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Según las encuestas, Gustavo Petro deberá medirse con Fico Gutiérrez en una segunda vuelta electoral. (Foto vía Twitter @AlexLopezMaya)

Petro tiene una cita con la historia

Gustavo Petro despierta un justificado temor entre la clase dominante colombiana. Para entender por qué, hay que comprender la importancia histórica de su candidatura.

El pasado 13 de marzo la izquierda colombiana protagonizó una victoria histórica. No solo ganó los votos suficientes para formar una coalición mayoritaria en el Congreso, sino que la jornada anunció la victoria anticipada de Gustavo Petro en la consulta interna de la coalición Pacto Histórico.

Al ratificar a Petro como el candidato más apto para ganar las elecciones presidenciales del próximo mayo, también se confirmó un verdadero encuentro con la historia colombiana: una historia sangrienta que nunca dejó de favorecer a las élites, pero que el ascenso de Petro en tanto último eslabón de una larga trayectoria de lucha popular promete revertir.

¿Un voto para dar vuelta a la página?

Representada por la coalición Pacto Histórico, la izquierda hizo ingresar a 16 miembros en el Congreso y a 25 en la Cámara de Representantes, a pesar del fraude en el preconteo de votos en algunas de las mesas (ubicadas en regiones de control paramilitar) donde se anularon más de 300 mil votos por el Pacto. Asimismo, otros partidos de centroizquierda, como la Coalición Centro Esperanza y la Alianza Verde ganaron un número importante de curules, y se convirtieron junto al Pacto, en las bancadas más importantes dentro del poder legislativo.

Si la victoria de la izquierda colombiana ha tenido poca resonancia y no ha habido muchas celebraciones, esto se debe en parte al hecho de que, tras décadas de guerra interna, la fama internacional del país ha sedimentado como la imagen de un país conservador y de derecha. Por otro lado, persiste dentro de Colombia una tendencia a asociar a la izquierda con las guerrillas, que han sido declaradas como organizaciones criminales y terroristas. Al estigma contra las guerrillas se suma la desconfianza que mantienen algunos sectores alternativos frente a tendencias caudillistas (de la cual Petro no está exento) y frente a los discursos que reivindican la lucha de clases.

Por otro lado están la indiferencia y la apatía general de los colombianos frente a los temas de la política, evidenciada en el hecho de que más del cincuenta por ciento de la población no ejerce su derecho de voto. Este es uno de los aspectos clave a la hora de explicar el triunfo repetido de la derecha en las ultimas treinta décadas: los votos solían ser emitidos por una minoría manipulada por los medios privados de comunicación como Caracol y RCN, y la corrupción, la compra de votos y las alianzas con grupos de poder territorial como los paramilitares también ejercía su influencia.

En las recientes elecciones del 13 de marzo, el Partido Conservador conquistó el segundo lugar en número de curules en el Senado y en el Congreso. De la misma forma, el ingeniero y político liberal de derecha Federico Gutiérrez, más conocido como «Fico», quedó en segundo lugar en cantidad de votos en la consulta interna de los partidos (más de dos millones de votos), licuando un poco las expectativas de que la izquierda lograra pasar la primera vuelta de las presidenciales de mayo.

Fico Gutiérrez es una figura «simpática» del empresariado urbano antioqueño que se presenta como una alternativa a los partidos tradicionales liberales y conservadores, y como una alternativa frente a la izquierda y la derecha. Su lema es el de ser un candidato «sin ideologías» que busca acabar con el continuismo y de garantizar la seguridad y el orden institucional. Sin embargo, sus vínculos con el uribismo y con la derecha son más que evidentes: quedó claro en las entrevistas y los debates presidenciales en los que se ha dado rienda suelta hablando del vínculo entre la izquierda y las guerrillas, los peligros del marxismo, la ideología de clases y el llamado «castrochavismo».

Son los mismos discursos que han servido al populista independiente Rodolfo Hernández, empresario santandereano cuyo principal caballito de batalla ha sido la lucha contra los corruptos de izquierda y de derecha. También le ha servido a la candidata Ingrid Betancourt, quien ha capitalizado de su historia personal del secuestro por la guerrilla de las FARC en 2002 para revivir el sectarismo político y moralizar el ataque contra la izquierda.

Betancourt, quien ha basado toda su diatriba en el agotado discurso sobre las «maquinarias políticas», es no obstante una tecnócrata experimentada que busca defender ávidamente las ideas de la reforma neoliberal, la austeridad y la disciplina fiscal aplicadas por la derecha en Colombia durante las últimas décadas. Estas mismas medidas neoliberales han sido la principal fuente del clientelismo y de la corrupción, ya que estas descentralizaron en manos privadas los recursos y la prestación de los principales bienes y servicios del Estado favoreciendo el lucro en lugar del beneficio social y el favor político y la coima en lugar de la libertad de decisión.

Obstáculos contra una inminente victoria de la izquierda

A pesar del descrédito que experimentan las clases dominantes colombianas, el triunfo de Petro en primera vuelta no está en absoluto garantizado. Dependerá de que el voto no se disperse entre todos los candidatos disfrazados de independientes, pero que representan en general a la derecha. Dependerá también de que el voto alternativo no se distraiga con el candidato Sergio Fajardo, quien obtuvo el cuarto lugar en las consultas internas y se convirtió así en el líder de la coalición de centro-izquierda, Centro Esperanza.

Sobre todo, el resultado dependerá de que la extrema derecha fracase en sus intenciones de dar un golpe contra el proceso electoral como el que promovió hace poco el expresidente Uribe (que también lideró el plebiscito contra el Acuerdo de Paz con las FARC en 2016 en el que, sobre la base de noticias falsas, ganó el NO). En días recientes, el presidente Duque y Uribe han hecho un llamado para desconocer los resultados de las elecciones y solicitado que se realice un reconteo de todos votos, lo que les daría tiempo para diseñar un plan golpista contra la democracia.

La posibilidad de un golpe de la extrema derecha se hace cada vez más inminente dada la negativa de sus representantes, una vez más, a aceptar el rechazo de las políticas del actual gobierno lo cual se vio reflejado en los resultados electorales que dieron al Uribismo y al partido Centro Democrático, como el gran perdedor de la jornada.

La impotencia de la derecha se hizo evidente luego de los resultados de las elecciones del 13 de marzo, que también representaron un triunfo parcial contra el uribismo y el partido de extrema derecha, el Centro Democrático. Después del paquete de medidas de ajuste del gobierno de Duque, que dio lugar a las jornadas del Paro Nacional de 2021, la popularidad del Centro Democrático quedó fuertemente afectada. Al descrédito de Duque se sumaron las imágenes sobre la violencia policial y los asesinatos de jóvenes promovidos desde las altas esferas de los ministerios de defensa y seguridad, imágenes que sacudieron al país y al mundo entero el año anterior. 

Lo anterior contribuyó igualmente a desprestigiar a los medios de comunicación nacionales que se encargaron de reproducir las mentiras del gobierno, esconder las cifras y desviar la mirada hacia otros sucesos como los eventos deportivos o la crisis en Venezuela, mientras la sangre bañaba las calles de las principales ciudades colombianas.

Pero, más allá de eso, la posibilidad de un mandato de izquierda enfrentaría otros obstáculos como las fuerzas económicas que dominan la región, la presión extranjera, el poder interno que ejercen las estructuras paramilitares y el narcotráfico (que no solo han financiado campañas de candidatos de la derecha, sino también puesto presidentes y asesinado opositores). Recientemente, el actual presidente Iván Duque ha intentado apelar a los aliados externos como los Estados Unidos para hacer que este gobierno vuelva a ejercer influencia en su antiguo «patio trasero» y esté listo para intervenir en caso de que Petro logre consagrarse como ganador. 

Fantasmas de Gaitán

Ante el ascenso de Petro, algunos comentaristas de la derecha han echado mano de la historia más remota. Últimamente, esto ha tomado la forma de evocar la pesimista probabilidad de que se produzca con Petro un magnicidio como el que acabó con la vida de Jorge Eliecer Gaitán el 9 de abril del 48 y, con él, la utopía de una sociedad moderna basada en el poder de los pequeños productores rurales, las clases artesanas y los trabajadores de las ciudades. En suma, es la amenaza de reactivar la historia que sumergió al país en uno de los peores y más violentos capítulos de su historia.

No deja de ser una coincidencia el hecho de que Petro sea señalado por los mismos comentaristas como un promotor de las ideas del comunismo, de la misma forma en que Gaitán —que tampoco era comunista— era señalado en su momento como una amenaza para los valores de la libre empresa, de la propiedad y del catolicismo. Más aún, Petro ha sido retratado por sus opositores en los medios y en la prensa internacional como una amenaza a la estabilidad política y económica de la región: sus enemigos buscan asociarlo con el llamado Castro-Chavismo y utilizar sus discursos sobre la democratización de la propiedad, la justicia social y la redistribución como un arma para inducir pánico y terror, y hacer creer a la gente que la única forma de proteger la libertad, los derechos individuales, el derecho a la propiedad y la seguridad pasa por confiarle el poder a la derecha y mantener las expectativas en el proyecto neoliberal.  

Aquí es importante recodar la historia del origen de las revueltas populares y la lucha armada en Colombia, así como sobre los infortunios y azares históricos que llevaron al surgimiento de una figura como Petro. Entre estos hechos se cuentan: la historia del asesinato de Jorge Eliecer Gaitán el 9 de abril de 1948, que marcó para siempre la conciencia de las clases populares en Colombia y trazó el rumbo de la lucha armada; la creación del movimiento M-19 en abril de 1970, que respondió a la clausura de las vías democráticas por parte de los partidos tradicionales que estaban en el poder; y, finalmente, el reciente estallido social en abril de 2021, que dejó en evidencia el régimen opresivo y sangriento, así como la dictadura económica que imponen el neoliberalismo en el país.

La Violencia

El 9 de abril de 1948 tuvo lugar el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán, hecho que marcó la conciencia colectiva de la izquierda y creó un trauma en la historia nacional. Gaitán se había convertido en el portavoz de las luchas obreras y campesinas de la primera mitad del siglo XX por sus denuncias públicas sobre los hechos de la matanza de las bananeras de 1928, en el enclave creado por la United Fruit en la región de Ciénaga (Magdalena), mismo lugar donde, treinta y dos años después, nació Petro. Abogado y gran orador, recordado por llenar las plazas públicas, los opositores acusaron a Gaitán de promover ideas comunistas y lo definieron como una amenaza al orden existente, ya que sus propuestas buscaban acabar con el poder anquilosado de la oligarquía terrateniente colombiana. 

Gaitán había logrado convertirse así en el candidato del pueblo para las elecciones que se celebraría en 1950 y era el principal representante del ala más radical del partido liberal. Fue asesinado cuando empezaba la Guerra Fría, mientras se celebraba en Bogotá la IX Conferencia Panamericana, en la que participaba el general George Marshall (del plan Marshall para la reconstrucción de Europa occidental). Después de conocerse los hechos, se desató una rabia que llevó a la destrucción masiva de infraestructuras y monumentos públicos. El pueblo enfurecido trató de invadir la Casa de Nariño —sede de trabajo del ejecutivo— para sacar al presidente conservador de ese momento, lincharlo y declarar la rebelión.

Sin embargo, el movimiento se vio frustrado por la anarquía que reinó en los hechos de protesta y las manifestaciones y, sobre todo, por el sectarismo promovido por la oligarquía Conservadora, a cuya cabeza se encontraba el expresidente Laureano Gómez. Este condenó al movimiento como un acto de la chusma que había que detener a toda costa. Los discursos de Gómez sirvieron así para justificar la crueldad contra los líderes gaitanistas del partido liberal, quienes fueron masacrados y sus oficinas convertidas en blanco de ataques armados. Los ataques también se dirigieron contra la población campesina y contra los ocupantes de tierras, y fueron ejecutados por ejércitos de gamonales (escuadrones de la muerte) contratados por las clases terratenientes y por miembros del partido conservador para defender la propiedad privada en zonas rurales. 

Lo anterior dio comienzo al periodo de la Violencia que, como bien retratan algunos historiadores, fue una «mezcla de terror oficial, sectarismo partidista y política de tierra arrasada». La Violencia ayudó así a extender las tácticas que se habían aplicado en el pasado en zonas de conflictos agrarios para infundir y obligar a las personas a abandonar sus tierras y sus posesiones. Este fenómeno se instaló sobre todo en las regiones cafetaleras, especialmente en las áreas de minifundio en Boyacá y en los departamentos de Santander, y en las áreas de la colonización antioqueña en los departamentos de Valle, Viejo Caldas y Tolima. La violencia bipartidista se extendió aproximadamente hasta 1958, cuando los partidos Liberal y Conservador acordaron firmar una tregua para turnarse en el poder y poner fin a los enfrentamientos armados.

Los orígenes del Movimiento 19 de abril

El Frente Nacional surgió del pacto político firmado entre los partidos Liberal y Conservador y se apoyó en la alianza entre la clase terrateniente y la clase industrial nacional para generar una nueva fase de desarrollo y crecimiento económico en «paz», fundada en el modelo de industrialización por sustitución de importaciones que estaba en auge en la región. En particular, esta época estuvo precedida por el mayor intervencionismo de los Estados Unidos en la región a través de la Alianza para el Progreso (1961), que buscaba, mediante el apoyo a políticas progresistas moderadas, contrarrestar el impacto más radical de la Revolución cubana y detener la expansión de las ideas del comunismo en la región.

Así, durante el Frente Nacional tuvieron lugar dos intentos de reforma agraria que, no obstante, fueron obstaculizados en Colombia por una fracción extrema de la clase terrateniente. Era también el momento de la guerra de Vietnam, por lo que el apoyo y la relación estrecha que tenía Colombia con los Estados Unidos sirvió para utilizar el campo colombiano en la experimentación de armas, ataques y bombardeos contra los núcleos de guerrillas liberales y las poblaciones que se habían instalado en zonas de la frontera agrícola a partir de la huida de la persecución política contra los seguidores de las ideas de Gaitán. 

El Frente Nacional buscó ante todo la desmovilización de las guerrillas liberales a través de métodos que contribuyeron a su radicalización. El reparto del poder entre los partidos Conservador y Liberal, que permitió una era de esplendor para los negocios de la nueva clase capitalista agroindustrial en el país, cerró las vías políticas a las reivindicaciones sociales de los sectores campesino y obrero y a los reclamos de tierra de organizaciones como la Asociación de Usuarios Agropecuarios (ANUC).

El Frente Nacional, y con él, la inviabilidad de cualquier alternativa política, estuvo vigente hasta 1974. Fue en esa época la que vio surgir la lucha armada en el país, entre cuyas organizaciones se destacaron: las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC-EP), el Ejército de Liberación Nacional (ELN), el Ejército Popular de Liberación (EPL), y el Movimiento 19 de abril (M-19). Este último fue un movimiento de base urbana formado en 1973, después del fraude en las elecciones presidenciales que había ganado el exgeneral Rojas Pinilla, el mismo que el 13 de junio de 1953 había dado el golpe militar contra el gobierno del presidente de extrema derecha, Laureano Gómez.

La iniciación política de Petro llegó con los movimientos sindicalistas y obreros de Zipaquirá, un municipio a las afueras de la actual área metropolitana de Bogotá. Petro participó en la personería y consejería en representación del partido político Alianza Nacional Popular (ANAPO), fundado por el general Rojas Pinilla. Más adelante, después de convertirse en militante del M-19, Petro se vinculó con las causas de la clase trabajadora en los barrios marginales, y también con la de los pequeños productores agropecuarios. Entre algunas de las principales acciones realizadas por el M-19 destaca la ocupación de predios urbanos para la creación de casas y barrios para los habitantes sin techo. También tomaron el Palacio de Justicia en 1985 para reclamar por el incumplimiento de los acuerdos de paz de ese momento, lo que llevó a una intervención del ejército que causó la muerte de más cien personas, entre las que había congresistas y guerrilleros. 

Gustavo Petro militó en el M-19 hasta su desmovilización en 1990, a la que siguió la creación del movimiento político llamado Alianza Democrática M-19 (AD-M-19) . La Alianza Democrática participó en la redacción de la constituyente de 1991, que incluyó a importantes sectores sociales históricamente excluidos de la sociedad Colombia, como la población indígena y afrodescendiente. Sin embargo, la constitución resultante del proceso también se convirtió en el caballo de Troya para introducir la reforma neoliberal (impulsada por el entonces presidente César Augusto Gaviria), que llevó a la privatización de los sectores de la salud y la educación y a la descentralización de una gran cantidad de servicios que antes eran monopolio del Estado (como la energía y las telecomunicaciones). 

Después de la desaparición del M-19, surgieron otras organizaciones que recuperaron el legado de la lucha por la democratización del poder político en Colombia. Fue el caso del Polo Democrático Alternativo (PDA), fundado por exmiembros de la ANAPO y del M-19. Petro formó parte del PDA y, como senador en representación de dicho partido, denunció los vínculos entre el paramilitarismo y la política que empezaban a consolidarse en esa época en Colombia. Después rompió sus relaciones con el partido para fundar el movimiento de la Colombia Humana, que le permitió llegar como candidato a la alcaldía de Bogotá en 2011. A partir de este momento, comenzaría a vislumbrarse la carrera de Petro por las presidenciales, convencido como estaba de su capacidad para representar a la izquierda y vencer al uribismo en Colombia.

El Pacto Histórico y el paro del 28 de abril de 2021

El Pacto Histórico surgió como alianza política para promover la llegada de Petro a la presidencia como candidato único de la izquierda. Tomó forma sobre el fondo de las protestas sociales que explotaron en varias ciudades de Colombia en abril de 2021, a raíz de la propuesta del gobierno de Duque de aprobar una reforma tributaria postpandemia. Las protestas, que dejaron más de 60 muertos, centenares de heridos y mutilados, la mayoría a manos de la policía en Cali, fueron una muestra espontánea de la frustración vivida por la mayor parte de la población de Colombia durante la pandemia frente al aumento de los precios de la comida, los impactos de la desfinanciación de la salud y de la educación, la reducción de los salarios reales, etc.

Así, el Pacto Histórico buscó integrar a los movimientos de jóvenes de la primera línea, los representantes de las principales organizaciones indígenas, los líderes ambientales de las regiones del Pacifico Colombiano y las regiones de explotación minera, carbonífera, etc. En síntesis, el objetivo era llevar los reclamos y las luchas que se juntaron en las calles durante las protestas de abril al escenario de la batalla política, en el Congreso y el Senado. De esta manera, el objetivo del Pacto era convertirse en una fuerza gravitatoria capaz de vencer el uribismo y terminar con el legado de las políticas neoliberales. 

El Pacto Histórico ha logrado convocar a figuras notables de la lucha social en los territorios más marginados y azotados por la violencia de poderes territoriales vinculados a la extracción de recursos, como es el caso de la región del Pacífico colombiano. De ahí surgió una importante lideresa del poder negro, Francia Márquez, quien representa las luchas por la justicia racial, ambiental y de género en el país. Márquez fue la tercera candidata más votada en las consultas internas de las coaliciones y la primera mujer negra de izquierda en la historia de Colombia en participar de una consulta presidencial. 

De esta manera, el Pacto ha logrado integrar los reclamos históricos de los territorios contra el poder de la clase terrateniente, ganadera y agroindustrial, y contra la alianza que esta mantiene con los grupos armados paramilitares al interior del Estado. Es histórico justamente porque representa la convergencia inusitada de fuerzas de la izquierda y porque reivindica reclamos por la tierra y por el territorio, que llevan décadas, si no siglos. 

Un cambio histórico

Entre algunas de las propuestas más radicales de Petro se encuentra la de realizar una reforma agraria y económica para revertir los más de treinta años de políticas neoliberales en el país que han beneficiado a las empresas, bancos y empresarios multimillonarios del país (como es el caso de Luis Carlos Sarmiento Angulo, principal accionista del conglomerado de bancos privados más grande de Colombia y uno de los hombres más ricos del mundo, con una fortuna cercana a los 12 000 millones de dólares). De lograrse estos cambios con éxito, podríamos predecir el comienzo de una importante transformación histórica, no solo en la política nacional si no en la política general de la región, ya que Petro ha dicho que trabajará en conjunto con los gobiernos de Gabriel Boric en Chile, de Lula Da Silva en Brasil (si este gana las elecciones en dicho país) y que restablecería relaciones diplomáticas con Maduro. 

Los aspectos más importantes de la propuesta de Petro se centran en la política agraria y energética. Petro ha dicho que va a detener la extracción de combustibles fósiles (petróleo y carbón) que generan alrededor de la mitad de los ingresos por exportaciones. También ha señalado que aumentará los aranceles a la importación de bienes. De esta manera, el eje de la economía pasaría de la extracción de recursos naturales a la industria productiva centrada en la manufactura y en la producción de servicios y en la agricultura para suplir las necesidades del consumo interno del país. Por otro lado, en términos de la política macroeconómica y de tierras, Petro ha dicho que su gobierno hará una reforma de tierras sin expropiación, similar a la reforma que planteaba para 1936 el gobierno liberal de Alfonso López Pumarejo: una reforma basada en el principio de la función social de la tierra, los altos impuestos a la gran propiedad y la redistribución. De acuerdo con Petro, esto contribuiría a mermar el narcotráfico en las regiones donde la tierra constituye uno de los principales medios para la especulación y el lavado de activos. 

Con todo, existen dudas sobre la factibilidad de estas propuestas sin que medie una alianza con los poderes económicos (como es el caso del poder económico del sector agroindustrial), y no está claro que sea posible llevar a cabo una modernización económica sin fallar a la promesa de acabar con la extracción de combustibles fósiles. Lo cierto es que las propuestas de Petro han logrado traer al frente una visión del territorio más justa, una visión que integra a sectores históricamente excluidos, como las poblaciones indígenas, afrodescendientes y campesinas (y ahora también a la juventud) ampliando el legado de la constitución de 1991. 

Seguramente se necesitará más que un Pacto (de la misma forma que se necesitó más que la constitución de 1991) para lograr una transformación de las condiciones materiales que den lugar a una sociedad colombiana más justa e igualitaria, una sociedad con tiempo libre para crear, pensar y sanar las heridas del pasado. Sin embargo, será a partir de reconocer y no de negar, patologizar o moralizar las luchas y los traumas del pasado que recrearemos la historia para empezar a escribir un capitulo nuevo y cambiar el devenir del pueblo colombiano.

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