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Marx luchaba por la libertad

Traducción: Valentín Huarte

Los conservadores siguen propagando mentiras sobre Marx, que no solo criticó la esclavitud, sino que apoyó todas las campañas organizadas para combatirla.

El año pasado se cumplieron 400 años del desembarco de los primeros esclavos africanos en Virginia. Aunque hoy este sombrío acontecimiento suele discutirse en profundidad y con mucha agudeza, pocos medios destacan el carácter específicamente capitalista de la forma moderna de esclavitud del Nuevo Mundo. En cambio, es un tema que Marx trató ampliamente en su crítica del capital y en sus largos debates sobre el capitalismo y la esclavitud.

Marx no veía la esclavitud que los europeos impusieron a los africanos, iniciada en el siglo dieciséis en el Caribe, como una repetición de la esclavitud romana o árabe. Pensaba que era algo nuevo. Combinaba formas antiguas de crueldad con la forma social típicamente moderna de la producción de valor. La esclavitud, argumentó en un borrador de El capital, alcanza su forma más odiosa con la producción capitalista, donde el valor de cambio se convierte en el elemento determinante de la producción. Esto lleva a extender la jornada de trabajo más allá de todo límite y a forzar a los esclavos literalmente a trabajar hasta la muerte.

Tanto en América del Sur, en el Caribe y en las plantaciones del sur de Estados Unidos, la esclavitud no era una parte periférica del capitalismo moderno, sino un que era uno de sus componentes principales. Dos años antes de el Manifiesto del Partido Comunista, en Miseria de la filosofía (1846), el joven Marx lo puso en estos términos:

[L]a esclavitud directa es la base de la industria burguesa. Sin esclavitud no habría algodón; sin algodón no habría industria moderna. La esclavitud ha dado su valor a las colonias, las colonias han creado el comercio universal, el comercio universal es la condición necesaria de la gran industria. Por tanto, la esclavitud es una categoría económica de la más alta importancia.

Esta vinculación entre el capitalismo y la esclavitud atraviesa todos los escritos de Marx, igual que la reflexión sobre las varias formas de resistencia a la esclavitud capaces de contribuir a la resistencia anticapitalista. Este fue el caso sobre todo antes y durante la guerra de Secesión estadounidense, cuando Marx decidió respaldar fervientemente la causa antiesclavista.

Una forma de resistencia que Marx consideró fue la de los esclavos afroestadounidenses. Por ejemplo, analizó seriamente el ataque de 1859 contra un arsenal en el Harper’s Ferry, perpetrado por militantes antiesclavistas tanto blancos como negros, bajo el comando del abolicionista John Brown. Aunque el ataque no logró desencadenar la insurrección esclavista que los militantes deseaban, Marx estuvo de acuerdo con otros abolicionistas en que fue un acontecimiento fundamental, después del cual no había vuelta atrás. Comparó a los esclavos con los campesinos rusos y puso el énfasis en la autoactividad y en el desarrollo de su potencial para la insurrección de masas:

En mi opinión, lo más importante que está sucediendo en el mundo hoy es, por un lado, la movilización de los esclavos de Estados Unidos, iniciada con la muerte de Brown, y, por el otro, el movimiento de los esclavos de Rusia […]. Acabo de leer en el [New York Daily] Tribune que hubo una revuelta de esclavos en Missouri, que naturalmente fue reprimida. Pero todos escucharon el disparo de salida.

En este punto, Marx parece sugerir que la insurrección masiva de los esclavos es una de las claves de la abolición, y tal vez de algo más en el sentido de cuestionar el régimen capitalista. Poco tiempo después, con la separación del Sur y el estallido de la guerra civil, Marx apoyó la causa norteña, sin dejar de sostener críticas ardientes contra Lincoln por su vacilación inicial a la hora de defender, ni hablar de promulgar, la abolición de la esclavitud o el reclutamiento de tropas negras.

Durante la guerra, también surgió otra forma de resistencia al capitalismo y a la esclavitud, no en Estados Unidos, sino en Gran Bretaña. Aunque las clases dominantes de este país ridiculizaban a Estados Unidos como un experimento de gobierno republicano fallido, y hasta atacaban a Lincoln el plebeyo por ordinario, las clases trabajadoras británicas veían las cosas de otra manera. Luchando todavía por el sufragio universal contra la calificación de los votantes en función de la propiedad, los trabajadores veían a Estados Unidos como la forma más amplia de democracia que existía en la época, especialmente después de que el Norte se comprometió con la abolición.

Como informó Marx en varios artículos, las reuniones de masas organizadas por los trabajadores británicos ayudaron a bloquear los intentos del gobierno de intervenir a favor del Sur. En este magnífico ejemplo de internacionalismo proletario, los trabajadores británicos rechazaron los intentos de varios políticos de fomentar la animosidad hacia el Norte recurriendo a la denuncia de que los asedios de la Unión habían cortado el suministro de algodón y contribuido al desempleo de los trabajadores textiles de Lancashire. Como dijo Marx en un artículo de 1862 publicado en el New York Tribune:

Mientras una gran porción de las clases obreras británicas sufre directamente y cruelmente las consecuencias del asedio del Sur; mientras otra parte es indirectamente afectada por la reducción del comercio estadounidense a causa (esto es lo que quieren hacerle creer) de la egoísta «política proteccionista» de los republicanos [de Estados Unidos] […]. [En] tales circunstancias, cualquier valoración justa implica rendirle tributo a la sólida actitud de las clases obreras británicas, sobre todo cuando la comparamos con la conducta hipócrita, intimidatoria, cobarde y estúpida del oficial y adinerado John Bull.

La Primera Internacional, fundada en 1864, tuvo como organizadores a muchos de estos activistas antiesclavitud. En este sentido, el movimiento obrero en contra de la esclavitud colaboró en la creación de la organización socialista más grande que Marx llegó a dirigir en su vida.

Terminada la guerra, la Reconstrucción radical entró en la agenda de Estados Unidos con la perspectiva de dividir las plantaciones esclavistas y conceder cuarenta acres y una mula a los exesclavos. En el prefacio de 1867 a El capital, Marx celebró estos avances: «tras la abolición de la esclavitud, pasa al orden del día la transformación de las relaciones del capital y las de la propiedad de la tierra». Este objetivo no llegó a concretarse porque la medida fue bloqueada por las fuerzas moderadas en el Congreso de Estados Unidos.

Después de la guerra civil, Marx discutió una tercera forma de resistencia contra el capitalismo y la esclavitud, aunque también contra el racismo, tomando otra vez el caso de Estados Unidos. En su opinión, siglos de convivencia entre el trabajo esclavo negro y el trabajo libre blanco había creado enormes divisiones en las clases trabajadoras, tanto urbanas como rurales. La guerra civil había terminado con parte de los cimientos económicos de estas divisiones y creado nuevas posibilidades. Otra vez en El capital, Marx discutió las perspectivas del proceso con evidente entusiasmo y escribió su frase más célebre sobre la dialéctica entre raza y clase, que a continuación destacamos en cursiva:

En los Estados Unidos de Norteamérica todo movimiento obrero independiente estuvo sumido en la parálisis mientras la esclavitud desfiguró una parte de la república. El trabajo cuya piel es blanca no puede emanciparse allí donde se estigmatiza el trabajo de piel negra. Pero de la muerte de la esclavitud surgió de inmediato una vida nueva, remozada. El primer fruto de la guerra civil fue la agitación por las ocho horas, que calzándose las botas de siete leguas de la locomotora avanzó a zancadas desde el Océano Atlántico hasta el Pacífico, desde Nueva Inglaterra hasta California. El Congreso General del Trabajo, reunido en Baltimore (16 de agosto de 1866) declara: «La primera y gran necesidad del presente, para librar de la esclavitud capitalista al trabajo de esta tierra, es la promulgación de una ley con arreglo a la cual las ocho horas sean la jornada laboral normal en todos los estados de la Unión norteamericana. Estamos decididos a emplear todas nuestras fuerzas hasta alcanzar este glorioso resultado». Simultáneamente (principios de setiembre de 1866), el Congreso Obrero Internacional de Ginebra adoptó la siguiente resolución, a propuesta del Consejo General de Londres: «Declaramos que la restricción de la jornada laboral es una condición previa, sin la cual han de fracasar todos los demás esfuerzos por la emancipación… Proponemos 8 horas de trabajo como límite legal de la jornada laboral».

Evidentemente, los dirigentes sindicales de 1866 estaban dispuestos a atacar el capitalismo directamente y esto es algo que no volvimos a ver muchas veces en Estados Unidos. Sin embargo, el sueño de Marx de una solidaridad de clase interracial no fue conquistado en aquella época debido a causa de la reticencia a incluir a los trabajadores negros como parte plena de los sindicatos blancos. El tipo de solidaridad que Marx tenía en mente alcanzó una realización plena en ciertas ocasiones, sobre todo en el marco de las campañas de sindicalización masiva de los años 1930.

Cuatrocientos años después de que los primeros esclavos africanos desembarcaron en Virginia, los afroamericanos siguen sufriendo el legado de la esclavitud bajo la forma del encarcelamiento masivo, el racismo institucionalizado en cuestiones de vivienda y de empleo y una brecha salarial que no para de crecer. Por eso vale la pena repetir la frase de Marx, que 150 años después conserva toda su pertinencia: «El trabajo cuya piel es blanca no puede emanciparse allí donde se estigmatiza el trabajo de piel negra».

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