A finales de febrero de 1997, los estudiantes de mi instituto en la capital albanesa, Tirana, boicotearon las clases y se reunieron en el patio de la escuela. Empezamos a gritar consignas en solidaridad con los estudiantes universitarios de la ciudad costera de Vlorë, unos cincuenta de los cuales se habían puesto en huelga de hambre la semana anterior exigiendo la dimisión del gobierno. Muchos de nosotros responsabilizábamos a esa administración de la quiebra de las estafas piramidales que recientemente habían despojado a muchos albaneses de los ahorros de toda su vida, desatando la ira y la desesperación generalizadas.
Pronto, alguien propuso que saliéramos a la calle y nos reuniéramos con estudiantes de otras escuelas para formar una protesta más amplia. Tras marchar 200 o 300 metros, un grupo de policías de civil se acercó a nosotros y empezó a agredirnos físicamente. Aterrorizados, nos dispersamos.
Avancemos una semana. Cerca de mi barrio, vi una gran multitud marchando hacia el centro de la ciudad. Alguien apuntó a una persona, exponiéndola como agente de policía de civil. Un grupo de hombres intentó atraparlo y golpearlo, pero el policía armado empezó a disparar al aire. Pocos minutos después, estallaban escaramuzas entre manifestantes y policías antidisturbios en todos los rincones de mi barrio.
La noche anterior, en Vlorë, los manifestantes habían tomado los cuarteles del Ejército y distribuido armas entre la población. Esto desencadenó una serie de acontecimientos que destruyeron la capacidad de gobierno del Estado albanés. Aproximadamente 1500 personas murieron en el caos nacional que se produjo.
¿Cómo se llegó a esto? Solo unos años antes, el Fondo Monetario Internacional (FMI) había elogiado a Albania como modelo de reforma económica postsocialista. En 1997, una confluencia de factores creó una tormenta perfecta, desencadenando una rebelión popular contra la injusticia y la desigualdad. Sin embargo, con la clase trabajadora desorganizada y el socialismo ampliamente desacreditado ante la opinión pública, la revuelta no pudo formular una visión alternativa y pronto se convirtió en un caos violento.
Socialismo burocrático y terapia de choque
La transición al capitalismo en Albania inició más tarde que en otros países de Europa del Este. Las primeras manifestaciones antigubernamentales comenzaron a finales de 1990 y se radicalizaron a lo largo del año siguiente, pero el traspaso formal del poder del gobernante Partido del Trabajo al anticomunista Partido Democrático (PD) no se produjo sino hasta 1992, meses después de que la Unión Soviética dejara de existir.
El hecho de ser los últimos en derrocar el socialismo burocrático no impidió que la nueva élite albanesa se contara entre los primeros y más entusiastas defensores de la reestructuración neoliberal radical. La terapia de shock económico impuesta por la DP pronto trajo consigo una rápida desindustrialización, la privatización a toda máquina, una rápida caída de la productividad, desempleo masivo (con casi 200 000 despidos solo en 1992) y emigración. Una mezcla de entusiasmo y desesperación se extendió por toda la población, dependiendo del lugar en el que uno se encontrara en la nueva sociedad capitalista.
El proceso de privatización fue muy corrupto. Los activos públicos, empezando por las pequeñas y medianas empresas, se vendieron a particulares a precios artificialmente bajos. Sin embargo, esta transferencia masiva de propiedades e infraestructuras no logró crear una burguesía adecuada capaz de dirigir industrias productivas. La mayoría de los nuevos ricos se limitaron a vender las viejas empresas por piezas de recambio, mientras se dedicaban a la especulación comercial y financiera.
Para el albanés medio fueron años de explosión de la desigualdad y de creciente pobreza. Para sobrevivir, muchos emigraron o pasaron a depender de las remesas de sus familiares que trabajaban en el extranjero (unos 500 millones de dólares anuales). Esta desesperación contribuyó a facilitar el ascenso de un régimen cuasi autoritario dirigido por el líder del PD y presidente de Albania, Sali Berisha. Los partidos de la oposición y los periodistas críticos fueron acosados. Fatos Nano, líder del Partido Socialista (PS) —el vástago supuestamente socialdemócrata del Partido del Trabajo estalinista— fue encarcelado en 1993 por cargos de corrupción, aunque muchos lo consideraron un acto de venganza política.
El capitalismo de casino de Albania
La desilusión generalizada tras las grandes expectativas de 1991-92, cuando el futuro capitalista aún parecía brillante, alimentó una creciente red de esquemas piramidales. Los especuladores empezaron a prestar dinero a altos tipos de interés, cobrando entre un 8% y un 10% al mes. Al principio se hacía al margen de la ley, pero a partir de 1995 estas «empresas rentistas» alcanzaron un estatus legal, se hicieron cada vez más poderosas y, como es lógico, empezaron a tener influencia política. En su punto álgido, en 1996, el dinero invertido en ellas representaba el 10% del PIB de Albania.
La aparición de estos sistemas respondió a la necesidad de acelerar la acumulación primitiva de capital tras la transición del socialismo burocrático. El sistema capitalista albanés había surgido como resultado de las revueltas populares de 1991, por lo que la élite política y la clase dirigente emergente no podían darse el lujo de limitarse a desalojar a la gente de sus tierras agrícolas y viviendas urbanas recién ganadas. Había que idear algo más para convencer a los ciudadanos de a pie de que mercantilizaran más partes de su vida y las transfirieran a las empresas rentistas como activos.
Durante los primeros años del capitalismo, muchos albaneses esperaban que el nuevo sistema les permitiera enriquecerse rápidamente o, al menos, aumentar sustancialmente su nivel de vida. Muchos pusieron los ahorros de toda su vida en las estafas piramidales. Luego, cuando el frenesí especulativo se intensificó, muchos vendieron sus casas. Otra fuente de dinero fueron las crecientes remesas de los albaneses que trabajaban en el extranjero, especialmente en Grecia e Italia. Ocupando los peldaños más bajos de la clase trabajadora local, enfrentados a la discriminación y viviendo y trabajando ilegalmente, no podían ahorrar suficiente dinero para iniciar un pequeño negocio en casa como la mayoría había soñado y decidieron cada vez más «invertir» sus ahorros en las empresas rentistas, esperando obtener un rápido rendimiento.
Como cada vez más personas pusieron su dinero en estas empresas, se convirtieron, paradójicamente, no solo en un lastre económico y político a medio plazo, sino también en un pilar temporal de la economía albanesa. La más poderosa de ellas, Vefa Holding, llegó a patrocinar una carrera de Fórmula 1 en 1996. En esta situación, ningún actor político se atrevió a tomar partido contra la creciente burbuja financiera.
El gobierno esperaba que esta vorágine financiera aliviara mágicamente el descontento social, al menos temporalmente, al tiempo que aceptaba el apoyo financiero de las empresas rentistas durante las elecciones de mayo de 1996. Los partidos de la oposición, liderados por el Partido Socialista, no se atrevieron a desafiar el entusiasmo popular por estas empresas. El Partido Democrático acabó ganando, ayudado no solo por la mejora artificial de la situación económica, sino también por haber amañado el proceso de votación y haber reprimido a sus oponentes cuando intentaron organizar protestas.
Pero la burbuja especulativa no podía durar para siempre. En otoño de 1996 surgieron rumores de que las empresas rentistas tenían dificultades financieras. En septiembre, el FMI pidió públicamente al gobierno albanés que las redujera y controlara. Durante varios años, el FMI había elogiado al país como modelo para otras economías postsocialistas. Pero el desastre que se avecinaba y el empeoramiento de las relaciones políticas entre Sali Berisha y Estados Unidos tras las elecciones amañadas empujaron al FMI a dar la voz de alarma.
Ante estas crecientes dudas, la contramarcha de las empresas rentistas fue subir los tipos de interés. Algunas prometieron devolver el 200% del dinero prestado en tres meses. La vorágine continuó durante un par de meses más, con algunos retirando su dinero mientras otros invertían más; pero en enero de 1997, la primera empresa, Sude, se declaró en quiebra. Esto inició un efecto dominó, y en pocas semanas las demás hicieron lo mismo. El gobierno albanés trató de congelar sus activos en los bancos estatales y prometió que los prestamistas recuperarían entre el 30 y el 40% de su dinero, mientras seguía afirmando que la mayoría de las empresas rentistas tenía suficiente inversión productiva para soportar la crisis.
Las uvas de la ira
Las primeras protestas estallaron ese mismo mes. Comenzaron de forma espontánea, con cientos de personas reunidas frente a las oficinas de las empresas para exigir la devolución de su dinero. La policía trató de dispersar a la multitud, provocando violentos enfrentamientos. Las protestas pronto se extendieron a casi todas las ciudades importantes de Albania. Tras la quiebra de la empresa Xhaferri, en Lushnjë se produjeron manifestaciones especialmente violentas, en las que los manifestantes tomaron como rehén al presidente del Partido Democrático, Tritan Shehu. Éste había acudido al estadio de la ciudad para calmar a los manifestantes y explicar las medidas del gobierno. En casi todos los casos, la policía trató de reprimir violentamente a los manifestantes, radicalizándolos aún más.
Los partidos de la oposición liderados por el Partido Socialista trataron de dar al descontento popular una articulación política. Durante años habían acusado al gobierno de ser autoritario y cleptocrático. El gobierno respondía afirmando que los excomunistas querían hacer retroceder la rueda de la historia. La contrapartida del PS fue la formación de una gran coalición de partidos de la oposición, desde la centroizquierda hasta la derecha, llamada Foro por la Democracia, dirigida por tres antiguos presos de conciencia de la era anterior a 1992. Organizaron varias protestas en Tirana, que provocaron enfrentamientos ocasionales con la policía, pero las protestas más radicales se organizaron de forma independiente en otras ciudades, donde la oposición solo tenía una escasa influencia.
La última fase de las protestas, la más radical, comenzó en febrero, sobre todo en el sur de Albania, donde más gente había invertido en las estafas piramidales y había más animosidad política hacia el gobierno del PD. Después de que la empresa Gjallica se declarara en quiebra estallaron las protestas en Vlorë, la mayor ciudad del sur, donde posteriormente, el 5 de febrero, murió un manifestante. Los manifestantes expulsaron a la policía del centro de la ciudad y la mantuvieron fuera durante varios días, demostrando la debilidad del aparato represivo del Estado.
La espiral de violencia pareció encontrar una salida política cuando los estudiantes de la Universidad Ismail Qemali de Vlorë iniciaron una huelga de hambre el 20 de febrero. Sus reivindicaciones eran una mezcla de demandas económicas —que las empresas rentistas devolvieran el dinero del que se habían apropiado— y políticas, instando a la dimisión del gobierno dirigido por Aleksandër Meksi, subordinado del presidente Berisha. La huelga de hambre de los estudiantes funcionó como punto de encuentro diario para decenas de miles de manifestantes en Vlorë. Mientras tanto, los partidos de la oposición la compararon con la huelga de hambre que los estudiantes organizaron en Tirana en febrero de 1991, que desempeñó un papel importante en la caída del régimen anterior. Hicieron hincapié en el potencial de una nueva revolución democrática con el espíritu de 1990-91.
Apertura de los cuarteles
La situación en la ciudad se agravó radicalmente la noche del 28 de febrero. Corrió el rumor de que agentes del Shërbimi Informativ Kombëtar (SHIK), una institución a caballo entre un servicio secreto y una banda paramilitar, habían secuestrado a uno de los partidarios de la huelga de hambre y planeaban desalojarlos violentamente del recinto universitario.
Esto provocó una respuesta violenta por parte de un grupo de manifestantes, algunos de los cuales estaban armados. Nadie sabe de dónde sacaron las armas. Se dirigieron a la sede del SHIK en Vlorë y, tras intercambiar disparos con los agentes allí destinados, mataron a dos de ellos. Los testimonios posteriores sugieren que los rumores sobre el SHIK aplastando violentamente la huelga de hambre no eran ciertos, pero los manifestantes estaban tan indignados que los creyeron fácilmente.
Al día siguiente, con los acontecimientos en Vlorë aún envueltos en la niebla de la guerra civil, los partidos de la oposición organizaron una gran protesta en Tirana que terminó en otra ronda de intensos enfrentamientos. Lo que es más importante, a partir del 1 de marzo —primero en Vlorë y luego en otras ciudades del sur—, grupos organizados de personas se dirigieron a los cuarteles del Ejército, desbordaron a los desanimados y desorientados soldados, tomaron las armerías y distribuyeron armas entre la población.
Enfadados por lo que mucha gente consideraba un robo organizado dirigido por el Estado en forma de pirámides, temiendo la respuesta violenta del gobierno y el efecto de bola de nieve entre los civiles (incluidos varios delincuentes) que se apropiaban de las armas, un número cada vez mayor de personas se dirigió a los cuarteles del Ejército y prácticamente quebró el aparato estatal en el sur de Albania durante las primeras semanas de marzo. El gobierno respondió declarando la ley marcial y enviando lo que quedaba de las Fuerzas Armadas para aplastar la revuelta. Pero ante la resistencia popular armada y, sobre todo, la bajísima moral de soldados y oficiales (la mayoría de los cuales habían perdido sus propios ahorros), el Ejército no tardó en plegarse.
Esta victoria animó a los manifestantes armados, que empezaron a pensar en términos de doble poder. En Vlorë y otras ciudades del sur se formaron «Comités de Seguridad Pública», evocando la Revolución Francesa. Estaban compuestos por ciudadanos comunes: intelectuales locales, exoficiales del ejército, estudiantes y trabajadores emigrantes que habían regresado a su país para exigir que se les devolviera su dinero. A pesar de la retórica revolucionaria, las demandas de los comités eran bastante modestas: todo lo que querían era su dinero y la dimisión de Sali Berisha.
Algunos insinuaron una marcha armada sobre Tirana para derrocar a Berisha, pero nunca se materializó. Los comités locales de varias ciudades intentaron unirse, y se celebraron diferentes reuniones para coordinar las acciones políticas. A principios de marzo intentaron convertirse en un tercer polo entre Sali Berisha y el PS, procurando sonar más radical que este último. Pero al final, debido a la falta de experiencia política de los comités y a la penetración de los representantes locales del PS, fueron cayendo bajo la hegemonía de ese partido.
Caos, no revolución
El mayor defecto de los Comités de Seguridad Pública era la falta de trabajadores organizados en sus filas. La clase obrera albanesa —o más bien, las partes de ella que aún no habían emigrado— había sido desempoderada, pulverizada y dispersada en una plétora de pequeñas empresas en los años de las reformas neoliberales. Los sindicatos oficiales eran muy débiles y estaban totalmente controlados por los principales partidos. En consecuencia, los trabajadores no participaron en estos acontecimientos como clase, ni su conciencia de clase fue más allá de varios actos luditas de venganza contra las máquinas y las fábricas durante los primeros días de marzo.
Al carecer de un movimiento obrero, el levantamiento resultó incapaz de superar sus limitaciones ideológicas. Los participantes en la revuelta, aunque armados y envalentonados por la quiebra del Estado, no imaginaban una sociedad radicalmente nueva: solo querían nuevas elecciones y recuperar su dinero. Más allá de eso, muchos tenían una vaga concepción de la justicia social como prioridad de los intereses de los pobres y la gente común, pero poco más.
Tratando de controlar el fervor cuasi revolucionario, los partidos políticos de Tirana acordaron compartir el poder. El 9 de marzo, Sali Berisha y los representantes de la oposición formaron un gobierno común de reconciliación nacional dirigido por el representante del PS, Bashkim Fino, y acordaron celebrar nuevas elecciones en junio. Berisha quería salvar lo que pudiera de la autoridad del Estado, mientras que el PS necesitaba una transición política legal, temiendo que el levantamiento armado pudiera escapar a su control.
Sin embargo, ninguna de las partes parecía confiar plenamente en la otra. Así, tras la firma del acuerdo, se abrieron cuarteles del ejército en Tirana y en ciudades del norte de Albania. Algunos testigos presenciales afirman que los cuarteles fueron abiertos deliberadamente por los partidarios de Sali Berisha, supuestamente para contrarrestar a la población armada del sur de Albania. Algunos temían que el conflicto político pudiera derivar en una guerra civil, con los socialistas dominando en el sur, mientras los demócratas eran más populares en el norte. Pero no ocurrió nada de eso. La gente común estaba armada en todas partes, pero no había ninguna animosidad regional ni siquiera un indicio de organización de la gente contra los demás. Los principales partidos, al parecer, habían decidido consolidar sus bases de poder armadas y esperar a las elecciones generales del 29 de junio.
En esta paradójica situación —en la que el nuevo gobierno de Tirana no controlaba más que el bulevar principal de la capital, los dos principales partidos esperaban su momento hasta las elecciones y los Comités de Seguridad Pública estaban subordinados al PS— no había más alternativa que la anarquía, que dio lugar a la aparición de bandas criminales como agentes de poder local. En los tres meses de caos que siguieron, muchas personas murieron en peleas entre estas bandas (algunas de las cuales estaban relacionadas con los partidos políticos de Tirana) o como transeúntes inocentes cuando grandes grupos disparaban sus armas al aire.
Esto último se hizo bastante popular en toda Albania, cuando la gente común, al carecer de un objetivo político, expresaba su frustración y una especie de entusiasmo infantil disparando al aire. Este fenómeno, irónicamente, fue posible gracias a la experiencia acumulada durante el socialismo, cuando los ciudadanos estaban obligados a participar en ejercicios militares anuales. Todavía recuerdo a algunos de mis vecinos disparando al aire en el patio de nuestro edificio cada tarde.
Llega la caballería italiana
La sublevación, el desmoronamiento de la autoridad estatal y el temor a que el conflicto se extendiera a los países vecinos, al tiempo que creaban enormes oleadas de inmigrantes, desencadenaron la intervención de los Estados europeos y de Estados Unidos. El exprimer ministro austriaco, Franz Vranitzky, fue nombrado por la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) como mediador entre las partes en conflicto.
Uno de los primeros actos del nuevo gobierno de Tirana fue la firma de un acuerdo con Italia, que le permitía patrullar las aguas territoriales de Albania e impedir la emigración ilegal. El 28 de marzo, una fragata italiana interceptó y alcanzó una embarcación con 120 inmigrantes. Ochenta y una personas se ahogaron, incluidos niños pequeños. La trágica noticia agudizó la desesperación social en Albania justo en el momento en que las dimensiones políticas del levantamiento se desvanecían.
En un giro irónico, la oposición italiana de centroderecha liderada por Silvio Berlusconi acusó al gobierno de centroizquierda de Romano Prodi de trato inhumano a los refugiados. Como muestra pública de arrepentimiento, Prodi visitó Albania el 13 de abril. Fue recibido por una gran multitud en Vlorë, donde uno de los más notorios gánsteres locales le sirvió de guardaespaldas. Esta tragedia dentro de una tragedia mucho mayor, en un contexto en el que los albaneses consideraban en general al gobierno italiano como benévolo, pareció convencer a la mayoría de la gente de que lo ocurrido era solo un trágico accidente, o al menos un crimen sin componente político.
Ese mismo día, las Naciones Unidas aprobaron la Resolución 1101, que creaba una fuerza multinacional de mantenimiento de la paz y humanitaria de siete mil soldados, en su mayoría italianos. Sin embargo, la Operación Alba no se dedicó a ningún «mantenimiento de la paz» en Albania. Su cometido era bastante modesto: entregar ayuda humanitaria a la población necesitada, tomar el control de los puertos albaneses para evitar la migración y proteger a los observadores internacionales durante las elecciones del 29 de junio. Se mantuvieron al margen de los enfrentamientos armados y asistieron pasivamente a las escaramuzas entre bandas criminales.
Las elecciones se celebraron en un clima de miedo, con vigilantes armados situados cerca de los colegios electorales. La policía ordinaria albanesa y los soldados de la Operación Alba estuvieron presentes, pero no tuvieron mucho impacto, al menos fuera de Tirana. Sin embargo, parecía que los partidos políticos habían acordado implícitamente un traspaso de poder, y el Partido Socialista ganó la votación de forma abrumadora.
En los años siguientes, los dos partidos se acusaron mutuamente de los sucesos de 1997: el PD los calificó de rebelión comunista, mientras que el PS subrayó sus aspectos antiautoritarios. Con el tiempo, sin embargo, surgió un consenso ideológico entre los partidos de que 1997 había sido simplemente un año maldito para el pueblo de Albania. Las imágenes del caos armado desvirtuaron el potencial emancipador del levantamiento, mientras que las causas del mismo se discutieron en términos del violento legado del comunismo, la falta de instituciones democráticas del país e incluso la locura colectiva de gente sin nada que perder.
La astucia de la historia
Tras liderar la liberación de Albania de la ocupación fascista y nazi en la Segunda Guerra Mundial, el Partido Comunista de Albania (rebautizado como Partido del Trabajo) gobernó el país durante cuarenta y siete años, convirtiéndolo en la última dictadura estalinista de línea dura de Europa. En 1992, tras cambiar su nombre por el de Partido Socialista, se presentó como un partido socialdemócrata que pretendía establecer una economía mixta y democratizar el Estado. Durante un par de años, el partido estuvo bastante cerca de los socialdemócratas austriacos y adoptó una postura crítica respecto a la pertenencia a la OTAN, mientras hablaba abiertamente de socialismo democrático. El líder adjunto Servet Pëllumbi, que básicamente dirigió el partido tras el encarcelamiento de Fatos Nano, solía sorprender a los visitantes manteniendo una pequeña estatua de Karl Marx en su despacho.
Sin embargo, al haber perdido el grueso de la clase obrera durante la transición de 1991-92 —una clase que pronto se desvaneció como actor político en sí mismo—, la postura socialdemócrata del PS funcionaba más bien como una cobertura ideológica. En efecto, era el partido de las clases medias profesionales del socialismo burocrático, que perdieron su estatus durante la reestructuración neoliberal dirigida por el Partido Democrático.
En consecuencia, el partido cambió su alineación. Fatos Nano cambió su lema de «socialismo democrático» a «economía de mercado más solidaridad social» en 1995. El partido aceptó la integración en la OTAN y se vio cada vez más influenciado por la Tercera Vía blairista. Tras tomar el poder en 1997, los socialistas se convirtieron en el agente político perfecto para profundizar en las reformas neoliberales en Albania. Trabajaron estrechamente con el FMI y el Banco Mundial para privatizar las grandes empresas estatales e iniciaron la privatización de los sectores estratégicos de la economía, desde el sector extractivo hasta los bancos y las telecomunicaciones, entre otros.
La economía albanesa se convirtió en un apéndice del capital italiano y griego, y la única manufactura que seguía existiendo consistía en fábricas textiles subcontratadas. La organización de la clase obrera se deterioró aún más rápidamente. En 1994, por ejemplo, alrededor del 93% de la menguante clase obrera seguía organizada en sindicatos, pero en 1996 esa cifra había descendido al 40% y, a finales de 1997, al 12%. Hoy en día solo un número insignificante está oficialmente sindicado.
En 1991, los trabajadores albaneses se alzaron contra la tiránica y desorientada burocracia socialista, mientras soñaban con una nueva sociedad de prosperidad, libertad e igualdad, animados por una vaga idea de socialismo con rostro humano, o tal vez un capitalismo jeffersoniano. Ganaron políticamente pero perdieron como clase cuando las reformas neoliberales los pulverizaron como fuerza social. En 1997, los restos de la clase obrera, junto con las multitudes empobrecidas por los esquemas piramidales, se levantaron en armas soñando con una sociedad más social y democrática. Su pírrica victoria dio el poder a un partido que los traicionó a cada paso.
Aún hoy, el Partido Socialista constituye la columna vertebral del neoliberalismo y del capitalismo oligárquico en Albania. Esto lleva a una concepción de los desarrollos sociopolíticos en términos de consecuencias no deseadas, o de la «astucia de la historia», que puede tener un efecto debilitador al promover la ideología de «no hay alternativa». Sin embargo, como muestran las protestas y huelgas de los últimos años —desde las grandes manifestaciones estudiantiles de diciembre de 2018 hasta la fundación de nuevos sindicatos independientes en los sectores de la minería, el textil y los call center, y las recientes protestas masivas contra la subida de precios—, todavía hay esperanza para un futuro justo y democrático en la sociedad albanesa.