), México, Ediciones Era, 2005.

[3] Cf. Luis Althusser, Étienne Balibar et al, Lire Le Capital, París, PUF, 2014. Para una edición en español véase Para leer El capital (trad. Marta Harnecker), Madrid, Siglo XXI de España Editores, 2006 (26ª edición).

[4] Cf. Perry Anderson, «The antinomies of Antonio Gramsci», New Left Review, I/100, nov.-dic. de 1976. Véase en español Perry Anderson, Las antinomias de Antonio Gramsci (trad. Lourdes Bassols y J. R. Fraguas), Madrid, Akal, 2018.

[5] En el citado artículo de Anderson originalmente publicado en 1976 en NLR, se alude a «las oscilaciones en el uso que hace Gramsci de sus términos centrales» y a las «ambigüedades en su uso del término hegemonía» y se señala que Gramsci «nunca se comprometió inequívocamente con ninguno de ellos». Anderson va tan lejos que llega a preguntarse, en términos difícilmente retóricos: «¿Cómo es posible que Gramsci, militante comunista con un historial de inquebrantable —y hasta indebida— hostilidad política al reformismo, dejara un legado de semejante ambigüedad», en relación con conceptos como hegemonía, sociedad civil, sociedad política, Estado, revolución burguesa, revolución proletaria, etc., y con sus interrelaciones y presuposiciones recíprocas?

[6] Cf. Gianni Francioni, «Structure and Description of the Prison Notebooks» [Estructura y descripción de Cuadernos de la cárcel], International Gramsci Journal, 3(2), 2019, pp. 65-82.

[7] En alemán en el original: campo de batalla.

[8] Peter D. Thomas, The Gramscian Moment. Philosophy, Hegemony and Marxism (Historical Materialism Book Series, vol. 24), Leiden y Boston, Brill, 2009, p. 448.

[9] Ibídem, p. 450.

[10] Antonio Gramsci, «Americanism and Fordism» en Selections from the Prison Notebooks (ed. y trad. Q Hoare y G. Nowell-Smith), Nueva York, Orient Longman, 1996, p. 286.

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