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Una manifestación en Petrogrado durante la Revolución Rusa, el 18 de junio de 1917 (Keystone / Getty Images).

¿Qué vía al socialismo?

Traducción: Valentín Huarte

¿Hay una vía democrática al socialismo? Y en ese caso, ¿qué significa esto para quienes militan por el socialismo en la actualidad?

Conversación con
Eric Blanc y Charlie Post

El ascenso de la política socialista en Estados Unidos ha suscitado un debate renovado acerca de cómo superar el capitalismo. Hay un tema en particular que sigue dividiendo a quienes se reconocen en la tradición del socialismo democrático de quienes adhieren a la crítica leninistas: ¿Pueden las instituciones actuales de la democracia política ser utilizadas para avanzar en transformaciones socialistas o el Estado existente debe ser derrocado por completo?

A pesar de que no hay forma de responder con certeza de manera anticipada –y a pesar de que la ruptura con el capitalismo sigue siendo una promesa lejana– abordar esta cuestión no es un mero ejercicio académico. Apostar por una vía democrática al socialismo tiene importantes consecuencias sobre las formas en las que el activismo se relaciona con la política electoral, con el movimiento obrero y con la construcción de organizaciones.

Esta es una transcripción editada del debate entre Eric Blanc y Charlie Post acerca del socialismo democrático en el marco de la conferencia Socialism in Our Time, organizada por Historical Materialism en la ciudad de Nueva York.

 

EB

Quiero comenzar señalando los puntos en los que creo que estamos de acuerdo. En primer lugar, hay que decir que el Estado existente no puede ser utilizado sin más por la clase trabajadora para construir el socialismo. Para que triunfe cualquier proyecto anticapitalista tendremos que confrontar tanto con la hegemonía de las grandes empresas sobre la economía como con los estratos más altos de la burocracia estatal y las fuerzas militares. Son estos límites estructurales los que hacen que sea necesaria una revolución para quebrar el poder político y económico de la clase capitalista.

Para tener éxito, esta revolución tendrá que recurrir, de forma disruptiva, a la acción extraparlamentaria de las masas y apoyarse sobre ella. Por lo tanto, no hay ninguna vía puramente electoral al socialismo. Acordamos en que una política socialista eficaz –tanto en el presente como en el futuro– requerirá combinar las intervenciones electorales con la acción de masas desde abajo.

Otra cosa en la que acordamos es en que los obstáculos que enfrenta cualquier proyecto socialista no son solo externos. También son internos al movimiento obrero. En otras palabras, las grandes organizaciones obreras tienen una tendencia a volverse burocráticas, a medida que sus direcciones van adaptándose al statu quo.

Una última cosa en la que creo que podemos estar de acuerdo es en que nadie sabe con certeza cómo será una transición socialista. Nadie puede tener garantías en la actualidad de que su estrategia es la mejor. Pero tenemos que hacer apuestas políticas en función de nuestros análisis del pasado y del presente.

Nuestra principal diferencia refiere a cómo pensamos, de forma realista, que una revolución de estas características podría darse en una democracia capitalista como la de Estados Unidos. Obviamente, las condiciones aquí son muy distintas a las de Rusia en 1917, donde no existían un Estado parlamentario ni una tradición política democrática.

Lo que me interesa es polemizar con la perspectiva leninista tradicional de la revolución. De acuerdo con esta concepción, en algún momento se producirá una crisis profunda y emergerán instituciones de doble poder (como los consejos obreros). Para que la revolución sea exitosa, estas instituciones de doble poder deben, a través de una insurrección, derrocar por completo al Estado existente y poner el poder en manos de los consejos obreros o de alguna forma de organización equivalente.

Mi intención no es criticar al leninismo tradicional por defender la posibilidad de que un grupo minoritario ejerza la violencia ni por su obsesión con la preparación para la lucha armada. El diccionario define a la insurrección como “una instancia de rebelión armada en contra de la autoridad o del gobierno existentes”. Por lo tanto, cualquier estrategia de doble poder será, por definición, una estrategia insurreccional, a menos que se piense que la clase capitalista cederá voluntariamente el poder (y nadie aquí está dispuesto a creer esto).

La cuestión clave es si pensamos que una revolución socialista se desarrollará en contra del Estado en su totalidad o si pensamos que algunas instituciones del Estado actual –por ejemplo, los parlamentos y los gobiernos elegidos de forma democrática– pueden y deben ser utilizados por la clase trabajadora para producir una ruptura anticapitalista.

Lo que quiero defender aquí es una perspectiva marxista de socialismo democrático. Esta es diferente a la perspectiva socialdemócrata e incluso es diferente al socialismo democrático defendido por Salvador Allende.

La principal idea de esta estrategia es que en las condiciones de una democracia parlamentaria, es muy probable que la vía al socialismo deba pasar a través de la elección de un gobierno obrero por medio del sufragio universal. Un gobierno de este tipo, aliado con las luchas que vienen desde abajo, intentaría democratizar el Estado existente e implementar transformaciones anticapitalistas en la economía, lo cual llevaría a que la minoría de la clase dominante recurra a medidas antidemocráticas para sabotear el gobierno electo y el proceso revolucionario. Derrotar esta reacción –a través de la acción de masas y de la acción de quienes representan el proceso en las instancias de gobierno– implicaría concretar una ruptura completa con el control capitalista de la economía y del Estado.

El mero hecho de que un partido obrero gane las elecciones no basta para construir el socialismo. Pero sin las ventajas que brinda esta elección, será muy difícil contar con la legitimidad o con el poder social suficientes para superar el capitalismo. Al mismo tiempo, para evitar que el proceso político se estanque a medio camino, necesitaremos también huelgas masivas y enormes luchas extraparlamentarias. Es muy posible que también sea necesaria la emergencia de instituciones de doble poder de algún tipo, que vayan desde abajo hacia arriba, y que pueden ser combinadas con los cuerpos representativos elegidos mediante el sufragio universal. Esto no significa que deban reemplazarlos por completo.

Por supuesto, no sabemos exactamente cómo será este proceso. Pero lo que hay que tener en cuenta es que no es realista esperar que una estrategia de doble poder o insurreccional se vuelva relevante en el marco democracia capitalista. Nos guste o no, un gobierno elegido mediante sufragio universal tiene mucha más legitimidad popular que la autocracia zarista.

El principal argumento en contra de esta perspectiva, defendido por Charlie y por quienes se reivindican leninistas, es que no existe evidencia pasada ni presente para afirmar que la mayoría de la clase trabajadora, en el marco de una democracia capitalista, apoyará el reemplazo de la democracia parlamentaria por algo semejante a los consejos obreros (aun si el conjunto de quienes militan por el socialismo confluyera para argumentar consistentemente a favor de esta dirección). Por el contrario, la experiencia histórica brinda suficientes pruebas para afirmar que, nos guste o no, el pueblo trabajador intentará utilizar las instituciones existentes de la democracia política bajo el capitalismo a la hora de promover sus intereses y transformar la sociedad.

Si se tienen en cuenta los últimos 150 años, la dura realidad es que nunca hubo una lucha victoriosa que logre derrocar un Estado parlamentario y transferir el poder hacia órganos de doble poder. El problema no es solo que esto no haya sucedido (en efecto, tampoco hubo nunca una transformación socialista-democrática duradera). Pero, a diferencia del socialismo democrático, el enfoque insurreccional nunca estuvo ni cerca de convertirse en una alternativa para la mayoría de la clase trabajadora bajo un régimen parlamentario.

Esto nos plantea un enorme desafío estratégico. ¿Tiene algún sentido hacer girar toda nuestra estrategia para derrocar al capitalismo sobre una hipótesis tan poco probable? Por supuesto, en política siempre pueden suceder todo tipo de cosas inesperadas. Pero de esto no se sigue que nuestra visión política deba basarse en lo que es, por lejos, el escenario menos probable.

Mucha gente en la izquierda revolucionaria ha creído durante décadas que si las direcciones obreras socialistas se hubiesen comprometido con el enfoque leninista, la clase trabajadora habría tomado el poder y en este momento estaríamos viviendo felizmente bajo una democracia socialista. Yo creo que esto no es cierto.

En primer lugar, esta perspectiva no permite dar cuenta de por qué la clase trabajadora apoya con tanta firmeza el régimen parlamentario y el sufragio universal. En segundo lugar, subestima lo difícil que es derrocar el capitalismo. No existen soluciones sencillas y rápidas, ni una estrategia infalible, que puedan evitar las contradicciones de la social democracia, o que sean capaces de vencer fácilmente el inmenso poder que tienen las clases capitalistas (y sus representantes) para absorber o reprimir cualquier cosa que suponga un desafío a su dominación.

La pregunta clave es: ¿Qué estrategia nos deja en la mejor posición para superar estos obstáculos? Debemos participar e identificarnos con el proyecto socialista-democrático de desarrollar un poder obrero de masas y transformar el Estado, siempre con un ojo puesto en la ruptura anticapitalista.

A mi juicio, buena parte de la izquierda leninista ha minado su habilidad para confrontar y superar estos obstáculos de forma eficaz, adhiriendo a un enfoque sobre la política electoral que la ha mantenido al margen de la mayoría del pueblo trabajador. Creo que debemos intervenir sin vacilar en el actual estallido electoral antisistema para fortalecernos, de forma tal que, cuando haya una nueva crisis como la que hubo en Grecia en 2015, la verdadera izquierda radical sea lo suficientemente poderosa como para superar los obstáculos que se presentarán (el poder económico de las clases capitalistas, la cúpula del aparato de Estado, la burocracia obrera, etc.).

Por supuesto, en Estados Unidos no estamos ni cerca de un momento de ruptura revolucionaria. Lo que está en juego inmediatamente en el debate actual es si el activismo radical es capaz de abandonar su tendencia a minimizar, cuando no a abstenerse por completo, de la arena electoral. Por lo tanto, una de las consecuencias prácticas de este debate concierne a cuan en serio nos tomamos la política electoral, a si el activismo radical debería abstenerse o limitarse a hacer campañas de propaganda izquierdista, o si en cambio debería aprovechar todas las oportunidades que presentan campañas como las de Bernie Sanders y Jeremy Corbyn.

Adoptar un enfoque más crítico y menos dogmático frente a la supuesta posibilidad de generalizar las tesis sostenidas por Lenin en El Estado y la revolución puede ayudar a que, quienes luchamos por el socialismo, pensemos más críticamente sobre otros asuntos, como la construcción partidaria o el uso que puede hacerse de las candidaturas del Partido Demócrata. Por lo tanto, creo que repensar la vía democrática al socialismo puede cumplir la función de una “droga de iniciación” para combatir el dogmatismo de algunas agrupaciones socialistas y para estas logren estar a la altura de las condiciones reales que enfrentamos hoy.

 

CP

Antes que nada, quiero agradecer a Eric por plantear una discusión tan sustantiva, que se aleja de los juegos de disfraces del estilo “Lenin versus Kautsky”. Y en efecto, creo que hay muchos puntos en los que estamos de acuerdo. Ambos pensamos que es necesario que haya una ruptura radical con el capitalismo. Estamos de acuerdo en eso.

También estamos de acuerdo, al menos en términos abstractos, en la definición de las bases sociales del reformismo. Este no es el resultado de una mala teoría. Responde a la existencia de una burocracia que trabaja a tiempo completo en los sindicatos, en los partidos políticos parlamentarios, en los movimientos sociales, etc.

Pero esto nos lleva a lo que creo que es nuestro principal desacuerdo. En principio, parece ser un desacuerdo leve, dado que estamos de acuerdo en que cualquier transformación revolucionaria del capitalismo implicará la combinación de acciones electorales y movimientos sociales disruptivos.

Sin embargo, me gustaría plantear el debate en términos ligeramente diferentes a los propuestos por Eric. Para mí, la cuestión es: ¿le damos el mismo peso a la política electoral que a las huelgas de masas y a otras acciones similares? ¿O priorizamos una por sobre las otras? Debemos reconocer que la lógica de un proyecto electoral que apunta, principalmente, a conquistar el gobierno, es diferente de la dinámica implicada en el desarrollo de luchas sociales discontinuas, poderosas y turbulentas.

Pero para mí no se trata de vía democrática versus vía insurreccional. En cambio, pienso que la posición que defiendo prevé una forma de gobierno mucho más democrática, que se opone al Estado capitalista. Una forma de gobierno fundada sobre la capacidad del pueblo trabajador de tomar las decisiones que dan forma a su vida en sus lugares de trabajo y en sus comunidades. Este nuevo tipo de Estado permitiría la revocatoria fácil del mandato de las autoridades, etc. Para decirlo de una vez, un “Estado consejista” sería una forma superior y más radical de democracia.

Por último, nuestro desacuerdo no gira solamente en torno a una posible insurrección, sino en torno a si el derrocamiento del capitalismo requerirá una marea creciente de luchas obreras discontinuas, de luchas de masas de la clase obrera, especialmente huelgas de masas, y otras formas de luchas de masas disruptivas que culminarán en la restructuración radical –o destrucción– del núcleo de las instituciones del Estado capitalista. Sabemos que tanto las fuerzas armadas y la policía, como las distintas ramas del ejército y la burocracia de la administración pública, han sido históricamente el principal obstáculo para la implementación de un programa anticapitalista.

No creo que la estrategia que Eric propone baste para suprimir la necesidad de una insurrección. En cambio, al dar el mismo peso a la política electoral y a las luchas de masas, tiende a confundir la definición de aquello que será estrictamente necesario para superar la resistencia del núcleo del Estado capitalista (con el objetivo de destruirlo y sustituirlo por algo radicalmente más democrático).

Este argumento les sonará familiar a quienes leyeron el artículo que publiqué en Jacobin. Imaginemos que un verdadero partido obrero radical llega al poder, un partido socialista del tipo que previó Kautsky y que ambiciona Eric. Es un partido realmente comprometido con una transición anticapitalista. Tiene el dedo en el gatillo y está listo para ir contra el control privado de la industria, para aplicar impuestos a la riqueza, y para hacer todo el tipo de cosas que consideramos necesarias para romper radicalmente con la lógica del capital.

Ahora bien, tiene que ser un partido que esté a la vez preparado para superar, no solamente la resistencia capitalista que tomará la forma de huelgas de inversión, sino también la resistencia que se desplegará desde el interior del Estado. ¿Cómo podría lidiar con la resistencia que proviene del interior del Estado capitalista este gobierno que sería, como bien lo ha definido mi compañero David Camfield, un “gobierno para la lucha de clases”?

Un gobierno de este tipo enfrentaría, en primer lugar, la resistencia tanto pasiva como activa de la burocracia y de la administración pública a la implementación de medidas anticapitalistas. Luego enfrentaría la oposición a las organizaciones obreras, que probablemente tomaría distintas formas represivas, para culminar finalmente en un golpe de Estado del aparato represivo militar. El destino al que se enfrentó el gobierno de Allende en Chile, comprometido con una vía parlamentaria al socialismo apoyada sobre órganos de poder popular, debería ser un recordatorio permanente del peligro real de la represión que el Estado capitalista está dispuesto a descargar sobre los gobiernos democráticos.

No estoy de acuerdo con Eric cuando afirma que nunca, en el marco de una democracia capitalista avanzada, una porción significativa, cuando no la mayoría de la clase trabajadora, estuvo abierta a la idea del doble poder. Pienso que hubo muchos momentos entre 1918 y 1923 en Alemania en los que esto fue posible.

Pero estoy dispuesto a conceder que la elección de un gobierno de izquierda radical, en una perspectiva realista, puede ser un elemento necesario de ruptura con el capitalismo contemporáneo. Aunque una vez que tome el poder, enfrentará la resistencia. Ahora bien, quien defienda consistentemente la estrategia de Eric, debería decir: “Bueno, los órganos de poder popular, la organización en los lugares de trabajo y los barrios de clase trabajadora, podrían ser suficientes para frenar dicha resistencia”.

Sin embargo, y esta es la clave del asunto, para bloquear efectivamente la resistencia de la burocracia y de las fuerzas militares, estas organizaciones de poder obrero y popular deberían transformarse, en los hechos, en un Estado sustituto. Entonces tendríamos una situación de doble poder. Por supuesto, una situación de este tipo sería el resultado de muchos años de organización bajo la dirección de un partido obrero radical, que incluiría desde las categorías inferiores de empleados y de empleadas del Estado hasta las fuerzas militares, con el fin de preparar a la base asalariada del Estado para una crisis revolucionaria durante la cual dejará de obedecer las órdenes legales/legítimas de sus superiores. Para decirlo en términos simples, será necesario romper con la lógica estructural del Estado capitalista.

En otras palabras, un partido socialista radical debería, de hecho, destruir el Estado capitalista actual y reemplazarlo por un Estado obrero, que se apoye sobre consejos obreros. Aun si se conservaran las instituciones parlamentarias y de gobierno de la izquierda, el poder real se habría desplazado desde la burocracia de la administración pública –y desde las fuerzas militares– hacia los órganos de poder obrero y popular.

Si un gobierno socialista radical no siguiera esta táctica, terminaría aplicando políticas de austeridad (como Miterrand en Francia y Syriza en Grecia) o enfrentaría una brutal represión militar (como Allende en Chile).

Ahora bien, creo que nuestro desacuerdo tiene consecuencias importantes en cuestiones inmediatas de estrategia y de táctica, aun en el período actual, que no es un período revolucionario. Pienso que, en la actualidad, las personas que se organizan siguiendo la línea política expuesta por Eric y las que siguen una política como la que yo defiendo, pueden trabajar en conjunto y de forma provechosa al interior de sindicatos, movimientos sociales, campañas electorales socialistas independientes, etc. Sin embargo, la cuestión de la prioridad de la organización electoral sobre la organización extraelectoral conlleva diferencias prácticas. Considero que los intentos de utilizar –de cualquier forma imaginable– al Partido Demócrata como medio para una política socialista es una ilusión utópica. El Partido Demócrata no es una organización que funcione en base a afiliaciones (ni siquiera lleva una contabilidad formal de sus afiliados y afiliadas). En cambio, es una organización completamente dominada por el capital y no es más que una máquina electoral.

 

EB

Seré honesto contigo, Charlie. No creo que hayas respondido a mi argumento principal en contra del leninismo: es decir, no demostraste que exista una alternativa para alcanzar un punto de ruptura revolucionaria que no sea algún tipo de gobierno obrero elegido democráticamente.

De hecho, todo el escenario que planteas tiene como premisa mi argumento acerca de la centralidad que tiene este proceso en cualquier ruptura con el capitalismo. Así que, o bien estás de acuerdo conmigo en este punto, o bien no nos estamos entendiendo. Porque todo tu argumento acerca de una ruptura anticapitalista, dio por supuesto un contexto en el cual un partido obrero llega al gobierno mediante elecciones democráticas en el marco de un estado capitalista, ¿no es cierto?

No estoy en desacuerdo con muchas cosas que planteas sobre la necesidad de la acción de masas y de órganos de poder de base para derrotar la contrarrevolución y las instituciones estatales antidemocráticas. Pero toda la situación que describiste presupone la legitimidad política y el poder estructural de un partido obrero elegido para dirigir las instituciones gubernamentales que la mayoría de las personas en este país considera como autoridad legítima y democrática.

Así que el argumento que expusiste no implica una estrategia insurreccional per se. Definitivamente, es una estrategia muy diferente al modelo de la Revolución de Octubre. Una insurrección implica el desarrollo de una sublevación armada contra el Estado existente considerado como un todo (y ese no es el escenario que propones).

Hay una enorme diferencia política entre el doble poder, tal como fue concebido tradicionalmente por el leninismo, y un gobierno de izquierda que –en función de un mandato popular expresado mediante el sufragio universal– lucha contra una minoría de capitalistas, burócratas estatales y líderes militares. Son dos cosas totalmente distintas. No veo cómo podría afirmarse de una lucha armada, que se despliega con el objetivo de defender a un gobierno electo, que se trata de una “insurrección”. Se trata claramente de un fenómeno distinto.

Creo que la ambigüedad de este debate se debe, en parte, a que tenemos formas distintas de concebir el Estado capitalista. El leninismo –o al menos quienes defienden con firmeza las tesis de “El Estado y la revolución”– considera que todas las instituciones estatales existentes son intrínsecamente procapitalistas en virtud de su misma estructura. Esta es una de las limitaciones más grandes de la tradición leninista, que afecta particularmente a sus formas más dogmáticas.

El problema principal es que de esta manera se confunde inútilmente al sufragio universal y a las instituciones parlamentarias con un gobierno capitalista. Este es un gran error analítico y político. En realidad, los parlamentos democráticos y el sufragio universal fueron, y siguen siendo, conquistas del movimiento obrero en contra de las clases capitalistas. Son conquistas que deben ser defendidas y expandidas a través de las luchas desde abajo.

Los llamados a destruir el Estado existente por completo no reconocen la enorme contradicción que atraviesa a este Estado. Hay una enorme contradicción estructural entre los órganos democráticos del Estado (los cuales pueden ser aprovechados por la clase trabajadora) y el resto del Estado (los estratos más altos de la burocracia, las fuerzas militares, etc.), y ni hablar de la economía capitalista. ¿Por qué insistir en “aplastar” todos los parlamentos elegidos democráticamente para reemplazarlos por consejos obreros? ¿Y por qué, siguiendo esta línea, deberíamos “aplastar” las escuelas públicas, la seguridad social, el programa Medicare, u otras instituciones estatales fundamentales? Pero si se reconoce la necesidad de mantener y transformar algunas de estas instituciones –la posición de Charlie sobre este punto es, en el mejor de los casos, ambigua– entonces se está mucho más cerca del socialismo democrático de lo que se está dispuesto a admitir.

La clave de la concepción marxista de una vía democrática al socialismo está en apoyarse sobre esta contradicción entre las formas existentes de la democracia política y las instituciones que por su propia estructura son antidemocráticas (como así también las relaciones que frecuentemente mantienen a estos cuerpos democráticos, y a los servicios públicos, subordinados a los grandes negocios). Si no es posible apoyarse sobre esta contradicción para abrir una brecha política, entonces no será posible disponer del poder y de la legitimidad necesarios para construir el socialismo.

Si hubiese una alternativa viable, que no fuera la elección de un gobierno obrero, entonces tal vez tendrías razón. Pero dado que no presentaste una alternativa de estas características en tu argumento, entonces –te guste o no– deberás lidiar con las contradicciones de la socialdemocracia y del socialismo democrático. No hay soluciones mágicas.

Y, en contra de lo que afirma Charlie, tampoco hay una fórmula universal para definir cuánto peso se le otorga a la política electoral y cuánto a la acción de masas. Las formas en que se combinen o se prioricen una y otra depende del contexto concreto y del momento.

Desde 1917, la izquierda radical ha tenido una postura un tanto dogmática al priorizar la acción de masas minimizando el rol de la política electoral. En la práctica, esto se tradujo generalmente en una marginalidad creciente. Esto significa que en los momentos en los que hubo posibilidades para una ruptura, la izquierda revolucionaria existente fue demasiado débil como para intervenir de manera efectiva.

Este debate puede parecer abstracto, pero tiene ramificaciones políticas inmediatas: Por ejemplo, ¿la izquierda intervendrá con todas sus fuerzas en la campaña de Bernie Sanders para reconstruir un movimiento socialista de masas en los Estados Unidos? ¿O vamos a reafirmar una política que nos hace sentir bien –porque suena muy revolucionaria en los panfletos– pero que en la práctica nos mantiene en la marginalidad y, en consecuencia, deja más espacio libre a quienes se oponen a nuestra política en el Partido Demócrata y a la burocracia sindical? Creo que es nuestra responsabilidad aprovechar el momento para desarrollar una política radical, que se apoye sobre un movimiento obrero fortalecido. Y esto implica comprometernos con la vía democrática al socialismo.

 

CP

Bien. Déjenme comenzar hablando de lo que, desde mi punto de vista, no es más que una caricatura de la Revolución de Octubre de 1917. ¿Los consejos obreros confrontaron directamente con un aparato de Estado en crisis? En realidad, la cosa fue muy diferente.

Cuando llegó octubre de 1917, los consejos de soldados estaban organizados y la disciplina militar se había roto, muy a pesar del gobierno provisional y de los generales zaristas. En Rusia, quienes hicieron la revolución claramente comprendieron la necesidad de socavar la disciplina legal/legítima de las fuerzas militares, promoviendo y organizando la autoactividad de soldados y marinos. Esto fue así hasta tal punto que, cuando el partido bolchevique tomó el poder el 25 de octubre de 1917, casi sin derramar una gota de sangre, el Estado existente se había desmoronado a causa de las grandes fisuras que lo atravesaban, y que habían sido producidas por los órganos de doble poder.

Esto nos lleva a la cuestión del concepto de Estado capitalista. Creo que Eric tiene razón cuando afirma que el sufragio universal fue una conquista de la clase trabajadora. No tengo ninguna objeción a esto. Sin embargo, su forma parlamentaria no lo es. La forma parlamentaria le permite al capital, y a las clases que le son próximas –particularmente a la clase media profesional con roles de dirección durante los siglos veinte y veintiuno, y a la pequeña burguesía propietaria durante el siglo diecinueve y comienzos del siglo veinte– sortear sus diferencias políticas para encontrar la unidad.

La verdad es que, en una perspectiva histórica, la expansión del sufragio universal ha ido de la mano con la degradación y subordinación de las instituciones democráticas en el marco del Estado capitalista. Aunque muy pocas personas lo hayan desarrollado sistemáticamente, este es uno de los puntos que señaló Lenin en “El Estado y la revolución”, cuando argumentó que Marx proyectaba la posibilidad de una vía pacífica al socialismo en los Estados Unidos o en la Gran Bretaña del siglo diecinueve, bajo la condición de que se garantizara el sufragio universal. Pero esto fue antes de que el poder se desplazara desde las instituciones democráticas y legislativas hacia la rama ejecutiva en general y, en particular, hacia la burocracia que no es elegida por el voto ciudadano. Como resultado de esto, tomar el poder dando prioridad a los medios parlamentarios implica ocupar cargos que han terminado por convertirse en una cáscara vacía.

Para decirlo de una vez, no estoy llamando a que el activismo socialista se abstenga de la política electoral, etc. Pero tenemos que tener claridad acerca de qué tipo de actividad tiene prioridad, acerca de cuál es la fuente del poder social real.

Estoy de acuerdo con que la legitimidad popular de la democracia capitalista es más fuerte hoy de lo que jamás haya sido antes en la historia del capitalismo. Esto hace posible y probable que un gobierno que realmente promueva la lucha de clases pueda llegar estar más cerca de una ruptura revolucionaria con el capitalismo.

Sin embargo, esto no significa que la elección de un gobierno de este tipo dote inmediatamente al pueblo trabajador de poder estructural. Y no solo porque el capital continúa controlando el proceso de acumulación y puede comprometerse en huelgas de inversión para tomar de rehén a cualquier gobierno.

De nuevo, el centro del poder en el Estado capitalista, los lugares en los que la dominación del capital sobre el trabajo está cristalizada e institucionalizada, se han desplazado desde los cuerpos democráticos, como el parlamento, hacia los cuerpos no democráticos: la administración pública, la burocracia, las fuerzas militares. Y creo que es una ilusión pensar que una vez que llegamos al gobierno, tenemos el poder.

También pienso que, a menos que exista un proyecto político que comprenda lo importante que es priorizar la lucha disruptiva de las masas por sobre la política electoral, que no tenga como único objetivo llegar al gobierno, entonces será imposible contar con una organización capaz de intervenir para promover la autoorganización en las luchas episódicas o en el marco de una crisis revolucionaria. Una preparación de este tipo requiere que se organicen las bases sindicales de empleados y empleadas públicas, del personal militar y del personal estatal en general. La construcción de esas organizaciones no se logrará a menos que contemos con un partido socialista que priorice esos núcleos de poder real por sobre las meras conquistas electorales.

Por lo tanto, creo que efectivamente existe una diferencia fundamental entre nosotros. Y pienso que refleja la forma en la cual nos relacionamos con el resurgimiento de la socialdemocracia en el Partido Demócrata. Mientras que, por mi parte, intentaría promover que Bernie se presente como un candidato independiente después de que pierda las internas del Partido Demócrata, sé que el espacio para una campaña de izquierda independiente en 2020 es mucho más pequeño de lo que jamás haya sido desde el año 2000.

Tal como argumenté en un artículo publicado en Socialist Worker hace algunos meses, esta vez la presión sobre la gente que apoya a Bernie es mucho, muchísimo más grande, que hace cuatro años, en el sentido de que se verán en la obligación de apoyar a quien sea que gane las internas del partido. Creo que las chances de que Bernie gane las internas son mucho menores hoy que en 2016. En 2020, Sanders se enfrenta a todo tipo de escoria neoliberal, como Kamala Harris, Cory Booker y demás personajes por el estilo, que proponen las mismas reivindicaciones radicales que él: Medicare para todos y todas, gratuidad de la educación superior, etc. Tal como admitió Sanders recientemente, sus ideas ya no son radicales: se convirtieron en la tendencia dominante.

No cabe la menor duda de que mucha gente que está interesada en las ideas socialistas será atraída por la campaña de Sanders en 2020. Pero sea cual sea su potencial radical, se disipará en la medida en que la insurgencia permanezca en los marcos del Partido Demócrata. Nuestra capacidad para organizarnos en el mediano y largo plazo se debilitará enormemente, de la misma manera en que lo hizo cada vez que, a lo largo de los últimos cien años, el movimiento obrero, los movimientos sociales y la izquierda en general han intentado utilizar al Partido Demócrata para construir nuestros movimientos o incluso para prepararse para una “sucia ruptura”.

Sobre los autores

Eric Blanc es autor de Red State Revolt: The Teachers’ Strike Wave and Working-Class Politics.

Charlie Post es activista social y profesor en la Universidad de la Ciudad de Nueva York.

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Publicado en Estados Unidos, Estrategia and homeCentro5

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