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Alexander Bogdanov utilizó la ciencia ficción para mostrar un espejo de nuestro propio mundo, describiendo a seres inteligentes en Marte y la sociedad socialista altamente avanzada que habían creado. (Getty Images)

El socialismo marciano de Aleksandr Bogdánov

Traducción: Valentín Huarte

Mucho antes de que escritores como Kim Stanley Robinson utilizaran la ciencia ficción para explorar las ideas comunistas, el marxista ruso Aleksandr Bogdánov publicó una destacable novela sobre la vía marciana al socialismo. Titulada Estrella roja, la novela está empezando a recibir la atención que merece.

Durante muchos años, Aleksandr Bogdánov, revolucionario ruso, fue recordado como una figura menor de la historia de la Revolución rusa, conocido principalmente por haber desafiado la dirección de Vladimir Lenin en el partido bolchevique. Estrella roja, su novela vanguardista de ciencia ficción escrita en 1908, se publicó en inglés recién en 1984.

Mucho antes de que Ursula K. Le Guin, Kim Stanley Robinson o Ian Banks publicaran sus obras, Bogdánov utilizó la ciencia ficción como un espejo para reflejar nuestro propio mundo, y describió seres marcianos inteligentes y la avanzada sociedad socialista que habían creado.

En este fragmento de su libro Space Forces, disponible ahora en Verso Books, Fred Scharmen discute algunos de los fascinantes temas que Bogdánov exploró en su novela.


Una de las primeras escenas de Estrella roja, novela de Aleksandr Bogdánov, describe el encuentro entre un misterioso personaje y un científico revolucionario. El científico es Lenni, matemático de profesión, ocasionalmente cirujano y combatiente de la primera revolución rusa del siglo veinte, la de 1905. Lenni fue contactado por Metti, otro científico, filósofo y crítico social.

La situación, que en principio no parece más que una invitación a unirse a una sociedad secreta, rápidamente escala hasta un viaje interplanetario. Metti, nos enteramos, vino de Marte con el fin de encontrar un embajador adecuado, capaz de mediar las relaciones entre ambos planetas y sociedades. Los marcianos del libro reconocen que el conflicto sangriento en el que están involucrados Lenni y la clase obrera rusa concluirá con el establecimiento del socialismo.

Metti discute con Lenni la idea de que los organismos, y también las sociedades, tienden a converger en torno a ciertos rasgos que responden a las leyes de la evolución. Resulta que los marcianos y los terrícolas no son tan distintos unos de otros.

La gente de Metti es más alta y tiene ojos más grandes, pues están mejor adaptados a fuerza gravitatoria más débil y a una luz solar más tenue. Pero más allá de eso, se reconocen unos a otros como «especies elevadas», es decir, organismos que evolucionaron hasta el punto de ser capaces de utilizar y moldear las condiciones que el mundo puso ante ellos con más éxito que otros seres: son los organismos «que dominan el planeta».

Lo mismo sucede con las formas sociales y políticas que crearon. El curso de la historia marciana, aunque atravesado por conflictos menos brutales que el que acaban de abandonar en St. Petersburgo, tiende, igual que en la Tierra, inexorablemente al socialismo.

Lenni, el narrador de Bogdánov, nos presenta una imagen concreta que permite pensar ese isomorfismo: el ojo de los pulpos. Los pulpos, cefalópodos marinos, los organismos más desarrollados de toda una rama evolutiva, tienen ojos curiosamente similares a los de los animales de nuestra rama, es decir, a los vertebrados. Sin embargo, el origen y el desarrollo de estos últimos responden a un proceso completamente distinto.

Conflictos marcianos

El concepto permite que Bogdanov ponga la novela al servicio de uno de los objetivos característicos de la ciencia ficción y de la literatura utópica en general. Su Marte es una oportunidad de crear un exterior desde el cual examinar toda una serie de elementos tomados como datos en la Tierra.

Marte es un planeta distante en el espacio, y es solo gracias al desarrollo reciente de complejos sistemas de propulsión como los marcianos descubrieron que la Tierra está habitada por criaturas «superiores» semejantes a ellos mismos. Pero Marte también está lejos en el tiempo, mucho más avanzado en un camino teleológico inevitable que terminará en una sociedad mejor y «más elevada».

Lenni aprende, de Metti y de otros personajes que encuentra cuando llegan al planeta, que los marcianos solían estar separados unos de otros (en términos geográficos, culturales, sociales y económicos). En palabras de Metti:

Hubo un tiempo en que los pueblos de los distintos países de Marte tampoco lograban entenderse unos a otros. Sin embargo, muchos años antes de la revolución socialista, los distintos dialectos empezaron a familiarizarse hasta el punto de fundirse en una lengua común. El proceso fue libre y espontáneo.

Pero esta convergencia de iguales conllevó la introducción de la jerarquía de clases, que a su vez condujo a la explotación de los recursos, proceso al que siguió la eventual resolución del conflicto mediante la introducción del socialismo marciano mundial. La configuración tectónica de la historia y de la sociedad marcianas es consecuencia de la naturaleza geológica del planeta. Marte, nos dice Bogdánov, no tiene grandes océanos ni cadenas montañosas, pues carece de placas tectónicas.

En la Tierra, en cambio, la división de todo el planeta en partes distintas resultó en una sorprendente ignorancia; las culturas individuales vivieron un largo período sin interesarse las unas en las otras. Pero, con el tiempo, todos estos pueblos crecieron y migraron, empezaron a encontrarse, y en vez de la similitud cultural, reforzada por la semejanza de sus tierras, exaltaron las diferencias. Esa diferencia es la que llevó a los conflictos y a las guerras extremas que definen la historia de la Tierra. Por el contrario, en Marte, la unidad geológica es la otra cara de la unidad social y política.

En la historia que presentan los marcianos de la novela, esta unidad representa una forma de clausura de todas las fronteras. Por lo tanto, aunque la competencia por los recursos genera nuevas divisiones, en vez de desplegarse en la horizontalidad del terreno, estas corren en el eje vertical de las clases sociales. La crisis alcanza un pico cuando el agua comienza a escasear y los marcianos inician la construcción de lo que probablemente era, en la época en que se publicó Estrella roja, el rasgo más conocido de Marte: sus canales.

Abundancia roja

La existencia de esas estructuras fue anunciada en 1877 por el astrónomo italiano Giovanni Schiaparelli, y la traducción al inglés de la palabra que utilizó para describirlas —canali— generó muchos malentendidos, pues «channel» connota más directamente el diseño inteligente, mientras que canali remite también a formas naturales o de otro tipo. En una época en que la construcción de los canales de Panamá y de Suez era excesivamente ambiciosa y costosa, la idea de un proyecto de ingeniería capaz de surcar un planeta entero era amenazante y humillante para las culturas de la Tierra.

Por lo tanto, la hipótesis popular era que, si había sido capaz de realizar una obra de tal magnitud, la civilización inteligente de Marte debía ser mucho más antigua que la de la Tierra. Es la base de La guerra de los mundos, novela de H. G. Wells publicada en 1897, en la que los marcianos, tecnológicamente más avanzados que los terrícolas, invaden nuestro planeta. La idea también está presente en la serie marciana de Edgar Rice Burroughts, comenzada en 1912, donde una cultura de Marte se degradó y alcanzó límites de decadencia similares a los de la Edad Media.

En Estrella roja, Bogdánov desplaza inteligentemente estos tropos. Sus canales son otra consecuencia de las conexiones horizontales, un nuevo sistema tectónico que originalmente intentó recuperar las últimas gotas de agua, pero cuya difícil y costosa construcción precipitó a la vez un nuevo período de desarrollo de infraestructura y puesta en común de recursos, que llevó a una época dorada.

En la imaginación planetaria marciana de Bogdánov, esta época dorada está regulada por números y estadísticas. Netti, compañera marciana de Lenni, sugiere que el fracaso de la humanidad en este sentido representa el fracaso de las partes a la hora de formar un todo:

Sucede que la causa común de la humanidad no es realmente común entre ustedes. Está tan dividida por las ilusiones que produce la lucha entre los hombres, que parece concernir a las personas individuales y no a la humanidad como un todo.

Los marcianos aprendieron a utilizar la ciencia de la información y la computación para regular estas relaciones tectónicas, de modo tal que cada esfuerzo individual de parte de cada ciudadano marciano contribuye al bienestar y al progreso generales. La «contabilidad exacta del trabajo disponible» organiza todas las conexiones posibles entre lo que una persona es capaz y está dispuesta a hacer, y lo que debe hacer, en un sistema no del todo ajeno al trabajo «freelance» y «colectivo» de principios del siglo veintiuno, aunque con tres diferencias importantes:

En primer lugar, la economía marciana no está orientada a la generación de ganancias; en segundo lugar, todos los bienes de consumo son gratuitos; y por último, la participación en esta fuerza de trabajo regulada estadísticamente es completamente voluntaria. Las tablas definen la distribución del trabajo. Por lo tanto, todo el mundo es capaz de saber dónde existe escasez de trabajo y cuál es su magnitud.

Asumiendo que un individuo tiene la misma —o casi la misma— aptitud para dos vocaciones distintas, puede elegir aquella en la que falta más mano de obra. En cuanto al plusproducto del trabajo, en los casos en donde existe, debe ser indicado con exactitud, de modo tal que cada trabajador de una rama puede sopesar en función de esos datos su inclinación a cambiar de vocación.

Conflicto planetario

Lenni, nuestro humano, descubre que no todo es lo que parece en la utopía marciana. Su sociedad está al borde de una crisis maltusiana, pues los recursos disponibles no crecen al mismo ritmo que la población. Aun así, adhieren a una lógica que valora la expansión por sobre todas las cosas. Como dice un marciano:

¿Chequear la tasa de nacimientos? ¿Para qué? Eso equivaldría a capitular ante los elementos. Implicaría negar el crecimiento ilimitado de la vida y llevaría inevitablemente a detenerlo en un futuro cercano.

Los marcianos sostienen un credo que hace equivaler la existencia de cada pequeña partícula con la existencia de la totalidad. «El sentido de cada vida individual», dice uno, «desaparecería si se extinguiera nuestra fe, pues el todo vive en cada uno de nosotros, en cada una de las células diminutas del gran organismo, y cada uno de nosotros vive a través del todo». 

Como notamos antes, Marte es un planeta sin placas tectónicas y la cosmovisión de los marcianos responde consecuentemente a una vida social y política sin fracturas. Pero una vez que los marcianos de Bogdánov descubren una realidad exterior a su propia totalidad —la existencia de otros planetas con recursos, como Venus y la Tierra— la diferencia vuelve a entrar en escena. Y una vez que desarrollan la capacidad de viajar a esos planetas, aplicada, por ejemplo, en la expedición experimental de Metti, que partió a la busca de Lenni, esa diferencia inicial entre las partes planetarias conlleva un conflicto potencial y la amenaza de una invasión marciana de la Tierra.

En su obra Cosmos, libro y serie televisiva escrita por Carl Sagan, con el fin de dotar a sus ideas sobre la exploración espacial de un marco metafórico concreto, el astrónomo y estudioso de los planetas invoca frecuentemente la imagen de un «océano cósmico». Como dice en el primer episodio:

La superficie de la Tierra es la costa de un océano cósmico. En ella aprendimos casi todo lo que sabemos. Hace poco, avanzamos un poco, probablemente no más allá de donde nos mojamos los tobillos, y el agua parece tentadora. Una parte de nuestro ser sabe que venimos de ahí. Queremos volver, y podemos, porque el cosmos también está en nosotros. Estamos hechos de materia estelar. Somos una forma del autoconocimiento del cosmos.

¿Hay otras formas de conocer que no sean la colonización y la conquista? Venus, en Estrella roja, es descripto de tal modo que los lectores de ciencia ficción de comienzos del siglo veinte probablemente reconocieron en el relato los famosos canales de Marte. Es un mundo selvático, sofocante, húmedo, caliente, rebosante de recursos, energía y poblado por una vida «primitiva» tan próspera como hostil. Cuando un personaje que está dando una clase sobre Venus escucha la propuesta de dirigir la ciencia y la ingeniería marcianas con el fin de domesticar esa selva y hacerla productiva para las «formas superiores» de vida, la descarta rápidamente como una ingenuidad.

El principal partidario marciano de invadir la Tierra no concibe la posibilidad de una convivencia pacífica entre marcianos y humanos. Los terrícolas son demasiado violentos y corruptos, argumenta, a causa de la historia de dificultades y diferencias que determina su mundo. Además, la distancia entre los dos planetas —social y espacial— es demasiado grande y peligrosa. Por lo tanto, la invasión y la exterminación son la única opción:

Debemos comprender esta necesidad y mirar de frente a la tormenta, por más sombría que parezca. Solo tenemos dos alternativas: o ponemos fin al desarrollo de nuestra civilización, o destruimos la civilización alienígena de la Tierra. No existe una tercera vía. […] Debemos elegir y creo que solo hay una opción viable. Es insensato sacrificar una forma de vida elevada por una forma de vida menos desarrollada. Entre todas las personas de la Tierra, ni siquiera debe haber un millón que lucha conscientemente por un ideal de vida verdaderamente humano. No podemos impedir el nacimiento de decenas, tal vez centenas de millones de los nuestros —incomparablemente más humanos en el verdadero sentido del término—, solo a causa de esos seres rudimentarios. No seremos culpables de crueldad, pues podemos destruirlos con mucho menos sufrimiento del que están causándose constantemente los unos a los otros. Solo existe una Vida en el Universo y se enriquecerá, en vez de empobrecerse, cuando nuestro socialismo —y no esa variante terrícola, distante y semibárbara— triunfe, pues su evolución continua y potencialmente ilimitada hizo que nuestra existencia sea mucho más armoniosa.

Intercambio directo

En un discurso importante, Netti, de quien el narrador se sirve para expresar el costado amoroso de los marcianos, refuta ese paradigma instrumental y jerárquico. «Esas formas no son idénticas a las nuestras», insiste. «Reflejan la historia de medioambientes y luchas distintas; concilian el juego espontáneo de otras fuerzas, otras contradicciones, otras posibilidades de desarrollo».

Para Netti —y para Bogdánov— esa diferencia es la clave de todo el asunto:

Ellos y su civilización no son simplemente menos desarrollados y más débiles: son diferentes. Si los eliminamos, no los reemplazaremos en el proceso de evolución universal, sino que solo llenaremos mecánicamente el vacío que generamos en el mundo de las formas de vida.

En la sociedad marciana, existe un precedente de este esquema alternativo de diferencia valiosa y productiva: para prolongar sus vidas, los marcianos practican sistemáticamente transfusiones sanguíneas. No sirven para curar a los enfermos, sino para limar las diferencias entre los individuos, de modo tal de compartir lo mejor de cada uno en «intercambios de vida solidarios».

Los marcianos de Bogdánov deben renovarse mediante la interacción con otra cosa distinta de sí mismos, mediante la transferencia de información, arte, ondas de radio, patrones de pensamiento o esencias corporales. Estas conexiones descansan sobre una diferencia sin jerarquías, que apunta al reconocimiento de partes dispersas capaces de formar un nuevo todo, aun si es un todo híbrido, como un cyborg. Por lo tanto, la «forma de autoconocimiento del cosmos» que tanto entusiasmaba a Sagan, tiene tanto que ver con la diferencia, la dificultad e incluso la contingencia, como con cierta marcha teleológica que lleva al progreso.

Resta decir que Bogdánov valoraba realmente el intercambio directo como una forma de lidiar con la espontaneidad y la contradicción, y ponía en práctica material y corporalmente sus especulaciones: como médico, experimentaba con transfusiones de sangre. Pero esa fe en el poder del «intercambio solidario» fue la que terminó trágicamente con su vida: murió en 1928 después de un experimento de transfusión que lo expuso a la malaria, la tuberculosis y a un tipo de sangre incompatible.

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